Capitulo Siete

Marsha entró en el despacho de Charity sacudiendo la cabeza.

– Lo sé, lo sé, llego tarde. Estaba reunida con Tiffany -se dejó caer en la silla situada frente al escritorio de Charity y gruñó-. ¡Qué chica! -agitó una hoja de papel-. ¡Con toda la gente que quiere conocer y encima le encantaría que yo se los presentara!

Charity hizo lo que pudo por no reírse.

– Sé que es difícil.

– Es más que difícil. Es humillante ver los problemas de nuestra ciudad en su tesis.

– Por lo menos sólo somos un capítulo.

– Lo sé y sé que debería dar gracias por ello, pero una parte de mí quiere preguntarle por qué no somos lo suficientemente buenos como para ocupar un libro entero. Lo cual es una locura. Debo de necesitar medicación -respiró hondo-. Está bien, ya basta de Tiffany. ¿Cómo estás?

– Mejor que tú. Iba a ir a por una botella de agua a la máquina. ¿Te apetece algo?

– Un martini, aunque sé que no los tenemos en las expendedoras. Así que tomaré un té helado -levantó la mano y la posó sobre su regazo-. No me he traído el bolso.

– Yo invito. Ahora mismo vuelvo.

– Gracias. Me quedaré aquí sentada practicando la respiración para que me baje la tensión.

Charity salió del despacho y fue hacia la máquina expendedora. No había estado con Tiffany, pero había oído que las preguntas de la estudiante podían resultar inquisitivas en el mejor de los casos y algo irritantes en el peor.

Metió el dinero en la máquina y sacó las bebidas. Después, volvió al despacho.

– Gracias -dijo Marsha al aceptar la botella-. ¿Ese traje es nuevo? Me gusta mucho la falda.

Charity se dijo que aceptara el cumplido sin más, sin dar ninguna explicación o, por lo menos, no una detallada. Su jefa no tenía por qué saber que por fin se había dado cuenta de que se había pasado los últimos años descuidando totalmente su aspecto.

– He ido a Sacramento este fin de semana y he hecho algunas compras.

La falda negra de corte lápiz seguía dándole un toque profesional, pero terminaba unos centímetros por encima de las rodillas en lugar de varios por debajo. Los zapatos tenían un tacón más fino y eran algo más altos que los que había estado llevando. La blusa la tenía desde hacía como un año, pero era bastante clásica. Colgando del respaldo de su silla estaba su nueva chaqueta, un bolero con raya diplomática negra y blanca. El estilo resaltaba su cintura y la hacía sentirse femenina y poderosa.

– Estás genial. Siempre he tenido debilidad por la ropa. Hace años me dio por el cuero, pero ahora soy demasiado vieja. Aterrorizaría a la gente si me presentara con unos pantalones de cuero o con flecos.

Charity se rió mientras se sentaba.

– Podrías marcar tendencia.

– Eso os lo dejo a las que tenéis menos de treinta. Bueno, venga, dime qué tal van las cosas. ¿Tenemos algún negocio nuevo por aquí para que pueda decirle a Tiffany que ya no somos dignos de aparecer en la tesis?

– Aún no, pero estoy trabajando en ello. He estado en contacto con el comité del hospital y quedaron muy impresionados. Han descartado por completo un emplazamiento, así que ahora la cosa está entre otro competidor y nosotros. Querrán enviar a algunas personas para explorar la ciudad y ver qué tenemos para ofrecerles. Ya estoy preparando posibles recorridos.

– Un hospital. Eso sería increíble.

– Estaba en tu lista de cosas que hacer.

Marsha le dio un sorbo a su té.

– Me encanta cuando la gente me escucha.

– Estoy segura de que todo el mundo te escucha. Por lo que sé, la mayor preocupación del consejo del hospital se basa en el apoyo de la comunidad, así que me pondré con ello directamente.

– Excelente.

Charity le dio una carpeta.

– He estado reuniéndome con una empresa de software. Están en San José y aunque mantendrían allí sus oficinas centrales, necesitan expandirse. Muchos empleados han expresado su deseo de vivir en una pequeña ciudad. Quieren quedarse en California y seguir relativamente cerca de las oficinas centrales, así que tengo muchas esperanzas puestas y creo que puedo convencerlos para que vengan aquí.

– ¿Software, eh?

– La mayoría de los informáticos son chicos.

– Es verdad y siempre me ha gustado esa clase de hombre, los ingenieros informáticos. Suelen ser estables y responsables, importantes cualidades cuando se habla de matrimonio.

Charity miró la mano izquierda de la mujer. No había ningún anillo. Hizo intención de preguntarle, pero después pensó que podría ser un tema demasiado personal. Sin embargo, Marsha debió de darse cuenta y ella misma sacó el tema.

– Como muchas mujeres de mi generación, me casé joven. John era un hombre dulce, probablemente demasiado bueno para mí, y me amaba incondicionalmente. Fuimos muy felices juntos y tuvimos una hija -se detuvo-. ¡Cuánto quería a su niña! Teníamos planes de formar una gran familia, pero murió en un accidente de coche cuando nuestra hija sólo tenía tres años. Estaba embarazada en ese momento y el impacto de perderlo me provocó un aborto -Marsha apretó los labios-. Fue un momento difícil.

Charity se quedó impactada al oír esa tragedia.

– Lo siento mucho.

– Fue hace mucho tiempo. Ahora guardo buenos recuerdos, pero durante un tiempo no pensé que pudiera sobrevivir a su pérdida. Mi niña me ayudó a superarlo y, además, tuve a la ciudad.

Marsha le sonrió.

– John y yo nacimos aquí, así que cuando lo perdí, también lo perdió la comunidad entera. Se reunieron y aproximadamente un año después alguien me propuso candidata para alcaldesa. Pensé que lo hacían para hacerme salir de la depresión. Nunca hice campaña, pero de algún modo gané. Fui a mi primer mitin con idea de dimitir, pero por alguna razón no lo hice y aquí estoy, unos cuarenta años después, aún trabajando en la alcaldía.

– Me alegra que sigas aquí. Haces un trabajo magnífico.

– Eres muy amable al decirlo.

Charity quería preguntarle por su hija, pero como nunca había oído hablar de ella, prefirió no hacerlo. Se temía que a ella le hubiera pasado algo también.

– Tengo muchos amigos -continuó Marsha-. Esta siempre ha sido mi casa, así que aunque John se fue, yo seguía perteneciendo a este lugar. Espero que tú también termines sintiéndote así aquí.

– Estoy disfrutando mucho conociendo a gente.

– ¿Estás haciendo amigos?

– Sí. La otra noche fui a casa de Jo para pasar un rato con Pia y sus amigas. Conocí a Crystal.

Marsha sacudió la cabeza.

– Es una chica encantadora. Es tristísimo. Cuando perdió a su marido, la comprendí perfectamente. Todos nos ilusionamos mucho cuando decidió que le implantaran sus embriones, pero después descubrió que estaba enferma. No es justo.

– Lo sé. Eso mismo pensé cuando Jo me contó la situación en la que se encontraba; pensé que la ayudaría tener un hijo, pero si está enferma…

– Sé lo que quieres decir. Perder a ambos padres sería muy difícil. A veces me pregunto en qué estaba pensando Dios cuando puso en marcha todo esto. Esperamos que se recupere, pero los médicos no lo ven muy probable.

Marsha le sonrió.

– Y ésta es la parte más difícil de la vida en una ciudad pequeña, que conocemos las alegrías de todos, pero también las penas -sacudió la cabeza-. Y ahora hablemos de algo más alegre. No pude evitar fijarme la otra noche en que estabas cenando con Robert. ¿Fue divertido?

Charity no estaba acostumbrada a hablar sobre su vida personal con su jefa. Sabía que Marsha sólo estaba siendo simpática, pero sinceramente no sabía qué decir teniendo en cuenta que Robert era el tesorero del Ayuntamiento.

– Es un tipo fantástico.

– Es un buen partido.

– Es un poco pronto para que empieces a hacer de casamentera conmigo.

– Es verdad, pero no puedo evitarlo. Tengo corazón de celestina. Me encanta ver a la gente enamorarse. Robert parece muy estable -se rió-. Suena terrible, pero sabes lo que quiero decir. Me refiero a que es responsable y formal.

«No como Josh», pensó Charity haciendo todo lo posible por no recordar el breve pero increíble beso que habían compartido. De nada servía pensar en lo imposible y, mucho menos, en lo improbable.

Marsha dio otro trago de té.

– Aunque también podríamos decir algo sobre un hombre que siempre te sorprenderá.

Charity parpadeó sorprendida.

– ¿Cómo dices? ¿Qué ha pasado con lo de un hombre estable y formal?

– Supongo que hablo con cierta predisposición, no soy objetiva. Hace mucho tiempo que conozco a Josh y para mí es como un hijo. Me gustaría verlo formar una relación con alguien especial.

Y a Charity le gustaría verlo desnudo, pero eso no lo mencionaría.

– ¿No estuvo casado antes?

– Sí, pero no fue buena con él. Era una mujer con un físico impresionante y muy superficial. Intenté decírselo, pero no me escuchó. Pensaba con la parte equivocada de su anatomía, no sé si me entiendes…

Charity sonrió.

– Te entiendo.

– Vale mucho más de lo que la gente cree. Aún recuerdo la primera vez que lo vi. Su madre y él se habían mudado desde Arizona. Josh había tenido un accidente terrible mientras hacía montañismo con su madre y cayó por la ladera de una montaña. Estaba lesionado y seguía recuperándose. Apenas podía caminar y sus pobres piernas estaban torcidas.

Charity intentó comparar esa imagen con la del hombre que conocía. Era imposible.

– Es perfecto.

– Oh, es muchas cosas, pero «perfecto» no. Aunque sé a qué te refieres. Tiene cara y cuerpo, pero cuando era pequeño la historia era distinta. Ella lo abandonó.

– ¿Su madre?

– Sí. Lo abandonó cuatro meses después de que se mudaran aquí. Se marchó una tarde; se subió en su coche y se largó. Me encontré a Josh fuera de su habitación de motel, esperándola. Al principio todos dábamos por hecho que volvería, pero no lo hizo. La buscamos, claro, pero si una persona no quiere que la encuentren, esconderse no es tan difícil.

Charity había crecido mudándose de un lado a otro. Había odiado tener que ser siempre la chica nueva, pero a ella nunca la abandonaron. Sandra había sido egoísta, pero jamás había pensado en abandonar a Charity. Una cosa era perder a un padre por un accidente o por una enfermedad y otra muy distinta que te abandonaran. ¿Cómo podía alguien recuperarse después de eso?

– ¿Qué pasó? -preguntó ella.

– Nadie sabía qué hacer. Estaba la posibilidad de la casa de adopciones, pero esa idea no nos entusiasmaba a ninguno, aunque, por otro lado, la ciudad no podía adoptar a un niño. Necesitaba estabilidad. El concejo municipal se reunió para tomar una decisión y entonces entró Denise Hendrix. Ella ya tenía seis hijos, incluidas unas trillizas, ¡imagínate! Su hijo mayor, Ethan, era de la edad de Josh. Dijo que un niño más no le supondría nada, así que Josh se fue a vivir con ellos. Ethan y él se hicieron muy buenos amigos y solían montar en bicicleta juntos.

– He oído ese nombre. ¿No tiene Ethan una empresa de molinos? Está en mi lista de gente que tengo que visitar.

– Sí, es él. Además tiene una constructora que heredó de su padre. Te caerá bien Ethan -los ojos de Marsha se iluminaron-. También está soltero. Es viudo.

Charity se rió.

– Tienes que dejar de intentar emparejarme, ya me ocuparé yo de hacerlo. Mi primer propósito es terminar de instalarme y traer nuevos negocios a Fool's Gold. Mi vida amorosa puede esperar.

– Me parece que podrías hacer las dos cosas. ¿Sigues pensando en comprarte una casa?

– Sí. Este fin de semana voy a ir a ver unas cuantas.

– Lo pasarás bien. Hay mucho donde elegir en la ciudad. Deberías hablar con Josh. Él siempre sabe cuándo una nueva propiedad ha salido al mercado.

Charity enarcó las cejas.

Marsha sacudió la cabeza.

– Me refiero al tema inmobiliario, no intento emparejarte.

– Me parece que no te creo.

Marsha le guiñó un ojo.

– Probablemente no deberías. Puedo ser muy astuta.

Una vez más, Charity se sintió encantada de haber aceptado el trabajo. Trabajar para Marsha era un placer y esperaba que la alcaldesa y ella se hicieran buenas amigas. Marsha era una persona de trato fácil y agradable.

Alguien llamó a la puerta abierta. Ella alzó la mirada y se encontró a Robert caminando hacia ellas.

– Lamento interrumpir -dijo él dándole a Marsha una carta que parecía de carácter legal-. No podía esperar.

Marsha observó la carta.

– Es del Estado de California.

– Quieren que les confirmemos si el dinero que enviaron para la reparación de carreteras se empleó debidamente.

– Reparación de carreteras. No sé nada de eso.

– Ninguno lo sabemos -respondió Robert-. Nunca hemos recibido ese dinero. Ha desaparecido.

Charity miró a Marsha, que parecía impactada.

– ¿De cuánto estamos hablando? -preguntó la alcaldesa.

– Setecientos cincuenta mil dólares.


– Gracias por ocupar el puesto de Crystal en el comité -dijo Pia mientras Charity y ella caminaban hacia el centro de recreo situado junto al parque.

– Estoy deseándolo -respondió Charity-. Quiero involucrarme en las actividades de la ciudad.

– Aja. Eso lo dices ahora, pero deja que te deje algo claro, ya has aceptado, así que no hay vuelta atrás. Después no vengas lloriqueando y quejándote.

Charity se rió.

– ¿Tan malo puede ser?

– Vuelve a preguntármelo dentro de tres meses cuando estés inscribiendo a mil quinientos corredores.

– ¿De verdad hay una carrera? -preguntó Charity fingiendo sorpresa.

– Es muy divertida.

– Lo haré bien.

– Más te vale. Eres nueva y tienes energía. Tengo decidido utilizarte sin ningún recato -Pia se cambió el bolso de brazo-. Por cierto, me encanta esa chaqueta. El rojo te sienta genial.

– Gracias. He ido de compras.

Los pantalones negros también eran nuevos, de corte recto y largos sobre sus botas de tacón alto. El jersey negro de manga corta contrastaba con el rojo intenso de la chaqueta inspirada en Caperucita Roja.

Pia se detuvo.

– ¡Oh, Dios! La otra noche, en casa de Jo… ¿dije algo sobre tu ropa?

– Dijiste que estaba un poco anticuada.

Pia se estremeció.

– Estaba borrachísima. Lo siento. En casa de Jo estuve odiosa, ¿verdad? ¿Podrás perdonarme?

Charity le tocó un brazo.

– No hay nada que perdonar. No te equivocabas. Vestía de un modo demasiado conservador. Era como si me ocultara con ello y no es que necesite terapia ni nada de eso. Fuiste una buena llamada de atención.

– Lo siento.

– No, deja de disculparte. Tenía que oír la verdad sobre mi ropa. Tenías razón, vestía como alguien mucho mayor.

Pia se estremeció.

– Tengo que recordarme algo: no vuelvas a beber.

– ¿Cuánto tiempo durará ese propósito?

Pia sonrió.

– Por lo menos una semana.

Entraron en el centro de recreo donde había una pequeña cafetería con unas cuantas mesas y un largo pasillo con clases a cada lado. Según caminaban, Charity vio un grupo de señoras mayores con álbumes de recortes mientras, al otro lado, unos niños pequeños hacían artes marciales.

– Aquí puedes aprenderlo casi todo -dijo Pia-. El año pasado alguien vino desde Los Angeles y dio una clase de Feng Shui. Fue interesante. Cambié toda mi habitación para atraer al amor y al poder. No funcionó. Tal vez debería haberme centrado en atraer al dinero.

– Um, pero probablemente no en tu dormitorio -le dijo Charity.

Pia sonrió.

– Tienes razón. Eso sería ilegal.

Entraron en el gran auditorio situado al fondo del edificio donde ya había unas veinte personas.

– Sé que ahora no necesitamos un espacio tan grande, pero lo necesitaremos luego, y he aprendido a quedarme primero con el espacio grande antes de que otro lo reclame. ¿Conoces a todo el mundo?

– Creo que sí.

Charity vio varios rostros familiares, incluido Morgan, que la saludó. También estaba una de las mujeres del Ayuntamiento y…

Se le erizó el pelo de la nuca, sintió un cosquilleo recorriéndola de arriba abajo y, sin necesidad de darse la vuelta, supo que Josh estaba allí.

Desde el beso, había hecho todo lo posible por evitarlo y hasta el momento había funcionado, aunque ahora parecía que se le había acabado la suerte.

Se giró lentamente y lo vio hablando con varias personas. Incluso bajo una mala iluminación, tenía un aspecto impresionante. A su cabello rubio dorado le hacía falta un buen corte, pero eso no hacía más que sumarse a su atractivo. Era alto, fuerte y tenía un rostro que haría que un ángel quisiera pecar. Peor incluso, besaba con una pasión tal que la había dejado sin fuerzas y a punto de suplicarle. ¿Era justa esa situación?

Justo en ese momento, él alzó la mirada y la vio. Aunque no la saludó, ella vio algo en sus ojos muy parecido a un intenso brillo, como si estuvieran compartiendo un chiste privado. Se dio la vuelta.

Pia los miró.

– Vaya. Está claro que lo odias.

– ¿Qué? ¿Por qué dices eso?

– Lo mirabas y te salían chispas por los ojos. No puedo creerme que el viejo encanto no esté funcionando contigo.

¡Vaya! Lo último que necesitaba era que Pia empezara a hacerle preguntas.

– No. No es eso. Apenas lo conozco. Estaba pensando en otra persona. Hay… hay un problema en el trabajo.

– Oh -Pia bajó la voz-. Los tres cuartos perdidos del millón de dólares. Marsha me lo ha contado. No te preocupes. No se lo he dicho a nadie. Lo siento. No debería haber dado por hecho que estabas enfadada con Josh. Es que estoy tan acostumbrada a ver que todo el mundo lo adora que me ha parecido muy extraño.

– No pasa nada.

– ¿Estás buscando diversión? Porque Josh está disponible o, por lo menos, eso creo. Tiene tantas mujeres que es difícil saberlo.

– No voy a ponerme a hacer un control de masas.

– Pues merecería la pena. Confía en mí. Fui al instituto con él, yo iba unos años por debajo, pero todas lo adorábamos. Incluso por entonces ya era especial.

– ¿Alguna vez…? -Charity se detuvo, sin estar muy segura de cómo hacerle la pregunta-. ¿Habéis tenido alguna relación?

– No, pero yo quería. Él es como un dios y no lo conocía tan bien -miró su reloj-. Creo que debería dar por inaugurada esta reunión.

Alzó la voz.

– A ver, todos. Sentémonos y vamos a empezar. Cuanto antes lo hagamos, antes podemos volver a casa a ver Operación Triunfo.

Charity fue hacia la mesa. En un intento de evitar que alguien pensara que había algún problema, hizo todo lo posible por no mirar a Josh, cosa que resultó ser un error ya que terminó quedándose de pie junto a una silla vacía que había al lado de él.

– ¿Quieres sentarte? -le preguntó él retirándole la silla.

Sin saber qué más hacer, se sentó, aunque después deseó no haberlo hecho cuando él se sentó a su lado.

No es que no le gustaran las vistas, porque Josh siempre estaba guapísimo, pero estaba cansada y, por ello, se sentía menos capaz de luchar contra su atracción. Tal vez debería probar a tomarse una bebida energética antes de volver a encontrarse con él.

– ¿Cómo has acabado metida en esto? -le preguntó Josh, inclinándose hacia ella.

La mirada de Charity pareció posarse en su boca, esa boca que había besado la suya hacía unos días. Era un beso que estaba intentado olvidar, pero se dio cuenta de que pasar todo su tiempo evitando pensar en él era lo mismo que pasar todo el tiempo pensando en él.

– Crystal me pidió que ocupara su lugar.

La expresión de Josh se volvió tensa.

– Pobre. Lo está pasando mal.

– No la conozco muy bien, pero parecía muy dulce. Dijo que no se sentía lo suficientemente bien como para seguir.

Charity volvió a centrar la atención en Pia e intentó no fijarse en Josh cuando él se recostó en su silla. El movimiento acercó su brazo peligrosamente a ella y eso la hizo preguntarse si podía dejar las cosas como estaban, sin más, o debía apartarse de él.

– La carrera es un evento de un día -estaba diciendo Pia-, lo cual significa que habrá pocas reservas en los hoteles y ya sabéis cómo odio eso. Necesitamos que la gente llene los hoteles.

– Podríamos alargar la carrera -gritó un hombre.

– No nos sirve -respondió Pia.

Cuando terminó de revisar su lista de cosas que hacer, Charity accedió a participar en el comité de propaganda.

– Yo también me apunto -le dijo Josh cuando la reunión llegó a su fin-. Es fácil. Sólo hay que conseguir el sponsor de algunos negocios.

– ¿No tienes varios negocios en la ciudad? -le preguntó ella.

– Aja, y prometo ser generoso.

– Qué suerte tengo.

– Eso creo. ¿Ya has empezado a buscar casa?

– Este fin de semana voy a ir a ver unas cuantas para ver cómo está el mercado inmobiliario, aunque no estoy segura de qué estoy buscando.

– ¿Eres de esos compradores que dicen «lo sabré cuando lo encuentre»?

– Algo parecido. Nunca he tenido una casa propia -admitió-. Cuando salí de la universidad, me centré en pagar los créditos para los estudios y en ahorrar dinero. Me mudé a Henderson justo cuando estalló la burbuja inmobiliaria y no pude permitirme lo que quería. Después el mercado comenzó a bajar y quise esperar hasta que casi tocara fondo, pero entonces…

¿Por qué había iniciado esa detallada conversación sobre el mercado inmobiliario?

Josh estaba esperando, mirándola. Ella podía sentir la intensidad de su mirada y, aunque estaba segura de que no pretendía ser ardiente, ella la captó así.

– Para entonces empecé una relación con alguien -admitió esperando no sonrojarse.

– Y quisiste esperar a ver si los dos acabaríais comprando una casa juntos. Tiene sentido. Supongo que el hecho de que estés aquí significa que no hicisteis un mate.

A pesar del cálido rubor en sus mejillas, se echó a reír.

– ¡Cómo os gustan a los hombres las buenas metáforas de deportes!

– Lo llevamos en la sangre.

– No, no hicimos un mate. Rompimos hace unos meses. Me enteré de este trabajo y di el paso, así que ésta será la primera casa que me compre.

– Naciste para tener una casa.

– ¿Por qué dices eso?

– Eres responsable, quieres establecerte, echar raíces y estarías genial sentada en la mecedora de un porche -la miró de arriba abajo antes de volver a detenerse en sus ojos-. Y en pantalones cortos.

La calidez de sus mejillas se intensificó.

– Si eso ha sido un cumplido, gracias.

– De nada. Y esta noche estás genial. Me gusta el rojo.

Él le puso la mano en la parte baja de la espalda y la sacó de la sala mientras ella intentaba no percatarse de ese contacto físico, ni siquiera cuando le abrasaba la espalda.

– Por cierto, sé de una casa que va a salir al mercado. Está en una parte fantástica de la ciudad. Se construyó alrededor de 1910, pero está completamente remodelada. La instalación eléctrica y las tuberías se han reformado para ajustarse a las nuevas normativas. No es enorme, pero creo que te gustaría. Yo… eh… conozco al dueño y podría pedirle la llave. ¿Quieres que te la enseñe?

– ¡Claro!

Charity se dijo que sólo estaba interesada en la casa, pero sabía que se estaba mintiendo. Lo que de verdad esperaba era que en la tranquilidad de una casa vacía, Josh intentara algo con ella. No es que fuera a ceder, pero sin duda estaba deseando que se produjera la situación.


El sábado por la mañana, Charity se reunió con Josh en el Starbucks de la esquina donde pidió su café con leche desnatada y se echó un poco de sabor a moca. Josh estaba de pie hablando con un par de mujeres que, obviamente, intentaban convencerlo de algo. Ella esperó hasta que las otras mujeres se marcharon antes de reunirse con él.

– Ha sido intenso -dijo ella mientras lo seguía hasta afuera.

– Quieren que abra una escuela de ciclismo aquí en la ciudad para que los niños entrenen de manera profesional. Hay unas cuantas en el país.

Ella pensó en lo que conocía sobre su pasado.

– ¿Y?

– Es una idea.

– ¿Una que no quieres llevar a la práctica?

– Hoy no.

Comenzaron a caminar por la acera.

– ¿Vamos a ir caminando?

– Es como un kilómetro y medio. ¿Quieres que vayamos en coche?

– No. Me gusta caminar. Vivir aquí hará que se me desgasten menos los neumáticos.

Se cruzaron con una pareja de mujeres que iban haciendo jogging y que los saludaron. Charity vio a la mujer de la izquierda susurrarle algo a su amiga y señalar. Hizo una mueca.

– Somos una pareja, ¿verdad? -preguntó ella con un suspiro-. Había olvidado por completo las consecuencias de que la gente nos vea juntos.

– ¿Te importan los cotilleos?

– No, si nadie pregunta los detalles.

– Esperarán que les digas que soy un dios en la cama.

«Probablemente lo seas», pensó ella sonriendo.

– ¿Lo eres?

Él enarcó las cejas.

– ¿Quieres referencias?

– ¿Es que las tienes?

– Podría conseguir unas cuantas si las necesitas -dijo Josh.

– Gracias, pero lo contaría sin darme cuenta si alguien me pregunta.

– No me importa.

– Seguro que no -murmuró Charity antes de dar un sorbo de café.

Un dios en la cama. Si alguien podía encajar en esa descripción, ése era Josh. Era una absoluta tentación, pero una que tenía decidido resistir. Era prácticamente venerado allá donde iba y ella era una persona normal. Había estudiado Mitología en la facultad y sabía lo que les sucedía a los meros mortales que osaban entrar en el reino de los dioses.

A pesar de ello, unos días antes había esperado que él se le insinuara. Cuando se trataba de Josh, no podía decidir si era mejor ser buena o ser mala, aunque sí que sabía qué opción sería la más divertida.

Cruzaron la calle y entraron en un barrio residencial lleno de casas preciosas. Unas cuantas se habían reformado por completo perdiendo así su encanto, pero la mayoría mantenía elementos de la arquitectura original. Había grandes árboles que se extendían por la calle y daban sombra. Unas vallas profusamente talladas rodeaban los exuberantes jardines. Él señaló una casa blanca con adornos en un tono gris azulado.

– Es ésa.

Charity se quedó mirando la construcción de dos plantas, el amplio porche delantero y las grandes ventanas. Todo le gustaba de esa casa.

– Ya me encanta -dijo.

– Pues espera a verla por dentro.

Él se sacó una llave de los vaqueros y abrió la puerta delantera. Juntos, entraron en la quietud de la casa.

La luz se colaba por los ventanales iluminando los suelos de madera pulida. El salón era grande con una chimenea y armarios empotrados de estilo artesano. Había un comedor, también con armarios empotrados y una pequeña biblioteca con estanterías que llegaban hasta el techo.

Allá donde miraba veía unos detalles impresionantes. Los rodapié tenían por lo menos veinte centímetros de alto y unas molduras destacaban contra el techo. En la cocina los electrodomésticos eran de estilo años cincuenta, pero renovados, y encajaban a la perfección con los nuevos armarios y el suelo de pizarra. Había un rincón para comer y unas puertas de cristal dobles que daban al jardín.

Se parecía mucho a la casa de Jo, pensó con un suspiro de felicidad. Pero mejor.

– Me encanta -dijo con aire melancólico-. Ni siquiera tengo que mirar la parte de arriba. Es preciosa, pero me da la sensación de que se sale de mi presupuesto.

– Conozco al dueño y negociará.

– ¿Hay alguien aquí a quien no conozcas?

– Puede que haya un par de bebés que aún no he ido a visitar.

– La vida en una pequeña ciudad -dijo ella.

– Funciona.

Charity dio vueltas en el centro de la cocina mientras admiraba los apliques de la luz, las puertas originales y se imbuía de la sensación de estar en un hogar.

– ¿No te ves tentado a comprarte algo así? -le preguntó ella.

– Me gusta donde vivo.

– Pero es un hotel.

– Exacto. No requiere mantenimiento, el servicio de limpieza va incluido y la televisión es gratis.

«Porque eres el dueño del hotel», pensó ella mientras intentaba centrar su atención en la casa y no en él. Estaba sola con Josh en un espacio tranquilo y vacío. Si no centraba la mente, corría el peligro de abalanzarse sobre él y decirle que quería descubrir si de verdad era un dios en la cama.

– ¿No te cansas del menú del servicio de habitaciones?

– Aceptan peticiones.

– De ti. Eres como una estrella del rock en un pueblo pequeño.

– Tiene sus ventajas.

– ¿Y las desventajas?

La miró fijamente a los ojos.

– También las hay, sí.

Algo se removió en su interior y, decidida a mantenerse firme, cambió de tema.

– ¿Sigues montando solo por la noche?

Él asintió.

– ¿Has hablado con alguien sobre lo que pasó? ¿Con un psicólogo deportivo?

Josh miró a otro lado.

– Cuando pasó. He visto las imágenes, la televisión. Sé que no se pudo hacer nada, pero saberlo y creerlo no es lo mismo.

Había algo en su voz, desesperanza… Como si algo importante hubiera quedado perdido.

– Quieres volver atrás -dijo ella en voz baja.

– Todos los malditos días. Echo de menos ser quien era. No la fama ni la competición, ni ganar, ni el entrenamiento. Monto aquí, pero no es lo mismo. Echo de menos a mis compañeros, la emoción de la carrera.

Ella sospechaba que también echaba de menos la fama. ¿Quién no lo haría?

– ¿Has intentado salir a montar con otra gente?

Él se puso tenso.

– Más de una vez -miró su reloj-. Deberíamos subir.

Sin pensarlo, Charity fue hacia él y le tocó un brazo suavemente.

– Lo siento. No debería haber sacado el tema. No es asunto mío.

Su boca se torció en una sonrisa.

– No soy tan sensible, Charity. Puedes decir lo que quieras.

Ella parecía incapaz de apartar la mirada de su boca, de la forma esculpida de su labio superior, del volumen del inferior. Recordaba cómo se había sentido al ser besada por ellos, cómo había querido entregarse. Era un hombre con demasiado poder.

– Estoy saliendo con alguien.

Las palabras cayeron sin previo aviso.

Josh parecía más animado que decepcionado.

– ¿Robert?

– Aja. Hemos salido a cenar.

– Recuerdo haber oído algo. Es un buen tipo.

Ahora se sentía estúpida. ¿Qué se había esperado? ¿Que Josh se pusiera celoso y le dijera que dejara de ver a Robert? ¿Había esperado que se le insinuara?

– Sí, lo es. Es un hombre muy agradable.

– Espero que los dos seáis muy felices juntos. Por ahí subimos.

Ella se movió hacia las escaleras cuando en realidad lo que quería era llorar y ponerse a patalear. Sin embargo, no hizo ninguna de las dos cosas. Lo siguió hasta el segundo piso e intentó decirse que era para bien. Desear a Josh era como un billete de ida al país del desastre, un lugar donde ya había pasado demasiado tiempo.

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