Capítulo 8

– Las estanterías han quedado estupendas, Mike -dijo Willow, dejando las bolsas que llevaba en la mano-. ¿Has terminado?

– Solo hay que pintarlas. Lo haré mañana, mientras tú estás en Londres.

Willow miró alrededor.

– ¿Dónde está todo el mundo?

– Jake Hallam tenía una cita -explicó Mike. Y podía ser cierto. Al fin y al cabo, Hallam era un tipo muy atractivo-. Y Emily se ha marchado, agotada -eso era verdad-. Así que le he dado una chocolatina y la he mandado a casa. Pero no te preocupes, hay otra en la nevera. ¿Has encontrado algo para impresionar a tu nuevo jefe?

– Eso ha sido fácil. Pero luego he tenido que buscar zapatos, ropa interior…

– ¿Ropa interior? Pensé que ya habías conseguido el trabajo… ¡Oye, que era una broma! -exclamó Mike, cuando Willow le lanzó una cuchara que encontró a mano-. No, en serio. Lo primero que yo hago después de comprarme un traje, es comprarme ropa interior…

Willow soltó una carcajada que le hizo desear abrazarla y no soltarla nunca.

– Sarah es estupenda. Y después, Amy nos preparó un té de tila y miel. Muy relajante. Es… un poco rara, ¿no?

– Desde luego. ¿Tienes hambre?

– No mucho. Pero me apetece una copa de vino -contestó ella, abriendo la nevera para sacar la botella y una chocolatina que compartió con Mike-. Qué rico.

– Se supone que eso era el postre.

– No te preocupes, comeré más después de cenar -sonrió Willow, tomando sus bolsas y dirigiéndose a la escalera-. ¿Por qué no abres la botella mientras yo voy a dejar esto en mi habitación? Podemos tomar una copa de vino mirando las estrellas.

– ¿Y encender las velas de Amy?

Las velas se encendían para crear un ambiente romántico, pensó Willow. Pero lo que ellos debían hacer era encender todas las luces de la casa para iluminar cada rincón de su relación.

– No creerás que va a irse la luz, ¿verdad? -preguntó, para no tener que contestar.

– No lo creo. Estamos en verano y hace una noche preciosa. Solo se va la luz en invierno, cuando está nevando y tienes que salir fuera para cambiar los fusibles.

– Claro, es verdad. Amy debe haberse equivocado.

Mike notó la decepción que había en sus palabras y le gustó. Amy había dicho que necesitarían las velas y ellos habían asumido que se refería a un corte de luz. Pero lo que ella había querido decir era que «las necesitarían».

¿Amy equivocada?

– No lo creo, cariño -murmuró, mientras Willow subía por la escalera-. No lo creo.


Willow estaba mirando el traje que había comprado para su entrevista con Toby Townsend. La falda era corta, la chaqueta larga, un traje de mujer inteligente. Lo dejaría impresionado.

Estupendo.

Aquella era la oportunidad de su vida. Su carrera iba bien. Era el resto de su vida lo que iba mal.

Se había duchado y estaba secándose el pelo frente a la ventana, esperando que las nubes doradas la inspirasen. Pero la vida no era así. Si uno dejaba que la vida dependiera de los sueños, estaba perdido.

Hacer planes era lo que convertía los sueños en realidad.

Y ella tenía un plan. No era perfecto, pero quizá Mike estaría preparado para darle una oportunidad. Willow se peinó un poco y bajó la escalera.

La cocina estaba vacía. La botella de vino no estaba por ninguna parte.

– ¿Mike?

Nada.

Willow abrió la nevera. La comida también había desaparecido. Incluso el chocolate. ¿Estaría jugando al escondite? Sonriendo, tomó el móvil y le mandó un mensaje:

¿Dónde estás, Mike?

No tuvo que esperar mucho para recibir respuesta.

Me tendrás si me encuentras.

Promesas, promesas.

Dame una pista.

Sigue a tu nariz.

¿Su nariz? Las velas. Willow miró alrededor, pero la caja de las velas también había desaparecido. Salió a la puerta y vio una vela en el suelo. Olía a jazmín, para alejar las emociones negativas.

Aunque no había nada negativo en sus sentimientos por Mike. Estaba completamente segura de que lo quería. Unos metros más adelante, había otra vela y una tercera a la entrada del jardín.

No había entrado nunca, pero Emily se lo había mostrado desde la ventana.

Cuando Willow abrió la verja de madera, le llegó el olor a hierba fresca.

¿Caliente?

Dímelo tú.

Muy caliente, desde luego. Cada vez más. Willow tomó otra vela, aquella con olor a rosa, para la armonía emocional. Entre Mike y ella había poca armonía últimamente, desde luego. Pero en aquel momento, todo parecía estar muy claro. El teléfono volvió a sonar.

¿Y bien?

Willow sonrió. Mike se estaba impacientando. Le gustaba. Le gustaba mucho.

Muy caliente.

Las velas la llevaron hasta un pequeño estanque. Mike estaba sentado con la espalda apoyada en un viejo sauce, cuyas hojas colgaban sobre el agua. Tenía los ojos cerrados.

– ¿Por qué has tardado tanto?

– Llegar hasta aquí es la mitad de la diversión, Mike. La anticipación, la espera.

– Eso suena muy prometedor -sonrió él, abriendo los ojos.

Willow se dejó caer a su lado.

– ¿Tienes cerillas?

Mike sacó una caja del bolsillo.

– Estoy preparado para todo.

Caliente. Muy caliente. Ardiendo.

Mike tomó una cerilla, la encendió y se tumbó sobre la hierba para encender las velas y meterlas en el agua.

Ella se tumbó a su lado, con la caja de cerillas e la mano. El agua estaba fría, el aroma de las velas era dulce y embriagador. Mike encendió todas las velas y las empujó hacia el centro del estanque.

– Mágico -dijo ella.

– ¿Has pedido un deseo?

– No. ¿Y tú?

– Yo prefiero pensar que controlo mi destino. ¿Te apetece una copa?

Mike le mostró la botella y un par de vasos de cristal.

– ¿Vasos de verdad?

– Los he traído de casa. Estaba harto de los de plástico.

Willow tomó un sorbo de vino, mientras observaba las velas flotando en el agua.

– La vida sería muy sencilla si pudiéramos quedarnos aquí para siempre -dijo por fin, tumbándose de espaldas.

– La vida es sencilla. Somos nosotros los que la complicamos -murmuró él-. He estado pensando…

– Eso es peligroso con el estómago vacío.

Willow no quería complicaciones en aquel momento. Solo quería una noche hermosa, deliciosa, en la que ninguno de los dos se detuviera a pensar.

– Tienes razón.

– Me prometiste salmón ahumado.

– Salmón ahumado -suspiró él, sacando una cesta que había colocado detrás del árbol-. Pan. Y queso.

– ¿Y los aguacates?

– Mira en la cesta -sonrió Mike.

– Hay aguacates. ¿Pero las cerezas?

– No he encontrado melocotones.

– Da igual. Es perfecto.

Después de tomar un poco de queso y unas cerezas, Willow apoyó la cabeza sobre su pecho, el brazo del hombre alrededor de su cintura.

– Tú eres perfecta -dijo él entonces-. Por un momento, olvidé por qué estaba dispuesto a dejarlo todo por ti. Pero hoy… -Mike recordó entonces lo que había sentido cuando Jake Hallam lo retó, cuando tuvo que enfrentarse con el peligro de perder a Willow de verdad, cuando la imaginó con su hijo en brazos-. Hoy he descubierto que no te dejaría por nada del mundo.

– Lo sé -murmuró ella, volviéndose para mirarlo.

Sabía que su plan no era perfecto, sabía que no quería discutir y por eso lo besó en los labios.

– Willow…

– Quiéreme, Mike -susurró ella, rozando su lengua con la del hombre-. Ahora mismo.

Una vez que hubieran hecho el amor, Mike no podría alejarse.

Y Mike no deseaba otra cosa en aquel momento. Solo quería amarla. Por eso había elegido el jardín, cubierto de hierba. Solo tenía una cosa en mente y con ella en los brazos sabía que nada más tenía importancia…

En sus brazos, había una oportunidad de que Willow dijera que sí. Pero no sería suficiente, quería más. Quería algo más que una noche para recordar.

– Willow, cariño, espera… tenemos que hablar.

Ella lo miró, la luz de las velas reflejándose en sus ojos azules.

– Más tarde -murmuró, colocándose sobre él y desabrochando los botones de su camisa-. Hablaremos más tarde.

No podía ser. Tenían que hablar, pero no era fácil decir eso con las manos de Willow deslizándose su cuerpo. Las manos frías sobre su piel caliénte, la boca femenina distrayéndolo… un hombre podría ser perdonado por olvidar sus prioridades.

Sin pensar, Mike metió las manos por debajo de su camiseta, para acariciar la sedosa espalda. Cuando encontró el sujetador, lo desabrochó y, de un tirón, le quitó camiseta y sujetador por encima de la cabeza.

– Vamos a jugar -susurró ella, cuando Mike empezó a acariciar sus pechos.

– Llevas demasiada ropa.

– Caliente, caliente…

– Te quiero, Willow. Y quiero casarme contigo.

Ella tragó saliva, con los ojos húmedos.

– Caliente, caliente…

– Estoy ardiendo.

– Esa no es la respuesta.

– ¿No quieres casarte conmigo?

– Helado.

– ¿Quieres que vivamos juntos?

– Eso es -sonrió Willow-. No era tan difícil, ¿no?

No era difícil. Después de todo, era como habían empezado.

– No -dijo entonces, deslizando las manos hasta su cintura. Ella esperó que Mike desabrochara el botón de los pantalones, incluso se movió un poco, impaciente, pero él la sujetó. Si no se estaba quieta, explotaría de deseo-. Me parece que no lo entiendes, Willow. He dicho que no, gracias.

Willow frunció el ceño.

– Mike, es lo que tú querías. Dijiste…

– Tú me convenciste de que estaba equivocado. Vivir con alguien no significa nada. No es un compromiso. Lo que tú y yo sentimos el uno por el otro se merece algo más. Se merece una promesa de amor eterno. Yo te pedí que te casaras conmigo. ¿Qué ha pasado con el «me lo pensaré»?

¿Cómo podía hacerle aquello? ¿Cómo podía estropearlo todo?

– ¿Es que no te das cuenta, Mike? Yo voy a vivir en Londres, tú en Maybridge. Podríamos estar juntos los fines de semana. Podrías venir a Londres algunas veces. Pasaríamos tres o cuatro noches juntos a la semana.

– Es un concepto interesante. Pero hay que pensárselo. Y ahora, ¿por qué no volvemos al asunto de la ropa?

– ¿Qué asunto?

– Intento aguantar, pero no soy de piedra, cariño -susurró él, mirando descaradamente sus pechos desnudos.

Willow se apartó entonces y volvió a ponerse la camiseta. ¿Cómo podía hacerle eso?

Pero no era culpa de Mike. Era culpa suya.

A su lado, en la hierba, su móvil empezó a sonar. Llevaba días evitando llamadas, pero en aquel momento cualquier cosa era mejor que hablar con Mike.

– ¡Sí!

– ¿Willow?

– ¡Crysse!

– Willow, tengo que decirte una cosa. Es tan increíble… -su prima estaba llorando.

– ¿Qué te pasa, Crysse?

– Nada. Todo es perfecto. Ojalá estuvieras aquí. Estamos en Santa Lucía…

– Lo sé. ¿Lo estáis pasando bien?

– Sí. Pero… no sé cómo decirte esto.

– Dilo, Crysse. Di lo que sea.

– Sean me ha pedido que me case con él. Vamos a casarnos aquí…

– ¿Qué pasa? -preguntó Mike.

– Crysse y Sean van a casarse.

– ¿Willow? -la llamó su prima.

– Perdona, le estaba dando a Mike la noticia.

– ¿A Mike? ¿Es que habéis vuelto? ¡Eso es maravilloso! Sean quería que él fuera el padrino, pero yo le dije que era imposible… ¡Pero ahora podéis venir!

Mike estaba oyendo los gritos y le quitó el teléfono de las manos.

– Crysse, ¿cuándo es la boda…? Allí estaremos. Sí, no te preocupes, hablaré con Sean… Y felicidades.

– Gracias -dijo Willow cuando colgó, tomando su mano.

– ¿Por qué?

– Porque esto es obra tuya. No sabes lo que significa para mí… Gracias -murmuró. Después, apartó la cara para que no viera que estaba emocionada-. Está empezando a hacer frío.

– Y mañana es un gran día para ti.

– Sí -dijo ella. Willow intentó apartar la mano, pero él no la soltaba.

– ¿Estás llorando?

– Claro que no. ¿Por qué iba a llorar?

– De felicidad -sonrió Mike, secándole las lágrimas con la mano-. O eso, o se te ha roto un grifo.

– No…

– ¿Qué?

– No me hagas reír.

– Ni se me ocurriría -dijo él, apretándola contra su pecho-. Venga, llora lo que quieras. Te sentirás mejor.

Por un momento, Mike pensó que ella iba a sucumbir a la tentación y soltar todo lo que llevaba guardado durante días. Y, por un momento, sintió que él quería hacer lo mismo. Pero entonces Willow se puso de pie.

– ¿Seguro que no te importa ir a Santa Lucía?

– Claro que no. Es mi obligación. Y si a última hora se arrepiente, no le aconsejaré que salga corriendo. Le diré que, por experiencia, lo mejor es quedarse y hacer que el matrimonio funcione.

– Supongo que yo debería hacer lo mismo por Crysse. Pero ella no es tan tonta como yo.

– Tú no eres tonta. El tonto soy yo -dijo Mike. Willow iba a discutir, pero él la tomó por la cintura y la empujó hacia la casa-. Vete. Yo limpiaré todo esto. Te despertaré mañana por la mañana.

– Tenemos que hablar con Emily…

– Yo lo haré.

– Al menos, no tendremos que hacer las maletas.

– No, es verdad.

Sus maletas estaban hechas, esperando una luna de miel que no había tenido lugar.

Willow caminó despacio hacia la casa. Necesitaba a Mike. Lo necesitaba a su lado, sujetando su mano, pero él tenía razón. Tenían que aclarar dónde iban y lo que querían. Y ella tenía que hablar con su familia. Hacer las paces con su madre.

Antes de marcar el número, tuvo que respirar profundamente.

– ¿Mamá? Soy Willow. Perdóname…


Mike guardó las cosas en la cesta y se apoyó en el árbol, pensando en su futuro. Unos segundos después, en la oscuridad apareció un punto de luz. Willow estaba en la casa. La imaginaba preparándose para su gran día, el almuerzo con Toby Townsend del Globe. Se merecía una oportunidad. No creía que, al final, fuera tan importante, pero era ella quien tenía que decidir eso.

Tenía que descubrir que lo más importante era lo que había en su corazón.

Mike sacó su móvil y marcó un número.

– ¿Papá? Soy Mike. Perdóname…


– ¿Qué tal ha ido?

Mike la había llamado al Globe para decirle que no volviera a la residencia y se encontrase con él en el aeropuerto de Heathrow. Él mismo había ido a buscar sus maletas y los pasaportes.

– No sé. Ha sido un día frenético, extraño.

Las oficinas de El Globe estaban situadas en una especie de enorme almacén, lleno de mesas y de gente. Un sitio en el que no cabría un gato. En el Chronicle tenían un gato. Vivía en la oficina y todo el mundo lo mimaba.

– Era de imaginar.

– ¿Por qué nos vamos tan pronto? La boda es el sábado y Emily nos necesita.

– Es el único vuelo que he podido conseguir -dijo Mike-. No te preocupes por Emily. Jake se ha apuntado para pintar y yo he obligado a Cal a que se presente voluntario. Ah, y Jake le ha dicho a la tía Lucy que lo de la entrevista tendrá que esperar un par de semanas.

– ¿Semanas? Creí que solo íbamos a Santa Lucía a pasar el fin de semana.

– Está muy lejos para ir solo un fin de semana y tú no empiezas en el periódico hasta el mes que viene.

– No…

– Le he dicho que la llamarías -la interrumpió Mike, colocando las maletas en la cinta-. Que la harás famosa. ¿O a Toby Townsend no le ha hecho mucha gracia el artículo sobre el pueblo?

Había estado interesado, muy interesado. No en el tema del pueblo, sino en las revelaciones de la tía Lucy sobre lo que había ocurrido en las camas de todos los vecinos durante medio siglo. Su ángulo era bien diferente del que Willow había pensado. Toby quería escándalos, secretos. Debía hacerse amiga de la anciana y sacarle todos los detalles. Sería como quitarle un caramelo a un niño. Desgraciadamente, nunca más podría volver a mirarse en el espejo.

Willow era incapaz de hacerlo.

– Los billetes, Mike.

– ¿Te pasa algo? -preguntó él.

– No -contestó Willow, sin mirarlo.

Se sentía incómoda. No le había dado el nombre del pueblo, pero había estado charlando con la secretaria de Toby durante el almuerzo y mencionó la residencia para huérfanos. El director de un periódico como el Globe no tardaría nada en descubrir dónde estaba. Y menos en encontrar a otra persona que hiciera el trabajo sucio.

Había creído que iba a trabajar en un periódico respetable, no en uno cuyo objetivo era sacar los trapos sucios de gente honrada.

Advertiría a Lucy, la pondría en guardia. No, eso era absurdo. La pobre mujer nunca lo entendería. Tenía que advertir a Jake. Él sabría qué hacer.

– Mike, tengo que ir al cuarto de baño.

– Ahora entiendo por qué tienes tan mala cara -sonrió él-. Nos veremos arriba, en el control de pasaportes -añadió-. ¿Willow?

– No te preocupes, cariño, no voy a salir corriendo Vamos a la boda de Crysse, no a la nuestra.

– Vaya, gracias.

Willow salió corriendo al cuarto de baño» buscó en su bolso el teléfono de Jake y marcó el número con manos temblorosas.

– ¿Willow? Creí que estabas de camino a las Antillas.

– Estaré en el avión en veinte minutos. Escucha, tengo que decirte algo.

Jake la escuchó sin interrumpir.

– No te preocupes. La tía Lucy necesita tomarse unas vacaciones y yo me encargaré de que lo haga. Y, por cierto, buena suerte en tu gran día.

– Gracias.

¿Su gran día?

Willow colgó, un poco sorprendida, pero dejó de pensar en el asunto.

En aquel momento, su problema era convencer a Mike de que no iba a rechazar la oportunidad de su vida por él.

Después de haberlo dejado en el altar, después de haber elegido su carrera… En realidad, no lo había abandonado porque él no estaba en la iglesia, pero eso había sido un golpe de suerte. Pero sí había abandonado a su familia, a los trescientos invitados y una tarta para quinientos.

Después de eso, a Mike le costaría trabajo creer que lo había abandonado todo por una anciana con la que solo había hablado durante diez minutos.

Tenía que convencer a Mike de que era Toby Townsend quien había cambiado de opinión. Que no quería contratar a una periodista cuya imaginación no iba más allá de un artículo sobre las cosas que pasaban en un pueblo.

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