Ocho

Charity estaba deseando reunirse con Ethan Hendrix, un joven alto y guapo. Josh y él habían sido grandes amigos y habían salido a montar en bici juntos hasta que Ethan se había lesionado hacía unos diez o doce años. Los detalles eran imprecisos como poco y ella no había encontrado un modo de preguntar sin parecer demasiado interesada en ninguno de los dos hombres.

Ethan era el dueño de una empresa constructora de la ciudad y de una fábrica de molinos situada a unos dieciséis kilómetros. Ya que iban a reunirse en ésta última, tendría la oportunidad de conducir su coche por una vez. Al menos últimamente ya apenas gastaba gasolina ni perdía el tiempo parada en un atasco.

Siguió las indicaciones de Ethan y llegó hasta el gran camino de entrada que conducía a Molinos Hendrix. El lugar era impresionante con unos grandes edificios que parecían almacenes y unos enormes aerogeneradores que estaban cargando en largos camiones.

Siguió unas flechas que conducían hasta la oficina y después aparcó y entró caminando. Un vestíbulo más pequeño daba a un área de recepción. Al otro lado había despachos, mesas y ordenadores con muchas fotografías de molinos de viento.

Había investigado un poco antes de la reunión y sabía que Molinos Hendrix era una empresa de crecimiento rápido. La energía eólica era popular, como lo eran los molinos. Después de los costes iniciales, los gastos eran mínimos. La energía eólica era una gran fuente de poder verde, sobre todo en zonas rurales.

Una atractiva veinteañera alzó la mirada. Llevaba unos vaqueros y una camiseta de manga larga y tenía el pelo corto y rubio.

– Hola -dijo con una sonrisa-. Debes de ser Charity Jones. Has quedado con Ethan a las once. Volverá en un segundo. Ha tenido que ir a hacer una entrega -arrugó la nariz mientras caminaba hacia Charity-. Siempre hay que hacer alguna entrega.

Cuando Charity le estrechó la mano, la mujer siguió hablando:

– Nevada Hendrix, la hermana de Ethan. Soy uno de los ingenieros.

– Un placer conocerte. Una ingeniera. La alcaldesa debe de estar decepcionada.

Nevada se rió.

– Cuando me licencié, Marsha me dijo que trajera a la ciudad todos los compañeros de clase que pudiera. Hasta el momento ninguno me ha seguido hasta aquí, pero sigo pidiéndoselo.

– Seguro que te agradecerá el esfuerzo.

Una puerta se cerró de golpe.

– Es Ethan -Nevada bajó la voz-. Está soltero, por cierto. Es uno de los pocos de la ciudad, por si te interesa.

– Ah, gracias -dijo ella no muy segura de cuál sería una respuesta correcta y educada. Tal vez en Fool's Gold no sobraran hombres, pero a Charity le habían puesto más solteros en su camino en el último mes que en los tres últimos años. Bueno, de acuerdo, sólo habían sido tres hombres, pero eran bastantes.

– ¿Llego tarde? -preguntó Ethan.

– Justo a tiempo -le respondió Charity. Ethan era alto, con ojos y cabello oscuros y muy guapo. No podía compararse a Josh, pero pocos mortales podían hacerlo.

Nevada los presentó y después volvió a su ordenador. Cuando estuvo detrás de Ethan, le levantó un pulgar a Charity.

– Tienes a tu hermana trabajando para ti. ¿Es esto un negocio familiar?

– Tres de seis -le dijo él indicándole que pasara a su despacho-. Mi hermano se ocupa de las ventas y yo superviso la fabricación, Nevada es nuestra ingeniera en prácticas.

– ¿Sois seis? -preguntó ella pensando que habría sido genial tener un hermano o una hermana y no sentirse tan sola.

– A veces me parecía que éramos veinte, pero estaba bien. Somos una familia muy unida.

– ¿Todos siguen en Fool's Gold?

– Uno de mis hermanos se mudó, pero las chicas están aquí -señaló uno de los grandes almacenes-. Ahí es donde almacenamos los componentes. No se quedan aquí mucho tiempo. Tenemos mucha más demanda de la que podemos satisfacer, ya que los molinos de viento se han hecho muy populares.

– Eso es lo que he oído -le dijo Charity-. Como te he dicho por teléfono, soy la nueva urbanista y estoy reuniéndome con todos los propietarios de negocios de la zona -además estaba interesada en su relación con Josh, pero dudaba encontrar el modo de sacarle el tema.

– ¿Qué sabes de molinos?

Ella pensó durante un segundo.

– ¿Que son muy altos?

Ethan sonrió.

– Es un buen comienzo. Vamos. Te llevaré a las oficinas de ventas y te mostraré qué hacemos aquí.

La oficina de ventas era otro edificio. Dentro había una maqueta de un molino de viento en funcionamiento, imágenes de distintas clases de molinos, maquinaria y varias pantallas de televisión apagadas.

– No te enseñaré la colección completa de DVD's. No, hasta que tengas un millón de dólares que quieras invertir.

– Esta semana no. Estoy pensando en comprarme una casa.

– ¿Tal vez cuando no tengas un presupuesto tan ajustado?

Ella se rió.

– Serás el primero en mi lista.

Ethan señaló las maquetas de los molinos.

– Esto es lo que construimos. Vienen en varios tamaños, el más grande genera seis megavatios de energía. Teniendo en cuenta que funciona a máxima velocidad las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, estamos hablando de suficiente electricidad generada para abastecer mil quinientas casas al año.

– ¿Estás de broma? ¿De uno de ésos? Todos deberíamos tener uno en nuestro patio.

– No te emociones tanto, eso se da bajo unas condiciones extremadamente óptimas. La realidad es un poco menos fácil de calcular. El viento no siempre sopla y los molinos hacen mucho ruido.

Encendió un interruptor y en una de las pantallas de televisión apareció una imagen de una aislada porción de desierto y un sonido de fondo que fue aumentando hasta volverse incómodamente fuerte.

– Esto se acerca a lo que es estar a unos quince metros.

Charity quería taparse los oídos.

– Bueno, vale, tal vez no es para tenerlo en el patio de casa.

Él pulsó otro botón y la imagen cambió para mostrar una gran variedad de molinos.

– Hay otras consideraciones -dijo-. En algunas zonas hace más viento que en otras y por eso utilizamos algo llamado «Densidad de Energía Eólica» para determinar el mejor emplazamiento para los molinos. También hay problemas con el reparto. Las torres suelen estar entre sesenta y noventa metros de alto. Las aspas tienen entre diecinueve y cuarenta metros de largo.

Intentó imaginárselo, pero no pudo. Ethan debía de estar acostumbrado a tratar con gente que no estaba relacionada con su negocio porque inmediatamente pulsó un botón y en la pantalla apareció el dibujo de un aspa junto a un hombre de un metro ochenta.

– El aspa gana -murmuró ella.

– Se mueve a unos doscientos sesenta kilómetros por hora. Siempre gana. Así que queremos un lugar relativamente aislado en el que podamos instalarlos y ofrecer el servicio. No demasiado cerca de la comunidad, aunque tampoco demasiado lejos. Mucho viento, pero no mucha fauna silvestre.

– Claro, los pájaros se golpean contra las aspas y mueren.

– Tenemos más problemas con los murciélagos.

Ella se quedó atónita.

– ¿Murciélagos? ¿No tienen un sonar que los permite ver cualquier cosa que se mueva en el cielo?

– Sí, pero las aspas en rotación producen un cambio en la presión -se detuvo-. No querrás saberlo. Digamos que las turbinas pueden tener un impacto negativo en la migración de murciélagos. Para cambiar eso, recomendamos a los propietarios que apaguen las turbinas durante las noches en las que el viento sopla lentamente.

– ¿Un ordenador hace eso, verdad?

– Puede hacerlo. Las mayores preocupaciones se dan durante el final del verano y a comienzos del otoño, cuando los murciélagos migran.

Tuvo la extraña sensación de que tenía algo en el pelo.

– Em, ¿los murciélagos migran?

Él asintió.

– Podría haberme pasado la vida sin saber eso.

– Quieren estar a tu lado tanto como tú quieres estar a su lado.

– Aja. Eso suena bien, pero no me lo creo. Creo que los murciélagos se echan muchas risas haciendo gritar a las chicas.

– Puede que sí. No había pensado en ello, pero podrías tener razón.

Él le enseñó un fragmento de un DVD y unas cuantas fotografías más antes de darle un mapa de la zona.

– Aquí está la granja de molinos más cercana -dijo él señalando el mapa-. Puedes ir conduciendo hasta allí si quieres verlos en persona. La zona está vallada, pero puedes acercarte bastante con el coche para hacerte una idea del tamaño y del ruido -sonrió-. Ve durante el día y así evitarás a los murciélagos.

– Tomo nota -dijo ella mientras agarraba el mapa-. Gracias. Aprecio toda la información.

Comenzaron a caminar hacia el edificio principal.

– ¿Te gusta la vida en una pequeña ciudad?

– Es genial, aunque sigo aprendiéndome el nombre de todo el mundo.

– Llevará un tiempo. Os he visto a Josh Golden y a ti juntos algunas veces.

Habló con un tono natural, desinteresado, pero ella pensaba que el comentario no lo era.

– No estamos juntos -se apresuró a decir-. Me ha enseñado una casa que sale al mercado y estamos juntos en un comité. Nada más.

Ethan se rió.

– Las mujeres no suelen hacer nada por evitar que las relacionen con él.

Ella se estremeció.

– No pretendo decir que no me cae bien -se detuvo-. No de esa forma…

Era casi verdad, se recordó. Querer tener sexo con alguien no era lo mismo que el hecho de que te gustara la persona. Las erráticas hormonas funcionaban a su antojo, mientras que su mente estaba más preocupada por las cualidades internas de un hombre.

– Ya… -dijo Ethan con unos ojos cargados de humor.

Ella suspiró.

– La celebridad local es todo un desafío. No sé qué decir.

Ethan la miró.

– No es un mal tipo.

– Pensé que no os llevabais bien -dijo ella antes de llevarse las manos a la boca-. Lo siento -farfulló dejando caer la mano-. La gente habla y a veces escucho.

– Lo comprendo. No te preocupes por ello -siguió caminando-. Lo que fuera que pasara entre Josh y yo sucedió hace mucho tiempo. ¿Alguna vez has ido a una carrera?

Ella negó con la cabeza.

– Siempre hay una multitud. Los ciclistas van en pelotones, tan juntos que el error más leve puede hacer que caigan prácticamente todos. Las velocidades son increíbles. En el tramo de la pendiente abajo, decir ochenta o cien kilómetros por hora no es imposible. Lo que me pasó no fue culpa de Josh. En realidad fui yo el que se chocó contra él, pero fui yo el que cayó.

– Entonces, ¿por qué no os habláis?

Ethan le sonrió.

– Eso tendrás que preguntárselo a Josh.

Llegaron al coche.

– Gracias por el tiempo -le dijo ella-. Gracias por el recorrido y por la lección sobre murciélagos.

– Cuando quieras.

Se despidió de ella y volvió al despacho.

Ethan caminaba con largas zancadas y sólo una leve cojera. Estaba soltero, era guapo y encantador… Y ella no sentía absolutamente nada en su presencia.


Josh alzó la mirada cuando Marsha y Pia entraron en su despacho. Eddie le hizo una señal con la mano desde su mesa y después le dio la espalda, como si estuviera diciendo en silencio que eso no era asunto suyo.

– ¿Lo has oído? -le preguntó Pia dejándose caer en una de las sillas delante de su escritorio-. Se ha cancelado una gran carrera de bicis y quieren encontrar una nueva ubicación. Acaban de llamarme. Es fantástico.

– Sí. Que una empresa tenga que cancelar un evento porque está perdiendo dinero es motivo de celebración -dijo Marsha con sequedad-. Tal vez el año que viene descubriremos que hay cierres de empresas y podamos celebrar fiestas.

Pia puso los ojos en blanco.

– Ya sabes lo que quiero decir. Está claro que no quiero que nadie pierda su trabajo, pero eso no tiene por qué ser malo para la caridad. No si alguien tiene que hacerse cargo, cosa que vamos a hacer nosotros -le dio a Josh una hoja de papel-. Sé qué estás pensando. Ya vamos a celebrar la Carrera hacia la Cura, pero ésa es para corredores. Y sólo dura un día. Esto es mucho más. Un gran evento, decenas de atractivos ciclistas y hoteles llenos. Están desesperados y ahí es donde entramos nosotros.

– ¿Nosotros quién? -preguntó él, haciéndose una buena idea de hacia donde iba la conversación.

– ¡La ciudad! -le dijo Pia con aire triunfante-. He estudiado los costes y las expectativas y sé que podemos lograrlo. Trasladaremos la carrera de bicis al completo a Fool's Gold. Es un fin de semana tranquilo, así que hay muchas habitaciones de hotel. Ya he tanteado y casi he reservado todas las habitaciones vacías desde Sacramento hasta aquí. Hoteles llenos. Ya sabes cómo nos encanta esto.

Marsha lo observó y él vio la preocupación en su mirada.

– La ciudad no puede cubrir todos los gastos -comenzó a decir él.

– Lo sé, pero ya estoy hablando con algunas empresas -le dijo Pia dejando una carpeta sobre la mesa-. Si sueltan el dinero del premio, vamos bien. El resto del trabajo pueden hacerlo voluntarios, ya sabes cómo le gusta a esta ciudad un nuevo proyecto. Sobre todo cuando ese proyecto te apoya.

«Otra vez con lo mismo», pensó él.

– ¿En qué sentido me apoya?

– Son carreras de bici, Josh -le dijo Pia-. Es lo tuyo. Estaba pensando en que tuviéramos un pequeño desfile y que tú fueras el gran mariscal. Después puedes entregar los premios en la meta. Ya sabes, la vieja guardia, la nueva guardia.

Bien. Porque el punto de interés sería entregar dinero en metálico a tipos con los que solía correr, tipos que seguían compitiendo.

– O incluso podrías competir -añadió ella guiñándole un ojo-. Podrías anunciar tu regreso, sería una gran inyección de publicidad. Es para los niños enfermos, Josh.

– Siempre lo es.

Marsha se inclinó hacia Pia.

– Creo que lo has asustado. ¿Por qué no le das un par de días para que piense en ello?

– De acuerdo, pero no tenemos mucho tiempo. Odiaría ver que alguna otra ciudad nos arrebata esta oportunidad.

– Eso sería muy malo -dijo Josh cuando Pia se levantó y se marchó. Centró su atención en Marsha-. ¿Qué crees?

– Pia es una chica lista.

– Quieres que se celebre la carrera.

Marsha lo observó.

– Quiero que te sientas cómodo con la decisión que tomes. Es una gran oportunidad, pero habrá otras.

Cuando había sido un niño y su madre lo había abandonado en la ciudad, había estado más solo y asustado de lo que estaría cualquier otro niño de diez años. Denise Hendrix lo había adoptado. Ethan se había convertido en su mejor amigo, había sido uno de siete niños en una familia feliz, ruidosa y cariñosa. Pero había habido momentos en los que no se había sentido como si de verdad encajara.

Cada vez que la vida en la casa Hendrix lo había sobrepasado, Marsha pareció saberlo. Se pasaba a verlo a última hora de la tarde y lo llevaba a cenar. En la tranquilidad de un restaurante local, él se sentía cómodo hablando de lo que fuera que lo inquietaba mientras ella escuchaba, en lugar de darle consejos, y la mayoría de las veces con eso bastaba.

Nunca habían hablado sobre lo sucedido durante la última carrera. Cuando había vuelto a Fool's Gold, ella le había dicho que se sentía mayor y frágil y había insistido en que él pasara la primera semana en su habitación de invitados. Pero no había logrado engañarlo. En Marsha no había ninguna fragilidad. Lo cierto era que no había querido que estuviera solo y él le había seguido la corriente.

Nunca habían hablado ni de la muerte de Frank ni del miedo de Josh, pero sospechaba que ella se lo había imaginado todo, y esa teoría quedó confirmada cuando ella dijo:

– Tienes una elección. Enfréntate a los demonios o sigue huyendo de ellos.

– No es tan sencillo.

– ¿Por qué no? Ethan resultó lesionado y tú seguiste adelante.

– Me sentí culpable -pero Marsha tenía razón. Él había salido adelante, aunque aquello había sido distinto. La muerte de Frank le parecía más culpa suya-. No hay modo de enfrentarse a ellos sin que la gente lo sepa.

– ¿Qué crees que sucederá si todo el mundo descubre la verdad sobre ti?

Mil cosas en las que no quería pensar.

– Deberías confiar más en nosotros -dijo ella levantándose-. Confía en quienes te queremos. Eres más que un famoso, Josh. Siempre lo has sido.

Tal vez, pero ¿era suficiente?

– Huir no ha funcionado hasta el momento -dijo Marsha mientras caminaba hacia la puerta- y puede que haya llegado el momento de que elabores un nuevo plan.


Robert invitó a Charity a su casa para cenar. Le prometió carne a las brasas y las mejores ensaladas que la cafetería de la esquina podía ofrecer. Charity esperaba que si salía con Robert y podían charlar sin presiones y sin la posibilidad de que ella viera a Josh al fondo de un restaurante, pudiera acabar sintiendo algo de interés por él.

Se podía ir caminando desde el hotel hasta su casa situada, ¡cómo no!, en un campo de golf. Las casas eran en su mayoría de dos plantas con ventanales y jardines delanteros bien cuidados. La de Robert no era una excepción, aunque parecía un poco más nueva y mejor conservada que las del resto de la manzana.

– Hola -dijo ella cuando Robert abrió la puerta-. He traído vino.

– Eso es algo que me encanta en una mujer -respondió Robert tomándole la mano y haciéndola entrar antes de besarla en la mejilla-. Estás guapísima.

– Gracias.

Llevaba una falda vaquera corta con sandalias de tacón alto y una camisola de seda en color melocotón. Comprar ropa había generado un interesante efecto dominó y así, cuando había empezado a prestarle atención a su aspecto, se había visto pensando en cosas como reflejos en el pelo y pedicuras. Pediría cita en la peluquería y ya de paso averiguaría si allí también podían arreglarle las uñas.

Había visitado un gran almacén de descuentos y había comprado un montón de maquillajes y cosméticos nuevos para probar, incluyendo un exfoliante de jazmín que había estado usando en la ducha. «¡Qué divertido es ser chica!», pensó mientras se preguntaba cómo podía haberse permitido olvidarlo.

– ¿Te la enseño? -le preguntó él.

– Me gustaría.

El piso principal tenía altos techos. El salón comunicaba con un comedor muy formal y ambos tenían muebles bonitos que parecían muy caros. La gran televisión y el equipo de sonido no habrían desentonado en una sala de cines. Había una pequeña barra de bar empotrada en un hueco junto al pasillo, y la cocina estaba en la parte trasera. El patio estaba lleno de macetas y tenía una gran barbacoa.

Él la abrió y sirvió dos copas. Una vez habían brindado y bebido, salieron al patio.

– Tienes un jardín impresionante -dijo ella-, aunque no sé mucho sobre plantas.

– A mi madre le gustaba escarbar en la tierra y comencé a ayudarla cuando era un niño. Puedo hacer que crezca prácticamente cualquier cosa, y eso es tanto una bendición como una maldición -señaló una docena de pequeños tiestos colgando de la valla; de cada uno asomaba una clase de planta distinta-. Hierbas aromáticas.

– ¿Las cultivas tú?

– Mi exprometida y yo lo hacíamos juntos. Plantábamos las semillas y después, cuando las cosas no funcionaron, no pude dejarlo. Seguían creciendo. No cocino mucho, así que no puedo darles uso y por eso cada unas pocas semanas, llevo bolsas a la oficina. Cuando tengas tu casa, podrás llevártelas y usarlas cuando quieras.

– Eso suponiendo que sepa cuáles son y qué puedo hacer con ellas.

– Hay libros para eso.

– Al parecer, tendré que encontrar pareja.

¿Lo pensaba sólo ella o era extraño mantener un huerto de hierbas nacido de una relación anterior? Sobre todo cuando Robert no las utilizaba…

Tal vez no fuera tan extraño, se dijo ella. Estaba claro que era un gran jardinero y eso estaba muy bien. No podía ser crítica si quería conocer mejor a ese hombre.

– ¿Tu madre tenía un jardín grande? -preguntó ella.

– Como un cuarto de acre. Mis padres eran mayores cuando nací y habían renunciado a tener un hijo. Al vivir en una ciudad pequeña no tuvieron acceso a un especialista en fertilidad. No sé por qué no adoptaron nunca.

Él le indicó que se sentara en una de las sillas de mimbre del patio y después se sentó a su lado.

– Estaban emocionados con la idea de tenerme, pero estaban un poco chapados a la antigua. No querían que me marchara de donde vivía para ir a la universidad, así que estudié allí. Después de graduarme y conseguir mi primer trabajo, viví en casa un tiempo. Para entonces papá ya se había ido y mi madre estaba teniendo problemas para desenvolverse sola.

– Fue muy amable por tu parte.

Él se encogió de hombros.

– Eran mis padres. Tenía que cuidar de ellos. Cuando mamá murió, decidí marcharme de la ciudad.

– ¿No tenías a nadie especial que te retuviera allí?

– No. No salía mucho con chicas. Mi madre prefería que pasara con ella el poco tiempo libre que me quedaba.

Al oír eso, una música de película de terror sonó dentro de su cabeza. Charity se dijo que Robert era simplemente uno de esos pocos chicos buenos que quedaban, pero no estaba segura de creerlo del todo. Ya había tenido bastantes desastres en el pasado como para no buscar señales de aviso. ¿De verdad estaba recibiendo algún aviso o simplemente estaba comparando a Robert con Josh?

Descubrir la verdad era todo un desafío dada su reacción física cada vez que veía a Josh. Ningún hombre podía competir con eso, pensó con tristeza. ¿Los Robert del mundo estaban destinados a quedar eclipsados por los que eran especiales?

– Me gusta vivir aquí -dijo él-. Sin complicaciones. Por lo menos no las había hasta que descubrimos que había desaparecido dinero.

Cierto. Los setecientos cincuenta mil dólares desaparecidos.

– Supongo que se llevará a cabo una investigación -dijo ella.

– Ya ha empezado. El Ayuntamiento va a traer a alguien para haga una auditoría de los libros de cuentas. Es mucho dinero.

– ¿Tienes idea de qué pudo pasar?

– Ni idea. Normalmente sé exactamente cuándo recibimos dinero del estado. Pero esta vez… -le dio un trago a su vino-. Pasa algo.

– La jefa de policía mencionó algo sobre un robo. Será que tenemos una oleada de crímenes en la ciudad.

– Dudo que estén relacionados -la miró-. Esos robos fueron de cantidades pequeñas, cosas de la tienda. El otro es importante y alguien irá a la cárcel -sonrió-. ¿Empiezo a hacer los bistecs?

– Claro. ¿Puedo ayudarte?

– Tú tan sólo mira y finge que admiras mi destreza con la barbacoa.

Ella se rió.

– Eso puedo hacerlo.


Tres horas después, Charity volvió caminando al hotel luchando contra la sensación de haber escapado por fin de una larga cena por obligación. Por mucho que intentaba pasarlo bien y conectar con Robert, no existía ninguna química entre los dos y tenían muy poco en común… Tan poco que el jardín de hierbas había resultado ser el tema central de la noche.

Robert era un hombre con muchas aficiones. Tenía una habitación llena dedicada a la Guerra Civil con maquetas a escala, diminutos árboles y casas que moteaban el paisaje cubierto de musgo. Le había mostrado los errores que se cometieron en la Batalla de Bull Run con efectos de sonido y hombres cayendo incluidos. Supuso que tenía mucho dinero invertido en esa afición.

Además tenía una gran colección de figuras de acción, todas ellas en sus cajas originales. Era como una versión de bajo presupuesto de la película Virgen a los 40, pero sin risas enlatadas. Había puesto muchas esperanzas en Robert que no iban a cumplirse. Incluso sin pensar en Josh, no habría podido enamorarse de un tipo que parecía más interesado en soldaditos de juguete que en la mujer que tenía al lado.

Entró en el hotel y se dijo que no tenía por qué sentirse hundida. Encontraría al hombre perfecto… algún día. Si seguía saliendo, al final acabaría conociéndolo, ¿verdad? Al menos estadísticamente, aunque tal vez no en la vida real.

Subió por las escaleras hasta su planta y giró para dirigirse a su habitación. Su chico misterioso estaba allí, en alguna parte. Sólo tenía que tener paciencia.


Josh salió al pasillo y casi se chocó con Charity.

Los dos se detuvieron es seco y quedaron demasiado cerca. Él pudo sentir su cálido aliento en su rostro y posó la mirada en su boca, que le hizo recordar cómo había sido el beso que habían compartido.

– ¿Qué tal te ha ido la noche?

– Bien. Genial. He cenado con Robert.

Josh no reaccionó de ningún modo.

– Es un buen tipo.

– Sí que lo es.

Ella hablaba en tono desafiante, alzando la barbilla como retándolo a llevarle la contraria. Sin embargo, Josh no lo haría, ya que, por lo que sabía de Robert, era un hombre íntegro, si bien algo extraño. Aunque, ¿quién era él para juzgar a nadie? Si Charity había encontrado a alguien, le parecía genial.

Pero no, no era genial, y saber que había salido con Robert lo enojó bastante.

No era sólo por Robert, admitió, sino por todo lo demás, por la carrera y por su incapacidad de hacer lo que de verdad quería. Sabía que debía subirse a la maldita bici y que al final acabaría superando el miedo, pero cada vez que lo intentaba, empezaba a sudar y le parecía que iba a desmayarse. Después tenía que parar y vomitar, y no era una imagen muy bonita ni una de la que sentirse orgulloso.

– No he salido con él por ti -le dijo ella.

– En ningún momento he pensado que fuera así.

– Bueno, yo te lo digo por si acaso.

– Vale -ahora sí que estaba enfadado-. ¿Has besado a Robert? Porque a mí sí que me besaste.

Ella se puso tensa y después miró a su alrededor como si no quisiera que nadie los oyera.

– Eso fue un accidente -le dijo en voz baja.

– Es verdad. Caíste en mis brazos y nuestras bocas chocaron.

Los ojos marrones de Charity se iluminaron de irritación.

– No eres para tanto.

Josh nunca había oído nada que pudiera ser más verdad, pensó mientras la agarraba de los brazos y la acercaba unos centímetros.

– ¿Quieres apostar? -le preguntó, justo antes de posar la boca sobre la de ella.

Durante un segundo, no pasó nada. Charity no reaccionó, y eso lo hizo sentir como un completo cretino. ¿En qué estaba pensando? Ése no era su estilo porque implicaba que le importaba lo que ella pensara y eso él ya no lo hacía, ya no se preocupaba por las relaciones.

Estaba a punto de echarse atrás y disculparse cuando ella lo rodeó por el cuello, separó la boca y lo besó como si él fuera su última esperanza de sobrevivir.

Donde antes había habido irritación y un vago deseo de demostrar algo, ahora había deseo nada más. La sangre le hervía. Puso las manos sobre su cara y la besó con intensidad, queriendo que se perdiera en el beso.

Ella se entregó al beso tanto como él y sus lenguas parecían estar retándose en duelo. Charity se acercó más y la excitación de él aumentó. Tal vez hacía mucho tiempo que no mantenía relaciones sexuales, pero estaba claro que no había olvidado las reacciones de su cuerpo. Deseaba a Charity y la deseaba ¡ya!

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