Capítulo 17

Mac torció la esquina del edificio de la oficina de Jill y se topó con alguien que iba en dirección contraria. Dio un paso atrás para disculparse, y entonces se quedó asombrado al ver al hombre que estaba frente a él.

Alto, moreno y de rasgos perfectos. Incluso reconoció la cicatriz que tenía junto a la boca. Era él mismo quien se la había hecho.

Se metió las manos en los bolsillos del pantalón, para que no le temblaran, y no pudo evitar que la sorpresa se le notara en la voz.

– Riley Whitefield. Nunca creí que volvería a verte por aquí.

Riley frunció el ceño.

– ¿Mac? Demonios -dijo, y lo miró de arriba abajo-. ¿Eres el sheriff?

Al menos, durante los dos meses siguientes, pensó Mac con tristeza. Hasta que se había desahogado con Andy Murphy, la última pelea que Mac había tenido había sido en el instituto, y su oponente había sido Riley. Casi era gracioso pensar que aquellos dos acontecimientos habían cambiado su vida.

– ¿Qué te trae por el pueblo? -preguntó Mac, sin responder a la pregunta de Riley-. No vas a quedarte mucho, ¿verdad?

Riley sonrió.

– Ya veo que sigues decidido a ser de los buenos.

– No has respondido a mi pregunta.

– ¿Vas a arrestarme si no me voy? -Riley miró a su alrededor, a las tiendas que había a ambos lados de la calle, a los árboles enormes y a los niños que jugaban en el parque de la esquina-. Todo sigue igual. Y no sé si eso es bueno o malo.

Mac se encogió de hombros.

– He venido porque mi tío ha muerto. Tenía que venir a ver a la abogada que está llevando el caso.

Jill, pensó Mac, y se preguntó qué habría pensado de su viejo amigo.

– ¿A recoger tu cheque? -le preguntó Mac.

– Es un poco complicado, pero parece que voy a heredar todo lo que tenía el viejo desgraciado.

Mac recordaba que Donovan Whitefield le había hecho la vida imposible a su sobrino. Había oído decir que el muy miserable había dejado morir a su hermana por no ayudarla a pagar las cuentas de los médicos. Aunque no quería que Riley estuviera en Los Lobos causando problemas, no podía culparlo por odiar al viejo.

– ¿Y sabes cuánto tiempo tardarás? -le preguntó.

– ¿Tan ansioso estás por librarte de mí?

– Bastante.

– Lo siento, Mac. Creo que voy a tener que residir temporalmente en el pueblo. Pero no te preocupes. Será sólo hasta, que cumpla los requisitos del testamento de mi tío. Yo no quiero estar aquí mucho más de lo que tú quieres que esté. Hasta luego.

Y después de decir aquello, Riley siguió andando y se subió a un coche. Un coche alquilado, pensó Mac, al ver las pegatinas del espejo retrovisor. ¿Qué habría sido del hombre que una vez fue su mejor amigo? ¿Dónde viviría, y qué haría?

Mac estaba seguro de que su amigo tendría éxito, hiciera lo que hiciera para ganarse la vida.

Miró hacia la oficina de Jill, y después se dio la vuelta y se alejó. No quería hablar con ella en aquel momento. Tenía preguntas que hacerle sobre Riley y el testamento, y seguramente ella no le daría las respuestas.

Había pensado que aceptar el trabajo de sheriff de Los Lobos le acarrearía días largos y aburridos. Y en aquel momento, no le vendrían mal aquellos días. Sin embargo, no estaba seguro de que fuera a conseguirlos.


Jill llegó a casa y se la encontró vacía. No necesitó pensar mucho para saber que su tía todavía seguía con Rudy fuera del pueblo, aunque se acercó al teléfono y puso en marcha el contestador para escuchar los mensajes.

– Hola, Jill, soy Bev. Rudy y yo todavía estamos en San Francisco. Es precioso, entiendo muy bien por qué te gusta tanto. Vamos a quedarnos unos días más, así que he quedado con mi amiga Chris en que ella cuidará de Emily mientras yo esté fuera. Chris tiene una tienda de artesanía detrás del supermercado, y da clases. A Emily le encantará. Bueno, yo estoy muy bien. Rudy es asombroso -dijo, y después bajó la voz-. Ya te contaré los detalles cuando vuelva a casa. Te quiero.

Hubo un clic y el mensaje terminó.

Jill se quedó mirando a la máquina.

– ¿Hasta qué punto este viajecito a San Francisco es por el amor y no para evitarme, Rudy?

En su habitación, Jill encontró una nota pegada al espejo y una carta metida en el marco. La nota le recordaba que tenía la reunión del comité para los preparativos del centenario del muelle en dos días. Se acercaba la fecha de la celebración, y había muchas cosas que hacer.

– Tengo que meter los folletos en los sobres -murmuró-. Qué uso tan fabuloso de mi talento.

La carta era una oferta de trabajo del bufete de San Diego. Acarició el papel caro, pero no la abrió y la leyó de nuevo. Ya sabía cuál era el contenido.

La oferta era muy buena. Un buen salario y beneficios. Un plan de promoción claro. Una oportunidad de aprender sobre nuevas áreas del Derecho, al tiempo que seguía su especialización en Derecho Empresarial. Todo era fabuloso. Entonces, ¿por qué no llamaba?

Jill no tenía una respuesta, aunque debería tenerla. ¿Acaso estaba esperando tener noticias de sus antiguos jefes de San Francisco? ¿Pensaba que de repente iban a descubrir que Lyle era una comadreja mentirosa e iban a rogarle a ella que volviera?

– Patético, pero cierto -se dijo, mientras comenzaba a cambiarse de ropa.

Su mirada cayó sobre el teléfono que tenía en la mesilla. ¿Debería llamar a Gracie y decirle que Riley había vuelto al pueblo? Probablemente no, todavía. Gracie tendría un montón de preguntas que ella no le podía responder por el momento. Además, no pensaba que su amiga quisiera saber que su amor de adolescencia todavía parecía sacado de una fantasía sexual femenina.

Se puso una camiseta y se acercó a la ventana. Desde allí veía la casa de Mac. Su coche estaba en la calle. Era demasiado pronto para que las luces estuvieran encendidas, pero Jill oía ruidos, así que supo que él estaba en casa.

Ansiaba estar con él, y no sólo por la tarde de pasión que se había ido al traste. Echaba de menos charlar con él, oír su voz y su risa. Y echaba de menos a Emily.

Sin embargo, después de lo que había ocurrido, no sabía si seguían hablándose. Y, por mucho que se dijera que lo sucedido no era culpa suya, no podía evitar sentir cierta culpabilidad. Rudy había ido a Los Lobos por ella. Ella no había escuchado a Mac cuando él le había dicho que Rudy les iba a causar problemas. Y entonces, Mac había perdido el control y había golpeado a Andy Murphy. No era que el maltratador no se lo mereciera, pero aquello tendría consecuencias para Mac. Consecuencias graves.

No tenía sentido seguir pensando en ello, se dijo mientras salía de la habitación y bajaba las escaleras. Si Mac quería hablar con ella, sabía exactamente dónde encontrarla. No iba a ser ella la que se arrastrara hacia él.


Un poco después de las diez, Mac se dijo que debería acostarse. Por la forma en que estaban siendo aquellos días, necesitaba dormir bien para permanecer agudo durante el día, o al menos, para no hacer el idiota de nuevo.

Emily y él habían pasado la tarde juntos, jugando a algunos juegos, charlando y viendo una película de vídeo. Él había atesorado cada momento que ella había pasado acurrucada contra él, concediéndole el honor de abrazar a Elvis. Había disfrutado de cómo le sonreía durante los momentos divertidos de la película y cómo se había lanzado a él cuando la sirenita Ariel se había metido en problemas. Emily le había susurrado al oído que ella sabía que Mac podría salvarla.

A él le gustaba ser su padre y su héroe. Entonces, ¿qué iba a ocurrir con el amor que veía en sus ojos si lo acusaban oficialmente y perdía la custodia de su hija?

No quería pensar en ello. No quería enfrentarse a ello, pero allí estaba el problema, amenazándolo. Tenía un gran nudo de angustia en el pecho. Había hecho el tonto y tendría que pagar el precio.

En aquel momento, alguien llamó a la puerta. Él se incorporó en el sofá y miró el reloj. ¿Quién iba a ir tan tarde a su casa?

Sabía quién quería que fuera, pero no era probable que Jill apareciera en su puerta después de lo que había pasado entre ellos. Sin embargo, no había oído que se acercara ningún coche.

Expectante, se puso en pie y se acercó a la puerta. Y cuando abrió, sintió que la alegría le recorría el cuerpo.

– No es lo que piensas -le dijo Jill, mientras pasaba por delante de él y entraba en el salón-. No he venido a arrastrarme. Vengo con fuerza y dignidad. Como amiga tuya y abogada, creo que tengo que hablar de ciertas cosas contigo. Podrás hacer caso omiso de mis consejos, pero en ese caso, serás un burro. ¿Está claro?

Se quedó allí de pie, con la espalda rígida y los hombros hacia atrás. Tenía una actitud muy decidida, e incluso en pantalones cortos y camiseta estaba impresionante. Mac la habría deseado en cualquier circunstancia, pero fue su pelo largo y rizado lo que acabó con él.

La agarró por las muñecas y la atrajo hacia sí.

– Te he echado de menos -le susurró, antes de besarla.

Ella se rindió instantáneamente al beso. Le rodeó el cuello con los brazos y su cuerpo se moldeó contra el de Mac. Su olor y su calor lo rodearon, proporcionándole consuelo y una promesa. O quizá fuera lo que él quería sentir con todo aquello.

Jill fue la que se retiró, unos segundos más tarde.

– Tenemos que hablar.

– Eh… ¿no podemos subir a mi habitación y hacer el amor, en vez de hablar?

Ella titubeó.

– Estoy tentada.

– Bien.

Él le tomó la mano para llevársela escaleras arriba, pero en vez de eso, entrelazó los dedos con los de Jill y tiró de ella hacia el sofá. Ciertamente, quizá necesitaran hablar.

– ¿Qué tal estás? -le preguntó ella cuando se sentaron.

– Mal, no sé en qué estaba pensando. Lo he arriesgado todo al golpear a ese desgraciado. Es una cucaracha, y me va a hacer perder a Emily.

– Todavía no lo sabes.

– Hablé con John Goodwin, el fiscal del distrito. Me dijo que Murphy va a hacer una acusación formal. Kim Murphy no va a acusar a su marido, y no hay ningún testigo de las palizas de su marido, así que John me dijo que tiene las manos atadas. Va a hacer una investigación minuciosa, y me dijo que esperaba que luchara en esto, y no me rindiera. Pero aun así, el hombre tiene las manos atadas y ha de llevarme a juicio. Hollis ya se ha enterado y me ha llamado para concertar una cita con él. Lo estoy posponiendo, pero tú y yo sabemos que es sólo cuestión de tiempo.

Jill le acarició suavemente la espalda.

– Necesitas un buen abogado, Mac. Alguien brillante. Voy a preguntar y a encontrar a la persona más adecuada.

– ¿No puedes ser tú?

– No. En primer lugar, tú y yo tenemos una relación personal, y eso es un impedimento. Y en segundo lugar, yo no soy especialista en Derecho Penal.

– De todas formas, un abogado no podrá cambiar lo que hice. Perdí el control y ahora tendré que pagar el precio.

– Pero Andy se lo merecía.

– ¿Estás segura? ¿Se merece alguien que lo golpee quien tiene la autoridad?

– Él pega a su mujer. Le rompe los huesos.

– ¿Ojo por ojo? -le preguntó Mac.

Ella se lo quedó mirando muy seriamente.

– Si vas a ponerte moralista, no voy a tener esta conversación contigo.

– Está bien. Entonces, ven a la cama conmigo -le dijo él, y le tomó la mano.

Sabiendo que ella lo estaba mirando, le dio un beso en la palma de la mano y se la lamió suavemente, y tuvo la satisfacción de ver cómo Jill se estremecía.

– No estás jugando limpio -susurró ella.

– Soy un chico, cariño, y te quiero ver desnuda. La honorabilidad no existe.

Ella le tomó por la barbilla.

– Antes tengo que decirte otra cosa.

A él no le gustó cómo sonaba aquello.

– Tengo una confianza razonable en que la noticia no es que antes eras un hombre.

A ella le temblaron las comisuras de los labios, pero no sonrió.

– No, no es eso. Riley Whitefield ha vuelto al pueblo, y es posible que se quede durante una temporada.

Mac ya lo sabía, pero le agradeció a Jill que se lo dijera.

– Lo sé. Me encontré con él hoy por la mañana.

– ¿De veras? ¿Y cómo fue?

– Raro. Hace mucho tiempo que no nos veíamos, y a mí me pareció que fue ayer. Es gracioso que Riley fuera el último tipo con el que me peleé, y aparezca ahora. Quizá sea una señal.

– ¿De qué?

– Ni idea.

– ¿Hablasteis de algo?

– Sí hablamos, pero no fue algo amistoso.

– Antes erais muy amigos. ¿Qué ocurrió?

– Muchas cosas.

Él le tomó la mano y entrelazaron los dedos. Riley y él habían sido los mejores amigos. Habían salido juntos, habían bebido juntos, se habían metido en problemas y, cuando habían tenido edad suficiente, habían hecho carreras con sus coches. Sin embargo, al comienzo de su último año de instituto había ocurrido algo que había alterado su relación por completo. Mac había robado el coche del juez Strathern y se había ido a conducir por ahí. Pero lo habían pillado.

– Cuando tu padre vino a hablar conmigo después de que yo le hubiera robado el coche, supe que estaba acabado -dijo Mac, acordándose de lo que había ocurrido aquel día.

Las horas que había pasado en la cárcel le habían dado la oportunidad de imaginarse lo peor.

– Mi padre puede ser muy intimidante -dijo Jill, pensativamente-. Sobre todo, si no lo has visto bailando por la casa en ropa interior.

Mac se rió.

– Admito que yo nunca lo he visto.

– Yo lo he visto muchas veces. Al principio, cuando era niña, me parecía divertido, pero después comenzó a afectarle a mi psique.

– Bueno, aquel día él consiguió aterrorizarme. Ya sabes que me llevó a Lompoc. Unas horas en una celda de aquella cárcel, y consiguió meterme en vereda.

Ella suspiró.

– Y a Riley no le gustó perder a su compañero de delincuencia.

– Exacto.

– ¿Os peleasteis?

– Al principio, él sólo se enfadó y siguió esperando que yo volviera a ser el de antes. Un día salió el tema, y yo le dije que no quería meterme en problemas nunca más. Quería terminar el instituto y alistarme en la marina. Él se rió de mí, y yo le di un puñetazo.

– Con respecto a ese libro sobre el control de la ira que te dio Hollis…

– Sí, sí. Tengo mal carácter. Pero estoy mejorando. O al menos, lo estaba hasta que Andy Murphy me tocó las narices. Sea como sea, Riley y yo nos separamos magullados y sangrando. Aquél fue el final de nuestra amistad. Terminamos el instituto. Yo me marché del pueblo y él se casó con Pam.

– Matrimonio que duró cinco meses -dijo Jill-. Resultó que ella no estaba embarazada como había dicho. Y él se marchó a lugares desconocidos.

– ¿Y qué fue de él? -preguntó Mac.

– No tengo ni idea. No se lo pregunté, y él no me lo contó.

– ¿Cuánto tiempo va a quedarse?

– Creo que hasta la próxima primavera, pero no lo sé con seguridad.

Él sabía que había más, pero que Jill no iba a contárselo. Era información que estaba contenida en el testamento, y él no iba a preguntársela. No quería que Jill violara su código ético por él, y además, estaba seguro de que ella no lo haría aunque él se lo pidiera. Y a Mac le gustaba aquello.

– Me equivoqué -le dijo ella, en voz baja.

– ¿Puedes dármelo por escrito?

– Lo digo en serio, Mac. Me siento fatal por lo que ha ocurrido con Rudy. Tú tenías razón en todo y no te escuché. Creía que lo conocía. Pensé que, como tenía tantos negocios legales, no era un criminal. Pero lo es, y ha traído el juego ilegal a Los Lobos. Yo no quería eso.

– Lo sé -dijo él.

Le acarició el pelo y le dio un beso en la frente.

– ¿Estás enfadado conmigo?

– Puedo estarlo, si quieres.

– Hablo en serio.

– Y yo también. No estoy enfadado. Cometiste un error. Es agradable saber que no soy el que tiene la exclusividad en ese campo.

– Él se ha ido con Bev. Creo que están en San Francisco.

– Lo sé. Bev me llamó para decirme que no iba a poder cuidar a Emily durante unos días.

Ella cerró los ojos con fuerza.

– Creía que volver aquí sería tan sencillo… Pensaba que lo odiaría todo y que me marcharía en cuanto tuviera la primera oportunidad. Pero no es tan fácil. Tengo otra oferta de trabajo. Ésta está en San Diego y es estupenda.

Él sintió un dolor agudo en el pecho. Y no quiso pararse a pensar qué significaba aquel dolor, porque no quería saberlo.

– Deberías aceptarla.

– ¿Debería? No estoy tan segura. Hay algo que no marcha bien, y no sé qué es. Todo es muy confuso. Odio este pueblo, lo odio de verdad.

Él le metió un mechón de pelo detrás de la oreja, e intentó no concentrarse en lo bien que olía Jill.

– ¿A quién estás intentando convencer? -le susurró.

– No me preguntes eso -le dijo ella.


– Está bien. ¿Qué quieres que haga?

– Quiero que vengas conmigo a mi habitación.

– Será un placer.

Загрузка...