Capítulo Siete

Lexie se despertó con los trinos de los pájaros junto a su ventana. Mientras los felices recuerdos de la noche anterior le bombardeaban la mente, se estiró, disfrutando del placentero entumecimiento de sus músculos.

Se volvió para darle los buenos días a Josh, pero él ya no estaba allí.

Se levantó y se puso su bata azul, fijándose mientras se ataba el cinturón que la ropa de Josh ya no estaba en el suelo. En la cocina, encontró una nota junto a la cafetera, donde el café todavía estaba caliente.

Buenos días, dormilona. Tus armarios están algo vacíos, y por culpa tuya necesito un desayuno sustancial. Vuelvo enseguida con la comida. Josh.

Sonrió al ver la cara sonriente que Josh había pintado junto a su nombre y después se sirvió una muy necesitada taza de café. Abrió las puertas cristaleras y salió al patio. Le encantaba pasar las mañanas de sus días libres allí fuera, sentada en el sofá de rayas verdes y anaranjadas, tomando café y leyendo el periódico. Después de acomodarse, disfrutó del primer sorbo de café mientras fijaba la mirada en la bañera de hidromasaje.

Un sinfín de recuerdos sensuales la asaltó mientas suspiraba con satisfacción. Dios bendito. La noche anterior había sido… alucinante. Aún más que la primera noche. Pero había sido más que alucinante. Porque habían compartido mucho más que una intimidad física. Ella y Josh habían charlado, se habían reído juntos y habían bromeado. Habían compartido recuerdos de la infancia y anécdotas relacionadas con el trabajo. Se habían divertido juntos. Lo cual era estupendo, pues la diversión era uno de los puntos importantes de una verdadera aventura amorosa.

Y mientras que el sexo con Tony había sido bueno, el sexo con Josh era… increíble. Entre ellos había una química que no había experimentado jamás. Una intimidad y una atracción que tanto la emocionaban como la aterrorizaban. La emocionaban porque claramente había elegido al amante perfecto con quien disfrutar de una aventura. Y la aterrorizaban porque cada vez le resultaba más difícil ignorar aquella parte de su ser que le decía que aquello no solo era sexo y que iba derecha de cabeza hacia una colisión frontal en la que se le partiría el corazón.

Cerró los ojos y suspiró. Maldita sea. ¿No podía divertirse y dejar de pensar en esas cosas?

Pero la voz en su interior era insistente. En el fondo, ella tampoco podía ignorar lo que ya sabía.

Otro suspiro. ¿Cómo negarlo? Le gustaba Josh. Y mucho. Y no solo le gustaba en la cama, sino también fuera de la cama. Y sabía que aquello solo la llevaría a sufrir; pero no parecía poder echarle freno a sus sentimientos. No importaba que incesantemente se repitiera a sí misma que él vivía y era propietario de un rancho a miles de kilómetros de Florida, el lugar donde ella vivía y que no tenía intención de abandonar.

– Es algo transitorio -murmuró-. Nada más. Divertido, salvaje y temporal.

Sí, claro.

– Buenos días -le llegó la voz de Josh desde la entrada del patio-. ¿Ya estás echando la siesta?

Lexie abrió los ojos y el corazón le dio un vuelco al verlo. Estaba recién afeitado y vestido con una camiseta blanca y unos vaqueros descoloridos que le ceñían lo justo en los lugares adecuados.

– Buenos días -dijo sonriendo-. No estoy durmiendo. Solo disfrutando del sol de la mañana.

Se acercó a ella y se sentó en el borde de su hamaca. Entonces se inclinó y la besó con una dulzura que dejó a Lexie sin aliento. Cuando él levantó la cabeza, Lexie se sentía tan aturdida que tuvo que esforzarse para abrir los ojos.

– Vaya… -suspiró-. Qué bien besas.

El corazón se le aceleró al ver cómo la miraba él.

– Tú también -le rozó los labios con la punta de los dedos-. Tienes la boca más preciosa que he visto en mi vida. No puedo decirte la de horas de sueño que he perdido desde que te conozco, fantaseando con tu boca.

Parecía tan serio que Lexie sintió la necesidad de hacer algún comentario ligero, antes de que le soltara que él era el hombre más apuesto que había conocido en su vida y que se estaba colando por él.

– Bueno, desde luego te robó algunas horas de sueño ayer por la noche.

– Cariño, tu boca casi me provocó un ataque cardiaco ayer por la noche -le tomó la mano y se la besó-. En realidad, todo lo que pasó anoche estuvo a punto de provocarme un infarto.

Su aliento cálido le rozó la piel, y la expresión intensa y turbada de su mirada la dejó en el sitio. ¿Lo sentiría él también? ¿Sentiría aquella creciente inquietud de que su romance podría convertirse en otra cosa?

Josh le evitó la necesidad de responder cuando aparentemente dejó a un lado su seriedad y sonrió.

– Me pasé por el complejo para cambiarme y recoger unas cuantas cosas para nuestra clase de vela. Después fui al supermercado. No te ofendas, pero el contenido de tu nevera parecía un museo.

Lexie se puso colorada.

– Lo siento. Las comidas gratis son una de las ventajas de trabajar en el complejo, de modo que no suelo tener mucha en casa. Normalmente voy a la compra el día que libro, es decir, hoy.

– Pues ya no tienes que hacerlo, porque lo he hecho yo. He comprado beicon, huevos, bollos, leche y harina para hacer tortitas, sirope… todo lo necesario para un buen desayuno -dijo, y se dio cuenta de que ella parecía consternada-. ¿Pasa algo?

– No… Solo es que no se me da demasiado bien la cocina.

– ¿No cocinas?

– Pues… no demasiado.

Él se puso de pie, le dio la mano y tiró de ella. La levantó en brazos y le dio un beso en la nariz.

– Afortunadamente para ti, yo soy un cocinero estupendo.

Lexie cerró los ojos. No. Era imposible. No podía ser guapísimo, gracioso, encantador, agradable, sexy y encima saber cocinar.

– Estás de broma.

– Cariño, puedo bromear con muchas cosas, pero la preparación de la comida no es una de ellas. Los vaqueros nos tomamos el tema de la comida muy en serio -tiró de ella hacia la cocina-. Vamos. Te voy a preparar un desayuno que te va a dejar en el sitio.

Lexie lo siguió hasta la cocina, sacudiendo la cabeza. Estupendo, justo lo que necesitaba; otra razón para gustarle.

– Es sin duda el mejor desayuno que he comido en mucho tiempo -dijo Lexie con satisfacción mientras terminaba de limpiarse la boca con la servilleta-. Desde luego mejor que los cereales con leche que preparo yo.

– Me alegra que te haya gustado. Pero pensé que te daban la comida gratis en el complejo.

– Y me la dan. Pero normalmente tomo un desayuno ligero. Unas piezas de fruta, tal vez un bollo. No tengo mucho tiempo por la mañana antes de las actividades a primera hora. Además, las comidas copiosas me producen sueño.

– ¡Estupendo! ¿Quieres irte a la cama? -Josh meneó las cejas.

– ¿Intenta seducirme, señor Maynard? -respondió ella con una sonrisa.

– Cada vez que puedo -se miró el reloj y sacudió la cabeza-. Solo que ahora no puede ser. Se hace tarde. Tengo tiempo suficiente para fregar los platos mientras tú te vistes. Ponte unos vaqueros cómodos.

Ella arqueó las cejas.

– ¿Vaqueros? ¿Para navegar?

– No, para tu sorpresa. Empezaremos con las clases de vela esta tarde.

– ¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa?

– Si te lo dijera, no sería una sorpresa, ¿verdad? Ve a vestirte para que no lleguemos tarde.

– ¿Puedes darme una pista de lo que es?

– Solo que te va a encantar -se echó a reír al ver su expresión escéptica-. Te lo prometo.

– ¿Qué demonios es esto?

Lexie miró a la bestia que a su vez la miraba con sospecha y experimentó una sensación como un calambre por todo el cuerpo. Aquello le daba muy mala espina.

– «Esto» es un caballo -dijo Josh con una sonrisa mientras acariciaba el brillante pelaje del animal, junto al cual había un adolescente con las riendas en la mano-. Y voy a enseñarte cómo montarla.

– Ni hablar -contestó, sintiendo que empezaba a sudarle la frente-. ¿Oye, Josh, te acuerdas de que te dije que nunca había montado a caballo? Pues no es cierto del todo. Lo intenté cuando tenía ocho años. Me pasé treinta segundos a lomos del caballo, veinte volando por los aires y seis semanas con el brazo escayolado.

Josh la miró comprensivamente.

– Un caballo te tiró al suelo, y desde entonces les tienes miedo.

El caballo piafó con fuerza y Lexie retrocedió unos pasos.

– Pues sí.

– Lexie, entiendo que esto te ponga un poco nerviosa, pero si no estuviera totalmente seguro de que esto te iba a encantar, si no estuviera seguro de que estás completamente a salvo, no te pediría que lo intentaras. ¿Recuerdas lo que me dijiste en mi primera lección de natación, de cómo un buen instructor te da la confianza para sobreponerte a tus miedos? Inténtalo durante cinco minutos. Dame cinco minutos y deja que te enseñe lo emocionante que puede ser montar a caballo. Yo me sentaré detrás de ti, abrazándote. Te juro que no permitiré que te ocurra nada. Si después de cinco minutos no te gusta, lo dejaremos.

Lexie miró su rostro apuesto, su expresión sincera, y el corazón le dio un vuelco. ¿Cómo podía rechazarlo? Además, con Josh sentado detrás de ella y rodeándola con sus brazos fuertes, seguramente se olvidaría de que iba a estar encima de un caballo.

Tragó saliva y asintió con la cabeza.

– De acuerdo. Supongo que puedo soportar cualquier cosa durante cinco minutos.

Una enorme sonrisa iluminó su expresión.

– Cariño, estás a punto de disfrutar de los mejores cinco minutos de tu vida. Te lo vas a pasar tan bien que no querrás dejarlo.

Agarrada de su mano, Lexie dejó que Josh la llevara hasta el caballo. Solo esperaba que aquellos cinco minutos no fueran los últimos de su vida.

Una hora después, Lexie continuaba recostada sobre el pecho de Josh. Inclinó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y disfrutó de los suave rayos de sol que se filtraban entre las hojas de las palmeras. Solo se oía el trinar de los pájaros, el susurro de las hojas y el chirrido de la piel de la montura mientras avanzaban despacio por el camino en sombras.

Pero el sol no era el único responsable de la calidez casi adormecedora que la impregnaba. No, esa sensación la causaba Josh. Su cuerpo le tocaba el suyo casi por entero. Tenía la espalda descansando sobre su pecho, las caderas y los muslos pegados a los suyos, estaba acunada por sus brazos fuertes y bronceados, y las manos con las que sujetaba las riendas envueltas por las de Josh.

Él le rozó la sien con los labios.

– ¿Estás bien?

Su aliento le acarició la mejilla.

– Muy bien -volvió la cabeza y le depositó un beso en la mejilla-. De acuerdo, te doy permiso para que lo digas.

Él no fingió no entenderla.

– Te lo dije.

Su voz profunda vibró por su ser, añadiéndole otra capa de calor. Lexie abrió los ojos y vio un pedazo azul turquesa entre los árboles.

– ¿Este camino conduce al mar?

– Sí. Es la razón por la que elegí este sitio para tu lección. En el picadero tienen una playa de su propiedad. Pensé que te gustaría montar ahí.

– ¿Cómo te enteraste de este sitio? ¿Y de que tienen una playa?

– Gracias a dos estupendos inventos llamados «teléfono» y «Páginas Amarillas».

Lexie se sintió sorprendida y halagada de que se hubiera molestado tanto en preparar aquella salida, no solo en cualquier establo, sino en uno que estuviera junto a la playa.

A la vuelta de un recodo el agua cristalina del océano y la arena blanca y brillante se extendieron ante sus ojos.

– ¿Sabes? -le dijo-, prácticamente me crié sobre una montura y nunca había montado en la playa.

Lexie se enderezó, volvió la cabeza y le sonrió.

– Entonces para ti también es la primera vez.

Él no le devolvió la sonrisa, sino que se limitó a mirarla con una expresión remota. Lexie no pudo apartar los ojos de él, y lentamente se le fue borrando la sonrisa de los labios mientras el corazón le latía con fuerza bajo su seria mirada. Finalmente, le dijo en voz baja y sensual:

– Sí, es la primera vez -se inclinó hacia delante y le susurró al oído-: Espérate, cielo. Aquí vienen los siguientes mejores cinco minutos de tu vida.

Lexie no supo bien cómo había ocurrido, pero de momento estaban quietos y al momento siguiente estaban galopando por la arena. El viento le alborotó el cabello y la emoción la dejó sin aliento. El caballo galopó por la orilla levantando agua y arena a su paso, y ella se sintió tranquila y segura entre los brazos fuertes de Josh.

Saboreó cada segundo de la experiencia, con los sentidos a flor de piel, vibrando de emoción. El reflejo dorado del sol sobre el agua contrastaba con el blanco cegador de la arena; el olor a caballo, a cuero y a calor tropical y a Josh inundaron sus sentidos. La playa estaba desierta, un santuario inmaculado solo para ellos.

Al acercarse a una señal que indicaba el final de la playa de los establos, Josh aminoró el paso del caballo y finalmente lo paró.

– ¿Y bien? -le susurró al oído.

– Increíble, emocionante, maravilloso… -Lexie volvió la cabeza y le dio un beso en la barbilla; después estiró los brazos sonriendo-. ¿No te parece un paisaje maravilloso? Me encanta el agua. Algún día, voy a vivir en el agua.

– ¿En el agua? ¿No va a ser algo húmedo?

Ella se echó a reír.

– Quiero decir, en una casa al borde del mar -señaló la franja brillante de agua azul-. ¿Ves aquel grupo de casas? Es una urbanización nueva. Justo a la derecha hay una propiedad en la orilla del mar. Una serie de canales y calas escondidas. Es tranquilo y privado; un lugar perfecto.

Y algún día sería propietaria de un pedazo de esa tierra… la tierra que había deseado desde que la había visto por primera vez. Entre ella y su sueño solo se interponía el que el dueño quisiera venderla y un buen montón de dinero. Lo único que necesitaba era dar una entrada. Esperaba que, llegado el momento, tuviera el dinero suficiente.

Él la abrazó.

– Parece bonito. Suena muy bien, también.

Lexie volvió la cabeza para mirarlo a los ojos.

– Gracias, Josh, por esta maravillosa y delicada sorpresa. Y por traerme aquí. Es precioso.

– Sí -murmuró él mirándola a la cara antes de fijar la vista en sus labios-. Precioso.

Lexie alzó la cara con la intención de darle un beso en los labios, pero en cuanto empezaron a besarse el beso se volvió ardiente, exigente, húmedo. Con la lengua, Josh le exploró la boca con una avidez que la calentó inmediatamente. Lexie gimió y deseó estar en una postura menos incómoda para poder tocarlo mejor.

Mientras la besaba insistentemente, Josh le desabrochó los tres botones de la blusa de algodón sin mangas y empezó a acariciarle la parte superior de los pechos con una mano, mientras le deslizaba la otra por el vientre.

Mientras pasaba a besarle el cuello, ella echó los brazos para atrás y le rodeó el cuello. Josh le metió la mano por debajo del encaje del sujetador para provocar aún más sus pezones ya duros, mientras con la otra mano le acariciaba la entrepierna. Su erección le presionaba las nalgas, y ella arqueó la espalda y empezó a frotarse contra él.

– Lexie -susurró su nombre con pasión sobre su piel caliente-. Vamos a casa. Ahora mismo.

Josh se pasó los treinta minutos de vuelta en coche a casa de Lexie intentando dominar la necesidad que le corría por las venas. Maldita fuera, jamás se había sentido tan agitado en su vida. O tan impaciente por acariciar a una mujer; por sentirla, por probarla, por perderse en ella.

Aquello de amar a esa mujer estaba resultando un verdadero engorro. ¿Por qué no podía haberse limitado a desearla? El deseo lo conocía y lo entendía. Pero no. Tenía que enamorarse de una mujer que lo que quería precisamente era una aventura. Sabía que estaba arriesgando mucho sentimentalmente hablando, pero también que no había modo de echarse atrás.

Cuando paró el coche delante de la puerta y apagó el motor había conseguido refrenar un poco aquel deseo que le arañaba las entrañas. En realidad, se felicitó a sí mismo por su control.

Pero en cuanto la vio echando el cerrojo todos sus propósitos se desvanecieron. Nada más darse la vuelta ella, la agarró y empezó a besarla con todo el apetito que tontamente pensaba que había conseguido dominar. Avanzó un paso, la aplastó contra la puerta con su cuerpo y le sacó la blusa de los pantalones con una mano mientras con la otra le desabrochaba los botones impacientemente. Segundos después le quitó la camisa y le puso las manos en el estómago desnudo.

Pero aquello, en lugar de aliviarlo, solo avivó su deseo. Se dijo que debía aminorar el paso, pero era imposible. Y menos cuando ella tenía las manos plantadas en su trasero para apretarse mejor contra él.

Le quitó la blusa y le desabrochó el sujetador, que cayeron al suelo. Dejó de besarla para meterse un pezón en la boca y succionárselo con ansia. Lexie empezó a gemir, y a punto estuvo de tomarla allí mismo contra la puerta, pero le quedaba un ápice de sensatez. Necesitaban un condón y, maldita fuera, estaban en la habitación. Y desde luego no pensaba dejarla allí de pie mientras él iba a buscarlo.

Dobló las rodillas y la levantó en brazos, e instantáneamente ella le rodeó el cuerpo con sus piernas. Mientras Lexie lo besaba por todas partes, él consiguió llegar a la habitación, haciendo una nota mental de no volver a acercarse a aquella mujer sin un condón en el bolsillo.

La depositó en el centro de la cama suavemente, e inmediatamente fue a la mesilla, de donde sacó un preservativo de la caja que él mismo había dejado allí antes de la clase de montar. A los diez segundos ya estaba de nuevo junto a ella, que en ese tiempo récord había conseguido quitarse los zapatos y los calcetines y estaba haciendo lo propio con los pantalones.

Sin mediar palabra se quitó los vaqueros y las braguitas mientras él se desabrochaba los vaqueros. Pero vio que no podía quitárselos sin sentarse a quitarse primero las botas; y eso era totalmente imposible. Necesitaba estar dentro de ella. Ya.

Se bajó los Levis y los calzoncillos hasta las rodillas, mientras ella estaba allí desnuda, tumbaba sobre su colcha aguamarina, con las piernas separadas, los pezones húmedos y erectos y la mirada cargada de deseo.

Incapaz de controlarse más, Josh la penetró con una fogosidad que no había sentido en su vida. No había sitio para la delicadeza; pero Lexie no se quedó atrás y lo urgió a que la penetrara más y más, con más fuerza.

Intentó refrenar su orgasmo, pero fue como intentar detener las olas del mar. Segundos después un intenso latigazo le palpitó por todo el cuerpo mientras alcanzaba el clímax con un profundo gemido de satisfacción.

Se quedó allí abrazado a ella, jadeando, sudando, con el corazón latiéndole muy fuerte. Pasados unos momentos, alzó la cabeza y fijó su mirada en los ojos salpicados de motas doradas que lo miraban con sobrecogimiento.

– Dios bendito -dijo ella sonriendo-. ¿Cuántas veces podemos hacerlo antes de que nos desmayemos los dos?

– No lo sé. ¿Cuál es el récord?

Eso la hizo sonreír de nuevo.

– No entiendo cómo es posible sentirse medio muerta y fantástica al mismo tiempo, pero tú has conseguido que eso ocurra.

– Me alegra saber que no te he dejado a medias. No quería terminar tan pronto; pero no pude aguantarme.

– Por mí no lo sientas -se estiró con languidez-. Lo has hecho en el momento justo.

– Habría explotado si me hubiera sentado a desvestirme.

Un brillo inequívoco de interés femenino resplandeció en sus ojos.

– Mmm. Insisto que me digas qué he hecho para inspirar tal pasión, y poder así volver a hacerlo. En cuanto me sea posible.

Josh frunció el ceño. ¿Qué había hecho para hacerle perder el control de ese modo? ¿Para arrebatarle la calma de aquella manera sin precedentes? ¿Para que la deseara con una desesperación que jamás había sentido hacia ninguna otra mujer? La respuesta resonó en sus pensamientos con claridad.

Eso era lo que el amor le hacía a un hombre. Ella no había hecho nada excepto estar con él. Se había reído con él, había charlado con él, lo había mirado con aquellos ojos grandes y expresivos. Había montado con él en la playa y después le había agradecido su sorpresa. En definitiva, lo había seducido sin ni siquiera intentarlo.

¿Cómo podía esperar poder explicarle lo que estaba seguro de que ella no estaba lista para oír? Si le decía la verdad demasiado pronto, temía que ella saliera huyendo como un conejillo asustado. Quería decirle lo que sentía por ella, pero tenía miedo. Miedo de que ella lo enviara lejos; de que ella no lo correspondiera.

Por mucho que le costara, debía esperar un poco más antes de exponer de tal modo sus sentimientos.

Afortunadamente, Scout, la gatita de Lexie, saltó sobre la cama, evitándole la necesidad de responder.

– No pensé que diría esto después del desayuno que me has preparado, pero vuelvo a tener hambre.

– Es por el ejercicio y el aire fresco -le retiró un rizo de la cara-. Te lo aviso, seguramente te dolerá todo el cuerpo mañana de montar a caballo.

– No pasa nada. Estoy en forma.

– Desde luego que sí -respondió, besándole aquellos labios tentadores-. Voto por que almorcemos un poco y después empecemos con nuestra primera lección de vela.

– Estupendo -su sonrisa le calentó hasta los dedos de los pies-. Te va a encantar navegar.

– Supongo que podré soportar cualquier cosa durante cinco minutos -se burló, repitiendo lo que ella había dicho antes de subirse al caballo.

– Serán los mejores cinco minutos de tu vida. Te gustará tanto que no querrás dejarlo.

Josh la miró a los ojos y sintió que algo se detonaba en su interior. De pronto sus palabras adoptaron otro significado más profundo para él. No querría dejarlo, y eso la aterrorizaba.

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