Capítulo Nueve

– Salir con él es lo más inteligente que has hecho en muchos años -proclamó Darla mientras comían al día siguiente, después de que Lexie la pusiera al corriente de lo que estaba pasando.

Lexie se quedó sorprendida.

– ¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? Se supone que tú eres la voz de la razón. ¿Dónde están esas tres famosas reglas de oro?

Darla se metió una patata frita en la boca.

– Me equivoqué -antes de que Lexie le contestara, Darla se inclinó hacia delante y la miró a los ojos-. Mira, Lexie. Por todo lo que me has dicho, Josh es estupendo; y no me refiero solo en la cama, a pesar de los pocos detalles jugosos que has querido darme -arqueó las cejas buscando confirmación-. Si no te citaras con él estarías loca. ¿Cuántos hombres guapos, generosos, corteses, sexys, con talento e inteligentes, que estén solteros y no sean gays, se cruzan en tu camino? Santo Cielo, mujer, da gracias al Dios y disfrútalo.

– ¿Pero qué pasa con el hecho de que se va a marchar dentro de unas semanas?

– Tal vez, si las citas van bien, no se marche.

Un rayo de esperanza nació en su corazón, pero lo extinguió sin piedad.

– Pues claro que se marchará. Es propietario de un rancho en Montana. No puede abandonarlo todo. Tiene responsabilidades.

– Otra razón más para que te guste -dijo Darla-. Es responsable, y propietario de su propia empresa.

– Sí. A varios miles de kilómetros -Lexie se recostó en el asiento y se pasó la mano por la cabeza-. Y fíjate en la tontería del viaje que quiere hacer por el Mediterráneo. Es una locura.

– Lexie, Lexie -Darla estiró el brazo y le dio la mano a su amiga-. Por lo que me has contado de su padre y de ese sueño que tenían juntos, me parece algo tierno y sentimental.

– Lo sé, pero…

– Y está tomando precauciones. Aprendiendo a nadar y a navegar primero. No es como si quisiera meterse en un barco sin prepararse.

Lexie suspiró largamente.

– Te comprendo muy bien, Lexie. Si me estuviera pasando a mí, estaría aterrorizada. Pero lo esencial es que te estás enamorando de Josh. Y nadie ha dicho nunca que el amor no dé miedo. Y por todo lo que me has contado, él también se está enamorando de ti. No puedes tirar todo eso por la borda sin daros una oportunidad.

– ¿Y si se larga a Montana y me deja con el corazón hecho pedazos?

Darla asintió.

– Sería horrible, Lexie, pero necesitas enfrentarte a esos temores. Josh podría ser el hombre de tu vida. ¿No sería peor abandonar todo esto ahora y no saber nunca lo que podría haber pasado?

A pesar de su nerviosismo, Lexie no pudo evitar echarse a reír.

– Dios bendito, ¿estás segura de que tú y Josh no os conocéis? Dices las mismas cosas que él.

– No lo conozco. Aunque podrás imaginar que estoy deseando conocerlo.

Lexie miró el reloj.

– Tal vez se cumpla tu deseo. Me comentó que a lo mejor bajaba a la piscina a la hora del almuerzo a hacerse unos largos.

– En ese caso, no me moveré de la silla. ¿Sabe él que estamos en el Patio Marino?

– No, le dije que había quedado contigo para comer pero no le dije dónde.

– Pues espero que no tarde en bajar. No puedo quedarme mucho más. Por cierto, esta mañana he oído rumores de que tal vez tu querido terreno salga pronto al mercado.

A Lexie le dio un vuelco el corazón.

– ¿Cuándo?

– Posiblemente a final de mes. Te lo diré en cuanto sepa cualquier… -su voz se fue apagando y Darla se quedó mirando fijamente algo a espaldas de Lexie-. No mires ahora -susurró Darla-. Pero detrás de ti, en el pasillo que lleva al vestíbulo está el hombre más divino que he visto en mi vida.

– ¿Alto, con el pelo negro, atractivo hasta decir basta y con un aire de seguridad en sí mismo aplastante?

Darla se bajó las gafas de sol y miró a Lexie con los ojos como platos.

– Santo Cielo. ¿Ese es tu vaquero?

Lexie volvió la cabeza rápidamente y vio a Josh con el bañador azul oscuro y una toalla, caminando hacia la piscina. Solo de verlo se le aceleró el pulso.

– Ese es él.

Darla le puso la mano en la frente.

– Debes de estar enferma. No puedo creer que hayas dudado siquiera de salir con ese hombre.

Santo Dios, Lexie, es…

– Increíble. Lo sé.

– ¿Estás segura de que no tiene hermanos? Caramba, me conformaría con un primo lejano…

– Hermanos no, pero creo recordar que me dijo algo de unos primos en Texas. Si quieres se lo pregunto.

– Pregúntaselo, pregúntaselo -Darla alzó la taza de té-. Brindo por que todo salga como tú quieras que salga.

– Gracias. El problema es que no estoy segura de cómo quiero que salga.

– Claro que sí. Quieres que ese hombre maravilloso se enamore de ti ciegamente y sea tu príncipe azul -de nuevo algo le llamó la atención en la piscina-. ¿Qué está haciendo?

Lexie se dio la vuelta y sonrió al ver el trío de niños que rodeaban a Josh. Uno de ellos le pasó una cuerda.

– Parece que le va a enseñar a unos fans jóvenes algunos trucos con la cuerda.

Observaron a Josh hacer un lazo. Lanzó la cuerda y atrapó a los niños con experiencia, y estos se echaron a reír y aplaudieron como locos. Después Josh se agachó y enseñó a los niños cómo hacer el lazo.

– Parece que le gustan los niños -dijo Darla con envidia inequívoca.

– Sí, le gustan.

– Bueno, si tu Josh es un ejemplo de los hombres que hay en Montana, sé dónde me voy a ir a pasar mis próximas vacaciones.

Lexie miró el caro conjunto color marfil de Darla.

– No creo que vistan de Calvin Klein en el rancho -se burló.

– Tal vez trajes no. Pero Calvin Klein hace unos vaqueros monísimos -de repente Darla estiró el cuello-.Parece como si los niños no fueran los único que quieren ver lo que ese cowboy hace con la cuerda.

Lexie se volvió hacia donde Darla le indicaba. Una rubia pechugona con un pareo por la cintura y la parte de arriba de un bikini que no podía ser más pequeño, avanzó hacia Josh con un brillo predador en su mirada. En una mano llevaba un pedazo de papel y un bolígrafo y en la otra una botella de cerveza. Mientras rodeaba el perímetro de la piscina, todos los hombres se volvieron a mirarla.

– Quiere un autógrafo -dijo Lexie.

– Yo te digo que está buscando mucho más que eso.

La rubia se acercó a Josh con sensualidad, pero pasados unos minutos se dio la vuelta y se marchó.

– Parece que a la rubita le ha salido rana la cosa -dijo Darla tremendamente satisfecha-. Solo hay una clase de hombre que le dice que no a una mujer que prácticamente se le está ofreciendo en bandeja.

– Sí, un hombre gay, o muerto.

– Y tu vaquero no es ni lo uno ni lo otro -Darla la miró a los ojos-. El único hombre que es capaz de resistirse a eso es uno que ya esté locamente enamorado de otra mujer. Ahora la pregunta es qué vas a hacer tú al respecto.

Lexie miró a Josh, que en ese momento se reía y sonreía a los niños, y se le derritió el corazón. Pero ¿cómo podía ignorar sus diferencias? ¿Y sus miedos de volver a cometer el mismo error?

– No lo sé, Darla. De verdad que no lo sé.

Lexie y Darla dieron la vuelta a la piscina. Cuando se iban acercando a él, Josh alzó la cabeza. Y cuando sus miradas se encontraron, Josh esbozó una sonrisa llena de satisfacción y ardor.

– Santo Cielo -le susurró Darla detrás de ella-. Te está mirando de un modo que hasta a mí me está haciendo sudar. ¿Cómo puedes soportarlo?

Josh se puso de pie y después de devolverle la cuerda a los niños y de despedirse de ellos, fue hacia ella.

– Qué agradable sorpresa -dijo mientras se inclinaba y le daba un beso en los labios. Lexie los presentó rápidamente.

– Darla y yo acabamos de terminar de comer.

– Encantado de conocerte, Darla -dijo, estrechándole la mano con una sonrisa atenta.

– Lo mismo digo -dijo Darla; señaló el trío de niños-. Bonito nudo.

– A los niños les encanta. Claro que parece más auténtico cuando voy vestido de vaquero -se miró y se echó a reír-. ¿Quién ha visto alguna vez un vaquero en bañador?

Darla se miró el reloj.

– Me encantaría quedarme a aprender algunas técnicas de esas, pero debo volver al trabajo -dijo con evidente pesar-. Encantada de conocerte, Josh. Y, Lexie, no te olvides de preguntarle por su primo -agitó la mano y se volvió hacia el vestíbulo.

Josh le acarició el brazo para terminar agarrándole la mano.

– ¿Mi primo?

– Cuando le dije que no tenías hermanos, me preguntó si tendrías primos solteros.

– Pues lo cierto es que sí.

Lexie se llevó la mano al pecho.

– Dios bendito, que me da algo. ¿Quieres decir que hay más como tú?

Una sonrisa burlona iluminó su mirada.

– No, yo soy único -le miró las piernas, los shorts y la camiseta-. ¿Tienes que trabajar ahora?

– Sí. Tengo una clase de submarinismo y salimos del muelle a las dos -estiró la espalda pues tenía ciertas agujetas-. La verdad, montar a caballo, navegar y practicar el sexo todo en un mismo día no es buena idea.

Él le levantó la mano y se la besó.

– Oh, no sé. A mí me parece un día estupendo. Aun así, si tuviera que elegir una de esas actividades, sería…

– Montar a caballo.

– Respuesta equivocada -dijo en tono suave que la hizo estremecerse-. Y navegar tampoco es la correcta.

– ¿Ah, sí? ¿Qué clase de vaquero eres tú?

– Invítame esta noche y te lo demostraré -se inclinó y le pasó la punta de la lengua por el lóbulo de la oreja-. Incluso te prepararé la cena.

Lexie retrocedió de él y del potente embrujo que parecía ejercer sobre ella; aspiró hondo y sonrió.

– De acuerdo, vaquero, tienes tu invitación. ¿Qué te parece a las siete?

– Que aún falta mucho.

– Desde luego que sí.

A las siete en punto de la tarde, Josh estaba dejando media docena de bolsas de plástico sobre el mármol de la cocina de Lexie.

– ¿A qué huele? -preguntó, alzando la nariz-. Parece como si se hubiera quemado algo.

Lexie se puso colorada, pero consiguió disimular y Josh no se percató.

– No es nada. He puesto el horno al máximo para que se limpie. Huele un poco raro.

Se dio la vuelta e intentó ver lo que había en las bolsas, pero él la agarró por la cintura.

– De eso nada -dijo Josh.

– No me dejas echar solo una mirada.

Josh se fingió quedarse pensativo.

– Tal vez una mirada, pero te va a costar.

– Dime lo que quieres.

Él se frotó lentamente contra su cuerpo.

– Me lo pones duro, vaquero.

– ¿Quieres ver qué duro?

– Pues claro.

Josh gimió y empezó a besarla como llevaba fantaseando toda la tarde. Ella entreabrió los labios y él le metió la lengua, besándola apasionadamente. Sin dejar de deleitarse con el sabor a menta de su boca, Josh le metió las manos debajo del top rosa y descubrió con deleite que no llevaba sujetador.

Se apartó de sus labios y fue depositándole besos en el cuello mientras empezaba a sobarle los pechos con suavidad. Inmediatamente se le pusieron duros los pezones y Lexie gimió lánguidamente.

Josh dejó de pensar. Cada vez que la tocaba era como si una niebla de deseo ardiente lo engullese. Con la erección presionándole los vaqueros, la agarró de las caderas y la levantó sobre la encimera. Con los ojos brillantes, los labios húmedos, los pezones duros marcándose bajo la tela del top, Lexie se recostó hacia atrás y separó las piernas.

Él le bajó el top y sin demora empezó a succionarle los pezones mientras empezaba a acariciarle las piernas y después le metía las manos bajo el vuelo de la falda. Ya tenía las braguitas muy mojadas, incitándolo más mientras el olor de su sexo excitado lo asaltaba. Retiró a un lado el pedazo de tela y le deslizó dos dedos en su interior. Un grito de placer se arrancó de su garganta y separó las piernas todavía más mientras se meneaba sinuosamente contra sus dedos. Alcanzó el clímax casi al momento, y él alzó la cabeza para ver cómo la consumía el orgasmo mientras su vientre latía sobre su mano.

Nada más terminar, se enderezó y fue a desabrocharle el botón de los pantalones.

– Más -le exigió en tono ronco y sensual-. Ahora. Ahora.

Josh había aprendido bien la lección y sacó un condón del bolsillo de los pantalones. Segundos después la estaba embistiendo con todas sus fuerzas, como si fueran dos locos hambrientos el uno del otro.

– Josh -gimió.

Su vientre se apretó alrededor de su sexo, y así, unido a sus gemidos y a la deliciosa visión que entrañaba, Josh no pudo controlar el fuerte orgasmo que lo sacudió.

– Lexie -susurró su nombre como una letanía mientras la estrechaba con fuerza contra su cuerpo.

Cuando pudo respirar de nuevo, Josh se echó hacia atrás y le retiró un mechón de la cara.

– Si eso ha sido el aperitivo, no sé qué me vas a preparar de comida.

– No lo sé. A este paso, tal vez no comamos hasta la medianoche.

Lexie se apretó contra su cuerpo.

– ¿Te estás quejando, vaquero?

– Claro que no.

– Eso está bien. Porque no he terminado contigo -le echó los brazos al cuello y le plantó un beso húmedo en la mejilla-. ¿Hay algo en las bolsas que necesite frigorífico?

Josh la levantó en brazos.

– No, compré una bolsa de hielo que está con las cosas que necesitan nevera. Eso te demuestra lo precavido que soy. Siempre voy preparado -entró en el dormitorio y la dejó sobre la cama; entonces empezó a quitarse la ropa-. Habrás notado que llevaba un preservativo en el bolsillo.

– Ha sido un detalle inteligente; me ha gustado.

– ¿Ah sí? Bueno, señorita Lexie, espera porque estoy desnudo y creo que lo que voy a hacer ahora te va a gustar mucho más.

Después de cenar, Lexie recogió la mesa mientras Josh colocaba los cacharros en el lavavajillas.

– ¿Qué es esto? -dijo, retirando el papel de aluminio que cubría una fuente detrás de la cafetera.

– ¡Nada! -Lexie intentó impedírselo, pero era demasiado tarde.

Josh terminó de retirar el papel de plata y miró el contenido.

Lexie se ruborizó inmediatamente. Él no dijo nada durante unos interminables segundos, hasta que finalmente la miró a lo ojos y la contempló con expresión difícil de adivinar.

– ¿Las has hecho tú? -le preguntó-. ¿Para mí?

– Bueno, intenté… Un día dijiste que las galletas de chocolate eran tus favoritas. Está claro que debería haberme pasado por el horno -sacudió la cabeza-. Te dije que era una cocinera pésima.

– Así que era a esto a lo que me olió antes.

– Me temo que sí. Iba a tirarlas, pero entonces llegaste tú y me olvidé.

Josh arqueó las cejas.

– ¿Tirarlas? ¿Por qué?

– Por si no te has fijado, se me han quemado -se fijó en los discos planos y ennegrecidos de la fuente e hizo una mueca-. Más bien están incinerados.

Él escogió una de las galletas quemadas, se la llevó a la boca y le dio un mordisco. Masticó lentamente, sin dejar de mirarla.

A Lexie se le encogió el estómago mientras rezaba para que su acto de caballerosidad no acabara causándole un problema gastrointestinal.

Josh tragó, y entonces, para sorpresa suya, dio otro mordisco. Lexie fue a quitarle la fuente, pero él la agarró con fuerza.

– Josh, por favor, no tienes por qué comértelas. Están horribles.

– No, no lo están.

– ¿No?

– No -esbozó una sonrisa cálida y agradable-. Están justamente como las hacía mamá.

A la mañana siguiente, después de la clase de vela a primera hora, seguida de una clase de natación en la que Lexie meramente se dedicó a nadar junto a él, Josh subió a su habitación del hotel para darse una ducha.

Mientras dejaba que el chorro de agua caliente le limpiara del cloro de la piscina, Josh cerró los ojos mientras un sinfín de imágenes de Lexie se sucedían en su mente.

Dos semanas más; solo dos semanas más y tendría que marcharse de allí. Solo de pensarlo se le encogió el estómago. ¿Cómo demonios iba a poder hacerlo? Sin embargo tampoco podía quedarse. Tenía responsabilidades en casa; un rancho que dirigir y muchas personas que dependían de él. Y tenía una cruzada que llevar a cabo. Maldita fuera, iba a navegar un barco por el Mediterráneo. Tenía que hacerlo. Si no lo hacía, se arrepentiría toda su vida.

Ella era la que había echado por tierra todos sus planes. Enamorarse de ella estaba causando estragos en su vida.

Cada minuto que pasaba con Lexie, cada vez que la tocaba, que hablaba con ella, que compartía con ella un recuerdo o que le hacía el amor, otra bomba de emoción detonaba en su pecho. Y para rematar, había preparado unas galletas, aunque quemadas, para él. Sin duda todos sus gestos y su manera de actuar le demostraban que él le importaba, y además había accedido a reconocer que estaban saliendo, aunque después de eso no había vuelto a decirle nada que le indicara que aquello era para ella algo más que una aventura. A Josh se le estaba agotando el tiempo, y la paciencia.

Sabía lo que quería. Quería a Lexie; quería que ella se enamorara de él; quería que se comprometiera a permanecer juntos cuando terminaran sus vacaciones en Whispering Palms.

Aunque no estaba seguro de qué hacer para que ocurrieran todas esas cosas.

Cerró el agua y agarró una toalla. ¿Por qué no podía haberse enamorado en otro momento más conveniente? ¿O tal vez con una chica que viviera más cerca de su casa, y que no se asustara tanto cada vez que mencionaba la palabra «rodeo»?

Cuando salía del baño sonó el teléfono y Josh fue a contestar la llamada.

– Hola, Josh, soy Bob -dijo su manager-. ¿Qué tal las vacaciones? ¿Estás más descansado?

– Las vacaciones van de maravilla -dijo, aunque no quiso mencionar que apenas estaba durmiendo.

– ¿Y esas clases de vela?

– Bien.

– Me alegro. Escucha, te llamo porque tengo algo entre manos que creo que te va a parecer muy interesante.

Josh ladeó la cabeza y después la rotó hacia atrás, mirando al techo. Estaba casi seguro de lo que iba a decirle. Y no tenía ganas de oírlo.

– Bob, me he retirado.

– Lo sé -se produjo una pausa dilatada-. Pero Wes Handly no.

La mención del nombre de su rival le suscitó la curiosidad, como sabía que había esperado Bob.

– Te escucho.

– Handly acaba de apuntarse para un evento benéfico con carácter internacional que se celebra en Europa el próximo mes. En este momento es el nombre más importante del certamen es el suyo. Pero sé que otro nombre podría quitarle ese puesto -antes de dejarlo contestar, Bob continuó hablando-. Las empresas patrocinadoras se están volviendo locas con esto, Josh. Están prometiéndote la luna si vuelves. No solo te harías rico…

– Ya soy rico.

– Nunca se puede ser demasiado rico. Además de conseguir mucho dinero con fines benéficos, te dará la oportunidad de competir otra vez con Handly; dejarle el segundo puesto que debería haber conseguido la última vez. Te dará la oportunidad de quedar en la cima, donde debes estar.

Maldición, por mucho que le costara admitirlo, Josh no podía negar que el pensar en enfrentarse a Handly una vez más; el tener otra oportunidad para vencerlo lo emocionaba. Debería haber ganado la última competición. Haber quedado en segundo lugar aún le dolía.

– ¿Cuándo necesitas saberlo?

– Los patrocinadores quiere organizar una reunión lo antes posible, en Miami. Josh, escucha, esta es una oportunidad que solo se presenta una vez en la vida. No la dejes pasar. Handly está hablando de retirarse al año que viene. Aprovéchala. Y, como incentivo añadido, este evento va a tener lugar en Mónaco.

– ¿Y qué?

– Mónaco está en el Mediterráneo.

Josh reflexionó diez segundos antes de pensar en voz alta.

– Entonces ataría a dos toros con una sola cuerda.

– Prácticamente -dijo Bob-. Y de paso te llevarás una pasta gansa.

Y terminada su misión, estaría libre. Libre para centrar todo su tiempo y sus energías en su futuro. Y en Lexie.

– ¿Bob?

– Sí, Josh.

– Apúntame.

El alivio de Bob quedó más que patente.

– Así se hace, chico. Se lo diré a los patrocinadores inmediatamente y te volveré a llamar con los detalles. Esto va a ser maravilloso, Josh. Has tomado la decisión adecuada.

Josh colgó y se quedó mirando el teléfono unos segundos. Sabía que había tomado la decisión acertada; desde que había colgado las espuelas había deseado poder volver a competir con Handly para ganarle.

Sin embargo, no podía ahogar la duda que lo asaltaba. A pesar de saber que había hecho lo correcto, sospechaba que a Lexie no le haría ninguna gracia. Ella ya pensaba que su cruzada por el Mediterráneo era peligrosa, así que su participación en el rodeo terminaría de convencerla de que era de verdad un amante del riesgo. El mismo tipo de hombre con quien había roto hacía un año.

¡No! ¡No permitiría que ocurriera eso! Encontraría el modo de hacerla entender. Pero para estar más seguro no le mencionaría nada del asunto hasta que Bob tuviera todo listo, los contratos firmados y estuviera todo ya en marcha. Entonces se lo contaría.

¡Córcholis, incluso la invitaría a acompañarlo! Ya se los estaba imaginando, paseando por las calles de Mónaco, navegando juntos, ella sentada en un palco de la arena, viendo cómo derrotaba a Handly de manera aplastante.

Sí, sin duda era el mejor plan. Ella lo entendería… ¿O no?

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