Prólogo

– Es horrible. Parece un mausoleo. No viviría aquí ni aunque me pagaran.

– Es tranquilo, y Jessie necesita mucho silencio para poder trabajar.

– No hay niños, ni animales domésticos. No se oye música. Este sitio no es normal.

– A Jessie no le gustan los gatos; le dan miedo los perros, y no tiene hijos.

Kevin no añadió que por suerte para ella, que era lo que sentía en aquel momento, porque sabía que era la falta de sueño la que estaba desvirtuando su punto de vista.

– Nunca tendrá hijos, si no se quita de delante de ese ordenador y vive la vida.

– ¿Es obligatorio?

– No te hagas el gracioso. Jessie cree que ha tomado la decisión adecuada, pero no podemos dejar que un desgraciado le haga esto. Además el hecho de que trabaje en casa no la ayuda mucho, porque trabajando fuera por lo menos te ves obligado a salir y hablar con la gente -se miraron con desesperanza-. Podrías morirte en Taplow Towers, sin que nadie se diera cuenta.

El bebé, que había permanecido callado durante treinta segundos, mientras recuperaba el aliento, volvió a echarse a llorar como protesta ante la imposición de los dientes en sus tiernas encías.

– No creo que eso suceda aquí.

Faye no hizo caso a su marido y empezó a murmurar palabras consoladoras a su bebé. No sirvió de nada. El niño sufría y pretendía que el resto de la humanidad sufriera con él.

– ¿Te fijaste en cómo miró esa mujer que nos encontramos en el pasillo al pobre Bertie? -continuó como si no la hubieran interrumpido-. Como si fuera contagioso, o algo así -limpió la baba que salía de la boquita de su hijo y continuó-. Creía que Jessie ya habría superado lo de Graeme. Estaba demasiado tranquila. Parecía tenerlo todo demasiado bajo control. Necesita enfadarse, desahogarse…

– ¿Volverse a enamorar?

– ¡Eso es! Y cuanto antes mejor. Lo que no es normal es que se aísle de este modo.

– ¡Esto sí que no es normal! -desistiendo ya de poder dormir, Kevin se levantó, tomó a su hijo en brazos, y empezó a pasearse con él por la habitación, tratando de que se tranquilizara.

– Pasará pronto. Es porque le están saliendo los dientes -le aseguró Faye, antes de caer rendida en la cama.

– Eso dijiste la semana pasada.

– Solo necesitamos dormir bien una noche.

– ¿Dormir bien una noche? ¿Qué es eso? Ya no lo recuerdo.

– Deja de quejarte y piensa mientras te paseas. Tenemos que hacer algo para ayudar a tu hermana. Está a punto de firmar un contrato de alquiler por cinco años en este sitio tan horrible.

– No es horrible. Es un apartamento bonito y, sobre todo seguro.

– Es demasiado joven, para buscar tanta seguridad. Vivir aquí no le hará ningún bien, Kevin.

Kevin se vio reflejado en un espejo, mientras paseaba: ojeras, rostro cansado…

– Necesito dormir. Pero no una noche, sino una semana -se volvió a su esposa, que no tenía mejor aspecto que él-, y tú también.

– Sí, los dos lo necesitamos -de repente sonrió con malicia-. Entonces, ya está. Problema resuelto.

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