Capítulo 6

¿Diseños Michael Armstrong? Willow se quedó mirando la pared, perpleja. ¿Qué clase de diseños eran esos? ¿Y para qué necesitaba un taller? ¿Se dedicaría a la arquitectura, al diseño de software"?

En lugar de conseguir respuestas, tenía más preguntas. Tenía que ir a Maybridge, tenía que…

Un golpe en la puerta la sobresaltó de tal modo que se le cayó el móvil al suelo.

– ¿Estás bien, Willow? Te he estado llamando.

– Sí, sí, estoy bien -contestó ella, guardando el móvil en el bolso.

Mike la estaba esperando en el pasillo.

– ¿Ocurre algo?

– No. ¿Por qué iba a ocurrir nada?

El hombre con el que había estado a punto de casarse tenía una vida que ella desconocía. ¿Qué había de raro en eso?

– Pareces un poco pálida. ¿Por qué no descansas un poco?

– Eso pienso hacer.

Mike intentó tomarla del brazo, pero Willow se apartó discretamente. Conocía bien aquel gesto, el roce de la mano del hombre, la mirada brillante, el beso en los labios para que olvidase todas las preguntas. Pero no aquella vez. Aquella vez, Mike iba a decirle la verdad. Willow pensaba exigirle que le dijera la verdad y después se mudaría al hostal del pueblo hasta que él terminara con las estanterías.

– Mañana tengo que ir a Londres para conocer a mi nuevo jefe y necesito algo de ropa. Esta tarde me voy de compras. A Maybridge.

– ¿Quieres que vaya contigo?

– ¿Estás ofreciéndome tus sabios consejos para que elija… un buen diseño?

Le hubiera gustado ponerse a gritar.

– Solo quería llevarte en coche. En el probador, te dejaré sola -sonrió Mike-. No, espera, he cambiado de opinión. No me importaría nada ayudarte con los botones…

– Gracias, pero ya no tienes ningún derecho sobre mis… botones. Además, tienes muchas cosas que hacer aquí. Crysse va a venir conmigo.

Era mentira, por supuesto.

– ¿Crysse? -repitió él.

– Claro. ¿Quién si no?

– Bueno, si eso es lo que quieres.

– Claro que sí. Y no te preocupes por la cena -dijo Willow rápidamente, mientras bajaba la escalera-. Comeré algo por el camino.

– Willow… -empezó a decir Mike-. Han sido dos días muy difíciles. No hagas nada que puedas…

– ¿Qué?

– Lamentar.

¿Lamentar? Mike creía que iba de compras. Si lo lamentaba, solo tendría que cambiar lo que no le gustase. Pero parecía tan tenso…

– No te preocupes. Creo que ya he demostrado mi capacidad para evitar las lamentaciones. Igual que tú.

– Lo digo en serio. Sé que te he hecho daño y haría lo que fuera para arreglarlo. Pero por favor, no hagas ninguna tontería.

Lo había dicho tan serio que Willow sacudió la cabeza.

– No te preocupes por mí, Mike. Necesito ir de compras. La única tontería que puedo hacer es comprarme una minifalda de cuero en lugar de un traje clásico.

– ¿De verdad?

– Respuesta equivocada. Deberías haber dicho: «Estarías guapísima con una minifalda».

– Estarías guapísima con una minifalda -dijo Mike-. Pero no compres nada de cuero negro.

– Nunca me pongo… -las palabras murieron en su boca cuando él acarició su mejilla con manos temblorosas. O quizá era ella la que temblaba cuando Mike la besó. Fue como el primer beso. Vacilante. Lleno de preguntas.

Así era. Pero diferente. Tierno y cariñoso, en lugar del beso desesperado, preludio de la pasión. Su boca era amante, el beso tenía una dulzura que la dejó al borde de las lágrimas.

– ¿Qué ha pasado? -demandó, parpadeando furiosamente cuando él se apartó, mirándola como si quisiera grabar sus rasgos en la memoria.

– Quería que recordases que lo que teníamos era especial.

Willow estuvo a punto de soltar una impertinencia, pero tenía la impresión de que estaban en mundos diferentes. El único punto que contacto que permanecía era ese beso.

– Sí, Mike. Era especial -dijo por fin.

Después, dándose cuenta de que los dos habían hablado en pasado, se dio la vuelta y entró en la cocina. Se había terminado. El viaje a Maybridge era una pérdida de tiempo. Pero aún así, tenía que saber. Willow tomó la sopa a pesar de tener un nudo en la garganta. Pero no pudo tomar pan. Mike también debía haber perdido el apetito porque apenas probó bocado.


Mike la observó desaparecer en el coche amarillo y después sacó el móvil del bolsillo.

– ¿Cal? ¿Has hecho lo que te pedí? -preguntó-. ¿Se han ido?

– Al final, sí. Crysse no estaba segura, pero Sean la convenció. ¿Dónde estás?

– Te llamaré más tarde -dijo Mike, antes de colgar.

No tenía ganas de hablar. Solo quería confirmar que Willow le había mentido. No iba de compras con Crysse. Hubiera deseado lanzar el móvil contra la pared, destrozar las estanterías, la pintura…

Eso se le daba bien. Destrozar las cosas, las esperanzas, los sueños. Aquella vez había conseguido hacérselo a sí mismo.

Y dolía mucho.

Había ido en busca de Willow con la loca idea de empezar de nuevo. Mostrarle cómo era en realidad, convencerla de que podrían conseguirlo si lo intentaban. Seguía queriéndola tanto que le dolía.

Pero en lugar de decírselo, la había dejado marcharse para pasar la tarde en brazos de un hombre cuyas tácticas de seducción eran tan tramposas como su cazadora de cuero negro.

Y lo peor estaba por llegar. Ella volvería más tarde, fingiendo alegría para disimular la tristeza que le producía lo que había hecho… o alegre y contenta como una gatita. Mike no sabía qué era peor. Le diría que había ido de compras, pero no había podido encontrar nada de su gusto.

Mike se pasó la mano por la cara. Quería recuperar el control de su vida, devolverle a Willow el control de la suya. Pero ella no había esperado, no le había dado tiempo. Willow no lo necesitaba. Quizá debería aceptar eso y marcharse antes de que volviera.


Willow entró en el supermercado. La tía Lucy tendría una guía de teléfonos. Tardó un rato. Jake le había advertido que a la anciana le gustaba hablar y era cierto. Pero después de prometerle que volvería otro día para charlar de lo divino y de lo humano, obtuvo la información que quería y consiguió escapar.


Mike se pasó el antebrazo por la frente. Llevaba media hora de frenética actividad, decidido a terminar el trabajo, decidido a olvidarse de Willow y lo que estaba naciendo en ese momento. Lo único que sabía era que no había ido de compras con su prima y que no estaría allí cuando ella volviera con los ojos brillantes.

Tomó una botella de agua y se la echó por la cabeza. Eso lo refrescó un poco.

Aquello era una locura. Él mismo se estaba volviendo loco. La había declarado culpable sin una sola prueba de que fuera a pasar la tarde con Jacob Hallam. Además del tonteo en el restaurante, además del hecho de que se hubiera encerrado en el cuarto de baño para llamar por teléfono…


Cuando Emily llegaba a la casa, Mike estaba entrando en su jeep.

– Tengo que salir -le dijo.

– Sí, pero…

– Cierra la puerta si no he vuelto cuando te marches. Tengo una llave.

No tenía tiempo para explicaciones. Era el momento de dejar de preocuparse. Sabía lo que debía hacer. Tenía que ir a buscar a su novia y decirle que la quería, que siempre la había querido. Y entonces quizá, ambos podrían empezar a crear un futuro en el que hubiera sitio para los dos.

La anciana del supermercado lo miró cuando entró por la puerta.

– ¿Puedo ayudarlo?

– Quiero hablar con Jacob Hallam.

– Lo siento, no está aquí. Acaba de marcharse.

– ¿Sabe dónde ha ido? -preguntó Mike, con el corazón encogido.

– A Londres. Tenía una reunión. Con esa moto suya llega a todas partes enseguida, pero me ha prometido no rebasar el límite de velocidad.

Mike pensó que nadie con una moto que puede llegar a los doscientos kilómetros por hora iría a noventa. Pero no desilusionó a la mujer.

– Ya.

– Volverá más tarde. Va a echarle una mano a esa jovencita pintando la casa.

– ¿A Willow?

– Ah, ¿usted también la conoce? Acaba de estar aquí hace un rato. Ya le he dicho que Jacob era muy problemático de jovencito, pero ha cambiado. Solo necesitaba una oportunidad…

– ¿Willow ha estado aquí?

– Pues sí. Va a escribir un artículo sobre el pueblo. Aunque hoy no tenía mucho tiempo de hablar, solo quería consultar la guía de teléfonos -dijo la mujer. La guía seguía abierta sobre el mostrador. Estaba abierta en la letra A y había una marquita de tinta azul donde Willow había puesto el bolígrafo.

Diseños Michael Armstrong. Maybridge.


Maybridge era un pueblo bullicioso con un parque temático y un hermoso casco antiguo.

Willow aparcó detrás de un edificio grande que tenía aspecto de antiguo hostal y había sido convertido en talleres y oficinas. ¿Era aquél el sitio?

Después de mirar el directorio con el nombre de los ocupantes, comprobó que el nombre de Mike no estaba allí. Willow se volvió hacia la recepcionista.

– Estoy buscando la empresa Diseños Michael Armstrong.

– Tiene que entrar por la parte trasera, cruzando el paso de carruajes.

– Gracias.

– Pero él no está. El taller está cerrado -le dijo la chica cuando se daba la vuelta. Willow asintió. Sabía que Mike no estaba allí.

Mientras se dirigía hacia la parte trasera su corazón latía como un tambor. Lo primero que vio fue un montón de flores. Cestas de flores de todos los colores en el patio, frente a una floristería. Rosas y lilas que daban color a toda la esquina.

En la otra había una boutique, una perfumería y una pequeña joyería.

Willow reconoció enseguida la mano que había diseñado el anillo de pedida que Mike le había regalado. Una banda de platino con un diamante en el centro. ¿Por qué no la había llevado allí, por qué no le había presentado a la persona que había hecho el anillo? ¿Qué estaba escondiendo?

Willow se volvió para enfrentarse con el misterio.

El otro lado del patio estaba totalmente ocupado por Diseños Michael Armstrong.

Se entraba a través de una puerta de doble hoja. Cerrada.

Willow se acercó y apoyó la cara contra una de las ventanas, sintiéndose excluida, descartada.

– ¿Puedo ayudarla? -Willow se volvió de golpe y se encontró con una joven rubia, cuya palidez era acentuada por su ropa negra-. Soy Amaryllis Jones -se presentó la joven, señalando la perfumería que llevaba su nombre al otro lado del patio-. La mayoría de la gente es amable y me llama solo Amy. Supongo que está buscando a Mike.

– Sí -contestó Willow.

No buscaba a Mike. Buscaba su alma, su espíritu.

– No sé cuándo volverá. Vine a decirle hola hace unos días, cuando vi la luz encendida, pero él no parecía tener ganas de hablar. Va a cerrar el taller -explicó la joven, con tristeza-. Tiene que encargarse del negocio de su padre porque se ha puesto enfermo. Además, va a casarse y creo que su prometida espera algo más grandioso que esto.

Aquello llegó directamente al corazón de Willow. Amy había dicho aquello como si cualquier mujer que deseara algo más que eso no se mereciera a Mike. Y quizá tenía razón.

– ¿Sabe si él vive aquí?

– Claro. Cuando Mike vino a vivir aquí solo era un establo, pero él lo convirtió en taller y apartamento.

– Si va a cerrar el taller, supongo que lo alquilará. Quizá sea lo que estoy buscando.

– Para eso tendría que hablar con el administrador…

– Ya que estoy aquí, no hay necesidad de molestar al administrador… ¿No tendrá usted la llave?

– Pues sí -sonrió la joven, sacando una llave del bolsillo-. Entre. Estoy segura de que le gustará.

Cuando entró, lo primero que llamó la atención de Willow fue un dibujo en la pared. Era el diseño de la mesa que Mike le había regalado.

– Esa fue la última pieza que hizo Mike. Ese hombre es un poeta de la madera.

– Sí, es verdad -murmuró Willow. Hubiera deseado llorar. ¿Cómo había podido hacer una cosa tan hermosa y regalársela sin decirle que la había hecho él con sus propias manos?

– Tiene una lista de espera para sus clientes. Tarda semanas en hacer cada mueble.

– Ya me imagino.

Ningún hombre que trabajara como él se haría rico jamás. Pero tampoco sería pobre… de espíritu. Willow miró alrededor. Aquel era su sueño y había estado dispuesto a abandonarlo por ella.

En aquel momento entendía por qué se había mostrado tan frío cuando le habló de la oferta de trabajo del Globe. Debió pensar que ella no daba nada, que solo pedía y pedía.

Si se lo hubiera contado…

Si ella lo hubiera sabido…

– Aquí está el taller, la oficina está al otro lado. Es muy grande. ¿Necesita usted mucho espacio? ¿A qué se dedica?

– ¿Cómo?

– Es pintora -la voz de Mike hizo que se volviera sobresaltada-. ¿Verdad, Willow?

Amy dejó la llave sobre la mesa y salió discretamente.

Mike estaba apoyado sobre la pared, con los brazos cruzados.

– ¿Me has seguido?

– Me mentiste sobre lo de ir de compras con tu prima -replicó él-. ¿Ya has visto suficiente?

Antes de que Willow pudiera contestar, Mike abrió una puerta que daba a una escalera de madera.

Willow quería subir. Sentía una enorme curiosidad, pero no se movió.

– ¿Cómo sabías que no iba de compras con Crysse?

– Tengo poderes.

– Me has seguido. ¿Por qué?

– Porque Crysse y Sean están en Santa Lucía.

– ¿Qué?

– Me dio pena echar a perder el viaje -sonrió Mike. No debería hacerlo. Aquella sonrisa se le subía a la cabeza como el champán-. Pensé que a tu prima le iría bien un viaje. ¿Te importa?

¿Importarle? Estaba sorprendida…

– No, claro que no. Es una buena idea.

– Entonces, ¿por qué me dijiste que ibas de compras con ella?

– Para ser alguien con poderes, haces demasiadas preguntas.

– Venga, dímelo.

– Tú querías venir de compras conmigo y yo quería… -Willow buscó un sinónimo de la palabra «espiar» que no sonase tan mal.

– ¿Investigar? -la ayudó Mike.

– Espiar es la palabra correcta.

– Ya veo -sonrió él-. Willow Blake, periodista de investigación.

– ¿Por qué no me lo habías contado, Mike?

– ¿Quieres que subamos? Vamos a tardar un rato.

Willow se dio la vuelta y miró de nuevo el diseño de la mesa colgado en la pared. No estaba segura de poder mantener la calma si seguía mirándolo. Se sentía tan infeliz, tan enfadada, tan triste. ¿Cómo podía Mike haberle escondido aquello?

– ¿Hiciste esa mesa especialmente para mí o es que se había quedado sin vender? -preguntó. No podía creer que aquella fuera su voz, tan fría, tan distante.

– No.

– ¿No qué?

– No la hice para ti. La hice antes de conocerte. Estaba terminándola cuando me dijeron que mi padre estaba en el hospital -contestó él, descolgando el papel de la pared-. Era un nuevo diseño. Solo le faltaba el barniz y cuando volví aquí la semana pasada pensé, ¿qué es una tarde robada a toda una vida? Así que la terminé para que no hubiera nada que me atase a este sitio.

– ¿La semana pasada? -repitió Willow. Era allí donde había estado cuando fue a buscarlo a la oficina y no lo encontró-. Estuve buscándote. Incluso te escribí un mensaje, como solías hacer tú.

– No lo recibí.

– Porque no lo envié. Quizá me di cuenta de que todo se había terminado. ¿Me habrías contestado? ¿Me habrías dicho dónde estabas?

– Probablemente, no.

– Ya. Y yo nunca habría imaginado que estabas aquí -dijo ella, con tristeza-. ¿Qué son todas estas herramientas?

– Sierras, tornos, planchas… -Mike le enseñó el taller, explicándole para qué valía cada cosa, como si fuera una simple cliente.

– ¿Y tus diseños? Si yo quisiera encargarte un mueble…

– Willow, por favor.

– Quiero saberlo todo.

– Estoy intentando explicártelo.

– Entonces, háblame de tus diseños.

Mike le dio una carpeta llena de diseños y fotografías.

– ¿Tú has hecho todo esto?

– Sí.

– ¿Esto también? -preguntó Willow, señalando un escritorio.

– Sí. Me lo encargo Fergus Kavanagh. El propietario de la residencia. Para su mujer.

– ¿Cuánto costaría un escritorio como éste?

Mike le dio una cifra y Willow abrió los ojos como platos.

– Se tarda mucho en hacer una pieza como esa.

– ¿Trabajas solo? ¿No tienes ayudantes?

– No. Supongo que siempre he sabido que, algún día, tendría que dejarlo todo.

– Pues harías mal. El Chronicle no puede compararse con esto. ¿Cuándo lo supiste?

– ¿Que no podía abandonarlo?

– No. ¿Cuándo supiste que esto era lo que querías hacer?

– En el colegio. Cuando debía estar estudiando latín, no podía salir del taller. El olor de la madera me atraía como si fuera el olor de una tarta. Y como mi profesor se dio cuenta de que nunca iba a ser un buen alumno de lenguas muertas, debió pensar que podía aprender a hacer algo con las manos. Una vez que hice mi primer objeto de madera, me quedé enganchado.

– Pero luego estudiaste Económicas en la universidad. ¿Por qué?

– Porque me lo pidió mi padre. Yo quería estudiar diseño, pero a él le parecía una locura e insistió en que me dedicara a algo más práctico. Mientras estudiaba, visitaba museos, galerías de arte y trabajaba con artesanos para aprender el oficio. Cuando terminé la universidad, mi padre me pidió que trabajase un año en el periódico. Era mi obligación y… en fin, cuando me di cuenta de que cada vez que yo capitulaba, él se convencía más y más de que, al final, iba a ganar, decidí marcharme.

– ¿Y viniste a vivir aquí?

– Sí -contestó Mike-. Cuando llegué, solo era un establo y nadie lo quería. Conseguí reunir dinero, intercambié mano de obra por alquileres baratos y… fíjate, al final mis estudios de económicas me vinieron muy bien.

– ¿Todo el edificio es tuyo?

– El banco y yo tenemos un acuerdo. Mientras siga pagando la hipoteca todos los meses, me dejan creer que lo es -sonrió Mike-. ¿Quieres ver dónde vivía antes de conocerte?

– No vivías. Vives. Has decidido quedarte, ¿no? Nunca volverás al periódico.

– Nunca es una palabra imposible. Creí que no volvería nunca, pero lo hice en cuanto mi padre se puso enfermo -contestó él-. Y lo haría otra vez, pero solo para buscar un comprador. ¿Crees que hago mal?

– Ha habido un periódico de la familia Armstron en Melchester desde que se inventó la imprenta.

– Lo sé. Ojalá las cosas fueran diferentes. Me gustaría ser el hijo que desea mi padre, el marido que tú esperabas que fuera. Lo intenté, de verdad, pero mi corazón no estaba en ello.

– Entonces, haces bien en alejarte. Un periódico como el Chronicle debe tener corazón.

– Estoy empezando a darme cuenta de eso -murmuró él-. No ocurre lo mismo con el Globe -añadió. Willow no dijo nada-. ¿Seguimos con la visita turística? -preguntó, ofreciendo su mano.

Willow sabía que no debía tomarla, que no debía subir a su mundo. Sabía que eso le rompería el corazón.

Pero nada hubiera podido detenerla.

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