Capítulo 8

Madison se apoyó en la bañera e intentó controlar la respiración. El estómago continuaba rebelándose, pero no creía que fuera capaz de continuar vomitando. Un estremecimiento la sacudió, haciéndola acurrucarse. Le dolía el cuerpo entero pero, sobre todo, le dolía el corazón.

Había muerto un hombre por culpa suya. Jamás había pensado que tendría que pasar algo así. El horror la llenaba hasta tal punto que le resultaba imposible pensar en ninguna otra cosa. No sabía qué hacer, no sabía qué pensar. ¿Cómo podía estar preparada para una cosa así? Había una familia destrozada por culpa suya.

Se obligó a sentarse en el borde de la bañera, se cubrió el rostro con las manos y esperó a que llegaran las lágrimas. Pero no lloró. Era como si tuviera el cuerpo completamente entumecido, pero al mismo tiempo, albergando tanto dolor que no le resultaba posible contenerlo.

Se levantó con torpeza y se acercó tambaleante hasta el lavabo. Después de lavarse la cara, alargó la mano hacia el cepillo de dientes. Y sólo cuando hubo terminado de asearse, vio el reflejo de Tanner en el espejo. Esperando.

– ¿Está preparada? -le preguntó con calma.

– ¿Qué?

– ¿Está preparada para empezar el interrogatorio?

Madison no estaba segura de qué la asustaba más, si la palabra interrogatorio o la frialdad que veía en sus ojos.

– Ahora no estoy en condiciones de someterme a algo así -le dijo.

– Ya ha dado su consentimiento. Ahora no puede dar marcha atrás.

Antes de que pudiera protestar, la agarró del brazo y la sacó del dormitorio. Madison estaba demasiado aturdida para resistirse, o quizá en el fondo pensara que se merecía cualquier cosa. Y quizá, si le permitía seguir adelante, dejara de sentirse tan terriblemente culpable por lo que le había pasado a Kelly.

Tanner la llevó a la sala de control. Madison cruzó el vestíbulo y se paró en seco al ver la ampolla y la jeringuilla encima de la mesa.

– ¡No! -gritó, e intentó liberarse.

Pero Tanner le clavó los dedos en el brazo, la guió hasta una silla y la soltó tan bruscamente que Madison fue tambaleándose hasta su asiento.

Segundos después, tenía el brazo atado al bracero de la silla.

Aquello no podía estar sucediendo, se decía a sí misma. Tanner no podía estar haciéndole algo así.

– Yo confiaba en usted -le dijo.

– Gran error -respondió él mientras agarraba la ampolla y una aguja.

Madison sentía los fuertes latidos del corazón en el pecho. Intentó levantarse de la silla, pero no pudo. Estaban envueltos en una batalla de voluntades y sabía que no podía permitir que la ganara Tanner. Desgraciadamente, no tenía ninguna opción.

Tanner le frotó el brazo con algodón empapado en alcohol. Madison soltó una carcajada.

– ¡Oh, genial! Va a destrozarme el cerebro, pero le preocupa que pueda agarrar una infección.

La aguja atravesó su piel. Sintió una punzada de pánico, y después nada. Absolutamente nada.

– ¿Cuánto tiempo tengo que esperar?

– Unos veinte minutos.

Demasiado tiempo para pasarlo allí, preguntándose por lo que iba a sentir, se dijo.

Tanner se alejó de ella. Madison fijó la mirada en el reloj y comenzó a contar los segundos.

Al principio no notó ningún cambio, pero poco a poco, comenzó a relajarse. Se sentía cada vez más ligera, hasta que llegó un momento en el que tuvo la sensación de estar flotando. De alguna manera, era como estar bebida, pero con más intensidad. Su cuerpo ya no parecía suyo.

Después vio a Tanner sentado justo enfrente de ella. Y enfadado, pensó. Estaba muy pero que muy enfadado con ella.

Tanner esperó a que Madison tuviera completamente dilatadas las pupilas para comenzar con el interrogatorio.

– Dígame su nombre completo.

– Madison Taylor Adams Hilliard. Taylor por mi madre -sacudió ligeramente la cabeza-. ¿En qué estaría pensando? Tenía que haberse dado cuenta.

– ¿En qué estaría pensando quién?

– Mi padre. Cuando nací, mi padre tuvo que darse cuenta -intentó alargar la mano hacia Tanner, pero advirtió que no podía mover el brazo-. Está enfadado, lo veo. Y lo siento, lo siento mucho.

Tanner maldijo para sí y desvió la mirada hacia la jeringuilla que había dejado encima de la mesa. Le había inyectado una dosis mayor de la que planeaba. O quizá no. Quizá al enterarse de la muerte de Kelly había querido que también ella corriera algún riesgo.

– Hábleme de Christopher. Lo conoció en una fiesta, ¿verdad?

– Lo trajo mi padre. Era un encanto. Y muy divertido. Estuvo haciéndome cumplidos por lo bien que había elegido el catering. Normalmente la gente felicita a la anfitriona por la comida, pero yo nunca cocinaba y me hizo gracia su ironía. Hilliard pasó mucho tiempo conmigo. Y me hacía sentirme… fuerte.

Era curioso que alguien se enamorara por ese motivo, pensó Tanner.

– ¿Solía enfadarse? ¿Tenía mucho genio?

– Al principio, no. Empezó a mostrar su genio cuando nos casamos. No le gustó mi manera de hablar con una camarera durante nuestra luna de miel, le pareció que me estaba mostrando demasiado amistosa. No le gustaba que confraternizara con los empleados. Decía que no daba buena imagen.

– ¿Y qué ocurrió?

– Se puso a gritar -el dolor oscureció sus ojos-. No me pegó pero, en cierto sentido, fue peor. Me dijo que era una inútil y que se arrepentía de haberse casado conmigo, pero que lo soportaría porque era lo que debía hacer. Y ya nunca volví a sentirme fuerte.

Tanner sentía que iba cediendo su enfado.

– ¿Estaba enamorada de él?

– No -susurró, como si temiera que Christopher pudiera oírla-. Al principio pensé que sí, pero no me duró mucho tiempo. Me asustaba. Yo intentaba que no se diera cuenta, pero supongo que se lo imaginaba. Al cabo de un tiempo, decidí ignorarlo y vivir mi propia vida.

– ¿Y fue entonces cuando empezó a trabajar con los niños?

Asomó a sus labios una sonrisa.

– Sí, fue con ellos.

– ¿Se alegró de divorciarse?

– Sí -contestó con fiereza-. Me arrepiento de haberme casado con él y de haberme creído sus mentiras. Ya no lo odio. Odiarlo supone demasiada energía y esfuerzos y me niego a perder el tiempo con él. Sencillamente, quiero que salga para siempre de mi vida.

– ¿Le ha escrito alguna vez a Christopher pidiéndole que le permita volver a su lado?

– No.

Contestó sin vacilar pero, en realidad, Tanner ya sabía la verdad. Quizá siempre la hubiera sabido. Su reacción a aquellas cartas había sido visceral, como si alguien a quien quisiera lo hubiera traicionado. Y había sido lo inesperado de aquel sentimiento lo que le había hecho reaccionar.

– Lo siento -se disculpó.

– No tiene por qué. Me ha salvado la vida. Él iba a matarme, ¿sabe? Creo que lleva mucho tiempo queriendo hacerlo. Jamás me ha perdonado lo de esa familia.

– ¿Qué familia?

– La que llevé a casa -sacudió la cabeza y sonrió-. La familia Middlewood. Recuerdo que pensé que era un nombre muy británico, pero en realidad era una familia de Mississippi. Jenny había nacido sin algunos huesos en la cara y yo conseguí que la citaran para una operación. Pero surgió un problema con el alojamiento, era un fin de semana de vacaciones y no tenían dónde ir, así que me los llevé a mi casa. Christopher se puso furioso. Empezó a gritar de tal manera que agarré a toda la familia y al final nos alojamos en un hotel de San Bernardino. Pensé que iba a matarnos.

Se quedó mirándolo fijamente.

– Entonces comprendí que todo había terminado. Que nuestro matrimonio estaba muerto y que si no me iba, terminaría muriendo yo también. Entonces no pensaba que pudiera matarme físicamente, pero sabía que me iría debilitando hasta hacerme desaparecer. Yo no escribí esas cartas.

– Lo sé.

– Yo sólo quiero vivir mi vida, sin él. Con mis niños… -volvió a sonreír-. Son geniales. Dulces, fuertes y decididos. No les preocupa la operación ni tampoco la fase de recuperación. Nunca se quejan del dolor. Lo único que quieren es ser normales y yo puedo ayudarlos a conseguirlo. Y cuanto más trabajo con esos niños, más fuerte me siento.

Sus palabras lo avergonzaron. Madison era todo lo que decía ser y él estaba demasiado concentrado en su propio dolor como para advertirlo. Había abusado de la posición que ocupaba en su vida. A su manera, no era mejor que Hilliard.

– ¿Por qué la preocupa tanto ser fuerte?

– Porque tengo que ser fuerte. Nunca he querido ser una inútil, ni frágil, ni loca.

– Usted no está loca.

– Pero siempre está ahí el miedo a volverme loca algún día. Acechando, respirando como una enorme bestia a mis espaldas. Me llama, pero yo no le hago caso. Ignoro sus susurros.

– ¿Qué susurros?

– Los que me dicen que soy como mi madre. Que yo también estoy loca.

– Su madre murió hace mucho tiempo. ¿Qué tiene que ver con todo esto?

– Era una mujer débil -susurró Madison-. Estaba loca. Desaparecía de casa durante largos períodos de tiempo. A mí me decían que se había ido a descansar. Cuando era pequeña, solía preguntarme por qué mi madre estaba siempre tan cansada y con el tiempo, comprendí que me ocultaban la verdad. Estaba encerrada en un psiquiátrico.

– No tenía por qué haberme contado eso -dijo Tanner, arrepintiéndose de haber preguntado.

– Era tan hermosa… -comentó Madison como si no lo hubiera oído-. Todo el mundo lo decía. También decían que me parezco a ella, pero no es cierto. Cuando estaba en casa y se encontraba bien, jugaba conmigo, me vestía, me peinaba… Pero cuando estaba enferma… -Madison cerró la mano en un puño-. Entonces aprendí a alejarme de ella. Estaba tan callada, tan quieta que me asustaba. Era como si estuviera intentando desaparecer -bajó la mirada hacia su regazo-. Al final de su vida, estaba más contenta de lo que la había visto nunca. Por eso fue tan horrible su muerte. Mi madre era feliz. Fuimos juntas al cine, algo que no habíamos hecho nunca. Los médicos tenían esperanzas y mi padre habló de tomarnos unas vacaciones. Pero una tarde, cuando llegué a casa al salir del instituto, lo encontré todo lleno de sangre. Mi madre había muerto. Siempre he pensado que esa era la razón por la que estaba tan contenta. Porque por fin había comprendido lo que debía hacer.

– Déjelo ya.

– Christopher solía decir que yo era como ella. Que era débil, y que con el tiempo, terminaría suicidándome. Yo le decía que no era verdad, pero a veces lo dudaba.

Tanner se levantó y la ayudó a levantarse a ella también. Madison tenía problemas para mantener el equilibrio, así que la hizo recostarse contra él y la rodeó con sus brazos.

– Lo siento -susurró contra su pelo-. Siento estar haciendo esto. Debería haberla creído desde un principio.

– Estaba enfadado -respondió Madison-. Pero ya no.

Tanner se inclinó y la levantó en brazos. Madison se relajó inmediatamente contra él.

Durante el corto trayecto a la habitación, Madison no dijo nada. Tanner la dejó en la cama y le apartó el pelo de la cara.

– Ahora debería dormir -le dijo-. Intente descansar. Dentro de un par de horas, habrá desaparecido el efecto de la droga y se sentirá mucho mejor.

Antes de que hubiera podido marcharse, Madison le agarró la mano.

– Me gustaría haber muerto yo en lugar de su amigo.

Le soltó la mano y cerró los ojos. Tanner se acercó a la puerta, donde permaneció observándola durante algunos minutos. La había rescatado y la estaba protegiendo de su marido, pero eso no justificaba lo que había hecho. Y lo peor de todo era que ni todos los arrepentimientos del mundo servían para dar marcha atrás.

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