Capítulo 7

Willow subió los peldaños de madera, imaginando que el apartamento sería un sitio especial. Nada podía haberla preparado para la elegancia y la sencillez del hogar que Mike había creado en aquel antiguo pajar.

– Es precioso.

Era más que eso. Era todo lo que ella siempre había querido. Pequeño, con todo a mano, sin demasiados adornos, un lugar para vivir, en lugar de un sitio para enseñar a los invitados. Un contraste total con la enorme casa que la había esperado en Melchester, dispuesta a absorberla, a convertirla en una esclava.

El suelo era de madera clara, las paredes pintadas de color crema, los muebles preciosos, de madera pulida.

Willow sabía que Mike la estaba mirando mientras recorría el sitio que él había construido con sus propias manos. Entre el salón y el dormitorio había un biombo de madera. Dos escalones separaban ambas habitaciones. En el dormitorio, un colchón colocado sobre una plataforma de madera bajo una claraboya.

– Es tan… agradable.

Tenía la boca seca, pero debía decir algo.

– Era la única forma de hacer sitio para un baño. Además, es precioso estar tumbado mirando las estrellas.

Hubo una pausa que pareció durar una eternidad mientras Mike se preguntaba qué diría Willow si la invitaba a quedarse. Y ella se preguntaba qué diría si él se lo pidiera.

– Deber ser como dormir al raso.

– Mejor. Aunque haga mucho frío fuera, debajo de las mantas siempre hace calor. Y cuando llueve, no te mojas.

En aquel momento, Willow no podía pensar en nada mejor que meterse en aquella cama con Mike y quedarse allí durante una semana.

Una semana o un mes, los problemas seguirían esperándolos.

A un lado de la habitación estaba el baño, de color blanco con grifos de hierro y tras un biombo, en el salón, la cocina, como las que aparecían en las revistas. Mike había hecho todo aquello. Y era precioso.

– ¿Por qué no me lo habías contado?

– ¿Que era carpintero por vocación y solo estaba en el periódico durante unos meses? ¿La verdad?

Willow pensó que su definición como carpintero era muy poco acertada. Un carpintero era alguien que hacía puertas y ventanas. Mike era un artista.

– Toda la verdad.

– No va a gustarte.

– Supongo que no. Por eso no me lo habías contado antes. Pero si no quieres que me vaya ahora mismo, no tienes elección.

Willow esperó, conteniendo el aliento, hasta que él asintió. Después, dejó caer el bolso y se sentó en el sofá, esperando.

Mike se sentó en un sillón, frente a ella, con las piernas estiradas. Nervioso, se pasó una mano por el pelo.

– No te lo dije porque pensé que no estarías interesada en un hombre que se gana la vida con sus propias manos.

– ¿Y por qué me has juzgado de esa forma? -preguntó ella, sorprendida-. No, es mucho más que eso, Mike. No te molestaste en contármelo porque nunca te tomaste nuestra relación en serio.

Mike no se defendió. No había defensa, en realidad. Willow tenía razón.

– Empezó así -admitió por fin-. ¿No es así como empiezan todas las relaciones?

– La nuestra también terminó así. Háblame de lo que pasó en medio.

– ¿Te refieres a cuando me di cuenta de que estaba enamorado de ti?

– ¡No digas eso! ¡No me quieres! Me mentiste.

– Entonces, te refieres a cuando me di cuenta de que no podía vivir sin ti.

– Pasemos a cuando te diste cuenta de que sí podías vivir sin mí -dijo ella, con amargura-. ¿Lo decías de corazón cuando me pediste que me casara contigo?

– Claro que sí -contestó él, apoyando los codos sobre las rodillas-. ¿Y tú? ¿Lo decías de corazón cuando aceptaste?

Willow hubiera querido tirarse sobre él, sacudirlo por ser tan tonto.

– Me gustaría tomar algo -dijo con voz temblorosa. Pero necesitaba respuestas. Todas ellas.

– ¿Té, café? No tengo leche…

– Creo que esta situación está pidiendo a gritos algo más fuerte que un té.

Mike no discutió. Una copa significaba que ella tendría que quedarse y darle tiempo para explicar todo lo que tenía que explicar. Abrió un armario v sirvió dos vasos de coñac. Cuando lo puso en sus ma nos, se dio cuenta de que Willow las tenía heladas

Sin pensar, cerró sus manos sobre las de ella y las apretó. Tocarla era lo único que deseaba en el mundo. Tocarla, abrazarla, decirle que la quería.

Pero eso sería un error. Le había dicho que la quería y tenía que demostrárselo. De modo que se sentó a su lado.

– Tienes frío.

– Sí -murmuró Willow, tomando un sorbo de coñac. No protestó cuando él puso sus piernas sobre sus rodillas, acariciándola para hacerla entrar en calor.

Para Mike era más fácil hablar con ella sin tener que mirar aquellos ojos azules que parecían exigir su alma en bandeja.

– Tienes razón. Al principio, no me tomé en serio nuestra relación. No pensaba quedarme en Melchester el tiempo suficiente.

– Eso es sinceridad… brutal, diría yo.

– Y como ser el jefe me daba una injusta ventaja…

– Eres un…

– Lo sé. Pero me equivoqué. Tú tenías una imagen de mí… ¿qué iba a decirte? «Lo siento mucho, Willow, pero en realidad no soy el director de la editorial». «Ven a ver lo que soy de verdad…»

– Ojalá lo hubieras hecho.

– Lo siento, Willow. Lo he estropeado todo y lo siento de verdad.

– Yo también. Pensaba confiar en ti el resto de mi vida…

– Solo hasta que tuvieras una oferta mejor -la interrumpió Mike.

– No es tan sencillo.

– No, cariño, nunca lo es.

– Ojalá me lo hubieras dicho. Al principio. Ojalá me hubieras traído aquí.

Mike pensó cómo sería haber tenido a Willow en sus brazos, con nada entre ellos y las estrellas más que un trozo de cristal.

– Yo también.

– Deberías haber confiado en mí -murmuró ella, bajando las piernas.

Mike se sentía enfermo por haberlo estropeado todo.

– Me equivoqué contigo. Cal me lo advirtió. Él veía… pero yo creí que solo estabas haciendo tiempo en el periódico hasta que encontraras al hombre de tus sueños -dijo entonces. Willow lo miró, atónita-. Alguien con el apellido adecuado, una adecuada cuenta corriente… Alguien de tu círculo.

– Ah, ya -murmuró ella, ofendida-. Y yo me decía a mí misma ayer que no te gustaban las tontas. No se me había ocurrido pensar que me habías tomado por una.

– Y no lo eres. Solo que…

– ¿Qué? Has empezado, Mike. Termina lo que estabas diciendo. Estoy deseando saber por qué crees que no tengo nada en la cabeza.

Él no había dicho eso. No lo había pensado. Los dos lo sabían.

– Cada vez que iba a buscarte a la oficina, estabas cubriendo algún baile de sociedad, algún asunto benéfico… -Mike recordó el día que se conocieron, ella con una copa de champán en la mano, rodeada de admiradores-. La vida social es lo tuyo. Es tu mundo.

– ¿Y qué? Me enviaban a cubrir esos eventos porque todo el mundo me conoce en Melchester. Hablan conmigo y me cuentan cosas porque me conocen desde que era pequeña. Pero también he escrito artículos sobre adolescentes con problemas, sobre mujeres maltratadas… Quizá esos días no leíste el periódico. No escribo solo naderías.

– ¿El día de San Valentín no es una nadería?

Willow se puso colorada.

– ¡Es una maldita fiesta y alguien tiene que cubrirla! No creí que fuera verdad cuando dijiste que no leías el periódico. Pero veo que es así.

– No es… yo… pensé que si me distanciaba no acabaría hundiéndome… -no podía seguir. Era absurdo. No había forma de explicarlo-. No acabaría cayendo en la tradición familiar. Es difícil resistir cuando todo el mundo espera algo de ti. Cuando tus padres llaman para decir que te necesitan… y no hay nadie más.

– Lo que quieres decir es que, si te casabas conmigo, tendrías que seguir en el periódico para siempre, ¿no es eso? ¿Que ibas a sacrificar tu vida por mí?

– Sí.

– ¡Idiota!

– Cal no pensaba eso…

– A mí me da igual lo que piense tu amigo. ¡Quiero saber por qué no me lo dijiste!

– Lo intenté. Iba a traerte aquí, a contártelo todo. Y entonces mi padre nos regaló la casa y vi la ilusión que te hacía, cómo te gustaba… -Willow lo interrumpió con una mueca de sarcasmo- excepto los grifos.

– Yo odiaba esa casa, Mike.

– Por favor, no tienes que disimular. Estabas loca con la casa. Dijiste: «No me lo puedo creer. Esto es más de lo que yo esperaba. No sé qué decir, estoy abrumada» -dijo Mike, imitando la voz que Willow había puesto para disimular su angustia-. Esas fueron tus palabras exactamente. Lo recuerdo muy bien.

– Pues deberías haber pasado menos tiempo aprendiendo a imitar mi voz y un poco más a pensar qué quería decir en realidad.

– Te vi, Willow. Sé que te gustó la casa. Y que habrías cambiado los grifos en un momento.

– Los grifos, los nichos en la pared, la chimenea de mármol, las lámparas… No te enteras de nada. Eso son detalles. No era de ti de quien quería alejarme, era esa casa y todo lo que significaba. No soy una mujer de su casa y esa mansión… era como estar en una película de Doris Day.

– Entonces, ¿de verdad no te gustaba? ¿Y por qué no me lo dijiste?

Willow dejó su vaso sobre la mesa. No necesitaba coñac, necesitaba que Mike la entendiera.

– Tu padre acababa de regalarnos una casa que valía medio millón de libras, Mike. ¿Qué iba a decir?: ¿Muchas gracias, señor Armstrong, pero tiene usted un gusto horrible y no viviría en esta casa ni por todo el oro del mundo? Me enseñaron a dar las gracias cuando alguien te regala algo, aunque sea un exprimidor espantoso.

Mike la miró, sin saber qué decir.

– ¿El exprimidor también?

A Willow le hubiera gustado soltar una carcajada. Afortunadamente, no lo hizo.

– ¿Cómo has podido hacerme esto? Ahora entiendo por qué parecías tan distante -murmuró, levantándose. Tenía que salir de allí, ir a alguna parte y llorar como había querido llorar desde el sábado-. No te culpo por marcharte de la iglesia. Debías odiarme… -se le rompió la voz y Mike la rodeó con sus brazos.

– Cariño, yo no podría odiarte nunca.

– No confiabas en mí. No me conoces en absoluto

– Te quería. Y solo quería que fueras feliz.

«Te quería». En pasado. El corazón de Willow se rompió y tuvo que apartarse de él a toda prisa. A pesar de todo, si Mike hubiera dicho «te quiero», en presente, podrían haber podido rescatar su amor. Pero «te quería»… eso le decía exactamente dónde estaban.

– Para ser feliz necesito un hombre en el que pueda confiar, un hombre en el que pueda creer… sea cual sea su trabajo. Siento decirte que tú me has fallado en todo.

Willow se dirigió hacia la escalera.

– ¿En todo?

Ella contuvo el aliento. ¿Cómo se atrevía a reducir lo que había habido entre ellos a eso?

– El matrimonio no es solo sexo. En la riqueza y en la pobreza… El matrimonio es como los diamantes. Para siempre -dijo Willow, sacando el anillo del bolso y dejándolo sobre una repisa-. Aprende la lección, Mike. La próxima vez, asegúrate de ser sincero…

– No habrá una próxima vez. Solo desearía… habértelo contado antes. Tenías razón. Podríamos haberlo tenido todo. Aún podemos, Willow. No te vayas.

Ella se volvió. Estaban solo a un metro. Era una tentación. Era igual que el día que Mike le había pedido que fuera a vivir con él, que se casara con él.

– Me equivoqué, Mike. Nadie puede tenerlo todo. Siempre hay que hacer algún sacrificio. Compartir tu vida con alguien requiere que se ponga todo el corazón y hay que estar preparado para dar más de lo que se recibe. Quizá es por eso por lo que Crysse sigue con Sean. Ella sí lo ama de verdad.

– Si te lo pidiera ahora, ¿qué dirías?

– ¿Pedirme qué?

– Que te cases conmigo, Willow. Los dos solos, con un par de testigos. Sin tarta ni nada.

¿Y sin decirle «te quiero y lamento mucho haberlo estropeado todo»? ¿Sin compromiso alguno?

El sol empezaba a ponerse en el horizonte. En el sofá, las marcas de sus cuerpos. El olor a madera…

Y Mike. Alto, fuerte, con el pelo dorado. Él era todo lo que Willow había soñado y sabía que si lo perdía su corazón se rompería en pedazos. Había estado tan segura de que era el hombre destinado para ella… Algo en su interior le decía que aún quedaba una llamita de esperanza. Pero si había aprendido algo era que querer decir que sí no es razón suficiente para hacerlo. Que su relación estaba construida sobre arena y tenía que ser reforzada. Con la verdad.

– No, gracias.

Quizá había tardado demasiado tiempo en contestar porque él no parecía convencido.

– ¿Es un no para siempre o un «me lo pensaré»?

– Es un «nuestras vidas corren paralelas y no pueden encontrarse» -contestó ella.

– ¿Quieres decir que tengo que esforzarme más?

Willow quería tener una carrera como periodista. Él quería hacer preciosos muebles en Maybridge. Tendrían que trabajar mucho para encontrar la forma de hacer que esas dos vidas convergieran. No iba a ser fácil. Seguramente, sería un desastre. Y quizá era mejor dejar las cosas como estaban.

– Quiero decir que los dos tendremos que esforzarnos.

– ¿Tenemos que decidir qué podemos dejar para poder estar juntos? -preguntó Mike.

Lo había entendido. Y los dos podían ver por qué aquello era imposible.

– Tengo que ir a comprar ropa para mi entrevista con Toby Townsend.

– Entonces, el trabajo en Londres no es negociable, ¿verdad?

– ¿Lo es Maybridge?

Pero Willow no quería que abandonase Maybridge, mientras a Mike que ella trabajase en Londres le parecía… imposible. Si el sacrificio no era igual, ¿no se sentiría engañado uno de los dos? Necesitaban tiempo para pensar.

– Por cierto, ¿qué tienes contra la ropa de cuero negro?

– ¿El cuero negro?

– Sí.

– Pensé que ibas a encontrarte con Jacob Hallam -suspiró él-. Por eso te seguí.

Estaba celoso.

De repente, Willow sintió que su corazón se calentaba por aquel hombre grande y solitario que había intentado cambiar su vida por ella. ¿Cómo podía haber dudado de su amor? Aquello no era arena. Era una roca.

Pero no pensaba decírselo.

– ¿Querías salvarme de cometer un terrible error? ¿Y qué pensabas hacer? ¿Arrancarme de las garras de la tentación? ¿Pegarle una paliza?

Sabía que esa pregunta era injusta. Dijera lo que dijera, Mike no podía ganar.

– Todo eso.

– ¿Y cómo supiste dónde iba? -preguntó Willow. Tenía que hablar, hacer algo para no lanzarse a sus brazos, llevarlo a la cama y empezar la luna de miel sin haberse casado.

– No lo sabía. Fui al supermercado, esperando que Jacob estuviera allí -contestó Mike, sin mirarla. Le daba vergüenza. Era maravilloso-. Quizá deberías salir con él. Según la tía Lucy, tenía una reunión de trabajo en Londres. Más de tu estilo que esto -añadió, señalando alrededor.

– De mi estilo prefiero ocuparme yo -replicó ella. Si Mike no sabía que Jacob no era su estilo, no pensaba decírselo. Tranquilo, le encantaba. Celoso y posesivo, Mike la volvía loca-. ¿Y por qué iba a salir con él?

– ¿No te pidió que salieras con él el otro día? Te dijo que lo llamaras.

– Ah, sí. Es posible que lo haga -dijo Willow. Mike levantó la cabeza, como si lo hubieran golpeado. El pobre-. Era para entrevistar a tía Lucy. Voy a escribir un artículo sobre el pueblo.

– Parece que no dejo de equivocarme.

– No has contestado a mi pregunta, Mike. ¿Cómo supiste que venía aquí?

– Dejaste una marca de bolígrafo en la guía de teléfonos, al lado de mi dirección.

– Michael Armstrong, investigador privado -dijo Willow, intentando no sonreír-. Bueno, tengo que irme. ¿Vas a volver a la residencia?

– Sí. Tengo que colocar las estanterías. ¿Y tú?

– Nos veremos más tarde entonces. ¿Quieres que lleve algo de cena?

– No -contestó Mike, acompañándola a la puerta-. Podríamos cenar fuera. Hace mucho que no salimos a cenar juntos en algún sitio bonito…

– Sí, es verdad. Pero prefiero que cocines tú.

Willow sentía que, unos minutos más bajo la escrutadora mirada de aquellos ojos grises, y se derretiría.

Mike sonreía mientras le abría la puerta. Probablemente, se había dado cuenta.

– ¿Seguro que no necesitas ayuda con los botones?

– Soy mayorcita, Mike. Llevo vistiéndome sola desde que tenía cuatro años.

– ¿Y qué? Es más divertido que alguien te ayude.

– Mientras no sea Jake, supongo.

– Eso es. Ven, voy a enseñarte la tienda de Sarah. Tiene unas cosas preciosas. Incluso puede que tenga una minifalda, si sigues sintiéndote atrevida.

– Pero nada de cuero negro -sonrió ella.

– Podría ser de cuero marrón. Con botas hasta la rodilla.

Willow pensó que si Sarah tenía algo así en la tienda, era capaz de olvidar sus buenas intenciones y volverse loca.

Amaryllis los detuvo en la puerta, con una caja en la mano.

– Son velas. Os harán falta esta noche.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque sí.

– Es una bruja -sonrió Mike-. Amy lo sabe todo.

Mike abrió la cajita. Había doce velas redondas, de las que se colocan en el agua.

– ¿Qué perfume es ese? -preguntó Willow.

– Palo de rosa, para encontrar la armonía emocional. Y jazmín, para desviar los sentimientos negativos.

– Si se va la luz, nos vendrán muy bien -dijo Mike-. ¿Alguna sugerencia sobre la cena?

– Salmón ahumado -sugirió Amy-. Aguacates y melocotones. Y chocolate.

Willow suspiró.

– No pienso discutir.

Quizá era el olor de las velas, o la sugerencia de Amy de que comieran algunos de sus platos favoritos, pero Mike también sonrió.

– Si esta noche se va la luz, nos asomaremos a la ventana para verte volando en tu escoba, Amy.

– Suelo tomar el autobús, Mike -rio la joven.

Después, se inclinó para tomar a un gato negro que había aparecido a sus pies.


Mike dejó a Willow con Sarah y después de ir al supermercado, volvió a la residencia. Se sentía eufórico, pero ese sentimiento desapareció cuando vio a Jake en el piso de arriba, pintando con Emily.

– Hola, Mike. ¿Willow no está contigo? -preguntó con cara de ingenuo.

Pero Mike no pensaba dejarse engañar. Aquel hombre tenía una sola razón para estar allí.

– Está de compras. No esperaba que vinieras hoy. La tía Lucy me dijo que estabas en Londres.

– Sí. En cuanto te das la vuelta, alguien empieza a hacer correr rumores sobre la venta de la compañía.

¿Jacob Hallam era Jake Hallam, el magnate del software? No podía ser.

– No tenías que volver por nosotros. Nos las habríamos arreglado.

– ¿Ah, sí? No es eso lo que dice el Evening Post.

– Ah, estupendo. ¿Qué han dicho? No, no me lo digas.

– Se lo he contado yo, Mike -intervino Emily-. Le he dicho que Willow y tú os habéis escondido para intentar arreglar la situación.

– ¿Y la habéis arreglado?

– En ello estamos. Por eso os agradecería que estuvierais fuera de aquí antes de que se ponga el sol.

Jake levantó la brocha, en un gesto de rendición.

– Lo que tú digas. De hecho, si sale bien, me ofrezco a ser el padrino de vuestro primer hijo.

– ¿Y si sale mal? -preguntó Mike, que había entendido el reto.

– Puede que te pida que me devuelvas el favor… -Mike no se lo pensó dos veces y lo empujó contra la pared-. ¡Oye, la pintura!

– Tú preocúpate de la pintura, que yo me ocuparé de Willow.

Sujeto contra la pared, Jake sonrió.

– Buenos reflejos. Es una pena que tu cerebro no trabaje a la misma velocidad.

– ¿Qué?

Mike se dio cuenta entonces de que, al empujarlo, había destrozado la pintura fresca de la pared.

– Solo era una broma, Mike. Yo no soy de los que se casan.

– Lo siento.

Pero Emily estaba sonriendo. Mike no podía entender por qué encontraba aquello tan divertido.

– No lo sientas. Me encanta cuando un hombre no tiene miedo de mostrar lo que siente por una mujer.

– Pero no olvides hacérselo saber a Willow -advirtió Jake-. Y lo de ser padrino lo digo en serio. No me gusta el matrimonio, pero me encantan los niños.

La reacción de Mike ante la imagen de Willow con un hijo suyo en los brazos fue tan abrumadora que no pudo contestar. En lugar de hacerlo, fue a la cocina y pasó el resto de la tarde colocando estanterías y pensando en lo que Willow le había dicho. Intentando encontrar la fórmula para que los dos tuvieran lo que deseaban y pudieran estar juntos. Preguntándose qué sentía ante la idea de tener un hijo. Pero antes de eso, necesitaría un par de años para establecerse del todo.

Podía esperar, pensó.

No, de eso nada.

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