Capítulo once

Wade se levantó y desentumeció su espalda. Se sentía satisfecho porque había empezado a hacer progresos con su nueva novela. Fue al frigorífico para procurarse una bien merecida cerveza. Había decidido que la ficción era preferible a los hechos de su vida real. Pensó en la posibilidad de emborracharse. Había hecho cosas extrañas desde que había llegado a Kinley, pero emborracharse deliberadamente era demasiado.

Salió al porche y se dejó caer en el balancín. El sol estaba muy bajo en el horizonte por lo que su luz era soportable. Pero era una ilusión, como Leigh. Si se aproximaba demasiado, le quemaría.

Se había jurado a sí mismo no dejar que sucediera, pero había sucedido. Estaba resentido consigo mismo y con Leigh. La atracción no era un antídoto lo bastante fuerte como para curar la traición. Sin embargo, tenía que reconocer que la había tratado de una forma mezquina. Su justificación se basaba en que era el único medio de que disponía para mantenerla a distancia. Ni siquiera se atrevía a desafiar a su familia e invitarle a cenar. Su reconocimiento de que había estado con él la noche en que Sarah había desaparecido no lo apaciguaba. Nadie la creía y sólo había servido para que todos sospecharan aún más de él.

Si no hubiera sido por las amenazas de Burt habría cogido sus cosas para marcharse al día siguiente. Quería resolver el misterio, pero no estaba más seguro en Kinley que las niñas desaparecidas. La diferencia era que no peligraba su vida, sino su corazón. La paradoja era que todavía deseaba tener a Leigh entre sus brazos.

Alzó la vista y, como conjurada por su pensamiento, allí estaba Leigh. Llevaba un vestido amplio y azul que la hacía parecer como recién salida de un sueño.

– Hola, ¿sigues enfadado conmigo? -preguntó ella con una sonrisa nerviosa.

El atardecer bañaba a Wade en una luz dorada. Leigh no recordaba haber visto otro hombre tan atractivo en pantalones cortos y camiseta. Su mirada recorrió todo su cuerpo y acabó sonrojándose al darse cuenta de que debía estar observándola.

– ¿De dónde sales? -dijo él, ignorando deliberadamente su pregunta.

– Llamé a la puerta y como no me contestaste pensé que podías estar aquí detrás. ¿Y bien?

– Y bien, ¿qué?

– ¿Sigues enfadado conmigo?

– Eso depende de si has traído algo de cenar.

– ¡La cena! ¡Ya decía yo que se me olvidaba algo!

Wade sonrió. Una sonrisa que animó a Leigh. Ella le había herido, pero no podía prescindir de ella como Leigh tampoco podía vivir sin él.

– Quizá puedas reparar tu falta y ayudarme a improvisar algo.

– ¿Estás invitándome a cenar? -preguntó ella con un revoloteo de pestañas conscientemente provocativo.

– La verdad es que te estoy invitando a que hagas la cena. Bueno, si todavía no has cenado. Se me ha ido el tiempo volando. He estado trabajando todo el día y necesito distraerme. Vamos a la cocina.

– ¿Escribes un libro nuevo? Es maravilloso, Wade. ¿Vas muy adelantado? ¿De qué trata? ¿Dónde se desarrolla?

– ¡Eh! ¡Eh! Un artista no desvela sus secretos el mismo día de escribirlos.

Wade abrió un armario y sacó una caja con etiqueta mejicana.

– Vamos a cenar tacos, ¿te parece bien? Estupendo. Yo doraré la carne y tú te encargas de la lechuga, el tomate y el queso.

– No me creo que no puedas adelantarme algo del libro -insistió Leigh de buen humor.

Parecía que la había perdonado. No había asistido a los funerales y la había invitado a cenar. El muro que les separaba persistía, pero podía poner todo su empeño en derribarlo.

– Te diré de lo que no trata. No hay crímenes, ni mutilaciones, ni amodorradas ciudades sureñas. Si quieres saberlo, te diré que está basado en parte en la vida de Ena, pero todavía no he ultimado los detalles. Es la historia de una mujer lo bastante valiente como para dejarlo todo y comenzar una nueva vida.

– Ena se hubiera sentido muy orgullosa. ¡Cómo me gustaría que siguiera con vida!

Trabajaron en un silencio amistoso muy diferente al de su primer encuentro en aquella casa. Entonces habían actuado como enemigos que se observaban mutuamente. A Leigh le parecía imposible que sólo hubiera pasado un mes. Inesperadamente, se echó a reír.

– ¿Qué ocurre? -preguntó él, alzando una ceja.

– Nada. Sólo que no puedo creer que esté haciendo tacos con el célebre autor del Más allá.

Wade se sorprendió. Más allá era una de sus primeras novelas. En ella exploraba las posibilidades de la reencarnación. Contaba la historia de un joven retrasado que tenía destellos de inteligencia tan deslumbrantes que los demás creían que había vivido una vida anterior.

– ¿Lo has leído? Creí que no estaba bien distribuido.

– No lo compré. Sé que no debí hacerlo, pero un día vi el que tenía Ena y me lo llevé. Todavía estaba en la casa de mis padres. Me encerré en mi cuarto y lo leí de un tirón. Creo que es brillante.

– No lo sabía. ¿Has leído algún otro?

– Sí -confesó ella algo avergonzada-. Sabía que se los mandabas a Ena para que los leyera. Tenía la costumbre de dejarlos por ahí cuando los terminaba. Ahora pienso que lo hacía para que yo los leyera. Sabía que me interesaban, pero que nunca se los pediría.

Wade puso la carne picada en la sartén sin saber a qué atenerse con aquella confesión. Justo cuando pensaba que la conocía ella se salía de sus cálculos. ¿Sería posible que se equivocara con ella? Rechazó el pensamiento, era demasiado arriesgado.


Después de cenar, ordenaron la cocina y se sentaron en el porche a tomar el fresco. Wade tenía el brazo sobre el respaldo del balancín, pero sus cuerpos no se tocaban. Leigh se imaginó que eran un matrimonio descansando de las fatigas de un día ajetreado. ¿Se haría realidad su sueño alguna vez?

– Siento haberte tratado rudamente la otra noche -dijo Wade con esfuerzo.

Las disculpas no eran su fuerte y todavía tenía muchos motivos para estar furioso. Pero ella le había ofrecido la paz y él no podía rehusar.

– Quizá tuvieras razón con lo del funeral.

– Yo también lo siento, Wade. Sinceramente, creo que ha sido lo mejor. Y nunca se me ocurrió que quisieras cenar con mi familia. Mi madre y Burt no son precisamente miembros de tu club de admiradores.

Leigh no le contó la discusión con su familia porque no veía necesidad de echar sal en la herida. Wade ya tenía bastantes problemas como para preocuparle con las relaciones que ella mantenía con su madre.

– Lo sé, pero me hubiera gustado que no te avergonzaras de mí ante ellos.

– ¡Wade! No me avergüenzo de ti. Lo que ocurre es que mi familia es… eso, mi familia. Aceptar a la gente no se cuenta entre sus virtudes.

– No habrás seguido husmeando en la muerte de Sarah, ¿verdad? -preguntó Wade para cambiar de tema.

– La verdad es que sí -dijo ella, nerviosa-. ¡Déjame acabar! Abe Hooper estuvo en la iglesia actuando de una forma muy extraña. Interrumpió cada vez que pudo al reverendo desde la puerta.

– Leigh, dijiste que lo dejarías después de lo que ocurrió en tu casa.

– Yo no. Fuiste tú quien lo dijo. ¿Quieres que te cuente lo que ocurrió en el funeral o no?

Wade guardó silencio y Leigh se sintió aliviada de despertar su interés ya que no su aprobación.

– El reverendo comenzó diciendo que nunca sabríamos los motivos de la muerte de Sarah y Abe le gritó que por qué no. Cada vez que el reverendo aludía a los aspectos oscuros de su desaparición o de su muerte, Abe gritaba lo mismo, «¿por qué?». Al final, Burt le hizo salir.

– Y, naturalmente, tú tuviste que seguirle.

– Al principio no quiso hablar conmigo, pero luego cambió de opinión. Pretendió haber visto con sus propios ojos cómo te habías llevado a Sarah aquella noche. Aún intento explicarme por qué diría una cosa así.

Wade se preocupó. Un cerebro trastornado por la bebida. ¿No le había gritado Abe que se arrepintiera de sus pecados?

– ¿Y tú qué crees?

– Yo creo que alguien intenta con todas sus fuerzas que las pruebas apunten hacia ti. Examinemos la evidencia. Vuelves a la ciudad y desaparece otra niña. Encuentran los restos de Sarah cerca de nuestro remanso. Y para completar el cuadro, un viejo chiflado jura que te vio hacerlo.

– Olvidas el descubrimiento de que mi padre estaba loco.

– No olvido nada, Wade. Me limito a enumerar los hechos. Alguien intenta incriminarte y tengo la impresión de que nos estamos acercando. Primero está lo sucedido en mi habitación y luego la llamada de anoche.

– ¿Qué llamada? -preguntó él con todos los sentidos alerta.

– ¡Oh! No fue nada. He estado recibiendo llamadas que colgaban nada más contestar en estos últimos días. Sin embargo, anoche no colgó. Me dijo que me mantuviera lejos del pasado.

– ¿Nada más?

– No. Dijo que me mantuviera lejos del pasado o que me arrepentiría.

– ¿Por qué no me lo has dicho hasta ahora? -dijo él, cogiéndola por los hombros con fuerza.

No podía entenderla. Era tan frágil y, sin embargo, decidida e independiente. Wade quería protegerla, pero ella actuaba como si no lo necesitara.

– Te lo estoy diciendo. Y, por favor, ¿quieres soltarme? Me haces daño.

Wade obedeció. No se había dado cuenta de lo fuerte que la sujetaba.

– Lo siento -se disculpó-. No sabía que te habían amenazado. Se lo habrás dicho a Burt, por supuesto.

Leigh hizo un gesto negativo y él lanzó un juramento. Sentía que ella había llegado demasiado lejos en su imprudencia.

– ¡Maldita sea, Leigh! Esto no es un juego. El culpable ya ha matado una vez y no podemos saber si lo hará de nuevo. No puedes manejarlo.

– No. Le estoy poniendo nervioso.

– Es a mí a quien estás poniendo nervioso. ¿No crees que le corresponde a Burt investigarlo? Te puede pasar cualquier cosa.

A la escasa luz del atardecer, Leigh distinguió la preocupación que había tras el enfado de Wade. Cabía la posibilidad de empezar de nuevo. Pero si querían conseguir la felicidad juntos no había otra solución que seguir adelante y terminar lo que habían comenzado.

– A ti te puede ocurrir algo peor si no llegamos al fondo del asunto. Algo como que te arresten bajo una acusación falsa.

– Eres una cabezota -dijo él, dando un manotazo sobre el balancín.

No quería admitir su derrota. Le resultaba imposible hacer que Leigh cambiara de opinión. Su cerebro trabajaba a marchas forzadas para intentar disuadirla.

– De todas formas, me parece que ya hemos hablado con todo el mundo que tenía algo que decir. Opino que hemos llegado a un punto muerto en la investigación.

Leigh se quedó un momento pensando. ¿Había hablado con todo el mundo?

– ¡Everett! -exclamó-. Tiene gracia. Le veo casi todos los días y hablamos de cualquier tema, pero nunca hemos hablado sobre lo que sucedió aquella noche.

– Entonces, hablaremos con él -dijo Wade, pensando que era mejor unir fuerzas ya que ella no estaba dispuesta a cejar en su empeño.

– No seas tonto. No adelantaríamos nada. Ya sabes lo que siente por ti. Y no me mires así. No voy a correr ningún peligro. Lo conozco desde siempre.

– Es probable que también conozcas al asesino desde hace años. Vamos, te acompañaré a tu casa.

Se puso en pie y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Cuando Leigh la tomó, no pudo resistir el impulso de tirar de ella y abrazarla. Sus bocas se unieron como si fueran una sola y Leigh cerró los ojos para saborear el deseo que ardía en sus entrañas. Wade no se había afeitado, pero eso sólo añadía más excitación a la urgencia. La besó como si no quisiera volver a respirar y ella le respondió con todo su ser. No importaba la desaprobación de su madre ni las sospechas de toda la ciudad, sólo quería estar entre sus brazos.

Wade se separó de ella haciendo un esfuerzo. Aunque quería pedirle que se quedara a dormir, la tomó de la mano y echaron a andar en la oscuridad. Cuando llegaron a su casa, volvió a resistir el impulso de tomarla en brazos y subirla a su habitación. Estaba seguro de que ella se lo permitiría, pero no estaba preparado para aceptar lo que Leigh tenía que ofrecer. Pero ninguno de los dos estaba preparado para que la noche acabara en la puerta de la casa.

– ¿Por qué no pasas y nos preparamos un café?

– No tomo café -contestó él sin saber si la estaba rechazando o sólo era sincero.

– Yo tampoco -confesó ella-. ¿Qué te parece un té helado?

– ¿Qué sureño que se respete podría rehusar esa oferta?

Intercambiaron sonrisas y fueron a la cocina que era sorprendentemente pequeña comparada con el tamaño de la casa. Había algo muy íntimo en la sensación de ver a Wade sentado en su cocina, algo cálido y reconfortante. Leigh se sentó a su lado.

– ¿Qué ocurre? -preguntó al ver que fruncía el ceño.

– Me acabo de dar cuenta de que no tienes cuadros en la casa. Es un poco extraño para una persona que se volvía loca por el arte.

– No tanto. Después de que lo dejé, no quería que nada me lo recordara.

– Entonces lo echas de menos.

– Y no me había dado cuenta hasta hace muy poco. Estuve tentada de abrir el trastero y recuperar el tiempo perdido.

Wade estaba de pie antes de que ella hubiera terminado de hablar. Le cogió fa mano.

– Vamos. Te ayudaré a limpiar las telarañas.

Quince minutos después, los dos estaban sentados en el suelo del trastero rodeados de telas que Leigh observaba con ojo crítico.

– Eras muy buena -comentó él, mirando los lienzos.

Había uno grande sobre uno de los acontecimientos del año en Kinley, la bendición de la flota pesquera. Había otra de unos niños jugando en torno al viejo roble que presidía el centro de la ciudad. Otra era una vista de la calle donde Wade había crecido pero parecía diferente, como invadida por la melancolía.

– La pinté justo después del secuestro de Sarah.

El cuadro estaba manchado por una curiosa mota roja. Wade la rascó distraídamente con el dedo, pero no salió.

– Todo parecía triste aquel día. Éste fue el último cuadro que pinté antes de guardarlo todo para siempre.

– No lo sabía.

– ¿Cómo podías saberlo?

Wade cogió un retrato suyo. Leigh lo recordaba porque consideraba que era lo mejor que había hecho nunca. No solía poner mucha imaginación en sus obras prefiriendo ceñirse a la realidad, pero aquel lienzo era diferente. Lo había pintado de memoria.

Naturalmente, tenía un aspecto más juvenil. Los ojos le brillaban y no tenía las marcas de los años en el rostro. Al verlo, Leigh recordó por qué había desafiado las iras de sus padres para verse a escondidas con él. Wade representaba el peligro y la emoción. Era lo que la había arrastrado hacia él al principio, sin embargo, no era eso lo que la había mantenido amándolo. Leigh descubrió que tenía dificultades para separar el joven Wade del maduro en lo profundo de su corazón.

– No recuerdo haber posado para este cuadro.

– No posaste. Así es como yo te veía.

Wade la miró un momento. Al pensar cómo podría haber sido una parte de la amargura salió a la superficie. Optó por levantarse.

– Se hace tarde. Me voy.

Leigh no pudo imaginarse por qué había cambiado tan repentinamente de humor. Quizá nunca llegara a conocerlo como antes. Era un pensamiento consolador.


Burt entró sudando a la tienda de los Hampton. Leigh estaba sentada tras la caja, hojeando una revista. Se levantó al verlo.

– ¿En qué puedo ayudarte?

Leigh no había vuelto a hablar con él desde que le había informado de la amenaza anónima. Esperaba que se tratara de otra advertencia para que se mantuviera fuera de su investigación. Pero Burt tenía otras preocupaciones en la cabeza.

– ¿Qué tal un paquete de cigarrillos? -dijo él, pasándose la mano por la frente.

– ¿Cigarrillos? Burt, dejaste de fumar hace meses.

– Necesito fumar. No bastaba con que no supiéramos nada de Lisa. Ahora Abe Hooper ha muerto. Y yo que pensaba que ser el jefe de policía de Kinley sería un trabajo sin tensiones. No sé lo que está pasando. Debe ser algo en el aire o en el agua potable.

– ¿Abe muerto? -repitió ella, atragantándose-. ¿Cómo?

– Tendré que esperar a los resultados de la autopsia, pero parece que se ha ahogado. Lo han encontrado flotando boca abajo en el arroyo Mason.

– ¿Ha habido algo sospechoso en su muerte?

– ¿Qué clase de pregunta es ésa, Leigh? Sabes tan bien como yo que Abe siempre andaba borracho. Se cayó al agua y no pudo levantarse.

Leigh tenía otra opinión. Las coincidencias eran demasiadas. ¿No utilizarían la muerte de Abe para culpar a Wade?

– ¿Y esos cigarrillos, Leigh?

Leigh salió de su ensimismamiento y le alcanzó un paquete de su marca preferida. Burt se detuvo un momento más antes de salir.

– Leigh, tu madre está muy molesta por lo que sucedió en la cena. Creo que deberías llamarla.

Sin embargo, durante el resto de la tarde, los pensamientos de Leigh estuvieron centrados en Abe Hooper en vez de en su madre. Se daba cuenta de que si se demostraba que había sido un asesinato, todo volvería a apuntar hacia Wade. Nadie había sido testigo de su conversación con el viejo. Wade era inocente. Entonces, ¿por qué Abe había acabado ahogado? Resolvió que debía hablar con la única persona con que no lo había hecho, Everett. El teléfono sonó en aquel momento y fue a contestar.

– Almacén Hampton, dígame.

– Hola. Soy Wade.

No era necesario que lo dijera. Ella podía identificar su voz entre millones.

– Hola Wade. ¿Qué te cuentas?

– Esperaba que no tuvieras nada que hacer esta noche. Me gustaría cenar acompañado.

No era una invitación elegante, pero a Leigh le bastaba. Empezaba a sospechar que sus esperanzas estaban infundadas, pero un hombre no hacía una invitación si no estaba interesado.

– Lo siento. Drew y su novia me han invitado a cenar.

Leigh no añadió que planeaba hablar con Everett después de la cena porque no quería que Wade volviera a advertirla sobre los peligros que corría.

– Quizá en otra ocasión -dijo él sin revelar el menor desengaño en su voz-. Bueno, te dejo que vuelvas al trabajo.

– Espera, Wade. Hay noticias graves. Han encontrado a Abe Hooper muerto en el arroyo Masón. Burt cree que cayó al agua y se ahogó.

Hubo un silencio significativo al otro lado del teléfono.

– Es muy probable. Ya sabes lo alcoholizado que estaba.

No parecía muy sorprendido por la muerte de Abe y Leigh se dijo que no había nada sospechoso en ello.

– ¿Pero no crees que hay algo que no encaja? Es demasiada casualidad que Abe muera después de hablar conmigo.

– No. Dijo que yo era el culpable, ¿recuerdas? Puesto que los dos sabemos que no lo soy, me parece una muerte natural. ¿A ti no?

La pregunta sonaba como un desafío y quizá lo fuera. Si confiaba en él, su confianza debía ser absoluta.

– Sí, tienes razón. Oye, acaba de entrar un cliente y tengo que dejarte. ¿Quieres que cenemos juntos mañana?

– Bien. Quedamos mañana.

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