Tanner contuvo un gemido. No tenía tiempo ni paciencia para enfrentarse a un drama en aquel momento. Quería que Madison Hilliard saliera de su vida para poder concentrarse en lo que era verdaderamente importante. ¡Maldita fuera! ¿Acaso aquella mujer se creía que era el centro del universo?
– ¿No cree que por esta semana ya tiene bastante con el secuestro?
– Esto no es un juego -respondió Madison-. No puede llevarme con mi familia. Lléveme a cualquier otra parte, por favor.
– ¿A una comisaría, por ejemplo?
Madison consideró esa opción.
Curiosamente, Tanner no pareció sorprendido cuando ella sacudió lentamente la cabeza. Seguramente la policía no era la clase de público que pudiera tener algún interés en ella. Ellos tampoco le seguirían el juego. Tanner la miró con los ojos entrecerrados, preguntándose si en su familia serían frecuentes los problemas mentales.
Madison dio un paso hacia él.
– Ha sido Christopher el que me ha secuestrado. Me atacaron y me drogaron estando en mi casa. No pude ver a nadie, pero reconocí su reloj antes de perder la conciencia. Es un reloj inconfundible, un modelo único.
– ¿Puede demostrarlo?
– Por supuesto que no, pero sé lo que he visto.
– ¿Y por qué cree que su marido podría querer secuestrarla?
– No lo sé, supongo que necesita dinero.
– Pero ustedes ya tienen mucho dinero.
– Christopher no tiene tanto como puede parecer. Y siempre está falto de dinero en efectivo. Ésa es la única razón que explica el exagerado rescate que pidió.
– Veinte millones es mucho dinero.
– Por favor, soy consciente de cómo suena lo que le estoy diciendo. Sé que no tiene ningún motivo para confiar en mí, pero las cosas no siempre son lo que parecen. Christopher vive al límite. Le gusta jugar y pierde mucho dinero. Es amante de los muebles caros y de las obras de arte. Créame, necesita más dinero del que tiene.
– No es nada personal, señora Hilliard, pero no la creo.
– Y tampoco le gusto -dijo Madison-. Y lo acepto. Pero eso no le da derecho a arriesgar mi vida.
– No creo que su vida corra ningún riesgo. ¿Por qué iba a contratar su marido a dos empresas diferentes si de verdad quisiera que la mataran?
– Porque para él valgo mucho más estando viva. Además, es posible que no haya contratado a otra compañía. Podría estar mintiendo.
– Sí, y también usted. Su padre y su marido me contrataron para que la rescatara y eso es lo que he hecho. Además, uno de mis mejores hombres está a punto de morir. No pienso involucrarme en los juegos que se traiga usted con su marido.
Y sin más, se volvió y se dirigió hacia la puerta.
Madison corrió hacia él.
– No estamos casados, ¿eso no se lo ha dicho? Llevamos seis meses divorciados.
Tanner la miró fijamente. ¿Divorciados? Miró su mano izquierda. No llevaba alianza ni tampoco tenía ninguna marca que indicara que la hubiera llevado recientemente. Pero ni Hilliard ni su padre le habían dicho nada del divorcio. De hecho, Hilliard había dejado muy claro que quería tener cuanto antes a su esposa a su lado.
Pero eso no cambiaba nada, se dijo a sí mismo. Divorciada o no, lo habían contratado para que hiciera un trabajo y pensaba hacerlo. Excepto… Maldijo en silencio. Había algo en la desesperación de Madison que conseguía removerle las entrañas. Y la experiencia le había enseñado a no ignorar nunca aquel sentimiento. Madison debió de advertir su renovada atención, porque comenzó a hablar rápidamente.
– Lo dejé hace casi dos años. Se pasó los seis primeros meses intentando convencerme de que volviera y el año siguiente intentando impedir que nos divorciáramos.
– ¿Por qué estaba tan interesado en conservar una mujer que quería divorciarse?
– Por dinero.
– Eso ya lo ha dicho antes, pero su ex está cargado de dinero.
– No, no tiene tanto dinero. Su forma de vida implica muchos gastos. Además, anda metido en algo grande. No sé lo que es, sólo le he oído hablar de ello con mi padre.
– ¿No se llevó una buena cantidad de dinero después del divorcio?
– No. Habíamos firmado un acuerdo prematrimonial -sonrió por primera vez-. Además, yo tampoco tengo tanto dinero. El dinero de la familia está vinculado a Adams Electronics. Mi padre es el principal accionista, no yo. Christopher se quedó con la que era nuestra casa.
– Su padre y él están trabajando juntos en algo. Lo averigüé en mi investigación.
– Sí, lo sé, pero no he hablado mucho con mi padre al respecto. Intenté convencerlo de que dejara de hacer negocios con Christopher, pero no me hizo caso. De hecho, todavía no comprende cómo he podido divorciarme de un hombre tan bueno.
Inclinó la cabeza, dejando al descubierto la cicatriz que marcaba su rostro. ¿Por qué conservaría una mujer tan hermosa una cicatriz como aquélla? Tenía dinero suficiente para pagarse los mejores cirujanos plásticos del mundo.
– Él planeó el secuestro para conseguir dinero. No creo que hubiera otra compañía buscándome. Estoy segura de que eso se lo dijo a mi padre para no preocuparlo.
– ¿Y por qué no acudió su padre a la policía?
– Confía en Christopher. Para él era el yerno perfecto. Mi padre es un científico despistado y prefiere que el mundo real no interfiera en su trabajo.
Tanner recordó entonces la reunión con los dos hombres. Era Hilliard el que hablaba en todo momento. Blaine Adams parecía preocupado, pero no excesivamente.
– En cualquier caso, asegúrese de que le pagan. Mi ex marido tiene la costumbre de pagar en dos partes. Una parte al principio del trabajo y la otra cuando se termina. Pero muchas veces olvida el segundo plazo.
– Hilliard jamás intentaría eso conmigo.
– ¿Por qué?
– Porque lo perseguiría hasta que me suplicara para poder pagarme.
– Le deseo suerte.
Hablaba con la confianza de alguien que conocía la triste verdad. Tanner fulminó a Madison con la mirada. No tenía tiempo para ella ni para su lacrimógena historia. Quería llevarla con su marido y con su padre. Pero no podía cuando sus entrañas le estaban diciendo que todo lo que le había contado era verdad.
– No la creo, pero intentaré investigar lo que me ha dicho.
El alivio de Madison fue tangible. Pero antes de que se relajara demasiado, Tanner se acercó a ella y la agarró del cuello, aplicando la presión suficiente como para que le resultara difícil respirar.
– Si me ha tomado el pelo, haré que se arrepienta, ¿está claro?
Madison abrió los ojos como platos. El color abandonó su rostro, pero su mirada no vaciló. Continuó mirándolo fijamente y asintió. Cuando Tanner la soltó, permaneció firme. Ni siquiera gimió o se frotó el cuello.
– No lo comprende -le dijo con voz queda-. No hay nada que usted pueda hacer que sea peor que lo que Christopher me ha hecho ya. No estoy intentando engañarlo. Lo único que pretendo es continuar viva.
Tanner dejó a Madison en la habitación y regresó a la oficina del almacén que tenía alquilado cerca del aeropuerto. En cuanto presionó las teclas oportunas su ordenador portátil volvió a la vida. Segundos después, estaba navegando por Internet, intentando investigar lo que Madison le había contado sobre su ex.
Dos horas más tarde, tenía un perfil detallado de Christopher Hilliard. Al parecer, Hilliard tenía la costumbre de no pagar sus cuentas, una costumbre curiosa en un hombre de dinero. También había insinuaciones sobre posibles negocios sucios, pero no se especificaba nada en concreto. La información más interesante procedía del empleado de un casino; según él, había contraído deudas con gente muy poco amistosa. ¿Sería ésa la razón por la que necesitaba el dinero del secuestro?
Y hablando de ese dinero… Hizo una llamada rápida y se reclinó en la silla. ¿Qué iba a hacer? Aunque no terminaba de creer a Madison, todavía no le había descubierto ninguna mentira. Por supuesto, no era una persona a la que él respetara, pero eso no significaba que quisiera verla muerta. Y hasta que estuviera seguro, ella continuaba siendo responsabilidad suya.
Pero podría quitársela de encima rápidamente, se dijo a sí mismo mientras alargaba la mano hacia el teléfono. En aquella ocasión llamó a casa de Blaine Adams, que contestó el teléfono al primer timbrazo.
– ¿Diga?
– Soy Tanner Keane.
– Por fin. Espere un momento, señor Keane. ¡Christopher, es el señor Keane, ponte en el teléfono de la biblioteca!
Tanner esperó en silencio. Después oyó un clic y supo que Hilliard estaba en la otra línea.
– ¿Keane? ¿Qué demonios está pasando? ¿Dónde está mi esposa?
«Su ex esposa», pensó Tanner, preguntándose quién estaba jugando realmente con él.
– Está conmigo y está a salvo.
Blaine dejó escapar un sonoro suspiro de alivio.
– Gracias a Dios. Debería haberte hecho caso antes, Christopher. Me dijiste que el señor Keane era el mejor. ¿Madison está bien?
– Está perfectamente, y deseando verlos a los dos.
– Estupendo, estupendo. Buen trabajo -Blaine se aclaró la garganta-. De acuerdo entonces, Christopher, dejaré que sigas hablando tú. Yo tengo que volver al laboratorio. Tengo una reunión y trabajo pendiente…
Su voz se fue alejando como si hubiera abandonado el teléfono, pero se hubiera olvidado de colgarlo. Segundos después, se oyó que alguien colgaba el auricular.
Tanner había estado pensando la manera de alejar a Blaine del teléfono, pero al parecer el destino le había sido favorable. Ya sólo quedaban Hilliard y él.
– Debe de haber estado muy preocupado… -le dijo.
– Por supuesto. Todos lo hemos estado. La otra compañía que contratamos estaba formada por incompetentes.
Tanner se reclinó en la silla y se preparó para empezar su juego.
– ¿Cómo se llamaba esa compañía?
– ¿Por qué quiere saberlo?
– La gente me pregunta por la competencia muy a menudo. No quiero recomendar a alguien que no es capaz de cumplir con su trabajo.
Hilliard se echó a reír.
– No creo que usted recomiende a nadie, Keane.
Interesante. Así que Hilliard no iba a decírselo. Lo cual le hizo preguntarse si Madison no tendría razón. Quizá no hubieran contratado a ninguna otra empresa y Hilliard hubiera esperado a que la situación se pusiera difícil para contratarlo. Era la mejor manera de presionar a Blaine para que pagara el rescate.
– ¿Y cómo está ella? Madison nunca ha sido muy fuerte emocionalmente.
– Aliviada. La han golpeado terriblemente.
– ¿Qué? No. No deberían haber hecho algo así.
Tanner asintió lentamente. Aquélla no era la respuesta normal en un marido preocupado.
– ¿Por qué iban a hacer una cosa así? -preguntó Hilliard-. Ellos querían el dinero del rescate, no hacerle daño. Quiero que encuentren a esas personas y las castiguen por lo que le han hecho a mi esposa.
– Yo no me encargo de esas cosas -le respondió Tanner-. Tendrá que contratar a otro para que haga ese trabajo. ¡Ah, casi lo olvidaba! Acerca del rescate… -se interrumpió deliberadamente para hacerle sufrir a Hilliard.
– ¿Sí? El rescate ya está pagado,
– No. En cuanto tuve a Madison conmigo, envié a mis hombres a interceptarlo.
Se produjo un silencio. Tanner esperó. Si Hilliard no tenía nada que ver con el secuestro y no había hecho aquello por dinero, no le importaría lo que había pasado.
– ¿Dónde está ahora el dinero? -preguntó Hilliard en un tono de voz deliberadamente neutro.
Pero Tanner llevaba demasiado tiempo en aquel negocio como para dejarse engañar; sabía que el otro hombre estaba furioso y frustrado. ¡Maldita fuera! Madison tenía razón.
– Haré que envíen el dinero a la oficina del señor Adams. Ya se lo he notificado a su banco para que se haga cargo del dinero.
– Es usted muy considerado -dijo Hilliard, sin disimular apenas su furia.
– Para eso me pagan. Y hablando de pagar, todavía me debe la mitad de lo pactado.
– Sí, por supuesto. ¿Dónde está Madison? ¿También piensa enviarla a la oficina de su padre?
– Muy gracioso -dijo Tanner, disfrutando del momento-. Está muy afectada por todo lo ocurrido, como puede imaginar. Ahora mismo sólo quiere descansar durante algún tiempo.
– ¿Qué significa eso exactamente?
– Que se quedará unos cuantos días conmigo.
Hilliard soltó una maldición.
– No puede hacer eso. Es usted tan perverso como ellos.
– No estoy reteniendo a su esposa en contra de su voluntad, señor Hilliard. Es un requerimiento hecho específicamente por ella.
– Quiero que mi esposa vuelva inmediatamente. Si no me la devuelve, lo denunciaré a la policía.
– Si yo estuviera en su lugar, eso es exactamente lo que haría.
– No puede hacerme esto.
– Lo estoy haciendo.
Tanner colgó el teléfono preguntándose qué iba a pasar a continuación. Si Madison y él estaban equivocados, Hilliard iría directamente a la policía. Pero lo veía poco probable. Allí estaba ocurriendo algo. Algo que le había costado a Hilliard veinte millones de dólares.
Christopher hizo todo lo que pudo por concentrarse en su trabajo, pero le resultaba imposible. La furia se lo impedía. ¿Cómo era posible que hubiera salido todo tan mal?
Sabía que la culpa era de Madison. La muy estúpida había sido un obstáculo durante aquellos tres años. Se había casado con ella esperando contar con una mujer atractiva y sin cerebro con la que decorar su vida, pero Madison había convertido su vida en un infierno.
Sonó el teléfono y se obligó a contestar.
– Hilliard -dijo.
– Ah, Christopher, me alegro de encontrarte -Blaine Adams comenzó a divagar sobre los problemas de una placa base.
Christopher intentó concentrarse en la conversación y ofrecerle algunas sugerencias cuando lo que en realidad le apetecía era preguntarle a aquel hombre cómo podía ser tan estúpido.
– ¡Oh! -dijo Adams cuando terminaron la conversación-, ha venido un hombre muy amable a devolverme el dinero del secuestro. El señor Keane me dijo que me lo enviaría aquí y así ha sido. Tenías razón sobre el señor Keane.
– Sí, es uno de los mejores -dijo Christopher entre dientes.
– Desde luego. Ahora Madison podrá concentrarse en relajarse y olvidar todo este horrible asunto. Estarás a su lado, ¿verdad, Christopher?
– Por supuesto. Ya sabes que Madison es mi vida.
– Sí, sí. Es una pena que sea tan cabezota y decidiera divorciarse. Pero estoy seguro de que conseguirás que vuelva a tu lado. Desgraciadamente, mi hija se parece mucho a su madre. Apenas se puede hacer nada con una mujer tan débil.
– A mí me gusta tal y como es -repuso Christopher.
– Lo sé. Eres un buen hombre. Y para mí eres como un hijo. Bueno, ya es hora de que volvamos a trabajar. Los problemas no se resuelven solos, ¿verdad?
Y sin más, colgó el teléfono.
¿Por qué demonios había tenido que salir todo mal?, se preguntó Christopher mientras colgaba bruscamente el auricular. Necesitaba quince de esos veinte millones para hacerle el siguiente pago a Stanislav. A la mafia rusa no le gustaba esperar. Los otros cinco servirían para saldar sus deudas de juego. ¿Qué demonios se suponía que iba a hacer? Arrojó un jarrón contra la pared y durante un par de segundos, se sintió mejor, pero pronto volvieron la desesperación y el miedo.
Necesitaba conseguir todos los componentes de aquel sistema que permitía eludir cualquier tipo de radar. Ya había organizado una conferencia de prensa para presentarlo y si la cancelaba en aquel momento, pronto correría la noticia de que su programa tenía problemas. No, tenía que conseguir ese dinero.
Volvió a su mesa y miró el calendario. No le quedaba mucho tiempo. Stanislav le había advertido que si volvía a retrasarse, los rusos buscarían otro comprador. Christopher no podía permitir que eso ocurriera. Quería ser el más grande entre los grandes y después acabaría con todos los que le habían dicho que nunca lo conseguiría.
Y quería que Madison volviera. La utilizaría y después la mataría.