Josh estaba sentado en la barra dando un trago a su vaso de agua. Faltaban tres días para la carrera y nunca en su vida se había sentido en tan buena forma. Sus cuidadosamente diseñadas rutinas de entrenamiento habían tonificado sus músculos y afilado sus reflejos. Había hecho el trabajo y ahora lo único que necesitaba era tener un poco de suerte.
– Para ser un tipo considerado casi como un héroe, no se te ve muy feliz -le dijo Jo-. ¿Quieres hablar de ello?
Él sacudió la cabeza y siguió mirando la barra.
Jo miró a su alrededor como para asegurarse de que nadie podía oírlos y se inclinó hacia él.
– Lo harás, Josh. Te he visto entrenar. Has estado en el medio del pelotón y no has tenido ningún problema. Eres bueno, tienes que creer en eso.
Él alzó la cabeza lentamente para mirar a la mujer que tenía delante y que lo miraba con afecto y comprensión.
– ¿Qué has dicho?
– Sé que has estado un tiempo asustado, pero lo lograste, venciste a tu miedo. No creo que yo pudiera haberlo hecho y pasar por lo que tú has pasado. Yo no, pero tú sí.
La verdad lo golpeó con fuerza y se le secó la boca.
– ¿Lo sabías?
– ¿Que ya no podías competir? Me parecía muy peligroso que salieras a montar a última hora de la noche, pero supongo que era el único modo que tenías para superarlo, ¿verdad?
Se sintió expuesto y un poco estúpido.
– ¿Lo sabías? -repitió.
– Eh, sí.
Él tragó saliva y se puso derecho.
– Deja que adivine, todo el mundo lo sabía. Toda la ciudad.
– No todo el mundo, pero sí la mayoría. No queríamos hablar de ello porque necesitabas tener tu espacio y asumirlo.
Revivió en su mente los dos últimos años y recordó las precauciones que había tomado para esconder su bici, cómo había montado en la oscuridad por vergüenza a hacerlo a la luz del día. Recordó cómo habían bromeado todos con eso de que volvía de estar con alguna chica cuando habían sabido perfectamente lo que había estado haciendo.
No sabía si meterse bajo tierra o sentirse agradecido.
– Estabas confuso -dijo Jo.
– Es una forma de decirlo.
Ella sonrió.
– Eres uno de los nuestros. Te queremos -su sonrisa se hizo más amplia-. Hablo en general, claro. No quiero que Charity venga y me dé una paliza.
– ¿Crees que podría contigo?
– El amor provoca reacciones muy interesantes en las mujeres. Les da fuerza.
Tal vez, pero él no estaba seguro de que Charity lo amara tanto como decía y es que estaba claro que no lo comprendía. Él no quería ser el chico del póster, sólo quería ser él mismo y tenía que competir en esa carrera para demostrarse que podía hacerlo. Después, seguiría con su vida.
Un par de chicos terminaron su partida de billar y, antes de marcharse, le gritaron:
– ¡Buena suerte el sábado, Josh!
– Gracias.
– ¿Estás bien? -le preguntó Jo.
Él asintió.
Cuando era pequeño, Fool's Gold lo había acogido y esa ciudad seguía estando a su lado de una forma que ni siquiera él había sabido. Quería saber cuánto les debía a todos, quería decirles que eran su familia.
Quería quedarse allí, estar allí con Charity. Quería casarse con ella. Cuando la carrera terminara, volvería a explicárselo y se lo haría entender. Por fin había encontrado a la mujer con la que estaba destinado a estar y no pensaba dejarla escapar.
La mañana de la carrera amaneció cálida y brillante. Charity se mantuvo ocupada en su habitación hasta que llegó la hora de reunirse con Marsha y después bajó al vestíbulo.
Mary, la recepcionista, la saludó.
– ¿Aún estás saltando de alegría por la construcción del hospital?
– Es una noticia fantástica -dijo Charity haciendo todo lo posible por sonar animada-. Para todos.
– Mi hermana pequeña quiere ser enfermera y está emocionada.
– Me alegro.
– ¿Vas a ir a ver la carrera? Josh ganará.
Charity sonrió y siguió caminando. No, no vería la carrera. Estaría presente cuando empezara, como parte de las autoridades de la ciudad, pero después se marcharía. ¿De qué le serviría quedarse?
Josh dijo que necesitaba ganar y Charity sabía que si perdía, seguiría intentándolo y que si ganaba se dejaría arrastrar de nuevo por ese mundo. Ella, por el contrario, era una persona corriente, así que, ¿cómo podría competir contra la inmortalidad de la fama?
Aceleró el paso queriendo llegar a casa de Marsha antes de que alguien se parara a hablar con ella. Casi todo el mundo se dirigía a la zona donde comenzaría la carrera y miles de visitantes abarrotaban las calles, así que no tuvo mucho que hacer aparte de sonreír y colarse entre los grupos de gente que se arremolinaban.
– ¡Qué cantidad de gente! -le dijo Marsha cuando llegó-. Todos los hoteles están completos y los restaurantes están llenos. Va a ser un buen fin de semana.
– Me alegro -respondió Charity siguiendo a su abuela hasta el salón.
Habían quedado en ir juntas, pero en lugar de agarrar el bolso y las llaves, Marsha fue hacia el sofá. Charity vio varios álbumes de fotos sobre la mesita de café.
– ¿Qué son?
– Sólo viejas fotografías. No te preocupes, tardaremos un segundo.
Charity se sentó.
– ¿Son de mi madre? -preguntó no segura de querer pasar la mañana viendo a Sandra.
– No exactamente -Marsha se sentó a su lado y abrió el primero, donde había varias fotos de un niño con muletas.
Charity reconoció a Josh de inmediato porque su sonrisa seguía siendo la misma. Absolutamente atrayente. ¿Tendría su hijo la misma sonrisa?
– Recuerdo la primera vez que lo vi al otro lado de la calle. Se movía muy despacio. Estoy segura de que le dolía dar cada paso, pero no se quejaba. No recordaba mucho de la caída y su madre no le hablaba de ello.
Pasó la página y en las siguientes fotos Josh aparecía solo o acompañado de un niño.
– Cómo ha cambiado -dijo Charity consciente del paso del tiempo.
¿Cómo estaría sintiéndose Josh en las horas previas a la carrera? ¿Estaría cansado? ¿Tenso? ¿Seguro de sí mismo? Había logrado vencer sus miedos y aunque eso significara que la abandonaría, ella esperaba que ganara porque era lo que él quería y ella lo amaba.
– Su madre alquiló una habitación en un motel lleno de bichos y donde se alquilaban camas por horas. Hace tiempo que lo derribaron -pasó de página-. Nunca llevaba almuerzo al colegio ni tenía dinero para comprarlo y el director me contó que se sentaba en una esquina de la cafetería sin mirar a los demás alumnos. Debía de estar hambriento.
A Charity se le encogió el estómago.
– ¿No le daba de comer?
– No lo suficiente. Lo arreglamos todo para que pudiera tomar una comida caliente al día y eso lo ayudó mucho. Se le veía alegre y se mostraba simpático. Le gustaba ir a la escuela y todos los niños lo apreciaban. Concerté una cita con su madre para decirle que quería ayudar, pero cuando me presenté en el motel, ella se había ido. Josh estaba en el aparcamiento. Dijo que su madre había ido a comprar, pero que volvería. Llevaba tres días esperándola.
A Charity empezaron a arderle los ojos y en esa ocasión no hizo nada por contener las lágrimas, sobre todo porque aquel Josh de diez años bien las merecía.
– ¿Cómo pudo hacer eso?
Marsha se encogió de hombros.
– No puedo entenderlo. Lo que pasó después, ya lo sabes. Él se fue a vivir con la familia Hendrix y comenzó a montar en bici como parte de su rehabilitación -cerró el álbum y miró a su nieta-. No ha olvidado lo que pasó ni el hecho de que su madre lo abandonara sin más. Cree que lo hizo porque él no era un niño sano, porque no era perfecto.
Al contrario de lo que veía todo el mundo, Josh pensaba que no valía nada y por eso sentía la necesidad de demostrar algo.
Charity se levantó y se llevó las manos al pecho.
– ¡Oh, no! Tiene que participar en la carrera, ¿verdad? No se trata de ganar, aunque eso sería genial. Se trata de curarse, de aliviar tanto sufrimiento.
Charity se secó las lágrimas.
– Le dije que si competía, no estaría con él. Le dije… -se cubrió la cara-. ¿Por qué he sido tan estúpida?
– Ésa es una pregunta que los enamorados llevan haciéndose miles de años.
A pesar de cómo se sentía, Charity se rió.
– ¿Así pretendes ayudarme?
– ¿Te sientes mejor?
– No lo sé. ¿Es demasiado tarde?
– ¿De verdad crees que una discusión va a hacer que Josh se desenamore de ti?
– No, pero he hecho que se sienta mal. Tiene que competir, ¡claro que sí! No va a irse a ninguna parte, ¿por qué no he podido verlo?
– A lo mejor antes no habías tenido nadie en quien creer.
Y era verdad, no lo había tenido. Hasta ahora.
– Creo en ti -le dijo a su abuela-. Te quiero.
Marsha sonrió.
– Yo también te quiero. Y ahora, ¡vamos!, me parece que tenemos que ir a ver una carrera.
Charity asintió y salieron corriendo de la casa. Había hordas de personas incluso en esa tranquila calle del barrio residencial. Marsha marcó el camino abriéndose paso entre la multitud y atajando por limpios callejones.
– No te preocupes -le dijo su abuela-. Tenemos mucho tiempo. No pueden empezar la carrera sin mí.
Cuando salieron a la calle principal, se vieron entre una masa de entusiastas ciclistas.
Marsha se giró y señaló.
– La carrera empieza allí. Ponte la identificación del Ayuntamiento y así podrás situarte en el punto de salida -miró su reloj-. Tienes cinco minutos antes de que pronuncie un pequeño discurso y Pia dé comienzo a la carrera.
Charity la abrazó.
– Muchas gracias.
– Te adoro, cariño. Ahora, ¡corre!
Charity se abrió paso entre familias y parejas colándose por los huecos más diminutos y disculpándose cada vez que se chocaba con alguien. Brillaba un sol radiante y hacía calor. ¿Cómo podía alguien montar en bici con un tiempo así?
A base de empujones y movimientos rápidos llegó al punto de salida, donde la multitud era aún mayor y había barricadas para contener a la gente.
Se acercó a una ayudante de la sheriff y le sonrió mientras le mostraba su identificación.
– Hola, soy Charity Jones. Soy…
La joven sonrió.
– Sé quién eres. Has logrado que traigan el hospital y tendrá un ala especial de pediatría. Mi primo tiene cáncer y será genial no tener que conducir hasta tan lejos para que lo atiendan.
– Es fantástico. Eh, ¿puedes ayudarme a pasar?
– Claro.
La chica apartó la barricada y Charity corrió hacia el punto de salida.
Habían trazado una línea en el suelo de la calle y allí se congregaban las cámaras de televisión, periodistas, fotógrafos y los ciclistas.
Charity vio a Josh. Gritó su nombre, pero el sonido de su voz se perdió entre la multitud. Miró a los demás ciclistas y supo que no podía ponerse en medio de todos y mantener una conversación privada.
Los altavoces chirriaron y entonces se oyó la voz de Marsha. No había mucho tiempo.
Se subió a la acera y en ese momento Josh se giró y la vio.
Llevaba gafas de sol, así que no pudo ver su expresión, pero antes de que Charity llegara a decidir qué hacer, él estaba desplazándose sobre su bici entre el resto de competidores y dirigiéndose hacia ella.
– No tenemos mucho tiempo -le dijo Charity después de echar a correr hacia él-. Sé que estoy distrayéndote, pero tenía que venir y decirte que estaba equivocada. Me equivoqué al decirte que no compitieras, al decirte que no estaría contigo si lo hacías. Te quiero, Josh. Éste eres tú y si de verdad me quieres y quieres estar conmigo, entonces me siento la mujer más feliz y afortunada del mundo.
Él se quitó las gafas y ella vio el amor ardiendo en sus ojos.
– ¿Lo dices en serio?
– ¡Claro! Iré a donde sea, con tal de que estemos juntos siempre -miró hacia la línea de salida-. Será mejor que te prepares para la carrera.
– ¿Y si no gano?
– Entonces seguirás intentándolo hasta que lo hagas.
Él se agachó y la besó.
– Te quiero, Charity.
– Yo también te quiero.
Josh volvió junto al pelotón, ella dio un paso atrás y segundos más tarde se oyó el pistoletazo de salida que dio comienzo a la carrera.
Pia acompañaba a Charity mientras veían la carrera lo mejor que podían. El sol estaba alto en el cielo, cada vez hacía más calor y Charity empezó a preocuparse.
– ¿Crees que estará bebiendo lo suficiente? Hace mucho calor.
– Está bien. Es un atleta profesional. Toma, un taco. Te sentirás mejor.
– No puedo comer mientras Josh está compitiendo.
– ¿Crees que pasar hambre lo ayudará?
– Tal vez.
Pia suspiró.
– Espero no enamorarme nunca. La gente se vuelve idiota.
Charity sonrió.
– Pero merece la pena.
– ¡Como que voy a creérmelo!
Cuando el recorrido llevó a los ciclistas hasta la montaña, Charity y Pia fueron hacia el parque para esperar allí a que terminara la última etapa de la carrera. Su identificación permitió que pudieran estar cerca de la meta donde Charity esperó intranquila, deseando que Josh estuviera bien y que fuera pateando traseros a su paso.
Ahora comprendía que él necesitaba esa victoria y no para tener otro trofeo, sino porque tenía algo que demostrarse.
Un grito ahogado de la multitud le dijo que ya se habían visto a los ciclistas que iban en cabeza. Fue hasta el borde de la calle y se inclinó hacia delante todo lo que pudo para ver mejor.
Un solo hombre dobló una esquina. Iba rápido como el viento, pedaleando con facilidad, como si no le supusiera ningún esfuerzo. Como si hubiera nacido para eso.
E incluso con casco y gafas oscuras, lo reconoció y gritó su nombre.
Él alzó la cabeza.
Ella lo saludó con la mano, riendo, esperando a que pasara por delante de ella como una flecha. Pero él aminoró la marcha y se detuvo enfrente.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó cuando él plantó el pie en el suelo. Charity señaló la línea de meta-. ¡Vamos!
La gente comenzó a gritar, pero Josh los ignoró.
Se quitó las gafas.
– ¿Qué tal?
– ¡Josh! Esto no tiene gracia. Vamos, muévete -miró atrás sabiendo que el resto de ciclistas aparecerían en cualquier momento-. Termina. Puedes ganar. Ya hablaremos después.
– Podemos hablar ahora.
– ¡No! Te he dicho que estaba equivocada. Te he dicho que te quiero. ¿Qué más quieres?
– A ti. Para siempre.
– Sí, sí. Me tienes. Y ahora vete. Cruza la línea de meta. Está justo ahí. ¿Es que no la ves? Date prisa.
– ¿Te casarás conmigo?
El hombre situado al lado de Charity se giró y le dijo:
– Por el amor de Dios, jovencita. Cásate con él.
– Me casaré contigo. Y ya hablaremos de tu carrera de ciclista.
– No quiero seguir en esto, Charity. Lo decía en serio. Lo único que necesitaba era enterrar unos cuantos fantasmas.
Ella vio a dos ciclistas doblando la esquina.
– ¡Vamos! Márchate ya.
Josh se puso las gafas.
– Me dijiste que no te importaba que ganara.
– ¡Me equivoqué! Te lo he dicho billones de veces. Y ahora, ¡por favor!, ¿podrías moverte y ganar esta carrera para que podamos seguir con nuestras vidas?
– ¡Claro!
Y con eso, se puso en marcha.
Charity contuvo el aliento mientras él tomaba velocidad y cruzaba la línea de meta con varios segundos de ventaja.
La multitud estalló en vítores y risas y Charity intentó llegar hasta Josh, pero había demasiada gente entre ellos. Por eso esperó mientras alguien abría botellas de champán, los periodistas hacían preguntas y Josh era el centro del universo.
Pero entonces oyó algo extraño. A unos metros de distancia, una mujer se giró y gritó:
– ¿Dónde está Charity?
El hombre que tenía detrás preguntó lo mismo y así fue corriéndose la voz hasta que un señor que tenía delante le preguntó:
– ¿Eres Charity?
Ella asintió.
– ¡La he encontrado! -gritó-. Vamos, cielo, ve con Josh. Está esperándote.
La multitud fue pasándola en volandas hasta que se vio de pie delante de Josh. Él sujetaba un enorme trofeo en una mano y con la otra la rodeó por la cintura.
– ¡Por fin! -se giró hacia los periodistas-. Bueno, chicos, preguntad lo que queráis.
– ¡Qué gran regreso, Josh! ¿Entrenarás para el Tour de Francia?
– No. Aquí lo dejo.
Besó a Charity en la frente y la acercó más a sí.
– Mi vida está aquí.
Ella lo rodeó por la cintura y sintió su amor por él crecer hasta desbordarse.
– Puedes competir, si quieres. Ya encontraremos alguna solución.
Él la miró a los ojos y sonrió.
– No. Quiero dirigir la escuela de ciclismo y estar a tu lado. Tú eres mi hogar, Charity. Eres el lugar al que pertenezco.
– Yo también te pertenezco -le dijo.
– Pues entonces genial, porque no pienso dejarte marchar.
Ethan Hendrix vio a su mejor amigo besar a la chica. A Josh le había costado, pero por fin había encontrado lo que siempre había estado buscando. Feliz, se giró para volver a su oficina.
«¡Qué interesante era la vida!», pensó al echar a andar, pero entonces algo rojo y luminoso captó su mirada. Un color de pelo que hacía mucho tiempo que no veía.
Se giró para mirar una vez más. Para estar seguro. Y después maldijo en silencio.
Liz había vuelto.