Capítulo 7

Stacey pensaba protestar. En el momento en que volviera a tener control sobre su boca iba a decirle a Nash Gallagher que era injusto lo que había hecho, reblandeciendo su corazón con un montón de gatitos indefensos, ofreciéndose a decorar el baño, y aprovechando que sus defensas estaban bajas para, entonces, besarla.

De verdad que iba a hacerlo. Solo que su boca estaba ocupada, y Nash había empezado a tomarse todo tipo de libertades con su lengua, deleitándose con su labio inferior, invitándola a una voluntaria participación en aquella dulce seducción.

Bien, no estaba dispuesta a colaborar. Aquello no era lo que ella quería. Bueno, lo era, pero se había hecho el propósito de ser razonable y de no dejarse llevar, no importaba cuan grande fuera la tentación.

Puso la mano sobre sus hombros para dejarle claro que quería que parara.

Pero, bajo su palma, sintió el calor sensual de su piel sedosa, y su mano se arqueó en el dibujo sinuoso de su cuello.

Él le soltó la muñeca y, por un momento, ella pensó que la iba a dejar ir, y entonces se dio cuenta de que tampoco quería que se alejara.

Stacey estaba confusa pero, por suerte, Nash parecía tener muy claro lo que estaba haciendo, porque la rodeó con el otro brazo, en un gesto que sugería que no iba a permitir que se marchara en mucho tiempo.

Stacey pensó, entonces, que ya se preocuparía de ser razonable más tarde.

Sus labios traidores actuaban por su cuenta, y se habían abierto bajo el suave empuje de su enemigo. El resto de su cuerpo estaba cediendo con idéntica prontitud.

Habían pasado años desde la última vez, pero su memoria no la había abandonado. Había estado trabajando desde el instante mismo en que se lo había encontrado con todas aquellas fresas en las manos, mostrándole pequeños fragmentos de lo que era el deseo cálido, urgente y dulce.

Pero los fragmentos se habían fundido en un momento de realidad y ella se iba acercando cada vez más deprisa a ese punto en el que derretirse de placer parecía inevitable.

De pronto, Nash dejó de besarla, se apartó ligeramente y ella gimió una pequeña protesta, hasta que se encontró con sus ojos azules y ardientes…

– ¿Alguna vez has…? -comenzó a decir. Luego se detuvo, como si necesitara respirar. Podía sentir su corazón latiendo a toda prisa, notaba el subir y bajar de su torso, mientras, como ella, trataba de recobrar el aliento. Habría querido poder apoyar su cabeza sobre su pecho, haber podido sentir el calor, pero algo le dijo que él trataba de decirle algo importante.

– ¿Qué? ¿Si alguna vez he…?

– Si alguna vez has probado el sabor de un melocotón recién caído del árbol.

Podría haber esperado cualquier cosa, excepto aquello. Confusa, se apartó de él y lo miró a la cara, tratando de descubrir el significado oculto que había tras sus palabras.

Detrás de ellos, estaba Clover, en la puerta, con uno de los pequeños gatitos entre las manos, y los ojos muy abiertos, en un gesto pensativo.

¡Maldición! ¿Qué habría visto? ¿Qué estaría pensando?

– Clover -empezó a decir, mientras su cabeza daba vueltas tratando de encontrar algo que decir-. ¿Qué estás haciendo con el gatito?

– Se ha despertado. Tiene hambre otra vez -de pronto cambió de tema-. ¿Es que Nash va a ser mi nuevo papá?

Hubo un largo y doloroso silencio antes de que Stacey lograra soltar una carcajada y apartar el brazo de Nash de su cintura. Él no trató de detenerla en ningún momento. Probablemente estaba tratando de decidir entre salir corriendo o tomar una ruta más directa y saltar por la ventana abierta.

– ¿Tu nuevo padre? -repitió Stacey, incapaz de mirar a Nash.

– Te estaba besando. Papá también te besaba así.

Pobre hombre. Un solo beso y su hija ya lo estaba apuntando con una pistola.

– Sí, bueno… es que me sentía un poco triste porque los gatitos han perdido a su madre -improvisó ella-. Nash solo trataba de consolarme.

Y desde luego que había logrado consolarla…

Clover no pareció muy convencida. Ya tenía diez años y era lo suficientemente mayor como para entender las diferencias entre consolar a alguien y un beso como aquel.

– Cuando a la madre de Sarah Graham empezaron a consolarla así, Sarah se encontró con un nuevo padre y una hermana bebé.

¡Estupendo! Finalmente, miró a Nash en espera de un poco de ayuda.

Él estiró la mano, y pasó un dedo por la pequeña cabeza del gatito.

– ¿Te gustaría tener una hermanita? -le preguntó a Clover.

¡Vaya forma de ayudar!

Al menos, Clover no la traicionó.

– ¡Para nada! -Dijo, sin dudarlo un momento-. Ya tengo una hermanita y es un rollo -Stacey respiró aliviada demasiado pronto, antes de lo que estaba por venir-. Pero no me importaría tener un hermanito como Harry, mi primo.

No, no sería moreno, como Harry, sino con la piel dorada como el brillo del sol y el pelo rubio.

– Clover, llévate ese gatito abajo y ponlo en la caja con los demás. Luego, lávate las manos con jabón y agua caliente.

– De acuerdo -Clover hizo un amago de moverse, pero no salió-. ¿Dónde está la mamá de los gatitos? -le preguntó a Nash. Stacey notó que él la estaba mirando y ella se negó a ver la expresión de sus ojos. Probablemente, sería de pánico absoluto. No obstante, estaba esperando a que ella lo guiara-. A lo mejor está herida -continuó Clover, antes de que Stacey pudiera pensar en algo que decir. No le resultaba fácil pensar claramente cuando su hija de nueve años acababa de pillarla comportándose como una adolescente atolondrada- Deberíais estar buscándola.

– Clover, cariño -comenzó a decir Stacey, mientras pensaba en todas las pequeñas víctimas que veía en la carretera cuando salía a pasear en su bicicleta.

– ¡A lo mejor no está muerta!

– Tienes razón, Clover -le dijo Nash rápidamente-. Iré a buscarla. De hecho, eso era lo que pensaba haber hecho en cuanto me asegurara de que los gatitos estaban bien.

Ya estaba. No necesitaba saltar por la ventana del baño. Su hija le había ofrecido una salida menos arriesgada.

– Sí, vete. Ya me las arreglaré yo con el baño.

– ¿Puedes? -sonrió ligeramente-. ¿Significa eso que me he quedado sin repostería?

– Ya sabes que los dulces son perjudiciales.

– ¿De verdad? -se encogió de hombros. Estaba claro que la acampada al aire libre y la repostería eran incompatibles-. Pero no dejes que la fruta se estropee.

No esperó a que ella le diera las gracias. Le revolvió los rizos a Clover y se dirigió hacia la escalera.

Stacey agarró la lija como si fuera un salvavidas y ya que sus piernas parecían dos esponjas que se negaban a sujetarla, se puso a trabajar en el rodapié.

Así no podría dejarse vencer por la tentación de mirar a Nash por la ventana, mientras buscaba a la gata por el jardín. Y no iba a recolectar fruta. No estaba dispuesta a volver a saltar por encima de ese muro otra vez.

– ¡Mami, mami! -Poco a poco fue tomando conciencia de la voz de Rosie- ¿Dónde se ha ido Nash?

Maldición, maldición, maldición. No había sido su intención, haber hecho lo que había hecho. No había tenido intención alguna de besarla. Había sido una locura. No quería complicarse la vida, verse sumido en un laberinto de compromisos emocionales.

Si estaba solo, nadie podría hacerle daño. Así era como había vivido desde que había tenido la madurez suficiente para entender los juegos en los que se metían los hombres y las mujeres, las estrategias que usaban para hacerse daño mutuamente. Le había servido. Al menos hasta entonces.

Se puso de cuclillas y apoyó la espalda sobre el muro cálido, sintiendo un miedo profundo dentro de él al reconocer cuánto se había alejado de la soledad en los últimos días.

Era fácil estar solo cuando no deseaba nada. Es fácil mantener los ojos fijos en el camino que tienes delante, cuando nadie te distrae, cuando nadie te hace sentir que deseas los caminos adyacentes.

Pero, ¿qué se podía hacer cuando el cuerpo ardía, cuando te pedía que dejaras de huir con la promesa de que no te arrepentirías? No había que creerlo, no si se seguía el sentido común.

Pero, ¿qué se hacía cuando el corazón te decía que querías perderte en los brazos de una mujer y darle, a cambio, a ella y a sus hijas todo lo que tenías, darle el hijo que tanto deseaba? ¿Qué se podía hacer cuando, de pronto, eso parecía lo más importante del mundo?

Sufrir, eso era lo que se podía hacer.

Se sentía furioso e inútil. Reconocía un vacío y una frustración inexistente hasta hacía tan solo unos días, en una vida que, hasta entonces había transcurrido sin problemas, como si se tratara de un tren expreso que se dirigiera hacia una gran ciudad.

De pronto, un día, una bola había llegado volando, y había originado un cambio de ruta. Un solo segundo más en brazos de Stacey y, quizás, ya no se habría dado cuenta de nada hasta que hubiera sido demasiado tarde. Y quizás, ya no le habría importado.

Nash se levantó y se apartó del muro.

Había llegado el momento de dejar de ser sentimental, y de empezar a sentir con la cabeza una vez más. Se iba a marchar el jueves. Estaría lejos al menos durante un año. No tenía tiempo para nada de aquello. Tenía que olvidarse de los melocotones dulces, de los labios cálidos y de esa clase de amor que él buscaba en sus sueños más profundos.

Stacey, decidida a no pensar más en Nash, comenzó a frotar la lija con fiereza. Más tarde fue a ver cómo estaban los gatitos, y se preparó una taza de té. Luego pensó en todas las frutas dulces y maduras que había al otro lado del muro. Sí, estaba muy bien que asegurara con toda determinación que no iba a pasar allí, pero sería criminal dejar que toda esa fruta se pudriera o fuera aplastada por una apisonadora.

Le había dicho que tomara cuanta quisiera, que no dejara que se estropeara en el árbol.

Le concedía mucha libertad sobre un lugar que solamente estaba limpiando.

A pesar de todo, tenía que reconocer que era un buen trato. Vera estaría muy contenta si se encontraba un par de pasteles en el frigorífico, a cambio de haber cuidado a las niñas el lunes por la noche. Y cuando él regresara, si es que Nash regresaba, tendría hambre.

Escaló el muro, recolectó fruta suficiente para hacer una docena de pasteles. Y, cuando ya no había más fruta, no pudo evitar pasear de un lado a otro como si esperara que él apareciera y la encontrara allí. Un beso, y todo su sentido común se había esfumado.

Se dio una vuelta por el jardín. Nash lo había limpiado, incluso había preparado el terreno para volverlo a sembrar. El lugar empezaba a recuperar el aspecto que tenía antaño, cuando Archie llevaba aquel lugar, y vendía siemprevivas a gente lo suficientemente lista como para ir hasta allí a comprarlas. Las verduras y frutas que cultivaba casi siempre las regalaba.

Ella le decía que ese no era modo de llevar un negocio, y él respondía que no necesitaba mucho.

¿Qué demonios estaba pasando allí?

Si el jardín iba a acabar aplastado por una apisonadora, ¿por qué Nash se estaba molestando en limpiarlo y en cuidarlo? Realmente, ¿para qué necesitaban un hombre que hiciera nada allí, cuando una máquina podría acabar con todo aquello en unas cuantas horas?

De pronto se encontró con muchas más preguntas que respuestas, pero Nash no regresaba y ella tenía un montón de fruta que limpiar.

Cuando terminó de hacerlo, tenía las manos tintadas de zumo rojo y las uñas negras. Con un poco de suerte, cuando Lawrence Fordham llegara al día siguiente, la miraría de arriba abajo y saldría corriendo. Después, le diría a su hermana Dee que prefería morir en celibato, antes de llevar a su hermana a la cena del sábado.

Nash seguía sin aparecer.

Llegó la hora en que les pidió a las niñas que dejaran a los gatos, que se dieran un baño y se metieran en la cama.

Ella se limpió las manos con agua caliente y se le pusieron rojas. Tal vez era de tanto restregarse. Le daba igual. Se metió en la cama y se durmió.

Nash tardó varias horas en encontrar a la gata. Caminó varias millas en dirección a la ciudad, buscando a ambos lados de la carretera. Después, con la linterna, buscó por los caminos de tierra. Podía estar muerta, pero no soportaba la idea de que estuviera malherida y agonizante.

Estaba a punto de darse por vencido, cuando un par de ojos reflejaron la luz de su linterna. La había encontrado. Se había enganchado en una alambrada, pero aún estaba viva.

Stacey se despertó al oír unas piedrecitas que golpeaban el cristal de su ventana. Al principio, no supo qué era.

Luego, una piedra golpeó de nuevo y ella se levantó a ver de quién se trataba.

– ¿Nash? -si pensaba que podía regresar en mitad de la noche, mientras las niñas estaban dormidas…

– Stacey, tengo a la gata.

– ¿Viva?

– Pues claro que está viva -protestó él. No iba a haber traído el cuerpo sin vida del animal-. Déjame entrar, por favor.

Ella bajó las escaleras y abrió la puerta con los dedos temblorosos.

– El veterinario le ha cosido las heridas y le ha dado antibióticos -la pobre criatura estaba envuelta en una manta. No entendía cómo no la habían dejado con el veterinario toda la noche-. Me dijeron que se recuperaría antes si sabía que sus gatitos estaban bien.

– ¡Oh, Nash! -nunca había sido una gata bonita, pero con la mitad del pelo afeitado, y todas aquellas hileras de puntos negros, parecía una versión felina de Frankenstein-. ¿Dónde la has encontrado?

– En el camino de la granja de Bennett. Estaba enganchada en una alambrada.

– ¡Pero eso está a kilómetros de aquí! -cuando entró en la cocina, notó que tenía los brazos heridos él también, no sabía si por las zarpas de la gata o por la alambrada-. ¿Y tú? ¿Te has puesto la antitetánica?

– No te preocupes, llevo la vacuna al día -puso a la gata en la caja, junto a sus gatitos, y ambos observaron cómo los lamía.

– Vamos -dijo Stacey-. Vamos a limpiar esas heridas.

Buscó un líquido antiséptico.

– Pero si ya me había lavado en la consulta. Además, la alambrada estaba limpia.

– ¿Y desinfectada?

Él sonrió.

– Lo dudo.

– Eso era lo que me imaginaba -le agarró la muñeca y comenzó a limpiarle las heridas-. Pero esto te tiene que haber dolido.

– Sobreviviré -al sentir sus dedos fríos sobre la muñeca, y su pelo revuelto de recién levantada de la cama, pensó que podría hacer mucho más que eso.

Por encima del intenso olor a antiséptico, había un aroma a sábanas limpias y a cepillo de dientes, mucho más atractivo que un exótico perfume.

Mientras ella se detenía para sujetarse de nuevo el pelo con la goma, justo antes de volver a su tarea, Nash decidió que las últimas horas habían valido la pena solo por aquello.

– ¿Tienes hambre? -le preguntó ella. Sí, claro que tenía hambre. Pero no era comida lo que necesitaba, era a Stacey, allí mismo, en sus brazos-. ¿Has cenado?

Aquello era ridículo. No necesitaba a nadie, nunca había necesitado a nadie.

– No, pero tengo…

– ¿Huevos?

– Stacey…

– Están muy bien, los consigo a cambio de mis verduras. Son orgánicos, sin colesterol -le explicó.

– ¿Tus verduras?

– No, los huevos. ¿Los quieres revueltos?

Stacey se dio cuenta de que estaba hablando demasiado. Siempre lo hacía cuando estaba nerviosa. Y, desde luego, en aquel momento estaba nerviosa. Porque había decidido que Nash no se iba a ir, se iba a quedar con ella.

– Stacey, es muy tarde. Será mejor que me vaya, si tú te las puedes arreglar sola.

Comprobó que la gata estaba bien, y evitó la mirada de Stacey. Porque le provocaba algo dentro, le hacía sentir algo que no quería sentir. No quería ser tan vulnerable, odiaba esa necesidad que sentía de ella.

Ella se arrodilló a su lado. La gata estaba medio dormida y los gatitos se acurrucaban junto a su vientre.

– Stacey -se volvió y lo miró. Iba a decirle que se marchaba, que el jueves se habría ido, pero las palabras se murieron en su boca. Estiró la mano y la posó sobre su mejilla.

– ¡Stacey!

Ella se levantó de golpe y se dio la vuelta.

– ¡Dee!

– He traído el coche. Iba a meter la llave en el buzón pero, al ver luz, pensé que pasaba algo.

– No pasada nada, al menos, de momento -Stacey tragó saliva, sintiéndose como una adolescente a la que su madre había pillado in fraganti-. Tenemos una enferma. Es una gata.

– ¿Una gata? -Dee miró fijamente a Nash-. ¿Pero tú no tienes gato?

– No. Vive en el jardín de Archie, el viejo vivero. Tiene gatitos. ¿Quieres uno para Harry?

– No, claro que no. Y, ¿desde cuando unos gatos son una emergencia? -Dee no miraba para nada la caja, pues su atención estaba fija en el hombre que estaba junto a la caja.

Nash se estiró.

– Ha sido una alambrada la que ha provocado el problema.

– ¿Y usted quién es?

«¡Oh, no!», pensó Stacey.

– Soy Nash Gallagher -le tendió la mano, pero ella lo ignoró.

– Nash está trabajando en el terreno de al lado -dijo Stacey-. Está limpiando el jardín.

– ¿Limpiando el jardín? ¿Quieres decir que es un peón?

– ¡Dee!

Él la sujetó del brazo.

– Tranquila, Stacey. No es algo por lo que tenga que pedir disculpas -se volvió hacia Dee-, Sí, señora, estoy limpiando el jardín de Archie -luego sonrió-. Stacey lo único que ha hecho ha sido ofrecerme de vez en cuando una taza de té y ocuparse de unos gatitos sin madre.

– No lo dudo. Ella siempre ha tenido una especial debilidad por los seres indefensos… y los hombres musculosos.

Stacey protestó en silencio. Dee parecía su madre el día en que se encontró por primera vez con Mike.

– Nash -intervino Stacey-. Esta es mi hermana, Dee Harrington. Iba de camino al aeropuerto.

Esperaba que su hermana captara la indirecta y se marchara.

– Señora Harrington -dijo él, en un saludo cortés hacia la mujer que acababa de impedir que cometiera el peor error de su vida. Sabía que tenía que sentirse agradecido, pero no le ofreció su mano de nuevo. Ella asintió y esperó con toda frialdad a que él se marchara. Durante unos segundos tuvo la tentación de explicarle que no se dedicaba a limpiar jardines normalmente, tuvo tentaciones de decirle quién era. Pero el sentido común venció-. Os dejaré solas.

En cuanto se marchó, Dee la interrogó.

– ¿De dónde ha salido?

– Ya te lo he dicho. Está trabajando aquí al lado, en el vivero.

– Sabes que no es eso lo que te estoy preguntado.

Lo sabía.

– Está acampado en el terreno de al lado.

– ¿Y suele con frecuencia venir en mitad de la noche con algún animal herido?

– ¡No! -La única respuesta de Dee fue levantar las cejas-. Ha traído a los gatitos mientras se iba a buscar a la madre. Está mal, Dee, muy mal. Ha tardado horas en encontrarla y la traía del veterinario.

– ¿A las cuatro de la mañana?

Stacey se estaba cansando de aquel empeño de Dee por ejercer de hermana mayor.

– No creo que la gata sepa la hora.

– No has aprendido nada, ¿verdad?

– Por favor, Dee…

– No me lo puedo creer. Ese hombre es exactamente igual que Mike: mucho músculo, nada de cerebro y cero en ambición. Cuando eras una niña, se te podía excusar, pero ahora…

– No es como Mike. Es un… -estaba a punto de decir que era botánico, doctor en filosofía, pero algo le impidió hacerlo. Nash no se parecía en nada a Mike. Quizás físicamente, y podía entender que Dee dedujera el resto de ahí. Pero no se parecía en aquello que era importante-. No es como Mike, Dee.

– Claro que lo es. Me he dado cuenta de cómo lo mirabas. No lo hagas -le advirtió.

– ¡No he hecho nada! -no pudo evitar ruborizarse al recordar el modo en que había respondido a su beso.

– ¿No? No es más que un semental, Stacey. Solo quiere divertirse contigo, y estoy segura de que será divertido. Pero, ¿y después qué? Se marchará. Tú eres madre y tienes responsabilidades.

Aquel razonamiento estaba demasiado próximo al suyo, como para poder discutírselo.

– Estás sacando las cosas de quicio. De verdad que no ha pasado nada -solo había habido un beso. ¿Qué era un beso?

No había sido muy convincente. Dee le puso la mano en el hombro.

– Por favor, Stacey, escúchame. Noto la atracción que hay entre vosotros. Si se quedara, ¿qué tipo de futuro te esperaría? Tendrías que empezar otra vez, desde el mismo sitio en que te quedaste cuando estabas casada con Mike. Estarías con un hombre perdido en el camino hacia ninguna parte. Solo que esta vez, ya tienes treinta años.

– Veintiocho -Dijo ella, cansada con el maldito argumento de sus treinta años. Todavía le faltaban dos semanas para cumplir los veintinueve. No era vieja. Aún quedaba todo un año para los treinta-. Se va a marchar dentro de dos días, y yo mañana voy a salir con Lawrence, bueno, mañana no, esta noche.

– Por favor, haz un esfuerzo, Stacey -le dijo Dee, dejando las llaves del coche sobre la mesa-. Tim me está esperando fuera. Me tengo que ir. Te sugiero que te metas en la cama. Necesitas dormir para recuperar cuanto puedas de tu belleza.

Vaya, ese comentario no había sido muy alentador.

– Pásatelo bien en París.

– No voy a pasármelo bien, Stacey. Voy a trabajar. Algunos nos tomamos la vida en serio, ¿sabes? Quizás ha llegado el momento de que tú también lo hagas. Quizá no sea Lawrence, pero tienes que marcarte un objetivo en la vida. Antes de conocer a Mike, tenías cerebro. ¿Por qué no tratas de ponerlo en marcha otra vez?

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