Tanner permanecía bajo las sábanas, con Madison acurrucada a su lado.
– Eres preciosa -susurró, mirándola a los ojos.
– No estoy mal. Además, estás viéndome el lado bueno -respondió ella con una sonrisa.
Tanner la hizo darse la vuelta para poder verle la cicatriz.
– Sigues siendo preciosa.
– Gracias.
– Estoy diciendo la verdad.
– Quizás. Pero no me molesta que esta cicatriz me haga diferente.
– ¿Necesitas esa cicatriz?
Madison lo miró fijamente.
– ¿Por qué me preguntas eso?
– Porque podrías habértela quitado con cirugía plástica y has preferido no hacerlo. Tiene que haber una razón.
– Te la diré, pero entonces sabrás todos mis secretos -le dijo mientras dibujaba su boca con un dedo-. Conservo esta cicatriz para que me recuerde que no debo ser una estúpida.
– ¿Lo dices por Christopher?
– En parte -suspiró-. Cuando lo conocí, yo era todo lo que tú pensabas de mí al principio: una joven rica, inútil y mimada. Mi vida era una sucesión de fiestas. En realidad nadie esperaba nada de mí, ni siquiera yo misma. Al principio, Christopher me trató como si fuera una persona de verdad. Con él no me sentía intercambiable. Pero, por supuesto, todo era mentira.
– Y lo averiguaste. Eso tiene algún valor.
– Hizo falta que me estampara contra una puerta de cristal para darme cuenta de que no debía confiar en él. Un año atrás, cuando había empezado a convertirme en una verdadera persona y a trabajar por mí misma, Christopher hizo todo lo que pudo para sabotear esos cambios, y yo se lo permití -se llevó la mano a la cicatriz-. Esta cicatriz me recuerda dónde he estado y lo que he aprendido durante el camino.
– Pero quizá ya no necesites que nada te lo recuerde. Quizá ya hayas aprendido la lección y ese aprendizaje forme parte de lo que tú eres.
– ¿Te gustaría que me quitara la cicatriz?
Tanner se inclinó para darle un beso en los labios.
– No, me gustaría que la conservaras por decisión propia, y no para demostrarle algo a Hilliard.
– ¿Quieres decir que todavía estoy intentando desafiarlo?
– ¿A ti qué te parece?
– No lo sé. Es un punto de vista interesante -se acurrucó contra él-. ¿Y ahora podemos dormir?
– ¿Quieres dormir conmigo?
– Claro. Yo… -Madison se sentó de pronto-. Perdona, seguramente no eres de esos hombres a los que les gusta pasar la noche con una mujer. Me iré a dormir a mi cama.
Pero Tanner la agarró de la muñeca y tiró suavemente de ella.
– Me gustaría que durmieras aquí.
– Eso lo dices porque quieres ser educado.
– Si fuera así, te lo habría pedido por favor.
– Tanner, no tienes por qué hacer esto. No me importa dormir sola.
– ¿Y si a mí sí me importa dormir solo?
– ¿Un chico malo como tú? ¿De qué vas a tener miedo?
– Te sorprendería todo lo que me da miedo -le acarició el pelo y le susurró al oído-: De verdad, me gustaría que pasaras esta noche conmigo.
En realidad, sabía que acercarse demasiado a Madison no era una buena idea. Madison no necesitaba la complicación añadida de un hombre en su vida y él no era un hombre de relaciones. Y aunque estuviera deseando cambiar sus propias normas por ella, ¿qué sentido tenía? Fuera lo que fuera lo que Madison sentía en aquel momento, estaba relacionado con la situación de peligro por la que había pasado. Él la había salvado y ella estaba reaccionando a eso. Cuando todo aquello hubiera terminado y regresara a su vida normal, se preguntaría qué había visto en él.
Pero de momento, quería estar a su lado, y él estaba dispuesto a aceptar una relación en aquellos términos.
– De acuerdo -dijo Madison con un suspiro de felicidad-. Me quedaré.
Madison se despertó poco después de las diez y no se sorprendió al descubrir que estaba sola. Mientras se duchaba, estiró los músculos doloridos por aquella actividad a la que no estaba acostumbrada. Pero le doliera o no, se sentía genial.
Tanner era un hombre interesante. Tierno en la cama, pero sin dejar de ser un hombre duro. Y no había dejado de abrazarla en toda la noche.
Pero inmediatamente se dijo que aquello no significaba nada. Sólo se conocían desde hacía unos días. Aunque, en cierto sentido, tenía la sensación de que conocía a Tanner desde siempre. Había visto lo mejor y lo peor de él. Había visto sus defectos, pero sabía también que era un buen hombre y que estaría dispuesto a morir para protegerla.
Pero ninguno de ellos iba a morir, se dijo mientras salía de la ducha. Iban a ganar a Christopher y después… Mientras se secaba, se dio cuenta de une no sabía lo que ocurriría después. Evidentemente, volvería a su trabajo. Pero, ¿qué pasaría con Tanner? ¿Se alejaría de ella como si nunca hubieran estado juntos?
Le dolía pensar en ello, así que apartó aquel pensamiento y se vistió rápidamente.
El olor a café la llevó hasta la cocina. Desde allí, se dirigió con una taza a la sala de control.
– Buenos días -la saludó Tanner-. Pensaba que ibas a levantarte tarde.
– ¿No te parece suficientemente tarde?
– Nos acostamos muy tarde.
Madison pensó en lo que habían estado haciendo y sonrió.
– Sí, es cierto.
– Estuviste magnífica -dijo Tanner con una sonrisa.
– Tú también.
Continuaron mirándose y sonriendo como estúpidos hasta que Tanner desvió la mirada.
– Vuelta al trabajo -le dijo-. Y deja de distraerme.
– ¿Y qué he hecho yo para distraerte?
– Me basta con que estés ahí.
– Así que si me acerco a ti y empiezo a desabrocharme el pantalón…
– Ni siquiera haría falta que fueras tan lejos.
– Me alegro de saberlo -se despidió de él con un gesto y se dirigió al dormitorio.
Quince minutos después, estaba revisando la lista de mensajes recibidos. Al final de la misma, encontró uno de Christopher. Madison se quedó mirando el nombre del remitente con todos los músculos en tensión. Incluso sabiendo que era imposible que la localizara, la ponía nerviosa aquel mínimo contacto. Se levantó y fue corriendo a la sala de control.
– He recibido un mensaje de Christopher.
– ¿Qué te dice?
– No lo sé, no lo he abierto.
Tanner asintió, giró su asiento hacia otra pantalla y tecleó rápidamente. Segundos después, apareció el mensaje de Christopher:
“Madison, no sé a qué estás jugando, pero ya no importa. Tu padre lleva días enfermo. Por fin he podido convencerlo de que fuera al médico y éste sospecha que puede tratarse de algún problema del corazón. Blaine está preocupado por ti, lo cual no ayuda en absoluto a su salud. Si no vuelves a casa, por lo menos ponte en contacto con él para que pueda quedarse tranquilo.”
– Mi padre -susurró Madison.
– Es muy posible que esté mintiendo.
– Pero no puedes estar seguro.
– Es cierto, pero haré lo posible para averiguarlo. Y en cualquier caso, si a tu padre le ocurriera algo, me avisarían los hombres que lo están vigilando. Si eso te hace sentirte mejor, incluso puedo llamarlos para preguntárselo.
– Sí, llámalos. Y quiero asegurarme de que no ha ido al médico ni nada parecido.
Alargó la mano hacia el móvil y tecleó rápidamente un mensaje.
– Dentro de quince minutos tendremos la respuesta.
– Gracias, sé que Christopher está intentando presionarme, pero necesito estar segura.
– Por supuesto. Se ha pasado todos estos años intentando asustarte, ¿por qué esta vez iba a ser diferente?
– Me ayuda mucho tenerte de mi parte.
– Estupendo.
Madison se inclinó en la silla y señaló la pantalla en la que Tanner había estado trabajando.
– ¿Ése es el programa de descodificación?
– Sí. Todavía no he conseguido descifrar su código, pero sólo es cuestión de tiempo.
Madison admiraba la confianza que tenía en sí mismo, aunque sospechaba que la había adquirido de la forma más dura.
– Sé que Christopher está intentando hacerme salir de aquí, pero eso no me hace sentirme mejor con respecto a mi padre. ¿Y si fuera él el que está intentando envenenarlo?
– ¿No crees que tu padre lo habría notado?
– Mi padre es el típico profesor despistado. No sé si fue siempre así o la situación de mi madre lo hizo empeorar. Creo que el trabajo le servía para alejarse de ella. Cuando yo era pequeña, le suplicaba que se quedara en casa conmigo, que no me dejara sola. No tenía ningún miedo de que mi madre me hiciera daño, pero estaba siempre tan callada… Mi padre nunca me hacía caso. Me decía que no me iba a pasar nada y se marchaba.
– Debió de ser muy duro para ti.
– Sí, lo fue. Cuando crecí, me acostumbré a estar con ella, pero entonces surgió el miedo a ser como mi madre. A mi padre también le preocupaba. Si me reía demasiado alto en una fiesta me lanzaba una mirada de advertencia. Si sonreía demasiado, o si no sonreía, siempre me decía algo. Comencé a estar pendiente de todos mis sentimientos, temía sentir demasiado o no sentir lo suficiente. Era agotador.
Tanner se inclinó hacia delante y le tomó la mano.
– No estás loca en absoluto. Eres una mujer fuerte e inteligente y si cedes al miedo, habrás dejado que Hilliard gane la batalla.
– Lo sé.
– ¿Alguna vez has hablado de todo esto con alguien? ¿Con un profesional?
– ¿Te refieres a un psicólogo? Estuve haciendo terapia cuando dejé a Christopher. El psicólogo me dijo que mi único problema era que me había casado con una persona que me había maltratado física y psicológicamente. Eso me ayudó, pero no sirvió para convencer a mi padre. Si Christopher me atrapara y decidiera encerrarme, mi padre no haría nada para impedírselo.
– Yo lo impediría, Madison. Te lo juro.
En ese momento sonó el teléfono móvil de Tanner.
– Keane -contestó.
– Soy Gray, jefe. ¿Quiere saber si Blaine ha ido al médico?
– Un momento -Tanner presionó un botón para que Madison también pudiera oírlo-. De acuerdo, ahora te puede oír también Madison. Madison ha recibido un correo de su ex esta mañana en el que le dice que su padre ha ido al médico y le han diagnosticado algún problema de corazón.
Gray soltó una maldición.
– Está intentando hacerla salir.
– Eso es lo que nosotros pensamos.
– Jefe, Blaine no ha ido al médico desde que nosotros lo estamos vigilando. Va de casa al laboratorio y del laboratorio a casa. Su secretaria registra todas sus citas y no entra ni sale nadie sin que nos enteremos.
Tanner miró a Madison.
– ¿Quieres preguntarle algo?
Madison se inclinó hacia el teléfono.
– Gray ¿qué aspecto tiene mi padre?
– Tiene muy buen aspecto. Desayuna todos los días lo mismo mientras lee el periódico y por la noche el ama de llaves le prepara la cena. Cuando termina de cenar, se mete en la biblioteca y está leyendo hasta la hora de irse a la cama. No recibe llamadas telefónicas en casa.
– Eso es todo lo que necesitaba saber. Así que mi padre está bien y éste es otro de los trucos sucios de Christopher.
Tanner asintió.
– Gracias por el informe, Gray. Si ves u oyes algo fuera de lo habitual, llámame inmediatamente.
– Lo haré, jefe.
Tanner colgó el teléfono y se volvió hacia Madison.
– ¿Te encuentras mejor?
– Sí, gracias. Tienes un trabajo muy interesante.
– Cada día es diferente.
– A mí me gusta que todos los días sean iguales -respondió ella con una sonrisa.
– Pronto recuperarás tu rutina.
– Quizás -bajó la mirada hacia sus manos y después miró de nuevo hacia Tanner-. Irá a la cárcel, ¿verdad?
– Antes tendremos que averiguar lo que está haciendo, y después conseguiremos que lo encarcelen por eso y por el secuestro. Por lo que a mí concierne, no daré por terminado mi trabajo hasta que estés completamente a salvo.
Madison se inclinó contra él y le rodeó la cintura con los brazos.
– ¿Así que ahora trabajas para mí?
– Exacto.
– ¿Y cuándo vas a dejar que empiece a pagarte? -le preguntó ella.
– Esto no es cuestión de dinero.
– Tienes muchos gastos y yo puedo asumirlo.
– Hay otras cosas en juego -respondió Tanner.
– ¿Cómo cuáles?
– Normalmente no me acuesto con mis clientes.
Madison abrió los ojos de par en par y curvó los labios en una sonrisa.
– No había pensado en eso. Es un dilema interesante.
– A lo mejor, lo que deberíamos hacer es olvidarnos de quién trabaja para quién y continuar como estamos.
– No es un mal plan -posó las manos en su pecho-. Pensaba que tendríamos que esperar hasta esta noche para… ya sabes.
– ¿Y te estás arrepintiendo?
– ¿De haber decidido esperar? Por supuesto. Creo que es una idea fatal.
No tenía sentido involucrarse sentimentalmente con ella. Y Tanner sabía que cuanto más tiempo pasara a su lado, más la desearía. A una mujer como Madison sólo se la encontraba una vez en la vida, y eso si se tenía suerte. Si prolongaba su relación durante mucho más tiempo, no querría dejarla marchar.
Pero no tendría opción. Vivían en mundos opuestos; él vivía en las sombras y ella buscaba la luz. Pero en aquel extraño momento de penumbra, podían buscar consuelo en los brazos del otro.