Volvieron en autobús a la población, subieron al coche y se marcharon.
– Bueno, no ha sido para nada el día que había planeado -comentó con tono irónico Steven mientras conducía-. Pero al menos ha sido instructivo.
Se detuvieron en un antiguo pub, con una terraza al aire libre. Mientras comían en una mesa cercana a un estanque, Jennifer le comentó con tono suave:
– Míralo de otra forma. Estabas en deuda con él, y se la pagaste proporcionándole una próspera jubilación. ¿Por qué no debería haber seguido su propio camino?
Steven asintió abstraído y comió en silencio durante un rato. Al final dijo:
– Por supuesto, tienes razón. ¿Quién era yo para exigirle que se transformara en un empresario próspero y eficiente? Era un anciano. Para entonces debía de estar harto de trabajar.
– ¿Pero aun así no es lo mismo, verdad?
– No. Sigo teniendo esa irracional sensación de que traicionó mi confianza… lo cual es absurdo, supongo -sonrió con irónica expresión-. Mi problema es que me gusta organizarle la vida a la gente. Y no sé por qué este caso en particular ha podido molestarme tanto. Es como si Dan hubiera sido la única persona en la que pudiera confiar.
– ¿Y no confías en nadie más?
– Sí, en ti -respondió, para asombro de Jennifer. Y añadió al ver su expresión-: No te lo esperabas, ¿verdad?
– No podías haber dicho algo que me hubiera sorprendido más.
– Confío plenamente en ti. A pesar de nuestras discusiones, creo que eres la persona más honesta y honrada que he conocido. Creo, o más bien sé, que nunca traicionarías a alguien que confiara en ti.
Que Steven Leary le estuviera diciendo aquellas cosas la dejó literalmente sin habla. Había un matiz de ternura en su voz que nunca había oído antes. Mirándola con una nueva e insólita expresión, tomó una mano entre las suyas y pronunció:
– Jennifer…
– ¡Steven, por favor! Mi vida ya es bastante complicada como para que tú la compliques aún más.
– ¿A causa de David?
– Bueno, sí. ¿Acaso ahora mismo no lo estoy engañando a él?
– No. De manera natural e inevitable, lo vuestro está llegando a su final. No te conviene, y los dos estáis empezando a daros cuenta de ello -como no contestó, le apretó suavemente las manos mientras le preguntaba-: ¿Lo llamaste anoche, después de que yo me fuera?
– No -se dijo que debería haber telefoneado a David, quien esperaba ansioso lo que tenía que decirle acerca de Martson. Pero no había sido capaz de hacerlo.
– ¿Te llamó él?
– No. No me preguntes por David, por favor, Steven.
– No puedo evitarlo. Estoy celoso. Quizá no tenga ningún derecho, pero me siento celoso de cada hombre que te ha conocido en el pasado, que te ha tocado, que te ha besado… ¡que el diablo me lleve! No puedo seguir así.
– ¿No deberíamos quizá dejar de vernos?
– ¿Quieres hacer eso? -se apresuró a preguntarle Steven.
Jennifer negó lentamente con la cabeza. Pero la manera en que lo había engañado para concertar el encuentro de la noche anterior pesaba terriblemente sobre su conciencia.
– Steven… hay algo que debería decirte… sobre la razón por la que te llamé ayer.
– ¡Shhh! -le puso delicadamente un dedo sobre los labios-. No hay necesidad de que me digas nada. Te conozco mejor de lo que crees.
– Quizá no me conozcas tan bien.
– Conozco lo más importante: la verdad de tu corazón. Me llamaste por… razones de tu propio interés, digámoslo así. Es lógico que algunas cosas no deban ser expresadas.
Jennifer se dio cuenta de que Steven pensaba que se había inventado una excusa para buscar su compañía. Pero, ¿acaso no tenía razón? No podía decirle más. Estaba cayendo bajo su hechizo, admirada de que Steven le hubiera abierto finalmente su corazón. La mujer que en aquel momento se estaba enamorando de Steven Leary apenas había nacido hacía unos momentos. Enterraría su secreto en lo más profundo de su corazón, para que jamás pudiera interponerse entre ellos.
Hablaron poco durante el resto de la comida. Jennifer se sentía feliz simplemente estando sentada allí, saboreando la caricia del sol, disfrutando de su compañía mientras su relación se hacía cada vez más profunda. Steven era arrogante y orgulloso, y a veces irracional, impaciente y de carácter difícil. Pero el inesperado descubrimiento de su vulnerabilidad la había conmovido profundamente. Por unos instantes él realmente la había necesitado, y no había temido revelarle esa necesidad. A partir de entonces todo había seguido su curso natural, hasta aquel momento en que tenía la sensación de encontrarse en el umbral de un nuevo y maravilloso futuro.
Regresaron a casa. Una vez, cuando se detuvieron en un semáforo, Steven la tomó de la mano y se la apretó suavemente; luego siguió conduciendo sin pronunciar una sola palabra. Jennifer se sentía rebosante de felicidad. Aquella pasión era tan dulce… tanto como su creciente intimidad. En un momento en que el coche se detuvo de nuevo, Steven le dijo:
– Todavía no te he explicado lo de Martson.
– ¿Martson? Ah, sí. Martson.
No lo había recordado; todo excepto Steven le resultaba ya distante e irrelevante… Mientras entraban en la casa, cada movimiento le parecía especial, cargado de reveladores significados: el sonido de su llave en la cerradura, o el de la puerta al cerrarse a sus espaldas, cuando se volvió para descubrir que Steven la estaba mirando. Ya había oscurecido para entonces, pero en la penumbra reinante alcanzó a leer en sus ojos una confusión, una indecisión que jamás había visto antes. Jennifer también se sentía confundida, y sólo pudo susurrar su nombre. Al momento siguiente se encontró en sus brazos, sintiendo la caricia de sus labios en los suyos…
Fue un beso distinto de cualquier otro que le hubiera dado. En aquella ocasión Jennifer percibía un ansia extraña, casi una súplica.
– Sabes que te deseo, ¿verdad? -murmuró Steven.
– Sí, pero…
– Sshh. «Pero» es para los cobardes. Y tú no eres una cobarde. Eres lo suficientemente fuerte para hacer lo que quieras. Sólo existe un «sí» o un «no» para esta pregunta.
La estaba besando entre cada palabra, tentándola con sus labios. Jennifer se esforzaba por pensar, pero Steven se lo estaba impidiendo a propósito, y se aferró a él, ansiando permanecer en sus brazos para siempre.
– Abandona a David y vivamos una aventura juntos -murmuró Steven.
– ¿Una aventura?
– Tú no necesitas casarte, Jennifer, al menos no lo necesitas más que yo. Incendiemos juntos el cielo, vayamos juntos a todas partes, dejemos que el mundo sepa lo que sentimos el uno por el otro.
Jennifer se apartó para mirarlo con expresión desafiante.
– Quizá sintamos cosas distintas.
– Sentimos lo mismo. Lo que pasa es que yo soy sincero, y tú no. ¿Sabes con cuánta desesperación ansío acostarme contigo en este momento?
– ¿Esa es tu idea de una relación romántica?
– Es una sincera declaración hecha a una mujer a la que siempre le ha gustado hablar claro. ¿No estás enamorada de mí más de lo que yo lo estoy de ti, verdad?
– No -se apresuró a responder-. No estoy enamorada de ti.
– Entonces nos pertenecemos el uno al otro, y lo sabes -en aquella ocasión su beso tuvo un fiero y arrebatador propósito, como si hubiera despejado toda duda y estuviera seguro de su victoria-. Me perteneces -musitó-. ¿Verdad? ¿Verdad?
Jennifer intentó responder, pero era como si sus sentidos no la obedecieran. La palabra «sí» tembló en sus labios, y en un rapto de locura quiso gritarle que era suya y solamente suya. Entonces una nueva vida empezaría para ella, llena de gozo, alegría y pasión. Un segundo después pronunciaría aquella palabra fatal, sin importarle las consecuencias… Pero de pronto sonó el teléfono.
– ¡Diablos! -musitó Steven.
– Déjalo -susurró ella-. El contestador está conectado.
Al cabo de un par de llamadas, oyeron la voz de Jennifer sugiriendo que dejaran un mensaje. Y luego la de David.
– Jennifer, llevo todo el día intentando localizarte. ¿Has podido averiguar algo sobre Martson? Dijiste que tenías una forma infalible de lograrlo. Ya sabes lo mucho que significa para mí, cariño.
Sintió que Steven se tensaba en sus brazos antes de apartarse.
– ¡Dios mío, sí que eres inteligente!
– ¡Steven… no! No es eso -exclamó aterrada.
– Es exactamente eso -estaba terriblemente pálido-. Me has engañado. No lo niegues. Después de todo, has ganado; deberías sentirte orgullosa.
– No, por favor, escúchame…
– ¿Era por eso por lo que me llamaste para que saliéramos juntos, verdad?
– ¿Steven…
– ¿Era por eso?
– Sí, pero…
– Y yo caí en la trampa. ¡Cuánto has debido de reírte de mí! Fui lo suficientemente estúpido como para olvidarme de David. Porque todo esto se trata de David, ¿eh?
– No lo hice por David -gritó-. Lo hice por mí. Quería darte un escarmiento. Y, si quieres saberlo, te diré que esa información era para él, sí, pero sólo quería conseguirla por el placer de irritarte…
– ¡Oh, por favor…!
– Sé que fue una estupidez y cambié de idea. Hoy…
– No menciones el día de hoy a no ser que quieras que haga algo de lo que podamos arrepentimos los dos. Cuando pienso que yo… ¡maldita sea!
Jennifer se volvió hacia otro lado, incapaz de soportar la furia y el dolor que veía en sus ojos. Pero apenas se había movido, cuando él la agarró por los hombros.
– Mírame. Mírame a la cara, si puedes. Te consideraba una mujer sincera, Jennifer.
Sin previo aviso, la atrajo hacia sí para besarla en los labios. Fue un beso mezclado de deseo, dolor y furia vengativa. Su rabia la alarmó, pero junto con el miedo se abría paso un ansia primitiva; casi a pesar de sí misma, entreabrió los labios y su cuerpo empezó a moverse invitador contra el suyo.
– ¿Cómo puede una mujer besar así, cuando todo esto no ha sido más que una farsa? -gruñó Steven contra su boca.
– No ha sido…
– ¡Cállate! No quiero oír nada que tengas que decirme -y la besó de nuevo-. El corazón te late acelerado. Apuesto a que incluso sabes fingir eso.
– Steven, por favor…
– ¡Pequeña mentirosa! ¿Y todo para qué? En beneficio de esa mediocridad que te encargó hacer el trabajo sucio. ¿Pensó acaso en lo lejos que podrías llegar para conseguirle lo que deseaba? ¿Le importaba? Que el infierno se congele si consiento alguna vez que mi mujer corra algún peligro por mí. ¿O ni siquiera tuviste el suficiente sentido común para darte cuenta de que estabas haciendo algo peligroso? ¿Creíste que podrías manipularme como si fuera un muñeco sin sufrir luego las consecuencias?
De repente Jennifer recuperó las fuerzas, y se las arregló para liberarse.
– No te temo -exclamó.
– Entonces es que eres una estúpida.
– Sólo fue un truco infantil e inocente, y además anoche cambié de idea. En todo el día de hoy no he pensando ni una sola vez en David. Y no hay lugar para él en mis pensamientos porque… tú y yo… ¿Cómo no puedes darte cuenta de que lo de hoy ha sido diferente…?
– Sí que lo ha sido -repuso él con voz ronca-. Tan diferente que hoy he descubierto cómo eres en realidad.
– Quiero que te vayas hora mismo, Steven -le dijo Jennifer, emitiendo un profundo y tembloroso suspiro.
Steven recogió la carpeta del caso Martson, que antes había dejado sobre la mesa, y se dispuso a marcharse. Pero en el último momento se detuvo, emitió una corta risa burlona y se la lanzó:
– Tómala. Has trabajado duro para conseguirla.
Y la puerta se cerró sigilosamente a su espalda.
– Querida, eres maravillosa. Pero, ¿cómo la has conseguido? -David estaba hojeando el informe mientras hablaba.
– Simplemente se la pedí a alguien al que se le dan bien estas cosas -respondió Jennifer.
– Aquí hay un material importante, muy delicado. Bien hecho -David se inclinó para darle un beso.
Se encontraban en la oficina de David. Jennifer había ido allí a la mañana siguiente para entregarle la carpeta Martson. En aquel preciso instante, Penny entró en el despacho con una bandeja de café. Después de servirlo, le lanzó una respetuosa sonrisa a Jennifer y se retiró.
– Parece que hoy Penny está un poquito pálida -observó-. ¿Es que está enferma?
– No, no, se encuentra perfectamente -se apresuró a afirmar David-. De hecho, eres tú la que estás pálida.
– Anoche me acosté tarde.
– Sí, te dejé un mensaje en el contestador. ¿Va todo bien?
– Sí, claro.
Jennifer se dijo que era normal que estuviera pálida: no había conseguido cerrar los ojos después de que Steven se hubo marchado. Se sentía incapaz de ordenar sus pensamientos y sensaciones. Era como si la furia y la tristeza batallaran en su interior. Tan pronto se sentía furiosa con Steven por las cosas que le había dicho, como llena de remordimientos por lo que ella le había hecho a él.
El día anterior había vislumbrado al hombre verdadero que se ocultaba detrás de su apariencia. Steven se había abierto a ella lo suficiente para revelarle los matices de su compleja personalidad. Ya sabía que tenía un carácter sensible y generoso. Cuando le había preguntado en quién confiaba, le había respondido que en ella, dejándola boquiabierta y sin aliento. Y Jennifer había traicionado aquella confianza. Una y otra vez se había dedicado a rememorar aquella discusión. Steven se había quedado amargado, y su amargura se había expresado como furia. ¿Había habido también tristeza, incluso desesperación, o simplemente lo había imaginado?
Volvió a su oficina, y durante el resto del día estuvo saltando de ansiedad cada vez que sonaba el teléfono. Pero nunca era Steven. Ni ese día, ni el siguiente. Ni la siguiente semana.
Una vez que ya estaba al tanto de lo sucedido, Jennifer podía identificar bien los cambios que iba experimentando Trevor. Su gesto adusto había desaparecido y sonreía con mayor frecuencia. A veces incluso se reía. Era un hombre inmensamente feliz, y eso lo había transformado. Jennifer lo observaba complacida, pero no le mencionó en ningún momento la noche que lo había visto con Maud. Trevor tampoco le comentó nada, y Jennifer incluso se preguntó si sabría acaso que ella también había estado allí.
Un día la propia Maud la invitó a comer con ella en un restaurante italiano. Jennifer se quedó sorprendida al descubrir los platos que pedía, demostrando un excelente apetito.
– Creía que las modelos comíais como pajaritos.
– No; la mayor parte de nosotras comemos como caballos. Además… ahora estoy comiendo por dos.
– ¿Quieres decir que…?
– Que estoy embarazada -declaró con radiante expresión.
– Pero si hace menos de un mes que Trevor y tú os conocéis…
– No hemos perdido el tiempo -le explicó Maud, palmeándose el estómago con una sonrisa.
– Pero tu carrera…
– Ya estoy harta de ella. Ahora quiero otra cosa. Creo que una parte de mí estaba esperando secretamente a que llegara Trevor…
– Maud, ¿de verdad estás… enamorada de él?
– Claro que sí -la joven la miró asombrada-. Es maravilloso.
– ¿Maravilloso? ¿Trevor?
– Sólo necesita a alguien que lo ame y lo comprenda.
– Tiene una familia.
– Pero siempre se ha sentido desplazado por ti y por tu abuelo.
– No lo entiendo.
– Trevor siempre ha estado celoso de la relación especial que tenías y sigues teniendo con Barney. Él adora a tu abuelo, hace todo lo posible por complacerlo, pero no puede entrar en vuestro círculo encantado.
– ¿Él te ha contado todo eso?
– Claro que no. El pobre no sabría cómo expresarlo. Pero lo he visto, lo he descubierto en su rostro.
– ¿Me estás diciendo que es por eso por lo que Trevor tiene un carácter tan gruñón?
– Siempre se ha sentido como en un segundo lugar. Pero ya no -Maud se palmeó el estómago otra vez-. Con nosotros, él siempre será el primero.
Jennifer sonrió, absolutamente encantada.
– ¿Sabe ya lo del bebé?
– Aún no. Esta noche voy a sorprenderlo. Quiero casarme muy pronto. Mi vestido de novia es verdaderamente impresionante, pero necesito ponérmelo antes de que comience a engordar…
– ¿Tu vestido de novia? -inquirió asombrada Jennifer.
– Soy una persona muy organizada -explicó Maud de forma innecesaria.
Cuando Trevor se presentó al día siguiente en la oficina, Jennifer ya sabía que Maud le había contado lo del bebé. Lo siguió a su despacho.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -le preguntó él, esbozando la sonrisa más cándidamente feliz que le había lanzado en mucho tiempo.
– Podrías contarme lo de anoche -le respondió en seguida Jennifer-. Ayer estuve comiendo con Maud.
– Vamos a casarnos -anunció encantado, y le dio un fuerte abrazo.
– Estoy tan contenta… Siempre y cuando tú seas feliz…
– ¿Feliz? Yo antes no sabía lo que era la felicidad. Ella es lo que siempre he querido. Después de la muerte de mamá… me sentí de alguna forma perdido y…
– Lo sé.
– Pero ya no volveré a sentirme solo -declaró con sencillez-. Supongo que tú te habrás sentido igual.
Jennifer asintió, sonriéndole. Trevor le devolvió la sonrisa. Y de nuevo volvieron a ser los hermanos de siempre. Ella preparó un café y estuvieron charlando durante cerca de una hora, como hacía mucho tiempo que no hacían. Jennifer miraba a su hermano con ternura, deleitada por la transformación que veía en él. Pensó que así debía ser el amor: algo que sacaba a la luz lo mejor de cada persona. Significaba conocerse a sí misma con total certidumbre, no estar atormentada por las dudas. El amor, claro y directo, convertía el mundo en sencillo, respondía todas las preguntas. ¿Por qué ella no podía experimentar lo mismo?
Si alguien le hubiera dicho que a la noche siguiente estaría sentada en el Savoy, celebrando su compromiso con David, de seguro que Jennifer no le hubiera creído…