Jane se tumbó en la cama y esperó a que ocurriera el milagro. Se realizó lentamente. Gil estaba acostado a su lado, apoyado en un codo, mirándola con ojos de adoración.
La había desnudado con pausada ternura, como ella había soñado que sería la primera noche. Pero fue mucho mejor, porque se habían peleado y habían hecho las paces, y se conocían mil veces mejor que antes.
Gil le acarició el rostro y la garganta, bajando hasta descansar la mano en sus pechos.
– Te quiero -dijo él con voz queda.
– Te quiero -susurré ella al tiempo que extendía los brazos para recibirle.
Gil se arrojó a ellos instantáneamente, estrechándola contra su corazón durante unos momentos.
Al principio, el placer que las manos de Gil le produjeron al acariciarle todo el cuerpo fue ligero y suave. Los ojos de él estaban llenos de ternura y amor. Sus manos la tocaron con reverencia. Su beso fue un acto de adoración.
En lo más profundo de la conciencia de Jane los fuegos artificiales comenzaron, llamas luminosas que la deslumbraron con su belleza, ruedas que giraban más y más violentamente lanzando dardos de luz. Los cohetes iluminaron el cielo, dejando atrás una lluvia de color antes de volver a explotar. Entonces, todo se tornó rojo, azul, verde…, más y más rápido. Y cuando Gil se apoderó completamente de ella, los colores su fundieron y una luz blanca cegadora la poseyó.
Después, todo se apagó. El cielo volvía a la oscuridad y ella a tierra. Pero unos adorables brazos la sujetaron y la abrazaron, y una amada voz le susurró al oído:
– Mi amor… mi amor…
Permanecieron el uno en los brazos del otro. Jane estaba a punto de quedarse dormida cuando sintió que la risa sacudía el cuerpo de Gil.
– ¿Qué pasa? -pregunté ella.
– Creía que estaba siendo todo un caballero esperando al momento adecuado. Quería demostrarte que sé comportarme como un caballero.
Ella se echó a reír también.
– Y yo te estaba maldiciendo mientras tanto. Creí que no te gustaba como mujer.
– ¿Cómo has podido pensar eso?
– Creía que la primera noche iba a ser una cena romántica a la luz de las velas y que me ibas a dar rosas rojas -respondió Jane con algo de indignación-. A Sarah le has dado rosas rojas.
Gil rió con ternura.
– Un día te daré una rosa roja, sólo una. Será una rosa perfecta y la recibirás de forma inesperada.
– Mmmm, me encantan los misterios. Cuéntame más.
– Si te contase más no sería un misterio -respondió él.
– Quiero saberlo.
Gil le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
– No.
– Pero Gil… Si sigues haciendo eso…
– ¿Sí? -murmuró él-. ¿Si sigo haciendo esto, qué?
– Pues que… que…
Jane lo abrazó y no hubo más palabras.
A la mañana siguiente, David mandó un tractor para que sacase la caravana del barro. El sol había salido y, cuando llegó la hora de la fiesta, la tormenta no era más que un recuerdo.
Los fuegos fueron un éxito. Los niños gritaron, aplaudieron y se divirtieron con locura. La hija de David declaró que aquello era mucho mejor que un payaso. Gil y Jane pasaron otra noche en casa de la familia Shaw y se marcharon a la mañana siguiente.
En la costa, un amable agricultor les dejó aparcar la caravana en sus tierras, junto a un arroyo. Había una feria en la playa y fueron para conmemorar su primera noche juntos. Compraron manzanas cubiertas con caramelo y dos sombreros de feria, ganaron unos muñecos y se rieron. Gil insistió en acercarse a un puesto que tenía unos patos de plástico que flotaban en el agua describiendo un círculo. Consiguió dar a tres que tenían el mismo número y el dueño de la caseta le dijo que había ganado un premio, pero de los más baratos.
– Otro juguete no -le rogó Jane-. Ya tenemos un conejo, un gorila, un cordero, una serpiente y otra cosa que no sé lo que es.
– De acuerdo, déme eso -Gil señaló un cartón pequeño con un anillo de plástico pegado al cartón.
Con gesto solemne, agarró el anillo y se lo puso a Jane en el dedo anular de la mano derecha.
– Y pensar que llegaste a dudar de mis intenciones… -dijo él.
Entonces, antes de que Jane pudiera ver en su rostro lo que había querido decir, Gil añadió:
– Y ahora, vamos a probar ese líquido verde diabólico que todos los niños de aquí parecen estar bebiendo.
Y bebieron el líquido verde diabólico y comieron palomitas de maíz. Por fin, fueron a la caravana e hicieron el amor felices mientras Perry destrozaba los juguetes que estaban esparcidos por el suelo.
Al día siguiente, se quedaron donde estaban y comieron junto al río. Gil apoyó la espalda en el tronco de un árbol y dejó que el sol le calentase el pecho desnudo.
Jane estaba tumbada con la cabeza apoyada en los muslos de él.
– Y pensar que esto podría no haber ocurrido… -murmuró ella.
– Tenía que ocurrir, ya nos habíamos puesto de acuerdo para el espectáculo.
– No me refiero a eso, sino a nosotros. A encontrarnos.
– ¿Te refieres a cuando fui al banco?
– No. Normalmente, no eres tan lento. Me refiero a la discusión y luego a acabar entendiéndonos.
– Habríamos acabado entendiéndonos de cualquier forma.
– Pues no sé cuándo, puede que después de que nos hubiéramos tirado los platos a la cabeza. No, fue David Shaw quien lo ha hecho posible.
– Pero si él no se hubiera presentado, habríamos discutido por cualquier otra cosa y habríamos acabado estando donde estamos ahora -dijo él con toda lógica.
– No lo estropees -le rogó Jane-. Eres tú quien se supone que cree en la felicidad de lo inesperado.
– Y tú la que se supone que debe creer en el sentido común.
– ¡Al demonio con el sentido común! ¿Quién necesita sentido común cuando la vida así es tan maravillosa?
– ¿En serio te gusta este estilo de vida, Jane?
Ella bostezó y se estiró.
– Es la única manera de vivir la vida. Ojalá durase siempre.
– ¿Vivir al día sin saber si mañana vas a tener trabajo o no?
– Siempre conseguirás trabajo porque eres maravilloso -declaró ella, satisfecha.
– Que Dios te bendiga.
Se quedaron en silencio, satisfechos, durante un rato. Por fin, Jane murmuró:
– No me reconozco. Normalmente, tengo que estar haciendo algo; sin embargo ahora, lo único que me apetece es estar sin hacer nada. Es como si me estuviera transformando en otra persona completamente distinta.
– No eres distinta, sino la misma, pero mostrando otro aspecto de tu personalidad -dijo él-. Lo único que pasaba era que necesitabas que se te presentara la ocasión.
– Pero estoy tan diferente… es como si compartiese mi cuerpo con una desconocida.
– Eso es lo bueno -murmuró él-. Empezar de nuevo y hacerse uno a uno mismo otra vez, convertirse en otro…
Jane alzó la cabeza y se lo quedó mirando, la voz de Gil había adquirido un tono serio y distante.
– Parece como si hablases en serio -comentó ella.
Gil la miró con repentina intensidad.
– ¿Me querrías fuera quien fuese?
– Te quiero porque eres tú -respondió ella sin comprender.
– ¿Y quién soy yo?
– Gil Wakeman.
– No, eso es sólo un nombre que no significa nada. Podría llamarme, por ejemplo, Horace Sproggins… pero lo importante es quién soy por dentro.
– Eso es, al hombre que quiero es al hombre que eres de verdad -dijo Jane.
Gil pareció relajarse.
– Algún día te recordaré lo que has dicho.
Ella le lanzó una sonrisa maliciosa.
– Perdona, pero podría tener problemas si realmente te llamaras Horace Sproggins.
Gil se echó a reír y el momento pasó. Jane bostezó, se estiró y, de nuevo, se tumbó con la cabeza encima de la pierna de él.
– Gil, ¿por qué no te compras un teléfono móvil? Como estás viajando todo el tiempo, te sería útil.
Inesperadamente, la expresión de Gil adquirió un tono sombrío.
– Ni hablar. Si la gente se puede poner en contacto contigo estés donde estés, no hay forma de escapar.
– ¿Y por qué ibas a querer escapar? Lo que quieres es que te llamen de todos los sitios para ofrecerte trabajo.
– No.
– Pero los fuegos artificiales…
Durante los minutos siguientes, el beso de Gil hizo que Jane se olvidase de todo lo demás. Pero luego, volvió a ser la misma y práctica Jane de siempre.
– ¿Y qué hace la gente para ponerse en contacto contigo cuando estás fuera? -le preguntó ella pensativa.
– Dejan un mensaje en mi contestador automático.
– ¿Contestador automático? ¿Tienes una casa de verdad?
– Tengo un lugar donde uno se puede poner en contacto conmigo. Esta es mi casa -dijo Gil, señalando la caravana-. Y también tú eres mi casa.
– Mmmm, gracias. ¿Pero no crees que…?
– No -dijo él con firmeza bajando los labios y acercándolos a los de ella-. No lo creo.
A pesar de haber salvado sus diferencias, no todo era una balsa de aceite. Cuando dejaron la costa, Gil aceptó otro trabajo de última hora, que le habría proporcionado algunos cientos de libras de haber conseguido que le pagasen. El hombre que le había contratado se escapó después del espectáculo. Como no había tiempo para buscarle y no había nada escrito en papel, se vieron obligados a echarlo en el saco de la experiencia.
Después del primer estallido de indignación, Jane se encogió de hombros y decidió olvidarlo, pero pronto se dio cuenta de que el suceso tenía repercusiones.
– Se nos está acabando el dinero y tengo que comprar más material para reemplazar el que he usado con ese ladrón -le dijo Gil.
– Deja que te ayude.
– No, ya me has ayudado bastante. Has comprado casi toda la comida y también has pagado alguna vez la gasolina, no quiero que me des más.
Pero cuando Gil llamó a su proveedor para pedirle un envío urgente para el siguiente espectáculo, querían que pagara con una tarjeta de crédito, y Gil no tenía ninguna. Jane salvó la situación y Gil lo aceptó, pero ella se dio cuenta de que no le hacía feliz.
– No te preocupes, ya saldrá algo -le dijo ella en un esfuerzo por animarlo.
– Eso espero. Quiero pagarte la deuda lo antes posible.
– En ese caso, tocaremos madera y a esperar a que ocurra el milagro.
Esa noche, mientras Gil dormía, Jane tocó madera con las dos manos y rezó con todo su corazón porque ninguna desgracia estropeara el tiempo que estaban pasando juntos.
– Quiero que ocurra un milagro de verdad -susurró en la oscuridad de la noche.
Pero cuando ocurrió el milagro, se presentó bajo un disfraz y sólo se reveló como milagro en el último momento.
De la costa fueron a Delford Manor, una casa palaciega en medio de una propiedad de suaves colinas donde iba a celebrarse una boda de alcurnia.
– La señorita Patricia Delford va a unirse en santo matrimonio a Antony Ralph Hamilton-Smythe -explicó Gil.
– ¿Smythe con y griega? -preguntó Jane.
– Naturalmente. Una boda por todo lo alto, con banquete real, champán de cosecha, baile y fuegos artificiales. A la mañana siguiente, la feliz pareja se va de viaje a las Bermudas, cortesía del padre del novio, el general Delford.
Las puertas de hierro forjado de la verja de entrada de la propiedad se abrieron y un individuo, que los miró con recelo, les indicó dónde aparcar, alejados de la mansión. Después de media hora, una mujer de mediana edad, elegante, apareció y se presentó como la señora Delford.
– La novia es mi hija -explicó, pronunciando las palabras de forma afectada-. Quería fuegos artificiales en su boda, y su padre no sabe negarle nada. Yo, personalmente, no veía… En fin, aquí están. Bueno, supongo que tienen todo lo que necesitan. Estupendo.
– No -dijo Gil.
– ¿Perdone?
– Que no tenemos todo lo que necesitamos. Primero, me gustaría que alguien me enseñara el sitio donde quieren que se hagan los fuegos. Después, necesitaré agua.
– Creía que estas cosas tienen ese tipo de comodidades -dijo la señora Delford, indicando la caravana.
– Tiene una goma que se conecta a un grifo de agua, pero no veo ningún grifo por aquí -contestó Gil-. Necesito llenar dos garrafas de agua. ¿Tendría la amabilidad de decirme dónde?
Su anfitriona parecía contrariada.
– Puede ir a la parte posterior de la casa, hay un grifo fuera que lo utilizamos para una goma.
– ¿Es agua potable? -preguntó Gil.
– ¿Qué?
– ¿Que si es agua potable? Necesitamos beber.
– Oh, bueno… En fin, entren en la cocina y díganle a Cook que yo les he dado permiso.
– Gracias -respondió Gil, conteniéndose para no darle una mala contestación.
– Enviaré a alguien para que… ¡Aaaah! -la señora Delford se quedó aterrorizada cuando, por la ventana de la caravana, vio a Perry que miraba con curiosidad-. ¿Qué es eso?
– Es un perro y es mío -contestó Gil.
– No tenía derecho a traerle aquí.
– Es completamente inofensivo -dijo Jane, indignada.
– Yo soy criadora de perros basset, un tipo especial de perro de caza.
– Perry es un basset -anunció Gil.
– Puede, pero hay bassets y bassets, los míos son de pedigrí.
– ¿Y cómo sabe que Perry no tiene pedigrí? -preguntó Jane, cada vez más irritada.
La señora Delford sonrió con desdén.
– No creo que su situación se lo permita, ¿no le parece? No deben permitir que ese animal se acerque a mis perros, ¿está claro?
– Perfectamente claro -contestó Gil fríamente-. Yo también prefiero que mi perro no se ponga en contacto con quienes no debe.
– Enviaré a alguien ahora.
La mujer se volvió dispuesta para marcharse; en el último momento, se detuvo y se volvió.
– Casi se me olvidaba. Ayer llamó una joven preguntando por usted y dijo que, cuando llegara, que la llamase enseguida. No debería haber dado a nadie este número de teléfono.
– No lo hice -respondió Gil-. Le había dejado una lista con mis compromisos y ella debió localizar el número.
– Entonces, sabe quién es, ¿no? Estupendo, porque no me acuerdo de su nombre. Puede utilizar el teléfono de la cocina.
Y la señora Delford se marchó.
– ¿Por qué no nos vamos ahora mismo? -preguntó Jane apenas conteniendo la ira.
– Porque he dado mi palabra de que estaría aquí-dijo Gil-, y no rompo mi palabra. Una directora de un banco debería apreciarlo.
– No me siento como una banquera, sino como una campesina -dijo Jane, enfadada.
– Eso es porque tienes pinta de campesina -le dijo Gil con una traviesa sonrisa.
Jane se miró la ropa y se dio cuenta de que Gil tenía razón. Llevaba unos pantalones cortos, una camiseta y sandalias. El cabello revuelto y la piel bronceada.
– Es curioso cómo la gente te juzga por la ropa -dijo Gil-. Si te vistes como un vagabundo, te tratarán como a un vagabundo. Pero si te vistes con corbata y traje, la cosa cambia.
Ella se lo quedó mirando.
– ¿Con corbata y traje tú? -preguntó ella riendo.
Gil lanzó una nerviosa carcajada.
– Nunca se sabe…
Gil desapareció en el interior de la caravana, dejando a Jane reflexiva e intranquila.
Cuando volvió a salir, Jane había desenganchado el coche de la caravana y también había metido las garrafas de agua.
– Bueno, vamos a por el agua.
– No es necesario que vayamos los dos -le dijo Gil rápidamente-. ¿Por qué no empiezas a preparar la cena?
– ¿Sin agua? Iré contigo y traeré el agua mientras tú llamas por teléfono.
Por fin encontraron la cocina. Jane llenó las garrafas y regresó sola a la caravana. Al cabo de unos minutos, el jardinero apareció y llevó a Jane a ver la zona que se les había designado para lanzar los fuegos. Ella le dijo que estaba bien y, rápidamente, volvió a la caravana para recoger a Gil y llevarle a que viera el lugar.
Pero Gil aún no había llegado. Al parecer, la llamada le estaba llevando bastante tiempo. Regresó a los veinte minutos y Jane notó una expresión sombría en su rostro.
– ¿Qué pasa? -preguntó ella con cierta angustia.
– Nada -respondió él al momento-. Ha sido un malentendido, pero lo he solucionado. A propósito, al volver me he cruzado con el jardinero y me ha dicho que te había enseñado el sitio para los fuegos.
– Sí, está ahí cerca. ¿Qué clase de malentendido?
– Ya te he dicho que lo he solucionado -respondió Gil con cierto mal humor.
– Está bien, no tienes por qué enfadarte conmigo. Pero si tienes problemas, me gustaría compartirlos contigo.
Gil le puso un brazo sobre los hombros y la abrazó.
– Perdona. Ya sabes cómo me pongo antes de unos fuegos. Vamos, enséñame dónde van a ser.
Declaró que el sitio era excelente y la alabó por haber juzgado tan bien el lugar. En otro momento, Jane se habría mostrado encantada, pero tenía la sensación de que Gil quería distraerla para que no pensase en la llamada. Pero pronto, Jane decidió que era una tontería preocuparse por algo que no debía tener importancia.
Cuando regresaron a la caravana, una joven muy bonita les esperaba coqueteando con Perry por la ventana.
– Soy Patricia -dijo la joven sonriendo.
A los dos les gustó al momento. Su expresión era abierta y franca, en contraste con la de su madre.
– He venido para invitarles a cenar -dijo Patricia-. Mamá se ha quedado muy preocupada al darse cuenta de que se le había olvidado invitarles.
– ¿Y Perry? -preguntó Gil, indicando la cabeza del perro que se veía por la ventana.
– No, me temo que Perry tendrá que quedarse aquí.
– En ese caso, creo que nos quedaremos con él -dijo Gil, para alivio de Jane-. Verá, los tres formamos un equipo y no nos separamos. Además, mi socia y yo tenemos que hacer planes para mañana. Pero, por favor, de las gracias a su madre por la invitación.
Patricia se despidió de ellos y volvió a la casa. Sin embargo, media hora después, volvió a la caravana.
– Es Champers -dijo Patricia con dos botellas de champán en la mano-. Son de la fiesta. No le digan nada a mi madre.
Y desapareció antes de que pudieran darle las gracias.
Jane y Gil pasaron el resto de la tarde haciendo planes para el día siguiente y se acostaron pronto. A Jane le pareció notar algo diferente en la forma como Gil le hizo el amor aquella noche. Se mostró tan tierno y apasionado como siempre, pero un sexto sentido le dijo que estaba preocupado y pensando en otras cosas.
Más tarde, cuando estaban tumbados abrazados, Gil dijo:
– Me quieres, ¿verdad?
– Sí -respondió ella.
– ¿Y confías en mí?
– Claro que confío en ti -contestó Jane instantáneamente.
Pero pronto se dio cuenta de que había contestado demasiado a prisa. Al cabo de una hora, se despertó inquieta. Se levantó de la cama sigilosamente y salió de la caravana.
Hacía una noche maravillosa y Jane se paseó por los jardines disfrutando la plateada belleza que les confería la luna. Por fin, dobló una esquina y se encontró, inesperadamente, delante de una pequeña construcción; en su interior, había luz. Estaba a punto de darse la vuelta cuando oyó:
– ¿Quién anda ahí?
Jane se quedó helada al reconocer la voz de la señora Delford; pero antes de darle tiempo a desaparecer en la oscuridad, la mujer salió a la puerta y la vio.
– ¿No está ese perro con usted? -preguntó la señora Delford al instante.
– No. Sólo había salido un momento a tomar el aire.
– En ese caso, entre. Estoy tomando una taza de té.
Jane entró y se encontró en lo que parecía una perrera extraordinariamente lujosa. Sólo había un perro, una hermosa basset de ojos cristalinos que, inmediatamente, trató de llamar la atención de Jane.
– Entre -dijo la señora Delford al tiempo que abría la puerta de la perrera.
Era evidente que la señora Delford estaba sentada ahí dentro con la perra.
– La tengo apartada -explicó la mujer-. Iban a cubrirla hoy, pero ha habido un retraso y no será hasta mañana. Va a ser un día muy ajetreado, pero no se puede hacer nada.
– ¿Cómo se llama? -preguntó Jane, acariciando las orejas del animal.
– Lady Tillingforth de Westrock -respondió la señora Delford-. Pero, para mi, es Tilly.
La mujer tomó un termo sacó dos vasos y sirvió té para las dos, Jane se sentó en el suelo y, rápidamente, Tilly buscó su atención. La señora Delford sonrió.
– No suelen gustarle los desconocidos -dijo la mujer-. Es muy joven, sólo tiene un año. Esta va a ser la primera vez.
– Así que también vas a ser una novia mañana, ¿eh? -le dijo Jane a Tilly-. ¿Quién es el novio?
– Es Lord Bertram Hannenmere de Marshall Denby -contestó la señora Delford con orgullo-, aunque creo que le llaman Bert. Por lo menos, podían llamarle Bertie.
– ¿Qué tiene Bert de malo? -preguntó Jane. La señora Delford parpadeó.
– Es un diminutivo muy plebeyo.
– ¿Y él es un perro distinguido?
– Sí, lo es.
La señora Delford comenzó a hablar de pedigríes y Jane escuchó tranquilamente. Al parecer, el servicio que iban a prestarle a Tilly costaba quinientas libras.
– Por ese dinero, debe ser el mejor -comentó Jane mientras bebía su té.
– La verdad es que los mejores son los basset Moxworth -concedió la señora Delford a pesar suyo-. Por cruzarla con uno de ellos se pagaría mil libras, pero sólo les cruzan con sangre que tenga linaje de campeones.
– Esnobs -dijo Jane al momento.
– Es para proteger la reputación Moxworth. Su objetivo es que cada carnada produzca al menos un campeón, y es más fácil si la madre tiene genes de campeona.
– Pobre Tilly, rechazada por no ser suficientemente buena -dijo Jane, dando unas palmadas a la perra.
La señora Delford la miró con curiosidad.
– Habla usted como una mujer con educación. ¿Cómo es que va por ahí con ese hombre de reputación dudosa?
– Estoy de vacaciones -dijo Jane-. En realidad, soy directora de una sucursal bancaria.
La otra mujer no contestó, pero arqueó las cejas con expresión incrédula. Evidentemente, no la había creído.
La señora Delford dejó su vaso de té.
– Bueno, creo que será mejor que me vaya a la cama para tranquilizarme, la boda me tiene muy nerviosa.
Se despidieron y Jane volvió a la caravana sigilosamente. Gil acababa de despertarse.
– ¿Adónde has ido? -murmuró él cuando ella se metió en la cama.
– He ido a dar un paseo y me encontrado con la señora Delford, que me ha presentado a una de sus bassets, una perrita encantadora que se llama Tilly. Mañana también va a ser el gran día para ella, va a recibir a su novio, Perry, márchate de aquí. ¿Qué te pasa esta noche?
– ¿Has estado acariciando a Tilly? -le preguntó Gil a Jane con una carcajada.
– Sí. ¡Oh, Dios mío! Vete, Perry. Y mañana pórtate bien. Esta dama es una aristócrata, no se junta con los de tu ralea.
Al cabo de un rato, Jane consiguió convencerle para que se bajara de la cama y el perro se tumbó en el suelo lanzando un suspiro de tristeza.