Josh iba conduciendo el coche de alquiler por la calle serpenteante, con una mano en el volante y la otra agarrada a la de Lexie, que le iba indicando cómo llegar a su casa.
Para no pensar en el helado, al menos hasta llegar a su casa, se puso a pensar en otra cosa. Por muy halagadora que le hubiera resultado la atención de sus fans esa noche, no se le había siquiera pasado por la cabeza que tendría que pasar un buen rato firmando autógrafos y charlando. Al principio lo había preocupado que Lexie se molestara, pero enseguida había visto lo bien que se lo había tomado, cosa que le había agradecido. Había estado en situaciones similares antes, cuando sus acompañantes se habían molestado y puesto celosas. Resultaba refrescante que Lexie no hubiera reaccionado así, a pesar de las descaradas insinuaciones verbales de algunas de las mujeres. Lexie se había limitado a sonreírle, a guiñarle un ojo, e incluso lo había mirado como si estuviera orgullosa de él.
– Mi casa es la segunda de la derecha -dijo Lexie, interrumpiendo sus pensamientos-. La que tiene encendida la luz del porche.
Josh llegó delante de la casa y apagó el motor. Era casa de estuco color crema, con un patio pequeño y bien cuidado entre la casa de Lexie y la siguiente.
Del vestíbulo de azulejos verdes pasaron a una cocina inmaculada decorada en tonos alegres, entre los que dominaban el verde y el amarillo. Lexie abrió el frigorífico y se agachó a meter las bandejas que contenían su comida. Al estar inclinada hacia delante, el vestido se le subió un poco por detrás, y Josh tuvo que respirar hondo un par de veces para controlarse. Entonces se puso derecha, cerró la puerta del frigorífico y se apoyó sobre ella.
– ¿Te gustaría ver el resto de la casa?
– Cielo, estoy deseando ver todo lo que quieras enseñarme.
Ella sonrió y señaló con la mano.
– Cocina, donde también desayuno -por un hueco rematado por un arco pasaron a una sala-. Cuarto de estar -la acogedora habitación estaba decorada en azul y amarillo pálido; antes de que a Josh le diera tiempo a fijarse demasiado en la decoración, Lexie fue hasta una pared, subió una persiana y abrió unas puertas cristaleras-. El jardín.
Al salir lo envolvió inmediatamente el húmedo aire tropical. Una valla alta de madera cercaba el pequeño patio trasero. En una esquina había una barbacoa. En la otra…
– La bañera de hidromasaje -dijo, señalando la otra esquina.
Inmediatamente Josh se los imaginó a los dos en la bañera, sumergidos en agua cliente y burbujeante.
– Me encanta darme un buen baño relajante después de un duro día de trabajo -dijo-. Gracias a la valla tengo toda la intimidad que quiero.
Se miraron y Josh juraría que algo pasó entre ellos. Algo más emocionante que lo que le ofrecía la posibilidad de meterse en la bañera con ella. Algo cálido, íntimo y consabido.
Lexie le tomó la mano y lo condujo de nuevo al interior de la casa.
Continuó enseñándole la casa, que comprendía además un cuarto de baño, un lavadero y una habitación para invitados. Al final del pasillo se detuvo a la puerta de otra habitación.
– Mi dormitorio.
La siguió al interior y esperó mientras ella encendía varias velas. Como el resto de la casa, su dormitorio era acogedor, bonito y decorado con cosas de la playa. Josh vio unas fotos sobre un aparador de mimbre blanco y se acercó a mirarlas. Había una de sus padres y ella, y otra de ella en el agua con un delfín. Levantó la vista y vio a Lexie apagando una cerilla, frunciendo los labios de ese modo que lo volvía loco. Avanzó lentamente hacia él, bamboleando las caderas suavemente. Se detuvo a su lado y tocó el marco de una de las fotos.
– Mis padres.
– Parece que os lleváis bien.
– Sí, nos llevamos muy bien. Mis padres son estupendos. E incansables -se echó a reír-. Cada vez que estamos juntos, soy yo la que no deja de sugerirles que nos sentemos un momento a descansar.
– ¿Otro pariente? -dijo, fijándose en la foto del delfín.
Ella se echó a reír.
– Estaba nadando con los delfines. Es una experiencia alucinante. Tal vez quieras probarlo ahora que estás en Florida.
– Gracias, pero creo que no. La otra vez que me metí en el agua, fuera de una piscina, me mordió la serpiente en el trasero.
– Los delfines no muerden. Además, no puedes culpar a la serpiente por tener buen gusto. Tienes un trasero estupendo.
Josh dejó la foto sobre la cómoda.
– Lo mismo te digo, Lexie.
Ella sonrió, le puso las manos en el pecho y se las deslizó hasta los hombros. Josh aspiró su turbador aroma floral, mezclado con el aroma de las velas.
– ¿Cómo te sientes? -le preguntó en tono sensual-. ¿Relajado? -Ni hablar.
– Bueno, cowboy, a ver qué podemos hacer al respecto.
Él le rodeó la cintura y la abrazó con suavidad.
– Si quieres que te diga la verdad -le dijo mientras le besaba en el cuello-, creo que lo mejor es que nos quitemos la ropa.
Lexie le metió la mano por la abertura de la camisa e hizo lo que llevaba pensando toda la noche. Uno a uno abrió los automáticos, se la sacó de debajo de los pantalones y se la terminó de quitar, dejándolo desnudo de cintura para arriba. Entonces le plantó las manos en el pecho, deleitándose con los latidos de su corazón mientras él la miraba ardientemente. Pasó los dedos por la cinturilla del pantalón con gesto provocativo, para después continuar acariciándole la espalda y los hombros.
Josh aspiró con fuerza.
– Cariño, si crees que así me voy a relajar estás muy equivocada.
– Bueno, creo que no es precisamente lo que pretendo -contestó-. Probablemente excitarte está más cerca de la verdad.
– Pues lo has conseguido.
– ¿Cuánto?
Le tomó la mano y se la plantó en la entrepierna.
– Mucho.
Oh, Dios mío.
– ¿Cómo se quita esta hebilla?
Josh le soltó la mano y con un hábil giro de muñeca desprendió la hebilla y la dejó sobre la cómoda de Lexie. Ella le miró las botas.
– Ahora las botas.
Josh se sentó en el borde de la cama y se quitó las botas y los calcetines con rapidez.
Después de quitarse las sandalias, Lexie fue hacia la cama.
– ¿Listo para jugar al Helado?
– No sabes cómo.
– Túmbate.
Sin apartar la vista de ella, se inclinó hasta apoyar la cabeza en la almohada. Con el corazón acelerado, Lexie se arrodilló sobre la cama junto a él y le quitó los pantalones, dejándolo solo con los calzoncillos. Al ver la erección ciñendo el suave algodón del slip, Lexie se quedó sin aliento. Un tremendo calor crepitó en su interior, concentrándose en un charco húmedo y caliente que le mojó las braguitas. Lo acarició a través del slip, deleitándose con sus profundos gemidos. Estaba listo, sin duda, pero ella lo quería totalmente listo.
Se levantó el vestido y se sentó a horcajadas sobre él, presionándole la erección. Se meneó un poco y sintió un gran placer.
Él fue a agarrarla, pero Lexie se inclinó hacia delante y le bajó las manos hasta tocar el colchón, sobre su cabeza.
– Ah, no -susurró-. Tú, relájate…
– Sí, claro.
Ella le pasó la punta de la lengua por el lóbulo de la oreja.
– Solo tienes que derretirte.
– No hay problema. Aún no has empezado y estoy casi en estado líquido.
– Entonces deja que te ayude a evitar el «casi».
Josh se agarró con fuerza a la colcha para no tocarla y cerró los ojos.
Lexie empezó a pasarle la lengua por el cuello, mordisqueándolo y acariciándolo con los labios aquí y allá. Por donde ella lo tocaba, le dejaba un rastro de fuego. Fue bajando por el cuerpo con parsimonia enloquecedora, circundándole los pezones con la lengua antes de succionárselos con placer.
Continuó su camino descendente, dejando un camino húmedo con la lengua, hasta llegar al ombligo, al que le dio el mismo tratamiento que a los pezones, para continuar seguidamente acariciándolo con los labios y la lengua justo por encima de la cinturilla del slip.
Josh abrió los ojos en el momento en que ella le metía las manos por la cinturilla para quitarle el slip, que a los pocos segundos estaba en el suelo junto con el resto de la ropa. Antes de que pudiera darse cuenta, ella se inclinó hacia delante y empezó a chuparlo.
Y desde luego que se derritió.
Josh apretó los dientes para dominar el intenso placer, mientras la observaba lamiéndolo, saboreándolo y besándoselo todo, de arriba abajo, mientras sus manos también le acariciaban y agarraban el miembro. Cuando pensaba que no podía soportarlo más, ella se lo metió en la boca, que estaba caliente y húmeda. Josh gimió sin poderse resistir. El sudor le empapaba la piel, y la necesidad de explotar empezó a palpitar por todo su ser con creciente desesperación. No iba a ser capaz de retrasar mucho más el orgasmo. Y se acabó eso de no tocarla.
Mientras le acariciaba el cabello temblorosamente, soportó la dulce tortura de sus labios durante al menos otro medio minuto más.
– Lexie -gimió con desesperación.
Ella apartó la boca de su miembro pero no perdió el tiempo. A los dos segundos estaba abriendo el paquete de un condón que sacó de debajo de la almohada. Al momento le puso el condón, se quitó las braguitas y enseguida él estaba dentro de ella.
Josh intentó ir despacio, recuperar el control, pero lo había perdido hacía rato. La agarró de las caderas y la embistió con furia.
– Josh…
Al oír su nombre en labios de Lexie, Josh perdió el control definitivamente. El orgasmo le sobrevino con una intensidad que rayaba el dolor. Palpitó dentro de ella mientras era presa de unos violentos estremecimientos, y absorbió el orgasmo de Lexie al tiempo que el suyo propio. Cuando los espasmos cesaron, se quedó quieto debajo de ella, empapado en sudor, y con el corazón latiéndole tan deprisa que hasta le latía la cabeza.
Cuando por fin abrió los ojos, ella lo miraba con la misma expresión de asombro que estaba seguro de que habría en su cara.
Sin separarse, se miraron largo rato. El amor, un amor fuerte y seguro, lo invadió, llenándolo de la certeza de que ella no tardaría tiempo en darse cuenta de que aquello no era una aventura. La agarró de los brazos y tiró de ella para darle un beso en la boca.
Pasados unos minutos, Lexie se apoyó en las manos y se retiró para mirarlo; en sus ojos había un brillo de picardía.
– ¿Entonces… te has derretido?
– Cariño, me has dejado en estado líquido. No queda nada sólido.
– Oh. Qué pena. No había terminado contigo.
– Sí, bueno, yo ni siquiera he empezado contigo -le echó una mirada al vestido de Lexie y sacudió la cabeza-. Ni siquiera te has quitado la ropa.
– No, pero me ha gustado que tú estuvieras desnudo y yo no. ¿Te ha importado?
– En absoluto. Pero recuerda, ahora me toca a mi.
– Mmm. ¿Es una amenaza?
– Es una promesa.
– ¿Sabes dónde tendremos que estar sin ropa los dos? -le preguntó, besándolo -. En la bañera de hidromasaje.
– ¿Hay algo en el agua que pueda morderme en el trasero?
Una sonrisa de picardía se dibujó en su rostro.
– Solo yo.
– Menos mal que ahora no tengo miedo al agua.
– ¿Nada de nada?
– Te lo voy a demostrar.