– Os presento a Bernice Jackson -dijo Robert en la siguiente reunión del concejo municipal.
La alta y guapa pelirroja se levantó.
– Llamadme Bernie, por favor. Ya es bastante malo ser auditora como para además ser una auditora llamada «Bernice».
Charity sonrió y Gladys se inclinó hacia ella para susurrarle:
– A ver, ¿cuántos auditores hombres habrá en el mundo? Diría que la mayoría lo son. ¿Y nosotros contratamos a uno guapo? ¡Claro que no!
– Así no tendrás que preocuparte de que haya otro hombre mudándose a la ciudad -dijo Charity intentando no reírse-. Por muy temporal que sea.
– Eres muy lista -admitió Gladys.
– Gracias.
Bernie sacó una carpeta y la abrió.
– Según mi investigación preliminar y comparándola con la información proporcionada por el estado, hay muchos cheques desaparecidos -alzó la mirada-. El total de que estamos hablando asciende a cerca de un millón y medio de dólares.
Charity se puso derecha en la silla.
– ¿Tanto? -preguntó con la respiración algo entrecortada.
Marsha palideció.
– ¿Cómo ha podido pasar? ¿Cómo puede haber tanto dinero desaparecido?
– Eso es lo que voy a descubrir -prometió Bernie-. Pero primero tengo algunas cosas que discutir. Querréis ver mi acuerdo de confidencialidad que dice que no hablaré de este caso a menos que sea en auto de comparecencia. Mi objetivo es proteger a mis clientes y sugiero que el abogado de la ciudad le eche un vistazo antes de que alguien lo firme.
Charity vio a Marsha asentir, como aprobando lo que Bernie decía. Le caía bien la atractiva auditora, a pesar de que Gladys la había regañado por no haber elegido a un hombre.
Cuando la reunión llegó a su fin, Charity se quedó para comprobar la hoja de reservas de la sala. Tenía varias reuniones que celebrar y prefería hacerlo en esa sala de juntas. Cuando confirmó que tenía las fechas disponibles, se giró y se quedó sorprendida al ver a Robert esperándola.
– Bernie parece genial -dijo ella-. Muy eficiente.
– Tiene buena reputación y descubrirá lo que está pasando. Cuanto antes lo haga, mejor para mí.
Había algo en su tono que alertó a Charity.
– ¿No creerás que la gente está dando por hecho que has sido tú, verdad?
– Soy el tesorero. Tengo acceso a todo el dinero que entra y mi oficina genera los cheques. Si no soy yo, entonces es alguien de mi plantilla. No me gusta la pinta que tiene esto. Yo jamás haría algo así, pero no todo el mundo va a creerlo.
– La gente que de verdad importa te creerá -le dijo.
Robert se encogió de hombros y la miró.
– Es Josh, ¿verdad?
La inesperada pregunta la puso tensa y esperó no estar sonrojándose.
– Os vi cenando. Parecíais… muy cariñosos.
– Somos, eh, amigos.
– No me sorprende tratándose de quien es. A los demás ni siquiera se nos da una oportunidad.
Hablaba como si pensara que era inevitable que Charity se enamorara de Josh.
– ¡No es porque sea famoso! -dijo ella bruscamente-. Josh es un tipo encantador y se preocupa por la gente. Está muy por encima de esa reputación que tiene.
Robert arrugó la boca.
– Claro. Sigue creyéndote eso.
– Es verdad.
– De acuerdo. Me sigue pareciendo genial, Charity. Cuando te deje, si quieres, podemos volver a intentarlo.
Y salió de la sala dejándola con la boca abierta.
No sabía cuál de las opiniones de Robert la había impactado más. Si el hecho de que pensara que iba a dejarla con tanta seguridad, o que hubiera dicho que la única razón por la que no estaba saliendo con él era porque la fama de Josh la había cegado.
Ella ya había tomado una decisión respecto a Robert antes de empezar una relación con Josh, a pesar de haber intentado por todos los medios preferir al tesorero.
– Tonto -murmuró-. Estúpido y egocéntrico tonto.
Era curioso cómo Josh tenía una fama equivocada y resultaba que era Robert el hombre que carecía de sustancia.
Sin embargo, al salir de la sala de juntas no pudo evitar preguntarse si verdaderamente la habría cegado el hecho de que Josh fuera una celebridad. Después de todo era hija de su madre y Sandra siempre había estado interesada por hombres guapos y superficiales.
Charity se dijo que sabía lo que estaba haciendo, que Josh era mucho más de lo que aparentaba. Aun así, dependería de ella asegurarse de que de verdad estaba sintiendo algo por el hombre y no por la persona.
– Hacía mucho que no te veíamos por aquí -dijo Bella mientras cepillaba el pelo de Josh.
– Sí -respondió él ignorando la no tan sutil queja implícita en sus palabras.
– El último corte de pelo que te han hecho es terrible.
Él sonrió.
– Eso es lo que dices siempre.
Bella, una mujer de mediana edad con unos ojos preciosos y una voluntad de hierro, lo miraba a través del espejo.
– Supongo que ella dice lo mismo cuando vas allí.
– No pienso hablar de eso contigo.
Bella refunfuñó.
– Sabes que soy mejor.
– ¿Son nuevos esos pendientes? -preguntó él-. Son muy bonitos.
Ella tocó los aros de oro que llevaba en las orejas.
– Intentas distraerme.
– Sí, y vas a tener que fingir que lo he logrado.
La mujer arrugó la boca, como si intentara sonreír.
Bella Gionni y su hermana Julia eran las dos mejores peluqueras de la ciudad, pero, por desgracia, hacía veinticinco años que no se hablaban. Tenían dos locales que competían a ambos lados de la ciudad. Elegir a una o a otra era meterse en la discusión y el problema era que nadie más que las hermanas sabía la causa de la pelea.
La mejor forma de mantener la paz, y ésa por la que había optado Josh, era alternar las visitas a las peluquerías y así las dos se quejaban de que iba a cortarse el pelo con la otra.
No ir a ninguna de las dos sería más fácil, lo sabía, pero ésa no era una opción. Estaba en deuda con las hermanas. Mientras que la universidad se la habían pagado las becas en su mayoría, no había tenido bastante para cubrirlo todo. La ciudad los había patrocinado a Ethan y a él y sabía que Marsha había sido la que más había contribuido, seguida de las hermanas Gionni.
– He oído que sales con Charity -dijo Bella cuando empezó a cortarle el pelo.
– No pienso hablar de eso -respondió él poniéndole mala cara.
– Claro que sí. Es simpática. He oído que está pensando en darse reflejos -sonrió-. Creo que son para ti. Sé cuándo una mujer quiere estar guapa para un hombre -le guiñó un ojo.
Él se movía incómodo en el acolchado sillón.
– Charity y yo estamos… saliendo.
– Más que saliendo, ¿verdad? Oigo cosas, Joshua. Oigo lo que cuentan las señoras.
De ninguna manera le apetecía estar teniendo esa charla con una mujer que por edad podía ser su madre.
– La gente habla mucho, pero la mayoría de las veces no son más que eso, habladurías.
– Puede que sí, puede que no -Bella seguía cortando-. Hacía mucho tiempo que no tenías una cita.
– Un par de años -admitió él.
– Pues entonces ya va siendo hora.
Pia entró en el despacho de Charity y se dejó caer en una silla.
– ¿Tienes un minuto? -le preguntó.
– Claro -Charity observó la expresión de tristeza de su amiga-. ¿Qué pasa?
– Es Crystal. Las últimas sesiones de quimioterapia no han servido para nada y ya se les han agotado las opciones de tratamientos -Pia tomó aliento y contuvo las lágrimas-. Está decidiendo si quiere quedarse en casa o ir a algún centro… de cuidados paliativos -añadió-. Dice que el médico le ha dado dos meses. Tal vez tres.
Charity tragó saliva.
– Lo siento, ¡es terrible! -no conocía bien a Crystal, pero se sentía fatal por todo lo que esa mujer había pasado.
– Ha sido horrible. Esperábamos que esta última tanda de quimioterapia funcionara, que hiciera algo, pero está muy débil. No creo que pueda estar en casa sola y dice que le gusta la idea del centro de cuidados paliativos. Dice que ahora son lugares muy agradables.
– ¿Está en la ciudad? -preguntó Charity.
– Sí. Iré a verla y todo eso, pero no quiero que muera -se secó las lágrimas de la mejilla-. Odio esto. No hay nada que pueda hacer para cambiar las cosas. Me voy a quedar con su gato, que es lo único que se me ocurre que puedo hacer.
– La gente se preocupa mucho por sus mascotas, así que el hecho de que te lo quedes será de gran ayuda para ella.
– No soy muy de animales -admitió Pia-, y no sé nada sobre gatos. Crystal dice que es muy tranquilo y limpio. Supongo que compraré un libro. ¡Es tan injusto!
Charity asintió. No tenía palabras.
– Ya ha perdido a su marido -continuó Pia-. Lo único que quería era casarse y ser madre y ahora eso jamás sucederá. Y sé que le preocupa el tema de los embriones. Se niega a donarlos para la investigación, pero no pueden estar congelados para siempre. ¿Te imaginas estar en su posición? ¿Muriéndote y teniendo que decidir el destino de unos hijos que nunca tendrás?
– No -dijo Charity sinceramente. Era una decisión imposible, una que ninguna mujer debería tener que tomar nunca-. ¿Tiene familia? ¿Una hermana o una prima que quisieran los embriones?
– No. Está sólo ella -Pia la miró-. Lo siento. Seguro que estabas teniendo un buen día hasta que me he presentado aquí.
– Te escucho encantada.
– Gracias -respiró hondo-. Será mejor que vuelva al trabajo. Esta noche voy a ir a ver a Crystal para conocer un poco mejor a su gato.
– Serás una buena mamá para la mascota -le dijo Charity-. Te preocuparás por él y eso es lo que importa.
– Eso espero -se levantó-. Gracias otra vez por haberme dejado desahogarme.
– Cuando quieras, de verdad.
Pia asintió y se marchó y Charity se quedó mirando en la dirección por la que se había ido. ¡La situación de Crystal era tan injusta! El dilema de los embriones era desgarrador. ¡Perderlo todo así!
Pensó en su propia vida, en la segunda oportunidad que le habían dado de formar parte de una familia, y admitió que era más que un golpe de suerte, era como un regalo del cielo.
Se levantó y recorrió el pasillo hasta el despacho de Marsha. Su abuela, sentada junto a su escritorio, sonrió al verla.
– ¿Qué tal?
Charity intentó sonreír, pero no pudo y las lágrimas que solía contener con facilidad se acumularon en sus ojos.
Marsha se levantó.
– ¿Qué pasa?
– Nada -respondió acercándose y abrazándola con fuerza-. Estoy muy agradecida de que seas mi abuela. Creo que no te lo había dicho y quería que lo supieras.
Marsha le devolvió el abrazo, uno lleno de amor y de promesas.
– Yo también estoy muy feliz. He tenido que esperar mucho tiempo.
Charity se puso recta.
– Yo no me marcharé. No soy como mi madre.
Marsha le acarició la mejilla y sonrió.
– Lo sé. Las dos nos quedaremos aquí. Juntas.