Capítulo 10

Stacey desayunó, tomó unos analgésicos, y se durmió de nuevo. Cuando se despertó, había una enorme cesta llena de flores junto a la cama. No necesitaba leer la tarjeta para saber quién se lo había mandado.

Con todo mi cariño. Espero que te recuperes pronto. Lawrence.

Seguro que lo que ponía en la tarjeta lo habría escrito su hermana. Debía de haber parado en la tienda de flores de camino a la oficina.

– ¡Nash! -lo llamó ella.

Él apareció tan rápidamente, que le dio la sensación de que hubiera estado esperando en la escalera a que lo llamara.

– Por favor, llévate estas flores. Me están poniendo dolor de cabeza.

– ¿Y no esperará verlas cuando venga a visitarte?

– Si viene, ya me las traerás -le dijo.

– ¿Dónde quieres que las ponga?

– En el comedor. Hace más frío y durarán más tiempo.

– De acuerdo -dijo él y se frotó la barbilla contra el hombro, dejándose una mancha de yeso sobre la camiseta. Ningún hombre tenía derecho a parecer tan sexy, tan deseable. No era justo que una mujer decidida a ser razonable, se encontrara con una situación tan difícil.

– ¿Qué? -preguntó él.

Ella lo miró y negó con la cabeza, decidida a no decir lo que estaba pensando. -Tienes yeso en el pelo.

– ¿De verdad? -Alzó la mano, pero la bajó antes de quitarse nada-. Luego me lo quitas tú.

Stacey se dio cuenta de que los dos estaban pensando en lo ocurrido en el jardín, cuando ella le quitó el trozo de cristal que le había caído sobre la cabeza y estuvieron a punto de lanzarse el uno en brazos del otro, dos minutos después de haberse conocido. Quizá debería recapacitar sobre lo de llamar a su hermana y decirle que se iba a su casa.

Tanto cuidado implicaba que tenían que tocarse. Aquello estaba poniendo a prueba su tan elaborado plan de futuro.

– ¿Quieres comer algo, o prefieres esperar a que traiga a las niñas del colegio? Me han pedido varitas de pescado para cenar. Pero quizá tú quieras comer algo de adultos.

El móvil sonó en ese momento. Stacey se lo pasó a Nash.

– Será para ti.

Nash lo alcanzó y respondió. Era una voz femenina.

– ¿Doctor Gallagher?

– ¿Sí?

– Soy Jenny Taylor, de Investigación Botánica Internacional. Hemos recibido su mensaje de que tiene que demorar su partida. El director quiere saber si estará disponible para viajar a finales de mes, para poder organizarlo todo.

El final del mes estaba a solo diez días vista. Miró a Stacey. Pensó sobre lo de pasar un año en Sudamérica. No respondió.

– Lo siento. Tengo otros compromisos. Si tienen mucha prisa, tendrán que buscar a otra persona.

Hubo un momento de silencio. Ni él mismo se creía que había dicho lo que acababa de decir.

– Ya lo llamaremos -dijo ella.

Colgó el teléfono y lo desconectó. Podría dejarle un mensaje.

Le devolvió él teléfono a Stacey que lo miraba con curiosidad.

Ella no se creía que él fuera botánico. No le había importado hasta entonces tratar de convencerla. Pero de pronto, sí importaba. Si quería estar con él. Si lo que buscaba era una buena cuenta bancaria, entonces Lawrence era el hombre que necesitaba.

– Era de Investigación Botánica Internacional -le dijo-. Quieren que guíe una expedición.

– ¿Investigación Botánica Internacional? -Stacey lo miró, tratando de leer su cara. Mike había sido una persona fácil de leer. Nash no lo era en absoluto. Era mucho más profundo y complicado-. ¿Y les has dicho que no?

– Tú me necesitas.

– ¡Sí, claro! -se lo estaba inventando. Lo habrían llamado para trabajar unos cuantos días en algún sitio. ¿Podría permitirse el rechazar trabajo? Quizás ella debería intentar esforzarse un poco más para arreglárselas sola-. ¿Me ayudas? Necesito ir al baño.

Él se inclinó para que ella enganchara el brazo alrededor de su cuello.

Stacey pensó que ya estaba mucho mejor, porque ya no le dolían tanto los músculos al moverse. Pero quizás era porque estaba demasiado ocupada tratando de superar las sensaciones que le provocaba el roce de su mejilla contra el pecho de él, como para sentir nada más.

El la miró.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

No, claro que no estaba bien, pero lo miró a la cara y se esforzó por sonreír. Pero no lo consiguió. Él tampoco estaba sonriendo. Por un momento, pensó que la iba a besar. Lo hizo. Le rozó la frente suavemente con los labios.

– No trates de hacer más de lo que puedes.

– Puedo, de verdad.

Al final, él la tomó en brazos y la llevó hasta el baño.

En ese momento, ella descubrió que él no había estado sentado en la escalera esperando a que lo llamara. Por eso tenía escayola en la cabeza. Había estado arreglando el baño, los baldosines estaban en su sitio y quedaba muy bonito. Incluso había puesto la cortina y unas margaritas encima de una repisa. Stacey acarició los pétalos.

– Me encantan -dijo.

Leucanthemum vulgare -dijo él. Luego, levantó la mirada-. Lo he mirado en un libro.

– Ya – ¿Por qué no lo creía? ¿Por qué el corazón le latía a toda prisa? Como si aquellas palabras hubieran sido mucho más importantes que un beso-. Puedes bajarme.

La dejó en el suelo, sin dejar de sujetarla para que no perdiera el equilibrio.

Desde la ventana, vio que había hombres recogiendo los escombros del muro.

– ¿De dónde han salido?

– ¿Quién? -Nash miró hacia el mismo lugar que ella-. ¿Esos trabajadores? Han llegado esta mañana. Supongo que habrá sido el constructor. Te van a dar una indemnización por el accidente. Bueno, eso me imagino.

– ¿Una indemnización?

– El muro estaba en un estado muy peligroso. Se podría haber caído en cualquier momento encima de Clover o Rosie.

– Pero eso no ocurrió. El accidente fue culpa mía. No debería haberme subido. Ya se lo había advertido a las niñas -suspiró-. Seguro que ahora pondrán una valla de alerce.

– No te quieres marchar de aquí, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Harías cualquier cosa para quedarte?

– Es que me pienso quedar. Pensaba que no podría hacerlo, pero el lunes tomé una decisión.

– Ya.

– Claro que ahora no puedo hacer nada al respecto.

– Pero pronto podrás. ¿Te las puedes arreglar sola aquí? -De pronto estaba ansioso por poner cierta distancia entre ellos.

– Sí, gracias -ella se agarró al lavabo y miró el baño-. ¿Nash?

– ¿Qué? -su respuesta fue mucho más seca de lo que había esperado. De pronto, no le pareció buena idea pedirle que la ayudara a meterse en el baño. Un cuerpo lleno de arañazos no era algo divertido de ver para un hombre.

– No te olvides de bajar las flores al comedor.

Nash abrió la puerta del comedor y se quedó sorprendido. No había estado allí antes.

Alguien había empezado a arrancar el papel, pero al ver que el temple también se caía, lo había dejado tal cual. El resultado era una auténtica catástrofe decorativa.

Miró al carísimo centro de flores que tenía en la mano. ¿Seguro que ella quería que lo dejara allí? ¿No ofendería eso a Lawrence?

Realmente, aquella le pareció una muy buena razón para dejarlo allí.

Así lo hizo, cerró la puerta y se dirigió a la cocina a preparar té.

Dee Harrington estaba sentada en la cocina cuando él entró.

Él se detuvo en la puerta. -Hola. No la oí llegar. Stacey está en el baño.

– No he venido a ver a Stacey. He venido a hablar con usted. A mí no me impresiona en absoluto con toda esa demostración de que es un «hombre moderno».

El acercó una silla y se sentó a la mesa. – ¿Qué es lo que le preocupa?

– Usted, señor Gallagher. Me preocupa usted. A Stacey ya le rompieron el corazón una vez y no quiero que vuelva a pasar por eso.

– ¿Y qué le hace pensar que le voy a romper el corazón?

– Es inevitable. Usted es el clon de Mike, su marido: rubio, ojos azules y musculoso.

– No es algo que a mí, en particular, me preocupe demasiado. Es una simple combinación de características genéticas y trabajo duro.

– Mike también trabajaba duro y jugaba duro. Nunca dejó de jugar: al rugby, al baloncesto… Cuando debería haber estado en su casa, cuidando de su mujer y sus hijas. También le gustaban los juguetes de mayores. Las motos eran sus favoritos. En segundo término estaban las muñecas de carne y hueso. Stacey fue una buena esposa, leal a él. Lloró mucho cuando murió. Creo que se merece algo mejor esta vez.

– ¿Y su intención es de que lo consiga en esta ocasión?

– ¿No haría usted lo mismo, si fuera su hermana? -se inclinó hacia delante-. Lawrence Fordham es un buen hombre que puede proporcionarle una buena vida. Necesita ir hacia delante. Usted es un paso atrás en su vida.

– Creo que nos está infravalorando, a los dos, señora Harrington. Y ahora, si me perdona -se levantó-. Tengo que ayudar a Stacey antes de ir a por las niñas al colegio. ¿Le digo que ha venido a verla? ¿O prefiere que mantenga este pequeño encuentro en secreto?

Ella se levantó, con el rostro congestionado por la rabia.

– ¡Está tan seguro de sí mismo! Ha encontrado un lugar confortable, una viuda necesitada con una casa, y está dispuesto a hacerse indispensable. Se lo advierto, señor Gallagher, mi hermana puede que no tenga redaños, pero yo sí. Será mejor que se invente alguna excusa y se marche ahora, porque voy a averiguarlo todo sobre usted.

– Bien, pues quédese usted aquí y cuide de ella -era un reto-. ¿O quizá sea el señor Fordham el que venga a remangarse para quitar el polvo?

– Váyase, y me la llevaré a casa conmigo -le dijo-. Hay mucha gente que puede cuidar de ella.

– No lo creo. Como usted dice, aquí tengo todo lo que he querido siempre -agarró a un pequeño gatito que se estaba escapando y lo puso de nuevo junto a su madre.

– ¡Nash! -gritó Stacey desde arriba-. Ya puedo bajar.

– Pues será mejor que estés decente, porque tienes visita -sonrió a Dee-, Ya ve. Siempre hay algo que hacer.

– Lawrence… No hacía falta que te desviaras para venir aquí. Ya habías mandado las flores. Siéntate.

Stacey estaba tumbada en el sofá, como una heroína decimonónica.

Las niñas estaban con ellos, viendo los dibujos animados.

Estaba claro que a Lawrence lo ponían nervioso.

– ¿Dónde está Nash? -les preguntó, extrañada de que no estuviera a su vera.

– Está arreglando algo-dijo Clover-. Nos ha pedido que no saliéramos al jardín en media hora.

Bueno, seguramente, lo mejor era que Lawrence las viera en sus peores momentos.

Estaba sentado al borde del sillón, claramente incómodo.

– ¿Cómo estás, Stacey? Sabía que habías tenido un accidente, pero no sabía que hubiera sido tan grave.

¿Tenía un aspecto tan terrible?

– Parece peor de lo que es. Siento no poder ir contigo a la cena del sábado.

– No pasa nada. Cuando me dijo Dee que no vendrías, llamé a Cecile, que está encantada de venir en tu lugar.

Parecía realmente contento con el cambio de planes.

– ¿Cecile?

– La señora Latour. La conociste el lunes por la noche en la recepción.

– ¿Sí? – ¿Se refería a la dama con la que había estado hablando toda la noche? ¡Vaya! -. Sí, ahora recuerdo.

– Llegará el sábado por la mañana.

– ¿Viene desde Bruselas solo para una cena?

– Bueno, no para una cena. Para pasar todo el fin de semana -un ligero rubor tiñó sus mejillas.

– Me alegro mucho por ti, Lawrence, lo digo sinceramente. ¿Se lo has contado a Dee? -él la miró con pánico, pero Stacey le agarró la mano-. No temas, no puede matarte.

Sin duda, le reservaba ese destino a su hermana, que era demasiado lenta y no sabía aprovechar sus oportunidades.

Nash tenía dos opciones: sentarse y mirar con odio a Lawrence Fordham o hacer algo más por Stacey.

– ¿Vas a empezar un negocio?

– Fuiste tú el que me instaste a ello. Me dijiste que tratara de alcanzar la luna. Por desgracia, el director del banco insiste en que necesito un plan de empresa antes que nada. Y Archie asegura que necesito más tierra.

– ¿Archie?

– Archie Baldwin, el anciano que solía llevar el vivero. Fui a verlo. Pensé que, tal vez, el sabría qué iban a construir en el antiguo jardín -decidió ir un poco más allá-. Pensé que, tal vez, iba abrirlo de nuevo y que yo podría negociar algo.

– ¿Y qué te dijo Archie?

– Nada. Siempre había creído que él era el dueño de ese lugar, pero por lo que me dijo, me pareció que, en realidad, era alquilado. Me sugirió que te preguntara a ti.

– ¿Y por qué no lo has hecho?

¿Por qué no lo había hecho? No estaba segura, así que hizo una mueca.

– Bueno, el lunes estuve corriendo todo el día. Y, cuando viniste a darme el número de teléfono, estabas de muy mal humor -se encogió de hombros-. Desde entonces, he estado en la cama toda dolorida.

– Lo siento -se arrodilló junto a la cama y le tomó la mano. Estaba realmente serio, lo que a ella la perturbó.

– ¿Lo sientes?

– Debería habértelo dicho. No sé por qué no lo hice.

– ¿Decirme qué? Nash, por favor…

– Verás, yo no estoy limpiando ese lugar para nadie. Es que Archie es mi abuelo.

– ¿Archie? -se quedó atónita.

Pero aún le sorprendió más no haberse dado cuenta, pues había un gran parecido entre ellos.

– ¿Por qué no me lo dijo? -preguntó ella, profundamente herida. Pensaba que Archie era su amigo. También pensaba que Nash lo era-. ¿Y por qué no me lo has dicho tú?

Él le tomó la mano y se la puso sobre su propia frente, como sí, así, pudiera entender de algún modo lo que sentía.

– Solía pasar todo mi tiempo en el jardín cuando era niño. Era el único lugar en el que me sentía a salvo -se quedó en silencio un momento-. Pero hace unos veinte años, hubo una gran pelea en mi familia. Archie acusó a mi madre de haberme descuidado. Todo el mundo dijo demasiadas cosas que no quiero recordar aquí. Yo tenía trece años y era el único miembro de la familia al que todo el mundo hablaba. Entonces me negué a ser el mensajero de mi madre o de mi padre. Prefería no hablar con ninguno de ellos.

– ¡Oh, Nash! ¡Eso es espantoso!

– Cuando Archie se enfermó, hice las paces con él. Se lo llevaron de su oficina en una camilla.

– Lo sé. Yo fui la que lo encontré.

– Entonces fuiste tú la que le salvaste la vida -le besó los dedos y la miró-. Gracias. Nunca me habría perdonado…

– Está bien, no te preocupes -le susurró-. Está bien…

– Cuando vi cómo estaba el lugar… -se detuvo, como si le costara explicar tantas cosas-. Pensé que debía limpiar los árboles. Siempre me levantaba en brazos para que agarrara un melocotón.

– ¿Si? -le vino a la mente la dulce imagen de un niño mordiendo la fruta madura y recordó aquella pregunta que no había comprendido: «¿Has probado el sabor de un melocotón maduro recién caído del árbol?». Después, la había besado mientras pensaba en aquel recuerdo infantil.

Había algo tremendamente tierno en todo aquello.

– Y, de pronto, apareciste tú, saltaste por encima de aquel muro, y tuve la sensación de que ya no me podría apartar de ti -Nash sabía que eso había sido un golpe bajo. Injusto. Lawrence Fordham no tenía la oportunidad de compartir el silencio de la noche con ella. Pero en cuestiones de amor, todo era justo… Y Nash estaba, sin duda alguna, enamorado de aquella mujer. Lo que había dicho no había sido más que la verdad.

– Stacey…

– Shh… Ven aquí -se movió para dejarle sitio en la cama.

A él se le secó la boca. Deseaba aquello, lo deseaba demasiado como para cometer un error.

– ¿Estás segura?

– Solo quiero abrazarte, Nash.

Él se quitó los zapatos y la abrazó. Su contacto fue cálido y dulce y sintió ganas de hacerle el amor de ese modo tierno que los poetas describen en sus libros.

Pero ella solo quería que la abrazara. Con eso se conformaría.

– Perdona… -dijo ella. Él se sobresaltó. ¡Había cometido algún error! Había mal interpretado algo-. ¿Es que no te quitas los calcetines para meterte en la cama?

¿Meterse en la cama? ¿No se trataba de estar solo encima de la cama?

– Generalmente, me lo quito todo.

– Entonces, sugiero que lo hagas -sus ojos eran una dulce invitación-. Por favor, apaga la luz. Con el aspecto que tengo en este momento, preferiría que nos limitáramos al sentido del tacto.

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