– Tú eres tan cabezota como él -comentó la señora Carey mientras revolvía la sopa. -Al pobre niño lo vais a volver loco.
Maggie estaba sentada a la mesa de la cocina, tomándose un té que, en realidad, no le apetecía, y mirando por la ventana, viendo cómo Justice paseaba con Jonas por el jardín. El sol primaveral bañaba la hierba y Ángel y Spike corrían en círculos, haciendo reír a Jonas.
La sonrisa que se dibujó en el rostro de Justice hizo que Maggie se quedara sin aliento. Sin embargo, no se movió del sitio, permaneció en la cocina.
Se sentía desconectada.
Había pasado una semana muy larga y se sentía como si estuviera avanzando por un cable de acero v no hubiera red para recogerla si se caía. Los días se le hacían eternos y era como si Justice y ella vivieran en casas separadas porque llevaban días sin tocarse. Maggie había soñado con él todas las noches y no podía dejar de pensar en él.
Aun así, no había encontrado una respuesta adecuada.
– ¿Y qué puedo hacer si Justice insiste en que quiere que seamos sólo amigos? -se lamentó.
– Es evidente que vosotros dos no estáis hechos para ser amigos -contestó la señora Carey. -En las dos semanas que llevas aquí a todos nos ha quedado claro que entre vosotros sigue habiendo química -añadió sentándose frente a Maggie en la mesa.
Maggie la miró anonadada.
– No me mires así. No soy tan vieja. Sé cuándo una pareja se desea, no estoy ciega -le dijo el ama de llaves.
– Por mucho deseo que haya entre nosotros, Justice quiere a Jonas, pero no me quiere a mí -insistió Maggie mordisqueando una galleta.
– Sabes perfectamente que te quiere.
– Una cosa es lo que sé y otra muy diferente lo que necesito oír-contestó Maggie mirando de nuevo a los dos hombres de su vida.
En ese momento, Justice estaba besando a Jonas en la frente. Maggie sintió que el corazón se le derretía. ¡Cuánto tiempo llevaba soñando con ver algo así! Por fin estaba sucediendo. El único problema era que ella no formaba parte de la escena.
– Maggie, tú mejor que nadie sabes que a Justice le cuesta mucho expresar sus sentimientos -comentó la señora Carey. -Lo quieres, lo sé perfectamente.
– Sí, lo quiero -admitió Maggie, – pero eso no cambia nada.
– ¿Cómo que no? -se rió la señora Carey. -Cariño, el amor lo cambia todo. El amor hace que todo sea posible. No tires la toalla.
– No soy yo la que tira la toalla -se defendió Maggie. -Es Justice el que no quiere ceder.
– Ya…
– ¿Qué quiere decir eso?
– Nada -suspiró la señora Carey. -Estaba pensando que las personas tan testarudas como Justice y como tú tenéis la obligación de emparejaros para, así, librarnos a los demás de tener que aguantaros.
Aquello hizo reír a Maggie.
– ¿Por qué no sales a jugar con ellos un rato?
Maggie quería hacerlo, era lo que más le apetecía en el mundo, pero las cosas entre Justice y ella estaban tan enrarecidas que no sabía cómo la recibiría y, además, Jonas y ella no tardarían en marcharse porque Justice estaba prácticamente recuperado y le parecía justo dejar que pasaran algún tiempo a solas.
La idea de tener que volver a abandonar el rancho, de volver a separarse de Justice era terrible y la posibilidad de que cumpliera la amenaza de quitarle al niño la aterrorizaba. Maggie era consciente de que en un futuro cercano iba a sufrir mucho.
– No, voy a subir a darme un buen baño y a arreglarme para la fiesta de esta noche -contestó Maggie diciéndose que, cuanto antes comenzara a prepararse para lo inevitable, mejor.
Aquella noche iba a tener lugar la fiesta de la asociación Alimentos para los hambrientos, que tenía su domicilio en el rancho King y con la que Maggie solía trabajar mucho cuando vivía allí.
Por eso, cuando Justice le había pedido que lo acompañara, le había parecido una buena idea. Ahora, sin embargo, ya no se lo parecía tanto…
– ¿Seguro que no le importa quedarse con Jonas? Lo digo porque me puedo quedar yo…
– ¿Pensando en echarte atrás en el último momento, gallina? Pues no me vas a poder poner a mí de excusa porque me encanta quedarme con Jonas y lo sabes.
– Menuda amiga tengo en usted…
– Soy tu amiga -contestó la señora Carey poniéndose en pie y abrazándola. -Precisamente porque soy tu amiga, te digo que subas a arreglarte, que te des un buen baño, te maquilles, te peines y te pongas el precioso vestido que te compraste ayer, salgas con tu marido, bailéis, charléis y recordéis lo que tenéis antes de que sea demasiado tarde.
A Justice no le gustaba nada arreglarse.
Se encontraba incómodo de esmoquin, prefería los vaqueros y las botas. Habría preferido entregar un cheque y no tener que ir a la fiesta, pero sabía que no podía ser.
Mientras se peinaba, se fijó en las preciosas rosas blancas que llenaban el florero azul cobalto que había sobre la mesa. Desde que Maggie había vuelto al rancho, todos los floreros tenían siempre flores. Aquel detalle sería uno de los muchos que el echaría de menos cuando se hubiera ido.
Su pierna iba mejor, así que sabía que la partida de Maggie no tardaría mucho en llegar y no iba a permitir que ocurriera. Quería encontrar la manera de convencerla para que se quedara.
Y no era sólo por Jonas, sino por ella, porque sin ella no se sentía un hombre completo.
Consultó el reloj, se ajustó los gemelos y salió al pasillo. Maggie siempre lo había hecho esperar y siempre le había dicho que merecía la pena.
Y tenía razón.
Cuando la vio aparecer, no le cupo la menor duda.
Estaba deslumbrante con el pelo suelto, como a él le gustaba, y un vestido verde oscuro con escote palabra de honor y falda larga que marcaba sus curvas de una manera deliciosa.
Al ver cómo la miraba, Maggie sonrió encantada y se acercó.
Justice se sintió más incómodo todavía con el esmoquin, que le apretaba por todas partes.
– ¿Qué tal estoy? -le preguntó Maggie dando una vuelta sobre sí misma.
Justice se quedó sin aliento. En la espalda, el vestido bajaba hasta casi las nalgas, dejando al descubierto su columna vertebral y la curva de las lumbares. Justice tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarse sobre ella y llevársela a la cama más cercana para desnudarla.
Maggie tenía razón.
No eran amigos.
Nunca lo habían sido.
– Estás guapísima -le dijo sinceramente. -Se van a quedar todos con la boca abierta.
Maggie comenzó a bajar las escaleras lentamente, agarrada a la barandilla con una mano mientras con la otra se levantaba un poco el vestido para no tropezar. Al hacerlo, dejó al descubierto unas preciosas sandalias doradas y una tobillera de oro de lo más sexy.
– No me interesan todos, no me interesan los demás -murmuró cuando llegó junto a Justice.
– Me alegro -contestó él. -Así no tendré que estar toda la velada apartándote moscones.
– Ése es el cumplido más estupendo que me has hecho nunca, Justice.
¿De verdad lo era? ¿De verdad no solía decirle a su esposa lo guapísima que era? ¡Pues debería haberlo hecho! Debería haberle repetido una y otra vez lo importante que era para él, pero no había encontrado las palabras y la había perdido.
Tal vez, todavía estuviera a tiempo de arreglar las cosas.
Justice se acercó, la tomó de las manos y la miró a los ojos.
– Maggie, yo…
– ¡Qué guapos estáis los dos! -los interrumpió la señora Carey apareciendo en el vestíbulo con Jonas.
Justice no supo si sentirse aliviado o irritado por la interrupción, pero lo que tuvo claro fue que aquel niño que le tendía los bracitos a su madre los unía a ambos. Aunque todavía no sabía si era hijo suyo, lo quería y deseaba que les sirviera para construir algo juntos de nuevo.
¿Sería suficiente?
Tras despedirse de la señora Carey y del pequeño, se dirigieron al coche. Lo cierto era que a Justice no le apetecía nada ir al baile. Habría preferido quedarse en casa con Maggie, desnudándola y haciéndole el amor.
– No tenemos por qué quedarnos mucho tiempo -comentó.
– Bueno, yo quiero bailar con cierto hombre muy guapo que va de esmoquin -contestó Maggie.
Justice sonrió encantado.
– ¿Lo conozco?
– Anda, venga, vamos a pasárnoslo bien -lo animó Maggie.
Justice asintió convencido mientras le abría a la que había sido su esposa la puerta del coche y se dijo que más le valía disfrutar de lo que tenía mientras lo tuviera, porque sabía por experiencia lo rápido que podían cambiar las cosas.
La fiesta estaba siendo un éxito.
Allí estaban las personas más influyentes del condado, charlando y riendo mientras una orquesta ambientaba el salón y los camareros se movían entre los invitados ofreciéndoles canapés y copas de champán. Las mujeres llevaban vestidos de gala y joyas y los hombres iban todos de esmoquin.
Maggie estaba saludando a unas amigas cuando Justice se acercó y la invitó a bailar.
– ¿Estás seguro? ¿No te duele la pierna?
– No -contestó Justice llevándose la mano al muslo. -¿Me concedes este baile? -añadió tendiéndole la mano.
Maggie asintió y aceptó la mano de su esposo. Mientras se dirigían a la pista de baile, se dio cuenta de que muchas mujeres los seguían con la mirada y aquello la llenó de orgullo porque estaba segura de que muchas mujeres querrían estar entre los brazos de Justice y, de momento, aunque sólo fuera aquella noche, aquel lugar lo iba a ocupar ella.
Así que, en cuanto llegaron a la pista, se deslizó entre aquellos brazos que conocía tan bien. Justice la estrechó contra su cuerpo y Maggie suspiró de placer y comenzó a moverse al ritmo de la música.
– ¿Estás bien? -le preguntó cuando sintió que a Justice le fallaba el paso.
– Sí-contestó él apretando los dientes.
– No hace falta que bailemos.
– Estoy bien. Me duele un poco, pero nada más.
– Me tienes preocupada.
– Pues no te preocupes, maldita sea -maldijo Justice. -No necesito que te preocupes por mí. Sólo quiero que bailemos, ¿de acuerdo?
Maggie sintió que la magia del momento se evaporaba. Justice le acababa de decir que no la necesitaba. Las palabras se repetían una y otra vez en sus oídos.
– Ese es el problema, Justice -murmuró mirando al suelo, – que no me necesitas.
– Yo no he dicho que no te necesite, sino que no necesito que te preocupes por mí, que es diferente.
– No, es lo mismo -insistió Maggie levantando la mirada. -Yo sí te necesito. Siempre te he necesitado.
– Me alegro, porque…
– No, no es motivo de alegría -lo interrumpió Maggie sin importarle que las demás parejas comenzaran a mirarlos. -No es motivo de alegría porque es la razón por la que no puedo estar contigo.
– Estás conmigo -la contradijo Justice apretándola de la cintura.
– No por mucho tiempo. Aunque te necesito, no puedo estar contigo porque tú no me necesitas y yo quiero sentirme necesitada.
– ¿Cómo dices eso? Claro que te necesito.
– No, tú no me necesitas, Justice. No me dejas que te ayude. No me dejas que te ayude ni siquiera con la pierna.
– Eso es diferente, Maggie. No he querido que me ayudaras porque no te necesito como fisioterapeuta en estos momentos.
– Tú no necesitas a nadie -contestó Maggie alzando la voz a pesar de que estaban rodeados de gente. -No quieres admitir que no puedes hacerlo todo solo. Por eso te empeñas en actuar como si no necesitaras a nadie. Es tu orgullo, Justice, siempre tu maldito orgullo.
– Mi orgullo me ha ayudado a que mi rancho sea uno de los mejores del país, mi orgullo me ayudó a sobreponerme cuando te fuiste -contestó Justice bajando la voz y apretando los dientes.
– Te recuerdo que me fui, precisamente, por tu orgullo.
– Pero esta vez no te vas a ir -contestó Justice. -Ahora tenemos que estar juntos.
– ¿Por qué?
– Porque me ha llamado Sean, del laboratorio, para darme los resultados de las pruebas. Soy el padre Jonas.
– No esperes que me sorprenda -contestó Maggie intentando apartarse.
– Ya sé que debería haberte hecho caso, que debería haberte creído.
– Sí, deberías haberme creído.
Justice se sintió como si le quitaran un enorme peso de encima, como si el futuro estuviera lleno de posibilidades.
– ¿No lo entiendes, Maggie? Esto lo cambia todo. Soy su padre. Eso significa que el médico se equivocó, que puedo darte hijos.
– Eso ya lo sé yo hace un tiempo -contestó Maggie.
– Nos vamos a casar -comentó Justice como si fuera una orden.
– ¿Perdón? -contestó Maggie parándose en seco.
– He dicho que nos vamos a casar.
– No me puedo casar contigo. Ya estoy casada -contestó Maggie.
– ¿Cómo? -exclamó Justice anonadado. -¿Cómo que estás casada? ¡Pero si te estás acostando conmigo!
Varias cabezas se giraron hacia ellos y Justice les aguantó la mirada, obligándolos a mirar hacia otro lado.
Maggie se sonrojó de pies a cabeza, pero no de vergüenza, sino de enfado.
– ¡Estoy casada contigo, Justice! -exclamó girándose y abriéndose paso entre los invitados.
Justice se quedó mirándola estupefacto y fue tras ella, la agarró del brazo y la hizo girarse hacia él, sin importarle los demás invitados.
– ¿Cómo vamos a estar casados si te firmé los papeles del divorcio? -le preguntó.
– Porque nunca los entregué -contestó Maggie zafándose de nuevo de él y dirigiéndose a la salida.
Justice la siguió, ignorando los cuchicheos y las risas a sus espaldas. Sin duda, iban a ser la comidilla del lugar durante mucho tiempo.
Así que Maggie y él seguían casados, y él sin saberlo. Cuando llegó a la salida, vio que Maggie avanzaba con paso decidido y furioso en dirección al rancho, así que se apresuró a ir a buscar el coche para recogerla.
– Sube al coche, Maggie -le dijo bajando la ventanilla del copiloto cuando llegó a su altura.
– No, no te necesito, Justice -contestó Maggie. -Prefiero ir andando.
– ¿Hasta casa? ¡Pero si son más de doce kilómetros! ¡Y hace mucho frío!
– ¡Estoy tan enfadada que no tengo ningún frío! -contestó Maggie.
Justice paró el coche y se bajó. Le dolía horrores la pierna, pero la ignoró, se bajó del coche y corrió detrás de Maggie.
– ¡Suéltame! -le dijo ella cuando la agarró del brazo. -¡Me has humillado delante de todo el mundo!
– ¿Cómo que te he humillado?
– ¡Has dicho que nos estamos acostando!
– ¡Y tú has dicho que seguimos casados y a todo el mundo le ha quedado claro que yo no lo sabía!
– Eso es diferente -se defendió Maggie sin mucha convicción.
– ¿No será tu orgullo el problema ahora? -se burló Justice.
Maggie lo miró confusa y no contestó.
– Está bien -cedió. -Acepto que me lleves a casa, pero no te pienso hablar. Ni durante el trayecto ni nunca más.
Justice asintió y sonrió para sus adentros, pues sabía que Maggie Ryan King no podía permanecer mucho tiempo en silencio, ni aunque su vida dependiera de ello.