Capítulo Doce

Simon despertó y gimió a modo de protesta al descubrir que el sueño de Genevieve y un tarro de miel había sido precisamente eso, sólo un sueño; pero enseguida se dijo que podía ser real: ella estaba allí, en su cama, y en la despensa había varios tarros de miel.

Sonrió, se giró y se quedó helado al ver que se había ido.

Murmuró una obscenidad, apartó las mantas y alcanzó los pantalones. Se suponía que debía protegerla, pero no podría hacerlo si hacía cosas como marcharse de la habitación sin avisar. Normalmente tenía el sueño ligero y se habría despertado; pero aquella noche había dormido como un tronco.

Se puso los pantalones, alcanzó el cuchillo y cruzó el dormitorio a toda prisa. En cuanto salió al pasillo, oyó un murmullo de voces. Avanzó lentamente, pegándose a la pared, y no tardó en distinguir la voz de Baxter. Parecían estar en la cocina.

– Yo tendría más cuidado -dijo el hombre.

– Te estás buscando problemas -comentó Genevieve.

Simon se acercó a la esquina y parpadeó. Genevieve estaba sentada a la mesa de la cocina, con una taza de té y un plato de comida delante de ella. Baxter llevaba puesto un delantal y permanecía de pie. Los dos miraban al suelo, sonriendo.

Belleza meneaba la cola y se arrastraba hacia Sofía con curiosidad; pero la gata había levantado la cola y miraba a la perrita como si la considerara una amenaza evidente.

– Te vas a ganar un buen arañazo, Belleza -le advirtió Baxter.

El mayordomo acababa de hablar cuando la gata soltó un zarpazo al cachorro, que retrocedió tan deprisa como pudo. Satisfecha con su demostración de poder, Sofía se alejó varios metros y se tumbó debajo de la ventana, al sol.

Simon soltó un suspiró de alivio y bajó; cuando Belleza lo vio, se levantó, ladró con alegría y corrió hacia su amo, que la tomó en brazos y la acarició.

Cuando entró en la cocina, su mirada se clavó inmediatamente en Genevieve; llevaba el mismo vestido de color amarillo pálido del día anterior, y se había recogido el cabello en un moño. Estaba tan bella que se quedó sin aliento. Sus labios aún mostraban la hinchazón típica de haber sido besados con reiteración, pero su aspecto, por lo demás, no traicionaba lo sucedido durante la noche.

Simon carraspeó y preguntó:

– ¿Estás bien?

– Por supuesto que está bien -intervino Baxter-. La he estado cuidando mientras usted dormía como un niño. He preparado el desayuno, aunque la despensa estaba tan vacía que no ha resultado nada fácil.

Simon se giró hacia Baxter.

– Parece obvio que esta mañana se encuentra mejor…

Baxter gruñó.

– Lo suficiente como para cuidar de Gen sin ayuda. Como ya se ha despertado, nos marcharemos de aquí.

A Simon se le hizo un nudo en la garganta. No podía permitir que regresaran a la casa de Genevieve sin saber a qué peligro se enfrentaban. Pero tenía otro motivo; no quería que se alejara de él. Todavía no.

Abrió la boca para protestar, pero Genevieve se le adelantó.

– No hay prisa alguna, Baxter. Además, ¿qué pasará si el ladrón vuelve?

Baxter chasqueó los nudillos.

– Que estaré preparado.

– Aun así, me sentiría mejor si nos quedáramos aquí más tiempo. Suponiendo que a Simon le parezca bien, por supuesto.

– Puedes quedarte tanto tiempo como quieras.

A Simon le pareció evidente que Genevieve ya sabía lo que el ladrón andaba buscando. La carta del conde estaba en su casa, en algún lugar, y el intruso volvería a buscarla. Genevieve sabía que la carta era importante; sólo quedaba por saber si seguía en el lugar donde la había escondido o si había preferido llevársela con ella.

– De hecho -continuó-, creo que deberías quedarte una noche más. Y también creo que alguien debería vigilar la casa, por si el ladrón vuelve.

– En eso estamos de acuerdo. Iré yo -se prestó Baxter-. Quiero echar mano al canalla que me dejó sin sentido.

– Excelente. Vigile usted de día y yo lo haré de noche -dijo Simon-. De esa forma, uno de los dos estará en todo momento con Genevieve.

Simon pensó que era la mejor de las soluciones; pero también la única posible, porque Baxter no habría permitido que se quedara a solas con ella de noche.

– ¿Te parece bien? -preguntó el mayordomo.

Genevieve parecía aliviada.

– Sí. Aunque debéis prometer que tendréis cuidado.

Baxter asintió y se volvió hacia Simon.

– Muy bien. Traeré provisiones de la casa esta tarde, cuando termine mi turno; así no nos moriremos de hambre. ¿Cómo es posible que no haya comprado comida?

– Suelo comer en el pueblo. Además, mi despensa tiene lo básico… no necesito más para mí solo -explicó.

– En cualquier caso, ya no necesitará eso -dijo Baxter, señalando su cuchillo-. ¿Qué pretendía? ¿Apuñalar a alguien?

– Simple precaución. Quería asegurarme de que los dos estaban bien.

– Pues ya lo sabe. He preparado el desayuno, como ve… pero esperaré aquí hasta que se ponga algo decente encima.

Simon bajó la mirada. Había olvidado que no llevaba más ropa que los pantalones.

– Sí, por supuesto. Escribiré una nota al juez para explicarle lo sucedido. Será mejor que se la entregue usted; así podrá dar testimonio del ataque.

Baxter asintió.

– Pasaré a verlo antes de ir a casa de Genevieve.

Baxter había encendido el fuego y calentado agua, así que Simon llenó un cubo y regresó a su dormitorio con Belleza. Veinte minutos después ya se había lavado, vestido y puesto ropa limpia, aunque la perrita se dedicó a mordisquearle una de las botas y la dejó en un estado lamentable. Cuando, volvió a la cocina, se llevó la sorpresa de que Baxter le había servido una taza de té y algo de comer.

– Es lo menos que puedo hacer mientras esté en su casa -se explicó.

– Gracias, Baxter.

Simon probó el jamón, los huevos y las patatas y añadió:

– Delicioso.

Estuvo a punto de preguntarle si el fuego lo había encendido con las llamas que salían de sus ojos cada vez que lo miraba, pero prefirió no tentar la suerte con una broma. El sentido del humor no parecía ser una de las cualidades del gigante.

Simon observó a Genevieve mientras comía. Se había puesto guantes otra vez y él se dijo que aquel mismo día descubriría el motivo.

– Bueno, será mejor que me vaya -dijo Baxter-. ¿Necesitas algo, Genevieve?

– No, gracias; pero si pudieras traerme un vestido limpio cuando vuelvas, te lo agradecería -respondió.

– Eso está hecho. En cuanto a usted -añadió, mirando a Simon-, le aseguro que se las verá conmigo si a Gen le pasa algo malo. Y no le gustará.

El gigante se quitó el delantal y salió de la cocina. Unos segundos más tarde, oyeron que la puerta principal se cerraba de golpe.

Simon carraspeó.

– Ese hombre hace unos mutis por el foro excelentes.

– Sí, es muy…

– Protector, ya lo sé -la interrumpió-. Como cometa el error de olvidarlo, me hará trizas. Jamás había conocido a un criado tan maleducado.

– Eso es porque Baxter no es exactamente un criado. Es mi amigo. O más bien, algo así como un hermano -comentó ella.

– Sí, ya me he dado cuenta.

El espía que había en Simon, el que quería descubrir al asesino del conde y librarse de paso de la horca, pensó que aquélla era una oportunidad excelente para presionarla y descubrir el origen de su relación con Baxter. Sin embargo, las prioridades del hombre se impusieron a las del espía y prefirió no decir nada. La deseaba. La necesitaba. Todo lo demás podía esperar.

Dejó la servilleta en la mesa, se levantó y caminó hacia ella. Genevieve también se levantó. Simon hizo un esfuerzo por detenerse a cierta distancia, aunque sólo fuera para demostrarse que podía resistirse a sus encantos, pero fracasó estrepitosamente. Sin poder evitarlo, extendió una mano y le acarició la mejilla.

– Me preocupaba despertar y descubrir que te habías marchado.

– Baxter se levanta a primera hora. Sabía que pasaría por mi habitación y que llamaría para asegurarse de que me encontraba bien, así que me pareció prudente dejarte y volver antes de que apareciera. De lo contrario, seríamos dos los que acabaríamos hechos trizas en Little Longstone -bromeó.

– No te preocupes por eso. Es mucho más grande que yo, pero conozco ciertos trucos.

– Sí, ya lo sé. Me lo has demostrado esta noche.

– Todavía no los conoces todos -murmuró, sin dejar de acariciarla-. Ha sido una noche increíble, maravillosa…

– Es verdad.

– Una noche que me gustaría repetir.

Ella asintió.

– A mí también.

Sólo habían pasado unas cuantas horas desde su encuentro amoroso, pero Simon la deseaba tanto que no podía contenerse.

Dio un paso adelante y la tomó entre sus brazos. Llevó los labios a su boca, entre divertido e irritado por la pasión que aquella mujer despertaba en él, y ella respondió con un beso que derribó sus defensas. La deseaba con toda su alma.

– Genevieve…

Quería tomarla de inmediato, allí mismo, a plena luz del día, donde pudiera verla.

Se inclinó un poco, la alzó en vilo y la llevó hacia el dormitorio.

– ¿Qué estás haciendo?

– Llevarte a la cama, demostrarte hasta qué punto te deseo. He considerado la posibilidad de usar la mesa de la cocina, pero correríamos el riesgo de que se nos claven astillas de madera en la espalda. La cama será más cómoda -explicó-. Pero descuida… los treinta segundos que tardaremos en llegar sólo le restarán energía a mi paciencia.

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