Mac se volvió hacia el grito, y vio a Andy Murphy sosteniendo un cuchillo contra la garganta de su mujer.
– ¡Atrás! -gritó Andy-. Todo el mundo hacia atrás.
Mac soltó una imprecación y le hizo gestos a la gente para que se echara hacia atrás. Kim, embarazada y pálida, con los ojos abiertos y llenos de terror, no dijo nada. Su marido la estaba sujetando con un brazo por encima de la barriga. La punta del cuchillo le rozó la piel y apareció una gota de sangre. Ella gimió y alguien entre la multitud gritó.
Mac notaba el peso de su propia arma contra el costado. Si la sacaba, Andy le cortaría el cuello a su mujer. Y si no lo hacía…
– Todo esto es culpa tuya -dijo Andy, con la voz llena de rabia-. Me echaste encima a ese imbécil de asistente social.
– ¿Qué? -le preguntó Mac-. ¿De qué demonios estás hablando?
Justo entonces vio a Hollis que daba un paso hacia delante. ¿Qué había hecho aquel imbécil?
– Atrás -le gritó Mac a Hollis.
Hollis no le hizo caso y caminó decididamente hacia delante.
– Soy un profesional y sé lo que estoy haciendo.
– Si das otro paso más, le cortaré la cabeza -le gritó Andy.
Hollis se quedó petrificado.
Mac no le prestó atención al trabajador social y se concentró en Andy.
La información le bombardeaba el cerebro: quién estaba cerca, lo afilado que estaba el cuchillo, el estado mental de Andy, que se deterioraba rápidamente… Se preguntó si el tipo estaba borracho o simplemente había llegado al límite. ¿Habría salido a la superficie toda su naturaleza de matón, forzándole a creer que estaba atrapado y que aquélla era la única forma de salir? Mac tenía que convencerle de lo contrario. Y si no podía hacerlo, tenía que ganar tiempo para preparar un disparo limpio.
– No deberías matarla -le dijo Mac-. Si dejas que te lleve tan lejos, sabes que habrá ganado ella.
Andy lo miró fijamente.
– ¿Qué?
– ¿No quieres ganar tú? ¿No tienes que ser tú el que se marche mientras ella te suplica de rodillas que la perdones?
Andy frunció el ceño. Miró a Kim y comenzó a asentir. Justo entonces, Hollis intervino.
– ¿Qué dices? -preguntó-. Andy, baja el cuchillo para que nadie se haga daño.
Mac empujó al asistente social hacia atrás, pero ya era tarde. La ira de Andy volvió.
– Voy a rebanarle el pescuezo -gritó-. Le voy a estropear la diversión a todo el mundo. ¿Qué os parece?
¿Dónde estaba el resto de su equipo? ¿Y qué harían cuando llegaran? Mac tenía que calmar a Andy, pero con toda aquella multitud rodeándolos, y con Hollis, aquello no iba a ocurrir.
– Andy -le dijo, con la esperanza de que Hollis no interviniera en aquella ocasión-. Sabes que ella no merece la pena.
Andy apretó un poco más el cuchillo contra el cuello de Kim, y ella dejó escapar un grito estrangulado. La sangre se le derramó por el cuello. Mac calculó la distancia. Si hacía un movimiento para tomar su arma… ¿tendría aquel loco tiempo suficiente para herir a Kim gravemente?
Mac oía las conversaciones angustiadas de la gente. Notaba que Andy estaba perdiendo el control. Tenía que hacer algún movimiento, pero…
Un hombre moreno con un traje de verano de color claro se acercó a Andy por detrás y le puso una pistola en la sien.
– Suéltala -le dijo con la voz helada.
Jill se contuvo para no gritar. Aquello no sería de ayuda. Sin embargo, no podía creer lo que estaba viendo.
Andy se quedó rígido y apretó el mango del cuchillo con fuerza.
– Si me disparas, ella morirá.
– No lo creo -dijo el extraño, tranquilamente-. Baja el cuchillo.
Andy bajó el brazo, pero siguió sujetando a Kim. Jill quiso agarrar a la mujer y tirar de ella para alejarla de Andy, pero el tipo que estaba apuntándole a la sien parecía muy peligroso.
Mac lo miró y sacó su propia pistola.
– Has venido por Rudy -le dijo.
– Sí.
El hombre miró más allá de Mac. Jill siguió instintivamente su mirada y estuvo a punto de desmayarse cuando vio a otro extraño apuntando a Rudy con una pistola. El señor Smith estaba inconsciente en el suelo.
– Parece que va a haber un tiroteo -dijo el primer pistolero.
– No quiero que la gente inocente resulte herida -dijo Mac.
– Algunas veces, se quedan en medio.
– No me importa lo que le ocurra a Rudy -le dijo Mac-, pero no voy a permitirte que te ocupes de tus asuntos en mi pueblo.
– El señor Casaccio no nos ha dejado otra alternativa.
Mac miró a su alrededor y Jill supo que se estaba preguntando dónde estaban sus ayudantes. El hombre de la pistola pensó lo mismo, obviamente.
– Dos de tus hombres están atados en sus coches. Los otros están demasiado lejos como para llegar aquí a tiempo. Siento interrumpir la fiesta. A mí no me gustan estas exhibiciones públicas, pero no tengo otro remedio.
Jill se volvió hacia Emily. Tenía que sacar a la niña de allí. Sintió alivio al ver que Bev ya tenía a la niña y se estaba retirando casi imperceptiblemente de aquel escenario de pesadilla. De repente, oyó el lejano sonido de unas sirenas.
– Parece que mis hombres vienen para acá -dijo Mac, y apuntó con su pistola al hombre que estaba junto a Andy-. Baja el arma y arreglaremos esto de otra forma.
– No creo, sheriff. Tus hombres llegarán aquí demasiado tarde.
– Maldita sea, todo esto es sobre mí y mi mujer -gritó Andy-. Voy a matarla ahora mismo.
– No molestes -le dijo el tipo del traje claro, y le dio una patada en la parte trasera de la rodilla.
Andy comenzó a caer. Kim, embarazada y torpe, se tambaleó cuando su marido se caía. Andy la empujó, recuperó el equilibrio y se volvió hacia el hombre que lo había pateado.
– Hollis, protege a mi hija -le gritó Mac, mientras cargaba contra Andy y el otro tipo.
Jill oyó un gruñido. Cuando se volvió, vio a Rudy dándole un puñetazo al hombre que lo estaba amenazando con la pistola. Hollis corrió hacia Emily, que se soltó de la mano de Bev y comenzó a correr hacia Jill. Jill la agarró, la atrajo contra su cuerpo y se inclinó hacia ella para protegerla, cubriéndola todo lo que podía.
Mac se tiró sobre Andy y su asaltante y los tres cayeron. Su única intención era impedir que alguien disparara. Supuso que el cuchillo había salido volando. Sería un problema en uno o dos minutos, pero en aquel momento, tenía que conseguir hacerse con la otra arma.
Sintió una patada en el estómago que le cortó la respiración. Luchó contra el instinto de parar y respirar y siguió golpeando a ciegas. Agarró algo de metal, pero el cañón se volvió contra él. Él se movió para esquivarlo. Hubo un fogonazo y Mac esperó sentir un dolor caliente.
Le latió el corazón una vez, otra. Nada. No estaba seguro de lo que había ocurrido. Dio un golpe en una muñeca con la culata de su pistola, oyó un gruñido de dolor y la otra pistola cayó al suelo. Mac la tomó rápidamente y se puso en pie.
– ¡No se mueva! -le dijo al extraño.
El hombre rodó sobre su espalda y Mac vio que en el pecho de Andy había una herida de bala que sangraba profusamente. Miró a Kim instintivamente, y vio que la mujer se daba cuenta de lo que le había ocurrido a Andy, gritaba, se agarraba la barriga y caía desmayada. Una pareja de entre la multitud la agarró.
Justo entonces, D.J. llegó corriendo.
– He oído disparos -gritó, más entusiasmado que asustado-. ¿Qué ha ocurrido?
En vez de responder, Mac se volvió a mirar a Emily y a Jill. Cuando las vio acurrucadas juntas, sanas y salvas, respiró normalmente, por primera vez desde que aquel altercado había comenzado.
– ¿Estáis bien? -les preguntó.
Jill asintió.
Él miró más allá, hacia donde Rudy había reducido al otro pistolero.
– Empieza a arrestarlos a todos -le dijo a DJ.
Jill miró los ascensores del hospital. Cada vez que se abrían, se ponía tensa. Wilma le había prometido que Mac llegaría en cuanto dejara a Emily en casa y terminara el papeleo preliminar. Tres horas después de haberse marchado en la ambulancia con Kim, estaba empezando a volverse loca.
Justo cuando estaba a punto de llamar de nuevo a la comisaría, las puertas de uno de los ascensores se abrieron y Mac apareció en el pasillo. Incluso aunque Jill vio el hematoma que tenía en la mandíbula y la forma cuidadosa en que movía el brazo, se levantó y se lanzó hacia él.
– ¿Estás bien? -le preguntó, abrazándole tan fuerte como podía-. ¿Y Emily?
– Los dos estamos bien -le dijo, y le dio un beso en la cabeza-. ¿Y tú?
– Temblando, pero bien. ¿Qué ha pasado con Andy? ¿Has detenido a Rudy?
Él la condujo hacia uno de los bancos del vestíbulo de la planta e hizo que se sentara a su lado.
Jill le rozó el golpe que tenía en la cara.
– ¿Te duele mucho?
– Sobreviviré -dijo él-. Me parece irónico que haya estado en más peleas durante las dos últimas semanas que en los diez años anteriores. Es una costumbre que me gustaría cortar. ¿Cómo está Kim? -le preguntó.
– Está de parto. Se ha adelantado tres semanas, pero el médico dice que el niño está bien. He hablado con la madre de Kim. Está de camino desde Los Ángeles, y llegará en una hora. La mujer no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo con su hija. Se siente horriblemente mal, y quiere llevarse a Kim a vivir con ella -le tomó a Mac la mano y se la apretó-. Kim está preguntando por Andy todo el rato, y el personal del hospital no me da ninguna información. ¿Cómo está?
– Ha muerto, Jill. Murió en la ambulancia, de camino al hospital.
Ella se estremeció.
– Era un hombre terrible, pero morir así…
No sabía qué pensar.
– Lo sé -Mac la abrazó-. Los amigos de Rudy han sido acusados de asesinato y de intento de asesinato. Y vamos a conseguir que haya otras muchas acusaciones.
– ¿Y Rudy?
– Por mucho que yo quiera encerrarlo, en este caso no ha hecho nada malo.
– No parece que estés muy contento.
– No lo estoy.
– ¿Y Emily? Tiene que estar muy asustada.
– Está con Tina y su familia en este momento. Estuve una hora con ella, antes de venir. Afortunadamente, no vio mucho, pero la situación la ha aterrorizado. Hollis sigue llamándome al teléfono de la comisaría -dijo, e hizo un gesto de angustia-. Estoy seguro de que me culpa de todo.
– No. No puede culparte a ti.
– ¿Te apuestas algo? -dijo él, y se encogió de hombros-. Y eso no es todo. Tengo que llamar a Carly y contárselo. No se lo va a tomar nada bien.
Jill supuso que Mac tenía razón.
– ¿Sabe que tienes una vista?
– No, pero voy a decírselo.
Si Carly reaccionaba mal, algo que a Jill no le parecía improbable, entonces, podría ir directamente a hablar con el juez que llevaba el caso de la custodia de Emily y pedirle que le retirara la custodia.
– Lucharemos -le dijo, mirándolo fijamente-. Cueste lo que cueste, no vas a estar solo en esto.
Él sonrió con tristeza.
– Tu padre pasó por la comisaría para decirme que quería defenderme. ¿Se lo has pedido tú?
– Él ya estaba interesado. Yo sólo le dije que tenía la oportunidad de hacerlo.
– Gracias.
Mac la abrazó y la besó. Jill se abandonó a sus caricias. Aquello era lo que quería, pensó. Estar siempre con Mac. ¿Pero cuándo se lo diría?
Aquél no era un buen momento. Si la vista preliminar no iba bien, no creía que a él le importaran mucho sus sentimientos.
– Tengo que volver a la comisaría -dijo él-. Wilma se ha ofrecido voluntaria para contarle a Kim lo de su marido, pero queremos esperar a que nazca el bebé.
– Buena idea. Su madre ya estará aquí para entonces. Eso será de gran ayuda. Aunque creo que va a quedarse destrozada. A su modo, ella lo quería de verdad.
– No estoy muy seguro de que fuera amor lo que sentía -replicó Mac. Se puso de pie y tiró de ella suavemente-. Cuídate.
– Tú también.
A la mañana siguiente, un poco después de las diez, Mac estaba tumbado en el sofá con Emily acurrucada a su lado. Le había pedido que no la acostara la noche anterior, y él no había podido hacerlo. Así que habían visto películas de Disney hasta la medianoche y después ella se había quedado dormida en sus brazos.
Quería creer que todo saldría bien y que su vida volvería a ser normal, sin embargo, tenía sus dudas. Andy había muerto, pero eso no cambiaba lo que él había hecho. Aunque el comportamiento de Andy le serviría de atenuante para la defensa, ¿sería suficiente?
No quería pensar en lo que podía suceder. Carly ya lo había llamado dos veces para gritarle.
No había podido salir hacia Los Lobos hasta por la mañana, pero llegaría a tiempo para el juicio. Hollis le había dejado unos quince mensajes, que Mac no había respondido. Y la prensa local le había estado llamando, también. Él se había tomado la mañana libre para estar con Emily, pero a aquel ritmo, no iban a poder estar juntos mucho tiempo.
La miró y le acarició el precioso pelo rubio. Era gracioso pensar que, cuando ella era pequeña, lo peor que él se había imaginado era que tendría que ver cómo su hija, cuando cumpliera trece años, suspiraba y miraba al cielo con resignación mientras él apartaba a los chicos de ella con un palo. Nunca había pensado que lo estropearía todo y se arriesgaría a perderla.
Se dijo que no debía adelantar lo peor, pero estaba angustiado. Ya le había fallado muchas veces a Emily y aquello estaba a punto de suceder de nuevo. Si perdía su custodia, la niña no entendería nada más que el hecho de que su padre había desaparecido una vez más. Y él no tendría más oportunidades para arreglarlo.
Oyó pasos en el porche, y alguien llamó a la puerta. Él pensó en hacer caso omiso, pero cuando oyó la voz de Jill, se incorporó, movió suavemente a Emily y se levantó.
– ¿Qué pasa, papá? -le preguntó ella, con los ojos entreabiertos.
– Es Jill. Vuelve a dormir.
Ella se frotó los ojos y bostezó.
– De acuerdo.
Mac salió al vestíbulo y abrió la puerta. Sin embargo, cuando vio que Jill no estaba sola, estuvo a punto de cerrársela de nuevo en la cara.
– Espera -le dijo ella-. Tienes que oír esto.
Él miró a Rudy.
– Tú no tienes nada que decir que me interese.
– Entiendo que estés enfadado -le dijo Rudy-. He venido a disculparme y a decirte que me marcho.
Mac se lo quedó mirando un largo instante hasta que dio un paso atrás. Jill entró en la casa, y él señaló con la cabeza hacia el salón.
– Emily está ahí. ¿Te importaría llevarla a su habitación? Todavía está disgustada por lo que pasó ayer y no quiero que vea a Rudy.
– Claro.
Jill entró en el salón. Él oyó murmullos y después las vio a las dos subiendo las escaleras. Sólo entonces asintió mirando a Rudy.
– Tienes cinco minutos -le dijo.
– Suficiente -dijo Rudy, y dio un paso para entrar en el vestíbulo-. Bonita casa.
Mac se cruzó de brazos y esperó.
Rudy se encogió de hombros.
– No estás contento conmigo. Lo entiendo. En tu lugar, yo también estaría enfadado -le dijo, y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones-. Primero vine a la ciudad a ver si Jill estaba bien. Ya sabes, después de lo que le ocurrió con Lyle. Después de un par de días me di cuenta de que me gustaba la zona. Ya había pensado antes en marcharme de Las Vegas, y este lugar me parecía perfecto. Entonces conocí a Bev.
En los labios se le dibujó una ligera sonrisa.
– Es una mujer asombrosa. Pensé que era una señal. El pueblo, conocerla, el hecho de querer un retiro tranquilo… Tú eras difícil, pero tenía al alcalde en el bolsillo y sabía que se acercaban las elecciones y que podría conseguir que tú las perdieras.
Mac hizo todo lo que pudo para no demostrar ninguna reacción. Nada de aquello era nuevo.
– Lo de la sala de juego fue un error -dijo Rudy, con un gesto de arrepentimiento-. No sé por qué lo hice. Fue una reacción estúpida. Quería molestarte, que te enfadaras más.
– Pues lo conseguiste.
– Lo que ocurre es que después me sentí mal. Entonces, Bev y yo nos fuimos y me di cuenta de que había estado buscándola toda mi vida. Ella es realmente una buena mujer. Especial. Ella no sabía lo que yo estaba haciendo, y yo sí sabía que si lo averiguaba, se pondría furiosa. Sobre todo lo del juego. Pero yo no quería marcharme. Era una difícil elección.
– Entonces, ayer aparecieron tus amigos.
– Sí. Eso fue horrible. La gente podría haber sido herida. Gente como tu hija, o Jill o Bev. Así que me puse a pensar, y me he dado cuenta de que yo no soy bueno para Los Lobos. Voy a volver a Las Vegas, donde entiendo cómo funcionan las cosas y no habrá sorpresas como la de ayer.
Se sacó una mano del bolsillo y le tendió una tarjeta a Mac.
– Me voy en un par de horas. Si necesitas ponerte en contacto conmigo por algo, en ese número podrás localizarme.
Mac tomó la tarjeta, pero no la miró.
– ¿Y el juego?
– Está todo cerrado. Me siento mal por lo del alcalde… por el dinero que le di. Me gustaría darte la misma cantidad para tu campaña.
– No, gracias.
– Ya, me imaginaba que dirías eso -Rudy lo miró fijamente-. Eres un buen hombre. No me encuentro a muchos en mi profesión. Si alguna vez necesitas algo, llámame.
– Lo tendré en cuenta.
Rudy asintió y después se marchó.
– ¿Qué piensas? -le preguntó Jill desde las escaleras.
– No estoy seguro. ¿Se marcha de verdad?
– Sí. Ya ha hecho las maletas.
– ¿Y Emily?
– Se ha quedado dormida al instante -Jill bajó las escaleras y se acercó a él-. Bev se marcha con Rudy. Hemos estado hablando casi toda la noche. Aunque entiende quién es él, y lo que hace, lo sigue queriendo, y quiere estar con él. Se va a Las Vegas. Al principio, me sentí muy rara por eso, pero cuanto más lo pienso, mejor me parece. ¿Te parece una locura?
– Sí, bastante -dijo él. Mirar a Jill hacía que le doliera el pecho-. ¿Va a vender la casa?
– Supongo. No hemos hablado de ello.
¿Y por qué iban a hacerlo? Jill no la quería. Su vida estaba en otra parte, no en Los Lobos.
Él dejó la tarjeta de Rudy en la consola de la entrada, y después le tomó la cara a Jill entre las manos. Al mirarla a los ojos, se dijo que era por el bien de todos. No tenía nada que ofrecerle, nada de valor.
– Serás feliz -le dijo.
– ¿Qué?
– En tu nueva vida. Lejos de aquí. Con el tiempo, todo esto te parecerá una pesadilla. No sé qué va a pasar mañana en el juicio. Sé que, pase lo que pase, voy a seguir luchando por Emily. Los dos nos lo merecemos.
Jill le sonrió.
– Me alegro.
– Pero no voy a luchar por ti.
– ¿Qué?
Él le acarició las mejillas con los pulgares.
– Eres una mujer increíble, Jill Strathern. Sólo te deseo lo mejor.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
– Eso parece un adiós.
– Lo es.
– ¿Y eso es todo? ¿Gracias por la diversión, y adiós?
– ¿Qué más quieres que diga?
– No lo sé. Algo. Me parece maravilloso que vayas a luchar por Emily pero, ¿por qué no vas a luchar por mí? ¿No te importo?
– Por supuesto que sí. Te quiero.
– ¿Qué?
Él la besó suavemente en los labios.
– Te quiero.
Ella se echó hacia atrás y le lanzó una mirada asesina.
– Vamos a ver si lo entiendo bien. ¿Me estás diciendo que me quieres y que por favor cierre la puerta al salir?
– No.
– ¿Pero estás esperando que me vaya?
– Sí. Eso es lo que tú quieres -aquella conversación no iba bien, pero él no entendía por qué.
– Tú crees que lo sabes todo, ¿verdad? -le preguntó. La rabia alteraba su tono de voz y lo hacía tan afilado como un cristal foto-. Para ser alguien que cree que lo sabe todo, eres bastante idiota.
– No lo entiendo.
– Claro que no.
Jill se dio la vuelta y salió de la casa. Antes de cerrar, dijo:
– Nos veremos en el juicio.