Prólogo

– No te vayas -dijo Mike, apretándola contra su pecho-. Me encanta que tú seas lo primero que veo al despertarme por la mañana.

A Willow también le encantaba. Era un placer despertarse sobre el pecho de Mike, sus brazos rodeándola, el pelo de color maíz cayendo sobre la frente masculina. Lo amaba. Y, abrazados en la oscuridad, los besos de aquel hombre hacían que le resultara difícil resistir la tentación de cerrar los ojos y dejarse llevar.

Levantarse de la cama un domingo por la noche y tener que conducir hasta su casa no era precisamente muy divertido. Y tampoco lo era para Mike. Por eso Willow prefería ir en su propio coche y marcharse cuando tenía que hacerlo, sin molestar.

– Lo siento, cariño -murmuró, besándolo en la frente antes de levantarse-. Si me quedo, tendré que levantarme al amanecer para ir a cambiarme a casa. Los lunes son suficientemente horribles sin tener que andar corriendo de un lado para otro.

– Deberías traer algo de ropa -protestó Mike, apoyándose sobre un codo-. Así no tendrías que salir corriendo.

No era la primera vez que Mike sugería aquello, pero Willow no estaba dispuesta a hacerlo. Había conseguido evitar el asunto del cepillo de dientes comprando un mini neceser que llevaba siempre en su bolso, junto con un par de bragitas y medias de repuesto. Ella era periodista y tenia que estar preparada para cualquier eventualidad. Incluso en un periódico local, como el Chronicle.

Dejar ropa en el armario de Mike era muy peligroso. Su relación se volvería confusa. Se habría hecho demasiado accesible. Antes de que se diera cuenta, estaría en su casa más tiempo que en la suya y él daría por sentado que su relación era una relación seria. Y esperaría que ella se encargase de las tareas domésticas porque, sencillamente, era una mujer. Había visto repetirse aquella situación una docena de veces.

– No serviría de nada. De todas formas, tengo que darle de comer a Rasputín y a Fang -dijo Willow, tomando el albornoz. Los dos peces de colores, que Mike le había regalado, valían su peso en oro.

– Pues tráete a los peces -replicó él-. Y también puedes traer tu colección de peluches.

– Cuando estoy en tu casa, prefiero abrazarte a ti antes que a un peluche, cariño -sonrió Willow, antes de entrar en el cuarto de baño.

Mike saltó de la cama y la siguió.

– Déjame sitio. ¿O se te ha olvidado la campaña de ahorro de agua que tú misma has organizado a través del periódico?

Así no llegaría a casa antes de amanecer, pensó Willow. Pero le dejó sitio, esperando evitar cualquier contacto físico.

– ¿Qué más puedo decir? -preguntó Mike entonces, mientras enjabonaba su espalda. Muchas cosas más, pensó ella, intentando disimular el placer que le producían las manos del hombre deslizándose por su piel-. Tráetelo todo. Ven a vivir conmigo.

Willow contuvo el aliento. No era la primera vez que se lo pedía.

– ¿Y por qué iba a hacer eso?

– Porque soy irresistible -sonrió Mike-. Y porque odias tener que volver a casa por la noche y eres demasiado buena como para hacer que te lleve yo.

– Eso es verdad.

– Venga, será divertido. Podemos hacer esto todos los días.

Mike la rodeó con sus brazos y la besó en el cuello, para demostrarle lo divertido que podría ser.

Tenía razón. Era irresistible. Pero, en aquel tema, Willow no pensaba ceder. Cuando Mike movió las cejas, como pidiendo una respuesta que creía conocer, ella suspiró.

Sabía que Mike no le permitiría cambiar de tema sin una explicación. Era el momento de contarle su filosofía sobre el asunto de «vivir juntos».

– Mike…

– Cuando he dicho que había que ahorrar agua, no estaba pensando en la sequía… -se quejó él entonces.

– Mike, escúchame -dijo entonces Willow. Su tono hizo que Mike dejara de sonreír-. Cariño, tú conoces a mi prima.

– ¿Crysse? Muy simpática. No tiene nada que ver contigo, pero…

– Y tú sabes que Crysse vive con su novio, Sean.

– Eso es lo que hace todo el mundo -dijo Mike, tomándola por los hombros muy serio-. Ven a vivir conmigo. Te prometo que nadie va a tirarte piedras por la calle…

Y entonces empezó a besarla, empujándola inexorablemente hacia la cama. Sería tan fácil decir que sí. Willow quería decir que sí…

La sonrisa de Mike había vuelto a iluminar su rostro, los ojos grises brillantes de alegría. Estaba claro que creía haber ganado.

– ¡No! Escúchame, Mike -exclamó entonces Willow, poniendo freno al asunto-. Antes de que vivieran juntos, Sean y Crysse solían salir casi todas las noches. Él la invitaba a cenar, al teatro, a la ópera. Los domingos, le llevaba el desayuno a la cama y se quedaban allí todo el día, hablando sobre lo que harían cuando estuvieran casados, cuántos niños tendrían y todo eso, ya sabes.

– Bueno, nosotros aún no hemos empezado a hablar de niños, pero lo del desayuno en la cama sí podríamos hacerlo, ¿no? -rió Mike-. Mañana mismo te llevaré…

– Y entonces él sugirió que se fueran a vivir juntos.

– Te llevaré el desayuno a la cama durante toda la vida.

– Eso es lo que dijo Sean. Crysse estaba emocionada. Vendió su apartamento, redecoró el de Sean…

– Tengo la impresión de que esta historia no tiene un final feliz.

– Eso depende del punto de vista -dijo Willow-. Sean es feliz. Los viernes por la noche sale con sus amigos mientras Crysse, después de pasarse toda la semana intentando meter un poco de matemáticas en duras cabezas adolescentes, limpia el apartamento que «comparten». Y ahora, los sábados va al supermercado mientras Sean juega al fútbol con sus colegas. Y los domingos es ella quien le lleva el desayuno a la cama, donde él se queda descansando todo el día porque está agotado.

– ¿Y Crysse?

– Crysse se dedica a planchar. Su ropa y la de él.

– Pues debería darle una lección. Que se vaya de casa de Sean y se mude a tu apartamento…

– Las cosas no funcionan así, Mike. Lo que pasaría es que, mientras Crysse intenta probarle que es indispensable en su vida, alguna otra chica vería al pobre Sean que no sabe qué hacer para tener su casa en orden y se pondría a limpiar y planchar para él. Y entonces Sean, que ha aprendido la lección, no dejaría que esa joya se le escapara.

Mike la miró muy serio.

– ¿Eso quiere decir que no?

– No es nada personal. Si yo quisiera irme a vivir con alguien, me vendría a vivir contigo. Pero a mí me gusta mi vida…

– ¿Y si yo convierto esto en algo personal?

– Mike, por favor… -empezó a decir Willow, tomando su ropa del sillón-. Se está haciendo tarde.

– ¿Y si yo convierto esto en algo personal? -insistió Mike, sin moverse.

De repente, la situación era demasiado seria y Willow se sentía como al borde de un precipicio. No quería perder a Mike. Lo amaba. Pero antes de abandonar la vida que tanto le gustaba, tenía que descubrir si él la amaba del mismo modo. Si era capaz de llegar a un compromiso total. Que no hubiera ningún compromiso entre los dos.

– ¿Qué estás diciendo? ¿Que o vivimos juntos o rompemos?

– No, cariño -contestó él, apartando de su frente los cortos rizos oscuros-. Lo que estoy diciendo es… quiero que vivas conmigo, Willow Blake. Quiero tenerte a mi lado cada mañana cuando me despierto. Quiero abrazarte cada noche hasta que nos quedemos dormidos. ¿Cuándo podemos casarnos?

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