Diecinueve

– ¡Me siento tan utilizada! -dijo Marsha la mañana siguiente cuando Charity y ella estaban en su despacho-. Me caía bien Robert. Creía en él.

– Salí con él -dijo Charity sacudiendo la cabeza-. Me sentía mal por el hecho de que no me gustara más. ¿Cómo ha pasado todo esto?

– Fuimos demasiado confiadas -le dijo Marsha-. Tenía unas recomendaciones excelentes.

– ¿Es ahora cuando empezamos a hablar de lo tranquilo y amable que era?

La noticia había corrido como la pólvora. Robert no sólo le había robado dinero a la ciudad, sino que además había estado utilizando un nombre falso. Al parecer, las circunstancias de la muerte de su anciana madre resultaban sospechosas y estaba esperando a que lo extraditaran a Oregón donde lo acusarían de asesinato.

– He heredado el mal gusto con los hombres de mi madre -dijo Charity con gesto taciturno-. Aquí tenemos un ejemplo más.

– Robert no cuenta. Apenas saliste con él.

– Pero tampoco me pareció que tuviera nada malo y eso son unos cuantos puntos en mi contra.

– Medio punto -le dijo Marsha-. ¿Cómo te sientes?

– Bien. Aún no tengo síntomas muy claros. Ni antojos ni náuseas.

– ¿Has hablado con Josh recientemente?

– ¿Desde el anuncio? Vino a preguntarme qué quería de él y cuando no le respondí, dijo que lo solucionaríamos. Fue un momento muy tenso para mí.

– Estás dolida.

– Un poco. Y furiosa.

– ¿Porque no ha podido leerte la mente?

En parte sí, pero eso Charity no lo admitiría.

– ¿Por qué tengo yo que pedirle nada? ¿No debería ofrecerse él? Este hijo es tanto suyo como mío.

– Entonces quieres que haga lo correcto. ¿Estás esperando que te pida matrimonio?

– No -intentó darle fuerza a esa palabra-. Quiero que… -quería mucho y era difícil elegir-. Quiero que esté conmigo y con el bebé. No me interesa hacer nada sólo porque él crea que tiene que hacerlo.

– ¿Sabe que quieres estar con él?

Charity tampoco quería responder a eso.

– Te cuesta pedir lo que quieres -le dijo Marsha-. ¿Se debe a que tu madre nunca estuvo a tu lado?

– Probablemente. No confío en la gente con facilidad.

– ¿Y qué ha hecho Josh para que no confíes en él?

– Nada -admitió a regañadientes-. Pero fíjate en su pasado. Quiere volver a las carreras y quiere todo lo que eso implica.

– O tal vez lo único que quiere es saber que no ha fracasado.

«Interesante observación», admitió Charity a regañadientes. Pero antes de poder saber qué decir, Sheryl asomó la cabeza por la puerta.

– Charity, siento molestarte, pero es el doctor Daniels del comité del hospital. Dice que es importante.

– Gracias -Charity se levantó.

– Puedes responder la llamada aquí -le dijo Marsha-. Yo iré a por un café.

– Gracias -Charity esperó a quedarse sola en el despacho de la alcaldesa y levantó el teléfono-. Hola, doctor Daniels.

– ¿Señorita Jones, cómo está?

Había algo en su voz… vacilación, tal vez. A ella se le cayó el alma a los pies.

– Estoy bien. ¿Sucede algo?

– Sabrá que disfrutamos mucho con su presentación y que todos los miembros del comité creen que su ciudad es fantástica.

Ahora venía el «pero»…

– Pero tenemos algunas preocupaciones. Aunque Fool's Gold es una ciudad espléndida, es pequeña y ustedes ya tienen un hospital. Nos preocupa no tener suficiente población activa para sostener el nuevo hospital y no vimos mucho apoyo por parte de la comunidad.

Sintió un fuerte deseo de gritar, pero se forzó a tomar aire y calmarse.

– Doctor Daniels, tenemos una población activa muy bien formada y una comunidad que está más que ansiosa por recibir al nuevo hospital.

– Seguro que cree que es así, Charity…

– No lo creo, lo sé -dijo interrumpiéndolo-. Y puedo demostrárselo. Por favor, deme una oportunidad más con el comité.

Hubo una larga pausa.

– Se la daré porque me ha impresionado para bien desde el principio. Sin embargo, he de advertirle que ya hemos celebrado la votación para la otra ubicación.

– Entonces tendré que ponerle empeño, ¿verdad? -dijo decidida a sonar positiva a pesar de estar derrumbada por dentro.

– El viernes -dijo el doctor Daniels-. A las nueve en punto.

– Estaré preparada.

Colgaron. Charity fue arrastrando los pies hasta el sofá y se dejó caer sobre él para después cubrirse la cara con las manos.

Tres días. Tenía tres días para encontrar un milagro. Tres días para hallar el modo de convencer al comité del hospital de que sí, había mucho apoyo vecinal y trabajadores cualificados. Ya había proporcionado muchas estadísticas, les había enseñado Fool's Gold, les había ofrecido incentivos en cuestión de impuestos y viviendas. ¿Qué faltaba?

– ¿No hay buenas noticias? -preguntó Marsha cuando volvió a su despacho.

Charity le resumió lo sucedido.

– No sé qué hacer -admitió-. Estábamos tan cerca. Sé que les gustó la ciudad más que las otras, así que ¿por qué dudan tanto?

– ¿La otra ciudad es más grande?

– Sí. Es como el doble que ésta, pero no tiene nuestro encanto. La ubicación no es tan buena como la nuestra, no tienen trabajadores más cualificados y sé que nosotros somos mucho más entusiastas que ellos. ¿Por qué no me creen?

– Supongo que tendrás que demostrárselo.

– ¿Cómo? ¿Cómo demuestro algo que ellos ya han visto y que no creen?

– Dales pruebas que no puedan ignorar -Marsha le dio una palmadita en el brazo-. Pide, Charity. Pide lo que quieras.

Para alguien acostumbrada a tenerlo todo bajo control, esa idea parecía imposible de imaginar y, mucho menos, de llevar a cabo.

– ¿Cómo?

Marsha le lanzó una enigmática sonrisa.

– Tendrás que confiar en mí. Y en la ciudad.

¿Confiarle su futuro a alguien? ¿Confiarle su trabajo?

– ¿Y si no puedo?

– Ten un poco de fe y deja que te sorprendamos.


«Gerald Saterlee es un cretino insoportable», pensó Josh mientras se impulsaba para avanzar más deprisa. El sudor le cubría la espalda, le dolían las piernas, pero no estaba dispuesto a dejar que un ciclista francés de segunda lo venciera durante un entrenamiento.

Saterlee se había presentado en Fool's Gold el día antes, una semana antes de que llegaran el resto de participantes a la carrera. Decía que quería aclimatarse al lugar, pero Josh sabía que no era así. A ese bastardo lo habían enviado para que lo vigilara y diera información sobre él. El mundo del ciclismo quería saber si Josh Golden aún tenía lo que hacía falta.

Una estrategia inteligente sería dejar que Saterlee lo venciera sin problemas y así nadie tendría expectativas puestas en él. Ése había sido su plan. Pero en cuanto habían empezado a correr, había sentido su naturaleza competitiva salir a la superficie y había visto que no podía hacerlo… que no podía permitir que Saterlee pensara que era mejor.

Hicieron el ascenso por la colina dejando atrás a la mayoría de los ciclistas del instituto. Brandon mantenía el ritmo, pero estaba perdiendo fuerza. Josh miró los pocos kilómetros de colina que quedaban y supo que en cuestión de minutos ya sólo quedarían Saterlee y él.

En efecto, a kilómetro y medio de la cima, Brandon aminoró el ritmo.

– ¡Lo siento, tío! -gritó.

Josh le hizo un gesto con la mano y siguió pedaleando. Su cuerpo estaba preparado para ello, se dijo. Había estado montando cada día durante dos años, había entrenado en el gimnasio y se había fortalecido. Su cuerpo había estado preparándose para el regreso mientras su cerebro había estado ocupado recuperándose y ahora descubriría si lo había logrado.

Al acercarse al punto más alto de la carretera, Josh sintió esa mágica fuente de energía, la sensación de que tenía cantidad de reservas, que podía estar pedaleando para siempre. Miró a Saterlee, vio agotamiento en su mirada y fue entonces cuando supo que iba a ganar.

Se detuvo bruscamente y se agachó para rascarse el gemelo como si le doliera algo. Bajó la cabeza para ocultar su sonrisa de satisfacción. Saterlee miró atrás, sonrió como un idiota y siguió pedaleando. Josh lo vio alejarse.

La noticia se extendería enseguida. Dirían que no era lo que había sido una vez, que su regreso había sido más una cuestión de ego que de habilidad. Hablarían de él con respeto, pero con lástima, aunque por dentro estarían encantados.

«Puedo soportarlo», se dijo, porque el día de la carrera les daría una buena patada en el trasero a todos y después, cuando lo hubiera ganado todo, se marcharía. Sería un gran día.


El estudio de televisión era exactamente tal cual Charity lo recordaba, aunque esa vez ella sería la entrevistada, no Josh, y no habría nadie babeando por acostarse con ella. Algo que, probablemente, fuera lo mejor; ya estaba demasiado asustada con la idea de perder el hospital y tener que vérselas con un descarado pretendiente la habría llevado hasta el límite.

A menos que ese tipo en cuestión fuera Josh, pensó con tristeza. A él sí que le gustaría verlo, pero los últimos días había estado muy ajetreada mientras preparaba una nueva presentación. Josh le había dejado un par de mensajes, ella le había devuelto las llamadas y había notado cómo lo echaba de menos. Lo había visto por la ciudad, entrenando para la carrera, pero no había logrado hacer más que saludarlo.

En algún momento tendrían que tener una conversación, tomar decisiones, actuar como adultos, pero al parecer ése no sería el día.

La periodista, una guapa mujer de aproximadamente la misma edad que ella, esperó hasta que la vio cómodamente sentada. La chica de sonido ya le había puesto el micrófono y alguien había colocado un fotómetro delante de su cara.

– ¿Cuánto tiempo crees que necesitas? -le preguntó la periodista-. No nos gusta que los segmentos pasen de dos minutos.

– No hay problema -le dijo Charity-. Tengo pensado ser rápida.

– ¿Se trata del asunto del hospital? Creía que estaban encantados con nosotros.

– Yo también. Tienen ciertas preocupaciones y ésa es la razón por la que estoy aquí.

– Maldita sea. Mi madre quiere que me case con un médico -la periodista esbozó una sonrisa-. Sería más fácil si construyeran aquí el hospital.

Charity se rió y se puso derecha en la silla cuando la joven le indicó que estaban listas para empezar. Unos segundos más tarde, las luces se encendieron.

– Estoy aquí con Charity Jones, la nueva urbanista de Fool's Gold. Uno de los proyectos de Charity es convencer al hospital de California para que abran aquí sus nuevas instalaciones. ¿Cómo va tu plan, Charity?

Charity miró a la cámara, respiró hondo y se dijo que tenía que confiar en sí misma.

– Las negociaciones han sido excelentes, pero por desgracia parece que nos hemos topado con un pequeño bache en el camino.

– ¿Y eso?

– El comité de planificación tiene ciertas preocupaciones -Charity explicó la necesidad de muestras de apoyo local y de un programa de prácticas y formación de enfermeras y técnicos-. Me vuelvo a reunir con el comité dentro de dos días, así que si a alguien se le ocurre alguna idea, por favor escribidme un e-mail -dio su dirección-. O podéis llamar al Ayuntamiento y dejarme un mensaje -también dio el número-. Un hospital de semejante tamaño le reportaría grandes beneficios a nuestra comunidad y, aunque nuestro actual hospital ya es excelente, éste nuevo ofrecería una unidad especial de atención de traumatismos y nuestra ciudad se lo merece. Estoy decidida a que lo logremos, pero necesito vuestra ayuda. Gracias.


El viernes por la mañana, Charity no pudo desayunar. Había pasado despierta la mayor parte de la noche revisando su presentación, añadiendo y eliminando puntos hasta que apenas podía recordar de qué tenía que hablar.

Pero cuando se puso los zapatos y se miró una vez en el espejo, sintió cierta calma porque, pasara lo que pasara, la ciudad se había volcado con ella.

Después de su aparición en televisión, su bandeja de correo se había visto inundada de mensajes y el sistema informático de la ciudad había quedado colapsado durante tres horas. El jueves había recibido llamadas, notas entregadas en mano y docenas de ideas, muchas de las cuales eran excelentes y habían bordado su presentación. Ahora sólo le quedaba esperar que un pequeño porcentaje de gente hiciera acto de presencia para demostrarle al comité que Fool's Gold era el lugar perfecto para la construcción del hospital.

Salió del hotel poco después de las ocho y se dirigió hacia el ayuntamiento. La reunión era a las nueve. Había reservado el paraninfo situado en el sótano y esperaba no haber sido demasiado optimista al respecto. Podía albergar cerca de doscientas personas y con que lograran reunirse cincuenta o sesenta personas, se alegraría… Aunque mejor si eran cien.

– Es un día laborable -se dijo al entrar en el edificio-. Y eso reducirá la asistencia.

Pero era por una causa importante. Ojalá pudieran sacar algo de tiempo y…

Bajó al sótano por las escaleras.

La noche anterior había repasado dos veces la presentación y se había asegurado de que la pantalla y el equipo de sonido estuvieran en perfecto estado. Además, había preparado un ordenador de reserva por si acaso. Sheryl había pedido grandes jarras de café, el Fox and Hound había cedido tazas y servilletas y la hija de Morgan, que regentaba una pastelería, sería la encargada de llevar los donuts.

Charity bajó las escaleras y entró en el tranquilo salón. No había nadie allí.

Se quedó de pie entre las sombras luchando contra la decepción. Ni un solo miembro de la comunidad había acudido. No había nadie. Sólo silencio.

Le dio un vuelco el estómago a medida que se veía invadida por el pánico. ¿Qué había pasado? ¿Se había perdido la reunión? ¿Se había equivocado de día? ¿Se había despertado en un universo alternativo?

– ¿Charity?

La cálida y familiar voz la hizo darse la vuelta. Allí estaba Josh, esperándola y sonriéndole.

– Tienes el teléfono apagado.

– ¿Qué?

– Todo el mundo ha estado intentado ponerse en contacto contigo. Vamos -la agarró de la mano y la llevó hacia las escaleras.

– ¿Qué estás haciendo? Tengo que hacer una presentación.

– No hace falta que me lo digas. ¿Es que no se te ha ocurrido que en uno de los días más importantes de tu vida debías dejar el teléfono encendido?

Subieron las escaleras.

– No lo entiendo. Lo tengo encendido -lo sacó del bolso y vio que la pantalla estaba en blanco. Parecía que la batería se le había acabado durante la noche-. Oh, Dios. ¿Qué me he perdido?

– Ha venido tanta gente que hemos tenido que trasladar la presentación.

– ¿Trasladarla? ¿Dónde es ahora?

– En el gimnasio del instituto -miró su reloj-. Tenemos cuarenta minutos. No te preocupes.

El corazón de Charity comenzó a palpitar con fuerza.

– No puedo llegar tarde.

– No lo harás.

Salieron corriendo del ayuntamiento en dirección al todoterreno que estaba aparcado enfrente. Charity apenas se había subido cuando Josh ya había arrancado el motor.

– ¡Mi presentación! -dijo al recordar todo lo que se había dejado en su despacho.

– Sheryl se ha ocupado de eso. Se ha llevado todo al gimnasio. Ha intentado llamarte esta mañana, pero Mary la recepcionista sabía que te habías quedado despierta hasta las tres y por eso no te han pasado las llamadas. Yo estaba entrenando y tampoco han podido contactar conmigo.

Josh conducía a toda velocidad por las extrañamente desiertas calles de Fool's Gold hasta que estuvieron a menos de un kilómetro del instituto y allí se toparon con mucho tráfico. Sacó la cabeza por la ventanilla y empezó a gritar que Charity iba con él. Al instante, los coches empezaron a apartarse.

Siguieron avanzando hacia el instituto. No había sitio para aparcar, así que se detuvo a un lado de la acera.

– ¡Vamos! -dijo señalando al gimnasio-. Las puertas están abiertas. Marsha ya está dentro. Volveré en cuanto pueda -sonrió-. Lo harás genial.

Charity quería decirle algo, acariciarlo, besarlo y tal vez hablar del futuro, pero no había tiempo porque ya estaba abriendo la puerta. Bajó del coche y echó a correr.

Una vez dentro del gimnasio, se detuvo para mirar a su alrededor. El enorme espacio estaba desbordante de gente. Las gradas estaban llenas, al igual que todas las sillas colocadas sobre el suelo del gimnasio. Había un escenario en un extremo con una mesa donde estaba sentado el comité, impresionado. Las paredes estaban forradas de pancartas clamando que Fool's Gold quería el hospital y las animadoras dirigían a la multitud en varios y extraños, pero interesantes, vítores sobre la sanidad y la profesión de enfermera.

Marsha vio a Charity y la saludó con la mano. Fue hacia el escenario.

– Me he quedado sin batería -le murmuró a su abuela-. No sabía que lo habíamos trasladado.

– Hemos tenido que hacerlo. La gente ha empezado a llegar sobre las siete de la mañana, jamás había visto semejante concurrencia de público -sonrió a Charity-. Escucharon tu petición y han respondido de este modo. No te vas a creer las ofertas que nos están lloviendo -señaló las carpetas que había sobre la mesa-. Lo has hecho muy bien.

– Aún no sabemos si el hospital se va a construir aquí o no.

– Sea como sea, estoy orgullosa de ti.

– Gracias -Charity se concedió un momento para disfrutar de esa sensación de bienestar, de la sensación de por fin haber encontrado su lugar, y respiró hondo antes de dirigirse a la mesa de conferencias-. Buenos días.

– ¡Impresionante! -dijo el doctor Daniels señalando a la multitud-. Me gustan las pancartas.

– Pues más le gustará la información que he recopilado -agarró el micrófono y lo encendió-. ¿Empezamos?

Al instante, el enorme gimnasio quedó en silencio.

Charity ya había hecho muchas presentaciones antes, formaba parte de su trabajo, pero no recordaba haber tenido tanto público ni uno tan entusiasta. Aunque todo el mundo estaba callado, podía sentir su apoyo y eso le dio confianza.

Fue al estrado y abrió la carpeta que tenía allí.

– Doctor Daniels, me gustaría darles de nuevo la bienvenida a usted y a su comité y agradecerles esta nueva oportunidad de convencerlos de que éste es el lugar donde deberían construir su hospital. La última vez que hablamos mencionaron dos preocupaciones en concreto: trabajadores con formación y apoyo de la comunidad -alzó la mirada y sonrió-. Dejen que les muestre por qué no tienen nada de qué preocuparse.

Durante la siguiente hora, desarrolló una detallada presentación en la que explicó cómo el campus de la Universidad de California situado en Fool's Gold había desarrollado un programa de estudios de Enfermería, incluyendo distintas especialidades de titulación superior, y que el hospital universitario, el Wilson Memorial, enviaría internos y residentes al nuevo hospital.

Les mostró los planos para un nuevo campo de golf, proyectos de viviendas y revisó los excelentes expedientes académicos de las escuelas locales. Después, les enseñó una lista de eventos benéficos que ayudarían a desarrollar proyectos especiales para el hospital.

– En cuanto al apoyo de la comunidad, creo que los ciudadanos de Fool's Gold ya han hablado por sí solos.

La multitud se puso en pie y aplaudió entre gritos y silbidos.

El doctor Daniels parecía atónito.

– ¿Puede darnos unos minutos para consultarlo? -le preguntó el hombre con los ojos ligeramente empañados.

Charity asintió y apagó el micrófono. La gente comenzó a charlar y vio a Josh corriendo hacia ella entre las hileras de sillas. Después de bajar las escaleras, Charity se encontró con él delante del estrado. Él la agarró de la mano y la sacó por una puerta hacia un tranquilo pasillo.

– Lo has hecho genial.

– Todos lo hemos hecho. Ha venido todo el mundo. La información que tenía preparada era fabulosa, pero tener a tanta gente expresando su apoyo tiene un valor incalculable -sintió una agradable calidez por dentro, la sensación de estar en casa. Si el hospital se construía allí, no lo habría hecho sola y eso hacía que la victoria resultara más dulce todavía.

Esa ciudad, esa gente, era lo que había estado buscando toda su vida. Un lugar al que llamar hogar. Un lugar al que pertenecer.

Había estado perdida mucho tiempo, pensó mientras miraba los preciosos ojos de Josh. Había estado haciendo lo posible por tomar la elección correcta para no resultar herida, para que no la abandonaran. Pero vivir así había significado perderse muchas cosas, perderse lo mejor.

– Pase lo que pase con la carrera, con el bebé, con el futuro, quiero que sepas que no me arrepiento de nada. Te quiero.

Josh puso las manos sobre sus hombros y la besó.

– Yo también te quiero.

– ¿Qué… qué? -preguntó ella sintiendo como si el suelo se hubiera movido bajo sus pies.

Él sonrió.

– Te quiero, Charity. Eres todo lo que siempre he querido. Adoro estar contigo y cómo me siento cuando estoy a tu lado. Quiero ser el hombre de tu vida, la persona en la que puedas apoyarte. Quiero que formemos una familia. Para siempre. Y quiero que te cases conmigo.

Las palabras resonaron en su cabeza con fuerza; por separado tenían sentido, pero juntas le resultaban imposibles de creer.

– ¿Me quieres?

– Sí -volvió a besarla-. En cuanto pase la carrera, hablaremos de los detalles, de dónde viviremos y dónde celebraremos la boda.

Los labios de Josh seguían moviéndose y por eso Charity supuso que seguía hablando, aunque lo cierto era que no estaba escuchando.

La carrera. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Todo giraba en torno a la carrera, a ser famoso e importante, a ser el chico del póster.

– No he dicho que vaya a casarme contigo.

– Lo sé. Cuando gane…

– Eso es lo más importante, ¿verdad? Ganar. No quiero estar con alguien que necesita ser venerado por millones de personas, Josh. Quiero estar con un hombre que me quiera y que se conforme conmigo, con sus hijos y tal vez con un perro.

– Pero yo te quiero. No voy a dedicarme al ciclismo de manera profesional. Sólo quiero demostrarme que aún valgo.

– A mí no me importa que ganes la carrera.

– Pero a mí sí -le respondió él con determinación-. Mi madre me abandonó porque estaba enfermo y no servía para nada y Angelique se marchó cuando ya no pude competir.

– Pero yo no soy ellas.

– Quiero que estés orgulloso de mí.

– Ya lo estoy.

– Necesito estar orgulloso de mí.

Y era verdad. Lo que importaba era él y cómo se sintiera, pero ¿terminaría todo con una carrera? ¿Sería suficiente? ¿Podría oír a la multitud aclamándolo y alejarse de ello sin más? No.

– Ganaré y después estaremos juntos.

Josh era todo lo que había querido, el hombre que amaba, el padre de su hijo aún no nacido. Pero pedía lo imposible.

– No estaré contigo si participas en la carrera. No quiero estar con alguien que necesite ganar para sentirse lleno.

La puerta que había junto a ellos se abrió de golpe y Pia asomó la cabeza.

– ¡Dios mío! ¡Han aceptado! Traerán el hospital. ¿No es genial?

– Genial -susurró Charity sabiendo que esa mañana había ganado y perdido a partes iguales.

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