Aquella noche, Leigh fue a ver a Everett. Desde la muerte de sus padres, hacía quince años, Everett vivía en aquella casa cavernosa solo. No le prestaba mucha atención aunque la mantenía razonablemente limpia. Leigh sospechaba que sólo limpiaba el polvo una vez al año. La casa era notable porque estaba coronada por una especie de torre que, en realidad, era una habitación extra. Leigh llamó a la puerta por segunda vez.
– ¡Oh! Eres tú -dijo Everett, apareciendo en el umbral.
Tenía un aspecto más desaliñado que nunca. Se subió las gafas para mirar a Leigh.
– Hola, Everett -saludó ella, pensando que estaba actuando de un modo extraño, incluso para ser Everett-. ¿Puedo pasar?
Todos los ventiladores situados en el techo de las habitaciones estaban funcionando. Creaban una corriente de aire cálido y un ruido terrorífico.
– ¿No podemos ir al patio? -gritó ella para hacerse oír.
En el patio, la brisa y el silencio nocturno eran un alivio. Los dos se sentaron en el balancín.
– ¿Te has enterado? Abe Hooper ha muerto -comenzó ella.
Everett carraspeó. Leigh volvió a pensar que tenía un aspecto más desaliñado que de costumbre. Incluso tenía las mejillas manchadas de suciedad.
– Sí. En Kinley es difícil no enterarse. Dicen que se emborrachó, cayó al arroyo Mason y se ahogó.
– Yo he oído lo mismo. Te preguntarás a qué se debe mi visita. Ya sé que te parecerá un poco raro, pero quería preguntarte sobre la noche en que Sarah desapareció.
– ¿Por qué? -preguntó él.
Se miraba las manos. Era obvio que no aprobaba su investigación más que Burt.
– Eres el único con quien nunca he hablado. Claro que he oído lo que dijiste entonces, pero quería que habláramos frente a frente.
– Creí que Burt quería que dejaras esta investigación porque era demasiado peligrosa.
– No tengo miedo. Sólo quiero llegar al fondo de la historia. ¿Vas a ayudarme o no?
Hubo otro momento de silencio antes de que Everett se decidiera a comenzar. Leigh había adoptado una actitud fraternal para no provocar su timidez.
– Era una noche muy oscura, pero cuando miré por la ventana todavía quedaba algo de luz. Vi a Wade Conner y a la niña inclinados sobre la bici. Recuerdo que ella llevaba puesto un pijama.
– ¿Y qué más?
– No vi nada más. No volví a asomarme de forma que no vi lo que sucedió.
– ¿Te acuerdas de algo más sobre esa noche?
– Sólo de que hacía frío.
– ¿Qué crees que pasó, Everett?
– Si te lo digo, volverás a enfadarte como la última vez que te acompañé al trabajo.
Leigh le puso la mano en la mejilla.
– Es probable que tengas razón. Gracias. Eres un buen amigo. La próxima vez que me enfade tú deberías hacer lo mismo.
– Nunca podré enfadarme contigo, Leigh. Siempre serás mi chica.
Leigh sonrió dejando que el comentario le resbalara como agua de lluvia.
– Te acompañaré a tu casa -se ofreció él.
– No, gracias. Eres muy amable, pero quiero estar sola un rato. Una de las cosas buenas de esta ciudad es que una mujer todavía puede caminar sola por la noche.
Sin embargo, al salir de la casa se preguntó si seguiría siendo cierto. Una voz anónima la había amenazado. ¿Corría peligro al pasear sola? Quizá había hecho mal en no prestar atención. Quizá no debería haber rechazado la oferta de Everett. Pensó en detenerse en casa de Wade, pero las luces estaban apagadas y pasó de largo.
Le desalentaba sentirse tan nerviosa en la ciudad que siempre había significado para ella seguridad. Oyó el primer ruido cuando dobló una esquina. Parecía como si un pie humano hubiera roto una rama caída. Leigh volvió la cabeza, pero sólo había oscuridad.
Apresuró el paso. Oyó una rápida sucesión de pisadas, o al menos, eso le pareció. Asustada, caminó aún más deprisa. El grito de un gato le puso los pelos de punta, pero fue el sonido de una respiración trabajosa lo que le hizo correr. No llevaba las ropas ni el calzado adecuado, pero corrió con todas sus fuerzas. Había muerto una niña y Abe había aparecido ahogado. No tenía la menor intención de convertirse en la siguiente casualidad.
Si hubiera podido pensar con claridad se habría detenido a las pocas manzanas, pero sólo quería estar en la seguridad de su casa. Delante de su casa tropezó con una grieta en el pavimento y cayó al suelo. Su rodilla derecha se llevó la peor parte del golpe. Se tanteó y notó un líquido vicioso en el sitio donde se había roto los pantalones. Ignoró la herida, se puso en pie y siguió corriendo. Las lágrimas brotaban de sus ojos al llegar a la puerta. Como de costumbre, no había dejado la luz del porche encendida.
Rebuscó en su bolso. Maldijo para sus adentros su mala costumbre. El perseguidor podía llegar en cualquier momento. Todo lo que tenía que hacer era acercarse por la espalda, taparle la boca y apretar su garganta hasta que dejara de respirar.
– Leigh, ¿ocurre algo?
Leigh se volvió y vio una sombra levantarse del balancín. Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. La sombra se acercó. Esperaba haber encontrado su destino cuando descubrió que se trataba de Wade. Corrió a sus brazos desesperadamente.
Wade la estrechó con fuerza y se alegró de haber cedido al impulso de verla aquella noche. No sabía la causa de su agitación, pero estaba seguro de que tenía que ver con el misterio que se enseñoreaba de Kinley.
– ¿Qué tienes, pequeña? -preguntó acariciándole el pelo-. Espero no haberte asustado. Estaba sentado esperando a que llegaras.
Leigh lloraba a raudales sin preocuparse por detener las lágrimas.
– Alguien venía siguiéndome. He oído pasos y una respiración pesada y…
– Cálmate, cariño. No hay nadie, sólo yo. Dame tu bolso y deja que busque las llaves.
Cuando entraron, Wade le limpió la herida mientras ella le contaba lo sucedido. Había dejado de llorar, pero el miedo no se le había quitado del todo. Wade estaba furioso pensando en que alguien había tratado de asustarla.
– ¿Quién habrá sido? -preguntó ella, sentada en el borde de la bañera.
Tenía la rodilla llena de sangre. Wade le había cortado la pernera. Al principio le dolió, pensando en que había arruinado la prenda, pero se consoló al darse cuenta de que podía haber sido peor. Wade estaba más preocupado de lo que le habría gustado admitir.
– Esto no puede seguir así -dijo él-. Una cosa es que alguien intente incriminarme y otra muy distinta que intente hacerte daño.
– Creo que más bien trataba de asustarme -objetó ella, aunque no lo creía del todo-. Pero, ¿por qué? Hemos hablado con todos los que tenían algo que decir sobre Sarah y no estamos más que al principio.
– Alguien debe creer que estamos cerca de descubrirle.
– Pero no es verdad, Wade. Nuestro mejor sospechoso ha acabado ahogado. La única explicación que tiene sentido es que se ha suicidado al no poder soportar la culpa por más tiempo. Pero, entonces, ¿por qué han intentado asustarme? No creo en fantasmas. Si hubiera matado a esas dos niñas la locura se habría terminado.
Wade acabó de vendarla y le ofreció la mano para que se levantara.
– Creo que deberías llamar a Burt y contarle lo que ha pasado. Nunca seremos bastante cuidadosos con todo lo que ha estado sucediendo.
Un rato después, Leigh estaba sentada en el sofá con un vaso de leche en la mano. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de Wade y se sentía cómoda.
– Burt parecía más enfadado que preocupado. Me ha dicho que no tendría nada que temer si no andará metiendo la nariz en su trabajo.
Wade sonrió porque había esperado esa misma reacción de su cuñado.
– ¿Ha sido antes o después de aconsejarte que dejaras de verme?
Leigh se echó a reír. A Wade le alegró que olvidara el susto que se había llevado.
– Las dos cosas. No puede decirse que haya sido discreto.
Se acurrucó contra él. A Wade le gustó la sensación de tener su cuerpo tan cerca. Ella le había necesitado, quizá más que nunca, y él había estado allí, deseoso de reconfortarla. Se juró a sí mismo que aquella noche no se negaría el placer de hacerle el amor.
– ¿Por qué me esperabas, Wade?
Wade se preguntó si podía decirle la verdad: que no podía soportar un día sin verla. Pero no estaba preparado para hacer esa confesión.
– Ha sido un impulso. Quizá mi sexto sentido me avisó de que algo andaba mal.
– Gracias por haber estado aquí cuando te necesitaba.
Wade le alisó los cabellos y la besó en la frente.
– No ha sido nada. No lo pienses.
– No puedo hacerlo. Pienso en ti a cada momento.
– Yo también pienso en ti -susurró él.
Deseaba hacerle el amor más que charlar, pero comprendía que Leigh necesitaba sentirse segura. Lo que no sabía era si podía ofrecerle esa seguridad.
– A veces es tan difícil de creer. Hace poco hicimos el amor, pero desde entonces, hemos estado discutiendo. Tengo la sensación de que querías mantenerte a distancia. No sé lo que sientes por mí o si mantenemos alguna relación.
Leigh dejó de hablar y se echó a reír. Se le había ocurrido una idea que no había pensado hasta entonces.
– Ni siquiera sé si tienes una amiga en Nueva York.
Wade no podía hablar de su relación porque ni él sabía dónde estaban. Sin embargo, podía hablarle de su vida en Manhattan. Normalmente no se sentía obligado a hablar de su vida amorosa con una mujer por haber compartido una cama. Pero Leigh era diferente.
– No he sido un santo, Leigh. Ha habido más mujeres de las que te imaginas, pero nunca sentía nada en serio por ellas. Todas eran atractivas, pero de una manera artificial. ¿Sabes a lo que me refiero? Las mejores ropas, los mejores maquillajes. Muchas eran modelos. He descubierto que esa clase de mujeres no me afectan a nivel emocional. Nunca he pensado en casarme porque no he encontrado a la mujer adecuada. ¿Alguna otra pregunta?
– Sí, una más -dijo ella sabiendo que el futuro dependía de su respuesta-. ¿Piensas volver a Nueva York?
Wade se separó de ella y se levantó del sofá. Se acercó al ventanal que daba al porche trasero y miró la oscuridad de la noche. Después se volvió y la miró a ella, pero Leigh no podía leer sus ojos desde donde estaba.
– En Kinley, la gente me mira como si fuera una especie de monstruo. Incluso si aparece el culpable, nunca olvidaré esas miradas. Esta ciudad siempre me traerá malos recuerdos.
Los ojos de Leigh se llenaron de lágrimas. Se las limpió antes de que él pudiera advertirlas. El vínculo entre ellos era tenue, no tenía derecho a agobiarle con exigencias. Ni siquiera le había dicho que lo amaba, pero podía demostrárselo.
Se levantó y se acercó a él. Le puso las manos sobre el pecho para sentir los latidos del corazón. Alzó los ojos y vio un hombre que había cambiado mucho con los ojos. No obstante, todavía podía mirarla y hacer que se sintiera la persona más importante del universo.
– Quédate conmigo esta noche. Quiero que podamos tener buenos recuerdos.
Leigh le ofreció los labios y él aceptó la invitación. Los acontecimientos de la noche y los horrores del pasado desaparecieron al unirse sus bocas. Al principio se besaron con suavidad, con dulzura. Después el beso creció en intensidad y urgencia. La besó bajo la oreja y a lo largo de la mandíbula. El deseo estalló en sus entrañas con un fuego ardiente.
Wade le tomó el rostro entre las manos para mirarle a los ojos. La besó dulcemente en los labios. Leigh supo que la noche estaba llena de promesas y esperanzas. No era hora de secretos y misterios sino de un amor que había sobrevivido a los años y la distancia en Leigh. Sonrió y él la tomó en brazos para llevarla a su habitación.
Wade encendió una lámpara con la intención de disfrutar con la vista tanto como con el cuerpo antes de depositarla sobre la cama. Se quitó los zapatos y se reunió con ella. La deseaba más que al aire que respiraba, su masculinidad presionaba contra la tela de los pantalones.
Sus bocas se buscaron en un beso que era desesperado y tierno a la vez. Leigh cerró los ojos para concentrarse en la sensación de su cuerpo contra ella. Se abrazó a él como si no quisiera soltarle nunca, pero sabiendo que un día habría de marcharse. No le sorprendía que nunca hubiera sentido nada serio por ningún otro. Su corazón pertenecía por entero a Wade.
La besó en la garganta, pero Leigh se apartó. Abrió los ojos y vio su gesto de extrañeza. Le contestó con una sonrisa. Después se incorporó para quitarse los pantalones destrozados.
– Déjame a mí -dijo él con un brillo en los ojos que Leigh esperaba fuera algo más que deseo.
Le apartó las manos y bajó la cremallera de los pantalones. Con suavidad, le pasó las manos sobre la curva de las caderas antes de bajárselos.
A Leigh se le contrajeron los músculos del vientre al sentir las manos sobre su piel. Wade le desabotonaba la camisa mientras descargaba una lluvia de besos sobre su estómago. Cuando quedó con la ropa interior, Wade saltó de la cama para desnudarse rápidamente y volver a su lado.
«Te quiero» dijo Leigh para sí, pero sin pronunciar las palabras.
Pronto los besos le impidieron pensar. Sus labios se buscaban. Wade le mordió el labio inferior con suavidad y la desafió con la lengua. Mientras le acariciaba el cuerpo le besaba el cuello, los hombros, los pechos. Una mano se apoyó en sus nalgas para atraerla más hacia sí.
Ella dejó correr las manos a lo largo de su espina dorsal hasta alcanzar sus nalgas redondas. Abrió los ojos y vio que Wade le sonreía. La besó otra vez y tomó su mano para guiarla hasta su masculinidad. Hervía de deseo. Ella le acarició hasta que Wade encontró el centro húmedo y cálido de su placer. Leigh no podía esperar más. Lentamente le guió hacia su interior, una sensación tan exquisita que tuvo que contener la respiración.
Wade no había descubierto nada comparable a estar inmerso en la femineidad de Leigh. Se preguntó vagamente cómo había podido vivir tantos años sin ella, sin aquella sensación de plenitud. Decidido a prolongarlo lo más posible, se mantuvo inmóvil unos momentos antes de iniciar un ritmo cadencioso, el ritmo del amor.
Una y otra vez llegaba a la cumbre, pero se detenía para prolongar el placer de Leigh.
Y luego el mundo desapareció en una explosión de placer tan intento que Leigh pensó que la cama temblaba con su propio cuerpo. Y poco a poco, el mundo volvió a la quietud y a la seguridad entre los brazos de Wade.
– Ha sido maravilloso -dijo él, besándola.
La abrazó contra sí disfrutando de la sensación de sentir su piel. Era mucho más deseable que a los diecisiete años, aunque en aquella época él no lo hubiera creído posible.
De madrugada, Leigh se despertó y contempló su rostro. Se dio cuenta entonces de que no había respondido a la pregunta de si pensaba volver a Nueva York. Lo amaba, pero sabía que no la había perdonado enteramente. Quizá el amor no bastaba. Su relación estaba ligada al asesinato de una niña y al secuestro de otra.
Desasosegada, se levantó de la cama y se echó una bata por encima. Wade dormía como un niño. Leigh se acercó a la ventana y descorrió la cortina. La farola de enfrente de su casa se había fundido y no veía más que oscuridad. Allí fuera dormía un asesino que la había acechado aquella misma noche. Sintió escalofríos. ¿Tendrían Wade y ella una oportunidad o era su relación demasiado tenue como para sobrevivir a la horrible verdad que se agazapaba en Kinley?
Rara vez el trabajo en la tienda le había hecho sonreír. Sin embargo, Leigh se pasó la mañana siguiente sonriendo. Los pensamientos oscuros se habían esfumado al despertarse y descubrir a Wade a su lado. Ni siquiera le importó barrer, cosa que debía haber hecho Drew la noche anterior.
Cuando llegó su hermano se detuvo a contemplarla trabajar.
– ¿Te das cuenta de que tarareas «Qué hermosa mañana»? -preguntó él, después de esperar un rato a que descubriera su presencia.
Leigh le saludó alegremente antes de servirle una taza de café.
– Me parece que te tomas las cosas a la ligera. He pasado por casa de Ashley y me ha dicho que anoche te siguieron cuando saliste de casa de Everett.
– Es cierto.
– Me rindo. ¿Desde cuándo que te sigan es un motivo para canturrear de contento? ¿No estás molesta?
– Soy demasiado feliz para estar molesta.
Deseaba compartir la noticia antes de que estallara en su interior. Drew esperó en ascuas sin quitar los ojos de su sonrisa.
– Estoy enamorada.
– ¿Qué has dicho?
– Estoy enamorada de Wade. Por primera vez desde hace muchos años, me siento viva. No me había dado cuenta de que mi vida se había estancado hasta que Wade regresó. No lo he sabido hasta hace poco, Drew, pero le he querido siempre.
– ¿Qué significa esto, Leigh? ¿Vas a casarte con él?
Leigh era lo bastante sincera consigo misma como para saber que era eso lo que quería. Pero una cosa era desearlo y otra distinta decirlo en voz alta.
– No hemos hablado de matrimonio. La verdad es que ni siquiera hemos hablado de amor.
– ¿Y crees que él te corresponde?
– No lo sé, pero pienso averiguarlo.
Drew dejó su taza sobre el mostrador y la miró. Los dos hermanos tenían los ojos del mismo color violeta.
– ¿No crees que te precipitas un poco? Wade sólo lleva en Kinley un par de semanas.
– Olvidas que le conozco hace años -replicó ella, manteniéndole la mirada.
– No olvido nada -dijo él muy serio-. No sé lo que pasó entre vosotros, pero sí que nunca has pensado con cordura cuando se trataba de él.
– ¿Qué quieres decir?
– No soy muy diplomático, lo sé. Sólo quiero decirte que pises el freno. Han ocurrido cosas terribles y tú estás escuchando a tu corazón en vez de a tu cabeza.
– Ya era hora de que lo hiciera. Siempre he sido la «Pequeña Obediente», escuchando lo que decía papá, escuchando lo que decía mamá. Me parece que olvidé escucharme a mí misma. Mírame, Drew. Casi tengo treinta años y nunca he seguido los dictados de mi corazón. Me enamoré de Wade cuando tenía diecisiete años y lo perdí. Me enamoré de mis cuadros y los abandoné para llevar esta tienda.
Drew frunció el ceño. Leigh supo que estaba pensando en el sacrificio que le habían exigido a ella. Nunca había podido estudiar arte porque los Hampton querían que Drew hiciera la carrera militar. Leigh había cumplido con su parte, pero él no.
– Siempre me he sentido culpable por eso, hermanita. Creo que de verdad tenías talento. Sentí mucho que lo dejaras.
– Yo también. Pero me siento viva otra vez, ¿recuerdas? Mientras venía hacia aquí he pensado en retomar los pinceles. Wade y yo abrimos el trastero y me ha estado animando para que lo intente otra vez. Quizá no sea demasiado tarde.
– Quizá sería mejor que te tomaras el resto del día libre no sea que se te pase.
Leigh se sintió aliviada. Drew se preocupaba porque ella le importaba de verdad.
– Muchas gracias. Te tomo la palabra. Y me voy antes de que cambies de idea. No te preocupes por mí, Drew -dijo de camino a la puerta-. Wade es un buen hombre que no tiene nada que ver con lo que está pasando en Kinley.
– Es probable que tengas razón. Pero escucha lo que voy a decirte. ¿Qué pasará si Burt nunca resuelve el asesinato de Sarah o la desaparición de Lisa? ¿Podrías vivir con Wade el resto de tu vida con esa sospecha encima de él?
Leigh le apretó la mano por toda respuesta y salió de la tienda. Nunca lo había pensado. Amenazas aparte, se proponía restaurar el bueno nombre de Wade. Se negaba a pensar en lo que ocurriría si no lo conseguía.
Leigh se dirigió directamente al trastero en cuanto llegó a su casa. Había dejado la puerta abierta temiendo que si la cerraba se desvanecería toda esperanza de volver a pintar. Buscó las pinturas, un lienzo en blanco y un viejo caballete. Había una vista a pocas manzanas de su casa que siempre había deseado plasmar.