Jessie entró en el estudio, y cerró la puerta para que no distraerse cada vez que viera pasar a Patrick, pero no le resultó fácil concentrarse. Lo oía moverse por la planta de arriba, por el trastero; cambiar objetos de lugar. Bajó varias veces a la planta en que se encontraba ella, y no pudo evitar pensar que si había decidido ponerse a limpiar, podía haber escogido otro momento.
Al final se dio por vencida, y dejó de trabajar. Pero para no salir a ver qué estaba haciendo Patrick, para dejar de pensar en él, se puso a llamar por teléfono.
Patrick se frotó la barbilla contra el hombro, y trató de analizar lo que sentía en aquel momento. Sobre todo era pena por una vida no vivida.
Pasó la mano por la cuna pintada de blanco, y trató de recordar lo que había sentido al traer a Bella y la hija de ambos del hospital: estaba tan orgulloso que se sentía invencible.
Sonó el timbre de la puerta.
Si hubiera ido con ella aquel día, en vez de quedarse trabajando en aquel informe nuevo. Si se hubiera llevado a Grady con ella…
El timbre volvió a sonar, y Patrick dejó que los recuerdos se desvanecieran. No podía hacer nada para cambiar las cosas. Lo único que podía hacer por Bella y Mary Louise era vivir su propia vida bien. Volver a empezar, sin lamentar nada.
Jessie abrió la puerta del estudio cuando él pasaba delante.
– Oh, oí el timbre -dijo ella. Enrojeció un poco, como si la hubieran pillado esperando a su amante secreto, y Patrick sintió un repentino ataque de celos-, y no estaba segura de que lo hubieras oído tú.
– ¿Estás esperando a alguien?
– No, solo que pensé que no lo habías oído. Cómo estabas trabajando…
– Ya he terminado. Iré yo. ¿No estabas muy ocupada?
– Sí, bueno. Además será para ti…
Los timbrazos se hicieron más insistentes.
– ¡Vaya prisas! ¡Ya voy! -gritó, y bajó corriendo las escaleras-. ¿Qué desea? -preguntó, tras abrir la puerta.
– Eh, nada. Es… estaba buscando a Jessie.
– ¿A Jessie?
La sorpresa le hizo dar un paso atrás, y el recién llegado lo tomó como una invitación a pasar. Entró en el vestíbulo, y miró a su alrededor cómo buscándola.
– En el mensaje que dejó en mi contestador decía que se había mudado aquí. Hemos estado fuera, ¿sabe? Soy el padre de Bertie. Supongo que Jessie está un poco enfadada conmigo.
Patrick no era un hombre violento. Ejerciendo su profesión, había visto demasiadas veces el dolor que causaba tal actitud, pero aun así, sin hacer caso de la mano que le tendía Kevin, lo tomó por las solapas de la chaqueta, y lo levantó del suelo, poniéndolo después contra la pared.
– ¿Un poco enfadada dice? ¿Usted cree que después de lo que le ha hecho está solo un poco enfadada? ¿Qué tipo de hombre es usted? -la pregunta era solo retórica, porque a Patrick no le interesaban las excusas de Kevin-. No es más que un aprovechado y un mentiroso, pero no se crea que va a poder volver a entrar en la vida de Jessie como si nada, y hacerla daño de nuevo. Ahora vive en mi casa, y nadie… nadie… ¿Me ha oído? -su víctima se limitó a asentir con rapidez-. Ahora está viviendo en mi casa, y nadie va a aprovecharse de su bondad, o volver a abusar de su cariño.
– Perdone, pero creo…
– No me interesan sus disculpas. Lo que quiero es que salga de la vida de Jessie para siempre.
– ¡Patrick! -gritó Jessie antes de echar a correr escaleras abajo hacia ellos. Al notar tanta angustia en su voz, a Patrick le dio un vuelco el corazón-. ¡Déjalo en el suelo! ¿Qué demonios te crees que estás haciendo?
Patrick miró al hombre que tenía contra la pared, y después a Jessie. Podía querer hacerle creer que ya no lo quería, pero la angustia que se veía reflejada en su rostro la delataba. Por muy mal que se hubiera portado Graeme con ella, nunca lo olvidaría.
– ¿El ridículo? -sugirió con amargura. Después soltó a Kevin, y dio un paso atrás, golpeándose contra la mesa del vestíbulo. Al irse a sujetar en ella, se encontró con el contrato que con tanta ilusión había hecho para Jessie, y lo rompió-. No se admiten parejas -dijo, mientras Jessie lo miraba boquiabierta.
– ¿Te has vuelto loco, o qué?
– Ya veo que vas a recibir al hijo pródigo con los brazos abiertos.
– Por supuesto que lo voy a recibir con los brazos abiertos. Lo he estado llamando toda la semana. Ha venido a recoger a Bertie, Patrick -le dijo, cautelosa-, para llevárselo a casa -después, volviéndose hacia su hermano, le dijo-. ¿No está Faye contigo?
Kevin se aclaró la garganta.
– Está buscando aparcamiento. Además, se está tomando su tiempo, porque no estábamos muy seguros de cómo nos ibas a recibir.
– ¡Ven aquí, idiota! -le dijo Jessie, abrazándolo-. ¿Habéis descansado bien?
– No hemos salido de la cama en tres días. ¿Quién es ese gorila? -le preguntó casi al oído.
– ¿Gorila? -de repente le vino a la cabeza la imagen de un gorila con toga, y sonrió-. El gorila es Patrick, Patrick Dalton. Me mudé con él, cuando me echaron de mi apartamento -Jessie se dio cuenta de que debía haber sonado un poco raro lo que acababa de decir, pero ya habría tiempo para las explicaciones. -¿Patrick? -estaba pálido, y todavía miraba a Kevin cómo si lo quisiera destrozar con sus propias manos-. Patrick, este es Kevin -Patrick no se movió-. Mi hermano Kevin.
– ¿Tu hermano? -ahora que se lo había dicho, se daba cuenta del parecido. -Pero… dijo que era el padre de Bertie.
– Bueno, sí. El portero te lo dijo… -Jessie titubeó-. Dijiste que te lo había dicho.
– Me dijo que habías tenido que irte de Taplow Towers, cuando llegó el bebé. Que el padre del niño había tenido que irse de repente, con su esposa.
– Sí, Kevin y Faye… -miró a Kevin-. Será mejor que salgas a decirle que puede entrar.
– ¿Estás segura? -dijo, mirando a Patrick.
– No seas tonto. Ha habido un malentendido, eso es todo. Lo aclararemos mientras nos tomamos una taza de té.
Kevin se quedó mirando a Patrick, esperando que corroborara las palabras de Jessie. Como permanecía en silencio, Jessie se quitó las gafas y lo miró, inquisidora, con las cejas levantadas. Patrick levantó las manos.
– Por supuesto. Pasa. Trae a tu esposa. Invita a la familia. Pero olvidaos del té. Lo que necesito en este momento es una copa.
– ¿Se puede entrar? -dijo, en aquel momento Faye desde la puerta, moviendo un pañuelo blanco en señal de paz.
– ¡Faye! -Jessie corrió a abrazarla, y después se apartó de ella, y la contempló-. Estás fenomenal. Está claro que la cura de sueño ha dado sus resultados.
– ¿No estás enfadada?
– Bueno, hubiera preferido que me lo pidierais. Habría sido más sencillo que me quedara en vuestra casa, y no me hubieran echado de la mía.
Tanto Kevin como Faye miraron al suelo, sin atreverse a mirar a Jessie a la cara.
– Teníamos que sacarte de allí, Jessie, porque si no hubieras acabando marchitándote con tanta quietud y respetabilidad -le dijo Faye-. Sin embargo, este sitio es agradable -le dijo, mirando a su alrededor.
– Sí que lo es. Además el alquiler es razonable, y al casero se le dan muy bien los niños… -miró a Patrick, y no le gustó la expresión de su rostro-. Ven a ver a Bertie. Ya verás que diente le ha salido…
– Jessie… -dijo Patrick, con la misma voz que usaba seguramente para interrogar a algún testigo hostil-. ¿Me puedes decir qué demonios está pasando aquí?
Jessie se limitó a tomar a Faye por el brazo.
– Ya sabes lo que tienes qué hacer, hermano -dijo a Kevin, antes de empezar a subir las escaleras con su cuñada-. Cuéntale a Patrick lo que me hiciste y por qué. Ya puedes hacerlo bien, porque espero darle pena, y que pegue el contrato -miró a Patrick-. Me gusta estar aquí.
Kevin los miró a los dos, y sonrió.
– Si las cosas son como parecen, lo mejor será que seas tú la que des las explicaciones, hermanita.
– Estoy de acuerdo contigo -dijo Faye, bajando para tomar a su marido del brazo.
– No os preocupéis por nosotros, nos las arreglaremos para encontrar la tetera…
– Olvídate del té -dijo Jessie-. Estoy de acuerdo con Patrick en que todos necesitamos una copa -lo miró, pero no recibió ningún apoyo por su parte-. Tal vez este sea el momento de tomar ese brandy que estás empeñado en meterme por la boca a la menor ocasión -se volvió a Kevin y Faye-. Encontraréis a Bertie en la habitación de la derecha del primer piso…
– Y la cocina está en la planta baja -añadió Patrick. Estáis en vuestra casa -dijo, y entró con Jessie en el salón, cerrando la puerta tras de sí.
– Brandy -dijo Jessie, después de un momento.
La voz de Patrick la detuvo, cuando iba a buscar la bebida al aparador.
– Bertie no es hijo tuyo.
Jessie se volvió bruscamente.
– Pero, pensé…
– Graeme no es su padre.
– ¡No! Patrick…
– Entonces, solo tengo una pregunta.
– ¿Una solo?
– ¿A qué demonios has estado jugando?
– ¿Jugando?
– Sí, o fingiendo. Llámalo como quieras. Haciéndote pasar por una desgraciada madre a la que han echado a la calle.
– Pero tú sabías que Bertie no era mi hijo. Te lo dijeron en Taplow Towers…
– Allí lo que me dijeron fue que te habías tenido que ir a causa del bebé, y que el padre se había marchado con su esposa…
– ¿Cómo has podido pensar que había tenido un lío amoroso con un hombre casado? -Jessie sirvió dos copas de brandy, y tomó un buen trago de una de ellas. Le entró la tos, pero Patrick no hizo nada para aliviarla, se limitó a esperar a que se le pasara.
– Para empezar, nunca pensé que supieras que estaba casado. Pero, ¿por qué no me dijiste desde el primer momento que Bertie no era hijo tuyo?
– Iba a hacerlo -titubeó, y miró a su copa para evitar mirarlo a él.
– ¿Pero?
– Lo iba a hacer a primera hora de mañana.
– ¿Y por qué no lo hiciste?
– Porque dijiste que si no me echabas a la calle, era por Bertie.
– Me había dado un golpe, no había dormido la noche anterior, y además me había encontrado con una inquilina no deseada. ¿Cómo querías que me mostrara razonable?
– Lo único que sabía era que no estabas siendo razonable…
– Pero no te iba a echar así. ¿Acaso me tomas por un monstruo?
– Cómo tú bien dices, te habías dado un golpe, no habías dormido, y además, estabas enfadado porque tu sobrina te había engañado. Cómo iba a saber yo que bajo aquella piel de tigre se escondía un dulce corderito.
– Deberías habérmelo dicho…
– Lo sé. Iba a hacerlo, pero entonces fuiste a Taplow Towers, y hablaste con el portero que lo sabía todo. Por el amor de Dios, ¿no te diste cuenta de lo sorprendida que estaba de que te lo hubieras tomado con tanta tranquilidad?
– ¿Con tranquilidad? Sería lo que aparentaba. ¿Cómo me lo iba a tomar con tranquilidad, si pensaba que te habían abandonado?
– No. Al que abandonaron fue a Bertie. Me lo dejaron a la puerta, con una pequeña nota donde decían que necesitaban dormir urgentemente.
– Bueno, pues supongo que ya se habrán recuperado -dijo Patrick, con una sonrisa.
– ¿No te das cuenta de lo duro que tiene que haber sido para Faye estar separada de su hijo? Lo hicieron por mí.
– ¿Por ti?
– Para que me viera obligada a marcharme de Taplow Towers. Allí me sentía a salvo, porque sabía que ningún otro hombre iba a llamar a mi puerta para pedirme café, y después romperme el corazón.
– ¿Eso fue lo que hizo? ¿Romperte el corazón? -lo dijo con tanta intensidad, que Jessie se mantuvo alejada de él, cuando lo que más deseaba en ese momento era abrazarlo y tranquilizarlo.
– En aquel momento fue lo que creí. Lo peor fue que me hizo perder la fe en mi capacidad de juzgar a la gente, y me encerré en mí misma, olvidándome de que solo se vive una vez, y que en esta vida hay que arriesgar, si se quiere ganar. ¿No te parece?
Patrick se acercó a ella a toda prisa, y le tomó las manos.
– Jessie…
Llamaron a la puerta, y Faye asomó la cabeza.
– Siento interrumpiros, pero Bertie tiene sed, y hay un enorme perro a la puerta de la cocina, que parece no querer dejarme entrar.
– Ah, vaya. Yo me ocuparé -dijo Patrick.
Jessie lo detuvo.
– No. Lo haré yo. Tú, quédate a hablar con Kevin.
– ¿Estás segura?
Jessie sonrió.
– Si me voy a quedar, Grady y yo tendremos que hacernos amigos. Vamos, Faye.
– Pero, Jessie…
– Grady es un pedazo de pan -aseguró, con solo un ligero temblor en la voz que la pudiera traicionar.
Su hermano hizo ademán de seguirla, pero Patrick lo detuvo.
– A mi hermana le aterran los perros -dijo, preocupado.
– Sí, pero creo que preferiría que no fuera así. ¿Le damos una oportunidad?
Desde las escaleras la vieron acercarse a Grady, que estaba guardando la puerta de la cocina.
– Túmbate -lo dijo con aparente firmeza. Solo alguien que la conociera bien, podía detectar la inseguridad en su voz. Grady le hizo caso, y se echó en el suelo, con la cabeza entre las patas-. Buen perro -le dijo, y le dio una palmada en la cabeza-. Buen perro.
Los dos hombres respiraron aliviados, y después intercambiaron una sonrisa.
– ¿Os quedáis a cenar? -preguntó Patrick-. No hay gran cosa, pero nos gustaría compartirlo con vosotros.
– Nos encantaría.
– Lo siento -se disculpó Jessie, mientras calentaban la comida india del día anterior, y freían la chuleta que había comprado Patrick. Mientras tanto, en el salón, Kevin y Faye hacían carantoñas a su hijo-. Debía haberte dicho la verdad desde el principio, pero temí que me pusieras en la calle.
– Lo cierto es que ese fue mi primer pensamiento.
– ¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
– Un beso.
– ¿Podemos ayudar? -preguntó Faye, desde la puerta. Detrás de ella apareció Kevin con Bertie en brazos-. ¡Qué gato más bonito! -dijo refiriéndose a Mao.
– ¿Te gustan los gatos? -preguntó Patrick.
– Me encantan -se acercó a acariciar a Mao, que recibió encantado el homenaje-. Por desgracia…
– Bertie lo adora -apuntó Jessie, y miró a Patrick. Podía notar que le estaba leyendo el pensamiento. Era como ser tocada íntimamente. Poseída. Conocida.
– Sí, Bertie lo adora… -Patrick le sostuvo la mirada, y ella supo exactamente lo que iba a decir-. Bertie lo debería tener.
– Pero… -empezó a objetar Kevin, cómo Jessie sabía que haría. A nadie en su familia le gustaban los gatos.
– Insisto, Kevin -dijo Jessie, sin que ella y Patrick dejaran de mirarse.
Su hermano se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que tragar.
– Gracias. Siempre que no me tenga que llevar también al perro.
– No -dijo Jessie con firmeza-. Mao tiene un contrato de alquiler limitado, y para alivio tuyo lo vendrá a recoger su dueña en septiembre, sin embargo Grady vive aquí -dicho esto, pasó a su hermano un plato de ensalada-. ¿Comemos en el jardín?
Patrick cerró la puerta tras Kevin y Faye.
– Bueno, ya estamos solos tú, Grady y yo.
– Ahora que ya se han marchado dos de tus huéspedes molestos, será mejor que me ponga yo a buscar casa, mañana mismo -Patrick no dijo nada-. Por lo menos ahora, como no está Mao, puedes volver a trasladar a casa la cesta de Grady.
– Tú todavía estás aquí. No quiero más ataques de histeria en medio de la noche.
Jessie levantó las cejas.
– ¿De histeria?
– Podrías querer levantarte a media noche a tomar una taza de té. Hoy te has portado como una valiente, pero a lo mejor sola, en plena noche…
– Lo puedo sobrellevar. Faye estaba asustada, y pensé: no seas tonta. Grady no te va a hacer ningún daño. Y así fue.
– Si estás segura…
– Lo estoy. Buenas noches, Patrick.
Patrick se sintió cómo perdido en un vasto océano, convencido de que era demasiado pronto para decirle a Jessie cuáles eran sus sentimientos. Estaba seguro de ellos como nunca lo había estado en su vida. Al principio Bertie lo había confundido, pero ahora que se había ido, se daba cuenta de que sus sentimientos por ella eran los mismos.
El problema era que había tenido una mala experiencia amorosa, y necesitaba tiempo. Estaba dispuesto a dárselo: tiempo y espacio. Se alegraba de haber hecho el esfuerzo de arreglar la habitación pequeña. Ahora tenía en ella lo que necesitaba para pasar allí todo el tiempo que deseara, incluso…
– ¡Dios mío, la cuna! -exclamó, consciente de que si la veía Jessie allí, pensaría…
Subió las escaleras de dos en dos, pero cuando llegó a la habitación pequeña, Jessie estaba acariciando la cuna.
– ¿De dónde ha salido esto? -le preguntó, muy seria.
– Del desván. Pensé que sería más cómoda que la cuna de viaje que usaba Bertie para dormir -se hizo un incómodo silencio entre los dos-. Era la cuna de mi hija Mary Louise. Iba con su madre, cuando… -hizo un gesto con la mano que indicaba que no deseaba seguir hablando de aquello-. Tenía cinco meses.
– Patrick, lo siento mucho. No lo sabía…
– Alguien que vio el accidente me contó que Bella podría haber salido ilesa, pero se tiró encima del cochecito para proteger a nuestra hija.
– ¿Por qué no me lo habías contado hasta ahora?
– No podía. Me hacía sufrir demasiado -Jessie notó que se le quebraba la voz y lo abrazó con fuerza-. Ves las caras de la gente; la compasión que sienten por ti; lo que les gustaría que se les tragara la tierra por haber preguntado…
Jessie siguió abrazándolo, dejando que se desahogara, tratando de no pensar lo que todo aquello significaba: La habitación vacía, las cajas apiladas. Tratando de no imaginárselo quitando todas aquellas cosas que habían pertenecido a su querida esposa de aquella habitación por ella. Y por último había traído la cuna, y se temía que sabía por qué.
– Vámonos -le dijo-. Salgamos de aquí.
– No, quitaré la…
– Mañana -le dijo Jessie, mientras lo llevaba a la otra habitación.
– Esta noche, me quedaré contigo -le dijo, porque no podía soportar dejarlo solo con sus recuerdos.
Patrick se quedó mirándola, y bromeó.
– Esto se está convirtiendo en una costumbre.
– No todas las costumbres son malas -apuntó Jessie-. Sin sexo, ¿vale? Solo cariño. ¿Podrás hacerlo?
Patrick la abrazó. Había esperado diez años para empezar una nueva vida, así que bien podía esperar sin problema hasta que Jessie confiara en él.
Patrick no podía dormir. Durante mucho tiempo habían estado hablando muy abrazados sobre Bella, Mary Louise, y lo difícil que era estar solo. Jessie había esperado hasta darse cuenta de que se había desahogado por completo. Ella no le habló de Graeme, pero Patrick ya se conocía esa historia porque Kevin le había puesto al día. Jessie se apretó más a él. También ella necesitaba cariño y un hombre en quién confiar. Esperaría lo que fuera: un mes, un año, le besó los cabellos con cariño, y deseó con toda su alma que no fuera un año.
Todavía era de noche cuando, al despertarse, vio que Patrick, apoyado en un codo, la estaba contemplando. En algún momento de la noche debía de haber sentido calor, porque estaba sin camiseta. Trató de no preocuparse por las otras prendas que podía haberse quitado también. Que ella recordara, al meterse en la cama solo llevaba la camiseta y los calzoncillos.
– Te equivocas, ¿sabes?
Jessie se sobresaltó. Temió que le hubiera leído el pensamiento, y le estuviera diciendo que no se había quitado los calzoncillos.
– ¿A qué te refieres?
– Te equivocaste si pensaste que os estaba utilizando a Bertie y a ti como sustitutos de Bella y Mary Louise.
– Patrick, no pasa nada. Comprendo…
Patrick le puso un dedo en los labios.
– Déjame terminar. No quiero más malentendidos entre nosotros. Por un momento yo también pensé estar haciéndolo, pero me equivoqué.
– ¿Cómo puedes saberlo?
– Porque se han llevado al bebé a su casa, pero tú te has quedado. Y eso es lo más importante -le retiró un mechón de la mejilla, y dejó allí la mano. Se sentía muy a gusto con ella, y quería besarla, mostrarle lo que sentía por ella, pero se daba cuenta de que era demasiado pronto. Tenía que ser decisión de Jessie-. ¿Y qué pasa con Graeme? ¿Te queda algún fantasma por espantar?
A Jessie se le hizo un nudo en el estómago. Por un momento pensó que la iba a besar, pero sin embargo, seguía insistiendo en hacerla recordar.
– Comparado con lo que has pasado tú, no merece la pena siquiera hablar de ello. ¿Por qué sigues insistiendo en que lo recuerde?
– Bueno, yo he estado quitando las telarañas de mi vida, y pensé que tal vez tú quisieras hacer lo mismo.
– Ya está hecho. ¿O es que quieres que te cuente la historia de toda mi vida?
– Solo si tú lo deseas, pero no ahora -Patrick se dio cuenta de que tenía que poner distancias entre ellos en aquel momento. Retiró las sábanas, y se levantó-. A no ser que quieras decirme por qué tienes tatuada una mariquita en el muslo derecho.
Jessie suspiró un poco irritada.
– ¿Pero cómo os dan tanto morbo a los hombres los tatuajes?
– No lo sé, pero cuando entré y te vi… -se detuvo, al darse cuenta de que se acababa de descubrir.
– ¿Entraste? -de repente, Jessie se dio cuenta de cuándo exactamente había sido la primera vez que le había visto el tatuaje-. ¡Maldita sea, Patrick! Ahora entiendo por qué ibas sin camisa -trató de levantarse, pero Patrick la detuvo-. La encontré en la cesta de la ropa sucia, y me di cuenta de que algo se me estaba escapando.
Patrick rozó los labios de Jessie con los suyos, y empezó a besarla con dulzura. Jessie se preguntó cómo podía desear tanto a aquel hombre, si apenas lo conocía.
– Bonito modo de cambiar de tema -dijo ella.
– Bueno, ¿me vas a contar lo de la mariquita?
– Fue idea de Faye.
– ¿Ah, sí? ¿Era la insignia de algún tipo de asociación secreta feminista?
– No, formábamos parte del equipo de baloncesto, y Faye pensó que teníamos que buscarnos algún truco para hacernos populares. No te puedes ni imaginar la cantidad de seguidores que teníamos.
– ¿Quieres decir que saltabais con esas falditas tan cortas, y…? ¡Qué sexy!
– Bueno, teníamos dieciocho años, y no se nos ocurrió nada mejor. Pero el sexo no lo es todo, Patrick.
– Jessie, si yo te hubiera hablado de amor, ¿me habrías creído?
– Hace una semana no.
– ¿Y ahora?
– Ahora creería cualquier cosa que me dijeras. Incluso que el cielo es verde. Bésame, Patrick.
La besó con suavidad, con dulzura. Jessie quería más. Sus labios se abrieron bajo los de él, y empezó a morderle el labio, juguetona, succionándoselo como si pretendiera absorberle la vida, la fuerza, la valentía.
– ¿Jessie? -murmuró Patrick con voz ronca.
– Una vez más. Para estar segura.
Esta vez el beso fue más largo. Estaba determinado a hacerla sentir a salvo en sus brazos. Después de un rato, levantó la cabeza, y preguntó a Jessie:
– ¿Y bien?
– Vuélvemelo a preguntar por la mañana.