Capítulo 8

A Hope no la despertó la luz que llenaba la habitación, sino un grito grave de dolor y una serie de maldiciones.

– Las cortinas, las cortinas -decía Sam.

Debía de estar soñando con un cliente o suplicándole que las corriera. Pero no podía obedecerle, porque no había.

– ¿Quieres un antifaz?

Él, que estaba tumbado boca arriba, se volvió hacia ella y entreabrió los ojos y la miró de reojo sin comprender.

– Sí, como los que te dan en los aviones para que puedas dormir -añadió Hope.

– Oh, no, gracias. Ya me estoy acostumbrando -contestó él, abriendo los ojos del todo.

– Debe de ser tarde -dijo Hope, poniéndose también boca arriba.

– Supongo que las ocho más o menos.

– Yo nunca duermo hasta tan tarde. Si lo hiciera, necesitaría cortinas -aseguró Hope.

En el techo se formaban dibujos siempre distintos, con la luz del sol que incidía en los carámbanos de las ventanas. El efecto era precioso.

– Yo también madrugo. En julio incluso suelo levantarme a las cuatro, que es la hora a la que sale el sol.

– Igual que yo -dijo Hope.

En ese momento, sonó el teléfono. Pero Hope no se movió.

– ¿No vas a contestar? -quiso saber él.

– No.

– ¿No quieres saber quién es?

– Sé quién es. Y debe de ser más tarde de las ocho.

– ¿Por qué los sabes?

– Porque si aquí fueran las ocho, serían solo las cinco en California y las siete en Chicago.

– ¿Y?

Al poco de que el teléfono dejara de sonar, empezó a oírse la voz de Charity, grabándose en el contestador. Hope pensó que, después de haber pasado la mejor noche de toda su vida, lo último que quería era ponerse a charlar con sus hermanas.

Sam se levantó entonces y, totalmente desnudo, se fue al baño.

– No te muevas -dijo ya desde la puerta-. Voy a cepillarme los dientes y vuelvo. Tenemos todavía algo que hacer antes de levantarnos.

– Espera un momento. Se suponía que esto iba a ser para relajarnos. No sabía que se trataba de un maratón.

A las dos de la tarde, Sam se sentó con determinación en la cama después de sacudir las migas del desayuno y de la comida.

– Ya sé qué vamos a hacer ahora.

– También lo sé yo -dijo Hope-. Irnos a trabajar.

– No, vamos a comprar un árbol de Navidad para tu apartamento.

– No necesito ningún árbol de Navidad -protestó ella-. Todo el espíritu navideño que puedo permitirme es pasar el día de Navidad con mi familia.

Sam ignoró su comentario.

– Tienes espacio de sobra para ponerlo.

– Está bien, pero tendrá que ser un árbol pequeño.

– Ya veremos -dijo él-. Dúchate tú primero. Mientras tanto, yo haré una lista de lo que necesitaremos. ¿O quizá sería mejor que nos ducháramos juntos e hiciéramos la lista después?

Ya estaba anocheciendo cuando Sam les dio una generosa propina a los dos hombres que habían llevado el paquete de nueve pies hasta el apartamento de Hope.

– Creo que yo también me merezco un billete -se quejó Hope, dejando bruscamente las bolsas que llevaba en el suelo.

– Ten cuidado con los adornos -dijo Sam mientras rasgaba el papel que cubría el árbol de Navidad-. Y ahora, ve a cambiarte para ayudarme a colocar el árbol en su base.

Hope fue a cambiarse, decidiendo que ya era hora de que él la viera con una de las sudaderas que solía llevar en casa. Quizá aquello disminuyera un poco la tensión sexual entre ellos y que había estado latente toda la tarde mientras discutían de las luces y los adornos para el árbol.

Al final, ella había impuesto su criterio. Había elegido bolas plateadas y oropel de varios colores. También había comprado dos docenas de rosas de terracota de color rojo.

Después de recogerse el pelo en una coleta, volvió al salón dispuesta a ayudar a Sam a colocar el árbol.

– Si muevo este a la izquierda -dijo Sam-, quedará demasiado pegado a ese otro.

– Pues entonces también tendremos que mover el otro.

– Entonces tendremos que mover todos.

– ¿Es que vamos a tener nuestra primera pelea? -preguntó Hope.

– Por supuesto que no. Pero tenemos que resolver esto entre los dos. Lo único que estamos haciendo es discutir las posibles soluciones. Y a mí se me acaba de ocurrir una bastante buena.

Sam bajó de la escalera y fue hacia ella. Al parecer, la sudadera no había tenido el efecto deseado. Pero como estaba un poco dolorida, decidió que lo mejor era tratar de esquivarlo.

– Eso no solucionará el problema. Además, si hubiéramos utilizado un triángulo para colocar las bolas, no estaríamos ahora metidos en este apuro.

– No estamos en ningún apuro. Es solo un árbol de Navidad -Sam se la quedó mirando unos instantes-. Está bien, lo haremos a tu manera.

– Muy bien, me encanta salirme con la mía.

– ¿De veras? -dijo él, acercándose un poco más.

Ella retrocedió.

– Sí -contestó ella, esquivándole y yendo a por el triángulo.

Cuando abrió el armario y vio que estaba lleno de contenedores etiquetados, soltó un suspiro.

El triángulo estaba en un contenedor donde podía leerse: Herramientas. Pero también había otros etiquetados como Utensilios de limpieza, o Catálogos, o Limpieza del calzado.

– ¿Ocurre algo? -le preguntó Sam, acercándose-. ¡Vaya, si parece una tienda!

– Obra de mi decoradora -le explicó Hope-. Es una amante del orden. Y ahora, vamos a colocar esos adornos.

Pero él no se movió.

– Todavía tienes algunos compartimentos vacíos. En este podrías meter los refrescos de cola.

– O la comida de gato.

– ¿Quieres un gato?

– Estoy pensándomelo.

– ¿Y esto de aquí? -preguntó él, señalando un contenedor, donde podía leerse: Tuberías-. ¿Tienes una colección de tuberías?

– Bueno, me ayuda tener ejemplos en casa. Ya sabes lo mucho que me gusta mi trabajo.

– Claro -dijo él-. ¿No tendrás una 12867 por aquí, verdad?

Ella lo miró con suspicacia, pero él parecía hablar en serio.

– Por supuesto que tengo una. Es la estrella de mi colección.

Él se quedó pensativo.

– Este armario es como una metáfora de tu vida.

– ¿Qué?

– No te hagas la sorda. Ya sabes a qué me refiero. ¿O es que no te gustaría que tu vida estuviera tan ordenada como este armario? Un armario donde todo tuviera su lugar y que pudieras cerrarlo a tu antojo.

A ella empezó a gustarle la idea.

– Sí, y con sitio para todo.

– Con un compartimento para la familia y otro para los amigos -Sam se colocó muy cerca-. Y otro para la pasión.

Ella se estremeció cuando él la abrazó.

– Otro para el amor, otro para el matrimonio y otro para los niños.

Hope lo miró fijamente a los ojos, pero la mirada de él era completamente inexpresiva.

– ¿Tú quieres esas cosas?

– Algún día. ¿Y tú?

– Algún día.

Él respiró hondo.

– Por cierto, no te he contado las novedades de la semana -dijo él-. El caso de Magnolia Heights va a ir a juicio. Y yo voy a encargarme de él.

Los ojos de ella se abrieron de par en par mientras el corazón comenzó a latirle con fuerza. En ese momento, se sintió muy orgullosa de Sam.

– Y Phil me ha insinuado que me harán socio.

– Oh, Sam -dijo, abrazándolo-, estoy muy contenta. Sé lo mucho que eso significa para ti. ¿Cuándo lo sabrás seguro?

– Los socios se reunirán el veintiuno de diciembre. Va a ser como una película de suspense -dijo él, sonriendo-. No sé si podré soportar la tensión.

– Por supuesto que podrás -le aseguró Hope-. Además, para entonces estarás trabajando tanto, que no pensarás en nada que no sea el caso.

«Incluida yo», pensó Hope, poniéndose triste de repente.

– Mañana empezaré a prepararlo. Pero hasta entonces, tenemos tiempo para decorar el árbol.

– Con este triángulo, ya verás como acabamos enseguida.

– Ya está todo, salvo la estrella de arriba.

– ¿Cómo he podido olvidarme de la estrella? -se preguntó Hope.

– Eso tiene fácil solución -le aseguró Sam-. Mañana tengo una comida de negocios en el centro. Así que te compraré una cuando vuelva al despacho. Por cierto, ¿qué hora es?

Hope consultó el reloj, dándose cuenta de que no lo había mirado desde… las siete menos cinco del día anterior. Desde ese momento, no había habido hora, ni ningún otro tipo de presión. Pero al día siguiente, lunes, ambos tendrían que volver al mundo real. De repente, se extrañó al sentir cierta inquietud ante esa idea, ya que siempre estaba deseosa de que llegara el lunes por la mañana.

– Son las siete -contestó ella-. ¿Tienes hambre? Anoche sobró mucha comida.

– Ahora dime la verdad -dijo él, agarrándole la barbilla.

– De acuerdo.

– Si quieres que me marche, solo tienes que decirlo.

– Bueno, no, yo…

– Te repito que seas sincera.

Ella lo miró a lo ojos.

– No, no quiero que te vayas, pero si tienes que trabajar, lo entenderé.

– Por supuesto que tengo que trabajar. Siempre tengo trabajo pendiente. Pero puedo aplazarlo.

Ella asintió.

– Pero tú también tienes cosas que hacer -añadió-. Hoy es domingo, así que te toca ponerte la mascarilla.

Y tenía que arreglarse el pelo y hacerse la manicura, se recordó, mirándose las uñas. Se había roto dos decorando el árbol y el resto no estaban tampoco en muy buen estado.

– También puede esperar.

– En ese caso, tengo que hacer un par de recados.

– Muy bien, yo…

Para Hope, Sam era la persona que más rápidamente se ponía en marcha. Fue a ponerse el abrigo y la bufanda.

– Tú puedes ir sacando las sobras. Estaré de vuelta en tres cuartos de hora. ¿Quieres que traiga algo?

– Sí, podías traerme una bola de goma espuma y pintura de esa que imita al oro.

– Muy bien -dijo él, abriendo la puerta y saliendo.

Cuarenta y cinco minutos. No tenía tiempo que perder. Fue a sacar los platos del lavavajillas y luego abrió la nevera en busca de las sobras de la noche anterior.

Seguidamente fue al baño y se arregló las uñas. Todavía con los algodones entre los dedos, fue a la habitación para llamar por teléfono.

– ¿Diga?

– Maybelle, soy yo. Hope.

– ¿Qué tal, cariño?

– Bien. Gracias por las flores. Son preciosas. Maybelle, me estaba preguntando si podrías venir el martes.

– Sí, claro. Pero, ¿estás segura de que te encuentras bien?

– Claro que sí -aseguró ella.

Pero lo cierto era que se sentía hecha un lío y lo más extraño era que de repente le hubiera apetecido llamar a Maybelle.

Entonces pensó en el armario lleno de compartimentos y llegó a la conclusión de que Maybelle no solo se dedicaba a decorar las casas. También se ocupaba de desenredar la vida de los demás.

– Bueno, pues nos vemos el martes entonces -se despidió de ella.

Después de colgar, Hope sacó las tuberías que tenía y las puso en una mesa para enseñárselas a Sam. Finalmente, se quitó la sudadera y los pantalones y se puso un vestido de terciopelo de color púrpura. No se había puesto ropa interior para darle una sorpresa a Sam.

Este llegó poco después y enseguida reparó en las cañerías. A continuación y sin decir nada, sacó la goma espuma y la pintura dorada.

– ¿Por qué me da la impresión de que esto va a convertirse en una estrella para el árbol?

Hope le sonrió.

Fue una desgracia que el teléfono sonara y peor aún que ella contestase.

– No puedes hacernos esto, Hope -protestó Faith.

– Hace horas que te llamamos y no nos has devuelto la llamada -añadió Charity.

– Telefoneamos a mamá y a papá para decirles que creíamos que estabas muerta -dijo Faith.

– No es cierto -dijo.

Hope se volvió hacia Sam e hizo un gesto de desesperación, diciéndole en voz baja que eran sus hermanas. Luego le hizo un gesto para que no hiciera ruido.

– Pero estuvimos a punto de hacerlo -le aseguró Charity.

Sam se acercó en ese momento y le llevó la copa de ponche para que bebiera un trago.

– ¿Quizá te llamamos en mal momento? -añadió Charity.

Sus hermanas parecían videntes. Porque no podían haber oído a Sam, a pesar de que él estaba detrás de ella y le estaba besando la nuca.

– Bueno, es mi noche para acicalarme. Ya hablaremos mañana.

Después de colgar, se quedó quieta mientras él la abrazaba.

– Se me ha ocurrido una idea -murmuró él.

Ella ya se imaginaba la idea.

– Parece que esta noche estás muy imaginativo -comentó ella-. ¿De qué se trata esta vez?

– Como esta noche te toca acicalarte -dijo, imitando su voz-, yo te ayudaré a hacerlo.

– Es una idea estupenda -dijo, volviéndose un poco hacia él-. ¿Y por dónde empezamos?

– Elige tú. Los dedos de los pies o de las manos.

– Suelo empezar dándome un baño de pies -dijo, besándolo en la barbilla.

Entonces él la tumbó en el sofá y se puso a sus pies.

– Sam, ¿qué estás haciendo? He dicho que tenía que ponerlos en remojo, no que…

Pero él le había quitado ya la zapatilla de terciopelo y se había metido el dedo gordo de un pie en la boca. Comenzó a lamérselo cuidadosamente mientras le acariciaba el resto del pie. Luego sus dedos subieron hasta la pantorrilla y ella comenzó a sentir que una llama corría por sus venas en dirección a su corazón.

Sam continuó con el resto de los dedos y ella creyó que iba a morirse de placer. Aunque enseguida empezó a necesitar más. Loca de deseo por él, estiró su otra pierna y comenzó a acariciar el sexo de él con el pie. La reacción de Sam no se hizo esperar y Hope notó enseguida su erección.

Cuando Sam soltó su pie, Hope pensó que ya se habría cansado de lamerle los dedos, pero entonces le agarró el otro pie, con el que lo estaba torturando de un modo tan placentero.

– Ahora toca el otro pie -aseguró Sam con voz ronca.

Y cuando comenzó a lamerle los dedos del segundo pie, ella acercó el primero a su sexo y él comenzó a moverse.

Hope sintió que el interior de sus muslos comenzaba a quemarlo de deseo y pensó que tenía que hacer algo para remediarlo.

– Creo que esto sería todavía más divertido si estuvieras desnudo -propuso ella.

– ¿Todavía más divertido? -consiguió decir él a duras penas.

– Te lo demostraré.

Hope se inclinó hacia delante y alcanzó el cinturón de él. Cuando comenzó a desabrochárselo, él soltó el pie de ella y la ayudó a desnudarlo.

Cuando lo ayudó a quitarse el jersey, a Sam se le quedó enganchado un brazo y ella aprovechó para ir rápidamente a la habitación.

Luego volvió y se sentó a horcajadas sobre él y lo ayudó a terminar de quitarse el jersey. Luego, levantándose la falda del vestido, dejó que su sexo se acercara al de él. Al notar que ella no llevaba nada debajo, él dejó escapar un gemido.

– ¿No te parece esto más divertido? -le susurró ella al oído. Luego le metió la lengua y él comenzó a moverse rítmicamente debajo de ella.

Hope notó que el fuego en su interior crecía más y más. Comenzó a darle pequeños besos por toda la cara mientras apretaba sus senos contra el pecho de él. Entonces Sam le agarró las nalgas desnudas y la apretó más contra él.

Ella se echó hacia atrás y agarró el preservativo que había ido a buscar antes a la habitación. Mientras se lo ponía, notó cómo se agitaba el miembro erecto de él contra su mano. Finalmente, se lo acercó a su propio sexo.

Ambos gimieron cuando sus cuerpos se unieron. Sam comenzó a quitarle el vestido con dedos temblorosos y después de sacárselo por la cabeza, apretó su pecho contra los senos desnudos. Hope, entonces notó cómo un remolino la iba elevando más y más.

Poco después, entre gritos y temblores, Hope alcanzó el clímax y, segundos después, él explotó dentro de ella.

Exhaustos, se dejaron caer sobre el sofá, donde se relajaron poco a poco sin soltarse.

– ¿Quieres que empecemos con las uñas de las manos? -le preguntó él después de unos instantes.

Ella soltó una carcajada.

– No.

– ¿O quieres que empecemos con tu pelo?

– No.

Ella se sentía tan relajada que lo único que podía pensar era en dormir. Sus ojos se fueron cerrando lentamente.

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