Capítulo Dos

Lexie estaba en la piscina, con el agua tibia por la cintura, intentando aparentar que estaba muy ocupada con las planchas para no mirar a Josh, que se estaba preparando para la clase.

Pero falló miserablemente.

Tenía el pelo moreno y fuerte, de ese que tanto les gustaba acariciar a las mujeres. Y qué piernas, Dios bendito… Antes no se había equivocado: las tenía increíbles con vaqueros, y aún más increíbles sin ellos. Cuando decidió bajar la vista para no continuar mirándolo, él se agarró del borde de su camiseta de la Universidad de Montana y se la quitó.

A punto estuvieron de salírsele los ojos de las órbitas al ver aquel bello torso que dejó al descubierto con lentitud y sensualidad. El pecho amplio y fuerte estaba salpicado de vello oscuro que se estrechaba en una línea suave que descendía por el estómago plano y desaparecía bajo la cinturilla del bañador.

Bajó la vista unos centímetros y aguantó la respiración. Si aquella parte de su anatomía era tan espléndida como el resto, y estaba segura de que era así, entonces se acababa de comer con los ojos a uno de los mejores especimenes masculinos que había visto en su vida. Y trabajando en el complejo había visto a muchos.

La impresionante fisonomía del vaquero era claramente el producto de un trabajo físico duro y constante; opuesto a los músculos que muchos hombres conseguían en un gimnasio.

Josh Maynard era desde luego material ideal para una aventura. Pero solo porque se le pusieran los pezones duros al mirarlo no quería decir que fuera el adecuado.

Pasados unos momentos bajó por la escalerilla para unirse a ella.

– De acuerdo -se detuvo a medio metro de ella-. Adelante -dijo sonriendo.

La luz de la luna y las tenues luces lo bañaban con un suave resplandor, acentuando sus anchos hombros. No era ni demasiado bajo ni demasiado alto. Se dio cuenta de que los ojos le pillaban a la misma altura que su boca. De aquella boca firme, carnosa y atractiva.

Resopló mientras se decía a sí misma que no debía obsesionarse solo porque fuera como un dios. Tal vez tuviera cinco ex esposas, o cinco novias, o fuera gay. O aunque no fuera así, ¿a ella qué le importaba? Era un turista de vacaciones. En una semana, máximo dos, se largaría.

De pronto pensó en la tercera regla de oro que debía cumplir una aventura: temporal.

Sin duda una persona de vacaciones cumplía ese criterio.

Flexionó los dedos y decidió dejar esos pensamientos. Tenía que parar de comportarse como una adolescente, y empezar a actuar como la profesional que era. Durante la siguiente hora, él era un cliente, y ella necesitaba el dinero. Punto. Después de eso… bueno, ya se vería cómo iban las cosas.

– ¿Dime, Josh, tienes miedo al agua? ¿Has tenido alguna experiencia mala en el pasado?

Él vaciló antes de contestar.

– Me gusta bastante el agua. Cuando se ve el fondo, eso es. Pero nunca he vivido junto al mar, y pocas veces he tenido la ocasión de utilizar la piscina. Donde yo vivo hay muchos riachuelos, manantiales y ríos, de modo que tuve oportunidad, pero nunca la inclinación.

– ¿Dónde vives?

– En Manhattan.

¿Riachuelos y manantiales en Manhattan?

– Esto… no pareces un neoyorquino.

– En Manhattan, estado de Montana.

– ¿Hay un Manhattan en Montana?

– Sí, señorita. Nos enorgullecemos de llamar La Pequeña Manzana a nuestra ciudad, y sin duda es la tierra más bella que habrás visto en tu vida. Yo nací y me crié allí.

– Entonces eres un vaquero.

– Eso es.

– ¿Quieres decir un verdadero vaquero? ¿Con caballos, ranchos y esas cosas?

– Sí, señorita -dijo mientras esbozaba una sonrisa-. ¿Te gustaría ver mis espuelas?

Santo Cielo, que si le gustaría. Si aquel cachas iba a coquetear con ella, jamás empezarían la clase.

– Confío en tu palabra -dijo ella en tono formal-. ¿Ahora dime, qué experiencia tienes en el agua?

– ¿Quieres decir en referencia a la natación? -preguntó él con un brillo pícaro en la mirada.

El diablillo que Lexie llevaba dentro pensó en jugar con él y contestarle del mismo modo, pero rápidamente abandonó la idea. Siempre se había enorgullecido de su profesionalidad y su dedicación al trabajo. Ya habría tiempo de sobra para coquetear más tarde; si acaso decidía que quería hacerlo.

– Sí, con respecto a la natación… -empezó a decirle en el mismo tono serio que había perfeccionado con cientos de alumnos de natación adolescentes.

El la miró con seriedad y se acarició la barbilla.

– Me temo que no tengo mucha experiencia. ¿Sabes? cuando era niño ocurrió un incidente…

Lo que ella había sospechado, pensaba Lexie con comprensión.

– ¿Estuviste a punto de ahogarte? -le preguntó en tono suave.

– No, señorita. Me mordió una serpiente -hizo una pausa antes de continuar-. Estábamos visitando a mi tío, que vive en el sur de Texas. Yo estaba metido en un riachuelo de agua turbia, que me llegaba por aquí -indicó sus caderas-. Agarré un tronco de árbol que flotaba por allí; no sé por qué lo hice, solo porque lo vi pasar. Desgraciadamente, no vi la serpiente venenosa que nadaba junto al tronco, pero ella a mí sí. Y me lo hizo saber. -¡Una serpiente venenosa!

– Desde luego. Por suerte para mí, el hospital estaba muy cerca, y me tocó un médico con experiencia en mordeduras de serpiente -sonrió tímidamente-. Al final había sido solo un mordisco defensivo que no me inyectó veneno. Me recuperé bien, pero me temo que ese tipo de experiencia me mantuvo alejado de ríos, lagos, riachuelos, etc., y por eso no aprendí a nadar.

– Lo entiendo. ¿Qué edad tenías? -Seis años. Y debo decir que aunque no tengo ninguna gana de nadar en agua dulce, no me importa hacerlo en el océano o en una piscina. En cuanto aprenda, claro está.

Aquel seguramente no era el mejor momento para informarlo de que el océano estaba poblado por criaturas más peligrosas que las serpientes. -Siento que te ocurriera algo tan traumático. -Muchas gracias. Desde luego es mucho más agradable que los comentarios que estoy acostumbrado a escuchar de los chicos -sacudió la cabeza-. No hay nada peor que un grupo de vaqueros contando historias de serpientes y que tengas que reconocer que te ha mordido una en el trasero. Qué vergüenza.

Lexie frunció la boca para no echarse a reír.

– Mira el lado positivo -le sugirió-. Si la serpiente hubiera estado delante en lugar de detrás, la situación habría sido mucho peor.

Él se estremeció.

– Y que lo digas. No sabes la de veces que me he puesto enfermo solo de pensar en eso.

Sin saber por qué, a Lexie se le ocurrió pensar en la bonita cicatriz que tendría en el trasero. Al momento siguiente se dijo que para dejar de pensar en esas cosas lo mejor era iniciar la lección.

– Bien, solo con meterte en el agua has hecho más de lo que hacen muchas de las personas a las que he enseñado. Lo primero que necesitamos practicar es meter la cara en al agua y aprender a respirar.

Él le guiñó un ojo y sonrió.

– Bueno, como respirar se me da de maravilla, esto va a ser más fácil de lo que pensaba.

Lexie ignoró con firmeza el revoloteo que su sonrisa provocó en ella.

– Quiero que tomes aire, que te inclines hacia delante y que metas la cara en el agua. Entonces expulsa el aire por la nariz e incorpórate.

– Sí, señorita.

Respiró hondo e hizo lo que ella le había instruido. Cuando alzó la cabeza, una cascada de agua le cayó por el pecho y el torso, y Lexie no se fijó en sus músculos, no señor.

– ¿Algún problema con eso? -le preguntó, conteniéndose para que no se le fueran los ojos.

– No.

– Excelente. Entonces podemos pasar al paso siguiente. Esta vez, en lugar de incorporarte para respirar, quiero que lo hagas girando la cabeza hacia un lado. Mira, así -le dijo, y notó con deleite cómo él la observaba detenidamente-. Asegúrate de que giras bien la cabeza; si no, corres el peligro de tragar agua.

Pasaron los quince minutos siguiente trabajando la técnica de Josh. Él le entendió el concepto casi inmediatamente, pero Lexie lo obligó a repetirlo una y otra vez.

Como todo lo demás, la natación requería práctica, y si uno no aprendía a respirar bien se hundiría irremediablemente.

– Estupendo, Josh.

Él meneó las cejas.

– Te dije que respirar se me daba bien. ¿Cuál es el paso siguiente?

– Veamos qué tal das patadas.

De nuevo estiró la espalda mientras se echaba el cabello hacia atrás, y una sonrisa encantadora, con hoyuelo incluido, asomó a sus labios

– Adelante, señorita Lexie.

El pulso se le aceleró. Aquel hombre era sin duda potente. Como un trago de brandy. Y esa sonrisa suya… ¡Dios bendito! Generaba calor suficiente para freír un huevo. Fijó la vista en su boca, aquella boca encantadora y deliciosa… Sin duda besaría de maravilla.

¡Pero de dónde había salido eso!

Lexie apretó los labios, fue hacia el borde de la piscina donde había dejado las dos planchas, y aprovechó para echarse a sí misma una reprimenda. «Deja de hacer tonterías, pedazo de tonta. Lo estoy mirando como si fuera un costillar y yo estuviera muerta de hambre. He compartido actividades acuáticas con decenas de hombres atractivos. Maldita sea, estuve a punto de casarme incluso con uno de ellos. De modo que a dejar de mirar y a centrarse en el trabajo».

Eso la hizo sentirse mejor, más en su sitio. No podía negar que aquel hombre le hacía sentir un cosquilleo que no podía ignorar. La natación no era un deporte de contacto, de modo que no tenía por qué tocarlo.

Lexie le pasó una de las planchas y sonrió.

– A mover esas piernas.

Después de mostrarle cómo agarrar la plancha, con los brazos extendidos empezaron a dar patadas muy despacio, el uno junto al otro. Después de unas cuantas, Lexie le enseñó cómo añadir su lección anterior metiendo la cara en el agua y volviéndola para respirar. Treinta minutos después, le dijo que parara. De pie en la parte de la piscina que no cubría, aplaudió a su alumno.

– Buen trabajo, Josh. Nadarás como un pez a finales de semana.

Él se puso de pie y Lexie se aplaudió para sus adentros por conseguir mantener su errante mirada fija en la cara de Josh.

– Gracias por tu ayuda -dijo mientras se acercaba a ella, deteniéndose a unos centímetros de distancia.

Su piel mojada parecía irradiar calor… ¿O sería el calor que ella sentía por dentro? Aquel vaquero era grande y fuerte, y estaba mojado y delicioso. Y desde luego estaba demasiado cerca de ella.

– ¿Ya hemos terminado por hoy?

Lexie asintió con la cabeza.

– Sí. Estoy muy complacida y tú también debes estarlo. Eres un alumno muy rápido.

– Y tú una profesora estupenda -dijo mientras se retiraba el cabello mojado de la cara-. ¿Cuándo es nuestra siguiente lección? ¿Qué te parece mañana por la mañana temprano?

Desde luego estaba deseoso de aprender.

– Me temo que tengo trabajo en el campamento infantil durante las dos horas anteriores a mi horario habitual. ¿Qué te parece mañana otra vez a las nueve?

– Mañana es viernes.

– Sí. ¿Tienes otros planes?

– No -bajó la vista y le miró los labios unos segundos; esa breve caricia visual le aceleró el pulso-. Solo me sorprende que tú no los tengas -la miró de nuevo a los ojos-. A las nueve me viene bien. ¿Qué haremos en la siguiente lección?

Lexie se pasó la mano por la frente para limpiarse el sudor. ¿Cuándo había subido tanto la temperatura?

– Esto… te enseñaré a flotar.

Abrió mucho los ojos y tragó saliva. Flotar implicaba tocar. Tocar todo el tiempo aquel escultural cuerpo medio desnudo.

– ¿Estás bien?

– Estoy bien. Aprenderemos a… a flotar, y después te enseñaré el estilo básico.

Algo ardiente e intenso brilló en sus ojos, y de nuevo le miró los labios. Santo Dios, si no dejaba de mirarla así iba a hacer algo que la avergonzara durante el resto de sus días.

Él estiró el brazo y le tocó el hombro con un dedo, que seguidamente le deslizó por el brazo. Lexie sintió un escalofrío a pesar del calor que él le había provocado.

– Enséñame el estilo básico -murmuró en tono sensual-. Eso parece muy… educativo. Estoy deseando hacerlo.

Sin decir más asintió y salió de la piscina. Lexie intentó no mirarlo, pero su cerebro no la obedeció. Maldita fuera, aquel hombre apenas la había tocado, y sin embargo le había chamuscado sus circuitos internos.

Cuando se agachó para retirar sus chanclas y su toalla, no pudo evitar fijarse en lo bien que le ceñía el bañador el trasero. Mmm…

En ese momento él se volvió hacia ella y a Lexie le faltó poco para santiguarse. El bañador mojado se abrazaba a su entrepierna de un modo absolutamente delicioso. Y eso que siempre se decía que el miembro viril encogía en el agua.

Se echó la toalla por los hombros y le hizo un gesto con la cabeza.

– Hasta mañana.

Antes de que ella pudiera contestar, cosa que le habría llevado un rato, puesto que parecía haberse olvidado de hablar, él avanzó hacia el camino oscuro y a los pocos segundos había desaparecido.

Lexie resopló con fuerza y salió de la piscina. Después de secarse un poco sacó su teléfono móvil de una bolsa. El reloj marcaba las diez. Algo tarde para llamar a Darla siendo entre semana, pero ella lo entendería. Aquello era una urgencia.

Una imagen del cuerpo mojado y atlético de Josh Maynard apareció en su mente, y Lexie marcó rápidamente el número de Darla.

– Creo que he encontrado al hombre ideal para tener una aventura -dijo nada más oír la voz de Darla.

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