Capítulo Tres

– Sin duda has encontrado al hombre de tus sueños -le estaba diciendo Darla media hora después mientras se tomaban una copa en La Sirena, un bar de la zona-. Necesitas acostarte con él. Lo antes posible.

Lexie se atragantó con la margarita. Desde luego Darla no se andaba con rodeos. Mientras tosía y aspiraba, Darla mostró dos dedos al camarero, indicándole que querían otra ronda.

Cuando se le pasó un poco la tos, Carla continuó hablando.

– Vamos a ver. Reconociste que necesitas tener una aventura. Quieres tener una aventura. Y ahora que hay un posible candidato para ella, te pones nerviosa.

Lexie la miró con asombro.

– Me has adivinado el pensamiento.

– No. Pero a mí me ha pasado lo mismo un montón de veces. Te estás preguntando si tu reacción hacia él es una especie de aberración hormonal, y estás intentando elaborar una lista de razones por las cuales no deberías tener nada que ver con él.

– Impresionante. ¿También lees el futuro?

Darla mojó un pedazo de pan en un poco de queso fundido y se lo metió en la boca.

– Sí. Veo mucho sexo en tu futuro inmediato.

Solo de pensar en ello, Lexie se puso colorada.

– ¿Pero y qué hay de todas esas razones que se me han ocurrido para no tener nada que ver con él?

– ¿Pero cómo puedes pensar en no tener nada que ver con un hombre que te provoca sudores metida dentro de una piscina? Estás de broma, ¿no? Has experimentado una reacción física perfectamente sana y normal hacia un hombre atractivo, y ya era hora. ¿Cuál es entonces el problema?

– Para empezar, no sé nada de él. No sé si está casado o soltero, o si es un asesino en serie en busca de su nueva víctima.

Darla le quitó importancia a sus palabras haciendo un gesto con la mano.

– Eso se puede remediar haciéndole unas cuantas preguntas. ¿Qué más?

Lexie vaciló.

– Es difícil de explicar. Supongo que me sorprende la reacción tan fuerte que he experimentado hacia él. Estoy rodeada de hombres atractivos todo el tiempo, pero no me entran ganas de arrancarles la ropa con los dientes.

– Eso es porque eres una persona decorosa, y porque hasta hace once meses estabas prometida a Tony. Es una sencilla cuestión de lógica. Hace casi un año que no estás con un hombre. Dios mío, Lexie, eso no es natural. Tu cuerpo está harto de tanta privación -señaló el queso fundido-. Si tuvieras sed, ¿qué harías?

– Tomar algo de beber.

– ¿Y si tuvieras hambre?

– Comer.

Darla se arrellanó en el asiento de vinilo con expresión triunfal.

– Exactamente. Tu cuerpo sabe lo que quiere. Y lo que necesita es una buena sesión de sexo apasionado con ese apuesto vaquero. Por lo que me has contado, parece divertido, y desde luego su estancia aquí es temporal.

– Lo sé, lo sé. Sin embargo, por muy tentador que me resulte todo eso, sigo dudando. ¿Cómo puedo acostarme con un extraño? Podría ser un loco.

– Y podría ser un cielo. No quieres casarte con él; piensa en él como algo transitorio. Llevas demasiado tiempo sin socializar. Y un vaquero que te enciende de ese modo es el hombre que necesitas en este momento -Darla se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa de madera-. Mira. Llevas penando demasiado tiempo por la ruptura con Tony…

– No he estado penando. He estado muy ocupada. Hay una diferencia -Lexie removió su bebida con la paja-. Sabes que no me arrepiento de haber terminado con Tony. Era un buen tipo, al menos hasta que se perdió en el esplendoroso mundo de los deportes de riesgo, pero no fui capaz de seguir viviendo con eso. Sin saber si iba a volver a casa de una pieza -se pasó las manos por la cara-. Ahora solo quiero un contable, un jardinero, un agente de seguros, un jefe de cocina. Se supone que una quiere envejecer junto a alguien, no por culpa de alguien. No puedo pasar por eso nunca más.

– Bueno, todo terminó ya entre vosotros dos -dijo Darla con expresión determinada-. Y finalmente has conocido a un hombre que te hace tilín. Si te preocupa el hecho de que no lo conoces, entonces intenta tratarlo un poco. ¿Cuánto tiempo va a quedarse en el complejo? -miró a Lexie significativamente-. ¿Lo habrás comprobado, no? Lexie se ruborizó.

– Sí, lo he mirado. Se ha registrado durante las siguientes tres semanas. Darla arqueó las cejas.

– Eso es bastante tiempo. Yo diría que podrías enterarte de todo lo que te hace falta de él tomando unas cuantas copas.

– No me ha invitado a tomar una copa.

– ¿Qué te pasa? ¿Te has quedado muda? Pídeselo tú. Invítalo a tomar una cerveza después de vuestra clase de mañana -hizo un gesto con la mano a su alrededor-. Tráetelo aquí, a La Sirena. Es acogedor y animado. ¿Y en el bar del complejo? Emborráchalo, acósalo a preguntas hasta que lo conozcas mejor; después haz con él lo que quieras -meneó las cejas-. Averigua si esa serpiente le dejó una cicatriz.

Lexie suspiró.

– No puedo creer que quiera ver otra cicatriz. Tony tenía más que mosquitos Florida. ¿Qué demonios me pasa?

– Nada. Simplemente lo deseas. Es normal. Acéptalo y ponte manos a la obra. Necesitas dejar de trabajar sin parar para divertirte un poco. Eres joven, guapa y soltera. Es el momento adecuado. Quiero decir, ¿cuándo pensabas tener una aventura? ¿Cuando seas una abuela? Invítalo a salir.

– ¿Y si no le interesa?

– Entonces es un imbécil y estás mejor sin él. ¿Te ha parecido que no tuviera interés durante la clase?

Lexie recordó cómo la había mirado, con tanta atención, y cómo le había acariciado el brazo.

– No, pero…

– Lex, lo peor que puede pasar es que salgáis a tomar unas copas y resulte ser un cretino, en cuyo caso dejará de parecerte atractivo. Lo más probable es que sea encantador, agradable e irresistible, y que viváis una aventura deliciosa durante un par de semanas -Darla le agarró y le apretó las manos-. No puede salir mal.

Lexie se mordió el labio inferior y reflexionó sobre las palabras de Darla. Josh Maynard había despertado en ella algo que llevaba mucho tiempo dormido. La ruptura con Tony, cuya creciente preferencia por las escapadas de riesgo en lugar de querer estar con ella, por no mencionar su repentina querencia a estar rodeado de manadas de admiradoras, había conseguido hacer que se sintiera rechazada, poco atractiva e inútil. Josh era el primer hombre que le había hecho sentir deseo desde entonces. Y el atractivo de un lío de vacaciones era que, en tres semanas, Josh se marcharía. No se lo encontraría en fiestas, ni en los locales de la ciudad.

Así que… ¿qué podría tener de malo invitarlo a tomar una copa? Era una manera tan buena como cualquiera de enterarse de si era tan atractivo como parecía. Tal vez después de charlar un rato con él decidiera que no era tan maravilloso. O tal vez decidiera que merecía la pena tener una aventura con él. Una cosa era segura: si no lo intentaba, jamás lo sabría. Y desde luego quería saberlo.

– De acuerdo -dijo Lexie-. Lo invitaré a tomar algo.

– Buena chica -contestó Darla, muy sonriente-. ¿Y cómo se llama ese cachas?

– Josh Maynard. Incluso suena a vaquero.

Darla frunció el ceño.

– Y también me resulta algo familiar -arrugó la boca y después se encogió de hombros-. Pero, no puede ser. No conozco a nadie en Montana. En realidad, jamás he conocido en persona a un cowboy auténtico.

– Ni yo -se le escapó una risotada-. Pero parece una ocupación bastante tranquila. Quiero decir… ¿qué se hace en un rancho? ¿Montar a caballo y colocar vallas? Al menos no es un loco por el riesgo, como Tony.

Darla se rió con ella.

– De verdad. Lo peor que le podría ocurrir al cowboy es que le doliera el trasero de tanto montar a caballo.

– Mmm. Una buena razón para darle un masaje.

Darla soltó otra risilla.

– ¡Viva! ¡Empiezas a hablar con cabeza, amiga!

Cuando Josh llegó a la piscina la tarde siguiente lo primero que vio fue a ella, a la ninfa acuática que se había deslizado por sus sueños y después ocupado sus pensamientos durante todo el día.

Antes de salir de la piscina, Lexie se hizo seis largos más. El bañador de una pieza que llevaba ese día era de lo más sencillo, pero Josh tuvo que disimular una mueca de pesar al notar la rápida reacción física que había experimentado al verla. Sin duda lo atraía como la miel a las moscas.

Cuando ella lo vio se quedó quieta. Durante varios segundos se limitaron a mirarse. A Josh el pulso pareció detenérsele esos segundos, para seguidamente iniciar un ritmo cardiaco. Ella se pasó la lengua por los labios, Josh tuvo que ahogar un gemido, y entonces sonrió.

– Hola, Josh. ¿Cómo estás?

¿Cómo iba a estar? Nervioso y caliente, y todo por culpa de ella.

– Bien, Lexie. ¿Y tú?

– Estupendamente.

Desde luego que sí. No sabía cuántos largos había nadado antes de llegar él, pero no parecía ni siquiera un poco cansada. Tenía unas piernas y unos brazos bien tonificados, y a Josh se le aceleró un poco más el pulso. No había nada que le gustara más que una mujer en forma y atlética, y aquella en particular era… caramba… era perfecta.

– Te he visto practicar con la plancha esta mañana -dijo-. Me he quedado impresionada, no solo por tu mejora, sino por tu dedicación. Apenas eran las siete de la mañana.

– Estoy decidido a dominar la natación lo más rápidamente posible. Y cuando me empeño en algo…

Bueno, como decimos nosotros los vaqueros, si vas a ir, ve a por todas.

– En ese caso, ¿quieres empezar?

– Sí, señorita. Me pongo en tus manos.

A Josh le pareció ver un brillo en sus ojos, pero desapareció antes de poder decidir lo que era. Asintió con la cabeza y se volvió para meterse en la piscina. Él la siguió, agradecido cuando el agua fresca calmó su incipiente ardor.

– Aparte de esta mañana temprano, no te he visto hoy por el complejo -comentó ella mientras entraban en el agua-. Te echamos de menos en las clases para aprender a hacer cestos de hoja de palma.

Josh se echó a reír.

– Alquilé un coche y fui al puerto deportivo a ver los veleros.

– ¿Has visto algo que te haya gustado?

Sí, y en ese momento le estaba sonriendo.

– Hay barcos muy bonitos, pero antes de comprar ninguno quiero aprender a navegar. Y antes de hacer eso necesito dominar la natación.

– ¿Te has apuntado ya en el curso de vela para principiantes?

– Todavía no. ¿Eres tú la profesora?

– Sí -le sonrió-. No te preocupes, estoy cualificada para hacerlo.

– ¿Y también estás disponible para clases de vela particulares?

– Sí, pero solo por la mañana temprano, si el tiempo lo permite, antes de empezar mi horario normal. Por razones claras de seguridad, no doy clases de vela por la noche -ladeó la cabeza-. Si estás interesado, házmelo saber.

Desde luego que estaba interesado. Y no podía negar que eso lo preocupaba. El volverse loco por una mujer no había estado en su lista de cosas que hacer en Florida. Le había llevado toda la noche y todo el día darse cuenta de que no sería tan fácil olvidarse de la atracción que sentía por esa mujer.

– Antes de empezar con algo nuevo, vamos a pasar unos minutos repasando lo que hicimos ayer por la tarde.

Josh accedió y pasaron los quince minutos siguientes moviendo las piernas, agarrados a la plancha, y practicando la respiración.

– Muy bien, Josh -dijo-. Estás listo para aprender a flotar.

Josh la observó mientras ella le demostraba cómo flotaba de espaldas, como si estuviera tumbada en una cómoda cama, moviendo los brazos suavemente de atrás adelante.

Con los ojos cerrados, era como una Bella Durmiente flotante. El cabello oscuro le flotaba alrededor de la cabeza, y Josh apenas pudo resistirse a la tentación de acariciárselo. Entonces le miró los labios, carnosos y tentadores, e inmediatamente su imaginación salió volando, concediéndole el papel de Príncipe Azul. ¿Serían aquellos labios tan deliciosos como parecían?

– Las claves son la relajación y el equilibrio -dijo ella en un tono suave y tranquilizador que lo devolvió a la realidad-. Estarás cerca del bordillo, de modo que, si sientes que te hundes, solo tendrás que estirar el brazo. Así

– estiró la mano, pero en lugar de tocar el borde de la piscina, le deslizó los dedos por el estómago.

Él aspiró con rapidez y Lexie abrió los ojos enseguida al darse cuenta de que lo había tocado a él y no al bordillo de cemento.

– Lo siento.

– No pasa nada.

Solo que aquel leve roce le había provocado un chisporroteo como el de una traca dentro del bañador. Tal vez debería haber tomado aquellas lecciones de natación en la Antártida, con un instructor.

– Ahora túmbate de espaldas y deja que el agua te sostenga. Te ayudaré a empezar.

Josh hizo lo que ella le decía, y le pareció que lo estaba haciendo bien. Al menos hasta que ella lo ayudó «a empezar». Estaba en posición horizontal cuando ella le colocó una mano a la altura de los hombros y otra por debajo de la cintura.

– Bien, ahora relájate, Josh -le dijo en tono suave y sensual.

¿Relajarse? ¿Con ella tocándolo con aquellas manos que parecían de seda líquida? ¿Con la cara a solo diez centímetros de sus pechos turgentes? ¿Con ella mirándolo con aquellos ojos grandes y expresivos?

Para vergüenza suya, empezó a sacudir brazos y piernas, luchando por mantenerse a flote. Sin duda nadie que lo viera creería que poseía un equilibrio innato que le había permitido ganar cuatro títulos de campeón del mundo del rodeo.

– Tranquilo -le dijo-. Cierra los ojos y aspira hondo. Agárrate al bordillo con una mano y deja el cuerpo muerto. Yo te sujeto.

Muerto, sí, qué risa. Desde luego iba a ser muy difícil conseguirlo. Cerró los ojos, se agarró al bordillo y se obligó a relajarse; claro que le resultó mucho más fácil porque no la estaba mirando. Y mucho más fácil al imaginarse que ella no era ella, sino un anciano, con un diente y lleno de verrugas.

Pero entonces oyó su voz aterciopelada.

– Mucho mejor, Josh.

Abrió los ojos y se encontró mirando su preciosa cara, tan provocativamente cerca… tan cerca que solo tendría que entrelazarle los dedos en el cabello y tirar de ella para besarla…

El movimiento de brazos y piernas empezó otra vez. Y si ella no lo hubiera sostenido, se habría hundido como un plomo.

Maldita fuera, era lo más humillante que había sufrido en su vida. No recordaba haberse sentido nunca tan vulnerable y nervioso. Apretó los dientes y se concentró al máximo para poder relajarse.

– Bien -dijo ella-. Ahora voy a colocarme detrás de ti, y a sostenerte por los hombros. No te preocupes si te hundes un poco. Te prometo que no te soltaré. Lo que quiero es que muevas los brazos y las piernas lentamente en el agua, como si estuvieras flotando en la nieve. Supongo que lo haréis en Montana.

Él no abrió los ojos.

– Claro que sí.

– Entonces flotarás de maravilla enseguida. Haz como si estuvieras tumbado en un montón de nieve. Recuerda, relájate y mantén el equilibrio. No tienes que soltar el bordillo hasta que no sientas que estás listo. No hay prisa. Ahora me voy a apartar, así que empieza a mover los brazos con suavidad.

Josh se concentró y empezó a mover los brazos y las piernas en el agua muy despacio; cuanto más sentía que la tensión lo abandonaba, mejor flotaba. Aun así, pensó que sería mejor no soltarse del bordillo.

– Háblame de tu casa, Josh -la oyó decir, aunque el sonido fue apagado pues tenía las orejas dentro del agua-. ¿Cómo es la vida en Manhattan, Montana?

Josh aprovechó la oportunidad para no pensar en ella como un ahogado se agarra a una tabla salvavidas.

– Manhattan es un lugar precioso, apacible -sonrió-. No se llama a Montana La Tierra del Gran Cielo por nada El cielo es tan azul que a veces te duelen los ojos de mirarlo. El aire es puro y limpio, y las montañas parecen estar tan cerca, como si pudieras tocarlas con la mano. Manhattan es rural, está rodeado de naturaleza, pero en la ciudad hay de todo lo que uno puede necesitar: varios cines, restaurantes y muchos negocios y tiendas.

– ¿Vives en un rancho?

– Sí. En una pequeña finca que mi padre y yo compramos juntos el año pasado. Antes de eso vivía y trabajaba en el Rancho Arroyo Seco, donde mi padre era el capataz.

– ¿Sigue trabajando allí?

La tristeza de costumbre le atenazó el corazón.

– No, murió trabajando hace seis meses. De un ataque cardiaco.

– Lo siento -dijo Lexie tras una breve pausa.

Josh suspiró.

– Yo también. Mi padre era un hombre maravilloso. Paciente, amable, y siempre tenía una palabra de apoyo para todo el mundo, por muy mal genio que tuvieran. Y nunca he conocido a nadie que manejara los animales como él. Tenía un don natural.

La cara arrugada de su padre, con aquellos ojos de un azul brillante, apareció en su mente. Le pareció como si pudiera oír la voz grave de su padre aconsejándole: «Un hombre no tiene éxito si no lo intenta; y si lo intenta, tiene que hacerlo lo mejor posible».

Josh soltó el bordillo muy despacio. Sintió que se hundía un poco pero, fiel a su promesa, Lexie no dejó que se hundiera bajo la superficie. «Equilibrio y relajación» se dijo. Movió suavemente los brazos y sonrió de alegría cuando se dio cuenta de que permanecía a flote.

– ¿Qué hay del resto de tu familia? -le llegó la siguiente pregunta.

– No tengo mucha más, excepto mi tío y dos primos en Texas. Solo nos vemos una vez al año. No tengo hermanos ni hermanas, y mi madre murió cuando yo tenía doce años. Después de morir ella, papá y yo nos mudamos a vivir en el Rancho Arroyo Seco.

– ¿Tu padre nunca volvió a casarse?

– No. Durante los años hubo unas cuantas damas de cuya compañía disfrutó, y Dios sabe que muchas mujeres estuvieron detrás de él, pero murió amando a mi madre. Se enamoraron en el instituto. Cuando ella murió ya llevaban quince años casados, pero seguían comportándose como chiquillos en su primera cita. Se abrazaban, se besaban y se agarraban de la mano todo el tiempo.

Le pareció oírla suspirar de manera muy femenina.

– Eso maravilloso. Muy romántico. Y triste también. Pero maravilloso.

– Sí. Se llevaban muy bien. Y ella fue una madre maravillosa. Cuando llegaba del colegio, me sentaba a hacer los deberes mientras ella amasaba el pan y charlaba conmigo. Le salía muy mal, pero desde luego tenía empeño -se echó a reír-. Tenía una sonrisa preciosa que le iluminaba la cara… -su voz se fue apagando mientras el sinfín de recuerdos lo asaltaban.

El cáncer se había llevado a su preciosa madre, dejando un vacío en su corazón, donde su amor y su sonrisa vivían siempre.

Su padre y él habían decidido que era demasiado doloroso vivir en la casa que habían compartido con Maggie Maynard. Sin ella, aquel no era un hogar. De modo que se la vendieron a una pareja joven a punto de tener un bebé y se mudaron a Arroyo Seco, con los recuerdos de Maggie Maynard guardados en cajas y en sus corazones. Les había costado un tiempo recuperar el equilibrio, pero finalmente lo habían conseguido.

Sus pensamientos volvieron al presente, y se dio cuenta del silencio. Maldita fuera, ¿cuánto tiempo llevaba perdido en el pasado? Sin duda Lexie pensaba que era un imbécil. Abrió los ojos y miró a su alrededor. Estaba solo, flotando en medio de la piscina, como un corcho. Por el rabillo del ojo vio a Lexie apoyada contra el bordillo, sonriéndole y haciéndole señales de ánimo.

Josh puso los pies en el suelo y le sonrió.

– Parece que le estoy pillando el tranquillo.

– Desde luego que sí -concedió ella-. Estoy orgullosa de ti.

– Gracias, pero la verdad es que estaba tambaleándome hasta que empezaste a preguntarme sobre mi casa.

Lexie sonrió.

– Para que un alumno principiante se tranquilice es mejor hacerle hablar de algo familiar, para que no piense en el agua.

– Espero no haberte aburrido.

– No, en absoluto -se miró el reloj deportivo-. Me temo que se nos ha acabado el tiempo por hoy.

Él se fijó en las gotas de agua que le corrían por el brazo, e instantáneamente dejó de pensar en la natación. Caminó lentamente hacia ella, deleitándose con el modo en que abría los ojos como platos y sobre todo al ver cómo sacaba mínimamente la punta de la lengua para pasársela por los labios. Se detuvo muy cerca de ella.

– Qué pena que se haya terminado nuestra lección. Que yo recuerde, lo próximo que vas a enseñarme son algunos… movimientos básicos.

Sus miradas se encontraron y a Josh le dio un vuelco el corazón. Lexie lo miraba de tal modo… No con el descaro con el que solían mirarlo muchas mujeres, sino como una mezcla de interés inequívoco y un toque de incertidumbre…

Caramba. Si era capaz de calentarlo con una mirada inocente, ¿qué pasaría si la tocaba? ¿Si cedía a la insistente tentación y la besaba?

No lo sabía, pero estaba empeñado en averiguarlo.

En ese mismo instante.

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