Tanner se despertó a causa de un pitido suave, pero insistente. Tardó un par de segundos en ubicarse y orientarse, pero cuando lo hizo se dio cuenta de que se había quedado dormido en el sofá de la sala de control. No era muy inteligente por su parte, pensó mientras se levantaba y se estiraba para desentumecer los músculos. Pero había querido estar lejos del dormitorio para evitar la tentación de reunirse con ella en su cama. Sabía que su relación era temporal y no tenía ningún sentido acostumbrarse a nada. Así que había decidido quedarse en el sofá y sus doloridos músculos estaban sufriendo las consecuencias.
Siguió la dirección de aquel insistente pitido y sonrió de oreja a oreja.
– ¡Genial!
Su programa de descodificación estaba empezando a funcionar: había conseguido acceder al ordenador portátil de Hilliard. Tenía todos y cada uno de sus ficheros a su disposición.
Pero antes de sentarse a descubrir los trapos sucios de aquel tipo, fue a la cocina a prepararse un café. Mientras el agua atravesaba lentamente el filtro de la cafetera, miró el reloj. Eran las cuatro y cuarto. Taza en mano, regresó a la sala de control y comenzó a descargar la información. En menos de una hora, tenía los datos básicos sobre los componentes del dispositivo y un calendario de pagos. El último, quince millones de dólares, encajaba perfectamente con el secuestro de Madison.
– ¿Qué estás haciendo?
Tanner alzó la mirada y vio a Madison medio dormida en el marco de la puerta. Llevaba un pijama enorme, tenía el pelo revuelto y estaba preciosa.
– Hemos conseguido descifrar su código -contestó, haciéndole un gesto para que se acercara.
– ¿De verdad?
– Sí, ven a echarle un vistazo.
Madison se acercó a él y Tanner la sentó en su regazo.
– Aquí tenemos las diferentes fechas de los pagos.
– ¿De dónde habrá sacado tanto dinero? El primer pago era de veinte millones.
– Vendiendo inmuebles de la compañía.
Madison leyó la información que aparecía en la pantalla.
– ¿Vendió el edificio de Tucson y después se quedó con todo el dinero? Eso no puede ser legal.
– Supongo que no. Para el segundo pago, vendió parte de sus acciones y un Monet.
Madison gimió y apoyó la cabeza en el hombro de Tanner.
– No, el Monet no -alzó la mano-. Lo sé, lo sé. Hay mucha gente que apenas puede pagar su hipoteca y yo me quejo por un Monet. Pero es que me encantaba ese cuadro. Dios mío, ¿te he dicho alguna vez que tengo un pésimo gusto para los hombres?
– En realidad sólo te has equivocado una vez.
– Pero fue una equivocación terrible.
– Eso es cierto -le dio un beso en la mejilla-. ¿Qué te ha despertado?
– El olor a café. Nunca he podido resistirlo -respondió ella.
Tanner le tendió la taza.
– Ya tengo el nombre de su contacto -dijo, señalando la pantalla-. Stanislav. Pero no tengo nada más. Y no será fácil localizarlo.
– Y menos ahora que Christopher está a punto de hacer el último pago.
– No te preocupes. Lo atraparemos.
– ¿Cómo?
– Ahora estoy trabajando en eso. Entre la fusión y la presentación del dispositivo, Hilliard va a tener que pasar unos días durante los que va a ser una persona bastante destacada. Tenemos que utilizar eso a nuestro favor. Tengo algunos amigos en el gobierno. Ahora que disponemos de los datos de Hilliard, puedo hacer algunas llamadas telefónicas para ver si se puede hacer algo al respecto. Al gobierno de Estados Unidos no le va a hacer mucha gracia que una de las empresas con las que trabaja el ejército le esté comprando tecnología a la mafia rusa.
– Sí, parece un buen plan -le devolvió la taza-, pero tengo una pregunta más. Si Christopher ha conseguido que mi padre le venda la empresa y ya tiene todo el dinero que necesita, ¿por qué está intentando hacerme salir a la luz diciendo que mi padre está enfermo?
– Tiene miedo de lo que puedas haber averiguado. Además, es probable que Blaine quiera verte. Christopher no va a poder mantenerte distanciada de tu padre eternamente.
– Supongo que no. Pero a veces creo que quiere que salga para demostrarme que es capaz de hacerlo.
A Tanner no le gustó ver el miedo que reflejaba su mirada.
– Te mantendré a salvo.
– Por ahora. Pero no puedes dedicarte a mí a tiempo completo. Con el tiempo, tendré que volver al mundo real, ¿y entonces qué?
– Entonces ya lo habremos atrapado -afirmó Tanner.
– ¿Estás seguro?
Tanner no contestó porque no tenía la respuesta que Madison deseaba. En su trabajo no había garantías.
Christopher conducía en el interior de un aparcamiento situado al lado de un edificio de oficinas. Siguiendo las flechas, subió hasta al segundo piso y desde allí se dirigió hacia la zona este del garaje. Después de aparcar, apagó el motor y esperó. Menos de diez segundos después, apareció otro coche al lado del suyo y salió Stanislav.
Christopher abrió la puerta y sonrió.
– Tengo el dinero. Hasta el último penique -había vendido sus acciones esa misma mañana.
– Estupendo. Es importante que pagues lo que debes. Admito que estaba preocupado. No me gusta que la gente me decepcione.
Christopher ignoró la amenaza velada de sus palabras. Ya no le importaba. Tenía el dinero y a cambio recibiría los componentes finales. Se acercó al maletero del coche y lo abrió. En su interior había un maletín de cuero negro.
– Quince millones -dijo.
Stanislav llamó a uno de sus hombres.
– Cuéntalo -le ordenó al tiempo que le tendía una bolsa a Christopher.
Mientras el socio de Stanislav contaba el dinero, Christopher examinó los dos componentes que Stanislav le había vendido.
Por fin, pensó. Dedicaría las semanas siguientes a asegurarse de que todo funcionaba y después anunciaría su descubrimiento en una conferencia de prensa. Giró la pieza más grande y se quedó helado. En la parte de abajo había un conector, pero no tenía ninguna otra pieza sujeta a él. Se volvió inmediatamente hacia Stanislav.
– Aquí no está todo.
– No, quizá no.
La furia bullía con fuerza en el interior de Christopher.
– ¡Dijiste que éste era el último pago! Que me entregarías todo el equipo y habríamos terminado.
Stanislav lo fulminó con la mirada.
– Y tú me dijiste que recibiría el pago hace una semana. Esto es un negocio. El tiempo vale dinero. Tú me has hecho esperar. Considéralo como si me estuviera cobrando los intereses.
Christopher no era capaz de dominar su rabia. ¿Cómo podía estar ocurriéndole eso a él?
– ¿Cuánto pides?
– No mucho. Diez millones.
Christopher soltó un juramento. Diez millones de dólares. ¿De dónde podría…? Madison, pensó inmediatamente. Madison tenía acciones y opciones de venta que valían mucho más.
– ¿De cuánto tiempo dispongo?
– De otra semana.
No era mucho tiempo, pero lo único que tenía que hacer era asegurarse de manejar las cosas suficientemente bien para que Madison saliera de su escondrijo. Y en cuanto la tuviera, el dinero sería suyo.
– Gracias, Bill -dijo Tanner mientras se reclinaba en la silla-. Ya te he enviado por correo electrónico todo lo que tengo.
– Todo sería mucho más fácil si tuvieras pruebas -dijo su amigo.
Tanner se cambió de mano el auricular y sonrió.
– No puedo hacer todo el trabajo por ti.
Bill se echó a reír.
– Estoy deseando leer ese material. Hay un capo de la mafia rusa trabajando en la costa oeste al que estoy deseando atrapar.
– Espero que sea el mismo.
– Yo también.
– Estaremos en contacto.
Colgaron el teléfono y Tanner se volvió hacia Madison, que caminaba nerviosa por la habitación.
– Hecho -le dijo-. Bill hablará con su equipo e intentarán averiguar todo lo posible sobre los proyectos de Christopher. La buena noticia es que ya andan detrás de un tipo de la mafia rusa. Es posible que les hayamos dado la información que necesitaban para detenerlo.
– Eso sería magnífico. ¿Bill está en Washington D. C.?
– En San Francisco -advirtió que Madison continuaba paseándose por la habitación, muy nerviosa-. Madison, tranquilízate. Lo atraparemos.
– ¿Pero lo haremos a tiempo? No puedo quitarme de encima la sensación de que pronto va a ocurrir algo malo.
– Madison, la espera es la parte más dura de este trabajo.
– Para mí esto no es un trabajo. Esto es mi vida -suspiró-. Lo siento, estoy irascible porque estoy nerviosa. Necesito hacer algo, pero ya he contestado todos mis correos. Supongo que podría limpiar la cocina…
– O podríamos hablar.
– Te estoy poniendo nervioso, ¿eh?
– Me gusta hablar contigo.
– De acuerdo -se acercó a la silla que había frente a Tanner y se dejó caer en ella-. ¿De qué quieres que hablemos?
– ¿Qué te parece si hablamos de tus niños? Háblame de Kristen.
– ¿Cómo sabes que hay una niña que se llama Kristen?
– Tenías una carta suya en el correo. Hablaba de que había ido a bailar.
– Sí -Madison sonrió-, estaba tan emocionada… La primera vez que la vi tenía una cicatriz horrible. Era hija de unos padres adolescentes que habían decidido quedarse con ella y criarla. Una noche, su padre se la llevó a hacer un recado. Era tarde y tenía prisa, así que no le puso el cinturón de seguridad. Chocaron con otro coche y la niña salió disparada por el parabrisas. Tenía cuatro años.
– Tuvo que ser muy duro.
– Peor de lo que te imaginas. Su padre murió al instante. Cuando la conocí, tenía catorce años y parecía salida de una película de miedo. Pero era una niña muy dulce, divertida e inteligente. Su madre y ella tenían una relación magnífica. Los cirujanos plásticos hicieron un trabajo increíble con ella. Todavía le quedan cicatrices, pero pueden disimularse con un poco de maquillaje.
Madison continuó hablando de Kristen, pero Tanner dejó de escuchar. Prefería perderse en el placer de ver cómo movía los labios mientras hablaba. Y le gustaba ver cómo acompañaba sus palabras con los gestos de las manos. Cada movimiento, cada gesto, le recordaba lo hermosa que era.
Pero no era solo eso, pensó. Era la mujer que tenía en su interior la que lo cautivaba. Aquella mujer capaz de trabajar durante horas y horas a cambio de nada. La admiraba y sabía que no podía decir eso de ninguna de las mujeres con las que había intimado. Madison era una persona especial en el pleno sentido de la palabra.
– No me estás escuchando -lo acusó-. Y podría sentirme ofendida.
– Pero no te sientes ofendida. Además, estaba pensando en ti. Estaba pensando que eres magnífica.
– Oh, por favor…
– Lo digo en serio.
– Vaya, muchas gracias.
– De nada.
Tanner la miró en silencio, sabiendo que no le resultaría fácil olvidarla.
– Voy a echarte de menos -dijo, aunque no tenía intención de expresar aquel pensamiento en voz alta.
Madison se quedó mirándolo fijamente.
– ¿Tanner?
– Ya, ya lo sé, eso no significa nada. Es sólo que me gusta tenerte por aquí. Y eres una mujer increíble. Guapa, fuerte, cariñosa.
– Yo también creo que eres increíble.
Algo que no debería hacer, pensó Tanner. Cuando todo aquello terminara, Madison se marcharía y él se dedicaría a su próxima misión. Ninguno de ellos podía cometer la estupidez de esperar otra cosa.
– Me contratan a cambio de ayuda, nada más.
– En realidad yo no te he contratado. No me has dejado pagarte.
– Porque nos estamos acostando juntos y el dinero lo complica todo.
– Un hombre de principios.
– En los días buenos.
– ¿Y en los malos?
Tanner se levantó, le tendió la mano y la hizo levantarse.
– En los días malos soy mucho más divertido -y la besó.
Madison había hecho el amor con Tanner suficientes veces como para anticipar el placer que se avecinaba. Le bastó sentir su mano en la cintura y su boca en los labios para empezar a derretirse. Se inclinó contra él para poder acariciar todo su cuerpo mientras entreabría los labios.
Tanner sabía a café y a las naranjas que habían tomado después del desayuno. Y su contacto provocó un calor inmediato entre sus piernas que irradiaba desde allí en todas direcciones.
– Nunca parezco tener bastante -susurró Tanner contra su boca antes de interrumpir el beso para desplazarse hacia su barbilla.
Madison lo deseaba. Completamente y en ese mismo instante. Y el dormitorio estaba demasiado lejos.
No acababa de pensar en ello cuando ya estaba alargando la mano hacia su cinturón y empezaba a desabrochárselo. Tanner rió contra su cuello.
– Estamos impacientes, ¿eh?
– Sí, mucho.
Tanner le agarró la camiseta y se la quitó con un solo movimiento. A la camiseta le siguió el sujetador e inmediatamente volcó toda su atención en sus senos.
Los sopesó primero, acariciando cada centímetro de aquella sensible piel. Después, se inclinó para saborear los pezones. Todo el cuerpo de Madison se encogió en respuesta mientras se aferraba a él.
Pero no era suficiente, pensó. Jamás sería suficiente. Madison alzó los brazos. Quería que Tanner se desnudara, pero en aquel momento sólo era capaz de experimentar lo que le estaba haciendo.
– Más… -jadeó, hundiendo los dedos en su pelo.
Tanner reaccionó inmediatamente, abriendo la boca y succionándole profundamente los senos. Al mismo tiempo, desabrochó los pantalones cortos de Madison, le bajó la cremallera y deslizó la mano en el interior de sus bragas hasta encontrar el punto más sensible, que inmediatamente comenzó a acariciar.
Madison ya estaba húmeda y henchida. Y los sabios dedos de Tanner aplicaron justo la presión necesaria.
– ¡Tanner! -gritó, sintiéndose cada vez más cerca del orgasmo.
Tanner continuaba acariciando sus senos y moviendo la mano entre sus piernas. La tensión creció hasta que el clímax se hizo inevitable. Madison se aferró a sus hombros mientras su cuerpo se mecía en un placer absoluto.
Cuando el orgasmo cedió, Tanner alzó la cabeza para besarla en los labios. Y volvió a reavivar el deseo. Madison alargó la mano hacia sus pantalones y terminó de liberarlo del cinturón.
– Desnúdate -le pidió Tanner mientras se separaba de ella para quitarse la camisa, la corbata y los zapatos.
– ¿Aquí? -preguntó Madison con una sonrisa-. ¿En la sala de control?
Tanner sacó un preservativo de los vaqueros y se lo colocó inmediatamente.
– ¿No te excita la alta tecnología?
– No especialmente -contestó Madison entre risas-, pero tú sí.
En cuanto Madison terminó de desnudarse, Tanner la colocó sobre su mesa y le hizo abrir las piernas.
La altura era perfecta, pensó Madison mientras Tanner se deslizaba en su interior con un solo movimiento. La firme dureza de su erección la llenaba por completo. Le rodeó la cintura con las piernas y lo urgió a hundirse más en ella. Tanner obedeció con un lento y profundo empujón, haciendo temblar de placer todas las terminales nerviosas de Madison.
Se fundieron en un beso con el que parecían querer acariciarse el alma. Tanner la llenaba una y otra vez, moviéndose cada vez más rápido y llevándola hasta el límite con aquella lubricada fricción hasta que Madison se rindió completamente a su voluntad y llegó de nuevo al clímax.
Tanner continuó moviéndose hasta que terminó la última contracción y sólo entonces se permitió liberar su propio placer.
Cuando terminaron, Madison se sentía embriagada de sentimientos. No estaba segura de lo que querían decir, ni siquiera de lo que eran. Lo único que sabía era que jamás había estado tan cerca de nadie. Apoyó la frente en la de Tanner y se esforzó en mantener un tono ligero al decir:
– Tengo que reconocer que sabes cómo hacer disfrutar a una chica.
– Tú tampoco has estado mal.
Había, más, pensó Madison. Mucho más que decir. Pero algo la obligaba al silencio. Quizá fuera el ser consciente de lo especial de aquella situación. Se suponía que el peligro aguzaba los sentidos. ¿Sería ésa la explicación de su atracción hacia Tanner? ¿Y cómo se suponía que podía averiguar lo que correspondía a aquel momento y lo que era verdad? Cuando el peligro pasara, ya no estaría al lado de Tanner, de modo que, probablemente, aquello fuera lo único que iban a compartir.
Madison se despertó en medio de la noche. A pesar de que había sido un largo día, no estaba cansada y la inquietud la llevó a levantarse de la cama que compartía con Tanner. Fue hasta la cocina y buscó en el refrigerador, pero no encontró nada que realmente le apeteciera. Después de comerse una galleta que en realidad no quería, volvió a su dormitorio, donde podría jugar con el ordenador. Quizá un par de solitarios la ayudaran a tranquilizarse.
Llevaba demasiado tiempo encerrada, pensó. Necesitaba salir. Hablaría con Tanner sobre ello al día siguiente, pensó mientras conectaba el ordenador. Movió el cursor sobre el programa de juegos, pero decidió comprobar antes el correo. Tenía un solo mensaje esperándola. Lo marcó con el cursor. Era un mensaje remitido desde una dirección desconocida. Tardó un segundo en reconocer que era un nombre combinado con el de la empresa de su padre. Y la que le enviaba la nota era Alison Harris, su secretaria.
¿Por qué demonios la habría escrito? Alison llevaba más de quince años trabajando para su padre, pero nunca había tenido mucho contacto con ella. Comenzó a leer y el miedo le heló las entrañas.
“Madison, por favor, necesito ponerme en contacto contigo desesperadamente. Por favor, llámame en cuanto leas este mensaje. Es tu padre. Ha sufrido un ataque al corazón y está a punto de morir.”