Capítulo 13

Sam estaba sentado frente al televisor, adormilado y totalmente agotado, cuando oyó que en la televisión empezaron a hablar de Magnolia Heights.

– … a la temperatura ambiente de hoy, siete grados Fahrenheit, el agua está formando una capa de hielo de aproximadamente tres o cuatro pulgadas alrededor de los tres edificios, creando unas condiciones horribles para…

Sam comenzó a vestirse rápidamente sin dejar de soltar maldiciones.

– … en estos momentos, ya no quedan reservas de agua para el edificio B. Los habitantes de los otros dos edificios han ofrecido…

Para entonces, Sam ya había terminado de vestirse.

– … no habrá mucha alegría navideña en Magnolia Heights este año, mientras los residentes tengan que…

De camino a la puerta, Sam recordó que su avión salía al día siguiente. Pero en esa situación, no podía irse a Nebraska. Así que decidió llamar a sus padres para decírselo.

– Papá, no puedo ir a casa mañana. Tengo problemas en el trabajo.

Su padre comenzó a protestar, pero enseguida se puso su madre.

– Hijo, haz lo que puedas por esa pobre gente de Magnolia Heights. Nos hemos enterado de todo por las noticias. Además, celebraremos la Navidad el veinticinco para los nietos, pero los mayores esperaremos hasta que puedas venir.

– Gracias mamá, pero no es necesario que me esperéis.

– Ya lo sé, pero queremos hacerlo.

Después de colgar, salió de su casa en dirección a Magnolia Heights.

Hope llegó a Nueva York a las cuatro de la mañana, sin haber dormido nada, y fue directamente a la dirección que le habían buscado sus hermanas. Habían localizado a un tal Samuel Sharkey en la Avenida B. Llamó al 4R.

Como no contestó nadie, pensó que seguramente estaría dormido. Así que decidió despertarlo y siguió llamando. No hubo respuesta. Estaba empezando a helarse cuando vio que llegaba un taxi y que Sam bajaba de él.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó nada más verla.

– Tengo que hablar contigo.

– ¿Aquí? -preguntó él.

– Sí, claro -gritó ella-. ¿Es que quieres que me hiele o qué?

– Oh, claro, perdona -Sam abrió la puerta.

Hope se fijó, nada más entrar, en lo modesto que era el apartamento. Y mientras Sam preparaba una cafetera, ella no pudo evitar hacer sus consideraciones. Era evidente, se dijo, lo importante que era para Sam convertirse en socio de su empresa. Solo así se explicaba que únicamente se gastara dinero en su imagen pública. Fue entonces cuando comprendió emocionada el verdadero sacrificio de Sam al renunciar a todo en pos de la justicia.

Después de haber puesto la cafetera al fuego, Sam se volvió hacia ella y comenzó a quitarle las botas. Luego, mientras la miraba fijamente a los ojos, comenzó a masajearle los pies.

– Vi lo de Magnolia Heights en la televisión y he venido lo antes posible -le explicó ella.

– Yo vengo ahora mismo de allí. Han desalojado los edificios para tratar de detener el escape. Pero… ¿tú no estabas en Chicago?

– Estaba, pero ahora estoy aquí y quiero contarte la idea que he tenido.

Una vez se la contó, Sam se la quedó mirando fijamente.

– Pero, ¿cómo vamos a conseguir todo eso en solo veinticuatro horas?

– Papá Noel lo hace en tan solo una noche -le recordó ella.

Era Nochebuena y se respiraba un aire festivo en Magnolia Heights. Entre Cañerías Palmer, Stockwell y la empresa constructora de Magnolia Heights, habían montado una pista de patinaje, habían comprado un enorme árbol de Navidad y habían instalado unos enormes altavoces a través de los que sonaban villancicos.

Brinkley Meyers había financiado también una serie de vendedores ambulantes que regalaban perritos calientes, chocolate y dulces.

También habían llegado montañas de regalos de donantes anónimos.

Por otra parte, Palmer y Stockwell habían anunciando que financiarían la reinstalación de las cañerías de Magnolia Heights.

Hope y Maybelle se acercaron donde Benton estaba dando una conferencia de prensa.

– Esta situación ha sido horrible para todas estas maravillosas personas -estaba diciendo Benton-. Así que tanto si la culpa es nuestra como si no, aceptamos nuestra responsabilidad y nos ocuparemos de arreglar lo que ha pasado.

– Oh, Dios, eso es estupendo -comentó Maybelle.

– Sí, no podría haber salido mejor -asintió Hope.

– Bueno, eso es exagerar. He estado en los otros edificios y esta gente tiene sus casas hechas un desastre.

– Es que no todo el mundo tiene dinero para decorarlas como es debido.

– No estoy hablando de dinero. Lo que sucede es que no respetan la armonía. Voy a organizar unos seminarios gratuitos de feng shui para esta gente.

– Es estupendo, Maybelle. Por cierto, ¿cuándo quieres que te pague la…?

– ¿La factura? -terminó la frase por ella-. Ya te la mandaré uno de estos días. Y ahora, adiós. ¡Felices fiestas!

Después de que Maybelle se fuera, Hope echó un vistazo a su alrededor buscando a Sam. Pero no había ni rastro de él.

Hope estaba sentada en el suelo, contemplando el árbol de Navidad. Debajo de él, estaba el regalo para Sam. Un jersey de cachemir del color de sus ojos.

El problema era que no estaba Sam para poder dárselo. De todos modos, sabía que lo suyo no habría salido bien.

Al día siguiente, volvería a Chicago para pasar unos días con su familia. A su regreso a Nueva York, tendría que comprarse un gato y conseguir un trabajo nuevo.

En ese momento, sonó el teléfono.

– Hola.

– ¿Sam? -dijo ella con voz temblorosa.

– ¿Estás ocupada?

– No, estoy delante del árbol de Navidad, contemplándolo.

– Bueno, es que tengo un regalo para ti y me gustaría dártelo.

– ¿Ah, sí? -preguntó Hope-. Pues yo tengo otro para ti.

– Entonces me pasaré por allí en… minuto y medio -aseguró él.

Cuando le abrió la puerta, Hope tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse en sus brazos. Lo que habría sido difícil, por otra parte, ya que él llevaba una jaula en la mano.

Por los maullidos era evidente de qué se trataba.

– Ahora verás -dijo él, destapando una de las jaulas.

Se trataba de un gatito precioso, de pelo largo y ojos azules.

– Oh, Sam, es muy bonita -dijo, agachándose para acariciar al animal.

– Bonito -la corrigió él-. Es un gato.

El animal echó a correr y se metió en el dormitorio.

– Me encanta, Sam. Muchas gracias -aseguró ella, abrazándolo y dándole un beso-. ¿Me has perdonado ya por no haber confiado en ti?

– Claro que sí. Además, tenías razón. Por un momento, me olvidé de mis prioridades. Es normal que te enfadaras conmigo -dijo él, llevándola hasta la cama-. Pero, ¿confías en mí ahora? Recuerda que estoy en el paro. ¿Confías en que podré conseguir otro trabajo y convertirme en un ciudadano responsable?

– ¿Quieres decir que si confío en que podrás alimentar una familia? -Hope comenzó a besarle el cuello-. Porque como yo también estoy en el paro, quizá sea el momento adecuado para tener un hijo.

– Mientras nos tengamos el uno al otro, todo irá bien -dijo él, tumbándose al lado de ella sobre la cama.

Hope se apretó contra él mientras se despertaba en ella un deseo incontrolable.

Entonces Sam la besó apasionadamente y ella le desabrochó la camisa, impaciente por sentir el vello del pecho de él contra sus senos.

– Oh, Dios -exclamó entonces Hope al ver que el gato estaba en lo alto del árbol de Navidad, luchando contra la estrella de goma espuma.

Se levantó y fue a agarrar al animal.

– Me parece que vas a encajar bien en esta casa -le dijo al gato mientras le desenganchaba las garras de la estrella.

Igual que Sam.

Hope decidió llamar Feng Shui al gato.

Pasaron las navidades juntos. Primero estuvieron con la familia de Sam y luego con la de Hope. Feng Shui fue con ellos.

En febrero, Hope y Sam fundaron su propia empresa.

Se casaron en marzo, decidiendo que si después de trabajar juntos no se habían peleado todavía, su matrimonio podía durar.

Susana Summer Sharkey nació el día de Navidad del año siguiente. Como habían montado una guardería infantil en su empresa, podían llevarla con ellos al trabajo todos los días.

Con Feng Shui no había ratones en la casa, pero tuvieron que cambiar las cortinas dos veces.

Maybelle se siguió encargando de la decoración, pero sin mandarle ninguna factura a Hope.


***

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