Cuatro

Josh dirigió el camino hasta un resplandeciente todoterreno negro, uno muy grande al que casi costaba subirse. Charity agradeció que su sencillo traje azul marino tapara sus rodillas y no fuera demasiado ajustado, porque ese estilo le permitió subir sin darles un espectáculo exhibicionista a los buenos ciudadanos que pudieran estar observándolos.

Josh subió a su lado con la agilidad de un atleta. Apoyó un brazo sobre la consola situada entre los dos y se acercó. Se acercó demasiado. Cuando ella tomó aire captó el aroma de su cuerpo, un cálido y masculino olor.

Era exactamente como los hombres que habían entrado y salido de la vida de su madre, pensó decidida a no dejarse hundir en el mismo dolor y tristeza que tantas veces había visto. Los hombres llamativos eran agradables de mirar, pero una apuesta horrible en lo que respectaba a las relaciones. ¿Cuántas veces le habían roto el corazón a su madre? ¿Diez? ¿Veinte? Era como si cada ciertos meses encontrara a alguien nuevo, alguien perfecto que le prometía todo para después dejarla destrozada.

Charity quería una pareja con la que poder ser feliz para siempre, alguien normal, y eso era algo que Josh jamás podría ser.

– ¿Qué te gustaría ver? -preguntó él con una voz baja y ligeramente sugerente.

Charity se obligó a mirar por el parabrisas del todoterreno y se dijo que estaba totalmente aburrida. Había miles de cosas en la oficina que requerían su atención, llamadas que hacer, planes que poner en marcha, listas que revisar y no había nada interesante en estar al lado de Josh.

Suspiró. Por lo menos cuando se mentía a sí misma, nadie le llevaba la contraria.

– Tú eres de aquí. Tú eliges la ruta.

– Bien, pero tendrás que ponerte el cinturón.

– Porque lo dicta la ley, ¿verdad? No vamos a subir una montaña ni nada.

Él se rió.

– No en la primera cita. Me gusta reservar lo más intenso para después para asegurarme de que puedes resistirlo.

Ella quería dejar claro que no era una cita, pero para eso tendría que hablar y las palabras de Josh le habían dejado la garganta seca.

Ese hombre era el encanto personificado, pensó mientras se preguntaba si sería un don divino o algo en lo que él tenía que trabajar. Seguro que era algo natural, seguro que ni siquiera sabía lo que provocaba entre las mujeres que lo rodeaban… y ella tampoco se lo diría.

Josh se incorporó al tráfico y se detuvo en un semáforo en una esquina.

– ¿Tomas la interestatal para entrar en la ciudad? -le preguntó él.

– Sí.

– ¿Has visto muchos lugares de la zona desde tu llegada?

– Sólo llevo aquí un par de semanas, no he tenido mucho tiempo.

– ¿No tienes los fines de semana libres?

– Mi primer fin de semana lo pasé preparándome pura la reunión con la universidad -se estremeció al pensar en lo desastrosa que había sido aquella mañana hasta que Josh había entrado en la reunión, había pronunciado las palabras mágicas y la había sacado del aprieto. No es que estuviera disgustada por el hecho de que se hubiera firmado el contrato, pero la actuación de Josh la había hecho sentirse mal con su trabajo… aunque tal vez eso era culpa suya.

– El fin de semana pasado estuve preparando mis reuniones de esta semana.

– Veo que se repite el mismo patrón. Tienes que salir más.

¿Estaba ofreciéndole salir con él? Porque lo deseaba desesperadamente, aunque era una estupidez porque tendría que negarse a cualquier clase de oferta que él le hiciera. Ese hombre no era beneficioso para su salud mental. Además, no podía olvidar que la otra noche había una mujer esperándolo en su habitación. Una mujer prácticamente desnuda que claramente guardaba la esperanza de que su noche tuviera un giro de lo más erótico. A Josh le gustaba jugar y Charity jamás había comprendido las reglas de esa clase de juegos.

Escribió una nota mental para recordarse que tenía que buscar información sobre Josh en Internet cuando volviera a su habitación esa misma noche y así el más mínimo encaprichamiento que tuviera con él quedaría destruido al conocer la realidad de su vida personal.

– Tengo pensado estar en Fool's Gold mucho tiempo -dijo-. Lo iré viendo todo con el tiempo.

Él giró dos manzanas antes del cartel que señalaba la interestatal y después se dirigió al oeste.

– Hay tres bodegas distintas que cultivan uvas en el valle -dijo él señalando los acres de viñedos que se extendían hacia el horizonte-. En su mayoría son Cabernet Sauvignon, Merlot y Cab Franc. Hay otras uvas para mezclas -le sonrió-. Y ahí terminan mis conocimientos sobre vinos. Si quieres saber más, hacen excursiones todos los fines de semana y empiezan en un par de semanas.

Mientras corrían por la autopista, Charity podía ver diminutos brotes en las ramas desnudas: la promesa de las futuras uvas.

– La mayoría de las bodegas abrieron hace unos años -continuó él-. Todo este valle cultivaba desde maíz hasta manzanas y con el tiempo los viñedos fueron ocupándolo. Tiene que ver con el suelo y el clima.

– Y con el dinero -apuntó ella-. Para muchos granjeros hay más beneficios en las uvas. El vino está en alza últimamente.

Él la miró.

– Impresionante.

Charity hizo todo lo que pudo por no sonrojarse.

– He hecho mis deberes antes de mudarme -se aclaró la voz-. Las bodegas están más cerca de la ciudad de lo que pensaba -dijo mirando hacia atrás para ver las montañas alzarse contra el cielo azul. Metió la mano en su bolso y sacó una pequeña libreta-. Es un gran recurso. Cualquier empresa que tenga pensado instalarse aquí tiene que hacer una de esas visitas por la zona -dijo más para sí que para él-. Ofrecen un gran atractivo para el comprador.

La ciudad tenía que tener alguna especie de folleto para promocionarse. Escribió otra nota mental para revisar ese punto cuando volviera y asegurarse de que las bodegas y los viñedos se mencionaban como era debido. Tal vez podría revisar el calendario de Pia. Tenía que haber algún festival de la uva o del vino.

– Las bodegas son sólo una parte -le dijo Josh-. También hay actividades de acampada y senderismo en verano y esquí en invierno. El hotel de la estación tiene un restaurante de cinco estrellas y una escuela de cocina. Vienen muchos turistas.

– Sabes mucho sobre la zona. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

– Crecí aquí. Me mudé cuando tenía diez años.

– Debió de ser muy agradable -dijo ella con cierta envidia-. Cuando yo era pequeña soñaba con quedarme en un mismo sitio, pero a mi madre le gustaba viajar.

Josh la miró con un brillo en sus ojos.

– ¿Te dijo por qué?

– Tenía muchas razones. Le gustaba la emoción de verse en un nuevo lugar, las posibilidades que podía ofrecerle. Solía decir que había nacido queriendo moverse, seguir adelante.

Y parte de los motivos que había tenido era que siempre había querido escapar de todo lo malo que le había sucedido antes y que, por lo general, se reducía a un hombre y al final de una relación.

Charity había querido a su madre, pero las constantes mudanzas no habían sido fáciles. Sobre todo porque Sandra se trasladaba según su humor sin importarle si a Charity le quedaban sólo unas semanas para terminar un trimestre o el año escolar.

– Crecí siendo siempre la chica nueva.

– ¿Eso te supuso un problema?

– No era nada extrovertida. Cuando había hecho amigos y empezaba a sentirme integrada, volvíamos a mudarnos.

– Te gustará Fool's Gold.

– Ya me gusta. Todos son muy simpáticos y abiertos.

Él hizo un par de giros y después se situaron de nuevo en dirección a las montañas.

Charity se sintió un poco más relajada. Estar cerca de Josh no la asustaba tanto, no si recordaba que tenía que respirar e ignorar la conexión que estaba surgiendo entre ellos.

Una gran camioneta venía en la otra dirección. Estaba llena de chicas en edad universitaria que bajaron las ventanillas y comenzaron a gritar y a saludar a Josh. Él les devolvió el saludo.

– ¿Son fans? -le preguntó ella al ver el coche pasar.

– Seguramente.

Charity se arriesgó y lo miró.

– ¿Es por lo de la bici, verdad?

La boca de Josh se encogió como si estuviera intentando no sonreír.

– Sí, por lo de la bici.

– ¿Porque eres un ciclista famoso?

– Lance Armstrong y yo.

– ¿Así que has participado en el Tour de Francia?

Él la miró.

– ¿Sabes qué es?

– Es una famosa competición de bicis. En Francia. Se desarrolla en partes o niveles o mangas o como se diga. Y hay un jersey amarillo.

– Es un buen comienzo -le dijo con tono algo burlón-. Y se dice «etapas», por cierto.

– No estoy tan puesta en deportes, pero por lo que he oído, eres digno de admiración.

Él enarcó las cejas, aunque no dijo nada.

– ¿Se puede vivir bien de ello? ¿De montar en bici?

– Se puede. El dinero del premio puede ser muy cuantioso. Un gran ciclista puede ganar hasta un millón.

– ¿De dólares?

– El Tour de Francia paga en euros.

– Es verdad -estaba sintiéndose algo mareada.

– Los patrocinadores ponen las sumas más importantes. Contratos multimillonarios -la miró-. Nos sí que pagan en dólares. O en yenes.

Un millón por aquí, un millón por allá. ¿De verdad importaba la moneda?

– Entonces, ¿tuviste mucho éxito?

– Podría decirse que sí.

– ¿Y vales millones?

– En un buen día, sí.

Como si el atractivo sexual, ese cuerpo increíble y su hermoso rostro ya no fueran suficientes.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó ella.

– ¿En el todoterreno o en Fool's Gold?

– En los dos sitios.

– Estoy enseñándote la zona porque Marsha me lo ha pedido y estoy en Fool's Gold porque vivo aquí. Me he retirado del ciclismo.

Ella se giró para mirarlo.

– ¿Retirado? Pero si apenas tienes treinta años.

– Es deporte para un hombre joven.

¿Cómo de joven? ¿Retirado? No parecía posible. Pensó si se habría lesionado, aunque no se lo preguntaría. Era algo demasiado personal.

– ¿A qué te dedicas ahora?

– Hago un poco de todo y me mantengo ocupado. Tengo unos cuantos negocios en la zona.

Ya estaban de vuelta en la ciudad y Josh conducía alrededor del lago donde había pequeños hoteles, unos cuantos hostales, restaurantes y casas de vacaciones. Al otro lado de la calle estaban las boutiques, una panadería y un parque.

– Angelo's tiene una comida italiana fantástica -dijo él señalando a la entrada de un gran restaurante-. Margaritaville tiene la mejor comida mejicana.

– ¿Se llama así por la canción de Jimmy Buffet?

– Por desgracia, sí. Evita pasarte con los margaritas a menos que seas una profesional. Acabarías cayéndote de espaldas.

– Gracias por el consejo, aunque yo soy más de tomarme una sola copa de vino.

Josh mencionó otros cuantos restaurantes, un par de bares y el restaurante para recoger la comida con el coche donde hacían las mejores patatas fritas y los mejores batidos. Todo ello la hizo alegrarse de haber aceptado el trabajo en Fool's Gold. Ojalá hubiera crecido en un lugar así, pensó con melancolía. Pero su madre habría odiado la ciudad, sobre todo el hecho de establecer vínculos y lazos.

A su madre le gustaba entrar y salir según le placía y siempre buscaba nuevas aventuras, sobre todo en lo que a hombres se refería.

Charity se había jurado que su vida sería diferente, que encontraría a alguien especial, se casaría y estaría con esa persona para siempre. Hasta el momento, no había tenido mucho éxito en ese aspecto, pero estaba decidida a seguir intentándolo.

En lugar de pararse a pensar demasiado en su asquerosa vida amorosa, preguntó:

– ¿Alguna vez habéis celebrado alguna carrera de bicis aquí?

– No. Se habló en una ocasión, pero no se llegó a hacer nada -miró por la ventanilla.

– ¿Y un acto benéfico para recaudar dinero para los niños?

– Ya no monto.

– ¿Nada?

Él negó con la cabeza.

Charity pensó que seguiría dando vueltas alrededor del lago, pero por el contrario Josh dio unos cuantos giros y antes de que ella pudiera darse cuenta de dónde se encontraba, ya estaban frente al ayuntamiento. El tiempo que habían pasado juntos había terminado bruscamente, como si ella hubiera hecho algo malo.

Y cuando él no apagó el motor, captó la indirecta.

– Gracias por el paseo -le dijo sintiéndose algo incómoda-. Muchas gracias por las molestias que te has tomado.

– De nada.

Ella vaciló, quería decir algo más, pero bajó del todoterreno y él se marchó sin pronunciar ni una palabra.

Charity se quedó en la acera mirándolo. ¿Qué había pasado? ¿Qué había dicho? Se sentía culpable aunque no estaba segura de por qué.

– Porque las hormonas no eran ya bastante complicación -murmuró con un suspiro.


La noche era fría y el cielo claro. No había luna que iluminara la carretera, pero eso no le importó a Josh. Se conocía cada bache, cada curva y no había peligro por parte de otros ciclistas porque él montaba solo. Tenía que hacerlo. Era el único modo de solucionar sus problemas.

A medida que subía la pendiente, pedaleaba con más fuerza, más deprisa, con la intención de acelerar su ritmo cardíaco y sentir la sangre bombear por su cuerpo, de quedar extenuado para poder dormir.

La oscuridad lo envolvía. A esa velocidad que llevaba lo único que oía era el sonido del viento y de los neumáticos sobre el pavimento. Tenía la piel fría y la camiseta mojada de sudor. Unas gafas le protegían los ojos y llevaba un casco. Aceleró hasta llegar a lo alto de la colina y al tramo de ocho kilómetros que lo llevaría de vuelta a la ciudad.

Esa era la única parte del camino que no le gustaba porque no había nada que lo entretuviera, nada que le mantuviera la mente ocupada y no le diera tiempo para pensar. Para recordar.

Sin querer, se vio de vuelta en Italia en la Milán-San Remo, o como los italianos la llaman, la Classica di Primavera, la Clásica de Primavera.

La carrera soñada para todo velocista, pero mortal para el velocista que no estuviera preparado para subir colinas. Era una de las carreras de un día más largas. Doscientos noventa y ocho kilómetros. Aquel año Josh se encontraba en la mejor forma de toda su vida y no podía perder.

Tal vez eso era lo que había salido mal, pensó mientras conducía más y más deprisa. Los dioses habían decidido que tanta arrogancia tenía que ser castigada, pero resultó que él no fue el único perjudicado.

Una carrera de bicis se basaba en las sensaciones: el sonido de la multitud, el del pelotón y el de la bici. Sentir la carretera, cómo ardían los músculos, el dolor del pecho al tomar aire. Un corredor o estaba preparado o no lo estaba y todo se reducía al talento, a determinación y a la suerte.

Él siempre había tenido suerte, tanto en la vida como en el amor… o mejor dicho en la pasión y el deseo… y en las carreras. Y aquel día había sido el más afortunado de todos.

Eso es lo que mostraron las fotografías. El destino había querido que alguien hubiera estado tomando imágenes de la carrera justo cuando sucedió el choque. Allí estaba la secuencia con total claridad. La primera bicicleta en caer y después la segunda.

Josh no iba en cabeza, había estado quedándose atrás deliberadamente para dejar que los demás se cansaran. Frank era joven, tenía veintipocos años, y ese era su primer año como velocista profesional. Josh se había esforzado al máximo para enseñar al joven, para ayudarlo. El entrenador de ambos le había dicho a Frank que hiciera lo que hiciera Josh y que así no se metería en problemas.

Su entrenador se había equivocado.

Las fotografías no captaron el sonido de aquellos momentos, pensó mientras iba cada vez más deprisa. El primero en caer había sido el chico situado a la derecha de Josh y él, más que oír lo que había sucedido, lo había sentido. Había sentido la intranquilidad en el pelotón y había reaccionado instintivamente, yendo primero a la izquierda y después a la derecha en un intento de separarse. Sólo había pensado en él; en aquel segundo se había olvidado de Frank, del chico inexperto que haría lo que él hiciera… O moriría intentándolo.

Iban a una velocidad de sesenta y ocho kilómetros por hora y en esas condiciones cualquier error supondría un desastre. Las imágenes mostraban la bicicleta situada junto a la de Frank chocándose contra él. Frank había perdido el control y había salido volando por los aires. Había caído sobre el pavimento a sesenta y cuatro kilómetros por hora. Se le partió la columna, se le desgarraron arterias y murió en cuestión de segundos.

Josh no recordaba qué le había hecho mirar atrás y romper una de las reglas más estrictas del ciclismo. Nunca hay que mirar atrás. Había visto a Frank salir volando con una inesperada elegancia de movimientos y durante un segundo había visto el miedo en sus ojos. Después, el cuerpo de su amigo había caído contra el suelo.

En ese momento se hizo un silencio. Josh estaba seguro de que la multitud había gritado, que los otros ciclistas habían hecho algún ruido, pero lo único que oyó él fue el sonido de su propio corazón latiendo en sus oídos. Se había dado la vuelta rompiendo la segunda regla del ciclismo. Había bajado de su bici y había corrido hasta el chico tendido en el suelo tan quieto. Pero ya era demasiado tarde.

Desde entonces, no había vuelto a participar en carreras. No podía. Había sido incapaz de entrenar con los miembros de su equipo. No por lo que ellos habían dicho, sino porque estar en el pelotón prácticamente lo hacía explotar de miedo.

Cada vez que se subía a su bici, veía el cuerpo de Frank tendido en el suelo. Cada vez que comenzaba a pedalear, sabía que él sería el siguiente, que la caída se produciría en cualquier momento. Se había visto obligado a tomarse un permiso de ausencia y a retirarse después dando la excusa de que estaba abriéndoles camino a los miembros más jóvenes del equipo, pero sospechaba que todo el mundo sabía la verdad: que ya no tenía agallas para seguir con su carrera.

Incluso ahora, únicamente montaba solo, en la oscuridad, donde nadie pudiera verlo. Donde nadie más que él pudiera resultar herido. Se enfrentaba a sus demonios en privado como los cobardes.

Ahora, según las luces de la ciudad se aproximaban y brillaban más, fue aminorando la marcha. Poco a poco, los fantasmas del pasado se disiparon hasta que fue capaz de volver a respirar. El entrenamiento había llegado a su fin.

Al día siguiente por la noche volvería a hacerlo: montaría en la penumbra, esperaría al último tramo y entonces reviviría lo sucedido. Al día siguiente por la noche volvería a odiarse a sí mismo sabiendo que si aquel día hubiera ido delante, Frank seguiría vivo.

Se salió de la carretera principal para dirigirse a un cobertizo situado detrás de la tienda de deportes que tenía. Entró y le dio un buen trago a la botella de agua que se había llevado. Después se quitó el casco, se puso los vaqueros y una camiseta y se cambió sus zapatillas por unas botas.

Estaba sudoroso y sonrojado cuando volvió al hotel. Si alguien lo veía pensaría que volvía de alguna cita nocturna y le parecía bien que lo imaginaran.

En cuanto al hecho de estar con una mujer… no había estado. No en casi un año. Después de su divorcio, se había acostado con algunas mujeres, pero no había encontrado placer en ello. Era como si no se le permitiera experimentar nada bueno; era como una penitencia por lo que le había sucedido a Frank.

Volvió al hotel caminando. Le pediría la cena al servicio de habitaciones, se daría una ducha y esperaría poder dormir.

Una vez en el vestíbulo evitó mirar a nadie de camino a las escaleras.

– ¡Ey, Josh! ¿Alguien que yo conozca?

Josh miró al hombre que le había hablado y lo saludó, pero siguió caminando. En ese momento no quería hablar con nadie.

Mientras subía notó que alguien bajaba las escaleras. Miró a su izquierda y vio a Charity que, por una vez, no llevaba uno de esos vestidos de señora mayor y chaquetas rectas, sino unos vaqueros y un jersey rosa. Con ello, pudo apreciar por encima unas largas piernas, una cintura fina y unos impresionantes pechos antes de alzar la mirada para encontrarse con unos fríos ojos.

Le gustaba Charity, la encontraba atractiva, inteligente y divertida. Bajo otras circunstancias, si fuera otra persona, la desearía.

No, eso no era así. Ya la deseaba. Si las cosas fueran diferentes, haría algo al respecto, pero no podía. Ella se merecía algo mejor.

Sabía lo que estaba pensando, lo que todo el mundo pensaba y eso era mejor que la verdad, se dijo cuando le lanzó una sonrisa y siguió caminando.


Charity odiaba sentirse como una estúpida, sobre todo cuando la única culpable era ella. Se había pasado el fin de semana trabajando porque era el único modo de dejar de pensar en Josh. Si no estaba distraída, se enfrentaba a un puñado de preguntas, todas ellas diseñadas para volverla loca.

Estaba cautivada por él de un modo que jamás habría esperado, de una forma que no le resultaba nada propio en ella y con una cierta obsesión. Pero no pasaba nada, con el tiempo lo superaría y se olvidaría de él. Durante el paseo que habían dado por la ciudad el viernes anterior, lo había pasado bien a su lado y se había mostrado divertido y encantador, lo cual era positivo. Pero algo había sucedido durante el paseo en coche. Él había cambiado y ella se había sentido frustrada al pensar que había hecho algo mal. Porque no lo había hecho. Eso lo sabía, aunque le costara hacérselo creer a sus hormonas que se habían pasado todo el fin de semana suspirando con dramatismo, deseando ver a ese hombre en cuestión. El viernes por la noche él había vuelto al hotel acalorado, cubierto de sudor y con un aspecto muy sexy que implicaba que había estado con alguien. Ni siquiera meterse en Internet y ver decenas de fotografías de él con otras mujeres la habían ayudado.

Podía entender estar coladita por un chico si hubiera estado en el instituto, pero tenía veintiocho años y ésa era una edad en la que se podría esperar un poco de madurez. Después de todo, en el pasado había tenido muchos desastres amorosos con hombres normales y simpáticos; hombres en los que había pensado que podía confiar. Si se había equivocado tanto con ellos, enamorarse de Josh no podía calificarse más que como una estupidez.

Poco antes de las diez del lunes por la mañana, Charity llenaba su taza de café y volvía a la gran sala de juntas de la tercera planta para celebrar su primera reunión en el ayuntamiento.

Ya había como una decena de personas sentadas alrededor de la mesa, todas ellas mujeres a excepción de Robert. Saludó a la alcaldesa, sonrió a Robert, y después tomó asiento.

Marsha le guiñó un ojo.

– Somos un poco menos formales que la mayoría de reuniones del consejo a las que habrás asistido, Charity. No seas dura con nosotros.

– No lo haré. Lo prometo.

– Bien. Bueno, ¿a quién no conoces? -le preguntó Marsha mientras se paseaba alrededor de la mesa presentando a todo el mundo.

Charity prestó atención mientras hacía todo lo posible por recordar los nombres. Pia entró corriendo cuando faltaba un minuto para que dieran las diez.

– Lo sé, lo sé -dijo con un gruñido-. Llego tarde. Buscad a otro para que os prepare las fiestas -se sentó al lado de Charity-. Hola. ¿Qué tal te ha ido el fin de semana? -le susurró.

– Bien. Tranquilo. ¿Y a ti?

Pia comenzó a pasar finas carpetas con una fotografía de la bandera estadounidense en la portada.

– He trabajado en las celebraciones para el Cuatro de Julio. Estaba pensando que podríamos mezclarlo este año y tener el desfile y la fiesta el día ocho.

Alice, la jefa de policía, volteó los ojos, pero la mujer que tenía a su lado, y que Charity pensó que podría llamarse Gladys, dejó escapar un grito ahogado.

– Pia, no puedes hacer eso. Es una fiesta nacional con una tradición que se remonta más de doscientos años atrás.

– Está bromeando, Gladys -dijo Marsha antes de suspirar-. Pia, no intentes hacerte la graciosa.

– No lo hago. Me sale de manera espontánea, igual que un estornudo.

– Pues saca un pañuelo de papel y contenlo -le dijo Marsha con firmeza.

– Sí, señora -Pia se inclinó hacia Charity-. Últimamente está de lo más mandona. Incluso Robert tiene miedo.

La mirada de Charity se posó en Robert, que parecía más animado que asustado. Él la miró y sonrió. Ella le devolvió la sonrisa esperando alguna clase de reacción, un destello en la mirada, un susurro, una ligera presión que pudiera interpretarse como un cosquilleo.

Pero no hubo nada.

– Esta mañana tenemos mucho trabajo -dijo Marsha-. Y un visitante.

– Visitantes -dijo otra mujer-. Eso siempre me hace pensar en las viejas series de ciencia ficción. Los visitantes. ¿No eran serpientes o lagartos debajo de su piel humana?

– Hasta donde yo sé, nuestro visitante es humano -dijo Marsha.

No había duda de que la alcaldesa era una mujer de paciencia infinita, pensó Charity mientras la reunión se desarrollaba y pasaban de un tema a otro.

– Ahora hablemos de la carretera que está volviéndose a pavimentar junto al lago -dijo Marsha-. Creo que alguien tiene preparado ese informe.

Trataron distintos temas. Charity hizo un breve resumen de la reunión con la universidad y el hecho de que la carta de intenciones hubiera sido firmada. Pia habló sobre la celebración del Cuatro de Julio que, en efecto, tendría lugar en la fecha apropiada y después tuvieron un descanso de cinco minutos.

Robert se levantó y se marchó. La puerta apenas se había cerrado tras él cuando Gladys se apoyó sobre la mesa para dirigirse a Charity.

– Saliste con Josh el otro día.

Charity no sabía si esas palabras eran una afirmación o una acusación.

– Nosotros… eh… Me llevó a dar una vuelta por la ciudad. La alcaldesa propuso la idea.

Marsha sonrió serenamente.

– Sólo intentaba hacer que te sintieras bienvenida.

– Pues no enviaste a Josh a que viniera a verme a mí -se quejó Gladys.

– Tú ya te sientes cómoda en la ciudad.

– ¿Cómo fue? -preguntó otra mujer. Era pequeñita, guapa y tendría unos cuarenta y tantos. ¿Renee, tal vez? ¿O se llamaba Michelle? Sonaba a francés, pensó Charity, deseando haber anotado los nombres a medida que iban diciéndolos.

– Lo pasé muy bien viendo toda la zona -dijo Charity-. Los viñedos son preciosos.

– No me refiero al paseo -dijo Renee/Michelle-, sino a Josh. Eres soltera, ¿verdad? ¡Oh! ¡Cuánto me gustaría pasar un rato dedicado exclusivamente a él!

– Algunas veces por la noche lo veo caminando por la ciudad todo acalorado y sudoroso -dijo Gladys con un ligero gemido.

– Lo sé -añadió alguien más.

Renee/Michelle miró hacia la puerta, como comprobando si Robert podía oírlas.

– Una vez vino al spa -se giró hacia Charity-. Regento un spa en la ciudad. Deberías venir a que te diera un masaje algún día.

– Um, claro -no podía creer que estuvieran hablando así de Josh.

– Quería que le hiciera la cera -continuó Renee/Michelle dirigiéndose a Charity-. Todos se depilan con cera para evitar la fricción del aire -volvió a centrar su atención en el grupo-. Estaba sobre la camilla con esos diminutos calzoncillos. Oh, ¡madre mía!, lo único que puedo decir es que esos rumores sobre su equipamiento no exageran.

Renee/Michelle se echó atrás en su silla y respiró hondo.

– Esa noche mi marido tuvo el mejor sexo de su vida y nunca supo por qué -se abanicó con la mano.

Robert volvió a entrar en la sala con una lata de refresco en la mano. Miró alrededor de la mesa y suspiró.

– Estáis hablando de Josh, ¿verdad?

Charity resistió la tentación de retorcerse de vergüenza en su silla.

– Claro -dijo Pia-. No podemos evitarlo.

Charity quería decir que era un chico más, pero temía que pudieran pensar que tenía algo que ocultar.

– Es el hombre -dijo Robert sacudiendo la cabeza.

– Un gran inversor del este vino queriendo abrir una escuela o un campamento de ciclismo -dijo Gladys-, pero Josh no accedió. Dijo que no explotaría su fama de ese modo.

La mayoría de las mujeres en la sala suspiraron.

Charity pensó que probablemente no había accedido porque eso implicaría que no tendría tantas horas libres para holgazanear. Si había alguien especial, ése era Robert, no Josh. Robert era un tipo normal que trabajaba honestamente aunque su labor pasaba desapercibida. Claro que Josh era famoso y un gran atleta, pero no era un dios por mucho que sus hormonas intentaran decirle lo contrario.

Marsha se puso sus gafas de leer.

– ¿Podríamos volver al tema que teníamos entre manos? -dijo ella con una calmada voz que inmediatamente acalló el resto de voces-. Tiffany vendrá en cualquier momento y preferiría estar discutiendo algo importante cuando llegue.

– ¿Tiffany? -preguntó Alice, la jefa de policía-. ¿En serio?

– Tiffany Hatcher -dijo Marsha mientras leía el papel que tenía delante-. Tiene veintitrés años y está sacándose el doctorado en Geografía Humana. Y antes de que me lo preguntéis, sí, he buscado información en Internet. Estudia por qué la gente se instala donde lo hace. En otras palabras, está estudiando por qué no tenemos suficientes hombres en Fool's Gold.

Todas las mujeres se miraron y Robert se rió.

– Me tenéis a mí.

– Y por eso te estaremos eternamente agradecidas -le dijo Gladys-, pero eres un solo hombre.

– Hago lo que puedo.

Charity intentó no reírse. Él la miró y sonrió.

Marsha sonrió.

– Por mucho que me gustaría no airear nuestro problema, eso no va a pasar. Tiffany está muy emocionada con la oportunidad de publicar su tesis cuando esté terminada, así que todo el mundo lo sabrá.

– A menos que nadie lo lea -dijo Alice.

– No creo que vayamos a tener tanta suerte -respondió Pia-. Los hombres, o una escasez de ellos, es un tema sexy y a los medios les encantan esos temas.

– ¿Cómo puede ser sexy una escasez de hombres? -preguntó Gladys.

Justo en ese momento alguien llamó a la puerta tímidamente. Charity se giró y vio a una diminuta joven de pie en la entrada de la sala. Marsha había dicho que era una veinteañera, pero perfectamente podía haber pasado por una niña de trece. Tenía unos ojos grandes, el cabello largo y oscuro y una expresión seria y concienzuda que le dijo a Charity que sería un gran fastidio con sus preguntas.

– Su secretaria me ha dicho que pasara directamente -dijo Tiffany con tono de disculpa.

– Por supuesto, querida -respondió Marsha levantándose-. Estábamos esperándote. Es Tiffany y va a escribir una tesis sobre por qué los hombres se marchan de Fool's Gold.

– En realidad sois sólo un -dijo Tiffany con una voz tan diminuta como ella.

– Qué suerte tenemos -le susurró Charity a Pia.

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