Capítulo 8

Jessie llamó por teléfono a su servidor para descargar el trabajo que había terminado la noche anterior, y se quedó pensativa.

Internet era una fuente de información inagotable. Todo estaba en la red, si sabías dónde mirar. Lo único que tenía que hacer era teclear unas palabras clave, y lo sabría todo sobre Patrick Dalton. No solo sobre los casos en que había trabajado, sino también sobre su esposa.

Pero, ¿por qué sentía tanta curiosidad?

Si hubiera pensado en él como en un posible amante, su curiosidad estaría justificada, pero no era el caso, ¿O sí lo era?

No se podía quitar de la cabeza el modo en que la había besado. Aún podía sentir el sabor salado de sus lágrimas, su lengua sedosa en la suya; sentir cómo la abrazaba y la apretaba contra su cuerpo, como si de verdad le aliviara ver que ella estaba a salvo. Que los dos estaban a salvo.

Su dedo revoloteó por el teclado un momento, pero se contuvo. Estaba trabajando, y la vida privada de Patrick Dalton no era de su incumbencia.

De repente, levantó la vista del teclado un momento, y se sobresaltó al darse cuenta de que Patrick, vestido con un traje gris, la contemplaba desde la puerta.

– ¿Cuánto tiempo llevas ahí? -le preguntó, asustada de pensar que podía haberla pillado cotilleando en su vida privada

Patnck se puso detrás de ella, y observó la página web en la que estaba trabajando

– Un minuto, más o menos ¿Siempre estás tan concentrada mientras trabajas?

– ¿Y tú no? -le preguntó, bruscamente- Pensé que estabas en tu despacho.

– Y estaba, pero, de repente me di cuenta de que no había hecho nada respecto a la habitación pequeña

– ¿Seguro que no esperabas que me hubiera ido cuando llegaras?

– He comprado una cama, y tengo que quitar las cajas antes de que la traigan -dijo, sin confirmar ni negar lo que había dicho Jessie Tomó el ratón, y empezó a visualizar la página en la que estaba trabajando ella-¿Es una de las tuyas?

Jessie se volvió, y miró a la pantalla. Era más fácil que mirar a Patnck Dalton

– Sí. Fue mi primer trabajo importante. Un vivero de plantas y flores que hay en Maybndge Stacey obtiene casi todos sus clientes a través de Internet

– ¿Y tiene muchos? -le preguntó, mientras seguía explorando la página, y al hacerlo le rozaba el hombro. Jessie sintió el aliento masculino en sus cabellos, y un irrefrenable deseo de echarse hacia atrás en la silla, y sentir la fuerza de sus brazos

– Imagino que sí, porque se está expandiendo por todo el país

– ¿Pagan bien?-preguntó Patrick

– ¿Las flores y plantas?-le preguntó Jessie, perturbada por la proximidad masculina

– No. El diseño de páginas web -le corrigió Patrick, y cuando levantó la mirada, vio que no estaba observando la pantalla, sino a ella Jessie sintió un tremendo deseo de besarlo, y decirle que haría cualquier cosa, aun a riesgo de destrozarse el corazón, si con ello pudiera hacer que él dejara de sufrir, pero en cambio dijo:

– Encárgame una, y te daré un presupuesto

– En otras palabras, me estás diciendo que me meta en mis asuntos -sonrió- ¿Vas a estar ocupada todo el día?

– ¿Por qué? ¿Necesitas que te eche una mano con las cajas?

– No. Había pensado que cuando terminara de sacarlas, podríamos ir a dar un paseo con Bertie al parque, y comer allí unos sándwiches. Los muebles no llegarán hasta la tarde

Jessie se quedó pensativa, al oír lo de los muebles. Pensaba que solo iba a comprar una cama.

– ¿Salir a comer con el bebé?

– Sí, algo sencillo. Unos sándwiches.

A Jessie le resultó tentador, pero no se fiaba. Estaba segura de que implicaría muchas cosas más.

– Me temo que tendrá que ser un paseo por el jardín y unos sándwiches sentados en el banco. Tengo prisa por entregar un trabajo

– El trabajo no lo es todo, Jessie, y me da la sensación de que necesitas tomar un poco el sol -se incorporó, y ella se dio cuenta entonces de que había estado conteniendo la respiración- Vale, me conformare con el jardín Yo haré los sándwiches.

Sin esperar respuesta, Patrick abandono la estancia Jessie trató de volver a trabajar, pero le resulto muy difícil concentrarse, viéndolo pasar continuamente cargado con cajas, vestido con una camiseta vieja y unos vaqueros. Se cuestiono qué habría en esas cajas. No le parecía el tipo de hombre que acumulara trastos porque sí.

– ¿Necesitas ayuda? -le preguntó.

– No, gracias. Casi he terminado ya -después, como si intuyera su curiosidad, añadió-: debería haberme deshecho de estas cosas, hace mucho tiempo.

– ¿Qué vas a hacer con ellas?

– Bella asesoraba jurídicamente a un grupo de mujeres refugiadas. Cuando murió, yo empecé a encargarme de ellas. Estoy seguro de que Bella querría que sus cosas le sirvieran a alguien.

– Yo también lo creo así -miró a su alrededor, y vio una aspiradora-. Puedo pasar la aspiradora, si te parece bien.

– ¿Por el mismo alquiler que estás pagando?

– Me lo puedes bajar, si quieres. No soy orgullosa.

Patrick sonrió.

– Bueno, lo pensaré. De todos modos la limpieza se empezará a hacer el lunes, cuando la señora Jacobs vuelva de vacaciones.

– ¿La señora Jacobs?

– Viene todas las mañanas a limpiar un par de horas.

– ¿Ah, sí? Carenza no la mencionó.

– Carenza probablemente pensaba que limpiaban las hadas mientras ella dormía -ironizó-. Pero esta habitación no se ha tocado durante mucho tiempo.

– ¿Por qué? -dijo, antes de pensárselo dos veces, y arrepintiéndose en el mismo momento de haberlo hecho.

¿Por qué? Cuántas veces se había preguntado Patrick eso mismo. ¿Por qué Bella? ¿Por qué Mary Louise? ¿Por qué él? Pero no había encontrado respuestas.

Se quedó mirando pensativo el jardín, en cuyo árbol había pensado poner un columpio. Bueno, tal vez a Bertie le gustara tener uno. Podía haberle dicho que había sido la habitación de su hija, pero en cambio se puso a descolgar las descoloridas cortinas de las ventanas.

– No ha habido necesidad. Debería cambiarle la decoración.

– Si estás pensando en salir corriendo a buscar un bote de pintura. ¡No lo hagas, por favor!

– Si cambias de opinión, dímelo -le dijo, y Jessie se dio cuenta de que sonreía-. Te dejaré escoger el color. Tal vez prefieras que se empapele…

– ¡Patrick! Me gusta el amarillo. Es un color muy alegre. Por cierto, ayer estabas deseando librarte de mí, y hoy me agasajas. ¿A qué se debe este cambio de actitud?

– Estoy celebrando tu nuevo contrato de alquiler.

– Pero yo no necesito…

– Que tiene la ventaja de ser legal.

– ¡Legal! El otro también era legal. Al menos… -calló porque la mirada de Patrick le estaba advirtiendo de que se estaba metiendo en arenas movedizas-. ¿Qué has querido decir?

– Sarah, la chica que te atendió en la agencia es amiga de Carenza. No te podía conseguir nada tan deprisa, porque tardan un tiempo en comprobar las referencias de sus clientes, así que Sarah, compadeciéndose de ti, al verte tan desesperada, y tratando también de ayudar a su vieja amiga, te puso en contacto con Carenza, y hasta utilizó el modelo oficial de contrato para que todo pareciera legal.

– ¿Y en la agencia no lo sabían?

– No tenían ni idea, y estaban bastante enfadados. Por eso decidí pagarles su tarifa, y hacerte un contrato nuevo. Lo tienes encima de la mesa del vestíbulo. Solo tienes que firmarlo.

– Pero… Podías haberte desembarazado de mí.

– Sí, supongo.

– ¿Dónde está la trampa, entonces?

– No hay ningún tipo de trampa. No todos los hombres son… bueno… -se encogió de hombros, para no emplear la palabra que le hubiera gustado-. Llena el hueco con la palabra que te parezca. Necesitas un sitio para vivir, y yo tengo más del que me hace falta.

– Yo… -iba a preguntarle qué iba a hacer con Grady, pero se calló. Después de todo lo que estaba haciendo por ella, no podía pedirle que viviera sin su perro-. Gracias, Patrick.

– Bajaré a Bertie conmigo -sin esperar su respuesta, sacó al niño de su sillita, y empezó a bajar las escaleras-. Comeremos dentro de quince minutos.

– Va… Vale.

Normalmente Jessie podía hacer muchas cosas en quince minutos, pero tras pasar la aspiradora, no conseguía concentrarse en su trabajo, así que decidió llamar a su hermano.

Suspiró, al oír el contestador automático.

– Kevin, Faye, si ya habéis despertado, y os interesa saberlo, me he mudado de Taplow Towers -dijo, y pensó que no solo con el cuerpo, sino también con el alma. Con el paso del tiempo se había dado cuenta de que hubiera sido un error quedarse allí. Era demasiado fácil esconderse a lamer sus heridas. Además Patrick tenía razón: no todos los hombres tenían que ser como Graeme. Pero no se lo iba a decir de momento a su hermano-. Estoy viviendo en el número veintisiete de la calle Cotswold. Ya te pasaré la factura por la mudanza. Por cierto, Bertie está bien, pero si ya habéis dormido bastante, a lo mejor podríais pasar a recogerlo cuanto antes. Por si no lo recordáis yo también tengo una vida. Ah, y la próxima vez que tengáis ganas de tomaros un descanso, pedidme que me quede con Bertie. Os prometo que no os diré que no.

– ¿Una vida? ¿Ha dicho que ella también tiene una vida?

– Desde luego parece otra.

– Sí, ha vuelto a ser la que era.

– ¿Antes de Bertie?

– Antes de Graeme. Dios, cómo me gustaría retorcerle el cuello a ese hombre, pero me contentaré con besarte a ti por haber tenido una idea tan buena. Has estado brillante, y ya sé lo duro que ha sido para ti pasarte una semana entera sin el niño.

– Bueno, no tan duro. No habíamos estado tanto tiempo en la cama desde nuestra luna de miel.

– Todo lo bueno llega a su fin.

– Es verdad, pero ya que Bertie está en tan buenas manos, podríamos dejarlo con Jessie un par de horas más.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Jessie.

– Dando de comer a Bertie -le contestó Patrick, con suavidad-. Tenía hambre, así que le he dado pasta con queso. ¿Te parece bien?

– Sí… pero ¿cómo sabías que le tenías que dar eso?

– He encontrado una lista con el menú semanal. No sé si es que eres muy organizada, o que tienes muy mala memoria. Según lo escrito, hoy tocaba pasta -dio a Bertie otra cucharada, que se tomó sin protestar. Jessie tuvo que reconocer que a Patrick se le daba mucho mejor que a ella alimentarlo-. Siéntate, y ponte los sándwiches en el plato -le dijo, mientras le servía una copa de vino.

– De acuerdo.

Patrick salió al jardín, pero cuando Jessie lo iba a seguir, vio a Grady debajo de la mesa. El perro abrió los ojos, la miró, suspiró y los volvió a cerrar.

– Yo me sentaré del lado de su cabeza y tú del de la cola -le dijo Patrick, al verla dudar.

– Gracias -se sentó con cuidado en la esquina del banco, y dio un sorbo a su vino-. Desde luego eres mejor casero que Carenza.

– ¿A pesar del perro?

– El perro… el gato -Jessie dio otro sorbo a su copa-. ¿Quieres que siga yo dándole de comer?

– No, casi he terminado -respondió, mientras daba otra cucharada a Bertie-. ¿Qué tiempo tiene?

– Eh… -de repente Jessie sintió la cola de Grady contra las piernas, y se asustó, dejando caer vino en el vestido. Patrick le pasó un pañuelo, y Jessie tuvo que obligarse a recordar que las colas no mordían-. Unos seis meses -tomó un sándwich-. ¡Vaya, están muy bien hechos! Eres todo un amo de tu casa.

– Bueno, llevo viviendo solo mucho tiempo.

– ¿No tienes familia? ¿Hermanos o hermanas? -le preguntó, para apartar su pensamiento de su esposa fallecida.

– Una hermana: Eleonora, la madre de Carenza, que está divorciada. Mi madre está ya jubilada, y vive en Francia. Mi padre murió.

– ¿Era abogado también?

– Todos lo somos. También mi padre cuando vivía. Y mi tía Molly -calló un momento, y Jessie se dio cuenta de que su esposa también debía de haberlo sido-. Seguramente Carenza lo será también, si se decide a estudiar en serio, y saca buenas notas en selectividad -continuó, al tiempo que daba la última cucharada a Bertie-. ¿Y tú? ¿Dónde están tus padres?

– Dando la vuelta al mundo. Mi padre vendió su negocio hace unos meses, y se fueron directamente al aeropuerto desde la fiesta que les dimos por su jubilación. Ahora deben de estar en China -hizo ademán de ponerse en pie-. Iré a buscar el biberón de Bertie.

– Déjalo. Iré yo, dentro de un momento -le dijo Patrick, apoyando la mano en su hombro, para mantenerla a su lado. Jessie sintió el calor de sus dedos a través del fino tejido de la blusa, y unas tremendas ganas de inclinar la cabeza, y rozar la mejilla contra ellos. El repentino deseo que sintió de él la asustó. Tal vez fuera ya hora de que volviera a dejarse llevar, pero necesitaba todavía un poco más de tiempo, para confiar en sus instintos.

– No -dijo con brusquedad, apartándose de su lado-. Ya has hecho bastante -dejó la copa en la mesa y se puso de pie. Necesitaba poner distancia entre ellos.

Grady empezó a ladrar y a mover la cola, hasta que Patrick lo mandó echarse de inmediato, al oír el grito de Jessie.

– Lo siento… No quería hacerlo… Me lo había prometido a mí misma… Debes de pensar que soy tan débil.

– No creo que seas débil, lo que creo es que te han hecho mucho daño. Te ha engañado el hombre en quien confiabas; te han echado de tu casa, por una estúpida cláusula en el contrato; estás muy cansada y además tratas por todos los medios de vencer el miedo que te causa Grady.

De repente, Jessie se olvidó del perro.

– ¿Cómo sabes que me tuve que ir?

– Esta mañana estuve en Taplow Towers, y por una pequeña propina el portero me lo contó.

– ¡Has estado haciendo averiguaciones sobre mí! -exclamó, sin poder dar crédito a lo que había oído.

– No pretendía disgustarte -trató de tocarle la mano, pero ella la apartó-. Lo único que pretendía era saber algo del padre de Bertie, para poder presionarlo, y conseguir que te ayudara a comprarte una casa. No te puedes ni imaginar lo que puede lograr la carta de un abogado.

Jessie comprendió, de repente, que lo que quería era que se fuera lo antes posible.

– Siento que hayas perdido la mañana -le dijo, enfadada.

– No la he perdido. Me he enterado de muchas cosas.

– Apuesto a que sí, pero no habría hecho falta que pagaras por esa información. Si me hubieras preguntado, te lo habría dicho yo misma. Además, lo habrías averiguado por ti mismo muy pronto -añadió, pensando que Kevin y Faye no tardarían en aparecer.

– No importa, Jessie. Tú vives aquí, y te puedes quedar el tiempo que desees.

– El contrato dice tres meses.

– En el nuevo existe la posibilidad de renovación, en el caso de que no hayas encontrado para entonces nada interesante que comprar. No es fácil -levantó una ceja, invitándola a sonreír-. ¿No me digas que no lees los contratos antes de firmarlos?

– No todo lo que pone -admitió Jessie, confusa. Si el portero se lo había contado todo, no entendía por qué no estaba enfadado con ella por haberle ocultado que no era la madre de Bertie-. ¿No estás enfadado?

– ¿Enfadado? ¿Por qué habría de estarlo? Es a ti a quién han echado de tu casa, y dejado sola con un bebé.

– Lo sé, pero te lo debería haber explicado todo, solo que tuve miedo de que si sabías la verdad, insistieras en que me marchara.

– Pero, ¿por quién me tomas? -le preguntó, ofendido-. Desde luego, ese hombre te ha dejado marcada.

Jessie enrojeció. No solo había averiguado que le había mentido por omisión respecto a Bertie, sino que además sabía todo lo de Graeme. Se puso las manos en sus acaloradas mejillas, y se preguntó qué más habría averiguado en su anterior dirección. Y ella que había sido tan considerada, como para no querer obtener información sobre él en Internet…

– Perdona -le dijo secamente, tomando a Bertie de sus brazos-. Si no te importa, me voy a llevar a Bertie.

– Vamos, Jessie, no seas así -Patrick se puso de pie, y la agarró por el brazo-. Por favor, quédate y termina de comer.

– Me atragantaría. Por cierto, preferiría que dejáramos de tutearnos -le dijo, mirando la mano que le sujetaba el brazo, hasta que la soltó.

– Te aseguro que solo estaba tratando de ayudarte -le dijo.

– ¿Ah, sí? ¿No estarías tratando de hacerme sentir tan mal que llegara a decirte dónde te podías meter tu flamante contrato nuevo; opción de renovación incluida?

– ¿Y por qué iba a querer hacer eso?

– Porque entonces te librarías de mí, y si me quejaba, siempre podrías referirte al nuevo contrato que acabo de firmar, a la reducción de la renta o a los muebles nuevos, y hacerme quedar como una pobre mujer histérica, que no sabe lo que quiere -al darse cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar, salió corriendo hacia la casa. Al verla, Grady fue detrás de ella-. Échate -le dijo con firmeza, y el perro obedeció. Estaba todavía sobreponiéndose de la impresión, cuando oyó a Patrick:

– ¿Y se va a marchar, señorita Hayes?

Jessie se quedó mirándolo.

– Ni lo sueñe, señor Dalton. Ni lo sueñe.

– Pensé que se lo debía preguntar. Por si tenía que anular el pedido de la cama -le dijo con suavidad.

Jessie lo miró, y para su sorpresa él se echó a reír.

– Si cancela el pedido, señor Dalton, le aseguro que se pasará mucho tiempo durmiendo en el sofá.

– Sí, señora.

Entró en la cocina, tomó el biberón de Bertie, y subió escaleras arriba. Las risas de Patrick la acompañaron hasta el piso superior.

Jessie estaba trabajando cuando llegaron los muebles, pero no salió en ningún momento para ver lo que habían traído, ni ofrecerse a ayudar. Ni siquiera movida por la curiosidad de oír una voz femenina.

– Jessie, ya han terminado -le dijo Patrick-. ¿Quieres ver cómo ha quedado?

– Estoy segura de que estará bien -le respondió, sin mirarlo.

– Creo que deberías comprobar si el colchón es de tu agrado.

– Si no lo es, puedes dormir tú en él.

– Resistiré la tentación de preguntarte si me estás sugiriendo algo -Jessie lo miró-, y me limitaré a repetirte que todavía estás a tiempo para cambiar el colchón, si no te gusta. Así que compruébalo o tendrás que conformarte con él después, de todos modos.

Jessie suspiró.

– Está bien, si insistes -entró en la habitación, y se detuvo en seco. Había sufrido una verdadera transformación: cortinas verdes en las ventanas y una cama, con la mesita y el tocador a juego de madera provenzal. Las sábanas y la colcha también eran nuevas. Los operarios que habían traído los muebles esperaban su aprobación, así como la señora que parecía haberse encargado de las cortinas y la ropa de cama-. Patrick, no sé qué decir.

– Eso significa que le gusta -dijo el jefe de los operarios, en tono confidencial.

– Prefiero oírselo decir a la señora -afirmó Patrick, señalando la cama.

Jessie probó los muelles.

– Parece que está bien -dijo.

– ¿No crees que deberías echarte para asegurarte?

Sabía que estaba bromeando. Tal vez había sido demasiado dura con él. Decidió seguirle la broma, se quitó los zapatos, y se echó sobre la cama.

– Es fantástica -afirmó, e incluso puso los brazos detrás de la cabeza-. Te invitaría a probarla, pero a lo mejor luego me la quieres cambiar.

– ¿Tan buena es? -primero se sentó en el borde, y después se tumbó al lado de Jessie, que sintió que le daba un vuelco el corazón-. Nos la quedamos -dijo Patrick, y sin moverse firmó la nota que le acercaba el repartidor, y le dio una propina-. Cierren la puerta cuando salgan, por favor.

Ninguno de los dos habló. Minutos después oyeron cerrarse la puerta, y dedujeron que los trabajadores ya se habían marchado. El silencio se volvió a apoderar de la habitación, hasta que Jessie solo llegó a oír su propio pulso martilleándole los oídos. Cuando ya no lo pudo soportar más, dijo:

– No tenías que haberte molestado tanto, Patrick. Para las pocas semanas que me voy a quedar, solo necesitaba una cama…

– Supongo que no pensarías tener la ropa en las maletas.

– Bueno… no.

Continuaron mirando el techo, con la misma atención que si estuvieran contemplando la Capilla Sixtina.

– Si te vas a quedar, debes estar cómoda.

Jessie se preguntó cómo podría haber pensado alguna vez que Graeme era guapo. Comparado con el hombre que tenía a su lado, no valía nada. Apretó la ropa de cama con las manos, para no tocarle la cara, ni morderle los labios, saborearlos, poseerlos…

– Así nunca te vas a librar de mí, ¿sabes?

– ¿Ah, no? Bueno, a lo mejor lo que sucede es que estoy acostumbrándome a tenerte cerca -se puso de lado, y la miró-. Tal vez no quiera librarme de ti.

A Jessie casi se le para el corazón al oírlo.

– Pero, ya sabes que no soy una buena ama de casa. No sé cocinar…

– ¿Ni siquiera freír unas chuletas de ternera? -su voz le produjo el mismo efecto que la seda contra la piel, y Jessie pensó que lo mejor sería que se levantara lo antes posible.

– Eso, precisamente, es lo que me… menos sé ha… hacer -tartamudeó, sin ser capaz de moverse.

– ¿Por qué no sabes cocinar? Te gusta comer, ¿no? -bromeó.

– Sí, pero… cuando se cocina para uno -tomó aliento-, bueno, normalmente para uno, no apetece hacer cosas elaboradas.

– ¿Entonces comíais fuera cuando estabais juntos Graeme y tú? -preguntó sorprendido.

Al darse cuenta de que parecía querer saber todos los detalles escabrosos de su relación, Jessie se sintió decepcionada, y le empezó a costar menos respirar.

– No. Solíamos pedir la comida por teléfono. Yo estaba muy ocupada, y él no sabía… bueno más bien no quería hacer el esfuerzo de cocinar.

– Mi madre siempre dice que no se puede confiar en un hombre que no sabe cuidar de sí mismo -le dijo Patrick-. Nunca se puede estar seguro de por qué está contigo.

– Pues la mía dice que se puede saber cómo es un hombre por el modo en que sabe desenvolverse cuando se te pierde el equipaje, si llueve durante una excursión campestre, o tiene que poner las luces al árbol de Navidad -respondió Jessie-. Por desgracia, no te encuentras con frecuencia con las circunstancias de las luces o el equipaje, y nosotros no salíamos al campo -se volvió hacia él-. La autosuficiencia dice mucho más de una persona. Tu madre es una mujer inteligente.

– Sí, y a ella le encanta decírmelo. La verdad es que siempre pensé que era su estrategia para hacerme cocinar y ser ordenado. ¿Cómo lo conociste?

Jessie se sorprendió de lo poco que le costaba hablar de Graeme. Del poco daño que le hacía ya.

– Llamó a mi puerta para pedirme café, como en ese estúpido anuncio de la tele. Bueno, era actor, o al menos eso decía él. A lo mejor se había presentado a la selección de actores para ese papel. En fin, que me dejé engañar por aquella sonrisa deslumbrante y su mirada de hombre desamparado. Con el paso del tiempo he llegado a la conclusión de que seguramente las había ensayado frente al espejo.

– Entonces, ¿era vecino tuyo? -le preguntó Patrick sorprendido.

Jessie frunció el ceño.

– No. Estaba en casa de unos amigos que compartían piso una planta más arriba de la mía. Dormía en el sofá. De nuevo, con el paso del tiempo he llegado a la conclusión de que lo debía de hacer muy a menudo.

– Ya entiendo.

– Pues, por desgracia, yo, entonces, no entendí nada. Sospecho que sus amigos estaban hartos de tenerlo durmiendo en el salón, y decidieron colocármelo a mí que tenía una cama de matrimonio que no compartía con nadie.

– ¡Qué buena gente!

– Probablemente lo fueran, pero estaban desesperados por deshacerse de aquel huésped molesto -sonrió-. Lo mismo que tú.

– ¡Vaya golpe bajo!

– Tienes razón. Lo siento -instintivamente puso una mano sobre la de Patrick-. Tú no te pareces en nada a ellos. Absolutamente en nada.

– Eres demasiado generosa, por la cuenta que te tiene.

– Sí, debo de serlo, porque me pedía dinero continuamente, y yo se lo daba. Cincuenta libras un día, porque tenía que cortarse el pelo para una selección de actores. Cien otro, para llevar a comer a su agente. No me di cuenta de cuánto dinero le llevaba prestando hasta que no me llegaron los extractos del banco, y parecí recuperar el sentido común. Le propuse que contribuyera con los gastos de la casa, y no le hizo ninguna gracia. Mientras tanto, me hacía creer que me había regalado el anillo de compromiso de su madre, para que pensara que lo nuestro iba en serio, cuando en realidad seguramente había utilizado aquel anillo montones de veces más, y se lo habrían terminado tirando a la cara. Lo que tenía que haber hecho era haberlo metido en el cubo de la basura.

– ¿Y tus vecinos nunca te advirtieron?

– ¿De que hacía con todas lo mismo? ¿Por qué iban a hacerlo? Eran amigos suyos. Por eso no me pude quedar allí luego. Cuando me di cuenta de todo, no podía soportar encontrármelos en el portal. Me sentía estúpida. Por eso decidí mudarme.

– Pero, pensé que te habías mudado porque… -Patrick se encogió de hombros-. Bueno, no importa.

– Tienes razón, ya no importa, porque todo ha terminado. Es algo olvidado.

– Te lo has tomado muy bien. Conozco a gente que ha asesinado por menos.

– Porque eres abogado, y has conocido a gente que después de haber aguantado demasiado, llega un momento en que no puede más. En mi caso solo me dejé tomar el pelo -se estiró-. Tengo que admitir que estuve una temporada con la autoestima por los suelos, y decidida a no volverme a implicar emocionalmente con un hombre en mi vida.

– ¿Pero? -le preguntó con dulzura, acercándose más a ella, sin soltarle la mano.

– ¿Por qué dices «pero»?

– Pensé que lo ibas a decir tú.

– ¿Ah, sí? -tragó saliva-, bueno supongo que hay que salir adelante, continuar viviendo dejando atrás las malas experiencias…

Calló al sentir la mano de Patrick en su mejilla, bajar después hasta sus labios, y acariciárselos con el pulgar, para más tarde enredar los dedos en sus cabellos, y atraer su rostro para, seguramente, darle el tipo de beso que solo podía llevarlos después a otra cosa.

– Quédate -le pidió-. Quiero que te quedes.

Cada célula de su cuerpo le pedía a gritos que se quedara, que se dejara llevar, y volviera a sumergirse en las peligrosas aguas de la vida en pareja. Pero no podía hacerlo de aquella manera. Necesitaba tener más control de sí misma. Su decisión no debía estar motivada por su desesperada necesidad de ser abrazada y amada. Esta vez lo tenía que hacer bien.

– Patrick…

La besó, pero no en los labios, sino en la frente, y se levantó de la cama, poniendo distancia entre ellos antes de que Jessie pudiera protestar, o lamentarlo.

– ¡Patrick! -él se volvió ya en la puerta. Jessie se levantó, y le puso la mano en el brazo-. Gracias, por todo esto.

– De nada.

– En cuanto a quedarme…

– Todo el tiempo que necesites -la interrumpió-. Si puedo hacer algo para ayudarte con la búsqueda de piso, o si necesitas un abogado, házmelo saber.

A Jessie le pareció distante, y dejó caer la mano.

– Tardaré bastante en encontrar algo como esto -le dijo, dándose la vuelta bruscamente para mirar hacia el jardín. Después, sin mirarlo todavía a los ojos, dijo-: Será mejor que traslade aquí la cuna, para que puedas tener tu habitación para ti solo otra vez.

Patrick pensó que no le importaba mucho la habitación, que lo importante era con quién la compartieras, pero no dijo nada. Tenía mucho tiempo. Tal vez el cuerpo le estuviera pidiendo a gritos que recuperara el tiempo perdido durante aquellos diez años que se había pasado sumido en los recuerdos, pero tenía que hacerla sentirse segura de él, de sus buenas intenciones.

– Déjala donde se encuentra. Bertie está todavía dormido, y tú tienes mucho trabajo. O al menos es lo que me dices constantemente. Ya me ocuparé de eso luego.

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