Lexie se quedó mirando a Josh, que estaba de pie en el porche. Josh con un par de muletas y la pierna derecha escayolada desde la rodilla hasta el pie. También tenía un golpe cerca del ojo.
¿Qué diablos le había pasado? Cuando lo había visto en la tele, no estaba así.
Alzó la vista y sus miradas se encontraron. Un sinfín de recuerdos que ella creía «archivados» la asaltaron con fuerza. Maldita fuera, ¿por qué tenía que aparecer a su puerta para hacerla sufrir?
Josh sonrió con timidez.
– ¿Me vas a invitar a pasar?
Quería decirle que no. Quería cerrarle la puerta en las narices. No sabía por qué había vuelto a la ciudad, pero fuera cual fuera la razón, sabía que se volvería a marchar.
– Supongo que será mejor que te invite a pasar. De otro modo, tal vez pierdas el equilibrio y caigas en el arriate.
– Gracias.
– ¿Te apetece un café? -le preguntó mientras cerraba la puerta, intentando por todos los medios ignorar los latidos erráticos de su corazón.
– Me encantaría.
Lo siguió a la cocina mientras se fijaba en lo bien que se manejaba con las muletas. Seguramente por haber sufrido tantas caídas en las competiciones de rodeo. Sí. Menos mal que ya no era problema suyo. Tal vez lo amara, pero con el tiempo eso desaparecería.
Mientras preparaba el café, Lexie no dejaba de pensar en las razones que podían haberlo llevado allí.
– Ya veo que te lesionaste en el rodeo -dijo en tono de suficiencia.
– No me lesioné en el rodeo.
Le miró la escayola significativamente.
– ¿Entonces te resbalaste en la cubierta mientras navegabas por el Mediterráneo?
– No. Me caí en el aeropuerto. Aquí. Anoche. Me tropecé con mi bolsa de viaje -se inclinó hacia delante y apoyó los brazos sobre la mesa-. Tienes que saber que fue todo por culpa tuya.
– ¿Por culpa mía? ¿Que te tropezaras?
El asintió con solemnidad.
– Dejé mi bolsa en el suelo para sacar el móvil. Estaba marcando tu número cuando, por una puerta de cristal, vi a una mujer metiéndose en un taxi. No le vi la cara pero tenía el pelo igual que tú. Pensé que eras tú…
– No era yo.
– Me di cuenta cuando ella volvió la cabeza, pero desgraciadamente fue en ese momento cuando me tropecé -volteó los ojos-. Me he pasado toda la maldita noche en la sala de urgencias del hospital, haciéndome radiografías y finalmente poniéndome esta escayola. Desde luego no como yo había planeado pasar la noche. Te habría llamado, pero recordé lo que me habías dicho de las llamadas del hospital. De modo que esperé a que me dieran el alta y… aquí estoy.
– Sí, estás aquí -dijo mientras pensaba en lo guapo que estaba a pesar de los golpes-. ¿Y puedo preguntarte por qué estás aquí?
Sin dejar de mirarla, Josh se puso de pie y avanzó torpemente hacia ella. Cuando estaba a solo unos centímetros de Lexie, colocó las manos a ambos lados de ella sobre la encimera. Lexie se apretó contra la superficie, pero no encontró manera de escapar, a no ser que le diera un empujón.
– Estoy aquí -empezó a decir, mirándola a los ojos- porque aquí es donde estás tú. Y donde tú estés es donde yo quiero estar.
Una mezcla de felicidad y de pánico se apoderó de ella. Estaba claro que Josh quería continuar con su aventura. Y aunque por una parte ella también lo deseaba, por otra no quería sufrir cuando él volviera a marcharse.
– ¿De verdad? -dijo con una calma que no sentía-. ¿Y cuánto tiempo vas a quedarte esta vez, vaquero?
– Eso depende.
– ¿De qué?
– De ti.
La intensidad de su mirada la abrasó. Aunque él no la había tocado, Lexie sintió el calor que emanaba de su cuerpo.
– No sé por qué depende de mí. Nuestra relación terminó hace un mes.
– No. Hace un mes tuve que marcharme. Ahora no tengo que hacerlo. A no ser que…
– ¿Que surja otro rodeo?
– No. A no ser que tú quieras que me marche. E incluso en ese caso, debo decirte que te va a costar muchísimo deshacerte de mí.
Una chispa de esperanza prendió en su pecho, pero decidió ignorarla.
– Mira, Josh, no me interesa otra aventura. Lexie habría esperado cualquier otra reacción menos que Josh sonriera y se relajara del modo en que lo hizo.
– Eso es exactamente lo que quería escuchar. Porque a mí tampoco me interesa una relación temporal. Y creo que en algún momento acordamos que estábamos saliendo.
– Y no funcionó. Y nada ha cambiado entre nosotros. No entiendo…
– Desde luego que algo ha cambiado -la interrumpió.
– ¿De verdad? ¿Y cómo es eso?
– Bueno, para empezar he colgado mis espuelas para siempre -al ver la expresión de duda en sus ojos, Josh continuó con delicadeza-. Sé que solo tienes mi palabra, Lexie, pero debes saber que mis días de rodeo han terminado. No porque tenga que hacerlo, sino porque quiero. En Mónaco gané a Wes Handly, y también batí un nuevo récord. Siempre amaré el rodeo, pero es hora de seguir adelante -la miró a los ojos-. De ocuparme de otras cosas que amo.
Lexie dejó de respirar, o al menos eso le pareció.
– En Mónaco alquilé un barco, contraté los servicios de un capitán y pasé un día entero navegando por la zona. Con él vigilándome, operé el barco y después le dejé que lo llevara él mientras yo pensaba en mi padre y en lo mucho que le habría gustado estar allí.
La tristeza en su mirada la conmovió.
– Siento que no fuera así, Josh.
Josh sonrió con tristeza.
– Yo también. Pero hice lo que a él le hubiera gustado hacer y sé que mi padre está conmigo. De modo que ese es otro capítulo que queda cerrado.
– Me alegro de que todo eso te aportara la paz que buscabas.
– Sí. He aprendido mucho durante este viaje… Pero te he echado mucho de menos, Lexie -antes de que ella pudiera responder, Josh le agarró del mentón con suavidad y le levantó la cara-. Te he echado tanto de menos que no podía soportar seguir lejos de ti. De modo que aquí estoy, hasta que tú me eches.
Lexie pestañeó repetidamente, segura de que aquello solo era un sueño del que pronto despertaría.
– ¿Y tu rancho?
– Esa es la razón por la que no he vuelto antes. Tuve que volver a Montana a poner en orden mis negocios. Mi rancho está en buenas manos, dirigido por hombres en los que confío. Tendré que ir cada dos o tres meses. No solo para echar un vistazo, sino porque lo llevo en la sangre -le agarró la cara con las dos manos-. Pero a ti también te llevo en la sangre. Y espero que accedas a venir conmigo cuando vaya a visitar el rancho. Podríamos repartir el tiempo entre Florida y Montana. Creo que llegarás a amar Manhattan y el rancho tanto como yo.
– ¿Qué es exactamente lo que estás diciendo? -le preguntó, incapaz de ocultar ya la esperanza que sus palabras habían avivado en ella.
– Estoy diciendo que quiero estar contigo, que he hecho un esfuerzo para solucionar nuestro problema geográfico. Que me gusta Florida. Me gusta montar a caballo en la playa por la mañana, nadar por la tarde y navegar al anochecer. Me gusta compartir todas esas cosas contigo -le acarició las mejillas-. Lexie, mi madre, que era una mujer muy sabia, solía decirme algo que no he olvidado. Decía que en nuestra vida solo hay un gran amor. Todos los demás son o bien práctica, o bien sustitutos.
– Y yo ¿cuál soy… práctica o sustituta?
– Ninguna de ellas.
Sus palabras suaves fueron como un bálsamo entre ellos. A Lexie empezó a latirle el corazón con tanta fuerza que le retumbaba en los oídos. Apretó las rodillas para no caerse al suelo. Porque, a no ser que se estuviera volviendo loca, Josh acababa de decirle que la amaba.
– ¿Me quieres? -le preguntó con cautela.
– ¡No puedes hacerte idea de lo mucho que te quiero!
¡Dios bendito, no se lo estaba imaginando!
– ¿Cuándo te diste cuenta de que me amabas?
– No creo que pueda decirte el momento exacto, pero desde luego bastante pronto.
– ¿Antes de irte al rodeo?
– En realidad, estaba ya loco por ti mucho antes.
Ella arqueó las cejas y pegó con el pie en el suelo.
– No me lo dijiste.
– Quería, había pensado hacerlo la última noche que estuvimos juntos, pero las cosas no fueron como esperé -le tomó una mano y entrelazó sus dedos con los de ella-. He puesto mis cartas sobre la mesa, Lexie. Lo que necesito saber es si vas a jugar tus cartas.
Una oleada de amor la invadió, y por primera vez desde que él se había ido hacía un mes, Lexie no sintió como si se le partiera el corazón. Aspiró hondo antes de hablar.
– Me has demostrado que eres un hombre íntegro, y voy a confiar en tu palabra acerca del rodeo, aunque te vigilaré para asegurarme de que no te metes a hacer otras actividades demasiado peligrosas. Tú mismo eres prueba de que ser un amante de la competición no quiere decir que seas adicto a la adrenalina. Y también de que una persona puede tener un accidente sin hacer nada en particular -dijo, mirándole la escayola.
Levantó la mano y le acarició la mejilla recién afeitada con mano temblorosa. Al sentir su piel firme y tibia bajo su mano, experimentó un cosquilleo que le subió por todo el brazo.
– Nada; navegar y montar a caballo contigo me parece… perfecto. Te amo -le susurró-. Tanto que apenas puedo soportarlo.
Josh se inclinó hacia delante y la besó con una pasión, un deseo y una posesividad que le dejaron aún más claro que sus palabras lo mucho que la quería.
– Entonces supongo que esto significa que oficialmente estamos saliendo otra vez… -murmuró Lexie, echando la cabeza hacia atrás para que pudiera besarla mejor en el cuello.
– Lexie, no quiero salir contigo.
Ella pestañeó asombrada. Una mezcla de confusión y recelo le atenazaron la garganta.
– ¿Que no…?
– No, maldita sea. Eso de citarnos no nos fue nada bien. Yo voto por que nos lo saltemos. Casémonos, Lexie.
Lexie lo miró anonadada.
– ¿Casarnos?
Divertido por su reacción, se inclinó hacia delante y le rozó los labios con delicadeza.
– Sí. Casarnos. Ya sabes. Tú, yo, un cura -se echó hacia atrás y meneó las cejas-. Una luna de miel.
Ella no sonrió. En lugar de eso, lo miró con mucha seriedad.
– ¿Estás seguro de estar listo para ese tipo de compromiso?
Se llevó la mano al corazón.
– Estoy más que preparado para llevar a cabo un compromiso -sus palabras la hicieron sonreír-. Y, para demostrarte que voy totalmente en serio, te he traído esto -se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y le pasó un sobre-. Ábrelo.
Lexie abrió el sobre y sacó el documento que contenía. Tras leerlo por encima, su expresión se volvió de total confusión. Eran las escrituras del terreno que tanto deseaba.
– Vaya… -dijo y se le llenaron los ojos de lágrimas-. No puedo creer que lo hayas hecho.
– Por favor, no llores… Hablaré con el agente. Debe de haber algún modo de invalidar el contrato.
Sin dejar de llorar, Lexie soltó una risotada nerviosa.
– Eres el hombre más romántico, considerado y maravilloso que he conocido en mi vida -dijo mientras la cubría de besos; se echó hacia atrás y le sonrió-. Me siento abrumada.
– Bueno, no sabes el peso que me quitas de encima. Y espero que esto termine con todas tus dudas, porque no pienso separarme de ti -la estrechó contra su cuerpo y sonrió- en mucho, mucho tiempo.
Ella contoneó las caderas, y Josh sintió un latigazo de deseo.
– No me oirás quejarme -murmuró ella.
– Me alegro que me lo digas. Pero no me has respondido oficialmente a mi proposición -la miró a los ojos-. Entonces, ¿qué dices, cielo? ¿Quieres ser mi vaquera?
Ella le dedicó una sonrisa pausada y sensual que a punto estuvo de provocarle un infarto.
– No sabes cuánto.