Capítulo 11

– ¿Por qué estás tan nerviosa? -preguntó Sam.

– Por nada.

Pero su voz sonó demasiado aguda y reaccionó a la pregunta como si efectivamente lo estuviera. Además, durante todo el trayecto hacia Upper Montclair había ido callada.

– No te preocupes por Cap, no te molestará. Le gustan las mujeres guapas, pero ha invertido demasiado con Muffy.

– Es una manera interesante de decirlo. Invertir.

– Lo entenderás cuando veas la casa y conozcas a Muffy, que es diseñadora de ropa. Sus dos hijos llevarán trajes de cien dólares para salir a saludarnos, antes de que la niñera los lleve a la cama. Pero todo eso lo verás si puedes encontrar una razón para salir del garaje… -le colocó una mano sobre la pierna, justo encima de la rodilla, sugiriendo que él si podía encontrar una razón para no salir de él-. Tienen un BMW, un Porsche y un Jeep para dar paseos por los alrededores.

– Parece una vida muy lujosa. ¿Cómo pueden permitírsela? -lo dijo en voz baja para que no se notara demasiado su nerviosismo.

– La empresa nos paga bien -contestó Sam, que se había hecho esa misma pregunta muchas veces-. Además la familia de Muffy tiene dinero y la de Cap también. Dudo de que ahorren mucho, pero tampoco creo que esté pagando créditos de la universidad.

Sam intuyó que a Hope le gustaría saber si él se estaba pagando alguno, pero era demasiado educada para preguntarlo. Decidió que no tenía por qué ocultarle una cosa así.

– Yo me sentí estupendamente cuando terminé de pagar el mío.

– ¿Pediste uno para pagarte la universidad? Hace falta mucho coraje.

– O estar desesperado -replicó, apretándola contra sí-. Cuando mi padre perdió la granja, se tuvo que poner a trabajar como mecánico. Mamá era muy buena administradora, pero siempre andábamos mal de dinero.

– Eso es muy duro. Ahora entiendo por qué tienes tantas ganas de triunfar.

– ¿Y tú? ¿Por qué lo haces?

– No lo sé muy bien. Me imagino que algunas personas somos así y ya está. Aunque recuerdo una época horrible, antes de que fuéramos adoptadas, en la que me tuve que encargar de mis hermanas. Charity era demasiado joven para ello y Faith demasiado desordenada. Yo tuve que hacerme cargo de todo y siempre he pensado que me tuvo que afectar de alguna manera.

Sam la apretó un poco más. Habría deseado preguntarle por aquella época horrible, pero en ese momento llegaron a su destino.

Hope se sentía aterrorizada ante la idea de ver a Cap Waldstrum. Imaginaba que el hombre iba a leerle el pensamiento solo con mirarla a los ojos. Por supuesto que ella no pensaba decir nada. En su casa no. Ni en ese momento.

Tal vez no lo dijera nunca. Podría guardar el secreto y seguir con su vida. Además, no tenía pruebas y solo eran sospechas. Aquellos sobres que Cap recibió en la biblioteca podían contener… ¿pero qué podían contener si no dinero? Uno no tiene reuniones secretas en una biblioteca para vender boletos de ayuda a obras de caridad. No, estaba muy claro. Cap estaba chantajeando a Palmer y a Stockwell.

La noche de insomnio que había previsto y el día siguiente no le habían ofrecido ninguna respuesta. Seguía sin saber qué hacer.

Por otro lado, Sam había metido a Cap en el equipo de litigio. ¿Y si Sam también estaba guardando un secreto para conseguir meterse en la sociedad?

Aunque la verdad era que no se estaba comportando como un hombre que tuviera un secreto imperdonable.

– Muffy, tan guapa como siempre -dijo, dando a la mujer un beso en la mejilla-. Hola, chicos, ¿qué os va a traer Santa Claus este año? Cap, ¿recuerdas a Hope?

– Ya te dije que no podría…

Cap se quedó mirándola unos segundos. El corazón de Hope comenzó a latir a toda velocidad. Era imposible que la hubiera visto la noche anterior en la biblioteca, se dijo.

– … olvidarla -terminó, sin dejar de mirarla fijamente.

– Hola de nuevo, Cap -contestó ella, sonriendo alegremente-. Muffy, me alegro mucho de conocerte. Y tus hijos… son adorables.

Muffy era una mujer pequeña, rubia y elegante. A Hope le gustó nada más verla y eso la hizo sentirse todavía peor respecto a lo que había descubierto de Cap.

– Oh, estaba impaciente por conocerte desde que Cap me habló de ti -respondió ella con entusiasmo-. La verdad es que al principio me disgusté un poco porque quería a Sam para mi hermana Cheryl -señaló a una mujer que estaba entre el grupo de invitados y que a pesar de ir elegantemente vestida, no brillaba como Muffy-. Pero ahora que te conozco… tendré que hacerme a la idea.

– Tu hermana es muy guapa -comenzó a decir Hope, pero Muffy continuó con su parloteo.

– ¿No es increíble que tú trabajes en Palmer, Sam en Brinkley y Cap haya estado trabajando para conseguir el acuerdo? -Su boca roja formó una mueca-. Está trabajando mucho. Hace semanas que no le vemos. Y todavía no han terminado.

– No te preocupes -aconsejó Sam-. Ganaremos el caso en los tribunales. Hope, quiero que conozcas a…

Sam la llevó hacia el grupo de invitados. Era una gran fiesta y la comida la llevaba una empresa de catering muy conocida de Manhattan. El árbol de Navidad de la sala era enorme y estaba colocado en el vestíbulo de la impresionante casa. Parecía haber sido diseñado por un profesional.

Hope pensó que en cada detalle se notaba la buena situación económica de la que gozaban. Todo era de un gusto exquisito y todo, incluyendo la fiesta, había costado una fortuna. Era evidente que Cap, a sus treinta y poco años, gozaba de una lujosa vida.

Hope se dio cuenta de que no sabía cómo vivía Sam. Aunque estaba segura de que así no. Ella tampoco. Pero Cap tenía que mantener una esposa y dos hijos con un salario similar. ¿De dónde salía aquello entonces? ¿Dinero de la familia? ¿De alguna herencia? Podía ser también que estuviera endeudado hasta las cejas.

Hope continuó pensando en Cap mientras saludaba sonriente a los amigos de Sam, como haría cualquier novia modelo.

– Ha sido una fiesta preciosa -dijo a Sam cuando volvieron a la limusina alquilada.

– Muffy se ha ocupado de todo -respondió Sam, pasándole el brazo por los hombros.

Ella no podía evitar apoyarse en él y acariciarle el pecho. Notaba su corazón palpitante y su respiración apresurada. Sam le rozó la frente con los labios y ella cerró los ojos.

Imaginó que eran una pareja que salía de una fiesta. Cuando llegaran a casa, ella prepararía el café para la mañana siguiente mientras él iba a ver a los niños, que la niñera había dormido horas antes.

Luego se meterían en la cama con sus ordenadores portátiles y sus agendas y varias horas después, cuando terminaran de atar los cabos de todo el día, si no estaban muy cansados harían el amor. Y sería maravilloso.

La niñera levantaría por la mañana a los niños. Los vestiría y les daría el desayuno porque mamá y papá, que habían ido el día anterior a una fiesta después del trabajo, tenían que ir otra vez a trabajar…

– ¿Cuándo vimos a los niños la última vez?

– ¿Qué? -preguntó Sam.

– Nada -musitó Hope, avergonzada-. Algo que me olvidé de hacer hoy en el despacho.

– Debe de ser importante.

La boca de Sam se deslizó por su pómulo hacia abajo.

Lo que Hope había olvidado era los nombres de los hijos que no tenían.

La boca de él encontró la suya en la oscuridad y la atrapó con pasión, brevemente porque no estaban solos. Pero fue suficiente para que un enorme calor invadiera a Hope. Esta notó la lengua de Sam como un dardo que llegó hasta su corazón con increíble velocidad. Su mano agarró con fuerza la chaqueta de Sam.

Este se apartó y Hope notó el calor de su cara. Imaginó su rubor y que estaría totalmente excitado y deseándola tanto como ella a él.

Sam apoyó la espalda en el asiento y colocó un brazo sobre el respaldo. La otra mano la puso sobre la rodilla de Hope, que tragó saliva y susurró su nombre en voz baja. Su voz adquirió un tono de aviso cuando notó que la mano le subía por el muslo. Cuando llegó a su meta, Hope dio un grito entrecortado y abrió mucho los ojos.

Sam la miró con la más inocente de las sonrisas.

– ¿Qué estás haciendo?

– Es un trayecto largo -contestó Sam, acercando los labios al oído de Hope-. Estoy tratando de entretenerte.

– ¿No puedes simplemente cantar? -respondió ella, dando un gemido y enterrando el rostro en su hombro-. ¿Qué pensará el conductor?

– Nada si tú dejas de moverte.

La diversión que había en la voz de Sam zumbó en su pelo mientras sus manos la tocaban a través de las medias y llegaban luego a sus braguitas de seda, sin dejar de acariciarla, de provocarla, de atormentarla…

Hope clavó los dientes en el abrigo de Sam, para amortiguar un gemido.

La mano de Sam fue de repente a su cintura y agarró la cinturilla de las braguitas.

– Si te recuestas un poco y te subes, te alisaré el abrigo por debajo -dijo Sam con voz alta y clara.

– Gracias, cariño -contestó Hope con voz entrecortada-. Eres muy amable…

Las medias y las braguitas las tenía en ese momento en las rodillas, pero todavía había sitio para la mano grande de Sam, para sus dedos suaves. Y cuando metió el dedo corazón dentro de Hope, ella se estremeció de placer.

– ¿Todavía no estás cómoda, cariño?

– No mucho.

Hope estaba muriéndose de placer y notaba cómo se abandonaba por momentos. No le importaba lo que ocurriera siempre que los dedos de él continuaran tocándola, acariciándola. Que el roce de los dedos de Sam siguiera siendo así de ligero sobre su botón rosado, tan hinchado y sensibilizado que parecía haberse hecho el amo de su cuerpo.

– Espera, vamos a intentar así -dijo Sam.

Y le pasó las manos por debajo de las nalgas desnudas mientras los espasmos comenzaron a mover su cuerpo de manera incontrolada. Hope enterró la cara de nuevo en su abrigo.

Sam continuó acariciándola durante unos minutos más hasta que llegó al clímax.

– Ya está. ¿Mejor? -preguntó Sam.

– Mucho mejor.

– Bien.

– Las medias me están cortando la circulación por debajo de las rodillas -explicó, unos minutos después, preguntándose por qué la risa de Sam le resultaba más excitante que cualquier poema.

Se había casi vestido cuando finalmente llegaron a su apartamento.

– ¿Quieres tomarte un café en casa? -preguntó, sugiriéndole con los ojos otras cosas que no tenían nada que ver con el café-. ¿Y luego pides un taxi para ir a casa? -añadió, pensando en el conductor.

– Buena idea.

Sam se portó bien hasta llegar al apartamento. Pero al llegar, arrinconó a Hope contra la puerta y la abrazó con ardor.

– La llave -susurró ella-. La llave…

Y entraron rápidamente. Se oyó el rumor del agua de la fuente, los sonidos del móvil. El árbol de Navidad brilló y lo mismo hizo el contestador automático. Pero a Hope solo le importaba Sam. Sus manos sobre su cuerpo, su boca en sus senos.

La fue desnudando, dejando en el suelo un camino de seda y encaje. Un camino que llegó hasta la habitación.

Se tumbaron abrazados sobre las sábanas de color claro, dando, recibiendo y amándose el uno al otro hasta que sus cuerpos se convirtieron en uno solo y comenzó la rueda lenta que los hizo olvidarse de sí mismos y volar juntos. Finalmente, volvieron a la realidad, que los recibió con brazos húmedos y cálidos.

Al despertarse, Hope estiró un brazo para agarrar a Sam, pero este no estaba. Oyó ruidos y se levantó a investigar.

Cruzó el salón y fue hacia el armario, que estaba encendido. Sam había recogido la ropa del suelo y la había doblado. La suya también estaba, o sea, que no podía haberse ido muy lejos. De hecho, lo más probable era que estuviera en el armario. ¿Pero por qué estaba allí?

Se asomó a la entrada y vio que estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Se había puesto la camisa y los calzones.

– No podías esperar a Santa Claus, ¿verdad?

– Es la cañería 12867, ¿verdad? -preguntó, alzando un trozo de material blanco.

– Es mi bebé.

– ¿Es lo que usáis para unir las piezas?

– Sí. Piezas rectas o en ángulo. Date cuenta de que la unión es un poco más gruesa que la cañería en sí. El doble… -hizo una pausa-. ¿Crees que la noche es la mejor hora para hacer un estudio de cañerías?

– Creía que para ti cualquier hora era buena -contestó, esbozando una sonrisa provocadora.

– Calla. ¿Por qué tanta curiosidad?

– Porque alguien tiene que descubrir qué es lo que está mal. Aquí tenemos esta famosa cañería y pierde agua.

– No pierde. Bueno, quiero decir que sí, pero no puede ser -de repente recordó su visita a Magnolia Heights-. El constructor no lo hizo bien -insistió.

– ¿Cómo se hacen las cañerías?

– ¡Oh, por el amor de Dios!

– Más o menos lo sé después de haber leído el informe. Pero pensé que quizá tú sabrías algo que no esté escrito.

Hope se protegió los pies desnudos con el albornoz.

– Primero hay que tener una especie de bolitas de cloruro de polivinilo, luego se ponen en un recipiente, donde se deshacen para formar una masa. La masa se pone en moldes, como si fueran gelatina, y al enfriarse la masa, se convierte en una cañería… y ya está.

– ¿Entonces qué hay de especial en esta cañería, en la 12867?

– Las bolitas están compuestas de algunas sustancias secretas. Los moldes también son especiales.

– Entonces podría haber un fallo en alguno de los componentes, o en las bolitas. O que se hubiera empleado una temperatura equivocada para deshacerlas. ¿No tengo razón?

– Todavía no me has tomado juramento.

– Ya te he dicho que estamos en el mismo lado. ¿Sabes algo que no me hayas dicho?

– ¿Respecto a la cañería? -respondió ella-. Por supuesto que no.

– Respecto a cualquier cosa.

Hope se quedó pensativa. Si le contaba lo de Benton, sabía que perdería toda opción de convertirse en vicepresidenta. Pero si se lo ocultaba, Sam terminaría enterándose de que le había mentido.

De pronto, la asaltó el pensamiento de que lo más importante para ella era no perder a Sam. Lo que le supuso un fuerte impacto. Sí, lo cierto era que estaba enamorada de él, a pesar de que no sabía cómo había ocurrido.

– Bueno, en realidad creo que hay algo que deberías saber.

Sam se quedó muy sorprendido después de escuchar la confesión de Hope. Aquello dejaba a Cap en una situación muy difícil.

– Yo misma hice algo indebido al leer el correo de Benton -le dijo-. Y supongo que me he metido en un buen lío. Ni siquiera tengo pruebas de lo que te he contado. Aunque eso sí, supongo que si Cap está recibiendo dinero, tendrá que haberlo depositado en algún sitio.

– Eso sería el fin de mi empresa -dijo Sam con la boca seca-. ¿Te parece si seguimos hablando en el salón?

Ella asintió y luego lo condujo hasta el sofá. Pero él no se sentó a su lado, sino en una de las butacas.

Sam no podía dejar de pensar en que sus planes de futuro podían verse frustrados. Si comenzaba a investigar y descubría que Cap era culpable, el prestigio de su empresa se vería afectado. Y él sería el responsable, no Cap.

Mientras permanecía pensativo, Hope estaba allí esperando a que dijera que estaba dispuesto a sacrificar su futuro con tal de esclarecer la verdad.

Hope se quedó en silencio, esperando a que Sam dijera algo, o a tener la oportunidad de decirle que lo amaba y que, juntos, podrían hacer frente a aquella situación.

Sabía que él estaba valorando las distintas posibilidades y estaba segura de que acabaría tomando la decisión correcta.

Pero en un momento dado, fue incapaz de soportar aquel silencio y fue a la cocina a preparar café. Desde allí, vio que la luz del contestador estaba parpadeando y fue a ponerlo en marcha.

– ¡Hola, cariño!

Pero no estaba de humor para escuchar en esos momentos a Maybelle. Así que pasó al siguiente mensaje.

– No creía que fueras el tipo de persona que va a las bibliotecas.

Se sobresaltó al reconocer la voz de Cap. También oyó que Sam soltaba un juramento desde el salón.

– No me habría fijado en ti de no haber llevado el mismo abrigo y bufanda que la mujer que vi en Magnolia Heights -continuó diciendo Cap-. Resulta que mi mujer tiene la misma bufanda.

Hope cerró los ojos.

– Pero esto es algo que podemos solucionar entre nosotros. No querrás meter en un lío a tu jefe, ¿verdad? E imagino que tampoco querrás causarle problemas a Sam, ¿no?

Cap soltó una carcajada.

– Que por cierto, probablemente estará en estos momentos contigo. Pero no importa, todos podemos beneficiarnos de esto. ¿Qué os parece si nos vemos mañana al mediodía en la biblioteca? Allí os espero.

– Creías que ibas a acabar con él y va a ser él quien acabe contigo -dijo Sam a sus espaldas.

– No lo permitiré -aseguró Hope, volviéndose hacia él-. Además, nada puede acabar contigo, salvo el no ser fiel a tus creencias.

– Sí, pero si acusas a tu jefe de estar pagando un chantaje, no llegarás a vicepresidenta -dijo Sam, enfadado-. Y si yo acuso a mi empresa de haber encubierto una prueba, no llegaré nunca a ser socio.

– Pero hay otras empresas -replicó ella, también enfadada-. Y además, no te estoy diciendo que demos una conferencia de prensa, sino que averigüemos la verdad. Luego hablaremos con nuestros respectivos jefes y veremos qué pasa.

– No debemos precipitarnos. Será mejor que vayamos a hablar con Cap para saber a qué atenernos.

– Ni hablar. Creo que estás pensando solo en ti mismo.

– Tú no sabes lo que significa para mí el entrar como socio de mi empresa -dijo él, dolido-. No puedes saberlo.

– Ni lo sabré. Ya no me interesa.

– Si es lo que quieres…

– Así es -dijo ella, mordiéndose el labio para contener las lágrimas-. Pero no te preocupes, no haré nada que amenace tu futuro.

Él fue entonces a recoger sus cosas y se marchó en silencio.

Hope pensó que no volvería a verlo y no estaba segura de si podría soportarlo.

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