Nueve

Charity no había pretendido devolverle el beso a Josh. Estaba claro que estaba molesto por algo y por mucho que le hubiera gustado pensar que tenía que ver con el hecho de que hubiera salido con Robert, tampoco quería engañarse a sí misma. Así que resistirse a su beso fue la reacción más inteligente…

Para luego acabar acercándose y besarlo con más intensidad aún. La pasión emanaba con una furia que la dejó temblando y débil en todos los sentidos de la palabra. Ese hombre tenía algo y sólo con que le hiciera la promesa de una caricia, ella perdía el control. Necesitaba su cuerpo con una intensidad que la asustaba y ahora, con la boca abierta y las manos de él deslizándose sobre sus caderas, se vio peligrosamente al borde de la súplica. Más. Necesitaba más.

Ladeó la cabeza mientras la lengua de Josh encendía más el deseo. Su piel parecía ultrasensible ante cada caricia, los pechos le ardían y ese punto entre sus piernas ya estaba húmedo e inflamado de pasión. Preparado. Desesperadamente preparado.

Por si él no se lo había imaginado, ella acercó su cuerpo los escasos centímetros que los separaban y lo presionó contra el suyo. Josh era fuerte, pero lo que más le interesaba en ese momento era la gruesa rigidez que notaba bajo su vientre. La muestra física de que él también la deseaba.

Josh se retiró lo suficiente para besarle la barbilla antes de posarse en su cuello y esos besos hicieron que la recorrieran escalofríos de placer.

Tal vez había estado con tantas mujeres como decía la gente, y tal vez ella estaba cometiendo un tremendo error, pero fuera como fuera, sabía que nunca antes había sentido tanto calor, tanto deseo. Y para asegurarse de que él recibía el mensaje, le agarró las manos y las puso sobre sus pechos.

Cuando sus palmas se curvaron sobre sus senos y sus habilidosos dedos acariciaron sus sensibles y tersos pezones, se miraron. Ella vio fuego en su mirada y un deseo que acababa con la posibilidad de que él simplemente estuviera siendo agradable por compromiso.

Como respondiendo a una muda pregunta, Josh le agarró la mano y la llevó hasta la puerta de su habitación. Sacó la llave y entraron antes de que Charity tuviera tiempo para pensar, lo cual fue positivo. ¡Eso de pensar estaba demasiado sobrevalorado!

En cuanto la puerta se cerró tras Josh, él la llevó contra la pared. Se acercó y volvió a reclamar sus labios mientras tiraba del nudo que sujetaba su falda y la apartaba a un lado. Después, fue a desabrocharle el sujetador y tardó escasos segundos en desnudar sus pechos.

Al momento sus manos estaban por toda su piel, acariciando, rozando sus pezones. A ella la invadió el placer e intensificó el beso haciéndolo gemir a él. Cuando se apartó, él le mordisqueó el labio inferior antes de bajar la boca hasta sus pechos y cubrir con ella su pezón izquierdo.

Charity sintió un cosquilleo que le llegó al vientre y cada centímetro de su cuerpo ardió. Sus músculos se tensaron y ella comenzó a tocar todo lo que pudo: su amplia espalda, sus brazos… y su erección, a lo que él respondió colando una mano entre sus muslos. Ahora fue ella la que gimió cuando los dedos de Josh apartaron la tela de su ropa interior y se movieron sobre ese punto tan íntimo y sensible. Estaba preparada, inflamada de deseo, y sólo hicieron falta unas cuantas caricias para que se le entrecortara la respiración y se aferrara a él con fuerza mientras Josh hundía sus dedos en ella y seguía acariciándola con el pulgar.

A Charity le costaba respirar, y se sentía dividida entre la sensación de su boca sobre sus pechos y el modo en que sus dedos se movían entre sus piernas. No podía pensar, no podía hacer nada más que sentir las oleadas de placer que se acumulaban dentro de ella.

Tuvo que sujetarse a él con fuerza para mantenerse derecha, para no perder el equilibrio, y después Josh se puso derecho y la besó en la boca, reclamándola con una pasión que la llevó al límite.

Después ella lo sintió. La reveladora sensación de que su orgasmo estaba cerca, que era algo prácticamente seguro. Y justo cuando se preparó para algo que sabía que sería increíble, Josh se detuvo.

Se quedó mirándolo, incapaz de creer lo que estaba sucediendo, pero entonces notó que estaba desabrochándose los pantalones. Antes de poder ayudarlo, él ya había liberado su abultada erección. Deprisa, ella se quitó las braguitas y al instante él la agarró de las caderas y la alzó contra la pared.

Era imposible, pensó ella. Nunca había hecho nada igual. No podía tocar el suelo, dependía completamente de que él la sujetara. No podía relajarse lo suficiente para…

Josh se movió dentro de ella, llenándola y rozando su cuerpo contra el suyo, acariciando sus partes inflamadas a la vez que la llenaba de placer y ella lo rodeaba por la cintura con las piernas y por el cuello con los brazos.

No duró mucho. Había estado tan al límite antes que después de unos cuantos movimientos de cadera de Josh ya no pudo pensar más y se entregó a la promesa de que en cualquier momento podría explotar. Llegó al clímax con un gemido mientras su cuerpo se estremecía y se perdía en el placer. Él se movió dentro de ella más rápido, más hondo, tomando todo lo que podía ofrecerle, hasta que Charity quedó demasiado débil como para hacer mucho más que apoyarse contra él. Después, Josh comenzó a estremecerse también hasta quedarse quieto y con la respiración entrecortada rozando su mejilla.

Se quedaron así mucho más tiempo del que ella pensaba posible y cuando estuvo segura de que él la soltaría de golpe por estar agotado, Josh se apartó lentamente y con delicadeza la bajó. Cuando ella posó los pies en el suelo, hizo lo posible por ponerse derecha, pero vio que se tambaleaba un poco. Josh la agarró por la cintura.

– ¿Estás bien?

¿Bien? ¿Cómo podía estar bien? Acababa de hacerlo contra la pared con un hombre al que apenas conocía. ¡Y eso ella nunca lo hacía! Prácticamente había elaborado un informe de investigación sobre el último tipo con el que se había acostado, a pesar de que lo habían hecho después de tres meses de salir en serio. ¿Qué sabía en realidad de Josh excepto que probablemente le rompería el corazón?

– La pregunta no tendría que ser tan difícil.

– Lo siento -lo miró a los ojos y después apartó la mirada-. Estaba pensando.

– Pues eso es peligroso, sobre todo ahora.

Ella intentó sujetarse sola y lo logró, pero como los zapatos no ayudaban mucho, se los quitó y quedó unos cuantos centímetros más por debajo de él. Su sandalia derecha aterrizó sobre sus braguitas.

El equilibrio físico no era el único problema; además, la cabeza le daba vueltas. ¿Qué demonios había pasado? Aunque, no necesitaba que le respondieran a esa pregunta. Tal vez lo mejor era preguntar por qué. ¿Por qué no se había parado a pensar?

Josh le acarició la mejilla con delicadeza.

– ¿Estás bien? -volvió a preguntarle.

Ella asintió imaginando que él no querría saber la verdad. Que estaba arrepintiéndose era decir poco, pero por otro lado, había tenido sexo con Josh, lo había hecho por voluntad propia y mientras había estado en sus brazos se había sentido otra persona.

O la persona que siempre había pretendido ser, le susurró una vocecita dentro de la cabeza.

No, de ninguna manera. Eso no era así.

Sacudió la cabeza para aclararse las ideas. Tenía la camisa aún metida por dentro de la falda, aunque le colgaba por encima del trasero y su sujetador estaba en el suelo. Josh tardó sólo unos segundos en volver a tener un aspecto decente, pero ella lo tenía más difícil. Se subió la camisa y la abrochó pensando que dejaría para más tarde la ropa interior, para cuando se marchara.

A menos que tuviera que marcharse ya.

Nunca había tenido una relación sexual casual y, sinceramente, no conocía las reglas.

– Sé lo que estás pensando -le dijo él mirándola fijamente con esos ojos verde avellana.

– Lo dudo -tendría que ser parapsicólogo para lograr descifrar lo que pasaba por su mente.

– Yo no hago esto todos los días. Los rumores, lo que dice la gente, no es verdad.

– Casi todo es verdad. La primera semana que estuve aquí, vi una mujer esperando en tu habitación. No la he visto por aquí, así que me imagino que la importaste.

– No. Yo no le pedí que se metiera allí. ¡Pero si ni siquiera la conocía! Convenció a alguna de las camareras del hotel para que la dejaran entrar.

Seguro que él se pensaba que con esa información ella se sentiría más reconfortada.

– Y ahora me dirás que le dijiste que se vistiera y que se fuera.

– Eso hice -cuando ella miró a otro lado, Josh le agarró la barbilla-. Lo digo en serio, Charity.

Lo gracioso era que quería creerlo. ¡Qué difícil y confuso era todo!

Él le tomó la mano y la llevó hasta dentro de la habitación, donde una única lámpara situada en una esquina les daba un poco de luz. Encendió unas cuantas más.

– ¿Te sirvo algo? ¿Vino? ¿Café? ¿Postre?

Ella vaciló. Lo del vino sonaba bien, pero no podía soportar que alguien del servicio de habitaciones la viera en la habitación de Josh y después se lo contara a todo el mundo.

– Tengo un alijo privado.

Lo que tenía era una mini nevera y un pequeño refrigerador de vinos.

– ¿Tinto?

– El rojo es mi color favorito -dijo él.

Mientras elegía un vino, ella recogió su ropa interior y se metió en el baño. Cuando estuvo lista y volvió al salón de la suite, Josh había servido dos copas y había encendido la chimenea.

– ¿Ahora te vas a poner romántico? -le preguntó ella-. ¿No es un poco tarde?

– ¿Lo dices porque ya me he llevado a la chica? -se sentaron en el sofá.

– Te has llevado a la chica de un modo muy nuevo para ella. Tienes mucha fuerza en los brazos.

– Debería aceptar el cumplido con una sonrisa de engreído -le dijo mientras la rodeaba con un brazo-, pero te diré la verdad, y la verdad es que la clave está en hacer un efecto palanca.

Ella hizo una mueca de disgusto.

– Creo que eso no quería saberlo.

– ¿Por qué?

Charity miró al fuego, intentando no disfrutar demasiado del momento.

– Porque implica que tienes demasiada experiencia y eso asusta un poco.

Él se giró hacia ella y apoyó la mano sobre su hombro.

– No te mentiré. Lo pasé muy bien cuando era un veinteañero. Era un atleta famoso y había mujeres por todas partes. Me aproveché de ello -esbozó una sexy sonrisa-. Fue divertido.

¿Y por qué le contaba eso? Porque, obviamente, no estaba haciéndola sentirse mejor.

– Pero ya no soy ese hombre. Crecí hace mucho tiempo, aunque la gente no lo crea. Les gusta la leyenda y las historias asociadas a ella porque, si sigo siendo el chico del póster, ellos también son partícipes un poco de mi fama por asociación.

Charity podía comprenderlo.

– ¿Es lo contrario a eso que dicen de que no puedes ser un héroe en tu pueblo?

– Sí. Yo no puedo dejar de ser un héroe, aunque suena arrogante. No intento ser ningún cretino, sólo digo que así ha sido durante años. Esta ciudad me cuidó y sienten que se han ganado una parte de mí. Les gusta pensar que tengo una mujer distinta en mi habitación cada noche porque eso alimenta la leyenda.

Charity recordó el hecho de que cuando él volvía de montar en bici cubierto de sudor todos creían que era porque esa noche había tenido suerte con una mujer.

– Pues no parece que quieras corregir el malentendido. No les dices que eso no es así.

– No quiero que sepan la verdad.

La verdad de que no podía montar en bici, pensó ella. No quería arruinar la fantasía.

– Me divorcié hace unos dos años y después salí con algunas mujeres, pero nada importante. Volví aquí y desde entonces… -ahora fue él el que miró a otro lado-. Digamos que he atravesado una época de sequía.

– Gracias. Eso me hace sentir mejor. Nunca se me ha dado bien ser una más entre el montón.

– A mí tampoco.

– ¿Qué? Por mi parte, no hay ningún montón.

Él enarcó las cejas.

– Oh, vamos. No creerás que estoy acostándome con Robert. Hemos salido tres veces y, además, no es mi tipo.

– Pues eso no es lo que decías antes.

– Me has enfadado. ¡Y a propósito! ¿Qué iba a decir?

– Tú también me has enfadado a mí.

– ¿Cómo?

– Has salido con él.

Oh.

Esa sí que había sido una respuesta inesperada. Charity después desvió la mirada y le dio un sorbo al vino, más por hacer algo que porque tuviera sed. Pero entonces su confusión se disipó y se sintió contenta por dentro. Tal vez lo del sexo salvaje contra la pared no había sido la decisión más sensata de su vida, pero quizá tampoco había sido un error absoluto.

– No volveré a salir con él -murmuró.

– Bien.

– Tiene debilidad por la Guerra Civil y una habitación dedicada a las recreaciones en miniatura de varias batallas. Hasta tiene edificios, carreteras y árboles diminutos.

– Seguro que eso requiere de mucha documentación.

– Seguro que sí.

Ella se giró para mirarlo a la cara.

– No me malinterpretes porque no estoy puesta en deportes -se detuvo-. Pero, ¿cómo de bueno eras?

Él se rió.

– Era el mejor y durante un par de años fui el número uno contra Lance Armstrong. Di una carrera y probablemente la habré ganado. Tenía contratos multimillonarios y aún tengo alguno. Aparecía en las portadas de todas las revistas de carreras y en la mayoría de publicaciones relacionadas con el deporte. También he aparecido varias veces en la revista People.

– Yo leo People -murmuró ella sabiendo que seguro que había visto su foto y había pensado que era una de esas personas guapas que no eran reales-. Ahora me estoy asustando otra vez.

– ¿Por qué?

– Por eso de que seas como una estrella del rock. Yo nunca he tenido esa fantasía.

– No sé tocar la guitarra.

– Ya sabes a lo que me refiero. A la fama. Nunca he deseado estar relacionada con alguien famoso. Mi vida es tranquila y prefiero que sea así.

– Yo ahora no soy famoso.

– Lo eres, pero aquí es distinto. Ya te conté que mi madre y yo nos mudamos mucho cuando era pequeña y siempre quise poder pertenecer a un lugar. Raíces. Conexión. Familia. Sobre todo quería tener una familia. No necesito ser importante para el mundo. Es más, no lo quiero, es demasiada responsabilidad. Pero sí que quiero tener alguien que se preocupe por mí, no sé si tiene sentido.

– Claro que sí.


La lámpara que tenían detrás resaltaba los tonos más claros del cabello castaño de Charity y hacía que sus ojos parecieran más grandes y misteriosos. Tenía una expresión a caballo entre la satisfacción y un «¿en qué estaría pensando?».

Y no podía decirse que Josh no tuviera preguntas. No había sido una relación sexual planeada, pero sí que había sido buena. Primero había estado furioso porque hubiera salido con Robert y por lo guapa que la veía y al segundo estaba deseando tomar todo lo que ella pudiera ofrecerle. La deseaba de nuevo, pero más despacio esa vez. La quería en su cama, desnuda, con todo el tiempo del mundo para explorar su cuerpo y tocar su suave piel. Quería saborearla, hacerla llegar al clímax de mil formas distintas. Quería perderse en ella una y otra vez. ¡Y eso que era un tipo que no se implicaba en las relaciones!

– Tienes a los Hendrix -le dijo ella-. Son tu familia.

Él necesitó un segundo para recordar de qué estaban hablando.

– Siempre han sido buenos conmigo. Denise quería una hija y después de tres hijos estaba desesperada por intentarlo una vez más. Deseaba una niña y tuvo tres.

Charity abrió los ojos de par en par.

– Debió de ser un fuerte impacto.

– Aja. Cuando me mudé con ellos, las niñas tenían unos tres años. Eran muchos, y lo siguen siendo. Denise estuvo muy enferma después de que nacieran y los médicos temieron que no fuera a superarlo. Los niños estaban asustados y había además tres bebés de las que preocuparse, así que para que se sintieran mejor, su padre les dijo que podían ponerle el nombre a las trillizas -sonrió.

– Pues pudo haber sido un problema.

– No le salió tan mal. Se llaman Nevada, Montana y Dakota.

– Podría haber sido peor.

– Oí que Oceanía era una de las posibilidades.

– Si lo miramos así, Montana es mucho más convencional -lo miró-. Fuiste feliz con ellos.

– Sí.

– Aquí todo el mundo tiene lazos, vínculos -dijo ella con tono melancólico-. Una historia.

Josh maldijo en silencio. En momentos como ése odiaba la posición en la que lo había puesto Marsha. El secreto era suyo, ella decidía si lo contaba o seguía guardándolo, pero cuanto más tiempo guardara silencio, peor acabaría siendo.

– Creo que será mejor que nadie sepa lo que ha pasado esta noche -dijo él rápidamente para distraerla y cambiar de tema.

Charity alzó la cabeza bruscamente.

– ¿Qué?

– La gente hablará y no quiero que nadie sepa que estás utilizándome.

Ella se quedó boquiabierta.

– ¿Utilizándote?

– Te has aprovechado de mí. Me has provocado con tus encantos femeninos para tener un encuentro sexual conmigo.

Ella dejó la copa de vino sobre la mesa y se abalanzó sobre él. Por suerte, Josh había dejado la copa sobre la mesa y por eso pudo agarrarla. Charity se sacudía, no pegándolo del todo, pero casi. Josh la sujetó por los brazos.

– ¿Qué estás haciendo?

– No estoy segura.

– Porque si pretendías hacerme daño, no lo has logrado.

– Lo sé -se giró para mirarlo-. No estoy utilizándote para tener sexo.

– Ni siquiera me has invitado a cenar primero.

– ¡Tú eres el chico!

– Genial. Así que además de aprovecharte de mí, eres sexista.

– ¡Maldita sea, Josh!-lo golpeó en el pecho y después dejó caer la cabeza sobre su hombro-. Me vuelves loca.

– Hago lo que puedo.

Ella se rió.

– Nunca he conocido a nadie como tú.

– Eso me suele pasar.

– No lo decía como un cumplido -volvió a mirarlo con expresión seria-. Respecto a lo que hemos hecho… lo mejor sería que no habláramos sobre ello. Tienes razón. Soy nueva y aunque creo que no eres el hombre salvaje que todos creen, nadie más lo piensa.

– Lo sé -él le rodeó la cara con las manos y la besó-. No tienes pinta de que te agrade ser otra muesca en mi bici.

– Jamás lo había visto planteado de ese modo, pero así es.

Mientras lo miraba con preocupación y esperanzada a la vez, él supo que en su mundo la privacidad importaba y que su reputación lo era todo. Una reputación que él podía destruir con un comentario o dos.

Había vivido expuesto al ojo público tanto tiempo que había olvidado cómo era todo lo demás.

Ella sonrió.

– ¿Tienes algún club de fans? Porque seguro que me apuntaría.

– Te conseguiré una solicitud. Las cuotas son razonables y te dan una fotografía autografiada para que puedas enmarcarla.

Ella se rió.

– ¿En serio? ¿Es ésa la foto en la que sales en la ducha enseñando el trasero?

– ¿Cómo sabes lo de esa foto?

– Sheryl, mi secretaria, la tiene de salvapantallas. Tuve que pedirle que la quitara -bajó la voz-. No es muy apropiada para tenerla en el trabajo.

– Probablemente no. No tienes que preocuparte. El club de fans no envía la foto del trasero al aire.

– Qué pena. Era impresionante.

– ¿Sí?

– Aja.

– Bien.

Charity se estiró sobre él y a pesar de su reciente clímax, él sintió un intenso deseo volviendo a tomar forma en su interior. Una vez más, la imagen de hacerlo tomándose las cosas con calma, de conocer cada centímetro de su cuerpo, llenó su mente.

Pero no era el momento. Lo que había sucedido antes había sido espontáneo y llevarla a su cama implicaría más de lo que él estaba dispuesto a ofrecer ahora mismo. Tal vez no lo sabía todo sobre Charity, pero sí que sabía que era una chica que entregaba su corazón a la vez que su cuerpo y a él no podía confiársele el corazón de ninguna mujer.

Así que, por mucho que quería besarla de nuevo, se movió para salir de debajo de ella. Se levantó y tiró de ella.

– Voy a acompañarte a casa.

– Me sé el camino.

– Puede, pero las calles son peligrosas y no quiero que te pase nada.

– Mi puerta está a escasos metros. ¿Qué podría pasarme?

– Nunca se sabe.

Ella sonrió, recogió sus sandalias y su bolso y él la siguió hasta la puerta.

Cuando Charity agarró el pomo, se giró hacia él.

– No eres como pensaba.

– No se lo digas a la gente. Si alguien te pregunta, recuerda que soy un dios en la cama.

– Oh, y lo eres. Pero… -le acarició la mejilla- alguien tan famoso como tú, con tanto éxito y tan guapo, podría ser todo un cretino. Y tú no lo eres. Te importa la gente, eres comprensivo. Sé que mi opinión no cuenta nada, pero tu exmujer fue una estúpida al dejarte escapar.

Le habían hecho miles de cumplidos a lo largo de los años, las mujeres habían alabado todo de él y la mayoría de las veces había sabido que simplemente querían sacarle algo.

Ahora, mientras miraba los preciosos ojos de Charity y veía la verdad en ellos, supo que hablaba en serio.

– Gracias -le dijo.

Ella le sonrió y abrió la puerta. Unos segundos más tarde, estaba a salvo en su habitación y él solo en el pasillo. Mientras recorría los pocos metros hasta su habitación, se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que nadie creía en él. No, eso no era verdad. Siempre había tenido apoyos. La única persona que importaba y que no creía en él era él mismo.


Josh durmió como un tronco, se despertó temprano y llegó a su oficina un poco antes de las siete. Eddie llegó a las siete y media, vestida con un chándal de terciopelo amarillo y lo miró.

– Éste es mi rato de tranquilidad -le dijo-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Trabajando.

No se molestó en mencionar que era su oficina y que ella era su empleada. De todos modos, a Eddie le daría igual.

– Nunca has llegado antes de las ocho y más te vale no convertir esto de llegar pronto en un hábito.

Él le guiñó un ojo.

– Haré lo que pueda.

– ¿Por lo menos has hecho café?

Él señaló la cafetera.

Ella suspiró.

– A veces no eres tan malo.

Se sirvió una taza y volvió a su mesa. Él podía oírla refunfuñar, pero ignoró el sonido. Tenía que centrarse en la propuesta que le había enviado su abogado, una posible inversión en un centro comercial de Las Vegas. Cuando el mercado inmobiliario tocó fondo, muchas propiedades comerciales salieron a subasta y ahora se podían adquirir por mucho menos dinero, sobre todo si se trataba de un inversor dispuesto a pagar en mano.

Él revisó los estudios demográficos del vecindario que se construiría allí, la lista de los actuales arrendatarios y la competencia que podrían suponer los pequeños comercios de la zona.

– Es Steve -gritó Eddie.

Josh alzó la mirada. Ella estaba sacudiendo el teléfono.

– Steve, tu antiguo entrenador. Un tipo alto y calvo.

– Gracias. Ya sé quién es.

Steve y él llevaban meses sin hablar, tal vez un año, porque Josh no había necesitado un entrenador después de retirarse.

– Buenos días -dijo él al contestar-. Hoy te has levantado temprano.

– Estoy en Florida, aquí es prácticamente mediodía. ¿Qué tal te va?

– Bien. ¿Y a ti?

– Estoy trabajando con un grupo de chavales, hay mucho potencial, pero poca disciplina. Son como cachorritos, se distraen con demasiada facilidad. Una chica en bikini pasa por delante y se chocan unos contra otros. Me agotan.

Josh se recostó en su silla.

– ¿Hay alguien especial? -se refería a los corredores, no a la chica, pero sabía que Steve se lo imaginaría.

– Hay un chico, Jorge, es de familia pobre y no empezó a montar en serio hasta que entró en el instituto. Tiene que trabajar mucho, pero creo que puede lograrlo.

– ¿Buscas sponsor? -ya se lo habían propuesto a Josh antes, pero hasta el momento no había estado dispuesto a hacerlo. Por otro lado, si Steve pensaba que el chico valía, podría pensarse invertir en él.

– No, pero deja que piense en ello. Podrías venir a verlo antes de decidirte.

Su antiguo entrenador tenía razón. Tendría que viajar a Florida antes de tomar una decisión y eso significaba volver al mundo donde una vez había sido el rey, algo que llevaba dos años evitando.

– Pero no te he llamado por lo de Jorge, sino por la carrera benéfica. Habrás oído que hemos perdido a nuestro sponsor.

– Eso es lo que pasa cuando el gerente roba el fondo de pensiones y huye con su secretaria.

– Eso parece -Steve parecía frustrado-. Sabes que estas carreras se celebran por todo el país y en condiciones normales no te habría molestado, pero esto es distinto. Lo recaudado irá destinado a la investigación de la diabetes infantil y el hijo de mi hermana la tiene, así que es algo personal. Vi que tu ciudad estaba pidiendo información y pensé que tú estarías detrás. Quería hablar contigo en persona para que intentaras convencerlos. Todo está preparado. Tenemos un montón de ciclistas fantásticos apuntados. Podrías ver a muchos amigos y Jorge participará, así que así te ahorrarías un viaje. Incluso te dejaríamos participar si quisieras volver. Siempre fuiste el mejor, Josh, y no hay razón para pensar que eso haya cambiado.

Josh sintió una patada en el estómago.

– Eh… no he estado entrenando -dijo sabiendo que el ejercicio que hacía cada noche lo había mantenido en buena forma, aunque no lo suficiente para competir… suponiendo que pudiera llegar a hacerlo. ¡Pero si sólo con pensarlo se ponía a temblar como una niña pequeña!

– Hay tiempo -le dijo Steve-. Ya sabes lo que hay que hacer, si estás interesado. Te retiraste demasiado pronto, Josh. Sé que estabas afectado por lo que le pasó a Frank, pero marcharte no sirvió para traerlo de vuelta.

– Siempre hablas como el entrenador.

– Lo intento. ¿Puedes ayudarnos con la carrera?

Josh había estado batallando con sus demonios internos durante dos años y hasta el momento ellos siempre habían salido ganando. Tal vez había llegado el momento de una pequeña venganza.

Antes de poder pensar en una lista de por qué sería un gran error aceptar, dijo:

– Conozco a gente en la ciudad y puedo hacer que la carrera se celebre.

– Es genial. Te debo una. Lo que sea, Josh. Lo digo en serio -Steve se detuvo-. ¿Vas a montar?

No. No podría competir ni contra un niño de cinco años subido en una bici de ruedines. No estaba preparado. Si aceptaba, no haría más que humillarse a sí mismo delante de los mejores ciclistas; se correría la voz y todo el mundo sabría que tenía miedo y que era un perdedor.

– ¿Josh?

«¡Al infierno con todo!», pensó agarrando con fuerza el teléfono.

– Claro -dijo esperando sonar natural y no aterrorizado-. Participaré en la carrera.

Загрузка...