– La señorita Yu Wing desea verla.
– Hágala entrar -le ordenó Hope al conserje.
Una vez más, contempló la vista que se veía desde la ventana del salón: Central Park, las luces del Upper East Side y las torres de cristal. Miró su cama, el mueble del televisor y los sofás… No sabía qué cambios podía hacer allí una decoradora, aunque tuviera la fama de Yu Wing.
Cuando sonó el timbre de la puerta, fue a abrir.
La mujer pequeña que esperaba en el vestíbulo tenía una enorme cabeza de pelo cano, un abrigo de piel que parecía hecho de varios perros afganos, y un sombrero de vaquero que llevaba en la mano con porte Victoriano.
Era evidente por qué llevaba el sombrero en la mano: nunca se lo había conseguido poner en la cabeza. Sin embargo, los ojos azules que la estaban observando desde un rostro pálido y de rasgos afilados demostraban una inteligencia que llamó la atención de Hope.
La indumentaria de la mujer se completaba con una camisa vaquera blanca, unos pantalones también vaqueros y unas botas de tacón alto.
– ¿Yu Wing? -preguntó Hope sin sonreír.
La mujer pasó delante de Hope hacia el salón.
– En realidad, me llamo Ewing, Maybelle Ewing, pero la gente espera que una experta en feng shui tenga un nombre oriental.
– ¿Feng shui?
– Claro. Soy decoradora de interiores y experta en Feng shui.
Hope estaba intentando traducir rápidamente el acento del oeste de Maybelle Ewing al neoyorquino.
– ¡Oh, cielos! -exclamó de repente Maybelle.
Por supuesto, la señorita Ewing había reparado en la vista, que era lo que explicaba el precio del apartamento. Todas las sillas estaban colocadas hacia la ventana y la cama también. No importaba cómo amueblaras el apartamento cuando tenías una vista así.
– En un lugar como este uno puede enfermar fácilmente -dijo Maybelle, poniéndole una mano sobre la frente-. ¿No tienes fiebre o problemas psicológicos?
– No. Escuche, Yu Wing, quiero decir que…
– Llámame Maybelle.
– Escucha, Maybelle, lo único que quiero es que el apartamento sea un poco más acogedor.
– Lo será, cariño, cuando empieces a vivir en él. Estoy segura de que odias incluso entrar en él, ¿me equivoco?
Hope se quedó mirándola.
– Bien, pues no hace falta que te preocupes más por eso, porque Maybelle va a solucionarlo.
– Pero necesito que me hagas un presupuesto antes. Quizá prefieras que te dé un anticipo.
– Da igual, todavía no hemos llegado a eso. Antes de nada, veamos lo que puedo hacer por doscientos dólares. ¿Te importa si hago algunas fotos?
– Claro, claro.
Entonces Hope pensó en la cabeza africana que le había costado el sueldo de un mes, en el gran recipiente de cristal, que también era una obra de arte carísima. Quizá a Maybelle no le importara quitar las dos cosas de en medio.
– Por favor, siéntate -la invitó para intentar calmar la rabia que empezaba a sentir-. ¿Quieres beber algo?
– Claro. Un café me sentaría bien ahora que se acerca la hora de dormir.
– ¿Descafeinado?
– No, lo prefiero normal.
Preparó un café hawaiano que tenía y se sirvió un vaso de agua para ella. Luego fue al salón y se encontró con que la decoradora estaba dando vueltas.
Se puso detrás de ella y pensó que era interesante ver cómo la gente daba vueltas antes de elegir uno de los sillones. Lo mismo le había pasado a Sam y a la mayoría de invitados que habían ido, como si buscaran el sitio más cómodo para disfrutar de la vista.
Justo en ese momento, sintió una sorprendente necesidad de hacer que Sam se sintiera cómodo. Pero no necesariamente por la vista. Algo desconocido sonó en su cabeza.
Se sentó rápidamente en uno de los sillones, colocándose en el borde.
– ¿Dónde has estudiado?
– Hice un curso por correspondencia -respondió Maybelle, dejando la taza de café sobre la mesa-. Ayúdame con esto.
La mujer estaba intentando arrastrar uno de los sillones. Hope cerró los ojos un instante y luego se apresuró a ayudarla para que no se rallara el suelo. ¡Un curso de decoración por correspondencia! Sus hermanas tenían razón. Sheila estaba loca y, si volvía a verla, cosa que intentaría evitar, la iba a estrangular.
– ¿De dónde nació tu interés por la decoración? -preguntó, dando gracias a Dios por no haber firmado nada todavía.
– Bueno, de la época en que vivía en el rancho de mi marido en Texas. En el racho donde él vivió siempre hasta que murió.
– Oh, lo siento.
– No te preocupes. Era él o el toro, y el animal tenía mucha más personalidad. Era más listo, a su manera.
Hope no dijo nada, solo miró el teléfono y calculó el tiempo que tardaría en llamar a la policía. Estaba a punto de agarrar el auricular, cuando alguien llamó.
– ¿Hope? Soy Sam.
– ¿Sam? -Hizo una pausa y notó el latido de su corazón-. Habíamos quedado en que hablaríamos la semana que viene. Creo que lo apunté así en mi agenda. Mi decoradora está en estos momentos aquí, así que…
– Solo será un momento. Es una emergencia.
Pero no parecía que se estuviera muriendo y Hope frunció el ceño.
– ¿Qué tipo de emergencia? -quiso saber.
– El jefe de mi empresa organiza una cena mañana por la noche. Uno de los invitados ha fallecido esta tarde, pero la cena seguirá adelante. El problema es que hay dos espacios vacíos porque, claro está, la viuda no está de humor y la cena era para dieciséis, a doscientos cincuenta dólares el cubierto, ¿me sigues?
– Más o menos. Que la empresa de catering os va a cobrar, de todas maneras, dieciséis cubiertos. Y a ti, como miembro más joven de la empresa, te toca llenar esos dos espacios.
– Veo que estás familiarizada con ese sistema.
– Bastante.
Esa era una de las razones por las que ella podría necesitar a Sam o, mejor dicho, a alguien que no mencionara el sexo en la primera entrevista.
Tenía que admitir que le gustaría que ese hombre, el que no mencionara el sexo el primer día, tuviera la voz de Sam, profunda y grave.
Maybelle ya no estaba sentada en el sillón. Hope se giró sin soltar el teléfono y se fijó en que estaba en el dormitorio.
– ¿Llenarás uno de esos espacios?
– ¿Cómo? Oh, ¿es muy importante para ti?
– Realmente importante. La mujer del jefe va detrás de mí.
– ¿La anfitriona?
Maybelle en ese momento estaba en la cocina, mirando las paredes.
– Hasta ahora solo me ha hecho señas con las cejas o pasándose la lengua por los labios. Pero esas familias ricas de Connecticut tienen casas de juego, conservatorios, agencias de mayordomos… Imagina lo que puede ocurrir si le digo que sí. O imagina lo que puede pasar si le digo que no.
– Cualquiera de las dos cosas sería fatal. Para ti, quiero decir, no para ella. Quiero decir… -se alegraba de que no pudiera verle las mejillas.
Pero Maybelle sí podía y lanzó a Hope una mirada bastante expresiva antes de meterse en el cuarto el baño.
– ¿Vendrás? ¿Serás mi guardaespaldas?
– De acuerdo, te ayudaré. Será una prueba.
– Llámame mañana a las cinco.
– ¿A las cinco? -preguntó, recordando que la mayor parte del trabajo la hacía a partir de esa hora.
– Los viernes hay mucho tráfico y Connecticut está lejos. La cena empieza a las siete. No podemos llegar tarde.
– De acuerdo. Recógeme en mi despacho.
Hope le dio las señas y se despidieron.
Al colgar el teléfono, pensó que sería un alivio saber que al día siguiente llegaría más tarde a casa. ¿Qué le ocurriría a su apartamento que no quería estar nunca allí?
– Siento la interrupción. Veamos, estábamos hablando del toro…
– Ah, sí. Me aburrí mucho aquel primer invierno después de que él muriera. No tenía a nadie con quien pelear y solo había tres canales de televisión. Pero una mañana, viendo ese programa de aritmética que se llamaba «Geometría».
Hope abrió los ojos de par en par.
– ¿Conoces esos cursos universitarios que dan por la tele? Da igual, justo después anunciaban unos cursos por correspondencia de la Universidad de Texas y yo pedí un catálogo. ¡La cantidad de basura que puedes aprender sin salir de un rancho!
– Así que te apuntaste para un curso de Geometría.
– De cálculo. Ya había hecho el de geometría y te aconsejaban que siguieras con el de Cálculo.
– Ya.
– Luego hice un curso de Literatura.
– ¿Literatura contemporánea americana?
– No, medieval. ¿Conoces los Cuentos de Canterbury? La verdad es que me gustaron mucho. Y luego me dije, chica, tus manos se aburren más que tu cabeza. Y era verdad, porque el trabajo de fuera lo hacían los empleados y el de la casa, sus mujeres. Así que decidí hacer un curso de Peluquería.
– ¿Un curso de Peluquería por correspondencia? -preguntó Hope, cada vez más decepcionada.
– Sí. Bueno, eso fue frustrante porque solo podía practicar con las ovejas. Las mujeres de los trabajadores del rancho no me dejaban que me acercara con las tijeras. Pero aprendí a arreglarme yo misma el pelo -dijo animadamente-. Y de ese modo, me ahorro bastante dinero, te lo aseguro.
– Ya lo veo -murmuró Hope, mirando su larga cabellera blanca-. ¿Cuánto tiempo tardaste en terminar todos aquellos cursos?
– ¡Casi seis meses! Eran muy difíciles -de repente, miró hacia el otro lado del salón y se volvió hacia Hope-. Cariño, ¿tienes un espejo extra para ponerlo en aquella pared?
– ¿Un espejo? La verdad es que no.
– No importa. Te traeré uno mañana. Pero no quería estar sin hacer nada -continuó-, y me puse a hacer cerámica. Un viejo amigo me trajo un horno con su camión y me puse a hacer platos hasta que las mujeres se empezaron a quejar del polvo. Luego hice jardinería, pero en Texas solo se pueden plantar cactus. Por cierto, aquí se podría poner alguna planta.
Hope se preguntó si Maybelle estaría tratando de hipnotizarla. Esa era la conversación más extraña, o por lo menos original, que había tenido en años. Y no tenía que hablar, solo escuchar la voz chirriante de Maybelle que quedaba tan bien con su aspecto de gallina. Podía oír a Maybelle y pensar en Sam Sharkey. Al día siguiente, saldría con él. Pero no se trataba de ninguna cita, solo iba a acompañarlo para protegerlo de la esposa de su jefe.
– … Feng shui -estaba diciendo en esos momentos Maybelle.
Hope trató de concentrarse en la conversación.
– Y me dije, ¿qué demonios es eso? ¿Y sabes qué descubrí? Que si hubiera sabido todas esas cosas antes, Hadley y yo nos habríamos llevado mucho mejor.
– ¿Cómo?
No fue una pregunta, sino un murmullo educado. ¿Cómo podía alguien llevarse bien con aquella mujer? Estaba claro que el pobre hombre debía de estar desesperado para ponerse a luchar con un toro.
– Eso es lo que te voy a enseñar, querida -la mujer se levantó e hizo girar su sombrero sobre un dedo-. ¿Puedo trabajar libremente aquí durante un par de semanas?
– Insisto en que antes de nada…
– Un presupuesto -Maybelle dio un suspiro-. Lo digo en serio, si vosotros, los ejecutivos, pudierais olvidaros por un momento del dinero…
La mujer fue hacia la puerta y Hope la siguió de cerca.
– …y también necesito más referencias -añadió Hope con voz firme-. ¿Fue el curso por correspondencia el final de tu educación profesional?
– ¡En absoluto! Me pasé dos años en China y Japón aprendiendo todo tipo de cosas y vine aquí a que me convalidaran el título para que vosotros lo entendierais. Tengo el título de la escuela de decoración Parson. Así que no te preocupes por mis referencias.
– Bueno, de acuerdo. Aquí tienes una llave.
Hope lo dijo sin darse cuenta. Aunque se prometió llamar al día siguiente, a primera hora, a su compañía de seguros. También llamaría a un experto en arte para que le dijeran el valor actual de la cabeza africana y del recipiente de cristal, ya que tenía intención de asegurarlos. Y cuando toda aquella locura terminara, contrataría a una empresa de Manhattan.
Y no volvería a ver nunca más a Sheila.
Y al día siguiente, iba a salir con Sam Sharkey.
Al pensarlo, sintió un escalofrío por toda la espalda.
Sam solo sabía que tenía que verse con una mujer castaña de ojos verdes. Salió del lujoso Lincoln que había alquilado para aquella noche y buscó entre la multitud que salía del edificio. Entonces se acercó a la limusina una mujer que le hizo un gesto. Era guapa, desde luego.
– ¿Hope?
– ¿Llego tarde?
– Justo a tiempo.
Lo primero que descubrió fue que su cara no era verde. Claro que él no había esperado que lo fuera. Pero no estaba preparado para aquel rostro de piel pálida que resaltaba aún más sus labios brillantes y sensuales, ni para las espesas pestañas que enmarcaban sus bonitos ojos. En cuanto al cabello, ¿por qué había creído que era castaño? Claro, debía estar mojado. Esa mujer tenía un pelo de color cobrizo.
Quizá se lo hubiera teñido.
Bajo una capa suave y gruesa, llevaba un esmoquin, como él. Pero la única similitud eran las solapas de seda. El de ella se componía de una falda corta y de un top de encaje negro de escote bajo, en lugar de la camisa blanca y la pajarita. Y la chaqueta se ceñía a la cintura de un modo que casi le hizo olvidar la razón por la que estaba allí.
Por un instante, Sam se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
Se subió al coche el primero y dejó que fuera el chófer quien ayudara a Hope a subir. Ya dentro, la ayudó a quitarse la capa, que, por el tacto, era de cachemir. Entonces se fijó en las largas piernas de ella, cubiertas por medias de seda.
Lo siguiente en lo que se fijó fue en el top.
– Espero que no te importe -se disculpó Hope, mostrando un ordenador portátil, que se colocó a continuación sobre sus maravillosas rodillas-. Estaba haciendo algo importante cuando me di cuenta de que tenía que cambiarme.
– No te… preocupes. Yo también he traído trabajo.
De repente, Sam se quedó embelesado con su perfil. Con el pendiente enorme de color esmeralda sobre su preciosa oreja, detrás de la cual llevaba recogido un maravilloso mechón de pelo. También se fijó en sus manos de uñas largas y bien cuidadas, de un color melocotón que hacía juego con sus labios. Uñas que hacían sobre el teclado: tap-tap-tap…
Preguntándose si todo aquello no habría sido una mala idea, Sam se inclinó para agarrar su maletín.
Durante unos minutos, en el coche no se oyó nada, aparte de las teclas del ordenador y el ruido del maletín que Sam revisaba.
Hope sabía que era un maletín porque miraba con frecuencia en dirección a él, subiendo y bajando la vista para calcular la considerable altura de Sam. ¡Dios santo, qué guapo estaba con el esmoquin!
Ella se había puesto a trabajar en el ordenador para tener algo en qué concentrarse, aparte de él, pero no lo había conseguido. Además, no quería estropearse las uñas para dar una buena impresión a la mujer del jefe de Sam.
– ¿Cómo quieres que me comporte esta noche? -le preguntó en un momento dado.
– No lo sé. Como una novia, me imagino.
Pero ella llevaba sin salir con un hombre desde la universidad, creía, cuando había tenido un novio filósofo bastante pedante.
– Por ejemplo… puedo sonreírte y…
– Deberíamos usar palabras cariñosas -dijo Sam-. Ya me entiendes: «cariño, ¿me puedes pasar uno de esos adorables canapés de caviar?». Ese tipo de cosas.
– Me imagino que puedo decir ese tipo de cosas a mi manera -protestó ella, mirándolo de reojo.
– Como te sientas más cómoda.
¿Cómoda? Estaba incómoda ya, y eso que no había empezado a actuar…
– Por otra parte, no deberíamos fingir que llevamos mucho tiempo juntos -sugirió ella-. Es la primera vez que me ven y se supone que además, si hubieras tenido novia, se lo habrías comentado alguna vez.
Sam frunció el ceño.
– ¿No podemos hacer que ha sido un flechazo?
– ¿Por ejemplo que nos hemos visto cuatro… o cinco veces, pero que nos sentimos muy enamorados?
Sam asintió.
– Eso es. Los típicos comentarios de preocuparnos con cosas como si tienes frío o calor o si puedo hacer alguna cosa por ti… ya sabes.
– Muy bien -comentó ella-. Y también podemos fingir la típica mirada de admiración por algo que acabamos de descubrir del otro y que no sabíamos. Por ejemplo: «¿Sabes navegar? ¡Oh, qué maravilla, pero si adoro navegar!»
Sam asintió.
– Y yo te miraré como se miran los amantes, que parecen estar pensando lo guapa que es su novia y ponen cara de imbécil.
– Sí… como si estuvieras completamente enamorado de mí -dijo ella-, con la boca y los ojos muy abiertos -al decirlo, le hizo una demostración y sacó su labio inferior lascivamente.
Él se aclaró la garganta y ella confió en que no significara que se estaba resfriando.
– Creo que está todo claro.
– Siento haber interrumpido tu trabajo.
– No te preocupes.
Ella volvió a su ordenador y él a sus papeles.
– Charlene -Sam hizo un gesto con la cabeza-, Phil, os presento a Hope Summer.
– Siento el motivo por el que he sido invitada, pero os lo agradezco igualmente. Sam me ha hablado mucho de vosotros.
Sam la miró sorprendido por el acertado comentario.
– Nos alegramos mucho de que hayas podido venir después de avisarte con tan poco tiempo -contestó Charlene.
La mujer del jefe de Sam era una mujer voluptuosa que llevaba el vestido adecuado y que lo miraba con evidente deseo. Este fingía no darse cuenta, pero era difícil no fijarse en su explosivo cuerpo. ¿Se habría operado el pecho y se habría hecho una liposucción en las nalgas? Se lo preguntaría a Sam luego.
– Por favor, entrad -continuó Charlene-. Poneos cómodos. Sam, tú ya conoces a casi todo el mundo.
– Sí -añadió Phil-. Es un día triste para todos, pero sé que Thaddeus habría querido que siguiéramos con nuestro… ¡Harry! -exclamó, extendiendo su mano, perfectamente cuidada, hacia delante-. ¿Qué tal el golf?
Sam colocó una mano en el codo de Hope y la llevó hacia el magnífico salón. Un espacio de suelo de mármol y techo alto, con grandes ventanales. Al entrar, se encontraron con otro de los invitados.
– Cap, ¿te acuerdas de Hope?
– No, y estoy seguro de que me acordaría.
Al decirlo, su rival en el Departamento Corporativo miró al escote de Hope. Sam siguió su mirada y sus ojos se clavaron en los senos claros que asomaban bajo el encaje del vestido.
Sam soñó momentáneamente con dar un puñetazo a Cap en la mandíbula. Y no solo porque Cap hubiera sido invitado antes que él a aquella reunión, lo que era una mala señal.
– ¿Quieres una copa, cariño? -le preguntó a Hope.
– Prefiero un agua mineral con gas, amor -replicó ella, dirigiéndole la maravillosa sonrisa que Sam esperaba-. Con lima. Prefiero empezar suave -añadió, dirigiéndose a Cap mientras Sam ya se dirigía por las bebidas-, especialmente durante las vacaciones.
La zona de las bebidas estaba cerca y Sam volvió enseguida.
– … tuberías. Trabajo en tuberías -estaba diciendo justo en ese momento Hope.
– ¡En Palmer! -exclamó Cap, bastante asombrado-. Qué casualidad. Nuestra firma…
– Lo sabe -interrumpió Sam con brusquedad-. El mundo es pequeño, ¿eh?
– ¿Y cómo os conocisteis? -preguntó Cap, que parecía cada vez más interesado.
– Conocí a Sam a través de… -empezó Hope.
– Amigos mutuos -aseguró Sam-. Y por primera vez, nuestros amigos hicieron algo sensato -entonces Sam le dirigió a Hope la sonrisa idiota que habían practicado en el coche.
– Bueno, me alegro mucho de haberte conocido.
Y Cap, «la Serpiente», los dejó y se fue hacia el grupo de invitados para buscar a alguien más débil al que ofrecer su manzana. Sam, «el Tiburón», decidió dejarlo marchar indemne… por esa vez.
– Ya hemos tumbado a otro. ¿Quién será el próximo? -preguntó Hope, hablando en voz baja.
– Parece que Charlene se acerca para una segunda ronda.
– Sam, tú serás hoy mi pareja en la mesa. Tú amiga…
– Hope, Hope Summer -dijo Sam.
– Hope Summer se sentará entre Cap, ya lo has conocido, ¿verdad? -la mujer miró brevemente a Hope-, y Ed Benbow.
– ¿Vamos a cenar ya? -quiso saber Sam.
– Muy pronto, no seas impaciente -contestó ella, insinuándose-. Ed, ven a conocer a…
– Hope -dijo Hope.
– Summer -añadió Sam.
– Ha sido una ocasión triste la que nos ha traído aquí -dijo Ed.
Hope se volvió hacia Sam.
– Yo ni siquiera conocí a…
– Thaddeus -dijo Sam.
– Un buen hombre -murmuró Ed-. Muy simpático.
Sam le pasó una mano a Hope por detrás de los hombros.
Era importante, por supuesto, comportarse como si él y Hope fueran amantes. O por lo menos, como si estuvieran a punto de serlo. Pero cuando se apoyó en él, Sam notó el escalofrío de placer que recorrió el cuerpo de ella. Así que le entraron ganas de susurrarle al oído que en realidad sería una buena idea el hacerse amantes. Ese estremecimiento de Hope había despertado en él al monstruo dormido que llevaba dentro. Lo malo era que no estaba dentro de él, sino que estaba fuera y todo el mundo podía verlo.
– ¿Cuánto hace que conoces a nuestro querido Sam?
– Unas semanas -contestó Hope-. Lo suficiente para saber ya que el trabajo es lo más importante para él.
– Así es Sam -afirmó Ed.
Sam estaba moviendo la mano que tenía sobre los hombros de Hope de un modo natural cuando, de repente, sintió que le tiraban del otro brazo.
– Sam, quiero enseñarte mi nueva orquídea -le dijo Charlene, agarrándolo del codo-. Así dejaremos a Ed y a…
– Hope -repitió una vez más Sam, mirando a Hope con desesperación.
– Eso, Hope… tienes que darle la oportunidad de que haga nuevos amigos.
– Me encantaría ver la orquídea -dijo Hope con entusiasmo-. ¿Te apetece venir a ti también, Ed? ¿Te gustan las orquídeas?
– A mi mujer sí. ¡Tanya!
Una rubia explosiva que tenía la mitad de años que Ed dejó el grupo con el que estaba y se acercó a ellos.
– ¿Qué pasa, cariño? Hola -dijo, extendiendo la mano hacia Hope-. Soy Tanya Benbow. ¡Hola, Tiburón! ¿Qué es lo que sucede?
– Vamos a ver las orquídeas de Charlene -le explicó Ed-, y pensé que no querrías perdértelo.
El alegre grupo se dirigió al invernadero, conducidos por Charlene, quien había abandonado su comportamiento femenino y parecía ir marcando un paso militar.
Sam miró a Hope y le guiñó un ojo.