Capítulo 5

Mi padre trajo a Christopher a cenar a casa una noche -le explicó Madison-. Se habían conocido en un congreso. Christopher era un hombre admirable. Sus padres habían muerto cuando él estaba todavía estudiando, pero aun así, consiguió terminar la carrera y dirigir la empresa de la familia al mismo tiempo. Mi padre admiraba su talento y su entrega al trabajo.

– ¿Y usted qué admiraba?

– ¿Perdón?

– Se casó con él. Supongo que tenía algo que le gustaba.

Sí, por supuesto. Madison consideró la pregunta y se planteó cómo contestarla. Para ella, había pasado toda una vida desde entonces.

– En aquella época era diferente -dijo lentamente. Inquieta, se levantó y comenzó a despejar la mesa-. Christopher era un hombre inteligente, encantador y sofisticado. Me enamoró por completo. Nos comprometimos a los dos meses de habernos conocido y nos casamos dos meses después. No conocí al verdadero Christopher hasta más tarde.

– ¿Quién es el verdadero Christopher?

No había nada en la voz de Tanner que pudiera dar pistas sobre lo que estaba pensando. Madison enjuagó los platos y los metió en el lavavajillas mientras intentaba encontrar una respuesta.

– Christopher tiene un lado oscuro. Le gusta jugar. Puede jugarse un millón de dólares sin pestañear. Y también tiene genio.

– Interesante, pero no son necesariamente las características de una persona que está dispuesta a secuestrar o a matar.

– ¿No me cree?

– Necesito algo más que eso. Hábleme de su empresa. Me ha dicho que se hizo cargo de ella cuando sus padres murieron. ¿Cómo fallecieron?

Madison enjuagó el cuenco de la ensalada y lo metió también en el lavavajillas.

– En un accidente de coche. Habían ido a esquiar y perdieron el control del vehículo en una carretera helada.

– ¿Hubo alguna investigación después de su muerte?

– No, ¿por qué iba a haberla?

– Si usted cree que Hilliard es capaz de secuestrarla y matarla, ¿por qué no iba a hacer lo mismo con sus padres?

– Pero él… -la idea la dejó estupefacta. ¿Sería posible?-. No lo sé. Sí, quizá sea capaz de hacer algo así.

– Hábleme de la empresa de su padre.

Madison limpió las encimeras y volvió a sentarse a la mesa.

Adams Electronics fabrica equipos de rastreo para el ejército. En cuanto alguien inventa algo, otros intentan averiguar la manera de que ese material quede obsoleto. La compañía de mi padre tiene varios contratos con el ejército.

– Pero supongo que la fortuna de la familia no procede únicamente de esos contratos.

– No. Siempre terminan fabricándose productos derivados de esos descubrimientos y es de ahí de donde procede verdaderamente el dinero.

Tanner continuaba escribiendo. Su actitud impersonal ayudaba a Madison a hablar del pasado.

– Usted es hija única.

– Sí. Mi padre quería tener más hijos. Por lo menos un varón que siguiera sus pasos. A mí nunca me ha interesado mucho el negocio de la familia. No tengo el gen de las matemáticas.

– Nadie lo tiene. ¿Y su madre?

Madison se reclinó en la silla y cruzó los brazos.

– Ella… murió. Murió hace diez años. Tampoco tenía el gen de las matemáticas. Procedía de una familia de dinero de la costa este. Mi padre era un científico que consiguió quitársela a su prometido.

– ¿Y en qué está trabajando Hilliard exactamente?

– En un programa para eludir todo tipo de radares. Por lo que tengo entendido, está trabajando en un dispositivo infalible. Por ejemplo, si alguien estuviera intentando localizar su avión y usted fuera capaz de interferir sus señales de radar, podría volar siendo virtualmente invisible.

– Un dispositivo muy poderoso.

– Si consiguiera sacarlo adelante, valdría millones de dólares.

Tanner tamborileó con el bolígrafo en la mesa.

– Quizá los suficientes como para estar dispuesto a matar por ello.

Algo en lo que Madison prefería no pensar.

– ¿Christopher es suficientemente inteligente como para sacarlo adelante?

– No lo sé. Mi padre cree que sí. Lleva todo un año emocionado con este proyecto.

– ¿Su padre ha llegado a algún trato con Hilliard?

Madison sabía lo que quería decir. ¿Estarían trabajando juntos su padre y Christopher para aumentar las expectativas de mercado? Blaine Adams decía que el día que apareciera un dispositivo que él no fuera capaz de burlar, Santa Claus anunciaría que renunciaba a repartir regalos.

– No creo que mi padre sea capaz de una cosa así -dijo con calma-. Es un buen hombre. Un poco descuidado con las relaciones personales, pero en absoluto con su trabajo. Es un hombre íntegro.

– Eso no significa que no lo puedan comprar.

– Para él el dinero no es importante.

Tanner quería creerla, pero no podía ignorar aquella posibilidad.

– Si Hilliard tiene tanto dinero, ¿por qué no paga sus deudas?

– No lo sé. Casi es una cuestión de honor para él. La mayoría de la gente no toma medidas contra él. Se limitan a enfadarse. Hubo un par de persona que intentaron denunciarlo, pero al final renunciaron.

No estaba pintando una imagen muy amable de aquel tipo, pensó Tanner. ¿Cómo podía haberse enamorado de él?

Madison se inclinó hacia delante y apoyó los brazos en la mesa.

– ¿Cómo está ese hombre al que hirieron?

La preocupación oscurecía sus ojos. Pero Tanner no quería pensar en Kelly y tampoco en el hecho de que quizá no se recuperara.

– De momento resiste. Ha sobrevivido a la operación.

– Siento que lo hirieran.

– Usted no le disparó.

– Pero es como…

Tanner no quería hablar sobre ello, así que la interrumpió:

– Si su teoría sobre el secuestro es cierta, entonces Hilliard debe de estar rabioso por haber perdido veinte millones de dólares.

Madison pareció animarse.

– ¿No ha conseguido el dinero?

– No, lo intercepté y se lo envié directamente a su padre.

– Me alegro -dijo Madison con fiereza.

– ¿Para qué necesita su ex marido ese dinero?

– Para pagar sus deudas de juego.

– No tiene tantas deudas.

– ¿Cómo lo sabe?

– Le he investigado.

– Entonces no lo sé. A lo mejor quiere comprar algo. Quizá esté comprando alta tecnología y diciendo que es suya.

Tanner fijó entonces la mirada en la cicatriz de Madison.

– ¿Cómo se la hizo?

Madison posó la mano en el regazo y clavó la mirada en la mesa.

– No me acuerdo. Sé que suena extraño, pero es la verdad. No sé si me dio un golpe en la cabeza o, sencillamente, he bloqueado ese recuerdo. Estaba peleándome con Christopher. Fue poco antes de dejarlo. No paraba de presionarme para que dejara mi trabajo.

Tanner se quedó mirándola fijamente.

– ¿Usted trabaja?

– Sí. No me pagan, soy voluntaria, pero tengo que ir todos los días para cumplir con determinadas tareas -lo miró a los ojos-. No soy una inútil.

– Déjeme imaginármelo. Christopher le planteó en aquella discusión que su mujer no tenía por qué trabajar.

– Exacto. Y mi padre lo apoyaba. Decían que debería quedarme en casa y concentrarme en ser una buena esposa. Que no era suficientemente fuerte como para hacer las dos cosas.

¿Que no era suficientemente fuerte? Quizá Tanner no fuera un admirador de Madison Hilliard, pero estaba convencido de que era una mujer con gran determinación y fuerza de voluntad.

– Mi padre se marchó y Christopher continuó gritándome. Sé que me abofeteó, pero ya no recuerdo nada más.

– ¿Aquélla fue la primera vez que la pegó? -le preguntó Tanner.

– Sí. Fue la primera vez. Y también uno de los motivos de que lo dejara.

– Me parece motivo suficiente. ¿Y se cayó al suelo cuando él la pegó?

– No. Permanecí de pie, mirándolo a los ojos. Él continuaba gritándome. Creo que ni siquiera sabía lo que hacía.

– Claro que lo sabía -un hombre siempre sabía que estaba pegando a una mujer.

– Lo siguiente que recuerdo es que estaba de rodillas en el suelo. Había atravesado una puerta de cristal y estaba sangrando -se llevó la mano a la mejilla-. Sinceramente, no puedo decirle si tropecé o si él me empujó.

Tanner habría apostado todo su dinero a que aquel canalla la empujó, y no le sorprendía que Madison hubiera bloqueado aquel recuerdo. A nadie le gustaba averiguar que estaba casada con un monstruo.

– Se lanzó sobre mí sin dejar de gritar, pero parecía contento. Me dijo que estaría tan horrible como esos niños a los que intentaba ayudar. Que me lo merecía. Después se marchó. Tuve que ir sola a urgencias. Me dieron unos puntos y me enviaron a casa. Cuando llegué, Christopher había desaparecido. Recuerdo que me alegré. Al día siguiente fui a ver a un abogado para enterarme de cuáles eran los trámites de divorcio. Tardé un par de meses en reunir el valor que necesitaba para marcharme, pero lo conseguí.

Tanner bajó la mirada hacia sus notas, porque mirar a Madison se había convertido en una invasión a su intimidad.

– ¿Con qué clase de niños trabaja?

– Con niños de familias sin recursos que tienen alguna deformidad facial. La organización para la que trabajo les facilita operaciones para reconstruirles el rostro. Lo pagamos todo, incluso los cuidados que necesitan tras la operación -sonrió-. Los niños son increíbles.

Su rostro se transformaba a medida que hablaba. Su expresión se había suavizado y sus ojos estaban rebosantes de un feliz asombro.

– Mi trabajo consiste en coordinar los viajes y en asegurarme de que todos los servicios médicos están disponibles. Y mientras la familia está aquí, yo soy su punto de contacto.

¿Sería ésa la razón por la que conservaba la cicatriz? ¿Para que los niños pudieran verla como a uno de ellos?, se preguntó Tanner.

Descartó aquella idea en cuanto se le ocurrió. Nadie era tan altruista y mucho menos, una mujer tan atractiva como Madison.

– Intentamos convertir el viaje en una aventura -continuó explicándole Madison-. Si nos es posible, los llevamos a Disneylandia -sonrió-. No sabe la diferencia que puede representar para ellos tener un rostro normal. Que no se rían de ellos, que dejen de señalarnos por la calle.

Creía firmemente en lo que hacía. Se reflejaba en su voz.

– ¿Cómo llegó a participar en esa asociación?

– En realidad fue algo del destino -le explicó-. Estaba en uno de los momentos más bajos de mi vida. Sí, la mujer rica estaba deprimida porque no era feliz. ¡Qué pena! -sacudió la cabeza-. Era tan tonta… Estaba dando un paseo, intentando pensar, cuando vi a una mujer y a su hija sentadas en el banco de la parada del autobús. Estaban llorando. Normalmente no me habría parado, pero había algo especial en ellas, algo que no podía ignorar. Así que me acerqué y les pregunté si podía ayudarlas.

Bebió un sorbo de agua.

– De esa forma me enteré de que eran de Oregón. Lacey, la niña, tenía el paladar hendido y habían venido para operarla. Pero cuando habían llegado al hospital, allí no sabían nada de la operación. Se debía de haber perdido la solicitud o algo parecido. No tenían dinero ni un lugar en el que quedarse. Les dieron un vale para pasar una noche en un hotel y un billete de vuelta para el autobús, pero no era ésa la razón por la que habían venido. Las llevé al hotel y después localizamos esa organización para la que ahora trabajo. Tardamos un par de días, pero al final Lacey consiguió que la operaran y yo encontré mi vocación.

Tanner podía sentir su entusiasmo y su energía.

– Le gusta lo que hace.

– Me encanta. Es la razón por la que vivo. Después de dejar a Christopher, me volqué completamente en el trabajo -lo miró-. Pero, desde hace dos semanas, no sé nada de mi trabajo.

– No puede ir a trabajar.

– Lo sé, no puedo arriesgarme, pero podría utilizar el ordenador y trabajar por Internet. Si pudiera tener acceso a mi correo electrónico…

– No.

– ¿Qué daño puede hacerme?

– Aquí las normas las pongo yo -le recordó.

– Bueno, pues esas normas son una estupidez. No voy a comprarme unos zapatos en la página de Nordstrom, sólo quiero estar en contacto con mis niños.

– No.

Madison apoyó las dos manos en la mesa y lo fulminó con la mirada.

– Esto es muy importante. Usted no sabe lo que es crecer siendo un niño diferente, feo y deformado.

– Usted no sabe nada sobre mí.

Y entonces Madison se echó a reír. Fue una carcajada limpia y clara que le golpeó a Tanner en lo más profundo de las entrañas.

– Oh, por favor, mírese en el espejo. Es un hombre fuerte y atractivo, y probablemente siempre lo ha sido -volvió a ponerse seria-. Esos niños, no. Esos niños son unos pobres inadaptados que tienen que soportar que se rían de ellos a diario. Me necesitan y yo quiero estar disponible para ellos. Si estar aquí significa que alguno de esos niños no va a conseguir ser operado, entonces nada de esto merece la pena.

– Un bonito discurso -contestó Tanner, esforzándose para no ceder a su pasión.

– Creo todas y cada una de las palabras que he dicho.

– ¿Está dispuesta arriesgar su vida por ello?

– Sí -contestó sin vacilar-. Haré todo lo que me diga. Puede controlar mi correo, incluso puede permanecer a mi lado mientras escribo, no me importa, pero necesito tener acceso a mi correo y a mis archivos.

Sintiéndose repentinamente incómodo, Tanner se levantó y guardó sus notas.

– Pensaré en ello -le dijo-. Pero no prometo nada.

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