– Mamá, es muy tarde.
– ¿Tarde? -Stacey abrió los ojos y parpadeó, al sentir la luz del sol. Clover la estaba mirando fijamente-. ¿Cómo de tarde? -Miró el reloj que estaba en la mesilla- ¿Dónde está el reloj?
– Está allí -dio la vuelta a la cama, hacia la otra mesilla-. Hola, Nash -agarró el reloj y se lo llevó a su madre-. Son las ocho y cuarto, mira.
Stacey miró. Clover tenía razón. Luego se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Se incorporó rápidamente, sin apenas notar el dolor que sentía. Él se giró y la estaba mirando.
¡Maldición! ¿Cómo le iba a explicar aquello a su hija de nueve años?
– Mami, si Nash va a dormir aquí contigo, ¿puedo quedarme yo en la habitación que sobra? Soy demasiado mayor para compartir mi dormitorio con Rosie.
¿Así de simple?
– Ya hablaremos de eso más tarde. Vete a lavar y asegúrate de que tu hermana está despierta… -Nash estaba sonriendo-. ¡No tiene gracia!
Le besó la pierna aún llena de moratones.
– No, claro que no. Estoy muy serio, ¿no me ves? Tú lo sabes.
Stacey no sabía nada, solo que era muy tarde y que, seguro, Clover anunciaría mañana mismo la inminente llegada de un hermanito.
– Ayúdame -le dijo-. Solo conseguiremos que las niñas lleguen al colegio a tiempo si nos ponemos en marcha los dos.
– Me las puedo arreglar solo -salió de la cama, se puso la ropa que había dejado en el suelo la noche anterior y se dirigió hacia la puerta-. Quédate aquí. No muevas un músculo. Enseguida vuelvo.
Así lo hizo. Volvió con una taza de té, una tostada y un beso, antes de llevar a Clover y a Rosie al colegio.
Stacey estaba segura de que solo eso habría causado todo tipo de cotilleos, antes de que hubiera motivo para ellos.
Se levantó de la cama y, con la ayuda de las muletas, se dirigió hacia el baño. No era tan divertido como que la llevara él, pero tenía que hacer el esfuerzo.
Ya se había aseado para cuando él volvió. Se quedó impresionado de sus avances, pero no deshizo sus planes de tener a alguien para que la ayudara.
– He visto a Vera cuando venía hacia aquí. Le he pedido que venga a ayudarte.
– No hace falta.
Miró las muletas.
– Te puedes caer. Y yo no sé cuánto tiempo voy a tardar.
– Pensé que solo ibas a estar fuera por la mañana.
– Más bien hasta después de comer -dijo, mientras se disponía a afeitarse-. Necesito ir a ver a Archie, también.
– Dale recuerdos de mi parte -dijo ella, mientras lo veía afeitarse.
Hacía mucho que no veía a un hombre afeitándose, y siempre había pensado que era una de las acciones más sensuales del mundo. Era como el amor: un pequeño error y…
– Nash -él se volvió-. Gracias por lo de anoche.
– Fue un placer -sonrió y le dio un beso en la frente, dejándole un poco de espuma. Se la quitó con el dedo-. Esta noche lo intentaremos otra vez.
– Pero, ¿y Clover y Rosie?
– No son ningún problema -estarían felices-. A quien sí vas a tener que pensarte cómo decirle que me quedo es a tu hermana.
– ¿Te quedas?
El hizo una pausa y la miró a través del espejo.
– ¿No quieres?
– Sí -dijo ella. Aquel no era momento para juegos y fingimientos-. Claro que quiero que te quedes. Pero pensé que tu vida consistía en ir de un lugar a otro.
– Pues he encontrado un lugar en el que quedarme -limpió la maquinilla de afeitar en el agua.
Ella trató de mantener el rostro sereno, pero no pudo evitar una sonrisa complacida.
– ¡Pobre Dee! -Se dio la vuelta con las muletas y se dirigió a la puerta-. Nash…
– ¿Sí?
– ¿Esta noche podrías ayudarme a darme un baño?
Dejó de afeitarse.
– Realmente, sabes cómo hacer que un hombre quiera volver a toda prisa a casa.
Stacey se preguntó si Nash habría reconsiderado la oferta de trabajo del día anterior. Asumiendo que no fuera eso de liderar una expedición en el Amazonas. Pero no podía ser, pues se iba vestido con unos vaqueros, una camiseta verde y su cazadora de cuero.
La besó y la abrazó, y ella no pudo evitar estremecerse.
– ¿Qué te pasa?
– Nada -dijo ella, pero él continuó mirándola-. Es que no me gustan las motos.
– ¿No? -Se puso el casco-. Quizás haya llegado la hora de pensar en algo más razonable, algo para cuatro.
– ¿Un Volvo? Dicen que son muy seguros -se rió ella-. Quizás uno amarillo. Dicen que la gente tiene menos accidentes.
– Eso suena interesante.
– Lo siento. Sé que sueno totalmente estúpida. No tienes que cambiar por mí, de verdad.
– Ya solo el haberte conocido me ha cambiado, Stacey. Amarte como te amo… no hay palabras para describir lo que me ha hecho.
«Amarte como te amo».
Era fácil de decir, difícil de vivir.
Stacey se entretuvo pensando en qué haría Nash, exactamente, cuando no estaba limpiando el jardín de Archie.
Luego, mientras cojeaba lentamente alrededor de la casa, vio todo lo que había hecho por ella. No había sido solo el baño, sino que había repintado la puerta de la cocina y le había puesto el picaporte.
Aquello era lo que Nash hacía. Había estado equivocada respecto a él. No era en absoluto como Mike. Quizá se pareciera físicamente, pero eso no significaba nada. Mike había sido un hombre guapo solo en la superficie.
Nash no era así. Era hermoso por fuera y por dentro. No esperaba a que se le pidieran las cosas. Cuando hacía falta algo, él lo hacía. Así le había arreglado el baño. Así le había hecho el amor, lentamente, dando, no quitando.
Quizá no tuviera dinero, como Lawrence Fordham, pero la amaba y podía confiar en él. La quería a ella y a sus niñas. Eso era todo lo que quería de un hombre.
– ¿Stacey? -Vera asomó la cabeza-, ¡Ya estás levantada y andando! Eso es estupendo.
De pronto, la miró dudosa.
– ¿Qué pasa?
Vera se rió.
– Estaba pensando que, si yo tuviera el enfermero que tú tienes, seguro que me aprovecharía un poco -Stacey se ruborizó y Vera soltó una carcajada-. De acuerdo, entendido. Es demasiado pronto para hablar de nada de esto. ¿Un café?
Ya estaban en la segunda taza cuando Dee llegó, con un ejemplar del diario Maybridge.
– ¿Por qué no me lo dijiste? -se debatía entre el enfado y la risa. Una muy mala combinación en el caso de su hermana.
Stacey suspiró y dejó la taza sobre la mesa.
– ¿Decirte qué?
– Lo de Nash Gallagher.
¡Cielo santo! No podía haber salido en el periódico de la mañana. Miró a Vera, que parecía tan perpleja como ella.
– Viene en la primera página.
Dejó el periódico sobre la mesa.
El heredero de Baldwin dará una conferencia en la universidad.
– Nash Gallagher es el nieto de Archer Baldwin. ¿Archer? ¿Se refería a Archie? Stacey siempre había asumido que era el diminutivo de Archibald. -Nash Gallagher es el nieto de Archer Baldwin -continuó su hermana-. Y me dejaste que le tratara como a un peón.
– ¿Qué? -la cabeza de Stacey trataba de entender lo que decía su hermana, de encontrarle sentido a la fotografía que aparecía en primera página. Parecía recién salido de algún pantano en el que hubiera encontrado algún espécimen raro de planta-. Fue Nash el que te permitió que lo llamaras peón. Yo traté de impedírtelo, no porque considerara un insulto el que fuera un peón, sino porque estabas siendo realmente maleducada. Pero todavía no entiendo nada. Archie no es rico.
– Estarás bromeando -Dee la miró como si acabara de llegar de otro planeta-. Este pueblo era parte de sus posesiones hace algún tiempo. Todo el mundo que vivía aquí, trabajaba para él. El tío de Mike, por ejemplo, consiguió su casa porque trabajaba para él-. Archie Baldwin les regaló a sus trabajadores las casas en las que vivían. Se las dio, Stacey, no se las vendió ni se las alquiló -Dee se sentó-. ¿Queda algo de café?
Vera le sirvió una taza.
– Dee tiene razón, Stacey. Mi madre también trabajaba limpiando. Así fue como conseguimos la casa.
– Tú eres muy joven para recordarlo, pero yo sí que me acuerdo -dijo Dee-. Apareció en los periódicos.
– ¿El qué?
– Que desheredó a su hija, acusándola de no ser una Baldwin porque había descuidado a su hijo. El hombre vendió sus posesiones y regaló millones. Luego se desvaneció, se convirtió en una especie de recluso.
– Dee, Archie llevaba el vivero que hay al otro lado del muro. Yo solía ayudarlo cuando estaba muy ocupado. Llamé a la ambulancia cuando le dio el ataque al corazón.
– ¿Archie? ¿Te refieres a que ese anciano era Archer Baldwin?
– Claro que es él -miró una pequeña fotografía en la que aparecía Archie mucho más joven-. Fui a verlo el lunes, cuando me dejaste el coche -se levantó lentamente. Siempre había pensado que era un jardinero, y que Nash era… -. ¿Una conferencia? ¿Qué conferencia?
Vera leyó en alto.
– «El doctor Gallagher, nieto de Archer Baldwin, ha venido a Maybridge para dar una conferencia a los estudiantes de biología de la facultad de ciencias. El doctor Gallagher ha pasado los cinco últimos años recolectando y catalogando nuevos especimenes de plantas…». Y escucha esto: «Al doctor Gallagher le han ofrecido la cátedra de botánica de la universidad». ¿Sabías algo de esto, Stacey?
– No -Stacey le quitó el periódico-. No sabía nada. Me ha estado mintiendo.
– ¡Vamos, Stacey! -dijo Dee.
– De acuerdo, lo diré de otro modo: no me ha dicho toda la verdad.
Incluso en su confesión de la noche anterior, no le había contado toda la verdad sobre su familia.
Ya no le extrañaba que su hermana no supiera si reír o llorar.
Ella quería, claramente, llorar, pero no antes de encontrarlo y decirle lo que pensaba de él.
– Me voy a vestir y voy a ir a la universidad.
– ¿Te parece prudente? -preguntó Dee.
– No lo sé. Lo voy a hacer, igualmente. ¿Me llevas o pido un taxi?
– Te llevo, a ver si así puedo impedir que cometas una estupidez. Estoy segura de que si no te ha dicho nada es porque tiene un buen motivo.
– ¿De verdad? ¿Cómo cuál?
Se volvió bruscamente ayudada por la muleta, con tan mala suerte que, en ese preciso instante, uno de los gatitos salió de la mesa. Era o el gato o ella, no había opción.
– Stacey, cariño… -ella abrió los ojos y vio a Nash inclinado sobre ella. Por un momento notó una cálida y reconfortante sensación-. ¿Qué ha pasado?
De pronto, el sentimiento de felicidad de evaporó.
– ¿No te lo ha dicho Dee?
– Se ha ido corriendo a por las niñas al colegio. Solo me dijo que te habías caído otra vez.
– Fue de nuevo lo mismo. Tenía tanta prisa por encontrarte, que no vi el peligro hasta que ya era demasiado tarde.
– ¿Encontrarme? Pero si sabías que iba a volver.
– Sí, pero lo que te tenía que decir no podía esperar. Tenía mucha prisa, porque quería asesinarte. Ha debido de ser tu día de suerte, porque se me cruzó uno de los gatitos y me caí, dándome un golpe en la cabeza. Esta vez, no me dejan irme a casa, así que estás a salvo. Por ahora.
– No te muevas -le dijo, mientras trataba de sentarse. Él la contuvo con una mano.
– Eres un canalla, Nash. Yo confié en ti y tú abusaste de esa confianza. ¿Por qué me mentiste? -él abrió la boca dispuesto a contestar, pero ella no lo dejó-. Te he visto en el periódico, así que no me mientas.
Nash podría haber dicho que no le había mentido, que, sencillamente, no lo había creído cuando le había dicho la verdad. Pero eso tampoco habría sido cierto. Le había ocultado muchas cosas y ambos lo sabían.
– Lo siento, de verdad. Al principio no me pareció importante. Luego… luego quise asegurarme de que me querías a mí, no los míticos millones de un Baldwin.
– Pero eso es despreciable.
– Sí, lo sé. Pero mi padre se casó con mi madre por dinero. Quería empezar un negocio, y así fue como lo hizo.
– ¿Y pensaste que yo iba a hacer lo mismo? -no podía creerse lo que estaba oyendo-. ¿Tiene que ver con los esfuerzos de Dee por juntarme con Fordham? Pensaste que me iba a casar con el hombre que me había traído aquellas espantosas rosas.
– Parecías bastante complacida con ellas -ella lo miró como pensando que estaba loco. Él se encogió de hombros-. Lo siento, Stacey, pero hasta que te he encontrado a ti, no ha habido un amor incondicional en mi vida.
– ¿Ni siquiera el de Archie?
– Cuando era pequeño, sí. Pero al final, me utilizó para herir a mi madre. Ha seguido manipulando las cosas, tratando de que me quedara aquí.
– ¿Y te vas a quedar?
– No hay dinero, Stacey. Archie lo regaló todo, excepto el jardín -hizo una mueca-. Bueno, debió de guardarse algo para poder crear una cátedra de botánica en la universidad. Sigue manejando los hilos. ¿Lo entiendes?
– Y, ¿vas a hacer lo que él quiere? ¿Te vas a quedar?
– Los profesores de universidad no ganan mucho dinero, Stacey. No podría darte…
– ¡Vete al infierno, Nash! -estaba demasiado cansada y dolorida-. Vuelve cuando hayas madurado.
Cuando volvió a abrir los ojos, él no estaba. No sabía si habría madurado o no, porque no regresó.
Estuvo en el hospital una semana, tras la cual Dee insistió en que pasara con ella una semana en una casa que había alquilado en Dorset. El aire puro la ayudó a terminar de recuperarse y a levantar el ánimo un poco.
– Mañana volvemos a casa. ¿Qué vas a hacer? -Dee se dejó caer en la silla que tenía al lado-. ¿Lo has pensado?
Stacey suspiró, tratando de no censurarse por haber sido tan dura con Nash.
Pero la vida continuaba, y ella tenía que seguir adelante con su plan. Y pensando en planes…
– La verdad es que necesito un plan de empresa. ¿Tienes alguna idea de lo que es eso?
– Bueno, lo primero que necesitas es dinero.
– Tengo la casa.
– Y puedes perderla si el negocio va mal.
– Lo sé. Pero si no trato de alcanzar la luna… no puedo conseguir las estrellas.
Dee frunció el ceño.
– No sé…
– ¿Puedo usar tu teléfono? -Dee le dio el móvil. Marcó el número de Nash. Estaba fuera de servicio, así que dejó un mensaje-. Nash, te llamo para decirte que en tres semanas ya has tenido tiempo más que suficiente para crecer. Estaré en casa mañana y, si no me estoy equivocando, te veré allí.
Cuando devolvió el teléfono a su hermana, estaba sonriendo.
– Esto es parte de otro plan -le dijo Stacey-. Ahora vamos a hablar de negocios.
Una cosa era llamarlo a distancia y dejar un mensaje, y otra estar a solo una milla de casa, con el corazón acelerado, impaciente por llegar y temerosa de que él no estuviera.
Entraron en la calle. La casa pareció sonreírles, pero no había señales de Nash ni de su moto.
– Está preciosa, ¿verdad?
– Pero… -dijo Stacey mientras Vera abría la puerta-. No lo entiendo. ¿Quién ha hecho todo esto?
– ¿Pasamos? -dijo Dee.
Clover corrió a ver a los gatitos.
– ¿Qué ha pasado aquí, Vera? -le preguntó-. ¿Quién ha hecho todo esto?
– ¿No se suponía que tenían que hacerlo? -Preguntó Vera con total inocencia-. Trajeron una carta. Algo sobre una indemnización por el accidente. También han arreglado el comedor y han puesto una ducha. Yo me he encargado de supervisarlos. Pensé que te parecería bien.
– Sí, me parece muy bien, pero le dije a Nash… -Archie era el propietario del muro. Cualquier compensación tenía que venir de él. El corazón se le encogió. Así que eso era todo el compromiso que Nash estaba dispuesto a asumir.
– ¿Por qué no te vas a tumbar? -Sugirió Dee-. Seguro que estás cansada. Me llevaré a las niñas conmigo, si quieres. Ingrid se ocupará de ellas y te las traeré de vuelta mañana.
Stacey no se había imaginado lo vacía que le iba a parecer la casa. Hasta aquel momento, había estado convencida de que él estaría allí, esperándola. Pero, seguramente, ya estaría de camino al Amazonas.
– Sí, gracias, Dee. Eso sería estupendo.
– Yo estaré al lado, para lo que necesites -le dijo Vera-. ¿Puedes subir sola a la habitación?
Ella asintió.
– Sin problema.
Pero Vera esperó hasta que hubo llegado arriba.
Dee se llevó a las niñas y se hizo un silencio total.
No pudo evitar estremecerse al abrir la puerta del dormitorio. La habitación estaba en penumbra, así que se acercó a la ventana para abrir las cortinas.
Alguien había empezado a cortar el césped, pero lo habían dejado a medias. Lo habían cortado aquí y allí, dejando un mensaje…
Stacey, te quiero. ¿Te quieres casar conmigo?
Se tapó la boca con la mano, los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a reírse a carcajadas. Abrió la ventana y comenzó a gritar.
– ¡Sí, Nash! ¡Sí!
No hubo respuesta. Esperaba que él hubiera aparecido por el nuevo muro del jardín… pero se dio cuenta de que había una puerta.
– ¡Nash! ¿Dónde estás? ¡Te quiero conmigo, ahora!
– Aquí me tienes.
Stacey se dio la vuelta y él estaba allí, de pie, en el vano de la puerta.
– ¡Ven aquí! Te he echado de menos. ¿Por qué has estado tanto tiempo alejado de mí? Él obedeció sin pensárselo. Atravesó la habitación y la tomó de la mano.
– Me dijiste que no regresara hasta que no madurara. No he tardado tres semanas, pero sí pensé que quería arreglar la casa antes de hacerte la gran propuesta, por si me decías que no.
– Tonto -dijo ella, mientras él la abrazaba.
– Lo soy -respondió él-. Pero debo haber hecho algo bueno. Mira lo que tengo -la besó lentamente, como un hombre que tuviera todo el tiempo del mundo. Después, se metió la mano en el bolsillo y sacó una caja. La abrió. Dentro había un anillo con un diamante increíble.
– Nash, tú no… no…
– Lo sé, cariño. Pero hay un momento para las margaritas y otro para los diamantes. ¿Te quieres casar conmigo, Stacey? Su respuesta no dejó género de duda.
Los melocotones estaban totalmente maduros y Nash levantó a Clover para que agarrara uno. Luego subió a Primrose. Finalmente, fue el turno del pequeño niño de piel tostada y el pelo rubio. Lo habían llamado Archer, como su padre, pero las niñas se empeñaban en llamarlo Froggy.
Violet estaba en la cuna. Era demasiado pequeña para comer melocotones.
Stacey le acarició la mejilla. Bebés y melocotones, todo era maravilloso.
Nash la miró, dichoso de verla feliz.
– ¿Vas a comerte un melocotón, Nash?
– No, cariño. Mamá y yo nos comeremos los nuestros más tarde.
Por encima de las cabezas de los niños, intercambiaron una mirada que llevaba escrita una promesa de amor que, año tras año, crecía como las margaritas, y que, como los diamantes, era para siempre.