Capítulo 5

Tal y como Steven había predicho, David asistió al encuentro de accionistas. Jennifer lo vio justo cuando Steven y ella se marchaban. También vio a Penny sentada a su lado, riendo como si le agradara especialmente su compañía. Contemplando aquella escena, sintió una punzada de dolor en el corazón.

– Vayamos a comer algo -le dijo Steven, apretándole ligeramente la mano.

El restaurante del centro de conferencias era amplio y espacioso. Steven guió a Jennifer a la mejor mesa del local, al lado de una ventana que ofrecía una magnífica vista de los jardines, y la hizo sentarse de forma que apenas pudiera ver al resto de los clientes. Sentado frente a ella, Steven, en cambio, podía verlo todo.

– No puedo ver -protestó Jennifer.

– No te preocupes, ya te diré yo todo lo que necesitas saber sobre el angelical David.

– No le llames «angelical».

– Pensé que le estaba dedicando un cumplido.

– A ti no te gustaría nada que te lo llamaran.

– Desde luego me han llamado de todo a lo largo de mi vida, pero «angelical», jamás. ¿No se te ha ocurrido pensar que podríamos darle a David motivos para estar celoso?

– Él ya está celoso, gracias.

– Pues no lo parece. Acaba de entrar en el restaurante con Penny del brazo. No te vuelvas. El camarero les ha indicado una mesa… ¡no! Conner ha señalado el otro lado del local; quiere estar en un lugar donde pueda vernos -vio que Jennifer lo miraba indignada-. Sólo estoy intentando ayudarte.

– Desconfío de ti sobre todo cuando me miras con esa expresión de inocencia. Además, ya te he dicho que ya está celoso.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Acaso te ha amenazado con suicidarse de puro despecho? No, claro, pero… ya sé: ¿te ha amenazado con arruinarme económicamente?

– David no sa… no es de ese tipo de hombres -se apresuró a corregirse.

– Querías decir que nunca sabría cómo hacerlo -adivinó Steven-. Exacto. ¿Se puede saber qué es lo que hizo en su terrible ataque de celos?

– Estuvimos tomando una copa juntos.

– ¿Y?

– ¿Y qué?

– No te detengas justo cuando la cosa se está poniendo interesante. ¿Qué te dijo? ¿O es algo demasiado íntimo y apasionado para mis oídos?

– Mira, ya te conté todo esto la otra noche.

– ¿Quieres decir que todavía estamos hablando de aquel breve encuentro? -le preguntó Steven, mirándola horrorizado-. ¿Y que no ha habido ningún otro desde entonces? ¡Pobrecita Jennifer! ¿Pero se puede saber qué es lo que hiciste para cargar con ese bobo? Si yo estuviera enamorado de ti, a estas alturas habría removido cielo y tierra para conseguirte.

– ¡Menos mal que no lo estás!

– Menos mal para los dos si es así como manejas una aventura amorosa. Tendría que enseñarte tantas cosas que no sabría por dónde empezar.

– No te molestes. Puedo arreglármelas con David sin tu ayuda.

– Bien, pues entonces asistiré a tu boda… dentro de unos cincuenta años.

– Quizá sea lo que antes le has llamado: un verdadero ángel.

– ¡Pues qué aburrido debe de ser entonces!

– Es un caballero, si es a eso a lo que te refieres.

– ¡No sé dónde está la diferencia! -la miró intensamente por un momento-. ¿Eres consciente de lo deliciosamente encantadora que te pones cuando te ruborizas así? -esperó su respuesta, pero Jennifer estaba decidida a ignorarlo-. Está mirando hacia aquí -la informó Steven al cabo de unos segundos-. Creo que le gusta tanto verte conmigo como a ti verlo con Penny.

– Lo de Penny no me importa en absoluto; ya te lo dije.

– De acuerdo. Ahora se ha vuelto hacia ella. Se han acercado mucho para leer el menú.

– No me interesa saber…

– Vamos, deja ya de fingir -la interrumpió.

Era ridículo. Jennifer intentó ponerse seria, pero no pudo.

– Es bueno reírse -comentó Steven, mirándola con aprobación-. Vamos, desahógate. Así está mejor.

Jennifer pensó que Steven podía resultar terriblemente cautivador cuando la miraba con aquel brillo en los ojos. De repente se sintió más animada. El sol iluminaba los jardines y las fuentes del exterior se reflejaban en las burbujas del champán, y ella estaba sentada frente a un hombre inmensamente atractivo que le estaba dedicando toda su atención.

Steven pasó a referirle una graciosa anécdota, y Jennifer estalló en carcajadas. Durante un momento de especial intensidad, sus miradas se encontraron. De inmediato comprendió que aquello había sido un error. Steven parecía querer asomarse a su alma, zambullirse en sus profundidades, y Jennifer se sintió más viva que nunca.

Les sirvieron la comida. Jennifer fue vagamente consciente de que estaba deliciosa, ya que aquella sensación se perdió por completo en el enorme placer que le causaba la compañía de Steven. Él mantenía concentrada en ella toda su atención, como si nadie más existiera en el mundo. En un preciso instante lo sorprendió observándola con una media sonrisa, y arqueó las cejas con expresión interrogante:

– Estaba admirando tu atuendo -le explicó Steven, señalando su elegante traje negro, con la blusa de un blanco inmaculado y sus accesorios dorados-. Es tan seductor como los vestidos de noche que te he visto lucir, sólo que de una forma distinta.

– No me lo he puesto para seducir a nadie -replicó con tono remilgado-. De hecho, es un traje de corte bastante formal, de negocios.

– Especialmente cortado para lucir tus piernas -añadió él.

Jennifer se echó a reír. Se sentía orgullosa de sus largas piernas, que enfundadas en las medias negras de seda resaltaban su admirable figura.

– Y apostaría a que te has hecho la manicura -continuó Steven-. Déjame verte las manos.

– Me gustaría que dejaras de decir tonterías -replicó ella no con la suficiente seriedad, extendiendo una mano.

En ese instante, Steven la tomó entre las suyas y le besó levemente el dorso.

– No esperaba esa galantería de ti -le comentó Jennifer con tono ligero.

– Estoy representando el papel de un buen amigo tuyo. David está mirando hacia aquí. Se ha fijado en que te he besado el dorso de la mano… así… pero no le preocupa demasiado porque es un gesto caballeroso, que él entiende perfectamente. Pero cuando te vuelvo la mano y beso la palma… así… entonces sí que empieza a preocuparse, porque sabe que mis pensamientos están siguiendo un curso bien distinto.

Jennifer se quedó sin aliento al sentir el contacto de su lengua en la palma, y la excitación empezó a correr como un torrente por sus venas, acelerándole el pulso.

– Sabe que ansío desnudarte -murmuró Steven contra su mano-. Probablemente haya adivinado que llevo pensando en eso desde la noche en que nos conocimos.

– Steven -le pidió Jennifer con tono urgente.

– Lo que no sabe es la intensidad con que me gustaría hacerlo: poco a poco, muy lentamente, saboreando y disfrutando de cada segundo, y asegurándome de que tú lo disfrutas igual que yo. Porque ¿sabes? Estoy seguro de que te encantaría.

– Eres insoportablemente presuntuoso -susurró Jennifer, pronunciando las palabras con dificultad en medio del atronador pulso de su corazón.

– ¿Por qué? ¿Porque sé que podría hacerte arder de pasión por mí? ¿No lo crees tú así?

No podía responder; luchando como estaba contra las seductoras imágenes que habían conjurado sus palabras. Sabía que, tal y como él le había dicho, disfrutaría enormemente dejándose desnudar por él. Luego quizá ella lo desnudara a su vez, descubriendo todo aquello de su cuerpo que llevaba tan tentadoramente oculto. ¿Serían sus hombros tan anchos y su vientre tan plano como sospechaba?

Pero al mismo tiempo empezó a sentir una creciente indignación hacia Steven. El podía hacerla desear lo que había decidido no desear, y eso resultaba imperdonable. Steven sabía que todo aquello no era más que un frívolo flirteo y que ella realmente le pertenecía a David, pero descaradamente se servía de aquella situación para hacerla dudar de sí misma. «¡No!», se apresuró a corregirse. Ella no tenía ninguna duda. Sus verdaderos sentimientos sólo estaban centrados en David, y aquello era solamente una locura pasajera. Cuando todo acabara, sería una mejor esposa por haber superado aquella prueba… ¡Pero ojalá acabara pronto! ¡O durara para siempre!

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Steven.

– En nada…

– Estás a un millón de kilómetros de aquí, en un misterioso mundo propio. Y no me dejarás entrar en él, ¿verdad?

– No, no puedo dejarte entrar.

– ¿Está él allí?

– No lo sé -respondió con tono entristecido-. Antes creía saberlo… pero las cosas han cambiado entre nosotros…

– Jennifer, no sufras así -le pidió Steven de repente-. No por otro hombre.

– David no es «otro hombre». Es el único.

– Entonces que el cielo nos ayude a los dos -pronunció en un murmullo tan bajo que ella apenas lo oyó.

Consternada, Jennifer tomó conciencia de lo que había sucedido. La conversación había empezado con bromas deliciosamente seductoras, pero unos segundos después había terminado por derivar en algo muchísimo más peligroso. Se apartó apresuradamente, con el pretexto de servirse un vaso de agua mineral, y empezó a hacerle preguntas insustanciales. Steven las respondió lacónicamente, absorto en sus pensamientos. Y cuando se aventuró a levantar la mirada Jennifer lo sorprendió observándola, pero no con la expresión de burla que había medio esperado, sino con una intensidad vergonzosa incluso para él mismo. Después de aquello, apenas volvieron a hablar.

Al levantarse de la mesa, Steven le ofreció su brazo. Y mientras salían del restaurante, lo último que Jennifer alcanzó a ver fue a David, que la miraba con expresión estupefacta.

Lo más irritante de Steven, según descubrió Jennifer, era que sus ofensivas palabras parecían habérsele quedado grabadas en la mente, proyectando una nueva luz sobre los sucesos de su vida. Le había resultado fácil reírse de sus cómicas previsiones del comportamiento celoso de David, pero cuando transcurrieron dos días más sin recibir noticia alguna de él, aquello empezó a perder su gracia. Se alegraba al menos de que Steven no estuviera a su lado, dispuesto a reírse cínicamente de ella o a espetarle algún comentario burlón. Eso la hizo pensar en él, y fue entonces cuando se dio cuenta de que en realidad nunca había dejado de hacerlo. Si no hubiera estado enamorada de David…

Por fin David la telefoneó para decirle que estaría ausente durante una semana. Tenía que hacer un viaje de urgencia a la costa sur, ya que su madre se encontraba enferma. Afortunadamente se estaba recuperando bien, así que la llamaría a su regreso.

Steven la invitó a salir a ver un espectáculo teatral, y aceptó. Luego, durante la cena, entablaron una animada discusión sobre la obra que continuó durante el trayecto de regreso a casa. Para cuando se separaron, Jennifer no podía recordar la última vez que se había divertido tanto con alguien.

Al día siguiente él volvió a telefonearla, y tomaron una copa por la tarde. Pero Jennifer se sirvió de una excusa cualquiera para retirarse temprano. La verdad era que le agradaba demasiado la compañía de Steven, por lo que estaba empezando a pensar que sería mejor que su relación terminara cuanto antes. Era como si se hubiera dividido en dos personalidades: su mente racional discutiendo contra sus sentimientos. Era una locura intimar demasiado con Steven, por muy seductor que le pareciera. Sabía lo que una relación con él podría ofrecerle: todo el gozo y la excitación de un espectáculo de fuegos artificiales: una experiencia que jamás olvidaría.

Pero los fuegos artificiales siempre terminaban por morir y consumirse. Demasiado pronto la fiesta terminaría, y el campo quedaría vacío una vez dispersada la audiencia. Jennifer quería raíces, una vida sólida, un compromiso duradero. En otras palabras, quería a David.

Al regreso de su viaje, David la llamó para quedar en el bar de costumbre. A Jennifer le resultaba muy complicado asistir a la cita, y lo advirtió de que llegaría tarde, pero él insistió tenazmente en verla.

– De verdad, tengo verdadera necesidad de hablar contigo. Esperaré allí hasta que vengas.

David se hallaba sentado en su mesa habitual, y se levantó rápidamente al verla acercarse.

– Ya temía que no vinieras -le dijo, estrechándole la mano-. Es tan importante lo que tengo que decirte…

– ¿De qué se trata?

– Ingenierías Martson.

– ¿Martson?

– Están jugando conmigo, tal y como tú dijiste que harían. Detesto admitirlo, pero tenías razón durante todo el tiempo.

Por un momento Jennifer no comprendió de qué le estaba hablando. Luego recordó que su discusión había empezado con el asunto de Martson.

– Supongo que debí haber seguido tu consejo -admitió David-. He traído la correspondencia.

Los documentos confirmaban aquello de lo que Jennifer había intentado advertirlo varias semanas atrás… con bastante torpeza, ya que de no haber sido así, David no se habría ofendido tanto. De repente David le comentó con forzada naturalidad:

– Te vi en el encuentro de Dellacort. Parece que lo tuyo con Leary va en serio.

– No hay nada entre nosotros -se apresuró a aclararle-. Algún periodista se llevó una idea equivocada en la cena de gala y escribió algo que hizo que nuestras acciones respectivas subieran. Estoy esperando el momento adecuado para dejar de verlo.

– ¿Quieres decir que eso es todo? ¿Así, sin más?

– Sí.

– Eso no es lo que… ¡hey, espera un momento! Acabo de ver a un tipo allí que me debe un dinero. Llevo varios días intentando localizarlo. Ahora vuelvo; no te muevas.

Y se levantó para ir a buscarlo. Jennifer tomó un sorbo de agua mineral, mirando a su alrededor, y de pronto se fijo en un joven extremadamente atractivo que se dirigía hacia su mesa con expresión tímida y aprensiva.

– ¿Señorita Norton? -inquirió al fin.

– Sí, soy Jennifer Norton.

– He intentado llamarla a su oficina, pero no estaba allí; fue su secretaria la que me indicó que se dejaría caer por este local. Me llamo Mike Harker.

– ¡Cielos! -exclamó Jennifer.

– Supongo que pensará que es una impertinencia por mi parte que yo…

– No, me he quedado simplemente asombrada de descubrir que existe realmente. Siéntese.

– Gracias.

– ¿Se ha recuperado ya de la gripe?

– Oh, Steven se lo dijo. No estaba seguro de si él…

– Descubrí la verdad a la mañana siguiente.

– Steven sólo quería hacerme un favor -se apresuró a explicarle Mike-. Yo me encontraba muy apurado, y él sería capaz de hacer cualquier cosa por un amigo.

– ¿Le contó cómo transcurrió la velada?

– No. Se estaba riendo cuando regresó a mi casa, pero no me contó de qué se trataba la broma. ¿La molestó mucho?

– No lo culpo a usted. Y tampoco me he quejado a la agencia, si es eso lo que lo preocupa.

– No, no es eso. Se trata de esto -Mike sacó de un bolsillo de su chaqueta los gemelos de diamantes, y los dejó sobre la mesa-. Evidentemente no puedo quedármelos.

– ¿Por qué no? Yo se los di a usted, indirectamente.

– Pero en realidad no quería hacerlo, y son demasiado valiosos para que pueda aceptarlos.

– Hágalo, por favor -le pidió Jennifer con tono cálido-. No hago regalos para que luego me los devuelvan, aunque sea bajo unas circunstancias tan extrañas. No puedo creer que se haya molestado tanto en localizarme.

– La verdad es que quería advertirla de algo, y no sabía con qué me iba a encontrar… pero no importa. Está con ese tipo de allí, ¿verdad?

– Sí -respondió Jennifer-. Pero, Mike, si usted suponía que había podido relacionarme con Steven, ¿de qué pensaba advertirme?

– Bueno -sonrió-, usted ya conoce a Steven…

– Por eso se lo estoy preguntando.

– Digamos que preferiría que no se relacionara con él. No lo he visto mucho en los últimos años, pero no creo que haya cambiado.

– ¿Se conocen desde hace mucho tiempo?

– Fuimos juntos a la universidad; allí fue donde estudió empresariales. Era de los que «amaban a las chicas para luego dejarlas». Ninguna mujer le duraba mucho, y él se enorgullecía de eso. Por supuesto, todas se volvían locas por él. No puedo entender por qué. Las comparaba con los autobuses.

– ¿Los autobuses?

– Que cuando se va uno, siempre viene otro.

– Qué bien -Jennifer sintió que se le encogía el estómago al escuchar aquellas palabras-. Conocí en una ocasión a un hombre que solía decir algo parecido: que el mundo estaba lleno de mujeres. Así es como lo decía él, pero supongo que querría decir lo mismo.

– No creo que Steven lo expresara con tanta seriedad -declaró Mike-. Para él era más bien un juego. No se lo habría dicho, pero al ver que ya estaba comprometida, me pareció que sería lo correcto.

– Muy bien. Así podrá contármelo todo. Steven era un auténtico donjuán en aquel tiempo, ¿verdad?

– Se lo diré. No se le resistía ninguna mujer. Era un espectáculo penoso. Diablos, nunca le habría contado esto, sobre todo cuando me ha sacado de un apuro, pero es así. Es tan condenadamente seguro de sí mismo…

– Sí que lo es -murmuró Jennifer-. Bueno, probablemente algún día se lleve un buen chasco.

– No si puede evitarlo. Steven solía decir que ninguna mujer es lo suficientemente especial como para que un hombre haga el ridículo por ella.

– Así que decía eso, ¿eh? -Jennifer se reclinó en su silla, furiosa. Aunque nada de aquello tendría por qué sorprenderla. Ya sabía cómo era Steven, y además, era a David a quien amaba.

– Una vez fuimos a una boda -recordó Mike-. Era muy ostentosa, con mucho aparato, y él se quedó horrorizado. Dijo que las bodas eran una conspiración de las mujeres para poner en ridículo a los hombres, y que él nunca caería en aquella trampa -de pronto la miró con expresión culpable-. Pero probablemente esté hablando de más y…

– Tonterías. ¿Qué mal puede haber en ello? -inquirió Jennifer con tono ligero.

– Su amigo ya viene hacia acá. Será mejor que me vaya.

– No se los olvide -le señaló los gemelos.

– Si insiste… gracias.

Cuando se acercaba a la mesa, David lo vio retirarse apresuradamente, y miró asombrado a Jennifer.

– ¿Es que te dedicas a regalar estos gemelos a todo el mundo en Londres, o son los mismos que vi contigo una vez? -le preguntó-. ¿Jennifer? ¡Jennifer!

– Lo siento -repuso, volviendo a la realidad.

– ¿Y bien?

– Perdona.

– ¿Has llegado a alguna conclusión?

– Sí -respondió, con expresión más animada-. He decidido que ya es hora de que empiece a jugar yo por mi cuenta.

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