Capítulo Cinco

Lexie se pasó todo el día entero intentando no hacer dos cosas: mirar el reloj y pensar en Josh.

Pero fracasó tremendamente en las dos. Incluso, a cada rato, pensaba en las horas que quedaban para verlo.

La de veces que lo había buscado con la mirada en las piscinas o en la playa. Y sabía que era una tontería; Josh le había dicho que se pasaría el día mirando veleros. Menos mal que conocía su trabajo en el complejo de memoria y lo hacía mecánicamente, porque desde luego ese día estaba de lo más distraída. En realidad, no hacía más que revivir con el pensamiento los acontecimientos de la noche anterior… y esperar con emoción los de esa noche.

Cada vez estaba más segura de que no podía haber escogido un hombre mejor para tener un lío. Josh era un amante generoso y alucinante.

Pero en algún momento entre el uso del segundo condón y del tercero, una voz en su interior le había empezado a repetir lo mismo, cada vez con más insistencia. Sí, se había sentido satisfecha, lánguida y muy femenina. Pero había algo más que se estaba colando junto con esas sensaciones; un sentimiento no tan deseado por ella y que había reconocido no sin temor.

La ternura.

No deseaba sentir nada acogedor, nada cálido o tierno. Y sobre todo no deseaba que todo eso se lo provocara aquel vaquero. En aquella situación no había sitio para esa clase de sentimientos. ¿Pero qué demonios le ocurría? ¿Unos cuantos orgasmos y empezaba a perder el control?

Sabiendo que lo mejor era alejarse de él, se había marchado poco después de utilizar el cuarto condón. Estaba claro que era incapaz de pensar con lógica cuando estaba junto a él. Sobre todo cuando estaba desnudo, encima de ella y penetrándola hasta el fondo. Pero esa noche tenían programada una clase de natación, y por mucho que intentara comportarse como si no le importara nada, no podía dejar de pensar en el encuentro.

Sin duda la noche anterior había sido… Dios bendito. No sabía explicarlo. Emocionante, increíble, pero también algo más; algo más inquietante. ¿Lo habría sentido él también?

Además, nunca había tenido una relación sexual tan buena, tan ardiente.

Con esfuerzo terminó de guardar las gafas y tubos de buceo que habían utilizado los alumnos de submarinismo, y después se dirigió hacia el Patio Marino a almorzar un poco.

Después de pedir un sándwich de pavo, se le vino a la mente otra imagen de ellos dos haciendo el amor en la ducha, y tuvo que cerrar los ojos con fuerza para dejar de pensar en eso. Si no se controlaba un poco, acabaría buscándolo por todas partes.

Presionó los labios y se dijo que debía tranquilizarse. Estaba claro que sufría un desequilibrio glandular provocado por una sesión tan intensiva de sexo después de tantos meses de sequía. Había conseguido encontrar una mesa con sombrilla, ya tenía bastante calor como para ponerse al sol, y estaba dándole un mordisco al sándwich cuando oyó una voz familiar a sus espaldas.

– ¡Aquí estás! -Darla se sentó en la reluciente silla color aguamarina y amarillo enfrente de Lexie, se quitó las gafas de diseño y miró a Lexie a la cara con detenimiento.

Lexie intentó permanecer impasible, pero al ver la sonrisa de Darla se dio cuenta de que no lo había logrado.

– Lo sabía -dijo, quitándole un pepinillo del plato-. Y si no fuera porque estoy contenta por ti y porque sin duda estarás mucho más relajada, estaría muy enfadada porque no me has llamado. Por amor de Dios, llevo toda la mañana esperando saber algo de ti -le dio un mordisco al pepinillo y la miró-Así que… no me dejes así. Está claro que decidiste que no era ni un loco ni un cretino. Y según el brillo que tienes en la piel, adivino que es maravilloso en la cama.

Lexie se puso colorada.

– Sí. Mejor que ninguno.

– ¿En qué sentido?

– Me provoca escalofríos en sitios que ni siquiera puedes verte en un espejo. Y eso antes de quitarse la ropa.

Darla abrió los ojos como platos.

– Dime que tiene un hermano. Por favor.

– Es hijo único. Lo siento.

– Bueno, qué se le va a hacer. Al menos tú ganas. ¿Cuándo vas a volver a verlo?

– Esta noche. Tenemos una clase de natación.

– ¿Y después de la clase?

Lexie se imaginó a Josh desnudo.

– No lo discutimos, pero no despreciaría la oportunidad de repetir lo de anoche, si me surge.

– ¿Y el vaquero se ha quedado tan maravillado por vuestro encuentro como tú?

– No he oído ninguna queja. En realidad, su entusiasmo me resultó de lo más halagador.

Debió de temblarle un poco la voz al decirlo, porque Darla la miró con suspicacia.

– Pero hay algo que te molesta.

– En realidad no. Solo es que… -se encogió de hombros-. Naturalmente esperaba que fuera agradable. Solo que no esperaba que lo fuera tanto.

Darla asintió sabiamente.

– Ah. Entonces te gusta -antes de que Lexie contestara, Darla le agarró la mano-. Escucha, Lexie, es muy natural que te guste. No te habrías acostado con él de no haber sido un hombre de bien. De modo que no te vuelvas loca con eso. Es guapo, sexy, estupendo en la cama y amable. ¿Por qué darle más vueltas? Estás viviendo una aventura, nada más. Recuerda las reglas. Él te va a ayudar a volver a la vida, para que cuando llegue tu príncipe azul estés lista. No pierdas la perspectiva y disfruta.

Lexie se sintió algo más relajada. Darla tenía razón. Necesitaba mantener la cabeza fría, no pensar demasiado. Solo había estado con dos hombres aparte de Tony; uno en la facultad y otro durante su primer año de enseñanza, y ambas relaciones habían durado algo más de un año.

Lo que necesitaba era relajarse y volver a la vida, como había dicho Darla; y, sobre todo, divertirse. No dejar que las emociones entraran en juego. ¿Tan difícil iba a resultarle?

Josh estaba de pie en la piscina, con los brazos apoyados en el bordillo de áspero cemento y el agua rozándole la cintura. Se negó a mirar de nuevo su reloj, puesto que lo había mirado tan solo hacía unos quince segundos y porque aún quedaban diez minutos para empezar la clase.

Y también se negaba a mirarse por debajo de la cintura, porque por mucho que lo intentara el bañador no dejaba de apretarle.

¿Por qué el agua de la piscina no le calmaba esos ardores? Josh se rió para sus adentros. Lo que en realidad necesitaba no era agua fresca, sino agua helada directamente. Sin duda estaba caliente e inquieto, y todo por culpa de ella.

Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos con fuerza. La misma pregunta que lo había perseguido todo el día se repitió de nuevo en sus pensamientos. ¿Qué demonios había pasado la noche anterior?

Solo sexo, ¿o no? En realidad, el mejor sexo que había practicado en mucho tiempo. Frunció el ceño. ¿En mucho tiempo, o en toda su vida?

¿Y solo había sido sexo? No. De eso nada.

Tenía suficiente experiencia para saber que había ocurrido mucho más que sexo entre Lexie y él. Años atrás, su padre le había dado un consejo que se había tomado muy en serio: «Hijo, el mentiroso más grande al que tendrás que enfrentarte es el que te mira cada mañana mientras te afeitas».

A lo mejor de vez en cuando uno podía engañarse a sí mismo; pero desde luego esa no era la ocasión. La verdad le llegó con la fuerza de una coz. ¿Qué diablos había pasado la noche anterior? Estaba claro. Se había enamorado.

Sí, después de pasar un día cavilando, no tenía la menor duda. Se había enamorado de pies a cabeza. Sin darse cuenta, el amor le había pegado un mordisco. Tenía demasiada experiencia como para no saber que lo que sentía con Lexie era especial. Y diferente, más fuerte que lo que había sentido por cualquier otra mujer. Aquello era una necesidad que iba más allá del sexo. Ella provocaba en él un sentimiento de protección y una necesidad acuciante de saberlo todo de ella.

Sí. Se había enamorado de ella nada más ponerle los ojos encima. Y lo de la noche anterior solo había conseguido sellar el trato para él. Tal y como le había pasado a su padre, se había enamorado a primera vista.

Pero qué mal momento para hacerlo. Había ido allí a aprender a nadar y a navegar, para poder cumplir el sueño de su padre y poder después sentirse en paz.

Y no solo era un mal momento, sino que estaba a miles de kilómetros de su casa; de su rancho y de las personas que dependían directamente de él para vivir. Y solo estaba allí para pasar un par de semanas más. El encontrar a una chica como Lexie en ese momento y en ese lugar era una complicación con la que no había contado. Y si no había ya bastante obstáculos en su camino, también estaba Lexie a tener en cuenta. Había percibido con claridad que ella no estaba buscando ninguna relación seria. Y aunque así fuera, no elegiría a un tipo que solo fuera a estar por allí unas semanas.

Además, estaba seguro de que para ella él solo había sido una aventura; un modo de poner fin a largos años de celibato.

A Josh se le escapó una risotada sin humor. Increíble. Se había enamorado por primera vez en la vida, y el objeto de su pasión solo lo quería para el sexo. ¡Qué ironía!

Se mantendría tranquilo. Él era un hombre paciente, dispuesto a darle un tiempo para que se enamorara de él.

El suave chapoteo del agua le llamó la atención. Se volvió y la vio bajando lentamente por la escalerilla. Sus miradas se encontraron y Josh sintió como si le dieran un golpe en el estómago. Molesto consigo mismo por las ganas que le entraron de levantarla al estilo troglodita, no soltó el bordillo por si acaso. Ella avanzó despacio hacia él, con una expresión mezcla de timidez y de conocimiento que lo volvió loco.

Lexie se detuvo delante de él y le sonrió.

– Hola. Espero no haberte hecho esperar mucho.

A Josh le parecía imposible tener que resistirse para no estrecharla entre sus brazos, pero Lexie le había pedido que la relación en la piscina fuera estrictamente profesional.

– Acabo de llegar.

– ¿Has pasado un buen día? -le preguntó.

– Sí.

– ¿Encontraste el barco que buscabas?

– No.

Lexie arqueó una ceja.

– ¿Ocurre algo?

Nada que no se le curara pasando un par de horas con ella.

– No. Solo recordaba lo que dijiste anoche de limitarnos a las clases de natación cuando estemos en la piscina. No quiero que acabes enfadándote conmigo -sonrió-. Se me ocurrió hacerme el difícil.

– El duro, ¿no? -estiró el brazo y le tocó la base del cuello, para seguidamente deslizarle la mano hasta los pectorales-. ¿Cómo de duro?

Josh gimió y tiró de ella para estrecharla entre sus brazos.

– Me rindo.

La besó con impaciencia, con el sentimiento y la frustración que había acumulado durante todo el día. Exploró con la lengua todos los dulces y secretos rincones de su boca, mientras sus manos le acariciaban la espalda y el trasero para pegarla más a su cuerpo. Ella gimió, le echó los brazos al cuello, se arrimó más a él, y en ese momento Josh se perdió. Se perdió en las curvas de su cuerpo, en la suavidad de sus pechos aplastándose contra el suyo.

De su piel se desprendía un aroma floral, como un vapor tropical que le embriagó los sentidos. Lexie se estremeció violentamente al mismo tiempo que él, y Josh echó mano de todo su control para no retirar las finas telas de sus bañadores y hacerla suya allí mismo. Desgraciadamente, aquel no era ni el lugar ni el momento adecuados.

Con gran esfuerzo, Josh suavizó el beso y terminó mordisqueándole los labios antes de separarse de ella.

– Dios bendito -susurró ella en tono ronco-. No puede haber otro vaquero que bese como tú.

– ¿Cómo beso?

– De ese modo que te deja sin oxígeno, te licua el cerebro y dobla las rodillas.

Él se echó a reír.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque si todos los vaqueros besan así, en los ranchos no haríais más que besaros el día entero. La industria ganadera y cárnica se irían a pique.

Josh quiso responder de manera ingeniosa, decir algo que la hiciera reír, pero cuando habló solo le salió la verdad.

– Me he pasado todo el día pensando en ti.

Lexie lo miró a los ojos y el corazón le dio un vuelco. Ella podría decirle lo mismo. Por un instante pensó en mentir, pero le pareció que con algo tan obvio era mejor decir la verdad.

– Yo también he pensado en ti.

Él le retiró un mechón de pelo de la cara y sonrió.

– Hoy he visto un lugar texano mientras volvía hacia aquí. Sirven comida y bebida y hay una pequeña pista de baile y unas cuantas mesas de billar. ¿Te gustaría que fuéramos después de la clase?

– Debes de estar refiriéndote al Buffalo Pete.

– Sí, así se llamaba. ¿Has estado allí alguna vez?

– Muchas. Es uno de los locales más populares de la zona. Sirven unas alas muy picantes y una cerveza muy fría. Me encantaría ir -sonrió y se apartó de él, a pesar de lo poco que le apetecía-. ¿Listo para la clase?

– Estoy listo para cualquier cosa que quieras darme, señorita Lexie.

Ella lo miró con sorpresa. -¿Estás hablando de natación? Él sonrió. -De momento, sí.

Siendo sábado por la noche, cuando llegaron a Buffalo Pete poco después de las once, el ambiente estaba muy animado. Delante de la enorme barra de caoba había por lo menos tres filas de personas, y las camareras, vestidas con pantalones vaqueros cortos, botas texanas y camisetas con el logo del local, se abrían camino con habilidad entre las mesas y los reservados. Muchas parejas bailaban en la pista al ritmo de una canción de Garth Brooks, y el ruido de los golpes de las bolas de billar contra las mesas se elevaba levemente por encima de las conversaciones y de la música.

Josh le tomó la mano y Lexie se deleitó con el calor de la palma de su mano. La condujo hasta la entrada del salón, donde una señorita muy sonriente los recibió, les entregó unas bandejas con sendos menús preparados y los acompañó entre el laberinto de mesas hacia una mesa en un rincón acogedor y tenuemente iluminado. Josh le retiró la silla para que se sentara, un gesto de cortesía masculina que Lexie creía extinguido, y después se sentó él frente a ella.

Vestido con botas de cowboy, vaqueros ceñidos, camisa vaquera y un sombrero texano color marfil, Josh se fundía sin duda con el ambiente. Como sabía que no lo oiría con tanto ruido, ni siquiera intentó ocultar el suspiro de apreciación que su visión le inspiraba. Llevaba el botón de arriba desabrochado, y Lexie suspiró de nuevo al verle un pedazo provocativo de pecho bronceado. Le entraron ganas de subirse a su regazo y desabrocharle el resto de los botones de la camisa.

Josh se quitó el sombrero y lo dejó sobre el asiento vacío que tenía al lado; después se pasó los dedos por el cabello espeso y oscuro. Entonces la miró de arriba abajo con una apreciación que le hizo sentir un cosquilleo por todo el cuerpo. Santo Dios, tenía un modo de mirarla que la hacía sentirse tan bella, tan femenina y tan deseable…

Josh le tomó la mano y le dio un beso en la palma.

– Lo has vuelto a hacer, y tengo que saber cómo.

– ¿Cómo he hecho el qué?

– Conseguir ponerte tan preciosa en menos de media hora.

Caramba. Tal vez no le hubiera llevado tiempo arreglarse en el vestuario de empleados, pero esa mañana, en su casa se había pasado media hora estrujándose el cerebro hasta que había decidido qué ponerse. Y eso era algo que nunca le pasaba. Después de probarse veinte cosas, se había decidido por un sencillo vestido de tirantes turquesa y sandalias a juego. Pero claro, él no se iba a enterar de nada de eso. Lexie le sonrió.

– Nunca soy de las que tarda mucho en arreglarse. Utilizo más protección solar que maquillaje, y hace tiempo que dejé de intentar dominar mi pelo; haga lo que haga nunca me queda como yo quiero. Esto es lo que hay.

– ¿Me lo prometes?

En ese momento apareció la camarera a la mesa, ahorrándole a Lexie la necesidad de contestar. Josh pidió cervezas, alas de pollo y nachos mientras Lexie asentía con la cabeza y aspiraba hondo.

Miró a la camarera y se dio cuenta de que esta miraba a Josh con una expresión extraña, como sobrecogida. Claro que Lexie la entendía; Josh era capaz de provocar esa reacción, sin duda. Pero la verdad era que aquella mujer no estaba disimulando nada.

Josh, sin embargo, parecía ajeno, y le pasó el menú con una sonrisa amigable antes de volver a prestar toda su atención a Lexie.

– Entonces, dime -empezó, tomándole la mano-. ¿De verdad voy a obtener lo que veo? Porque te digo una cosa, señorita Lexie, estás tan guapa con ese vestido que no sé si me voy a resistir mucho tiempo -la miró con deseo-. ¿Cómo es posible que una chica como tú lleve un año sin salir con nadie? Solo puedo pensar que a los hombres de por aquí les ocurre algo extraño.

Al oír su elogio, Lexie sintió algo especial por dentro.

– He centrado mi energía en otras cosas distintas a la vida social. Pero gracias a mi amiga Darla, que no hace más que intentar buscarme ligues, he tenido alguna que otra cita. Todas ellas desastrosas -miró hacia el techo y sacudió la cabeza-. Sí, soy una experta en primeras citas. Desgraciadamente, de las segundas casi no sé nada.

– Esta es nuestra segunda cita y lo estás haciendo muy bien.

– Sospecho que eres fácil de contentar.

– En realidad, soy extremadamente exigente.

– Además, esto no es una cita de verdad.

Él arqueó las cejas.

– ¿No? De donde yo soy a esto lo llamamos una cita.

– Bueno, supongo que técnicamente esto es una cita, pero yo no lo llamaría una cita.

– ¿Entonces, qué dirías tú que estamos haciendo?

En su tono de voz percibió algo, una seriedad de fondo, una inquietud acechando tras la sonrisa que le hizo sentir un revoloteo en el estómago.

– Bueno, la naturaleza temporal de nuestra relación… la coloca más en la categoría de… una aventura.

Él la miró durante unos segundos con una expresión remota, indescifrable, y Lexie se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración.

– Entiendo. Supongo que tienes razón.

Por razones que no podía explicar y que se negaba a examinar, su respuesta la decepcionó.

Él le acarició las manos despacio, sacándola de sus reflexiones.

– Háblame de esas primeras y desastrosas citas.

– Puaj. Todas me salieron mal. Pero la peor fue una este invierno pasado -se inclinó hacia delante-. Los pechos eran un fetiche para él.

– Siento decirte esto, cariño, pero eso le pasa a muchos hombres.

– No mis pechos; sino los suyos. No dejaba de tocárselos, de sobárselos y pellizcárselos. Como si estuviera tocando los botones de una radio. Me pidió que se los lamiera.

– Bueno, eso no es tan extraño.

– Estábamos en la pista de baile de la fiesta de su empresa.

– Ah. Eso sí que es raro.

– Como estuve tanto tiempo con mi ex, no tenía práctica en eso de ligar. Pero cada vez que lo intentaba, me veía rodeada de buitres y de tíos raros.

Finalmente decidí que no merecía la pena salir con nadie; al menos hasta que apareciera un hombre normal.

Una sonrisa pausada iluminó su rostro.

– Entonces supongo que te parecí bastante normal, ¿no?

– Bueno, al menos no tienes la palabra «loco» tatuada en la frente. Y en el cuarto de hora que llevamos aquí aún no me has pedido que te chupe los pezones.

– La noche es joven.

Ella lo miró con seriedad.

– Y tampoco me has pedido que practique el banyi, que vaya a rodar en el Amazonas o que me meta a nadar con los cocodrilos. Sí, pareces bastante normal.

– ¿Qué es eso del banyi y de los cocodrilos? ¿Alguna de tus citas?

– No. Me refería a mi ex. Me temo que era un loco temerario.

– ¿Nadaba con los cocodrilos?

– Sí. También luchó con ellos. Y se tiró de varios precipicios, y de aviones. Escaló montañas, practicó el surf durante un huracán. Y eso fue la gota que colmó el vaso. Era un adicto a la adrenalina.

– ¿Y rompió contigo porque no querías unirte a él en sus arriesgadas aventuras?

– No, yo rompí con él porque no pude soportarlo más. Me negué a soportar más noches en Urgencias, o en casa con el corazón en un puño temiendo una llamada de teléfono de la policía para decirme que estaba muerto. O paralizado. Intentó abandonar el riesgo por mí, pero pasado solo un mes me di cuenta de que no era feliz así. Y eso me hizo a mí infeliz. De modo que volvió y se desquitó. Ganó algunos concursos regionales en la variedad de los deportes de riesgo, y a punto estuvo de matarse. Cuando adoptó ese estilo de vida que incluía otras mujeres, decidí que no podía tolerarlo más.

– ¿Si no era tu tipo, por qué te prometiste a él?

– Cuando empezamos a salir y nos enamoramos después, él era tan… intenso. Era dulce y considerado. Pero cuando llegó a los treinta años atravesó una especie de crisis vital y empezó a aficionarse por los deportes de riesgo. Yo lo amaba, pero sabía que nunca cambiaría. El éxito lo hizo cambiar, y en cuanto empezó a ver a otras mujeres, lo dejé. -¿Lo sigues amando? -le preguntó Josh. -No. Rezo para que no le pase nada, pero jamás me he arrepentido de romper nuestro compromiso -se echó a reír-. Pero creo que te he contado más de lo que te interesa de mí.

– En realidad, creo que apenas me has contado un poco de lo que quiero saber de ti.

Su mirada intensa le disparó una flecha de fuego que la recorrió por entero, pero Lexie se obligó a sí misma a mantener un tono ligero, a no sacar demasiadas conclusiones de sus palabras.

– Pues de momento es lo único que te voy a contar, porque ahora te toca a ti. ¿Cómo es posible que un hombre como tú no tenga novia? ¿O la tienes?

– No tengo novia. No soy el tipo de hombre que tendría un lío si tuviera a alguien esperándome en casa.

Lexie se puso colorada por haber metido la pata.

– Lo siento. No ha sido mi intención insultarte.

– No tengo ningún compromiso; estoy libre.

– ¿Nunca has estado casado?

– Ni siquiera he estado prometido.

Mmm. Estaba claro que Josh era de esos hombres que huían de los compromisos.

– Y no porque me asusten los compromisos. Solo que no he conocido a la mujer adecuada. Y en mi trabajo, con tantos viajes, es difícil mantener una relación estable.

– ¿Viajes? ¿Dónde viajan los vaqueros, a otros ranchos?

Josh se pasó la mano libre por el cabello mientras desviaba la mirada.

– Bueno, en realidad no he trabajado mucho el rancho en los últimos años. He pasado casi todo el tiempo…

Su discurso fue interrumpido por la llegada de la camarera, que llegó con las bebidas y los platos de comida. Mientras la mujer los colocaba sobre la mesa, Lexie se dio cuenta de que estaba mirando a Josh como si este fuera un suculento manjar y ella estuviera muerta de hambre. Cuando dejó el último plato, la camarera lo miró y sonrió:

– Usted es Josh Maynard. Lo reconocería en cualquier sitio -dijo con entusiasmo.

Lexie arqueó las cejas con sorpresa. Oh, Dios. Esperaba que aquella mujer no reconociera a Josh por algo malo.

Josh sonrió a la joven y le tendió la mano para saludarla.

– Sí, señorita. Soy Josh Maynard. Encantado de conocerla, señorita…?

– Baker -dijo mientras lo saludaba-. Vickie Baker. Oh, Dios mío. Le dije a Sally y a las demás chicas que era usted, pero no me creyeron. ¿Podría darme su autógrafo?

– Sería un honor, Vickie. Aunque me temo que no tengo bolígrafo.

– Yo tengo uno -se retorció el mandil con las prisas de sacárselo del bolsillo-. ¿Podría esperar un momento mientras voy a por una hoja?

– Por supuesto.

Vickie se marchó corriendo. Josh miró a Lexie y sonrió tímidamente. Ella lo miró y se aclaró la voz.

– ¿Entonces qué eres, una estrella de la música country?

– No. ¿Te acuerdas que anoche te dije que había hecho algo de rodeo?

– Sí. Así fue como te hiciste la cicatriz.

– Bien. Lo cierto es que llevo un tiempo participando en los circuitos de rodeo, y he conseguido cierto renombre.

– ¿Qué quieres decir con un tiempo?

– Hice algo en el instituto y en la facultad, pero exceptuando el año que trabajé en el laboratorio, me he estado ganando la vida con las competiciones de rodeo desde que terminé la carrera.

– ¿Y ahora cuántos años tienes?

– Treinta y cuatro.

– Supongo que por la reacción de Vickie has conseguido más que «cierto renombre».

Josh se encogió de hombros.

– He ganado unos cuantos.

– ¿Unos cuantos premios regionales?

– Campeonatos del mundo.

Lexie abrió los ojos como platos.

– ¿Entonces eres una de esas celebridades del rodeo?

– Supongo que sí. En ciertos círculos -le sonrió-. Pero no puedo ser tan famoso. Tú nunca has oído hablar de mí.

– Tal vez porque no sé nada de rodeos.

– Pues yo te puedo contar lo que tú quieras.

– ¿Por qué no me lo has contado antes?

Josh la miró a los ojos.

– Pues porque no ha surgido la conversación. Me retiré de los circuitos hará unos cuantos meses. Y si quieres que te diga la verdad, me resultaba agradable estar con alguien que no supiera nada de mí.

Lexie imaginó un grupo de aduladoras rodeándolo.

– ¿También tienen las estrellas del rodeo seguidoras como las de rock?

– Seguidoras, fans y todo lo demás -contestó él.

Cualquier otra explicación que fuera a darle quedó interrumpida por la llegada de Vickie y otras tres camareras jóvenes.

– Os dije que era él -dijo Vickie a sus compañeras con una sonrisa de suficiencia; se volvió hacia Josh-. Estas son Sally, Trish y Amy.

Josh asintió y las mujeres sonrieron.

– Encantado de conocerlas señoritas. Y esta es Lexie.

Las cuatro mujeres le dijeron «hola», pero tenían los ojos puestos en Josh como un ladrón contemplando el diamante de las corona de la Reina de Inglaterra.

– Le dije a Ben, el camarero de la barra, que usted estaba aquí y casi le da algo. Ahora mismo está sacando unas fotos de usted de Internet para que nos las firme y podamos colgarlas detrás de la barra.

En ese momento Ben, el camarero, se unió al grupo, fotos de Internet en mano, y Lexie observó a Josh firmando unas fotografías de él montado en uno de esos enormes y bravos toros brahmán.

El corazón le dio un vuelco al ver las trepidantes imágenes que la hicieron despertar. ¡Santo Dios, aquel era otro adicto a la adrenalina! Lo que vio en esas fotos podría describirse en una palabra: «locura». El pensamiento la dejó helada. Sí, una locura. Y también algo muy peligroso. Y según el comportamiento de aquellas camareras, estaba claro que las mujeres se arremolinaban alrededor de él como las moscas a la miel. Santo Cielo, era igual que Tony.

¿Pero acaso aquello importaba? Al fin y al cabo, ella no iba a casarse con él. Solo estaba con él para pasar el rato. Para recuperar la confianza en sí misma y soltarse de ahí en adelante.

Al poco rato un grupo de curiosos lo rodeó, todos ansiosos por conseguir un autógrafo de Josh o darle la mano. Josh fue cortés, paciente, charló y firmó autógrafos, e incluso posó en fotos de varias personas que tenían cámaras.

Lexie no pudo evitar admirarlo por su actitud hacia todas aquellas personas. Aunque, a pesar de su presencia, algunas mujeres coquetearon descaradamente con él, Josh permaneció meramente agradable y educado, sin ceder a ninguna de las insinuaciones o invitaciones que le hacían. No pudo negar que aquel gesto la halagó, y que sin duda no era la manera en la que Tony habría llevado la situación.

Después de firmarle un autógrafo a todo el mundo que se lo pidió, Vickie había dispersado al grupo diciendo:

– Muy bien, dejemos al hombre que disfrute de su velada.

Josh se volvió hacia Lexie.

– Lo siento haber tardado tanto, pero detesto decepcionar a mis fans. Son un grupo leal, y sin ellos no habría tenido tanto éxito.

– Por favor, no te disculpes. He disfrutado observándote -sacudió la cabeza- Es como estar con una estrella de cine. ¡Aquel hombre de la barba te describió como el Michael Jordán del rodeo!

Josh se encogió de hombros.

– Un periodista me llamó así una vez, después los medios lo oyeron y a la gente se le quedó.

Lexie se inclinó hacia delante y lo miró a los ojos.

– Todo esto me ha parecido sorprendente, pero lo que más me ha asombrado ha sido tu modestia sobre tus logros.

– No puedo negar que estoy orgulloso de lo que he conseguido, pero no me gusta hablar mucho del tema, sobre todo lejos de los circuitos. Si hablo de ello con otros cowboys, es lo normal; pero si lo hago con otras personas, me parece como si estuviera presumiendo.

– Desde luego nadie puede culparte por ello; tienes mucho de qué presumir.

Él le tomó la mano y la miró a los ojos.

– Deja que te diga algo. Los primeros años en los circuitos eran joven, tenía talento y disfruté de todas las ventajas que aquello conllevaba, incluida la adoración de mis fans. Pero cuanto más premios gané, más famoso me hice, y finalmente llegó al punto en el que no sabía si agradaba a las personas por mí mismo o por mi fama.

Seguí con el rodeo porque me encanta. Me encanta el desafío y la competición. Pero reorienté mis prioridades hace unos pocos años y dejé de lado la parte de la fama. Agradezco el apoyo de mis fans y siempre tendré un momento para firmar un autógrafo o charlar con ellos. Pero tengo que reconocer que no me importó en absoluto que tú por ejemplo no supieras quién era yo.

– ¿Quieres decir con eso que no debería pedirte un autógrafo?

Él metió la mano por debajo de la mesa y le acarició el muslo.

– Se me ocurren un par de sitios donde me gustaría ponerte mi nombre. Y a ella unos cuantos más.

– ¿Por qué te retiraste?

– Había llegado el momento. Había conseguido todo lo que me había propuesto. Incluso más. Además, mi cuerpo ya no podía con ello. Mi padre había muerto, dejándome a mí como único responsable del rancho que habíamos comprado juntos… -su voz se fue apagando y se encogió de hombros-. Como he dicho, era el momento.

– ¿Y no piensas volver?

– No, he colgado las espuelas definitivamente.

Un gran alivio que Lexie no quiso analizar se apoderó de ella. Aunque también Michael Jordán se había retirado unas cuantas veces. Menos mal que aquello era solo una aventura.

Lexie miró los platos donde estaban las alas.

– Creo que se nos ha quedado la comida fría.

– ¿Quieres que pida otra ración?

– ¿Por qué no le pedimos a Vickie que nos las envuelva y las calentamos después -lo miró-. En mi casa.

Él le apretó la mano.

– Es una invitación que sería tonto de rechazar.

– Y los dos sabemos que eres uno de esos ingenieros químicos tan listos.

– Ah. De modo que solo te interesa mi mente.

– No exactamente -lo miró de arriba abajo de modo sugerente-. La verdad es que estaba pensando que podíamos jugar a un juego.

– Mmm. Sabes que me gustan los juegos. ¿Qué tenías en mente?

– Estaba pensando enjugar al Helado.

– No puedo decir que esté familiarizado con el juego. ¿Cómo se juega?

– Yo chupo, tú te derrites.

El se quedó quieto y la miró con ardor.

– Vamos.

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