Capítulo 5

– ¿Qué tal te ha ido?

– Muy bien -les informó Hope a sus hermanas-. Cuando sienta que estoy preparada para traerlo a casa, iré a una agencia de animales. Me apetece que tenga el pelo largo…

– ¡No nos estamos refiriendo al gato! -la interrumpió Charity.

– Ah, ya. Pues sí, lo está haciendo muy bien, ella es… -Hope se acurrucó en el sofá y observó a través de la ventana los copos de nieve que caían suavemente.

– ¿Ella? -preguntó Faith.

– ¿Ella? -repitió Charity.

– Sí, ¿qué pasa? Me refiero a Yu Wing, la decoradora…

– Tampoco nos estamos refiriendo a Yu Wing -dijeron las dos hermanas al unísono-. Sino a ese hombre.

– Ah, él -contestó Hope, que sabía perfectamente desde el principio a qué se estaban refiriendo sus hermanas-. Es muy agradable. Y guapo, también.

En ese momento, las hermanas contuvieron el aliento y Hope pensó si no tenían otra cosa que hacer que meterse en su vida.

– Hemos ido a varias fiestas juntos -añadió.

– ¡Estupendo! ¿Y te lo has pasado bien?

– ¿Te ha dado algún beso de despedida?

– No -mintió Hope.

– ¿A cuál de las dos preguntas has respondido que no? -quiso saber Charity.

– A la del beso de despedida. Eso no entra en el trato que hemos hecho -explicó ella-. Nos vemos en ocasiones de trabajo y solo por trabajo -y eso la estaba volviendo loca-. Y se supone que tiene que ser así -añadió, tratando de convencerse más a sí misma que a sus hermanas.

– Por supuesto -contestó Charity.

– Oh, sí. Claro -añadió Faith.

Hubo una pausa embarazosa antes de que Charity hablara de nuevo.

– ¿Es el tipo de hombre que te gustaría que te diera un beso de despedida en el futuro?

– Se refiere a un futuro lejano -explicó Faith rápidamente.

Fue una suerte que el móvil de Hope sonara en ese momento. Si no hubiera sido así, Hope habría roto a llorar y les habría contado que le había dado un beso increíble y que después la había metido en un taxi y la había enviado a casa.

– No sabéis lo que me ha gustado hablar con vosotras, pero tengo que contestar a la llamada. Hola -añadió, ya al otro aparato.

– ¿Hope? Soy Sam.

No era normal que sintiera ese escalofrío. Solo las mujeres que estaban desesperadas reaccionarían con esa intensidad.

– ¿Qué te parece si hacemos las compras de Navidad juntos?

– ¿Perdón?

– ¿Entraría hacer las compras navideñas dentro de los límites de nuestro trato?

– Pues… no se me había ocurrido, pero imagino que como la idea es ayudarnos el uno al otro, creo que…

– Tengo tiempo libre esta tarde y me gustaría hacer las compras navideñas cuanto antes.

¿Cuánto antes? Hope había hecho sus compras hacía meses.

– Está lloviendo -le informó ella.

– Mejor -replicó Sam.

– ¿Te has vuelto un romántico?

En cuanto lo dijo, se arrepintió.

Hubo una pausa.

– No, es que he pensado que la nieve hará que mucha gente se quede en casa. Odio las tiendas abarrotadas. Te hago un trato: si me ayudas a comprar los regalos, luego te invitaré a tomar algo en el Oak Bar.

De repente, se imaginó con Sam en el elegante y antiguo bar, cargados de paquetes como cualquier pareja después de un día de compras. Fue una sensación muy agradable. Además, ella también podía aprovechar para hacer alguna compra.

– Ahora que lo pienso, yo necesito comprar papel de envolver.

– Estupendo, te veo en Saks a la una.

– De acuerdo, justo en la entrada principal que da a la Quinta Avenida.

Después de colgar, Hope dejó a un lado el libro que estaba leyendo sobre gatos y abrió su portátil con cierta desgana. Entonces se recordó que, aunque iba a ver a Sam, no se trataba de una cita normal. Era más bien una reunión de trabajo que tenía como fin comprar los regalos de Navidad.

– Les encantarán los jerséis de cachemir -dijo Hope-. Nunca te cansas de ellos. Lo único que te digo es que no les regales el mismo a todas.

– ¿No? Me parecía una idea brillante. Amarillo para mi madre, rosa para Betsy y azul para Kris.

Aunque en realidad tenía sus dudas. No sabía si no sería mejor mandarles una generosa cantidad de dinero, tanto a sus padres, como a sus hermanas. Betsy y Kris se lo gastarían en sus hijos, o pagando alguna deuda. Pero el cheque de sus padres iría destinado a los regalos de sus sobrinos y al cuidado de los padres de su madre.

Por otro lado, quería que su regalo fuera personal. Pero a veces se sentía impotente y pensaba que un jersey de cachemir o un par de pendientes de oro no cambiaría en nada sus vidas. Aun así, había decidido pedirle ayuda a Hope. A pesar de lo mandona que era. Pero por alguna extraña razón, le gustaba que Hope le diera órdenes.

– De acuerdo, ¿tú qué les regalarías?

– Tendría que saber un poco más de ellas -contestó Hope, con una expresión de paciencia llevada al límite.

A Sam le gustaba cómo iba vestida ella aquel día. Llevaba unos pantalones negros ceñidos, metidos en unas botas negras de nieve; un jersey negro, probablemente de cachemir; y una chaqueta de leopardo, que resaltaba más aún el verde de sus ojos y el color cobrizo de su pelo.

Pero Sam empezaba a temerse que Hope le gustaría igual, llevara la ropa que llevara. Lo cierto era que había estado pensando y pensando hasta que había encontrado una excusa para verla ese día. Tenían que verse al viernes siguiente y eso era lo que debería haber hecho, porque, además, necesitaba todo ese tiempo, cada minuto de él, para recuperarse de aquel beso.

El problema era que no había sido un beso normal. Por eso estaba allí, con ella, haciendo las compras de Navidad mucho antes de lo que nunca las hacía. Pero por otra parte sabía que en el trato no entraba que la invitara a cenar o al cine. Además, seguramente en ambos casos acabaría besándola de nuevo; y se conocía lo suficiente como para saber que no podría soportar otro beso sin exigirle a ella algo más.

Así que necesitaba atenerse a las reglas del principio.

– Tu familia -dijo Hope-. Que me expliques algo de ellos.

– Ah -contestó él, volviendo a la realidad-. Mamá es -hizo un gesto con las manos para indicar que había engordado con la edad-. Betsy es muy delgada y Kris está empezando a parecerse mucho a mi madre.

– ¿El color de pelo?

– Gris, rubio y rubio.

– ¿Ojos?

– Marrones, azules y azules.

– ¿Igual que los tuyos?

Sam, que había estado admirando su boca y estaba sintiendo la típica reacción hormonal, se preguntó si sería capaz de ser admitido como socio de su empresa sin pensar todo el tiempo en el trabajo. Sí, quizá debería tomarse de vez en cuando un respiro y ella podía tomárselo junto a él. Pero sabía que eso no entraba en los planes de Hope.

Se aclaró la garganta y miró hacia una pila de jerséis de cuello alto.

– Sí, todos los hijos tenemos el color de ojos de nuestro padre.

– De acuerdo, entonces veamos qué hay por aquí.

Las pequeñas manos de Hope rebuscaron entre los estantes. Sus ojos verdes miraron hacia los diferentes maniquís.

– ¿Qué te parece este para tu madre?

Hope le mostró un jersey rojo y Sam se dio cuenta en seguida de que su madre estaría muy guapa con aquel color. No se quitaría el jersey en todas las navidades.

– Buena elección. Me lo llevo.

– Ahora Betsy.

Entonces se fue y apareció con un jersey azul, ni muy claro ni muy oscuro, sin mangas y con una rebeca a juego.

– Este también. Y solo falta uno.

– Kris.

Hope tenía memoria para los nombres.

– Queremos algo que la haga más delgada, pero que no la obligue a adelgazar.

– Yo jamás…

– Claro que no. No haría falta. Se lo dirá ella misma -Hope se precipitó a otro de los estantes-. ¿Qué te parece este? A mí me parece propio de una rubia explosiva.

Al decirlo, se lo puso por encima.

Sam pensó que debía de costar unos trescientos dólares, pero tenía que admitir que había sido una buena elección para Kris. Era negro y no de cuello alto exactamente, pero tampoco bajo.

– Sí, creo que le gustará.

– Como lleva estos triángulos, le hará más delgada. Vale, ¿y ahora cuál es el próximo?

– Bueno, nos quedan mis dos abuelas.

– ¿Batas, quizá? ¿O algo menos tópico? Podríamos ir a…

– Me gusta esta tienda.

– ¿No deberíamos variar?

– No, quizá encontremos aquí un chal. Me gusta este departamento. No hay mucha gente.

– ¿Los puedo ayudar en algo? -se acercó a ellos en ese momento una dependienta.

– Sí, nos vamos a llevar estos jerséis.

– Y quizá algún chal.

– Oh, los tenemos muy bonitos. Vengan por aquí.

– Echaremos un vistazo mientras nos envuelve esto para regalo -contestó Hope a la chica.

Solo tardó tres minutos en convencer a Sam que regalar un chal a una mujer la hacía sentirse vieja. Porque solo solían regalarse a las ancianas. Sin embargo, una chaqueta de mohair rejuvenecería a sus abuelas.

– ¿Quién más te queda? -preguntó ella.

– Mi señora de la limpieza y mi secretaria.

– ¿Quieres que vayamos al departamento de joyería o al de guantes?

– De acuerdo.

Enseguida, compraron un pañuelo para la secretaria y un par de guantes calentitos para la mujer de la limpieza, y salieron de la tienda cargados de paquetes grises con cintas rojas.

– ¿Por qué has querido entrar en F.A.O. Schwartz? -preguntó Hope, agarrando con ambas manos su café irlandés.

– Te merecías una recompensa por sacarme de Saks tan pronto. Y F.A.O. Schwartz ha sido tu recompensa.

– ¡Ja! Lo que pasa es que querías jugar a los videojuegos.

– Gané -la miró por encima de su copa de Martini y esbozó una sonrisa-. Gracias por acompañarme. ¿Crees que a los niños les gustará lo que les he comprado?

– ¿Cómo no va a gustarles? Son chicos, ¿no?

– Los cuatro.

– ¿Cuántos años tienen?

– Doce, once, diez y nueve. Kris y Betsy se casaron y tuvieron sus hijos siendo muy jóvenes.

Hope examinó la expresión de la cara de Hope. Por un momento, le pareció que estaba triste.

– ¿Por qué no hiciste tú lo mismo? -le preguntó Hope.

– Alguien de la familia tenía que tener un poco de ambición. Todos los demás tienen la filosofía de «lo que necesitas es amor».

– Algunas veces me pregunto…

Pero no terminó la frase. Algunas veces se preguntaba si aquello era la felicidad, simplemente amar y ser amado.

Su madre lo había sacrificado todo por el amor. Había dejado todo al casarse con aquel piloto romántico y guapo que llegaría a ser el padre de Hope y sus hermanas. Incluso había sacrificado su vida para estar con él el día en que la pasión de esquiar de su padre se los llevó para siempre.

Pero también había amado a sus hijas. No las dejó a su familia, sino a su amiga de la infancia, a Maggie Summer y a su marido Hank. Aunque Maggie y Hank comentaban a veces que hacía falta algo más que amor para llevar una vida plena, era el amor lo que gobernaba su casa.

Faith y Charity querían conseguir ambas cosas, el éxito profesional y el amor, mientras que ella sentía que el amor solo podías tenerlo después de conseguir el éxito profesional. Pero ya no estaba tan segura de ello.

Con el café irlandés, y quizá algo más, le estaba entrando un calor muy agradable por todo el cuerpo. Se recostó en el cómodo sillón de cuero negro y contempló el salón de madera. Fuera, la nieve caía con furia, cubriendo las ramas de los árboles y reflejando las luces de los coches y las farolas. ¿No era una manera preciosa de pasar una tarde ventosa de invierno, viendo caer la nieve y pensando en el amor?

Sintió que se ponía colorada y tuvo mucho cuidado de no mirar a Sam al hacer la pregunta de nuevo.

– ¿Qué será lo que hace que personas como tú y como yo pongamos el amor por detrás de la ambición?

– Para mí es por el poder que lleva consigo -su rostro se ensombreció-. Y lo que pasa cuando no lo tienes. La gente puede que te respete como persona, pero en una pelea, estás indefenso.

Lo dijo con amargura y como si se sorprendiera por dejar que la conversación hubiera ido a parar a temas personales. Su rostro pareció sufrir varios cambios antes de que el hombre que llevaba dentro se ocultara de nuevo.

– ¡Vaya! Es más cansado ir de compras que jugar al squash.

– ¿Juegas al squash?

– Es con lo que haces más ejercicio en menos tiempo.

Hope recibió con agrado el giro de la conversación. Estaba intrigada por la expresión que había visto en Sam momentos antes, pero se alegraba de poder olvidarse de sus dudas acerca del amor.

En poco tiempo, le empezaría a contar la triste historia de su familia, que había pasado de la prosperidad a la mera subsistencia. No era por el Martini, no tenía que buscar culpables. Era la sensación de agradable familiaridad que sentía con Hope, casi desde el momento en que la había conocido.

Era agradable hablar con ella. Aunque complicado en otros aspectos.

Sabía que no podía dejarse llevar por su sonrisa cálida, por sus ocasionales rubores, o por el modo en que lo había besado como si lo deseara con la misma desesperación que él la deseaba a ella.

Era imposible que lo deseara con el ardor que él la deseaba a ella. Nadie podía desear a nadie tanto como él a ella. ¡Dios! ¿Desde hacía cuánto? Había sido idiota por mostrarse tan frágil delante de aquella mujer.

Era peligroso intimar con ella. Había cosas que no quería tener que explicarle. Como por ejemplo por qué tenía un apartamento tan barato. Él ganaba bastante dinero y no quería que ella supiera que solo lo gastaba en las cosas que necesitaba para triunfar profesionalmente. Había demasiadas cosas que tenía que hacer todavía antes de relajarse y admitir que era un hombre rico.

No tenía intención de quedar atrapado, como le había ocurrido a su padre cuando la cosecha le falló y volvió a fallarle una y otra vez hasta que no tuvo nada. Su padre había terminado trabajando en un taller de reparación de tractores. A veces, escuchaba la voz de su madre diciendo: «pero seguimos teniéndonos el uno al otro y eso es lo que importa». Era lo que decía cada vez que no podían comprar o pagar algo.

Como, por ejemplo, la universidad de los hijos. Sus hermanas se habían puesto a trabajar nada más terminar el instituto. Se habían casado con chicos de allí siendo muy jovencitas y antes de aprender nada del mundo. El se había arriesgado a ser diferente. Había trabajado mucho para llegar donde estaba y estaba muy cerca de conseguir sus fines.

La directiva de su empresa haría una reunión antes de Navidad para hacer el recuento de gastos y beneficios. Entonces distribuirían las ganancias y decidirían si admitir nuevos socios. Entonces él sabría cuál sería su nuevo lugar dentro de la empresa.

Pero para conseguir su objetivo, sabía que tendría que ver con menos frecuencia a Hope. No se inventaría ninguna excusa para verla antes de la fiesta del viernes siguiente. Se atendría a lo que habían hablado sobre su relación.

Aunque había algo que no habían aclarado todavía. Y había llegado demasiado lejos como para seguir engañándose. Quería hacer el amor con Hope. Yeso no tenía nada que ver con el trato.

Pero quizá pudiera convencerla para que se acostaran juntos.

Llegó al edificio donde vivía, subió los tres pisos y abrió la puerta de su apartamento de una sola habitación. Dejó los regalos en la cama y se preguntó qué estaría haciendo Hope en ese momento.

Hope había esperado que le sugiriera ir a cenar después de las compras. Pero él ni siquiera había mencionado que se verían el viernes, cosa que le hizo sentir una mezcla de alivio y frustración.

Antes de encender la luz, había aprendido la lección, intuyó que seguramente habría algún nuevo cambio en el salón. Y efectivamente, en una sola tarde, un árbol había florecido en la esquina que había detrás del sofá.

Sus hojas pequeñas y delicadas proyectaban sombras sobre el techo y el sofá, haciendo casi desaparecer las luces que se veían allá abajo en la ciudad. Era como un refugio que la protegiera del bullicio, acurrucándola entre sus ramas.

Dejó el paquete que llevaba con un movimiento brusco.

«Por Dios, si es solo un árbol», se dijo. Maybelle había vuelto a sorprenderla.

– No vamos a conseguir un acuerdo en el caso Palmer -Sam se echó hacia atrás-. Hay demasiados intereses en juego. Y más desde que los medios de comunicación se han interesado por este asunto.

Phil asintió.

– Por otra parte, no es difícil ponerse en el punto de vista de Magnolia Heights. El sistema de aguas no funciona, hay goteras por todas partes, moho…

– Pero estamos convencidos de que Palmer no es el responsable -comentó Sam.

– Nosotros representamos a Cañerías Palmer -Phil lo miró con expresión seria-. Así que nos atenernos a las pruebas que ellos nos han dado.

– Me doy cuenta de ello.

Phil suspiró.

– La verdad es que nuestros expertos revisaron las cañerías y son exactamente como Palmer dice.

– Número 12867 -dijo Sam con tono casi maternal.

– La razón por la que te he llamado -continuó Phil-, es que la directiva quiere que tú lleves el caso en los tribunales.

– Gracias, Phil, es un honor.

– Eso dice mucho de lo que la empresa opina de ti.

No se necesitaba ser más claro. Le estaba diciendo que le daban el caso a Sam porque estaban considerando seriamente la posibilidad de ofrecerle entrar en la sociedad. Así que Palmer sería el puente hacia su futuro. Si ganaba el caso, podría quizá proponerle a Hope llevar el trato entre ambos a otros niveles.

– También tienes el voto de Charlene -añadió Phil-; dice que has pasado la prueba.

– ¿La prueba?

– Yo tampoco sé a qué se refiere. Lo único que sé es que cualquier examen que haga Charlene es difícil de aprobar.

– Bueno, me siento muy halagado -dijo Sam, mirando hacia abajo.

– La impresionó Hope Summer. ¿Sigues saliendo con ella?

– Sí. Nos vemos con bastante frecuencia.

Phil lo miró con expresión paternal.

– Benton, que ha sido quien te ha propuesto a ti para llevar el caso a los tribunales, me dijo que Hope está a punto de conseguir el puesto de vicepresidenta. Vamos a ser como una familia.

Era el momento de confesar a Phil que la relación que tenía con Hope no era la que todos pensaban. Pero pensó en ella. Recordó su pelo y sus ojos, su cuerpo delgado y su elegancia. También se acordó de la pasión inesperada con que había respondido a su beso.

Y sobre todo, pensó en la energía vital que emanaba siempre de ella. Sería una mujer estupenda con la que convivir. Lo único que tenía que hacer era convencerla de que lo único que necesitaba era… esperarlo en casa.

No, eso sería mucho pedir. Tendrían que pensar algo…

– Es demasiado pronto para decir nada -se levantó y sonrió a Phil-. Pero si nos comprometemos, serás el primero en saberlo. Y gracias otra vez, Phil, estoy muy contento de que me hayáis dado el caso. Me pondré enseguida a trabajar en él.

– No me he olvidado de ti, cielo -la voz chillona de Maybelle sonó rara en el silencio de su despacho, donde Hope estaba observando preocupada su portátil prestado.

– Ya lo sé -contestó, apartando la mirada de la pantalla-. Yo también he estado muy ocupada. Por cierto, esperaba una factura tuya.

– No te preocupes, hay tiempo. Soy un poco lenta para el tema del dinero. A mis clientes no parece importarles.

– Estoy segura de que no -a pesar de que estaba preocupada, no pudo evitar sonreír-. El árbol es muy bonito.

– Me alegro de que te guste. De hecho, llamo para decirte que te llevaré algunas cosas más esta semana. ¿No pasa nada si entro y salgo con libertad?

– Claro, se lo diré al portero -aseguró Hope, que había dejado de temer que le robara.

– Nos llevamos mucho mejor desde que les dije que les decoraría un pequeño saloncito de café en el sótano -explicó Maybelle-. Estos días fríos… viene bien un poco de café caliente en las horas libres.

Hope se quedó mirando al teléfono cuando Maybelle cortó la comunicación. Se preguntaba si la mujer dormiría, comería o haría algo aparte de organizar las vidas de los demás y tomar café.

Pero entonces volvió a mirar a la pantalla, donde estaban los mensajes que Benton no había leído.

La mitad de ellos eran de Cwall y de alguien de la empresa de fontanería que solo se identificaba por un número y el nombre de la empresa.

Como tenía bastantes dudas al respecto, no había vuelto a abrir ningún mensaje de Benton, pero no podía evitar extrañarse de la gran cantidad de mensajes entre Benton y el rival de Sam, Cap Waldstrum. Y también era muy extraño que le escribiera tan a menudo alguien de la empresa de fontanería que había instalado las cañerías en Magnolia Heights.

Estaba segura de que serían mensajes relacionados con el caso. Lo que la extrañaba era por qué tendría Benton un lugar donde reunirse con la persona que se identificaba como Cwal.

Hope se mordió el labio preocupada. Pero de repente se acordó de algo que la animó inmediatamente. Esa noche vería a Sam.

Aquella semana había transcurrido muy lentamente.

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