– Tienes que salir de esta -le decía Darla dos semanas después mientras entraba en la cocina de Lexie con sendas bolsas llenas de los ingredientes necesarios para preparar margaritas y nachos.
– No me pasa nada.
– Bueno, pues como no querías salir de fiesta conmigo, te he traído la fiesta a casa. Esta noche estamos los tres solos: tú, José Cuervo -dijo, dándole unas palmadas a la botella- y yo.
– Habría salido, pero he estado ocupada.
– Ocupada dándole vueltas a las cosas y llorando. Llevas así dos semanas -Darla abrazó a su amiga-. Sé que estás sufriendo, Lexie, y por eso he venido.
– De verdad que estoy bien, Darla. Solo ocupada. He estado echando muchas horas extras dando clases particulares de natación y de submarinismo.
– Me alegro. Pero yo que te conozco bien solo tengo que mirarte para saber que estás funcionando gracias al piloto automático. Y ya es hora de salir de eso. Y para ayudarte, te he traído una buena noticia. Pero no te la voy a dar hasta que no preparemos los nachos y las margaritas. Así que ve a ver la tele un rato, a leer o a lo que quieras.
– Podría ayudarte -se ofreció Lexie mientras miraba dudosamente los paquetes de comida.
– Lex, la última vez que me ayudaste, quemaste los nachos -la empujó con suavidad-. Lárgate.
Lexie suspiró, fue al salón, se dejó caer sobre el sofá y encendió la tele. Pasó de un canal a otro, intentando sin éxito quitarse a Josh de la cabeza un rato.
Josh.
¿Cuánto tiempo iba a seguir penando por él?
El aroma a carne especiada inundó el salón, pero a Lexie no le interesó. Miraba fijamente las imágenes que pasaban en la pantalla mientras apretaba el control remoto sin entusiasmo.
Aquel dolor tenía que pasársele pronto. Lo único que tenía que hacer era dejar de pensar en él. Dejar de recordar su sonrisa, su risa; dejar de pensar en sus manos acariciándola de arriba abajo-
Dejar de verlo por la televisión.
Soltó el mando a distancia mientras su mirada se fijaba en las imágenes de Josh. Miró la esquina inferior de la pantalla y vio que era uno de esos canales donde solo se ofrecían deportes. Con el corazón saliéndosele por la garganta, subió el volumen.
– Y aquí tenemos otras noticias deportivas -se oyó la voz del comentarista-. Josh Maynard ganó el Rodeo Benéfico Internacional celebrado esta tarde en Mónaco. Maynard, ganador de casi todos los títulos de rodeo de la historia, abandonó su retiro para el evento de hoy. Superó a su rival, Wes Handly, que quedó en segundo lugar.
Mientras el comentarista continuaba, apareció una imagen de Josh encima de uno de esos enormes animales. Lexie se quedó sin aliento mientras contemplaba lo que el comentarista describía como una «actuación brillante». Después cambió la imagen y apareció un Josh muy sonriente sujetando una hebilla de oro sobre la cabeza, dando una vuelta al ruedo, saludando a un público entusiasmado.
– Aquí tienes tu margarita -dijo Darla mientras dejaba un vaso sobre la mesa; se sentó junto a Lexie en el sofá y al momento señaló la pantalla-. ¡Eh! ¿No es ese Josh?
Incapaz de articular palabra, Lexie miró a Josh. Estaba maravilloso, y parecía contento. Y, gracias a Dios, ileso. Un inmenso dolor se apoderó de ella. Si las cosas hubieran sido distintas…
Pero no lo eran. Entre ellos, todo había terminado.
Empezaron a dar noticias de béisbol y Lexie apagó la tele. Pasados unos segundos, Darla se volvió hacia ella.
– ¿Estás bien?
Lexie aspiró hondo.
– Si quieres que te sea sincera, he estado mejor.
– Si ha ganado el concurso… tal vez vuelva y…
– No -la interrumpió Lexie con más empeño del que habría deseado-. Solo quiere decir que alcanzó uno de sus objetivos. Me alegro por él y le deseo lo mejor. Pero sus objetivos y los míos están a años luz. Se terminó, Darla.
– Pero…
Lexie sacudió la cabeza con tan vehemencia que Darla no continuó.
– No hay «pero» que valgan. Dime, ¿qué es esa noticia que querías darme?
Darla suspiró con renuencia, pero finalmente decidió abandonar el tema de Josh.
– Hoy he comido con un agente inmobiliario amigo mío con quien el dueño de la propiedad que quieres comprar se ha puesto en contacto. Si todo va bien, el terreno saldrá a la venta dentro de muy poco. Tal vez en los próximos días.
Por primera vez en dos semanas, Lexie se animó un poco.
– ¿Cuánto?
Darla nombró un precio de salida y el interés de Lexie dio paso a la esperanza.
– ¡Te lo creas o no, podría arreglarlo! -exclamó Lexie.
– Tendrás que darte prisa -la avisó Darla-. Mi amigo me ha dicho que otros compradores han mostrado interés. Haremos una oferta por escrito; esperemos que el dueño la acepte. Si lo hace, tendrás tu pedazo de Cielo -le pasó la margarita a Lexie-. Y algo en qué ocupar la mente.
– Eso no me vendría nada mal.
Darla aprovechó la oportunidad.
– Siento que las cosas no funcionaran entre tú y Josh. Me siento responsable en parte. Después de todo, fui yo la que te animó a salir con él.
Lexie intentó sonreírle a su amiga para que no se sintiera mal.
– Mira, Darla, tengo veintiocho años. Creo que la única culpable aquí soy yo. Sabía que no me convenía, pero en lugar de hacerle caso a la cabeza, le hice caso al corazón -dio varios tragos de margarita-. He cometido el mismo error dos veces. Cuando cometa otro error, desde luego no será igual. Si el tipo en cuestión va en bici sin casco, se terminó para mí.
– Así me gusta oírte hablar -dijo Darla-. El hecho de hablar de otro quiere decir que estás mejor. Ahora lo único que tenemos que hacer es dar con un tío sexy con el que tener una aventura y todo listo.
La palabra «aventura» le sentó como una patada en el estómago. Solo de pensar en otro hombre tocándola sintió náuseas; o tal vez fuera la margarita con el estómago vacío. Aun así, le parecía como si cada poro de su piel echara en falta a Josh.
Josh. Josh. Josh. ¿Cómo olvidarlo? Estar en casa era una tortura, puesto que sus recuerdos permanecían en cada habitación; sin embargo, aparte de para ir a trabajar, no podía ni siquiera soportar la idea de salir. Y en el trabajo tampoco se consolaba, porque cada vez que miraba la piscina o la playa se acordaba de Josh.
¡Maldita fuera! ¡Ya era hora de salir de aquel exilio que ella misma se había impuesto! Ya había sufrido bastante. En dos semanas no había sabido nada de Josh, claro que tampoco había esperado que la llamara ni nada de eso. Pero durante las noches que había pasado en vela, no había logrado dejar de albergar una mínima esperanza de que la llamara o le escribiera.
Ya tenía claro que él había hecho borrón y cuenta nueva. Y no solo eso. En la televisión lo había visto feliz. Ella debía hacer lo mismo. Pero no estaba lista para estar con otro hombre en ese momento de su vida.
– No estoy preparada para tener una aventura, pero sí que tengo ganas de dedicarme a mí misma -dijo, algo mareada de la potente bebida-. ¿Quién necesita a Josh? Así tendré que freír un huevo menos.
– No te ofendas, Lexie, pero tú no sabes freír huevos.
– Pues voy a aprender. Y voy a comprarme ese terreno, a quedarme aquí en Florida y a ser feliz, maldita sea.
De acuerdo, las ideas las tenía, gracias a la margarita, bastante claras. Solo le quedaba recomponer su corazón; y lo haría en cuanto encontrara todas las piezas.
Josh daba la vuelta al ruedo mientras el público aplaudía rabiosamente. Caminaba despacio, con la hebilla de oro en la mano. Wes Handly, que había sido segundo, se tocó el sombrero, y Josh le devolvió el gesto con el mismo respeto.
Había ganado a Wes, y podía abandonar los circuitos sin pesar. Había llegado el momento de iniciar una nueva vida. Y sabía exactamente dónde y junto a quién. Solo necesitaba atar algunos cabos sueltos, y después podría dedicarse a vivir el resto de su vida.
Lexie estaba sentada en la cocina de su casa, preparándose un té sin muchas ganas. Su día libre había amanecido soleado y maravilloso, pero ella estaba triste y apagada.
Fijó la vista en el calendario de la pared junto al frigorífico y suspiró. Hacía un mes exactamente que Josh se había marchado.
¿Un mes entero y seguía doliéndole tanto?
Porque lo amaba, por eso le dolía tanto. De acuerdo, lo amaba, pero tenía la esperanza de poder olvidarlo pronto. ¿O no?
¿Cómo era posible que su ruptura con Tony, un hombre al que había amado y con el que había pensado casarse, no le hubiera dolido tanto como la ruptura con Josh?
Estaba claro. Nunca había amado a Tony como amaba a Josh. Con Tony sabía que había hecho lo correcto rompiendo con él; con Josh no estaba tan segura.
En ese momento sonó el teléfono, y Lexie agradeció la interrupción.
– ¿Diga?
– Lexie, soy Darla.
Él corazón le dio un vuelco. ¿Podría ser que Darla la llamara para lo que tanto esperaba? Había hecho su oferta para el terreno el día anterior, aunque desde luego no había esperado saber de ella tan pronto.
– ¿Tienes alguna noticia?
– Sí -dijo Darla con pesadumbre.
A Lexie le dio mala espina.
– Por favor, no me tengas esperando.
– Me temo que el dueño ha aceptado otra oferta.
– ¿Otra oferta? -repitió con confusión-. ¡Pero yo le he ofrecido el precio que pedía!
– Y desgraciadamente el otro comprador le ofreció más.
– Bueno, le haré otra oferta más alta -dijo mientras intentaba calcular frenéticamente cuánto más podría permitirse.
– No podemos hacer nada. El dueño ya ha aceptado la oferta.
No era posible que le estuviera pasando aquello. Lexie se colocó la mano en la frente con la esperanza de calmar el repentino martilleo que sintió en la cabeza.
– ¿Y si se echa atrás?
– Eso siempre podría pasar -contestó Darla-. Pero no quiero darte esperanzas, Lexie. El otro comprador va a pagar en metálico, así que el trato se podría cerrar rápidamente. Tal vez en unas semanas.
– Entiendo -dijo-. ¿Quién es el comprador?
– No lo sé… ¿Pero acaso te importa? -le preguntó Darla en tono comprensivo.
Darla tenía razón.
– No.
– Escucha. Voy a mirar las listas y vamos a buscarte otro terreno. Un terreno mejor.
Cierto. Pero ella solo quería aquel terreno. Y ya nunca sería posible.
– Gracias, Darla, pero…
– Nada de «pero». Esta noche paso a recogerte a las seis en punto y saldremos a cenar para ver lo que te gusta.
Antes de que pudiera ponerle una excusa, Darla colgó. Lexie colgó el teléfono y se cubrió la cara con las manos. Tenía ganas de llorar, de gritar de frustración, tal vez incluso de romper algún plato. Pero se quedó allí sentada en silencio, intentando asimilar el hecho de que ya no podría hacer realidad sus sueños.
No supo cuánto tiempo estuvo con la mirada perdida antes de oír el insistente timbre de la puerta. Se puso de pie y fue a abrir con desgana. Seguramente era alguien que iba a darle una mala noticia, a juzgar por el modo de llamar.
Pero qué demonios. Tenía el corazón roto, se había quedado sin su terreno y se le estaba pelando la nariz porque el día anterior se había olvidado de ponerse protector solar. ¿Acaso podrían ponerse peor las cosas?
Abrió la puerta y al instante supo la respuesta.
Mucho peor.