Capítulo 5

Patrick dudó un momento, pero después asintió y dijo: -Muchas gracias. Es muy amable de tu parte -le dijo con ironía.

– De nada. Me iba a hacer uno para mí -le dijo, para que no se pensara que estaba intentando que se sintiese como en casa -¿Lo quieres de algo en particular?

Patrick se arrepintió enseguida de haber utilizado aquel tono de voz tan sarcástico. No conocía su situación, y por lo tanto, no tenía derecho a juzgarla. Si estaba en su casa era por culpa de Carenza.

– Da igual. De cualquier cosa, excepto de pescado desmenuzado o carne de pollo picada.

Jessie se quedó un momento pensativa, sin estar segura de que hubiera hecho una broma. Lo miró, y le pareció verle esbozar una sonrisa, pero antes de que pudiera reaccionar, Patrick ya había desaparecido escaleras arriba.

Mientras cambiaba a Bertie se dijo que, tal vez, fuese mejor así, y se esforzó en alejar de su mente aquellos inquietantes ojos grises. Tenía muchas cosas que hacer cómo para pensar en tonterías, entre otras una lista de clientes potenciales a los que llamar por teléfono, si no quería perderlos. Encima, se había comprometido a hacer un sándwich a su casero. Tendría que aprender a tener la boca cerrada.

Hizo unos cuantos sándwiches de queso; apartó dos para ella, y con Bertie apoyado en la cadera, se dirigió a la planta de arriba.

– ¿Señor Dalton?

Le había pedido que lo llamara Patrick, pero tenía la impresión de que las cosas serían más sencillas si no volvían a tutearse. El modo en que se había sentido cuando la abrazó para tranquilizarla tras el incidente con el perro, le había mostrado claramente lo complicadas que podían llegar a ser. ¿Cuándo habría descubierto él que besar era mejor tratamiento para la histeria que una bofetada? Aunque no se quejaba, porque sus besos…

Desde luego, no le quedaba la menor duda de que las cosas podían llegar a complicarse mucho.

Había dejado la caja en el estudio, en vez de en la habitación pequeña, pero no se le veía por ninguna parte. Posó el plato y se fue en su busca.

– ¿Señor Dalton? Sus sándwiches están en… -Jessie se detuvo en seco a la puerta del dormitorio, porque Patrick Dalton, abogado de prestigio, estaba tumbado en su cama, y parecía haberse quedado profundamente dormido-, la cocina -terminó de decir con un suspiro.

Acostó a Bertie en la cuna, puso en funcionamiento el aparato musical que hacía sonar una nana de Brahms, y se quedó a su lado acariciándole la mejilla, tratando de olvidarse del hombre que estaba tumbado en la cama detrás de ella.

Tapó al bebé, mientras pensaba que, tal vez, ahora que ya le había salido el diente se tranquilizaría, y se volvió hacia Patrick. A pesar de que estaba decidida a hacerlo salir de su vida, no podía enfadarse con él, porque debía de estar al borde de la extenuación, y ella sabía muy bien lo que era eso. Lo miró con cierta envidia, luchando contra las ganas que sentía de tumbarse a su lado.

¿Pero era la cama o el hombre lo que le tentaba tanto? Después saber por experiencia lo poco que significaba un beso para los hombres, y de haber sufrido tanto por el último no comprendía cómo se lo planteaba siquiera.

Reprimió un bostezo, y se marchó hacia la puerta de puntillas, alejándose de la cama o del hombre que tanto la atraían.

Pero en cuanto salió del campo de visión de Bertie, el niño se echó a llorar.

– Shh -susurró Jessie-. Deja dormir al pobre hombre.

Pero lejos de hacerle caso, el bebé empezó a llorar con más ganas. Jessie lamentó que Patrick no le hubiera advertido de que pensaba echarse la siesta, porque de haberlo sabido, habría cambiado la cuna de habitación. Pero, seguramente, ni siquiera él pensaba que se iba a quedar dormido, porque, de lo contrario, no habría aceptado el sándwich, y se hubiera desvestido y metido en la cama.

Vio una caja de calmantes encima de la mesita, y asumió que se los habían dado en el hospital. Tal vez se había tomado un par de ellos, y por eso se había quedado dormido. Teniendo en cuenta el desfase horario que había sufrido por el vuelo, y el modo en que había pasado las últimas veinticuatro horas, posiblemente no se despertara hasta el día siguiente.

Jessie bostezó, y se sentó con cuidado en el borde de la cama. El niño dejó de llorar de inmediato. También ella había pasado dos días terribles, y el sonido de la nana era tan agradable. Reprimió otro bostezo, y se puso de pie. Tenía demasiado trabajo cómo para echarse a dormir. Cuando se dirigía a la puerta, Bertie se echó a llorar otra vez, y Jessie se detuvo sin saber qué hacer.

– Jessie, si te sientas en algún sitio desde donde te pueda ver, se quedará dormido.

Jessie se volvió. Patrick seguía con los ojos cerrados, y no se había movido de sitio.

– Pensé que estaba dormido.

– Yo también, pero entre la nana, el llanto del niño y tú, que no has parado de moverte un momento, me ha resultado bastante difícil seguir dormido.

– Lo siento. Me llevaré la cuna…

Patrick entreabrió los ojos. Los párpados le pesaban como hierro. Se dio cuenta de que Jessie parecía exhausta, lo que no lo sorprendía teniendo en cuenta la noche que había pasado.

– No vas a llevarte la cuna, sino a echarte sobre la cama diez minutos, que va a ser el tiempo que Bertie y yo tardaremos en quedarnos dormidos -le dijo, pensando que con un poco de suerte ella también se quedaría dormida-. Después puedes levantarte y hacer eso que parece ser tan importante.

– Usted no comprende…

Patrick pensó enseguida que lo que ocurría era que no tenía a nadie que le pasara una pensión por el niño, y debía arreglárselas ella sola.

– Diez minutos más o menos de trabajo no tienen mucha importancia, y Bertie se quedará dormido.

– Posiblemente tenga razón.

– Siempre tengo razón -le dijo, mientras Jessie se echaba con cuidado sobre la cama, sin que Bertie le quitara ojo, listo para romper a llorar en el momento en que desapareciera de su campo de visión-. Quítate los zapatos y túmbate. Este niño es listo como un rayo, no lo vas a engañar.

– Señor Dalton…

– Patrick. Si vamos a compartir la cama, lo más normal será que nos tuteemos, ¿no te parece, Jessie?

– No vamos a compartir ninguna cama -dio una palmada sobre el espacio de cama que había dejado entre ellos-. Patrick, no pienso que esto sea…

– No pienses. O por lo menos no pienses en voz alta. Limítate a tumbarte y estar callada, por favor.

Patrick cerró los ojos y Jessie, sintiéndose culpable por haberlo despertado, y bastante estúpida por no querer echarse al lado de un hombre cuyo único deseo era dormir, se quitó los zapatos, y se acostó al lado de él, sin que se rozaran, pero consciente de la presencia de su cuerpo musculoso, y de la fragancia de su piel, mezclada con el olor a limpio de las sábanas.

La nana seguía sonando, y podía ver a Bertie cerrando poco a poco los ojos. No harían falta diez minutos, en cinco podría levantarse y dejarlos a los dos dormidos. Cerró los ojos, y se dejó invadir por el aroma a lavanda de las sábanas.

Patrick, a su lado, sonrió en cuanto oyó su respiración acompasada, señal de que se había quedado dormida.

Abrió los ojos, y se preguntó dónde estaba. Se encontraba muy cómodo y caliente, apoyado sobre los pechos de una mujer…

Los pechos de una mujer.

Incluso atontado por los tranquilizantes, presentía que no era un sueño, que algo no iba bien, pero aquellos pechos sobre los que descansaba su cabeza eran como los de sus sueños, aunque mucho más cálidos. Sabía que debía moverse, comprobar si aquello era una fantasía, pero la verdad era que no le apetecía nada. Apartó el pelo que le hacía cosquillas en la cara, y lo sintió como seda entre los dedos. Era de verdad. Luchó por hacer funcionar su cerebro a pleno rendimiento, porque se daba cuenta de que ningún sueño podía ser tan real. Esta vez, cuando abrió los ojos, ya no los volvió a cerrar.

Jessie.

No era un sueño, y los pantalones de chándal y la camiseta amplia no lo engañaban. Sabía muy bien lo que ocultaban. Sonreía. La verdad era que le resultaba muy difícil poner cara de enfado, incluso cuando estaba furiosa. Tenía los labios entreabiertos, como si quisiera que la besaran, y por un momento la tentación fue demasiado fuerte. Le había gustado desde el momento en que, después de caerse encima de él, sus ojos se habían encontrado.

Jessie se movió, y se apretó más a él. Entonces ella también debió de intuir que algo no iba como tenía que ir, y abrió los ojos de repente.

Por un momento no ocurrió nada. Era como si, en la penumbra, estuviera tratando de separar lo que estaba viendo de lo que había esperado encontrarse.

– ¿Graeme? -preguntó con el ceño un poco fruncido.

Patrick sintió de repente una punzada de celos.

– ¿Quién es Graeme? -preguntó, sin poder evitarlo.

– ¿Qué?

– ¿Es el padre de Bertie?

De repente Jessie se dio cuenta de dónde y con quién estaba.

– ¡Oh, no me lo puedo creer! ¡Pero si me he quedado dormida!

– Necesitabas dormir.

Jessie pensó que parecía haberse convertido en un hábito caer en los brazos de aquel hombre. Primero en el suelo de la cocina, después por culpa del perro… ¿Qué demonios podía decir? ¿Qué estaría pensando de ella?

– De verdad tenemos que dejar de encontrarnos de esta manera -tenía que moverse. Necesitaba moverse. Dio la orden a su cerebro, pero tal vez estaba todavía adormecido, porque no pasó nada-. Debería levantarme -dijo, como para hacerle ver que lo creía de verdad.

– No te preocupes, Bertie está todavía dormido.

– ¡No te preocupes! ¡No te preocupes! -repitió, hasta que, de repente, se dio cuenta de que tenía razón. No había nada de qué preocuparse, porque ambos estaban completamente vestidos, así que no había sucedido nada.

Al tenerlo tan cerca, pudo apreciar mejor su atractivo. Se dio cuenta de que ya tenía algunos cabellos plateados en las sienes, observó su nariz aquilina, el corte de cara perfecto. Era un rostro de los que mejoraban con los años. No le cabía la menor duda de que debía de hacer estragos entre las mujeres en los juzgados. Tal vez por eso su esposa lo había abandonado. Lástima que no se hubiera llevado con ella al perro.

– ¿Quién es Graeme? -repitió Patrick.

– ¿Cómo? -Jessie no quería hablar de él-. Nadie. Un hombre con el que viví cierto tiempo… Tengo que levantarme -dijo. Patrick tenía una mano puesta sobre su muslo, y la apretó ligeramente-. De verdad -insistió, tratando que su voz sonara firme, pero sonriendo.

– Deberías aprovechar cualquier oportunidad para dormir, Jessie. Cuando se tiene un bebé, el trabajo debe ocupar un segundo plano.

– Es muy fácil para ti decirlo, pero tengo que ganarme la vida.

– Ya entiendo -Patrick pensó que el tal Graeme debía de ser uno de esos padres que no colaboraban en la manutención de su hijo o de ella, lo que le hizo muy feliz, aunque fuera duro para Jessie, porque eso significaba que, probablemente, no tenía ataduras emocionales con él.

– Lo dudo mucho, aunque tenías razón al decir que necesitaba dormir un poco, pero ahora…

Tenía la cara oculta en su cuello y podía sentir los latidos de su pulso contra la mejilla, el cosquilleo de su barba reciente en la frente, el peso sinuoso de su mano contra las caderas, apretándola contra él. La tentación de olvidarse del trabajo y quedarse allí era demasiado fuerte. Tenía una pequeña cicatriz en la barbilla. Una cicatriz de la niñez, probablemente, como la que se había hecho su hermano Kevin jugando al rugby en el colegio. ¿Jugaría Patrick también?

Se dio cuenta de que había vuelto a cerrar los ojos, y se preguntó si sería mejor permanecer tumbada para no molestarlo, esperar hasta que se despertara Bertie, y así aprovechar unos minutos más de sueño…

Pero le resultaba muy difícil volverse a quedar dormida junto a aquel hombre, que había despertado sus hormonas, sus más íntimos deseos acallados desde hacía tiempo.

El dulce Bertie se encargó de rescatarla con sus sollozos.

– Era demasiado bueno para que durara -Patrick movió el brazo para dejarla marchar, y después observó cómo se levantaba, se estiraba la camiseta y tomaba en brazos al bebé. Al bebé de Graeme. Se preguntó cómo podría ser capaz aquel hombre de desentenderse de él-. ¿Sabes que tienes comida de bebé en el pelo? -le dijo.

– Vaya, muchas gracias -respondió Jessie-. Necesitaba saberlo.

– De nada -le dijo, al tiempo que se levantaba de la cama. Tal vez un poco de aire fresco le aclarara las ideas. Lo que estaba claro era que si se quedaba allí un poco más, lo único que le iba a funcionar a la perfección no tenía nada que ver con su cerebro-. Voy a sacar a Grady a dar un paseo -le dijo desde la puerta-. ¿Vas a cocinar, o traigo algo de fuera?

– ¿Cocinar? -preguntó Jessie con el ceño fruncido.

Patrick se dio cuenta enseguida de que lo había malinterpretado, que había pensado que quería que cocinara para él, pero decidió seguirle la corriente, pensando que tal vez hubiera más de una forma de echar a un inquilino.

– ¿No es esa la razón por la que la mayoría de los hombres prefieren compartir casa con mujeres? Están domesticadas.

– Entonces, tendrás que encontrar una mujer que sepa cocinar, y esperar que te invite -la oyó gritar Patrick mientras bajaba las escaleras. El llanto de Bertie se unió a sus gritos.

– Bueno, chico -dijo a Grady, mientras el perro lo seguía moviendo la cola de alegría a través del jardín, en dirección al garaje-, ha sido muy fácil hacerla enfadar.

Lo que no entendía era por qué no estaba contento.

Jessie se lavó la cara con agua fría, y contempló su imagen en el espejo, pensando que Patrick era tan aprovechado como Graeme. Como no podía echarla, pretendía sacar el mayor provecho de ella.

El espejo le reveló que, además de comida de bebé en el pelo, tenía manchas en la camiseta, y ni un solo resto de pintalabios que mejorara un poco su aspecto. En realidad su boca no lo necesitaba porque tenía unos labios muy sensuales, que parecían estar suplicando ser besados… Todavía podía sentir la respiración de Patrick contra la mejilla. Se tocó los labios, como esperando encontrar en ellos algún rastro dejado por su boca.

De repente se sintió idiota, y dejó caer la mano.

– ¿Quién te crees que eres? -preguntó a su imagen en el espejo-. ¿La Bella Durmiente? Incluso si lo fueras no te habría vuelto a besar. Es abogado, y no puede ser tan estúpido dos veces.

Una parte de ella deseó que sí lo fuera. Necesitaba tiempo a solas antes de volverlo a ver. Por eso, en vez de bajar a la cocina, se fue al estudio, y conectó el teléfono móvil. Casi se sintió aliviada al ver la cantidad de mensajes que tenía que responder. Dejó a Bertie en el suelo, y mientras le mordisqueaba feliz el bajo de los pantalones, se puso a devolver las llamadas, y se hizo promesas que esperó cumplir. Después, llamó a Kevin y Faye.

– Espero que por lo menos vosotros os lo estéis pasando bien -les dejó en el contestador-. Por cierto, a Bertie le ha salido un diente.

– ¡Un diente! ¡Le ha salido su primer diente, y yo no estaba con él! -se lamentó Faye en el hombro de Kevin.

– Tranquila, cariño, que ya le saldrán otros.

– ¡Pero no serán el primero!

– Recuerda que fue idea tuya.

– Lo recuerdo, y supongo que merecerá la pena, si así conseguimos sacar a Jessie de aquella horrible comunidad. Lo malo es que parecía estar muy harta, ¿verdad?

– Bueno, eso es buena señal.

– ¿Tú crees?

– ¿Tú estarías contenta, si te acabaran de echar de tu casa?

Una vez hechas las llamadas, Jessie se puso a pensar en la cena.

– ¿Así que quiere una mujercita que le tenga hecha la cena cuando regrese de correr? -murmuró-. Pues lo tiene claro, porque nunca se me ha dado bien la cocina, y aunque así fuera, no le iba a hacer a él ninguna demostración de mis dotes culinarias. Cuanto más incómodo esté, menos tardará en marcharse.

Se puso a hacer la cama, mientras se decía que, para empezar, ya no se volverían a echar la siesta juntos. Después, se limpió la comida de bebé del pelo, y apagó el calentador. Si estaba esperando darse una ducha caliente al llegar, estaba listo. Al fin y al cabo, según el contrato de arrendamiento, era ella la que pagaba el gas. Se cambió de camiseta, y puso una lavadora. Ya no recordaba la cantidad de lavadoras que había puesto desde que tenía a Bertie. Después se puso a inspeccionar los armarios de la cocina, donde encontró un paquete de cereales, una lata de judías y otra de lentejas. En el congelador solo había una chuleta, así que si Patrick se quedaba a cenar, tendría que escoger entre entretener a Bertie, o ir al supermercado más cercano. Ya tratarían el humillante tema de quién cocinaba cuando tuvieran algo que guisar.

Patrick se dio cuenta de que había sido un iluso al pensar que ya estaba bien para correr. Además, ¿durante cuánto tiempo podía huir un hombre de los recuerdos que lo perseguían? Tiró un palo a Grady para que corriera tras él, y se puso a pasear por el parque, intentando comprender el torbellino de emociones dispares que lo embargaban desde que había conocido a la inquietante Jessica Hayes.

Al llegar a su casa en mitad de la noche, cansado del viaje, y con el solo pensamiento en su mente de que su sobrina se marchara lo antes posible, aquella ladrona amazona lo había pillado con la guardia bajada, y por eso había tenido aquella reacción.

Tal vez.

La mayoría de los hombres reaccionarían del mismo modo ante una mujer hermosa, sobre todo después de haberla visto desnuda en la bañera, y no tenía por qué significar nada. El problema era que el deseo permanecía. La sonrisa de Jessica era como el sol que calentaba su cuerpo, y cuando fruncía el ceño le daban ganas de estrecharla entre sus brazos, y borrar el gesto con un beso. Y cuando se enfadaba… Bueno tal vez fuera mejor que no pensara demasiado en el efecto que le producía.

El bebé complicaba las cosas. Los dos juntos resultaban demasiado tentadores. Bella y la hija de ambos, Mary Louise, habían muerto, así que Jessica y Bertie encajaban en el hueco que habían dejado en su vida, como un tapón en una botella.

Cuando regresó no se oía nada, excepto la lavadora. Dio de beber a Grady, y tras sacarlo al jardín, subió a la planta de arriba. Jessica estaba sentada en el sofá del salón, tomando notas, y no pareció darse cuenta de su presencia. Bueno, ¿qué había esperado?, ¿que se le tirara al cuello, y le diera la bienvenida con un beso?

– ¿Eres consciente de que tu bebé está babeando sobre una alfombra muy cara, y de que tu gato está dejando perdida de pelos la tapicería?

Jessie lo miró por encima de las gafas.

– Mao no es mi gato. No me gustan los gatos, y nunca viviría con uno. Pero si me dieran a elegir entre un hombre y un gato, sin duda me quedaría con el gato.

– Más o menos lo mismo me pasa a mí, entonces-le dijo, esperando sonar convincente. Cuando se marcharan tendría la casa para él solo. Se libraría de aquel olor a bebé que lo estaba destrozando, y del aroma perturbador de la piel de Jessica Hayes, antes de que invadiera su alma por completo. Volvería a la normalidad-. No te olvides de limpiar la alfombra antes de irte.

Jessica lo miró.

– Si es tan cara, la debería limpiar un profesional. De hecho, cuando limpié un poco de chocolate…

– ¡Chocolate!

– …me di cuenta de que había otras manchas. Hay una ahí… al lado de tu pie derecho. Parece vino tinto.

– Te creeré, si tú lo dices, y seguiré tu consejo, pero dime dónde tengo que enviar la cuenta luego.

– No vas a ser uno de «esos» caseros, ¿verdad, Patrick?

Patrick pensó que su nombre sonaba perfecto en sus labios…

– No voy a ser ningún tipo de casero -se apresuró a decir. Después, sin poderse contener, preguntó-: ¿Qué tipo de casero?

– El tipo de casero que pone todas las pegas posibles para no devolver la fianza cuando finaliza el contrato.

– A mí no me has dado ninguna fianza.

– El tipo de casero que te lleva a juicio, sin pensárselo dos veces.

– Muy graciosa -le respondió. Como se había reafirmado en su idea de que Jessie debía marcharse, o al menos eso pensaba, cambió de tema-. Te veo muy ocupada. ¿Estás haciendo una lista de las agencias inmobiliarias que vas a visitar?

– No -le respondió-. Estoy haciendo una lista para la compra. Los armarios de la cocina están vacíos.

– ¿Ah, sí? Pues que te lo pases bien apuntando todas las verduras que vas a comprar. Yo me voy a dar una ducha.

Jessie se quitó las gafas. Estaba sudoroso y muy pálido.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó, preocupada-. No creo que debieras haber salido a correr tan pronto, después del golpe.

– Te agradezco tu preocupación, pero el que más corrió fue Grady.

– Me alegro de oírlo -después, sintiéndose culpable por haberlo dejado sin agua caliente, añadió-: Me temo que el agua no esté muy caliente. He puesto varias lavadoras. Cuando se tiene un niño, no se para de lavar.

Patrick se encogió de hombros.

– Bueno, pero el calentador está puesto, ¿verdad?

– Me temo que no. Mientras sea yo la que pague las facturas, solo se pondrá una hora por la mañana y otra por la tarde.

Patrick respiró profundamente.

– No te preocupes por la factura. Yo la pagaré, así que no lo vuelvas a apagar.

Jessie se llamó tacaña mil veces en silencio.

– ¿Me lo puedes dar por escrito?

– De acuerdo.

– Gracias -le iba a resultar difícil deshacerse de él, pero no podía arriesgarse a tenerlo a su alrededor recordándole constantemente a lo que había renunciado-. Dejaré la lista en la cocina -le dijo, para fastidiarlo más.

– ¿Qué lista?

– Si quieres comer, tendrás que ir al supermercado. Yo tengo que dar de comer a Bertie, bañarlo y acostarlo.

– ¿Es que tú no vas a comer?

– Bueno, cuando dije que los armarios estaban vacíos quería decir para ti. Yo tengo una lata de judías y una chuleta de ternera.

– ¿Solo una?

Jessie se quedó mirándolo, y preguntándose si habría estado alguna vez en un supermercado. Debía de tener a alguien que se ocupaba de él, o por lo menos de la casa. Aunque dudaba que cocinara mucho, porque los hombres guapos estaban constantemente recibiendo invitaciones para cenar. Estaba segura de que, si quisiera, no tardaría en encontrar a alguien. Pero, ¿y si se equivocara y fuera al supermercado? Ya se ocuparía de resolverlo, en el improbable caso de que sucediera.

– Solo una, pero estás invitado a compartirla, por supuesto.

– Gracias, Jessica. Es muy amable de tu parte.

Detestaba que la llamaran Jessica, y estaba segura de que él se había dado ya cuenta, pero permaneció imperturbable, como él. Hubiera deseado que se marchara, mandándola antes al infierno. Verlo perder los nervios. Saber que lo estaba sacando de quicio, pero no lo había conseguido, y ahora se veía ante la perspectiva de tener que cocinar aquella chuleta de ternera tan poco apetitosa, y además compartirla con él. Debía haber mencionado solo las judías enlatadas.

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