A las cuatro de la tarde de ese día, Josh se había dado cuenta de varias cosas. La primera que se alegraba mucho de haber leído sobre náutica antes de ir a Florida, porque eso le permitió avanzar rápidamente con las explicaciones preliminares de Lexie. Sus conocimientos también le daban la ventaja de poder impresionar a su profesora, especialmente en lo tocante a su habilidad con los nudos.
– Soy bastante hábil con una cuerda -le dijo con una sonrisa-. Es lo que tenemos los vaqueros.
En segundo lugar le quedó muy claro, incluso más que durante las clases de natación, que Lexie era un profesora estupenda. Era paciente con él, le daba ánimos, conocía la materia y se la explicaba de manera clara y concisa, siempre poniendo énfasis en la seguridad. Se habían pasado tres horas sentados a la mesa de la cocina de su casa haciendo ejercicio preliminares antes de volver a Whispering Palms a navegar en uno de los barcos de alquiler que poseía el complejo.
Y en tercer lugar, a medida que avanzaba el día, Josh se dio cuenta de que era posible enamorarse más profundamente de una mujer de la que ya estaba totalmente enamorado.
Lexie le gustaba tanto a nivel físico e intelectual, como a nivel emocional. No solo la amaba; le gustaba verdaderamente. Y sabía que no podría dejar pasar mucho tiempo antes de decirle lo que sentía.
Maldición, no había querido o planeado aquella complicación, pero no había manera de ignorar lo que sentía. Quería, necesitaba saber si ella sentía también alguna de aquellas intensas emociones. Y en cuanto terminara la clase de vela pensaba averiguarlo.
Su clase terminó a las seis de la tarde tal y como había anticipado su profesora, y Josh había disfrutado de cada minuto.
Después de devolver el barco de alquiler al muelle, caminaron hacia el club náutico del complejo por un camino de cemento que rodeaba el perímetro de la propiedad.
Josh le tomó la mano y se la apretó. Ella hizo lo mismo mientras lo miraba con una sonrisa deslumbrante que le causó estremecimientos.
– Lo has hecho estupendamente -le dijo-. Le has pillado el tranquillo más rápido que cualquier otro alumno de los que he tenido. Tienes un don natural, Josh.
Josh le dio un beso en la mano y notó con placer un destello de pasión en su mirada.
– El progreso de un alumno es el reflejo directo del profesor, y yo elegí a una triunfadora -dijo con vehemencia-. Por cierto, ¿tienes hambre? Hace muchas horas que almorzamos. ¿Puedo invitarte a cenar?
– Me parece estupendo. ¿Quieres comer aquí?
El sacudió la cabeza.
– La verdad es que he hecho una reserva en otro sitio.
Ella arqueó las cejas.
– ¿De verdad? ¿Y si te hubiera dicho que no?
– Habría intentado hacerte cambiar de opinión por todos los medios.
– Mmm. Tal vez debería haberte dicho que no -le dijo en broma-. ¿Dónde has reservado?
– En el Blue Flamingo.
Ella abrió los ojos como platos.
– Es mi restaurante favorito.
– Lo sé.
– No recuerdo haberlo mencionado.
– No lo hiciste. Cuando volví a por mis cosas esta mañana hablé con Maurice, uno de los recepcionistas. Un tipo muy agradable. Le comenté que quería invitarte a cenar y le pedí que me recomendara algún sitio. Cuando me dijo que el Blue Flamingo era tu favorito, le pedí que nos hiciera una reserva. ¿Podrías estar lista a las ocho?
– Sí, pero vas a tener que llevarme a casa. Aquí solo tengo algo de ropa en el vestuario de empleados; desde luego no lo bastante bonita como para ir al Blue Flamingo.
Él se detuvo y la abrazó.
– ¿Me estás diciendo que no tienes nada que ponerte? Porque a mí eso me suena muy bien.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
– Eh. No estarás intentando echarte atrás con la invitación…
– En absoluto -la estrechó contra su cuerpo suavemente-. En realidad, solo de imaginarte sin nada que ponerte me inspira para hacerte otra invitación -le susurró al oído.
Ella se echó hacia atrás y lo miró con incredulidad.
– Caramba. ¿Es posible anatómicamente? -No lo sé. ¿Quieres que vayamos un momento a mi habitación a averiguarlo?
Una sonrisa pausada le iluminó la cara. -No sabes cómo.
Lexie salió de la ducha y se enrolló una toalla. Josh la recogería en una hora para ir a cenar. Sonrió al recordar lo mucho que había insistido en llevarla a casa, volver al complejo y regresar de nuevo a recogerla, para que fuera «una verdadera cita». El complejo no estaba muy lejos, a solo diez minutos en coche de su casa, pero su caballerosidad la halagaba especialmente. Desde luego Tony jamás habría tenido un gesto como aquel.
Ir a cenar al Blue Flamingo la llenaba de emoción. Solo comía en restaurantes de cinco estrellas en ocasiones muy especiales, ya que los precios eran demasiado altos para su presupuesto. La comida, el servicio, el ambiente y la pequeña pista de baile contribuían a que la cena fuera una experiencia fabulosa.
Sí, claro. La comida y el servicio. Por eso era por lo que estaba deseando ir. No tenía nada que ver con el hombre que la iba a acompañar. Nada…
Limpió el vapor del espejo y se miró. Estaba radiante. Sabía que era gracias a Josh. Pero en pocos días Josh iba a tomar un avión a Manhattan, en Montana, y no volvería a verlo.
Su alegría se evaporó instantáneamente. Oh, Dios mío, aquello le daba mala espina.
Sonó el teléfono y Lexie agradeció la interrupción.
Agarró el inalámbrico que tenía en la mesilla y contestó.
– ¿Diga?
– Lexie, soy Darla. ¿Te pillo en mal momento? ¿Interrumpo… algo? -le preguntó en voz baja.
Lexie se echó a reír.
– De haber sido así no habría contestado el teléfono.
– ¿Está el vaquero?
– No, pero viene a recogerme dentro de poco y aún no estoy lista. ¿Qué ocurre?
– Eso mismo quería preguntarte yo. ¿Cómo va todo? ¿Sigues viéndolo todo bien claro?
– Esto, sí.
– Vaya, vaya. Ese tono me suena. Me parece que vamos a tener que charlar un rato.
Lexie soltó un suspiro.
– Creo que sí.
– Bueno, no te preocupes, para eso estoy yo. ¿Qué te parece si desayunamos mañana juntos?
– No puedo, tengo una clase muy temprano. ¿Y si almorzamos? Te espero a las doce en el Patio Marino.
– Hecho. Ahora ve a ponerte guapísima para salir con tu vaquero. ¿Qué vais a hacer?
– Me va a llevar al Flamingo.
Darla silbó.
– Qué elegante. Bueno, que os lo paséis bien, y no hagas nada que no hiciera yo.
– O sea que no haya límites, ¿no?
– Eso es, cariño. Ahora, repite conmigo. Esto es solo una aventura.
Lexie respiró hondo.
– Esto es solo una aventura -dijo, pero las palabras le supieron amargas.
– Buena chica. Hasta mañana, Lex.
Lexie se despidió de su amiga y colgó el teléfono. Entonces se estiró y fue hacia el ropero con determinación y murmurando las palabras que Darla le había hecho repetir.
– Esto es solo una aventura, esto es solo una aventura…
Cuarenta y cinco minutos después Lexie abrió la puerta de su casa y nada más hacerlo se quedó sin aliento.
Santo Dios. Josh estaba estupendo en vaqueros y camiseta, fabuloso en bañador, pero cómo iba en ese momento sobrepasaba todo lo demás. Llevaba un traje azul oscuro de raya diplomática, camisa blanca y corbata de seda con estampado de cachemira. Lo miró de arriba abajo boquiabierta, y al levantar la vista vio que él tenía una rosa en la mano.
Sonrió cuando él se la ofreció.
– Hola.
– Hola, Josh.
Caramba. ¿Por qué le temblaba la voz? Aspiró el rico aroma de la rosa mientras él la miraba de arriba abajo de aquel modo que le ponía la piel de gallina.
– No sabía que los vaqueros llevaran traje -dijo ella con la misma voz cascada.
– Solo cuando no están en el rancho.
– Pues a ti te queda muy bien.
– Me alegro de que te guste -terminó de mirarla-. Estás preciosa, Lexie.
Allí de pie en el porche, Josh intentó no quedarse con la boca abierta, pero le resultó casi imposible. El vestido negro le dejaba al descubierto sus hombros dorados, la falda le ceñía las caderas antes de abrirse el vuelo justo sobre las rodillas, y aquellas sandalias tan finas y sexys que le hacían las piernas kilométricas… Caramba.
¿Cómo demonios iba a aguantar toda la cena sin tocarla? Tal vez pudieran pedir la comida y llevársela a casa. Solo que estaba seguro de que eso no se podía hacer en el Blue Flamingo.
– Ahora mismo vuelvo -le dijo Lexie sacándolo de su asombro-. Voy a poner esto en agua.
El suspiro de alivio que estaba a punto de soltar se quedó a medio camino cuando la vio de espaldas. El vestido le dejaba toda la espalda al aire, desde los hombros hasta la cintura. Nada más que piel sedosa, mucha piel sedosa, pidiéndole a gritos ser acariciada.
Maldita fuera. Era un pecado andante con ese vestido.
Josh estaba deseando quitárselo. Rezó para que su corazón aguantase la espera.
– ¿Te gustaría bailar, Lexie?
El camarero acababa de retirarles el aperitivo de cangrejo y gambas. Lexie miró a Josh, sentado al otro lado de la mesa de fino mantel de lino blanco, que no dejaba de mirarla. Incapaz de hablar, asintió con la cabeza. Se levantó y le retiró la silla, le tendió la mano y la condujo a la pista de baile.
Ella se reprendió a sí misma para sus adentros. ¿Qué diablos le ocurría? No podía articular palabra. Allí estaba, vestida de punta en blanco, en su restaurante favorito, tomando lo que más le gustaba, bebiendo un vino delicioso y en un ambiente romántico y relajado, y acompañada por un hombre increíblemente atractivo y atento que era… Su cita.
Allí estaba el problema. Por mucho que lo intentara, aquella velada era una cita en toda regla. ¿Pero qué demonios hacía ella citándose con aquel hombre? Era otro Tony, otro amante del riesgo, solo que en lugar de ir con un paracaídas, Josh iba con espuelas y montaba toros salvajes. ¡Y estaba empeñado en navegar por el maldito Mediterráneo! Claro que era peor que Tony porque, además de ser un amante del riesgo, aquel hombre vivía a un par de miles de kilómetros de allí. Y se iba a marchar en unas semanas. ¿Acaso pretendía dejar que se llevara su corazón? Ni hablar.
En la pista se unieron a una media docena de parejas. El cuarteto de músicos interpretaba una pieza lenta y romántica, y Josh la estrechó entre sus brazos.
Entre sus manos que le acariciaban la espalda, el roce de su cuerpo fuerte mientras bailaban al son de la música, y su mejilla recién afeitada descansando sobre su cabello, Lexie entendió que corría peligro de derretirse en el elegante suelo de madera del Blue Flamingo.
– Estás muy callada -dijo Josh-. ¿Te encuentras bien?
Lexie pensó en mentir, pero también que no serviría de nada.
– Si quieres que te diga la verdad, estoy algo nerviosa.
Instantáneamente él la apretó más contra su cuerpo.
– ¿Mejor?
– En realidad, peor.
Un fogonazo de deseo brilló en sus ojos.
– Sé exactamente a lo que te refieres, cariño. Con ese vestido… -aspiró hondo-. Apiádate de mí. Jamás mi voluntad ha estado tan a prueba como ahora. Porque a pesar de lo bien que te queda, no puedo esperar a quitártelo.
– Qué extraño, yo estaba pensando lo mismo de tu traje.
– Sí, pero me da la impresión de que te inquieta algo más.
– ¿Por qué piensas eso?
– Tienes arrugado el entrecejo y la boca ligeramente fruncida.
Lexie relajó instantáneamente los músculos faciales y sonrió.
– Demasiado tarde, cielo.
– No me conoces lo suficientemente bien para leer mis expresiones.
– Soy bastante buen juez del carácter. Y he pasado mucho rato mirándote en los últimos días -arqueó las cejas-. ¿Me equivoco?
– No -reconoció de mala gana-. Vaya, sabes montar a caballo, limpiar, cocinar, y ahora descifrar mis expresiones. ¿Algo más?
– Sí. Leerte el pensamiento -le presionó la cintura, estrechándola contra su pecho-. Dime qué te pasa.
– De acuerdo. El problema es que esto… es una cita -susurró con acusación.
Él pestañeó.
– Y eso te resulta un problema porque… -Pues porque ya acordamos que no estamos saliendo.
A su mirada asomó un atisbo de comprensión y algo más, que Lexie no entendió.
– Entiendo. Solo tenemos una aventura. -Eso es.
– ¿Y la gente que tiene una aventura no tiene derecho a cenar?
– Bueno, sí, pueden cenar… -¿No pueden bailar? -Supongo, pero…
– Explícame entonces la diferencia entre una aventura y una cita, porque yo no la entiendo.
– Una cita la tienes con alguien para conocer a esa persona, para ver si se es compatible, si esa persona te inspira emociones y tú a ella. Para ver si quieres tener una relación con esa persona. Una aventura es sexo sin compromisos. Algo estrictamente físico, en donde no hay sitio para las emociones, ni se piensa en el futuro. Solo hay tres reglas: que sea divertida, temporal e intensa -asintió, contenta de habérselo dicho-. ¿Lo entiendes?
– Sí. Ahora lo entiendo. -Bien.
– Entonces esto es una cita.
– Entonces esto es una aventura -dijeron al mismo tiempo.
Ella lo miró sorprendida. ¿Por qué decía eso Josh? Este le apretó la mano que descansaba sobre su pecho.
– Lexie, quiero conocerte. Ver si somos compatibles. Explorar esas emociones que inspiras en mí. Ver si queremos establecer una relación. Ella tragó saliva.
– ¿Y qué hay del sexo sin compromisos? -El sexo entre nosotros es mejor que bueno -vaciló-. Pero eso de no haber compromisos… -Josh la miró a los ojos-. Hay algo entre nosotros. Algo mágico. Más que solo sexo.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque yo he tenido aventuras. Solo aventuras, donde lo único que importaba era el sexo. Y créeme, esto es mucho más. Y lo he sentido desde que te vi por primera vez. Supongo que solo me queda preguntarte si tú también lo sientes.
Lo que sentía era la imperiosa necesidad de sentarse. Que Dios se apiadara de ella, porque también lo sentía. Aunque no quisiera sentirlo.
– Josh… entre nosotros no puede pasar nada.
– Lexie… ya ha pasado algo.
Lexie sintió pánico.
– Solo busco una aventura; algo que pensé que tendría en común con un hombre que ha venido aquí a pasar un par de semanas.
Él la miró un momento antes de hablar.
– Las aventuras no son tu estilo.
– ¿Qué te hace decir eso?
Él sonrió.
– Lo he dicho como un elogio. Se te nota. El hecho de que estuvieras prometida, de que hayas pasado un año sin acostarte con nadie. Además, tu casa es un verdadero hogar. Es acogedora y cálida. Como tú -la miró con seriedad-. ¿Me equivoco? -cuando ella no contestó, Josh continuó-. ¿Cuántos líos has tenido?
– ¿Incluido el nuestro?
– Sí.
– Uno.
Una ternura inmensa lo invadió.
– Pues siento decirte, cariño, que has bajado a ninguno. Porque esto no es una aventura.
– Pero no puede ser otra cosa. Por mucho que me atraigas, hay cosas de ti que no me convienen.
– ¿Como por ejemplo?
– ¿Qué te parece el que vivas a miles de kilómetros de aquí? ¿Y tu rancho?
– Que yo sepa las líneas aéreas siguen operando.
– ¿Es eso lo que quieres? ¿Una relación a distancia?
– No, pero…
– Pues yo tampoco. Y eso es lo único que tendríamos, porque yo no me pienso mudar. Nunca más -continuó antes de que él pudiera hablar-. ¿Y qué hay de tu deseo de viajar y ver mundo? Y después está tu profesión.
– ¿Tienes algo en contra de los vaqueros?
– Me refería al rodeo.
Él frunció el ceño.
– Eso es agua pasada. Me he retirado, ¿recuerdas?
– Sí, pero no puedes apagar esa parte de ti amante de la adrenalina, de las emociones fuertes. Esa misma parte de ti es la que te empuja a echarte a la mar y navegar por el Mediterráneo. Navegar es peligroso, incluso para un marino experimentado, que tú no eres. Y el Mediterráneo no es exactamente una bañera.
Él dejó de bailar.
– Me tomo la seguridad muy en serio.
– Estoy segura. Pero no puedes controlar lo que va a hacer un brahmán o el mar.
– Reconozco que no soy un hombre que pueda quedarse quieto sin hacer nada. ¿Pero es ese el tipo de hombre que quieres?
– El caso es que ya he estado con un hombre que no conocía el miedo. No puedo volver a pasar por eso.
– Conozco el miedo. A riesgo de parecer arrogante, gracias a eso era tan bueno en lo que hacía -le agarró la cara entre las manos-. Y si crees que ahora no siento miedo, diciéndote que quiero explorar estos sentimientos, estás muy equivocada.
Me da miedo lo que me haces sentir, y que no sientas lo mismo por mí. Y lo que más me aterroriza es que dejes que el miedo te impida averiguar dónde podría llevarnos esto -la miró con sus ojos oscuros-. ¿Vas a consentir eso, Lexie? ¿O te vas a enfrentar a ese miedo? -se inclinó hacia delante y la besó con ternura-. Yo sé que sí.
Lexie sabía que debería huir de sus palabras persuasivas, de su mirada elocuente y de sus besos embriagadores. Pero no podía moverse.
Josh continuó bailando al ritmo seductor de la melodía.
– Vamos, señorita Lexie. Citémonos y veamos lo que pasa. Tal vez después de unas cuantas citas decidamos que no vale la pena.
Eso parecía más temporal. Se citarían temporalmente. Mientras no se le olvidara que era algo temporal, no pasaba nada.
– Bueno, dicho así… voy a olvidar mis miedos. ¿Quieres citarte conmigo, vaquero?
– No sabes cómo.