Capítulo 11

El teléfono sonó y Jane volvió a contestar.

– ¿Sí? -preguntó en tono crispado.

– Es él otra vez -contestó su secretaria.

– Creí que había dejado muy claro que no voy a contestar ninguna llamada del señor Dane.

– Le he dicho que no puede hablar con usted, pero no se da por vencido.

– Ya me he dado cuenta -contestó Jane.

– Lleva llamando cada media hora desde hace dos días. Ojalá un hombre así de guapo estuviera interesado en mí.

– No sabes lo que dices, el señor Dane no es guapo. ¡Es un fraude!

– Tiene un mensaje para ti.

– No quiero saberlo.

– Dice que Perry se acuerda mucho de ti.

Jane contuvo la respiración.

– ¡Eso es lo más insultante que he oído en mi vida! ¿Es que no tiene escrúpulos?

– ¿Quieres que se lo diga?

– Dile que no quiero hablar con él.

– ¿Y qué hay de Perry?

– Perry es tan fraude como su amo -contestó Jane antes de colgar el auricular enérgicamente.

Aquel día, Gil no volvió a llamar.

Jane había decidido apartarlo de su vida para siempre. Lo que había habido entre los dos era una aberración.

Sarah, por supuesto, estaba en desacuerdo con ella.

– Deberías dejar que el pobre Gil se explicase -le dijo cuando Jane le contó lo que había ocurrido.

– No es «pobre Gil». Me ha engañado.

– Tiene que haber una explicación. No lo sabrás, si no le dejas hablar contigo.

– Sarah. ¿Qué demonios te ha pasado?

Transcurrieron dos días y no hubo más llamadas. Jane se dijo a sí misma que se alegraba de que Gil, por fin, la hubiera dejado en paz. Se negaba a reconocer el dolor que sentía en lo más profundo de su ser.

Entonces, Henry Morgan volvió a llamarla por teléfono.

– Acabo de tener una larga conversación con Alex Dane, el padre. Quiere tener una reunión inmediatamente con usted. Le he dicho que estaría libre hoy a las tres de la tarde.

– Sí, desde luego. ¿Quiere que vaya a la oficina central?

– No, ha dicho que le parece que Wellhampton es el lugar apropiado para la reunión y estoy de acuerdo con él. Tenía pensado asistir a la reunión, pero estoy seguro de que podrá arreglárselas sin mí. En la central están encantados con usted, señorita Landers.

Jane colgó el teléfono sin saber qué pensar. Había hecho lo posible por mantener las distancias con Gil, pero ahora parecía ser que tendría que vérselas con su padre.

A las tres menos cinco, el escritorio de Jane estaba despejado y ella estaba lista cuando su secretaria anunció la llegada del señor Dane.

Jane miró a la puerta y sonrió para recibirle. Pero la sonrisa se desvaneció cuando el señor Dane apareció en el umbral de la puerta.

– ¡Tú! -exclamó ella-. ¿Cómo te atreves a venir aquí?

– Tengo una cita para las tres de la tarde -contestó Gil.

– La cita era con Alex Dane -dijo ella, furiosa.

– Mi padre me deja a mí esta clase de cosas; bueno, la mayoría.

– Quiero que salgas de aquí inmediatamente.

– No puedo, tenemos que hablar de unos negocios. Soy el representante oficial de Dane & Son. ¿Qué dirían tus jefes si me echaras?

– Mis jefes se pueden ir… al demonio.

– No hablas en serio. Tienes que pensar en tu brillante carrera -le recordó él.

Jane se lo quedó mirando. Gil llevaba un traje formal, una camisa blanca y una corbata seria. Tenía aspecto de agente de bolsa. Sin embargo, el brillo de sus ojos la hizo temblar. Entonces, recordó cómo la había engañado y, de repente, recuperó de nuevo el sentido común.

– Muy bien, señor Dane; en ese caso, hablemos de negocios -dijo ella fríamente-. ¿Le apetece un café?

– Jane, por favor, no me hables así. Tienes que dejarme que te explique…

– ¿Explicar? ¿Crees que hay explicación posible para mentirme como has hecho y para traicionar a tu prometida?

– Connie no es mi prometida -dijo Gil sin más-. Y no tenía derecho a hacerte creer lo contrario.

– ¡Vamos, por favor! ¿Acaso ese enorme anillo ha sido un producto de mi imaginación?

– No, pero…

– ¿Y se lo compraste a ella?

– ¿Vas a dejar que hable sin interrumpirme? La familia de Connie y la mía son amigas desde hace años, y nuestros padres querían que nos casáramos. Yo me negué porque no estaba enamorado de ella; pero en un momento de debilidad, me rendí. Mi madre estaba muy enferma y pensó que eso la haría feliz. Llevé a Connie a comprar el anillo y ella eligió el más caro de la tienda. A Connie le gusta lo más grande y lo más caro.

Gil suspiró y continuó.

– No sé lo que habría pasado si me hubiera casado con ella, pero sí sé que no habríamos sido felices. Por fortuna, mi madre se curó, se dio cuenta de lo que yo sentía y me aconsejó que no siguiera adelante con la boda.

Gil la miró y se encogió de hombros antes de seguir hablando.

– Connie lo comprendió y, le estaba tan agradecido por habérselo tomado tan bien, que la dejé quedarse con el anillo. Por eso es por lo que lo tiene. Y no creas que le he destrozado el corazón porque esto ocurrió hace un año y, desde entonces, ha estado prometida a otro. Sin embargo, rompió el compromiso con el otro y entonces volvió a ponerse el anillo que yo le regalé, y empezó a lanzarme indirectas. No está más enamorada de mí que yo de ella, pero supongo que ha decidido que yo soy mejor que nada. No me gusta lo que está haciendo, pero después de tanto tiempo no puedo pedirle que me devuelva el anillo.

– ¿Y Perry? ¿No era suyo también?

– Sí, lo era -contestó Gil, dejando caer los hombros-. Perry. A Connie se le antojó un cachorro. Yo le advertí que los cachorros crecían y se convertían en perros adultos que necesitaban hacer ejercicio, pero ella no me hizo caso. Al final, cuando descubrió que yo tenía razón, quiso que le pusieran una inyección y lo matasen. Yo no se lo permití y por eso ahora es mío otra vez.

– ¿Y el resto? -preguntó Jane, mirándolo a los ojos-. Ella me dijo que querías demostrarle que podías ganarte la vida por ti mismo y que te ha estado telefoneando durante todo el viaje.

– Es verdad que Connie me decía que yo lo había tenido todo muy fácil, pero yo aproveché la idea que me dio porque quería demostrarme a mí mismo que podía salir adelante sin la ayuda de mi familia, no porque quisiera demostrárselo a ella.

Gil miró a Jane, consciente de que no había conseguid convencerla.

– De acuerdo, los miembros de mi familia son profesionales: banqueros, abogados y agentes de bolsa. Y sí, me crié sabiendo que tenía un puesto en la compañía de mi padre y que lo único que tenía que hacer era aprobar los exámenes. Todo era demasiado fácil. Entonces, hace unos meses, Connie me dijo: «un hombre de verdad se abre camino en el mundo por sí mismo». Sabía que ella lo único que quería era ponerme celoso porque, en ese momento, estaba saliendo con un hombre así. Pero algo dentro de mí dijo: ¡Sí, eso es!

Gil guardó un momento de silencio antes de continuar.

– Fue entonces cuando decidí tomarme unos meses sabáticos y rompí con mi medio tanto como me fue posible. Y me hice llamar Wakeman porque no quería aprovecharme de mi apellido. Me compré una vieja caravana y empecé desde abajo. La única concesión al pasado fue convencer a Gil Wakeman de que le pidiera a Gilbert Dane un préstamo.

La vieja sonrisa apareció vagamente en el rostro de Gil cuando intentó animar a Jane con una broma.

– Gil Wakeman no quería hacerlo y, la verdad, es que Gilbert Dane tampoco. La opinión que éste tiene de Gil es como la tuya cuando me viste el primer día. Sin embargo, Gil consiguió convencerle.

– Sí, ya me lo dijiste el día que vi el cuaderno.

– Exacto. El señor Dane le hizo un préstamo a Gil, pero a cambio de un interés exagerado. Ningún favor. Y Gil devolvió el préstamo.

Gil concluyó sombríamente al ver que no había logrado conmover a Jane.

– Jane, cariño, te quiero. Todo lo que te he dicho es la pura verdad. Jamás ha sido mi intención engañarte. Al principio, eras sólo la directora de una sucursal bancaria, pero me enamoré de ti inmediatamente y creía que tú también estabas enamorada de mí… o de Gil Wakeman para ser exactos. Pero ya era demasiado tarde para confesarte la verdad. Quería hacerlo, pero me acobardé porque tenía miedo de perderte.

Gil suspiró.

– La otra noche, la de la recepción, cuando llevé a Connie a su casa, la obligué a que me contara todo lo que te había dicho. Me quedé horrorizado. Ya sé lo que debió parecerte, pero te juro que no hay nada entre Connie y yo. Y le dejé muy claro que no volviera a pensar en un posible matrimonio conmigo porque estaba enamorado de ti.

– No lo entiendes, ¿verdad? -preguntó ella con voz queda-. Crees que estoy enfadada sólo por lo de Connie, no te das cuenta de lo que has hecho. Me has engañado.

– Pero acabo de explicarte que Connie y yo…

– No me refiero a ella -le interrumpió Jane-. Me refiero a todo lo demás. Me refiero a la carretera y a no saber nunca lo que traerá el mañana, me refiero a eso de ser un espíritu libre al que sólo le importa la belleza del cielo y jamás se interesa por las cosas materiales. Todo eso era mentira. La verdad es que eres un hombre rico que se puede permitir el lujo de tener todo lo que se le antoje. La carretera está muy bien para un rato porque sabes que puedes volver a tu casa cuando te apetezca. ¡Eres un agente de bolsa! -Jane pronunció las tres últimas palabras con odio.

Gil empalideció.

– Hace sólo unas semanas un agente de bolsa te habría sonado a música celestial.

– Pero tú me enseñaste otro lado de la vida -gritó ella-; y sin embargo, para ti, sólo era un juego.

– No más que…

– ¡Vamos, por favor! Para ti, no ha sido más que representar un papel. Y cuando te canses de ello, volverás a tu vida normal. ¿Verdad, señor Dane?

– Preferiría que no me llamases así. Soy Gil Wakeman.

– Gil Wakeman no existe -gritó ella-, es un hombre falso que vive una vida falsa. Pues bien, ya me he cansado de tu teatro. Se acabó.

Gil se la quedó mirando.

– ¿Qué quieres decir con eso de que se acabó?

– Que se ha acabado la broma. Te presté dos mil libras porque creí que las necesitabas.

– Y las necesito para…

– ¡Tonterías! Ve a pedírselas a Gilbert Dane.

– No puedo, no quiere tener nada que ver conmigo.

– Deja de hablar como si fueras dos personas distintas.

– Es que así es. Somos distintos. Hay algo que aún no te he dicho, y es lo más difícil. No estaba probando sólo mi capacidad para abrirme camino por mí mismo. La verdad es que, antes de eso, me examiné a mí mismo y no me gustó nada lo que vi. Gilbert Dane era una máquina de hacer dinero y nada más. No tenía tiempo para la gente porque no podía levantar la cabeza de los números que representaban ese dinero. Ya no podía soportar estar con él. Sabia que había otro yo en alguna parte, pero no le había dado la oportunidad de existir.

Gil la miró fijamente.

– Ese Otro yo es Gil Wakeman. Al principio, me resultó difícil ser él: pero al poco tiempo, se apoderó de mí y comenzó a ser lo más natural del mundo. Gil Wakeman es como es, natural. Es quien quiero ser. Y después… te conocí y me enamoré de ti. Y tú también te enamoraste de mí; al menos, de Gil Wakeman. Y quiero seguir siendo el hombre del que te enamoraste, pero necesito tu ayuda. Sin ti, puede que vuelva a ser Gilbert Dane y no quiero hacerlo. Por favor, Jane, te lo ruego, no me obligues a ser él otra vez.

Pero Jane se había obligado a dejar de escuchar.

– Eres muy hábil con las palabras, pero deberías haberme confesado la verdad hace tiempo.

– Tenía miedo de estropear lo que había entre los dos cuando era tan perfecto.

– Es demasiado tarde…

– No es demasiado tarde -dijo Gil apasionadamente-. Ayúdame, Jane. No me pidas que te pague ahora porque, si tengo que echar mano del dinero de Dane, significará que habré fracasado. Tengo que lograr el contrato con Joe Stebbins.

– En ese caso, espero que lo consigas -dijo Jane con voz fría.

– ¿Cómo voy a conseguirlo sin tu ayuda? Van a ser los mayores que he hecho hasta ahora, contaba contigo.

– Que te ayude Tommy, le encantará.

– Tommy se ha ido a hacer un curso de formación profesional. Además, quiero que me ayudes tú. Los dos trabajamos bien juntos. Por favor, Jane, significa mucho para mí. La semana que viene voy a tener otra función aquí, en Willhampton, y el señor Stebbins va a venir a verla. Dame un poco de tiempo, el suficiente para que Stebbins vea el trabajo. Después, le pediré que me dé algo de dinero avanzado con el contrato y te devolveré el préstamo.

– Muy bien, tienes dos semanas -contestó ella por fin.

– ¿Y me ayudarás a montarlo?

– No, de eso nada. Ya me he retirado del mundo de los fuegos artificiales.

– Al menos, ven a ver la función. Habrá un mensaje para ti.

– ¿Es que no comprendes que eso ya ha pasado? -gritó ella-. Me has engañado una vez, pero no lo harás dos veces.

Gil se la quedó mirando fijamente. La expresión de él le rompió el corazón, pero se negó a dar su brazo a torcer. Después de unos momentos, recuperó la compostura.

– ¿Estás ya listo para hablar de negocios? -preguntó ella.

Gil pareció salir de un trance.

– Está bien -dijo Gil con voz queda-. He traído unos papeles que tenemos que revisar. Contienen nuestra propuesta de…

Jane se obligó a concentrarse en el trato y pronto vio que Gil era un experto con las cifras. En el pasado, le habría considerado el hombre apropiado para ella, pero ya no.

Cuando acabaron, Gil levantó la cabeza de los papeles, la miró preocupado y dijo con voz tierna.

– No pareces encontrarte bien. Cariño, perdóname. No quería…

– Mi salud es perfecta, muchas gracias. Me pondré en contacto contigo para hablar de esto dentro de un par de días.

Tras unos momentos, Gil dijo:

– Gracias, señorita Landers. Le diré a mi padre que ha sido un acierto decidir hacer negocios con este banco. Y también me aseguraré de que lo sepan los de la oficina central.

– No me hagas ningún favor -le contestó Jane.

– No es un favor. Eres una excelente directora de un banco, Jane. Te deseo mucha suerte con tu carrera.

Entonces, Gil se marchó y Jane ya no tuvo que seguir conteniendo las lágrimas.

Tres días después, por la tarde, cuando Jane entró en su casa oyó voces. Rápidamente, sonrió encantada.

– Tony -gritó al ver a su hermano preferido.

El se puso en pie de un salto y la dio un vigoroso abrazo. Tony tenía veintiocho años, cara de niño y ojos sonrientes…, aunque no habían sonreído mucho desde que Tony «sentó la cabeza» y dejó el teatro.

Después de saludarse y echarse piropos el uno al otro, Sarah llevó el té y Jane preguntó.

– ¿Cómo está Delia?

Delia era la hija del jefe del banco donde trabajaba Tony, y la familia entera esperaba que cualquier día anunciasen su compromiso matrimonial.

– Está bien -respondió Tony con cautela.

– ¿Pero?

– Bueno, íbamos a hacerlo oficial cuando Jim, mi agente, me llamó; bueno, ya no es mi agente, desde que he dejado el teatro. Pero me llamó para decirme que hay un trabajo para el que, al parecer, soy perfecto.

– ¿Quieres decir un trabajo de actor? -le preguntó Jane.

– Sí, eso es. Se trata de una serie policíaca de televisión. Quieren a alguien para el papel de compañero del protagonista. Jim dice que la cara que tengo es perfecta. Me he presentado a las pruebas y me han dicho que el papel es mío si lo acepto. Pero eso significa que tengo que dejar el banco, y la serie son sólo doce episodios. Y después…

Tony se encogió de hombros con gesto elocuente.

– Es tu oportunidad -le dijo Jane-. Llevas mucho tiempo esperando algo así.

– Sí, pero ojalá se me hubiera presentado antes -Tony suspiró-. Soñaba con ser un gran actor y representar a Shakespeare, pero eso ya no va a ocurrir; con esta cara que tengo, es imposible. Pero Jim piensa que si hago la serie me empezarán a conocer y me seguirá entrando trabajo.

– ¿Y qué dice Delia de todo esto?

Tony volvió a suspirar.

– Delia se subió por las paredes cuando se enteró de que había ido a las pruebas. Dice que voy a desilusionar a su padre con mi falta de responsabilidad. No sé qué hacer.

– Sí, claro que lo sabes -dijo Sarah enérgicamente-. Sabes perfectamente lo que debes hacer. Acepta ese trabajo y dile al padre de Delia que se vaya a freír espárragos, y a ella también si no te apoya. Si no te quiere lo suficiente para ponerse de tu parte, estarás mejor sin ella.

Tony se quedó mirando a su abuela con la boca abierta.

– ¿Que es lo que estoy oyendo?

– Sarah ha cambiado -le dijo Jane-, ¿no te habías enterado todavía?

– Algo había oído, pero…

– Decidas lo que decidas, no te pases la vida preguntándote qué habría ocurrido si no lo hubieras hecho -continuó Sarah-, Sigue tu instinto, haz lo que tu instinto te dice que hagas. Y no hagas caso a nadie que te diga lo contrario.

– Lo haré -dijo Tony con repentina decisión.

– Llama ahora mismo a Jim -le dijo Sarah.

Tony hizo la llamada al instante y las dos mujeres lo miraron entusiasmadas. Era maravilloso volverle a ver feliz, pensó Jane.

Por fin, Tony colgó el teléfono y lanzó un grito de alegría.

– Jim dice que tengo que ir a verlo inmediatamente. Gracias a las dos. Dentro de cinco años, cuando todas las revistas quieran hacerme entrevistas, le diré al mundo entero que os lo debo a las dos. ¡Yupiiii!

Tony besó a su abuela y a su hermana y desapareció. Jane y Sarah se miraron y sonrieron.

Mientras Jane preparaba la cena, preguntó:

– ¿as salido hoy?

Aunque esperaba una respuesta negativa, le parecía que, últimamente, Sarah estaba saliendo menos.

– Sí, sí he salido -contestó Sarah-. He almorzado con un joven encantador y hemos tenido una charla muy interesante.

Jane la miró y se quedó en silencio un momento.

– ¿Gil, verdad? ¿Cómo has podido ir con él?

– Porque me gusta y porque creo que estás siendo muy dura con él. Puede que debiera haberte dicho antes la verdad, pero ahora veo por qué le resultó tan difícil. ¿Te acuerdas de la primera vez que le trajiste aquí y que representó su papel tan mal? Dije que no estaba acostumbrado a actuar y es verdad. No estaba actuando en lo que a ti respecta, estaba intentando ser diferente.

Sarah respiró profundamente y continuó.

– Creo que es una de las personas más honestas que he conocido en mi vida, y también muy valiente. Hay que ser muy valiente para hacer lo que él ha hecho y para mirarse a sí mismo y decidir que no se gustaba y que quería cambiar…

Sarah se interrumpió y miró a su nieta con preocupación.

– Jane, cariño, ¿no te pasó a ti lo mismo? ¿No cambiaste tú también cuando estabas con él y te transformaste en una persona mucho más feliz? ¿Es que vas a echarlo todo por la borda?

– No puedo evitarlo -contestó Jane con voz ronca-. Hay algo dentro de mí que no me deja perdonarle. Por favor, Sarah, no sigas hablando. No…

– Cariño, perdona que te haya disgustado. Es sólo que quiero verte feliz y… Vamos, hija, no llores. Vamos, ven con la abuela. No llores…, no llores…

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