– ¿Acetarás a esta mujer como legítima esposa… para amarla y cuidar de ella…?
Steven sonrió gozoso mientras respondía:
– Sí, acepto.
Pero entonces su rostro se transformó en el de David, y Jennifer gritó que aquel no era el hombre al que amaba. Y habría salido corriendo de la iglesia si David no la hubiera detenido.
Se despertó para encontrarse sentada en la cama, temblando, con el rostro bañado en lágrimas.
– Oh, Dios mío -sollozó-. Otra vez no…
Permaneció sentada durante unos minutos antes de encontrar la fuerza necesaria para levantarse de la cama. Estaba desesperada por librarse de aquellas pesadillas que la perseguían cada noche. Fue a la cocina para prepararse un té, y se sentó en una silla, mirando concentrada su taza; era mejor que diera rienda suelta a su dolor en aquel momento, cuando nadie la estaba viendo.
No era siempre la misma pesadilla. A veces empezaba casándose con David, que se transformaba luego en Steven y le decía, sonriendo: «no creerías que iba a consentir que te casaras con él, ¿verdad?». Aquel sueño era el más duro porque tocaba una fibra muy sensible: secretamente siempre había esperado que Steven impidiera la boda.
En realidad no estaba segura de lo que había esperado, pero no podía imaginarse a Steven tranquilamente sentado mientras perdía a la mujer que quería. Sería capaz de todo excepto de aceptar su derrota. Pero no la quería; al menos, no lo suficiente para comprometerse con ella. Ésa era la verdad con la que tenía que enfrentarse. En el momento culminante, cuando ella finalmente había tomado conciencia de la intensidad de su amor por él, Steven había perdido todo interés por ella.
Y allí estaba Jennifer, la noche anterior al día de su boda, con el corazón destrozado por el hombre que había irrumpido en su vida para luego desaparecer, dejándola absolutamente desolada. Durante semanas enteras no lo había visto ni había hablado con él. Le había enviado una antigüedad de plata como regalo de boda, acompañado de una nota formal en la que le expresaba sus felicitaciones, y ella había correspondido con un agradecimiento por escrito igualmente formal. Después de aquello, no había vuelto a saber nada de él.
A David también lo había visto muy poco, ya que había estado de viaje en Escocia, buscando lugares convenientes para los depósitos de Norton. Barney le había encomendado aquella misión como una forma simbólica de acogerlo en la familia.
La reacción de Barney a su compromiso había sido extrañamente discreta. Le gustaba David, pero nunca se había mostrado muy animado ante la perspectiva de que su nieta se casara con él; Jennifer se daba perfecta cuenta de que había caído bajo el hechizo de Steven.
Incluso su hermano se llevaba cada vez mejor con Steven. A Trevor también le habría complacido que su hermana se casara con Steven, pero había felicitado a David educadamente llamándolo por teléfono desde el Caribe, e incluso le había prestado su todoterreno para su viaje a Escocia. La idea del viaje a Escocia había sorprendido a Jennifer. A David le habían encargado investigar las islas, pero ella sabía que aquellos lugares no eran nada apropiados para emplazar nuevos depósitos. Tenía la incómoda sensación de que Barney se había inventado aquel encargo a propósito, olvidándose de que David tenía una empresa propia que dirigir.
David había regresado mucho más tarde de lo esperado, dando vagas explicaciones sobre su retraso. Y al fin, reacio, le había revelado a Jennifer el verdadero motivo:
– Cuando me encontraba en la isla de Airan, me robaron el coche de Trevor. La policía confiaba en recuperarlo fácilmente, porque el último ferry ya había salido y no había forma alguna de salir de la isla hasta el día siguiente. Pero fue como si se hubiese desvanecido en el aire. Me quedé allí esperando a que lo encontraran, porque no habría sido capaz de regresar sin él.
– Y lo recuperaste.
– Al cabo de una semana apareció de repente en el aparcamiento de mi hotel. No había sufrido desperfecto alguno. No habían robado nada. Incluso el depósito de gasolina estaba lleno.
– Qué extraño. ¿Qué opinó al respecto la policía?
– Se quedaron tan sorprendidos como yo. Habían limpiado todas las huellas dactilares. No sabes el alivio que sentí al poder regresar a casa con él, dando poco convincentes excusas acerca de mi retraso. Afortunadamente tu abuelo no pareció notar nada extraño.
– Pues Barney es muy perspicaz -había comentado Jennifer, sorprendida.
– Quizá se haya mostrado muy discreto. Le he entregado mi informe, pero cuando le pregunto por él, me responde con vaguedades. Ni siquiera estoy seguro de que se haya molestado en leerlo. Probablemente me considera un caso sin remedio…
– Claro que no -había repuesto Jennifer con ternura, experimentando de nuevo aquel sentimiento protector que le inspiraba David. Un sentimiento que, sin embargo, se hallaba teñido de cierta dosis de consternación, dado que era un hombre que necesitaba permanente consuelo. Y no podía evitar pensar en la manera tan distinta como habría reaccionado Steven; de hecho, le resultaba incluso difícil imaginar que alguien se hubiera atrevido a robarle el coche.
Aquella tarde David había estado muy silencioso y reservado, pero ella lo había atribuido al cansancio y a la tensión producidos por el viaje. Se había disculpado por no poder verla con frecuencia antes de la boda, argumentando que tenía que adelantar mucho trabajo para disponer de tiempo libre para la luna de miel. Y Jennifer había acogido sus disculpas con un sentimiento que vergonzosamente reconoció como de alivio.
Desde entonces apenas se habían visto y, en su soledad, Jennifer había creído vivir en un extraño limbo, encontrándose en medio de dos hombres, pero sin contacto con ninguno de ellos.
En aquel momento se dijo que, al cabo de unas pocas horas, llegaría el día en que debería comprometerse para siempre con un hombre al que profesaba cariño, pero del que no estaba enamorada. No volvió a acostarse, ya que se arriesgaba a tener otra pesadilla; además, ya estaba amaneciendo, y Maud pronto estaría allí para ayudarla a vestirse. Logró recuperarse lo suficiente, y para cuando llegó Maud ya no quedaba en su rostro huella alguna de lágrimas y pudo forzar una sonrisa.
El vestido era corto, de seda de color crema, con una pequeña pamela a juego. Maud se dedicó a maquillarla, y poco después se apartó un poco para admirar el efecto.
– Estás preciosa -le dijo, antes de echar un vistazo por la ventana-. Acaba de llegar el coche de Barney. ¿Nos vamos?
– Espera un momento… Todavía no estoy lista -Jennifer necesitaba algo más de tiempo para ignorar la punzada de dolor que le atenazaba el corazón, y obligarse a seguir adelante con todo aquello.
Pero ya no podía retrasarlo más, así que tomó a Maud de la mano y fueron a reunirse con Barney. Los tres apenas pronunciaron una palabra durante el trayecto a la oficina del registro civil. Jennifer disimulaba su dolor con una permanente sonrisa forzada, y los otros dos parecían extrañamente incómodos. Barney intentó salvar el violento silencio charlando acerca del nieto que estaba en camino.
– ¿Estás segura de que te estás cuidando bien? -le preguntó a Maud por enésima vez-. Todavía te veo demasiado delgada…
– No te preocupes por mí -le dijo Maud-. Soy más fuerte de lo que parezco.
En aquel preciso momento, y al oír aquellas palabras, Jennifer recordó lo que le había dicho Steven: «eres más fuerte de lo que crees». Se sentó muy derecha en su asiento, estupefacta. Era como si las palabras de Maud le hubieran abierto una ventana en el cerebro. Recordó de nuevo: «eres más fuerte de lo que crees… sigue como estás… no necesitas a nadie tan desesperadamente como piensas. Ni a tu padre, ni a David, ni a mí».
Había tomado conciencia de ello entonces, cuando ya casi era demasiado tarde. Steven había querido separarla de David por sus propias e inescrupulosas razones, y cegada por eso, había pasado por alto aquella simple verdad. Steven siempre la había comprendido mejor que nadie.
No podía casarse con David. Lo apreciaba demasiado para hacerle eso. Debía romper su compromiso, y luego decirle a Barney que se retiraba de la empresa. Si él le pedía las acciones que antaño le había dado, se las devolvería con mucho gusto, y de alguna forma le haría comprender que había llegado la hora de que reclamara para sí una vida propia. Y en cuanto a qué vida pudiera ser la que llevara, era demasiado pronto para decirlo. Aunque sabía que los animales abandonados encajarían en ella de una u otra manera. ¿Y Steven? Sencillamente ignoraba lo que sucedería entre ellos, pero se enfrentaría a él como la mujer libre que era: libre y fuerte, como él mismo le había demostrado que podía ser. Todos aquellos pensamientos fulguraron en su mente con la rapidez del rayo. Y tomó la decisión antes de que los demás pudieran preguntarle por su aspecto abstraído y concentrado.
– Barney, ¿llevas el móvil contigo? -le preguntó sin aliento.
– Por supuesto que no. ¿Cómo iba a llevarlo a una boda?
– ¡Pare el coche! -le gritó al chófer.
Salió apresurada y corrió a la cabina telefónica más cercana. Debía localizar a David antes de que abandonara su casa. Pero fue su madre la que descolgó, cuando ya estaba preparada para salir.
– Hace una hora que ha salido David -le explicó-. Me dijo que nos veríamos allí.
Jennifer volvió apresurada al coche.
– Todavía no puedo deciros nada -se disculpó-. Es sólo que… lo siento, no puedo deciros nada.
Pensó que David tenía derecho a saberlo primero, antes que nadie. ¡Pero ojalá no hubiera sido en el registro civil! Absorta como estaba en sus pensamientos, no fue consciente de la mirada de complicidad que Barney y Maud intercambiaron, ni de la manera en que cruzaron los dedos. Cuando llegaron a la oficina, a Jennifer le latía el corazón aceleradamente. La siguiente media hora iba a ser muy difícil, pero ya no se echaría atrás. Aunque sólo fuera por no perjudicar al pobre David.
Algunos familiares de David ya habían llegado, y su madre no tardó en aparecer, con aspecto nervioso.
– Creí que iría en el coche, conmigo -le explicó-. Pero de repente me dijo que tenía algo importante que hacer primero. Oh, querida, espero que esté aquí pronto…
Se produjo una pequeña conmoción cuando de repente se abrió la puerta, pero fue Steven quien entró. Su expresión era tensa y reservada, y por un momento Jennifer pensó que se dirigiría hacia ella para ayudarla; al ver que no lo hacía, sino que se mantenía distante, comprendió que no intentaría impedir su matrimonio. De pronto recordó algo. El propio Steven le había dicho que era lo suficientemente fuerte como para hacerlo sin su ayuda, y ella le demostraría que había tenido razón, por mucho que le doliera.
Pero pasó la hora de la boda, y David seguía sin llegar. Jennifer estaba asombrada, ya que sabía que era puntual como un reloj. En un determinado momento se levantó un rumor entre la pequeña multitud reunida. Volviéndose, Jennifer vio a David en el umbral, pero no como había esperado verlo. No iba vestido para la ceremonia, y tampoco estaba solo. Penny se hallaba a su lado, tomándolo de la mano. Pálidos y tensos, la novia y el novio se miraron fijamente. Fue él quien habló primero.
– Lo siento, Jennifer -le dijo-. No puedo casarme contigo. Estoy enamorado de Penny.
Aquellas palabras parecieron quedar suspendidas en el aire, flotando en el silencio que siguió. Jennifer seguía mirándolo con fijeza, inconsciente de la mirada de triunfo que intercambiaron Steven y Barney.
– Jennifer -le suplicó David-. Por favor, di algo.
De pronto, y para su sorpresa, Jennifer se lanzó a abrazarlo ebria de alegría, inmensamente aliviada.
– Estoy tan contenta… -sollozó-. Oh, David, estoy tan contenta…
– ¿Cómo?
– Yo tampoco quería seguir adelante con esto -le confesó-. Nunca debimos habernos comprometido. Todo fue culpa mía. Intenta perdonarme…
– Eres la mujer más generosa del mundo -le dijo él, aliviado-. Demasiado generosa para mí. Creo que empecé a enamorarme de Penny desde aquella noche de la cena de gala, pero al principio no estaba seguro. Luego, cuando nos quedamos encerrados en la isla juntos…
– ¿Penny estaba contigo?
– Tu abuelo se olvidó de proporcionarme unos documentos muy importantes, así que Penny tuvo que ir allí a entregármelos. La misma noche que llegó me robaron el coche, y tuve que apoyarme en ella para…
– Por supuesto -murmuró Steven con tono irónico.
– Y lo que sentíamos el uno por el otro era tan fuerte que yo… -miró a Penny, que le apretaba la mano como dándole ánimo-… que nosotros decidimos ser sinceros acerca de ello.
– ¡Qué sabiduría! -exclamó Steven, sardónico-. No hay nada como esperar a hacerlo en el último momento.
– ¿Quieres callarte? -le pidió Jennifer, clavándole un codo en las costillas. Se sentía inmensamente aliviada, pero su gozo estaba mezclado de decepción. Steven no había intentado impedir su matrimonio. En cierto sentido, poco había cambiado.
David aprovechó aquel momento para dar las explicaciones necesarias a su madre, que se había quedado paralizada de sorpresa. Trevor y Maud, mientras tanto, se abrazaban de alegría, y Jennifer descubrió desconcertada cómo Steven y Barney se felicitaban mutuamente, riendo.
– El zorro aún sigue ejerciendo su astucia, después de todo -declaró Barney, triunfante-. Lo hice.
– Lo hicimos -lo corrigió Steven, mirando de reojo a Jennifer-. Voy a necesitar mi parte correspondiente de mérito. Aunque admito que la idea fue tuya.
– ¿De qué estáis hablando los dos? -exigió saber Jennifer.
– Me sorprende que nos lo preguntes -le dijo Steven-. ¿Realmente creías que no iba a intentar sabotear tu boda?
– ¿Pero qué es lo que hiciste? -le preguntó ella, con el corazón en un puño.
– Le proporcionamos a David la oportunidad de descubrir que realmente amaba a Penny.
– Yo lo envié a Escocia a propósito -añadió Barney-. Y luego hice que Penny fuera a buscarlo… inventándome esa historia de los archivos.
– ¿Pero el coche robado?
– Eso fue lo más fácil de todo -le comentó Steven-. El «ladrón» trabajó para mí muy eficazmente, ya que contaba con el otro juego de llaves que yo le había proporcionado con permiso de Trevor. Así que simplemente se marchó con él sin problemas. Se lo llevó la misma noche que llegó Penny, lo guardó en un garaje privado y lo dejó allí una semana entera. Luego sólo tuvimos que esperar a que tu prometido superara sus escrúpulos morales…
– Algo que tú nunca has tenido, por cierto -le recriminó Jennifer.
– Nunca los he tenido cuando se trataba de tomar lo que quería -convino él-. Pero tú estuviste a punto de vencerme con tu loca obstinación…
– ¿Yo? Si crees que…
– Cállate, por favor, y bésame -le dijo Steven, estrechándola firmemente entre sus brazos.
Jennifer sintió que el corazón le bailaba de alegría en el pecho al recibir aquel beso del hombre al que amaba. Un beso que no había esperado volver a recibir nunca.
– ¡Eso es! -exclamó de repente David, en aquel preciso momento-. Ahora lo recuerdo -cuando todo el mundo se volvió para mirarlo, explicó-: La noche que nos comprometimos, cuando me desperté, os vi a los dos juntos, pero estaba mareado por la jaqueca y no entendí nada. A la mañana siguiente sabía que había presenciado algo importante, pero no podía recordar qué era. Es ahora mismo cuando lo he recordado…
– Ojalá lo hubieras recordado antes -gruñó Steven-. Nos habrías ahorrado un montón de molestias. Y ahora, venga, sé un buen chico y comprométete otra vez.
– Ya lo hecho -respondió orgulloso, mirando a Penny.
– Estupendo -Steven se volvió hacia Jennifer-. De esta forma sólo quedamos tú y yo. Tengo algo que decirte, y escúchame bien, porque puede que no te lo repita otra vez. Estuve cerca de perderte porque no supe cómo decirte lo mucho que te amaba y necesitaba. No me puedo imaginar el resto de mi vida sin ti. Pero, gracias a Dios, eso no va a suceder. Nos hemos vuelto a encontrar a tiempo.
Aquella era la declaración de amor que Jennifer tanto había ansiado escuchar, pero aun así, aquel aire de seguridad en sí mismo la contrariaba un tanto.
– Una aventura; creo que ésa fue la palabra que utilizaste -lo desafió.
– Ni en un millón de años -declaró enfático -tendré una simple aventura contigo. Nos casaremos. De otra manera podrías intentar casarte con otro hombre, y yo no podría soportar volver a pasar por esto otra vez.
– Pero una aventura era lo que tú querías -replicó Jennifer con igual énfasis-. Y una aventura es lo que yo te estoy ofreciendo ahora.
– Bueno, vámonos ya -exclamó Barney, interrumpiéndolos-. Tenemos toda esa comida en casa, esperándonos. Celebraremos una fiesta.
– Pero sin nosotros -dijo Steven, mirando a Jennifer-. Celebraremos una fiesta particular, nosotros solos -la tomó de la mano-. Ven conmigo.
Y la sacó de la sala mientras hablaba, secundado por la aprobación de los presentes. Antes de que pudiera tomar conciencia de ello, Jennifer se encontró sentada en su coche mientras Steven arrancaba a toda velocidad. Cuando llegaron a su casa, la hizo subir a toda prisa las escaleras sin soltarle la mano. En el momento en que cerró la puerta del dormitorio a su espalda, Jennifer le preguntó:
– ¿Puedo hablar ya?
– No mientras sigas llevando su vestido de boda -y empezó a desabrocharle los botones de perlas del frente.
– Cuidado, que me lo vas a romper.
– ¿Y qué? Nunca volverás a ponértelo otra vez -le hizo saltar los botones, y finalmente el vestido cayó al suelo hecho jirones-. Así está mejor.
– ¿Qué crees que estás haciendo?
– Lo que he ansiado hacer durante semanas -respondió, terminando de desnudarla. Luego se desvistió a su vez, y la estrechó contra su pecho desnudo. Por último, se apoderó de sus labios en un beso apasionado, fiero, urgente-. Noche tras noche he soñado con hacer esto -le decía entre besos-, volviéndome loco, mientras tú…
Sus labios la acallaron antes de que pudiera decir algo, pero Jennifer respondió sin palabras mientras se abrazaban con fuerza, unidos tanto por la pasión como por el inmenso alivio que sentían. Se habían asomado al borde del abismo de una vida sin el otro, y habían retrocedido a tiempo, aterrados. A menudo se había preguntado Jennifer cómo sería su primer acto de amor. Ya sabía que no necesitaba haberse preocupado tanto. Lo que estaba sucediendo en aquellos instantes era puro amor, algo que ni siquiera se había atrevido a soñar. Steven la besaba y acariciaba como si fuera un tesoro que hubiera creído perder para siempre.
Cuando finalmente se fundieron en cuerpo y alma, Steven le preguntó en un susurro:
– ¿Eres feliz, amor mío?
– Completamente -murmuró contra sus labios-. Completamente.
Sus palabras, o quizá algo que había escuchado en su tono, fue todo lo que había estado esperando. Se hundió más profundamente en ella, pero con una ternura que la dejó sin aliento.
Después permanecieron abrazados estrechamente, saciados de amor. Aquélla era la seguridad con la que tanto había soñado Jennifer, pensando sin embargo que Steven jamás podría proporcionársela. Si hubiera sabido entonces lo que ya sabía, habría descubierto que la seguridad anidaba realmente en los brazos de un hombre que la amara con pasión y no temiera más que perderla. El resto no importaba.
Dormitaron durante un rato, y cuando se despertaron, Steven le preguntó:
– ¿Te oí realmente decirle a Conner que tú tampoco querías seguir adelante con los planes de boda, o fueron imaginaciones mías?
– No, le dije eso mismo. Tomé la decisión en el coche. Tenías razón: soy más fuerte de lo que creía. Y también voy a dejar Norton. Ahora tengo que descubrir qué rumbo va a tomar mi vida.
– Se dirige hacia el altar, conmigo.
– Ya te dije que no me casaría contigo. ¿Es que no me estabas escuchando?
– Nunca escucho absurdos. Te amo. ¿Qué te parece dentro de mes y medio?
– Yo también te amo. ¿Pero eres consciente del comportamiento tan ofensivo que has tenido conmigo? Manejando a la gente como muñecos, enviando a David y a Penny de aquí para allá…
– ¿Y acaso no te alegras de que lo hiciera? Ellos también se han alegrado.
– Si te imaginas… -susurró mientras deslizaba una mano por su pecho, por su vientre plano, y más abajo, donde podía ya sentir la creciente fuerza de su deseo-… voy a casarme con un hombre cuya idea de una conversación educada es darme órdenes…
– ¿Órdenes? ¿Yo? Si soy el colmo de la dulzura… -Steven perdió de pronto el aliento, intentando controlarse. Tenía algo que decirle antes de que Jennifer terminara volviéndole loco de necesidad, pero fue ella la que habló primero:
– ¿Quién me dijo aquello de que nunca se prestaría a sentimentalismos idiotas?
– No importa lo que te dije entonces -gruñó-. Escucha lo que te estoy diciendo ahora.
– ¿Y quién me dijo también que yo era lo suficientemente fuerte para seguir sola, porque no necesitaba a nadie, incluido Steven Leary?
– Fui un estúpido, Jennifer. Sabes que estoy loco por ti, ¿no?
– En parte -se burló-. Ahora sé que puedo sobrevivir sola, y todo gracias a ti.
– Métete esto en la cabeza de una vez por todas -le dijo Steven-. Vamos a casarnos. No en el registro civil, sino en una iglesia. Llevarás un vestido de blanco satén y estarás esplendorosa. Yo llevaré un traje de mañana y pareceré tímido y ridículo, como corresponde a un novio. Pero no importará porque nadie me estará mirando a mí. Estarán pensando en lo guapa que estás, y en lo afortunado que yo soy. Trevor será mi padrino, y adoptará la sabia y divertida expresión de un hombre que ya ha pasado por esa tesitura. Será una boda absolutamente maravillosa. Y después…
– ¿Después? -inquirió Jennifer, conmovida.
– Después nunca dejaré que te apartes de mi lado -su voz era ronca-. Así que una vez aclarado esto…
– ¿Lo hemos aclarado? -preguntó, maliciosa.
– Sí… ¿y sabes lo que me estás haciendo?
– Sé exactamente lo que te estoy haciendo.
– Es muy peligroso, a no ser que vayas en serio.
– Pues claro que voy en serio -repuso Jennifer con tono alegre-. Con todo mi corazón.
Steven perdió finalmente el control y la estrechó entre sus brazos.
– En ese caso…
Se levantaron de la cama ya muy avanzada la tarde, cuando el sol estaba bajo en el cielo.
– Tengo hambre -murmuró Jennifer.
– Entonces te prepararé un festín. Pero primero quiero enseñarte algo.
La envolvió en una bata suya y la llevó a los jardines, al claro entre los árboles que ella había descubierto el día de la boda de Maud. El terreno ya había sido completamente despejado de maleza, y más plantas de edificios habían sido marcadas, pero los trabajos parecían haberse detenido.
– No podían seguir adelante sin tu intervención -le explicó Steven, sentándose en un tronco de árbol y sentándola a ella en su regazo-. Necesito tus ideas antes de empezar a edificar.
– ¿Mis ideas acerca de qué?
– Oh, ¿es que no te lo dije? Va a ser un hogar de acogida de animales.
– ¿Un qué? ¡Steven!
– Es tu regalo de boda. Y, de la arrogante manera que es habitual en mí, comencé las obras antes de que consintieras en casarte conmigo.
– Un hogar para animales abandonados -pronunció Jennifer sin aliento.
– Bueno, pensé que te gustaría tener uno. Todavía te necesitaré en Norton, al menos por una temporada, pero poco a poco irás pasando menos tiempo en la empresa y dedicándolo a este lugar. Incluso cuando dejes tu empleo seguirás recibiendo los réditos de tus acciones, y podrás invertirlos en pagar a los trabajadores que necesites contratar aquí. He pensado que podrías empezar con una persona, pero después…
– Hey, espera -protestó ella-. Lo tienes todo decidido, ¿verdad? ¿Es que yo no tengo nada que decir?
– ¿He hecho algo mal? De acuerdo, dime cómo te habría gustado organizarlo…
– Bueno, de hecho, me gustaría hacer exactamente lo que tú me has descrito. Pero Steven, si hay algo que me molesta especialmente es la manera que tienes de leerme el pensamiento y anticiparte a mis deseos.
– Lo siento -repuso Steven, riendo.
– Bueno, ¿y qué más voy a querer hacer? -le preguntó Jennifer-. Dímelo ahora, y me ahorraré el trabajo de pensarlo yo misma.
– Bueno, algo me dice que ampliarás este hogar hasta que tengamos que mudarnos de casa y así tengas más espacio para tus…
– Residentes.
– Eso, residentes. Y no tendrás que preocuparte por la manera de conseguirlos. Hay otro hogar de acogida de animales en la localidad que tiene un problema de exceso de población, y sus autoridades estarán más que dispuestas a cedértelos. Cuando hayas aprobado los planos, los obreros comenzarán con los cimientos, y luego…
Pero Jennifer lo acalló con un beso. Steven era la primera persona que había descubierto y reconocido su vocación, e intentó expresarle sin palabras su apasionada gratitud.
– Así que éste era el gran secreto que me tenías guardado.
– Quería disfrutar sorprendiéndote, y estuviste a punto de estropearlo todo cuando lo descubriste. A propósito, te he dicho que será tu regalo de boda y…
– Me casaré contigo; me casaré contigo -se apresuró a asegurarle.
– Lo suponía -sonrió Steven-. Pero, de hecho, tengo otro regalo para ti. Y lo tienes aquí mismo, porque ha venido a visitarnos…
Jennifer dio un grito de alegría al descubrir al inconfundible gatito negro con las patas blancas, caminando hacia ella por el césped.
– ¿Es el mismo, verdad? -inquirió mientras lo acariciaba.
– Por supuesto. Fui a visitar a aquella familia y les dije que quería a Steven tan pronto como fuera lo suficientemente mayor para dejar a su madre.
– Oh, todo es tan perfecto… Y pensar que empezaste a preparar todo esto mientras yo creía que me odiabas…
– Nunca te odié. No me gustaba que me hubieras sonsacado aquella información para David, pero cuando me dijiste que lo que pretendías con ello era darme una lección, supongo que siempre te creí. Sin embargo mi orgullo seguía resentido, y no podía pensar nada a derechas -se interrumpió por un instante-. Sufría mucho, y eso demostraba que mis sentimientos por ti eran más profundos de lo que había pensado. Así que lo hice todo mal. Intenté separarte de Conner por la fuerza, en lugar de ir a buscarte y confesarte mi amor, que era lo que debería haber hecho. Cuando mi torpeza provocó que fijaras la fecha de la boda, creí volverme loco. Empecé a preparar este lugar como una forma de convencerme de que todo se arreglaría al final. Afortunadamente Barney acudió en mi rescate, y organizamos el escenario idóneo para que Conner y Penny profundizaran su relación.
– Pero, querido, supón que David no se hubiera echado atrás. ¿También tenías un plan para esa contingencia? ¿O simplemente te habrías quedado quieto, viendo cómo me casaba con otro hombre?
Steven esbozó su sonrisa más maliciosa, dejó a su homónimo en el suelo y atrajo a Jennifer hacia sí, murmurando:
– Amor mío… ¿tú qué crees?