Leigh canturreaba mientras se acercaba a la casa de Wade. Había pintado hasta que se había quedado sin luz y con el cuello y los hombros doloridos por la falta de costumbre. Estaba tan contenta que iba riéndose. No había acabado el lienzo, pero lo que había hecho demostraba que no había perdido el talento. Momentos después, tuvo que reprimir una oleada de desengaño. Su madre le había enseñado que lo educado era llamar por teléfono antes de hacer una visita. Llamó por segunda vez, pero tampoco obtuvo respuesta.
A unas cuantas manzanas de su casa, Wade aceleró el paso. Tenía que correr para disipar la ira que la visita de Burt le había provocado. Todavía podía oír sus palabras amenazadoras.
– Será mejor que confieses, Wade. Las evidencias se amontonan con más rapidez de lo que puedo recogerlas. ¿Cómo es que nunca me dijiste que solías visitar el remanso donde fue hallado el esqueleto de Sarah?
Era evidente por qué no se lo había dicho. Lo que ya no era tan evidente era quién lo había hecho por él. La única respuesta posible apuntaba a Leigh. Wade se regañó a sí mismo por no haberlo esperado. Casi había empezado a pensar en un futuro a su lado. Wade se rió aunque le dolían los pulmones y aceleró aún más.
Leigh se dio la vuelta y se alejó de la puerta de Wade sin molestarse en disimular su desengaño. Entonces lo vio. Corría a grandes zancadas, devorando la distancia que les separaba. Pero su visita parecía estar más pendiente de sus pasos que de ella. A pocas casas de distancia aflojó el paso a una marcha rápida.
– Hola -saludó ella-. No estabas en casa y ya empezaba a pensar que debería haber llamado.
– Deberías, sí -contestó él, jadeando.
Quería interrogar a Leigh, pero deseaba ser él el que escogiera la ocasión y el lugar. En aquel momento, cansado y jadeante, estaba en desventaja. Y Leigh parecía salida de un anuncio de refrescos para gente guapa.
– He pensado que quizá podría convencerte para que prepararas algo de cenar -dijo ella, atribuyendo la tensión de su rostro al esfuerzo-. Aunque también puedo prepararla yo.
– No tengo hambre.
– Pronto lo tendrás -rió ella.
Intentó no mirar el sudor que le corría por el pecho desnudo. Tenía el vello negro, pero había empezado a ponerse gris. Aquello la entristecía porque le hacía recordar todo el tiempo que habían perdido.
Un ladrido la sobresaltó. Se volvió para ver un perro grande y negro que les amenazaba enseñando los dientes.
– ¿De dónde ha salido?
Wade se encogió de hombros. Aquella era una oportunidad tan buena como cualquier otra.
– No sé de quién es, pero se divierte atormentándome cuando corro. Por lo general, me persigue un par de manzanas. Hoy no me ha visto pasar. Entremos.
– Tengo noticias estupendas -dijo ella sin quitar la vista del perro-. Pero pueden esperar a que te hayas duchado.
– ¿Por qué esperar? Me sentarían bien unas cuantas noticias agradables.
El tono de Wade hizo que Leigh lo mirara detenidamente. Sin embargo, sólo vio un hombre que trataba de recuperar el aliento después de una carrera agotadora.
– He empezado a pintar -dijo ella sin poder contenerse.
– Estupendo -dijo él sin ninguna emoción.
Leigh se dio cuenta de que pasaba algo extraño. Cansado o no, aquella no era la manera en que un amante reaccionaba al día siguiente de haber hecho el amor.
– ¿Qué ocurre, Wade?
Wade atravesó la casa hasta el patio trasero seguido de Leigh. Le indicó que se sentara, aunque él permaneció de pie.
– Burt ha venido a verme hoy -dijo Wade, esperando ver dibujarse en su rostro los colores de la culpabilidad. o ocurrió nada. Leigh lo miraba sin comprender. Un velo descendió sobre el rostro de Wade mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.
– ¿Y bien? -preguntó ella.
– Y resulta que sabe de nuestro remanso. En concreto, sabe que yo pasaba mucho tiempo allí. Y allí encontraron los restos de Sarah.
En vez de la culpa que esperaba descubrir, el rostro de Leigh expresó rabia y otro sentimiento que Wade no supo identificar.
– Y, claro, tú has asumido que he sido yo la que se lo he dicho.
Era triste, pero probaba definitivamente que Wade no confiaba en ella. Podían compartir sus cuerpos, pero no sus almas.
– ¿Y acaso no fuiste tú?
– Por supuesto que no. ¿Por qué iba a hacer algo así? Dime, ¿qué motivos podría tener?
Wade se limitó a encogerse de hombros. No lo había pensado porque Leigh afectaba a su capacidad de raciocinio. Leigh, con sus brillantes ojos de color violeta. Leigh, con sus mentiras y su traición.
– ¿Tan ciego estás que no te das cuenta de lo que siento por ti?
– Ahórrate los melodramas, Leigh -dijo él que quería hacerla sufrir tanto como sufría él mismo-. Ahórrate las palabras también porque no pienso creer nada de lo que digas. ¡Una segunda oportunidad! ¿No es eso lo que querías? ¡Qué iluso!
– ¿Qué pretendes decir?
– Ya te lo he dicho. Estás conmigo no porque quieres, sino porque te sientes demasiado culpable.
– Eso no es justo -replicó ella, enfadándose-. Eres tú quien no confía en mí. No intentes darle la vuelta y echarme la culpa.
– ¿Qué no es justo? No intentes decirme que tu empeño en encontrar al asesino de Sarah no está provocado por tu sentimiento de culpa.
– Pareces muy enfadado. ¿No te das cuenta de que la gente puede tener más de un motivo para hacer las cosas? Admito que me siento culpable por lo que pasó. ¿Y si quiero enmendar mi equivocación? Eso no tiene nada que ver con lo que siento por ti.
– Tiene todo que ver -chilló Wade-. Si hubieras hablado cuando debías, ni siquiera estaríamos en esta situación. Todo hubiera salido a la luz y nuestra relación habría tenido una oportunidad.
Por primera vez, Leigh se dio cuenta de que él tenía razón. El miedo mortal que le tenía a su padre habría evitado que saliera en defensa de Wade en caso de que le hubieran acusado.
– Y ahora eres tú el que no nos das esa oportunidad. Estoy harta, Wade. He admitido una y otra vez que me equivoqué, pero tú no puedes olvidarlo. Si pudiera volver atrás lo haría, pero es imposible.
– Yo tampoco puedo -dijo él, bajando la voz.
Los dos tenían un aspecto miserable. Su relación era como un columpio a punto de romperse y lanzarlos a la desesperación. Antes que Wade pudiera seguir hablando, Leigh se levantó y se fue por la puerta trasera. Wade la vio, pero ni siquiera intentó detenerla.
Wade volvió a casa a la mañana siguiente con el ceño fruncido después de pasear. No había podido dormir, pero el paseo tampoco la había calmado. Podía haberse equivocado al acusar a Leigh, pero no pensaba disculparse. Sin embargo, no podía engañarse a sí mismo. La quiso entonces y la seguía queriendo.
Al doblar la última esquina vio el coche patrulla de la policía aparcado frente a su puerta. El jefe Burt Tucker llamaba al timbre. Cuando le vio venir fue a su encuentro. Tenía la gorra calada baja y no sonreía. En su mano sostenía un documento:
– Wade Conner. Aquí tengo una orden judicial que me autoriza a registrar tu casa.
– ¿Qué buscas, Burt? -preguntó Wade un tanto sorprendido por su tono.
– No tengo por qué contestarte. No correré el riesgo de que destruyas la evidencia.
Wade sacudió la cabeza amargamente. ¿Cuándo iba a creer alguien en su inocencia aparte de Leigh?
– ¿Qué evidencia, Burt? Tienes que cometer un crimen para que haya una evidencia y yo no he cometido ninguno.
– Si no colaboras, tendré que detenerte por obstaculizar una investigación.
Wade abrió la puerta decidido a no separarse del policía. No creía que Burt fuera un agente corrupto, pero estaba desesperado por arrestar a alguien.
– No he dicho que no pensara cooperar. Sólo he dicho que no tengo nada que ocultar.
– Ya lo veremos.
Burt parecía un policía de película mala. Pero no se trataba de una película.
– ¿Cuál es tu habitación, Wade? -preguntó el policía, subiendo la escalera.
– La segunda puerta a la derecha.
Se apoyó en el quicio de la puerta mientras Burt registraba cajones y armarios mientras murmuraba para sí. Cuando llegó al armario donde Wade guardaba los zapatos se puso de rodillas.
– ¿Estás seguro de que no puedo ayudarte en nada?
– Necesito tus zapatillas de deporte.
Sin decir una palabra, Wade entró en la habitación. ¿Para qué demonios podía necesitarlas? Se inclinó, las sacó de debajo de la cama y se las entregó a Burt. El policía examinó las suelas. Sacó una bolsa de plástico de un bolsillo, metió las zapatillas y selló la bolsa cuidadosamente. Al volverse hacia Wade su expresión se hizo aún más seria.
– Quedas arrestado bajo la acusación de haber raptado a Lisa Farley -dijo sin poder evitar una ligera sonrisa-. Tienes derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que digas podrá ser usada en tu contra entre un jurado. Tienes derecho…
– Un momento -le atajó Wade sin poder creer lo que oía-. ¿Me arrestas por un par de zapatos?
– En la escena del crimen se hallaron huellas. Estoy seguro de que cuando vayamos a la comisaría coincidirán.
– No lo dudo. Corro por este vecindario. No me extraña que haya dejado alguna huella en el jardín de alguien.
– También puedes haberlas dejado al raptar a Lisa -replicó Burt, sacando unas esposas-. Te sugiero que no digas nada más hasta que te consigas un buen abogado. Te has metido en un lío. ¿Quieres que te espose o vendrás por tu propia voluntad?
– Iré, aunque no por mi voluntad -dijo Wade, haciendo un esfuerzo para permanecer tranquilo.
Burt acabó de leerle sus derechos mientras Wade se sentía parte de una película irreal. Estaba claro que no debería haber vuelto nunca.
La cárcel de Kinley no era más que una celda de retención. Al construirla, la gente había insistido que se hiciera en las afueras para mantener a los posibles criminales tan lejos como fuera posible. Además de Wade y el fallecido Abe, los únicos que la habían ocupado eran dos jóvenes de Georgetown que habían robado en la gasolinera.
Leigh entró en la comisaría echando chispas. Había cerrado la tienda nada más enterarse de la noticia. No había olvidado su discusión con Wade, pero había cosas más importantes de las que ocuparse.
– ¿Te has vuelto loco? -le gritó a Burt-. ¿En qué estás pensando para arrestar a Wade? ¿No sabes que hay un asesino suelto? ¿De verdad crees que haces algo arrestando a un inocente?
Burt levantó su enorme cuerpo para tener alguna ventaja.
– Cálmate -gritó-. ¿Te digo yo cómo has de llevar tu negocio? Pues déjame hacer mi trabajo.
– ¡Y un cuerno! No voy a tolerar que te dediques a ganar puntos de cara a la ciudad a costa de un inocente. Quiero saber en qué te basas para acusar a Wade de secuestro.
Burt tuvo que hacer un esfuerzo por dominarse.
– Sabes que no tengo por qué decirte nada. Pero en vista de que eres mi cuñada y estás fuera de tus casillas te lo diré. Hemos encontrado unas huellas de zapatillas en el patio de los Farley. Coinciden exactamente con las zapatillas de deporte de Wade.
– ¿Y qué más?
– Que le hemos arrestado por secuestro.
– ¡Qué ridiculez! Es la evidencia más endeble que he visto en mi vida. Creía que Lisa desapareció cuando volvía de casa de una amiga. Hay un centenar de razones que pueden explicar esas huellas. Hay un perro grande que siempre le persigue cuando corre. ¿Y si le hizo salirse de la acera y pisar el patio?
Leigh esperaba que Burt dijera algo, pero guardaba silencio. Aquello la puso más furiosa todavía.
– Es una tontería arrestarle. Han pasado semanas desde que Lisa desapareció. ¿No te das cuenta de que no pueden ser del día del crimen porque la lluvia las hubiera borrado ya? ¿No entiendes que es una tontería?
Como la mayoría de los hombres cuyo lado fuerte no es la inteligencia, a Burt le irritaba que le llamaran tonto.
– Si no fuéramos parientes te echaría de aquí por insubordinación.
– Sólo porque sabes que tengo razón -gritó ella sin hacer caso-. Creo que te han presionado tanto para que arrestaras a Wade que ni siquiera te importa que sea inocente.
– Te advierto que te calles. Bien, y ahora vas a escucharme. No le has hecho caso a tu hermana. Ashley te llamó anoche. Cuando no contestaste no fue muy difícil adivinar dónde estabas.
– Eso no es asunto tuyo, Burt -replicó ella, recordando que había estado discutiendo con Wade.
– Quizá no, pero te nubla el entendimiento. No puedes ver lo que hay delante de tus narices porque lo tienes demasiado cerca.
– Ahórrate el psicoanálisis -dijo ella, dándose cuenta de que Burt no iba a ceder-. Voy a contratar al mejor abogado que pueda encontrar. Tus evidencias no resistirán una revisión. Son tan débiles que no resistirían aunque contratara al peor de los abogados.
– Te aconsejo que no te interpongas en mi camino.
Leigh no se echó atrás. Si Burt quería guerra, tendría guerra.
– Dime a cuánto asciende la fianza para que pueda sacarle de aquí.
– No es posible. Tengo que llevarle a Charleston para que un juez fije la fianza y no podré hacerlo hasta mañana por la mañana.
– ¿Cómo? Son las diez de la mañana. ¿Qué tienes que hacer hoy?
– Asuntos de la policía -dijo Burt, bajando la vista hacia el escritorio-. No puedo. Tendré que pasar la noche aquí, te guste o no.
– No me gusta. Y yo sí sé lo que hacer para aprovechar el tiempo. Por lo pronto, quiero ver a Wade.
Leigh creyó que su cuñado iba a negarse. Sin embargo, para su sorpresa la acompañó hacia la puerta que daba a las dos pequeñas celdas.
– Está ahí.
Leigh iba a abrir la puerta cuando cayó en la cuenta de algo que se le había pasado por alto.
– ¿Por qué me llamó Ashley anoche?
Burt guardó silencio un momento. Era evidente que trataba de decidir si debía contestarle.
– Reconozco que era para decirte los resultados del examen a los restos de Sarah. No te lo diría, pero mañana lo publicará el periódico. Parece que Sarah murió a consecuencia de un golpe en la cabeza.
– ¿No pudo ser un accidente?
– Sólo en tus sueños. Recuerda esto. Si vas a seguir con Wade, tendrás que acostumbrarte a hablar con él a través de los barrotes.
Leigh le ignoró y entró en la zona de las celdas. Estaban limpias debido a que eran nuevas, pero no tenían nada de alegres. Eran oscuras y sólo había un catre en cada una. Wade estaba sentado en el suyo. Tenía un aspecto agitado y nervioso. Alzó los ojos cuando Leigh se acercó, pero su expresión no era de bienvenida.
– Hola.
– Nunca me imaginé que un día me visitarías en una celda -dijo él sin devolverle el saludo-. La verdad es que me sorprende que me visites.
Leigh encontró un taburete y lo acercó a los barrotes. ¿Cómo podía hacerle entender que ya no tenía diecisiete años? ¿Cómo decirle que mientras él quisiera permanecería a su lado a pesar de todo?
– No te guardo rencor, Wade.
Wade no podía estar seguro si sus palabras pretendían herirle, pero lo consiguieron. Le castigaba por haber sido incapaz de perdonarla. Leigh había ignorado las habladurías y la gente para permanecer a su lado desde que había vuelto. Empezaba a darse cuenta de los motivos que había tenido para no perdonarla. Si la hubiera perdonado, habría sido libre para amarla otra vez y no podía amar a una mujer cuya única motivación era el sentimiento de culpa.
– Debes ser la única en esta ciudad.
– Wade, necesitas un abogado. Arthur Riley es el mejor de Charleston y, además, es amigo de mi familia. Puedo llamarle en cuanto te deje.
Wade se pasó una mano por la mejilla pensando en la manera de rechazar su oferta con delicadeza.
– Escucha, Leigh. Te lo agradezco de veras, pero preferiría que no lo llamaras. Quisiera contar con alguien de mi absoluta confianza. La verdad es que un amigo de tu familia no me inspira demasiada.
– ¿Tienes pensado otro? -preguntó ella, tratando de no sentirse herida.
– Se llama Spencer Cunningham. Es un buen amigo mío y un abogado condenadamente bueno.
Wade no le contó que Spencer era su mejor amigo, el hombre que mejor le conocía. Pero Spencer tampoco sabía nada de Leigh. Wade jamás le había hablado a nadie de Leigh.
– Pareces preocupado. ¿Crees que irás a juicio?
– Creo que sí. Quien matara a Sarah también ha secuestrado a Lisa y es lo bastante inteligente como para haber llegado hasta aquí. No veo por qué tendría que cometer un desliz ahora. Afrontémoslo. He caído en la trampa. Esperemos que la caída no haya sido tan fuerte que los daños sean irreparables.
Leigh tenía ganas de gritar, pero se contuvo porque no hubiera servido de nada.
– Han acabado con los análisis de Sarah. Parece que murió de un golpe en la cabeza, ¿a ti qué te parece?
– Que la mataron deliberadamente -contestó él, tratando de no imaginarse la escena.
– Ésa es la explicación lógica. A veces me pregunto si no estaremos todos equivocados respecto al caso de Sarah. Es posible que se escapara y se golpeara contra una roca ella sola.
– ¿En el pantano? Incluso aunque hubiera podido llegar hasta allí por sus propios medios, no habría vuelto a suceder. Lisa estaría en la casa de sus padres.
– Tienes razón. No es probable que Lisa también se haya escapado de su casa. Llamaré a Spencer. ¿Quieres que haga algo más?
– No -contestó él, rompiéndole el corazón.
Leigh se levantó y se dirigió a la puerta. Se detuvo un momento antes de abrirla.
– ¿Sabes que tendrás que pasar la noche aquí?
– El bueno de tu cuñado ya se ha encargado de decírmelo.
Wade intentó sonreír sin conseguirlo. Leigh salió de allí con el corazón tan sombrío como la sonrisa de Wade.