El restaurante Fox and Hound era como una versión americana de un clásico pub inglés. Bancos, una larga barra de madera y grabados de caza ingleses en la pared. A Charity le pareció un lugar encantador y más tarde, cuando pudiera observarlo más detenidamente, no se le escaparía ningún detalle del local. Ahora lo único que podía hacer era seguir a la alcaldesa hasta una mesa tranquila junto a la ventana.
Se sentó enfrente de ella y apretó los labios. No diría una palabra hasta que Marsha se explicara.
– El problema comenzó hace años -dijo Marsha al instante-. Los hombres se marcharon para encontrar un trabajo mejor y no volvieron. Eso sucedió en mi época y, por alguna razón, no ha mejorado. Cuando se publique el censo del 2010 será un desastre, tanto a ojos de la prensa como en el modo en que la ciudad se ve a sí misma. Si no traemos aquí algunos hombres para que nuestras jóvenes se casen, entonces ellas también empezarán a marcharse y la ciudad morirá. Pero eso no pasará mientras yo esté al cargo.
La alcaldesa hablaba con intensidad y determinación.
Charity había agarrado su vaso de agua, más que nada para ganar tiempo. ¿Escasez de hombres? ¿Era una broma? ¿Formaba parte de un ritual de iniciación a la ciudad?
– Hay muchos negocios que tradicionalmente son llevados por hombres -comenzó a decir lentamente-. Si es que hablas en serio.
– Hablo en serio -Marsha se inclinó hacia ella-. Fool's Gold fue una ciudad fundada en la década de los setenta del siglo XIX durante la fiebre del oro. Creció y prosperó y cuando el oro se acabó, justo con la llegada del nuevo siglo, comenzaron los problemas.
Una camarera apareció allí con las cartas, tomó nota de la bebida y se marchó.
– Desde el punto de vista geográfico podemos sentirnos afortunados -siguió diciendo Martha- y gracias a eso no desaparecimos. El complejo hotelero de esquí se construyó en los años cincuenta y los viñedos situados al oeste de aquí tienen por lo menos sesenta años. Hasta el momento nos mantenemos, hay mucha industria y pequeños negocios. Ethan Hendrix, por ejemplo, tiene una empresa de construcción que se ha expandido y eso trae a algunos hombres, pero no es suficiente.
Marsha se encogió de hombros.
– No dejo de decirme que debería estar encantada por el gran número de mujeres que contrata, por el tema de la igualdad y todo eso, pero no puedo. Los hombres se marchan de aquí y no sabemos por qué. ¿Topografía? ¿Una maldición aborigen? El caso es que se nos está yendo de las manos. A las mujeres jóvenes les está resultando difícil encontrar marido y, lo que es peor, los pocos hombres que tenemos suelen encontrar a sus esposas en otra parte.
Charity hizo todo lo que pudo por parecer tanto inteligente como interesada en el tema a la vez.
– Entiendo que es una situación difícil -intelectualmente comprendía que una población en crecimiento era esencial para que toda ciudad sobreviviera, pero… ¿escasez de hombres? ¿En serio?-. ¿Habéis investigado lo del tema de la maldición aborigen? -preguntó cuando no se le ocurrió nada más.
Marsha se rió.
– Los únicos aborígenes que vivieron en las colinas no eran de los que lanzaban maldiciones. Lo que pienso es que si traemos negocios a la ciudad no creo que tuviera nada de malo limitarnos a ésos que tradicionalmente desempeñan los hombres, como ingeniería, tecnología, un segundo hospital. Es cierto que los hospitales también contratan a mujeres, pero eso nos daría una gran base de empleo.
Sí, claro, ¡como si Charity pudiera conectarse a Internet y encargar un hospital, así, sin más! Respiró hondo. Necesitaba procesar la información. ¿Escasez de hombres? Jamás en su vida había oído algo así, aunque tampoco podía culpar a la alcaldesa por no haberlo mencionado durante las entrevistas de trabajo. Eso sí que habría sido una buena forma de aterrorizar a los candidatos.
– Durante los próximos días, a medida que vayas conociéndolo todo por aquí, quiero que hagas un recuento mental y podrás ver por ti misma que hay una gravísima escasez de hombres. Mi gran temor es que corra la voz y que un periodista de alguna parte lo descubra y empiecen a inventarse historias sobre la ciudad.
– ¿No os ayudaría recibir tanta atención?
– Esta ciudad es especial para todos nosotros. No nos interesa que se crean que somos unos bichos raros; lo único que necesitamos es equilibrar nuestra población.
Charity pensó en Josh Golden; era un hombre que perfectamente valía por tres. La alcaldesa Marsha debería casarlo con una de las solteras de allí.
– Pero hay algo bueno en todo esto -le dijo Marsha guiñándole un ojo-. Como eres la que va a reunirse con los propietarios de los negocios, podrás, ser la primera en elegirlos.
– Qué suerte tengo -murmuró Charity, agradecida de que la camarera las interrumpiera. No estaba dispuesta a compartir los detalles de su vida social, o de la falta de la misma, con su nueva jefa. Y no había razón para explicarle que no tenía ningún éxito en el departamento de hombres.
Y aunque haber evitado la afición de su madre por hombres demasiado guapos ya había sido un buen comienzo, eso no le había garantizado nunca un final feliz. Hasta el momento era la embajadora de los desastres amorosos.
Cuando habían terminado de pedir sus platos, una mujer de pelo rizado y bien vestida se acercó a su mesa. Era un poco más alta que Charity y emanaba estilo y atractivo sexual por todas partes.
– ¡Entonces, tú eres la nueva! -dijo alegremente la veinteañera-. Hola. Soy Pia O'Brian, la planificadora de fiestas de Fool's Gold.
– Suena mejor «organizadora de eventos» -dijo Marsha sacudiendo la cabeza.
– Tal vez suene mejor para ti, a mí me gusta el aspecto de fiesta de mi trabajo -Pia sonrió a Charity-. Un placer conocerte.
– Lo mismo digo.
– La verdad es que no planifico fiestas -admitió Pia-. Organizo el Festival de la Primavera, el Festival del Verano y los fuegos artificiales del 4 de julio.
– ¿Y el Festival del Otoño? -preguntó Charity.
Pia se rió.
– Sí, pero eso viene después del Festival de Fin de Verano y se centra en libros. Aquí somos gente muy fiestera.
– Eso veo -lo más cerca que Charity había estado de las fiestas de una ciudad había sido un mercadillo de artesanía en el instituto-. Estoy deseando asistir a una.
– ¡Ojalá sólo tuvieras que hacer eso! -dijo Pia exageradamente-. Tú y yo vamos a tener que hablar. Te llamaré para concertar una cita.
– ¿Debería estar nerviosa? -preguntó Charity riéndose.
– No, no pasa nada. Que disfrutéis de vuestro almuerzo -les gritó por encima del hombro mientras se alejaba hacia la puerta.
– Es simpática -dijo Charity. Y, además, debían de ser más o menos de la misma edad. La consideraría una amiga potencial.
– Para que lo sepas, habla mucho y hace poco, por lo menos en lo que respecta a nuestro problema -Marsha sacudió la cabeza-. Oh, Charity, te he metido en una situación muy difícil. Espero que no te importe.
– Estaba buscando un desafío -le respondió ella. Y además de un desafío, había estado buscando un trabajo totalmente distinto al anterior. Había querido empezar de nuevo y el empleo en Fool's Gold le había ofrecido exactamente eso.
– Bien. No quiero asustarte el primer día. Tal vez el segundo…
Charity se rió.
– No me asusto con facilidad. Es más, este fin de semana voy a subirme al coche y voy a ir a ver los distintos barrios que hay en la ciudad.
– ¿Estás pensando en comprarte una casa?
– Ahora mismo no, pero puede que sí en un par de meses. Quiero echar raíces.
Tener una dirección permanente y establecer lazos con una comunidad siempre había sido su fantasía.
– Hay algunas casas preciosas, aunque con todos los hombres que se mudarán aquí, puede que quieras esperar un poco. Has dicho que estabas soltera, así que puede que conozcas al hombre de tu vida.
– No, no -dijo Charity antes de dar un sorbo de café. La alcaldesa Marsha era muy simpática, pero no era la persona más sutil que había conocido.
En cuanto a lo del hombre de su vida… no estaba buscando a un hombre perfecto. Simplemente quería un tipo simpático que la amara tanto como ella lo amaría a él. ¡Ah! Y un hombre que fuera soltero, sincero y fiel, algo terriblemente difícil de encontrar, por lo menos dadas las experiencias que había tenido.
– Si alguien de por aquí te hace gracia -dijo Marsha mientras les servían la comida-, pregúntame por él. Conozco a todo el mundo.
De nuevo el cerebro de Charity se centró en Josh, en lo increíblemente atractivo que era y en los miles de problemas que podía ocasionarle. Tal vez no fuera capaz de ignorar las reacciones de su cuerpo cuando él estaba delante, pero sí que podía hacer todo lo posible por ignorarlo a él. Y lo haría. Incluso en una ciudad tan pequeña como Fool's Gold, no podría ser tan difícil.
– Me vuelves loco, lo sabes, ¿verdad?
Josh seguía observando la pantalla de su ordenador e ignorando a su secretaria; eso era algo que se le daba bien después de años de práctica.
Por desgracia, Eddie no era de esas personas que captaban las indirectas.
– Estoy hablando contigo, Josh.
– Lo sabía -dejó de mirar el e-mail para centrar su atención en su setentona secretaria que estaba de pie con las manos en las caderas.
Eddie Carberry tenía el pelo corto, ondulado y canoso. Le gustaba llevar mucho maquillaje y chándales de terciopelo. Tenía uno para cada día de la semana. Si era lunes, se pondría el violeta.
– Están poniéndome de los nervios -le dijo ella-. ¿En qué demonios estabas pensando? Sé que no estás acostándote con ellas, así que no se trata de sexo. Y tampoco me digas que es por ser simpático. Ya sabes cómo lo odio -Eddie lo miraba mientras hablaba.
Josh sabía muy bien que tenía que tomarse en serio su mal genio, al igual que sabía que «ellas» en cuestión eran las tres chicas en edad universitaria que se suponía que tenían que estar ayudándola en la oficina.
– Dijiste que querías liberarte de responsabilidades, dijiste que querías que hubiera más empleados -le dijo él.
Eddie puso los ojos en blanco.
– Y también dije que quería parecerme a Demi Moore y no veo que estés haciendo nada para solucionarlo. Esas chicas no son empleadas, son unas rubias con todos los clichés que se le pueda asociar a ese color de pelo. Sólo quieren hablar de ti -alzó la voz-. ¡Josh es guapísimo! -dijo con una voz aguda y burlona-. ¿Crees que me pedirá salir?
Bajó la voz hasta su tono normal y añadió:
– Pensé que se lo explicarías todo cuando las contrataste.
– Y lo hice. Detalladamente.
– Pues entonces tendrás que volver a hacerlo.
Eso parecía…
Había jovencitas que habían hecho de todo con tal de captar su atención, incluso meterse en su cama desnudas diciéndole que esperaban un hijo suyo. Y él comprendía esa teoría: si estaban junto a una persona que el público veía especial, entonces ellas pasaban a ser especiales también y decirles que no merecía la pena que perdieran su tiempo con él no parecía funcionar. Ese verano había probado a ofrecer empleos pensando que, si trabajaban a su lado, verían al hombre que se ocultaba detrás del mito. Sin embargo, hasta el momento el plan no había funcionado.
– Un par de gatos podrían ayudarme más -gruñó Eddie-. Y eso que ya sabes lo que pienso de los gatos.
Lo sabía. Ella odiaba a toda criatura que se atreviera a soltar pelo sobre uno de sus chándales.
– Hablaré con ellas.
– Más te vale -la mujer bajó los brazos y se acercó a su mesa-. La tienda de la Tercera está alquilada.
Él se recostó en su silla mientras ella se sentaba.
– Bien.
Llevaba vacía casi tres meses.
– El contrato de arrendamiento está en el despacho del abogado. Lo recogeré después para que lo leas -se aclaró la voz-. Te solicitan que participes en una carrera de bicis para un acto benéfico.
– No.
– Es por el bien de los niños.
– Suele ser por eso.
– Deberías participar en ésta.
Intentaba provocarlo; por alguna razón, Eddie pensaba que si lograba hacerlo gritar, él acabaría cediendo.
– Es en Florida. Podrías ir a Disney World.
– Ya he estado en Disney World.
– Tienes que salir, Josh. Vuelve a montar. No puedes…
– ¿Algo más? -le preguntó interrumpiéndola.
Ella se quedó mirándolo con los ojos entrecerrados. Él la miró a ella, que fue la primera en parpadear.
– Bien. Sigue así -Eddie dejó escapar un gran suspiro, como si en su vida no hubiera más que dolor-. No dejan de llamarme para un torneo de golf benéfico. El patrocinador tiene contactos con la estación de esquí y están pensando en celebrar el torneo aquí.
Lo del golf sí que podría hacerlo. No era su deporte, de modo que no se le exigiría perfección. Podía derrochar encanto ante las cámaras, recaudar algo de dinero y pasar así el día.
– Me apunto a lo del golf.
– Por lo menos es algo -gruñó ella-. Más tarde te daré las cifras de ventas de la tienda de deportes; los datos preliminares son buenos. Los folletos han impulsado el negocio y las ventas por Internet también han subido. Aunque si pudiéramos incorporar una fotografía tuya a las bicicletas que vendemos…
Miró hacia otro lado, lo cual significaba que estaba ignorándola. Una de las rubias pasó por delante justo en ese momento y creyó que él estaba mirándola. La joven sonrió y se detuvo. ¡Maldita sea!
Eddie se giró y vio a la chica.
– ¡Vuelve al trabajo! -le dijo bruscamente-. Esta conversación no te incumbe.
La chica hizo un puchero, pero se fue.
– ¿Te he dicho ya que me ponen de los nervios? -preguntó Eddie.
– Más de una vez.
– Necesitas una novia. Si piensan que estás saliendo con alguien, se echarán atrás.
– No, no lo harán.
– Puede que no -asintió ella-. Te juro, Josh, que algo les pasa contigo. Todas las mujeres se mueren por meterse en tu cama.
Él se estremeció, no quería mantener esa conversación con su secretaria septuagenaria.
– Supongo que la buena noticia es que si lo hubieras hecho tantas veces como dicen, ahora estarías muerto.
– Un pensamiento de lo más positivo -dijo él secamente.
Eddie se levantó.
– Volveré luego para traerte las cifras de ventas.
– Estaré contando las horas.
Ella soltó una carcajada mientras se marchaba y Josh centró la mirada en el ordenador, aunque no su atención.
Las chicas de su oficina eran el menor de sus problemas. Lo que lo mantenía noches despierto no eran esas jóvenes convencidísimas de que él era la respuesta a sus plegarias, sino la realidad de saber que era un absoluto fraude y que nadie lo había descubierto.
Durante los siguientes días, Charity siguió familiarizándose con su nuevo trabajo y conoció al resto de los empleados. Se fijó en que todos eran mujeres, con la excepción de Robert Anderson, el tesorero.
– Robert lleva con nosotras cinco años -dijo Marsha después de una reunión un miércoles y antes de excusarse para ir a hacer una llamada al comisionado del condado.
Robert era un guapo treintañero con unos ojos oscuros que resplandecieron de diversión al estrecharle la mano a Charity.
– Pareces un poco sorprendida de verme. ¿Es porque soy un chico? ¿Ya te ha contado la alcaldesa nuestro pequeño problema?
– Sí, y eso debe de hacerte muy popular.
Él sonrió y le indicó que lo siguiera hasta su despacho, donde se sentaron a ambos lados del escritorio.
– No me va mal.
– ¿Lo sabías cuando aceptaste el trabajo?
Él se rió.
– No, y en ningún momento me fijé durante el proceso de selección. Estaba centrado en el trabajo, no en el entorno. Supongo que no soy muy observador. A la segunda semana de mudarme, aproximadamente, me di cuenta de que estaban viniendo demasiadas mujeres a darme la bienvenida.
Charity aún tenía dificultades para asimilar el concepto «escasez de hombres».
– ¿Entonces es real eso del tema demográfico?
– Sí, es real, aunque lo expones de un modo muy delicado. No me he parado a pensar el por qué, pero el caso es que los hombres ni se quedan aquí ni se mudan aquí. Estadísticamente nacen más bebés varones que mujeres; es un porcentaje de unos ciento diez nombres por cada cien mujeres, pero la mayoría de los varones mueren antes de cumplir los dieciocho y cuando llegan a la mediana edad hay más mujeres. Excepto aquí. Aquí hay más mujeres en todos los grupos de edad.
¡Y eso que Charity había pensado que el caso de su ordenador frito y el hecho de ver el trasero de Josh Golden en el ordenador de su secretaria sería lo más extraño de toda la semana!
– Me he quedado sin habla -admitió-. Y no es algo que pueda decir con frecuencia.
Robert se rió.
– No es para tanto.
– Para ti no. Además de ser un bien preciado por aquí, a ti no te han pedido que le traigas a la ciudad negocios que puedan desarrollar hombres.
La carcajada del joven se transformó en una mueca.
– ¿Marsha ha dicho eso?
– Fue una orden bien clara -miró la mano izquierda de Robert-. Hmm, no veo un anillo de boda ahí. ¿Por qué no estás haciendo algo por la ciudad y te casas?
Él alzó las manos con las palmas hacia ella.
– Lo he intentado. Me comprometí, pero rompimos cuando me di cuenta de que teníamos ideas distintas sobre la familia. Yo quería hijos y ella no. Se mudó a Sacramento.
– Una mujer menos de la que preocuparse -murmuró Charity preguntándose si algún famoso de la tele iba a salir de un armario y decirle que era un programa de cámara oculta. Aunque no le haría ninguna gracia la humillación, estaría bien descubrir que la alcaldesa había estado bromeando con el tema de los hombres. Pero no, no pensaba que tuviera esa suerte.
Entonces se dio cuenta de que su respuesta ante Robert no había sido nada delicada.
– Oh, espera, no he querido decir eso. Siento que tu compromiso no siguiera adelante.
Él se encogió de hombros.
– Sucedió hace un tiempo. Ahora estoy saliendo con otra chica.
– ¿Y no lo están celebrando por las calles?
– La semana pasada hicieron un desfile.
– Qué pena habérmelo perdido. Hace unos días conocí a Pia O'Brian. Parece que en Fool's Gold celebráis muchos desfiles y fiestas.
– Festivales -la corrigió él-. Es lo nuestro. Tenemos uno prácticamente cada mes. Atrae a turistas y a los lugareños les encantan. ¿Es la primera vez que vives en una ciudad pequeña?
Ella asintió.
– Y estoy deseando vivir este cambio.
– Pero ten en cuenta que aquí todos lo saben todo de todos, no hay secretos. Sin embargo, yo crecí en un lugar parecido y no querría estar en una gran ciudad -se inclinó hacia ella-. Deberíamos almorzar juntos algún día, así te contaré todas las excentricidades de una pequeña ciudad como ésta.
Robert era simpático, pensó mientras miraba sus ojos oscuros; además, era inteligente y con un gran sentido del humor.
– Me gustaría.
Se detuvo esperando que la recorriera algún cosquilleo, algo que le indicara algún tipo de atracción hacia él. Pero nada.
«Nada», pensó con un suspiro a la vez que se negaba a recordar cómo había reaccionado ante Josh Golden. Habría sido una subida de azúcar, o el resultado de tomar demasiado café y dormir poco, porque Robert era una mejor elección, con diferencia.
Estaba a punto de disculparse cuando su mirada se posó en un muñequito de plástico que Robert tenía sobre el escritorio y que le resultaba vagamente familiar.
– ¿Es ése…?
– Josh Golden -respondió él-. ¿Lo has conocido ya?
– Eh… sí.
¿Había hasta muñecos de él?
– ¿Y qué te ha parecido? -le preguntó con un tono natural y despreocupado, aunque a ella le pareció ver un intenso brillo en su mirada.
– No he tenido tiempo de pensarlo -respondió diciéndose a sí misma que era casi verdad. No ser capaz der respirar era un síntoma de un escaso funcionamiento de las neuronas.
– Es un ciclista muy famoso. Ganó el Tour de Francia y todo.
– No soy muy aficionada a los deportes -admitió-. ¿Por qué está aquí en lugar de estar compitiendo?
– Se retiró hace un tiempo. Todas las mujeres de por aquí están locas por él y tiene reputación de ser un ligón. Seguro que tú también caerás rendida a sus pies.
Charity miró a Robert.
– ¿Cómo dices?
– Es inevitable. Ninguna mujer es capaz de resistirse.
¿No quería desafíos? Pues ahí tenía uno, se dijo un poco furiosa.
– Por lo menos debe de haber una que le haya dicho que no.
– No, que yo sepa. Pero Josh no va en serio con ninguna, él disfruta únicamente con el ligoteo.
Al oír eso, la conversación dejó de gustarle.
– ¿Es eso una advertencia?
– No. Es sólo que… eh… -la miró-. Me gustaría que fueras diferente, Charity.
La mirada de Robert era cálida y afectuosa. Charity le sonrió.
– Haré lo que pueda. No soy ninguna groupie.
– Bien.
Ella se levantó.
– Tengo que volver al trabajo. Ha sido un placer conocerte.
Él también se levantó.
– El placer es todo mío.
¡Qué tipo tan simpático!, pensó al marcharse. Por fuera, era todo lo que ella buscaba aunque, claro, el resto de hombres que habían pasado por su vida también podrían haber encajado en esa descripción y habían terminado siendo un desastre.
No había ido a Fool's Gold a enamorarse, se recordó. Había ido a desempeñar un trabajo y a echar raíces. Sin embargo, enamorarse del hombre adecuado y casarse sería genial ya que formar una familia siempre había sido uno de sus sueños.
Pero para eso había tiempo, pensó de camino a su despacho, y si su corazón no había sufrido ninguna arritmia ante la presencia de Robert, tal vez había sido mejor así. Ya había aprendido la lección. Sería totalmente sensata en lo que respectaba a su vida personal. Sensata y racional. De lo contrario, todo saldría mal. De eso estaba segura.
El resto de la semana laboral pasó rápidamente. Conoció a más miembros del Ayuntamiento, todos ellos mujeres, y se familiarizó con los proyectos que estaban desarrollando. Sheryl se marchaba a las cuatro y media casi cada día, pero Charity se quedaba a trabajar hasta más tarde. El jueves se quedó casi hasta las siete, momento en el que el estómago le rugió con tanta fuerza como para hacerle perder la concentración. Miró por la ventana y se sorprendió al ver que ya había anochecido.
Después de bajar la tapa de su nuevo y flamante portátil, recogió su bolso y un maletín lleno de los documentos que revisaría después de cenar y se marchó.
El edificio estaba en silencio y daba un poco de miedo. Rápidamente, salió a la calle donde una fresca brisa le hizo desear llevar encima un abrigo algo más grueso. El día más frío de Henderson, un barrio residencial de Las Vegas, había sido más cálido que esa tarde de comienzos de primavera en las colinas de Sierra Nevada.
Por suerte, el hotel sólo se encontraba a un par de manzanas. Charity corrió por la acera y cuando llegó a la esquina, vio a un anciano barriendo los escalones de la librería que había visitado durante la hora del almuerzo. Él la saludó y ella se detuvo.
– No te conozco -dijo entrecerrando los ojos ante el resplandor de la farola-, ¿verdad?
Su tono era cordial. Ella le sonrió.
– Soy Charity Jones, la nueva urbanista.
– ¿Ah, sí? Eres muy guapa, aunque bueno, todas las señoritas son guapas, incluso las que no lo son -se rió y tosió-. Soy Morgan. Morgan, a secas, y esta es mi librería.
– Oh, es maravillosa. Ya he comprado aquí en dos ocasiones.
– Pues no he debido de fijarme en ti. La próxima vez te diré algo. Dime qué te gusta leer y me aseguraré de tenerlo en la tienda.
Eso sí que era un buen servicio, pensó ella encantada.
– Gracias, es usted muy amable.
– Un placer. ¿Sabes cómo ir a casa?
– Estoy alojándome en el Ronan's Lodge.
– Pues está sólo a dos manzanas. Me quedaré aquí y me aseguraré de que llegas bien. Date la vuelta y salúdame con la mano cuando llegues a las escaleras.
Su ofrecimiento fue inesperado. No le preocupaba que fuera a pasarle nada durante el recorrido entre la librería y el hotel, pero era agradable saber que alguien estaba ahí si eso sucedía.
– Gracias. Es usted muy amable.
Él le guiñó un ojo.
– Me han llamado muchas cosas, Charity, pero me gusta que me llamen «amable». Que pases una buena noche.
– Gracias.
Caminó el resto del camino hasta el hotel y cuando llegó a los escalones que conducían al vestíbulo, se giró. Morgan estaba observando. Lo saludó y él le respondió alzando la mano. Después, siguió barriendo.
En ese momento tuvo claro que le gustaría vivir allí porque, aunque cada sitio tenía sus rarezas, en Fool's Gold había muchas cosas que apreciar.
Se detuvo antes de empujar las puertas dobles que conducían al interior del hotel; eran grandes y estaban profusamente talladas, parecían artesanía de otra época.
Ronan's Lodge, también conocido como Ronan's Folly, era un hotel enorme situado junto al lago. Se había construido cuando el oro fluía como los ríos de donde los hombres lo cribaban. Ronan McGee, un inmigrante irlandés, había llegado al oeste para hacer fortuna y después había gastado su mayor parte en la construcción del hotel.
Charity había leído su historia la última vez que había estado en la ciudad cuando, al ser incapaz de dormir la noche antes a su entrevista de trabajo, había hojeado todos los folletos turísticos que había encontrado en la habitación.
Ahora, mientras entraba en el inmenso vestíbulo con sus paredes paneladas con madera tallada y la enorme lámpara de araña importada hecha de cristal irlandés, se sintió como en casa. Con el tiempo compraría una casa y se adaptaría a la vida en Fool's Gold, pero Ronan's Lodge era el mejor alojamiento temporal que podía tener.
Pasó por delante del mostrador de recepción en dirección a la escalera curvada que la llevaría a la segunda planta desde donde una pequeña escalera de caracol llegaría a la tercera, donde tenía una pequeña suite.
Apenas había puesto la mano sobre la barandilla, sin subir aún el primer escalón, cuando alguien le habló. La voz venía de detrás y dijo una única palabra.
– Hola.
No tuvo que mirar para saber de quién se trataba.
Lo único que tenía que hacer era quedarse allí de pie sintiendo cómo el corazón se le descontrolaba dentro del pecho y cómo iba invadiéndola un intenso calor.
Su semana había comenzado con una invasión de Josh Golden y parecía que terminaría del mismo modo. La única pregunta que le surgió antes de girarse hacia él fue por qué, de todos los hombres del mundo, tenía que ser él.